27 noviembre 2020

El ex director de EL PAÍS, Antonio Caño, reaparece en prensa promocionando su libro de Alfredo Pérez Rubalcaba desde el diario EL MUNDO

Hechos

En noviembre de 2020 la editorial Plaza & Janes promocionó el libro  «Rubalcaba, un político de verdad».

22 Noviembre 2020

Rubalcaba, el socialista que retrató a Sánchez y su Gobierno "Frankenstein"

Antonio Caño

Leer
"EN UN ENCUENTRO ENTRE AMBOS, EN MAYO DE 2019, SÁNCHEZ LAMENTÓ ANTE RUBALCABA QUE NO HUBIERA SIDO CAPAZ DE VER EN SU MOMENTO LOS MÉRITOS DE QUIEN TENÍA ENFRENTE" (CAPÍTULO ‘PEDRO SÁNCHEZ’)

Después de las elecciones de junio [de 2016] no quedaba ya mucho espacio en el que maniobrar. Ni siquiera Rubalcaba podía negar las evidencias que le presentaban contra Sánchez. Mariano Rajoy había ampliado su ventaja respecto a su principal oponente hasta los 52 diputados. El PSOE había retrocedido. No había más alternativa que dejar gobernar al PP, y la forma de hacerlo debería ser con la abstención en la votación posterior al debate de investidura que debía fijarse para finales del verano. Esa era también, según confiesa Antonio Hernando, el testigo más cercano a Sánchez en aquel proceso, la opinión entonces del secretario general. Y eso fue lo que Sánchez le fue diciendo a cada uno de los notables con los que habló. Eso fue lo que le dijo a Felipe González, según él mismo confesó posteriormente. Eso fue lo que le dijo a Alfonso Guerra, que afirma en la entrevista para este libro que Sánchez llegó a pedirle algunos argumentos por escrito para justificar la abstención. Fue también a ver a Rubalcaba, a quien, según el recuerdo de Elena Valenciano, le dijo algo como esto: «Voy a resistirme un poco, pero al final me abstendré». Y eso fue lo que le dijo a José Enrique Serrano, a quien le pidió, además, que preparara, junto a Jordi Sevilla, un papel que sirviera de base para negociar con Rajoy una abstención condicionada. Este documento [Una propuesta socialista para la salida del bloqueo], que le fue entregado a Sánchez el 26 de julio, es la mejor prueba de que todo el partido estaba convencido de que el secretario general entendía que la abstención era la mejor solución posible. El documento hubiera sido también, analizado con la perspectiva del tiempo, un buen punto de partida para facilitar un periodo de estabilidad política en España. (…)

Con una propuesta así, en la que, obviamente, habría que haber hecho concesiones en una posterior negociación, el PSOE tal vez podría haber revertido a su favor una situación que le era de entrada muy desfavorable. La idea de ir a unas terceras elecciones era suicida. (…)

Más importante todavía que eso para Rubalcaba, la repetición de las elecciones —algo que jamás había ocurrido antes en España— constituía una anomalía también en el conjunto de las democracias europeas, lo que suponía un desgaste considerable de las instituciones y del prestigio internacional de España. Una mayoría de dirigentes y de exdirigentes del PSOE compartían estos puntos de vista cuando alertaban en público y en privado a Sánchez de que el partido no debería provocar una repetición de elecciones. Pero el secretario general se había jugado su prestigio en la defensa del no a Rajoy. «No es no, ¿qué parte del no no entiende?», le dijo en un famoso tuit.

El «no es no» circuló después intensamente hasta convertirse en un eslogan, una suerte de resumen del pensamiento político de Sánchez. Es razonable pensar que este se resistiría desesperadamente a quebrantar una promesa que estaba consiguiendo darle fama y crédito entre la izquierda. Quedaba un resquicio por el que el secretario general podría colarse para evitar una nueva convocatoria electoral y, al mismo tiempo, negarle la abstención a Rajoy. Cabía la posibilidad de intentar una mayoría alternativa al PP sustentada por todas las demás fuerzas en el Parlamento, todos los grupos de izquierda, independentistas catalanes y vascos y nacionalistas vascos. Ninguna de las personas que estuvieron en torno a Sánchez en aquel momento dicen que el secretario general hubiera contemplado desde el principio esa alternativa, pero esa era la solución que constantemente le ofrecía Pablo Iglesias.

Ante el riesgo de que Sánchez acabara accediendo a la invitación de Iglesias, Rubalcaba se anticipó con una de sus frases brillantes que definen de forma muy breve un concepto, el Gobierno Frankenstein, dos palabras que también sobrevivirán como resumen de una época. En una intervención durante los cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial, en junio de 2016, Rubalcaba soltó la siguiente perla: «Pablo Iglesias no puede seguir jugando con la gente y decir que hay posibilidad de un Gobierno de izquierdas cuando no es verdad. Lo que él propone no es un Gobierno de izquierdas, porque, que yo sepa, PNV y CDC no son de izquierdas y Esquerra es independentista. Eso no suma, sería una «investidura Frankenstein». Él tiene un partido variopinto, con independentistas, anticapitalistas y ecosocialistas; a él puede ser que no le choque hacer una investidura con independentistas, pero el PSOE no puede hacerlo». «El PSOE no puede hacerlo», dijo el ex secretario general. Aunque sus relaciones con Pedro Sánchez no habían sido fluidas desde el comienzo, ese fue el momento en el que la ruptura entre ambos se consumó. Rubalcaba estaba cerrando una vía de salida que Sánchez no había dicho que tuviera intención de tomar, pero que tampoco había descartado públicamente. Con esa intervención, Rubalcaba resumía y se sumaba a la posición adoptada por el Comité Federal ya en diciembre de 2015, donde una mayoría liderada por Susana Díaz había impuesto al secretario general la prohibición de negociar con Podemos y con independentistas.

En ese verano de 2016, Rubalcaba estaba ya plenamente implicado, aunque desde una posición lateral, en las gestiones para conseguir la abstención con el propósito de evitar unas terceras elecciones, que podrían haber sido funestas para el PSOE y para España. Estaba en contacto permanente con Felipe González, quien le informó sobre el artículo que iba a publicar en julio en El País respaldando la abstención con el propósito encubierto de ayudar a hacer más digerible el trago para Sánchez. El Partido Socialista «no debe ser un obstáculo para que haya un Gobierno minoritario», escribió el expresidente del Gobierno. (…)

LA LLAMADA Y EL GANADOR

DE LAS PRIMARIAS EN EL PSOE

En la tarde del domingo 21 de mayo, estaba yo en mi despacho del periódico cuando, antes de que se conocieran los resultados de las primarias, Rubalcaba me informó por teléfono de que Pedro Sánchez iba a ser el ganador. (…) No diré que Rubalcaba estaba sorprendido, pero sí impactado. Me habló en tono severo, algo apagado, que no podía ocultar su profunda preocupación.

«Vamos a construir el nuevo PSOE», declaró el vencedor, tras anunciarse unos resultados que le otorgaban más de la mitad de los votos depositados. La derrotada, Susana Díaz, se camufló durante unos meses en su paisaje andaluz antes de volver a la luz pública confesando su error al haberse opuesto a Sánchez y ofreciendo su amor y lealtad al nuevo líder. Precavido ante la posibilidad de un triunfo de Sánchez, el día antes Antonio Hernando había pedido a su secretaria en el Congreso, donde era portavoz del grupo, que le dejase encima de la mesa ocho o diez cajas de cartón para embalaje.

El día de la votación, poco después de emitir su voto, se fue con su mujer a seguir la jornada desde allí, desde su oficina. Antes de conocerse los resultados, recibió una llamada de Rodolfo Irago, portavoz del PSOE, para anticiparle que ganaba Sánchez. «Espérate cinco minutos y en cinco minutos pon un tuit diciendo que el portavoz del grupo parlamentario presenta su dimisión», le pidió. En ese tiempo, Hernando llamó a Javier Fernández, el presidente de la comisión gestora, para comunicarle su decisión antes de que se hiciera pública. Fernández lo entendió perfectamente y le expresó su apoyo. Hernando lo tenía todo previsto. Una semana antes había indagado discretamente con el gerente del grupo socialista acerca de un despachito situado en el semisótano del edificio que no se utilizaba. De modo que metió todas sus cosas en las cajas que su secretaria le había dejado preparadas y las trasladó esa misma noche a la pequeña oficina del piso inferior.

Cuando a la mañana siguiente acudió al trabajo, se encaminó ya directamente al refugio que se había encontrado en el sótano. No tenía intención de hablar con Pedro Sánchez, el hombre al que había aupado hasta lo más alto y al que abandonó después en medio de aquella vorágine en la que el PSOE cayó a partir de 2015. Dos días después, junto a su mujer, Hernando emprendió viaje a su tierra, Almería. A la altura de Bailén, sonó el teléfono y a través de él escuchó la voz de Juan Manuel Serrano, el jefe de Gabinete de Sánchez (actual presidente de Correos), para pedirle que acudiera a una reunión con el secretario general repuesto. Dejó a su mujer en el tren rumbo a Almería y él dio media vuelta en el coche hacia Ferraz, donde «un Pedro muy serio, muy frío, gélido, muy distinto al abrazo que luego me dio públicamente en el grupo parlamentario», le pidió que se quedara en el cargo hasta la celebración del congreso del partido, un mes después, cosa que Hernando cumplió. Ya nadie le llamó nunca más. (…) Con una excepción, Rubalcaba. Él sí le llamó y le siguió llamando después de vez en cuando para comer juntos en la plaza de Chamberí, siempre el mismo menú, siempre frugalmente, como cuando empezaron a tratarse y a compartir pinchos tras inagotables jornadas de trabajo en el Congreso 13 años atrás.

Ese fue el final de la carrera política del hombre que se inventó a Sánchez y también el final de la de Rubalcaba. Ahora sí, ya no quedaba espacio para más. Pedro Sánchez no contaba con él. Apenas contó en su primera etapa y menos aún iba a contar en esta segunda, cuando el secretario general reelecto ya no necesitaba a nadie. Además, en torno a Sánchez se había reunido, como explica Juan Moscoso, una curiosa coalición de viejos rencores en la que había bastante antirrubalcabismo. «Se sumaron Carmen Calvo, que odiaba a Susana Díaz porque la sacó de la lista de Córdoba para el Congreso, Odón Elorza (a quien Rubalcaba tuvo que frenar durante el proceso de abdicación del rey), se sumaron Tezanos y los guerristas rebotados con las ideas de Alfonso, Narbona, Borrell, todos los de la venganza histórica con Joaquín [Almunia], reapareció María Teresa Fernández de la Vega (que culpaba a Rubalcaba de su salida del Gobierno de Zapatero); en fin, Sánchez sumó a un ejército de agraviados individuales», opina Moscoso. Era evidente desde el principio que Rubalcaba no tenía un hueco ahí. No obstante, ocurrió en el camino una escaramuza que no se puede llamar intento de rescate pero que la nueva dirección del PSOE quiso presentar como tal.

En los meses previos a las municipales de mayo de 2019, el PSOE estaba buscando candidato para Madrid, una batalla claramente limitada al PP y a Más Madrid, con Manuela Carmena como cabeza de cartel. Las opciones de victoria del PSOE eran prácticamente nulas. Después de haber sondeado a varios posibles aspirantes, José Manuel Franco, el secretario general del PSOE de Madrid (actual delegado del Gobierno en esa comunidad autónoma), se puso en contacto con Rubalcaba para anticiparle que Sánchez quería ofrecerle el puesto.

Rubalcaba tenía plenamente tomada su decisión cuando acudió al despacho del secretario general a escuchar formalmente la propuesta. La respuesta fue negativa, aunque dejó un espacio para la reflexión posterior, más por elegancia que por dudas. Esa fue la última conversación que ambos mantuvieron. No fue ni tensa ni afectuosa, fue educada, correcta. Apenas trataron sobre los acontecimientos pasados y las diferencias existentes entre ellos, aunque Sánchez lamentó, con un vocabulario algo petulante, que Rubalcaba no hubiera sido capaz de ver en su momento los méritos de quien estaba allí sentado frente a él.

Rubalcaba no expresó una queja ni tuvo una palabra de más. Sabía que, con Sánchez en la cúspide del partido, su carrera política había acabado del todo y lo aceptó con comprensión y de buen grado. Las cosas entre ambos no habían funcionado bien desde el principio y ahora sólo correspondía desearle suerte al nuevo líder, por el bien del partido y por el bien de España. Para desgracia del PSOE y de nuestro país, esas discrepancias nunca pudieron ser resueltas. Lo intentaron algunos.

Pero nos vamos a limitar aquí a mencionar el caso de Miquel Iceta para escoger a uno sin cuentas pendientes con Sánchez; al contrario, alguien que se puso muy pronto a su lado y sigue siendo uno de sus principales pilares políticos. Iceta cuenta que fue imposible torcer el brazo de Sánchez para que hablara con Rubalcaba, que no existía química entre ambos. «Rubalcaba pensaba que Sánchez no era un socialista, un socialdemócrata. No. Lo tenía por un radical de izquierdas», manifiesta el dirigente catalán. Sánchez, por su parte, desconfiaba de las intenciones de Rubalcaba y prefería mantenerlo a distancia. Iceta confiesa que consultaba constantemente con Rubalcaba sin que Sánchez lo supiera. (…)

DECEPCIONADO CON VARIOS GESTOS

No tiene mucho sentido a estas alturas retroceder a lo que Rubalcaba pensaba sobre Sánchez. Sufrió en silencio la decepción por algunos gestos personales que le dolieron. Como el perjuicio causado a algunos amigos personales de indudable talento que fueron eliminados de las listas electorales. O haber sido excluido de un debate nacional organizado por el PSOE sobre una nueva ley de educación, asunto en el que seguía siendo la máxima autoridad del partido. O, más aún, la decepción por detalles tan simples como el de que no se hubiera atendido la petición que él mismo hizo a Isabel Celaá para que ayudase con un trabajo a su secretaria de toda la vida, Margarita del Álamo; nunca tuvo respuesta. Pero soportó todo eso con la resignación de quien sabía que sus años de influencia habían pasado y la serenidad de quien conocía muy bien los rigores de la política. (….)

Al margen de los debates superficiales y el aprovechamiento oportunista de sus palabras, hay mucha luz que Rubalcaba puede aún proyectar sobre nuestro presente y nuestro futuro. En ese sentido, quien más sufrió por la incompatibilidad de Sánchez con Rubalcaba fue nuestro país. Imaginemos a Rubalcaba como presidente del Congreso, por ejemplo, tratando de generar allí un debate medianamente provechoso. ¿Qué otro podría haber cumplido una labor así con mejores atributos?

La política española no debió permitirse el lujo de prescindir de Rubalcaba cuando lo hizo. El PSOE no debió permitírselo. Rubalcaba estaba cansado y, aunque seguramente hubiera atendido a una invitación para regresar en las condiciones adecuadas, tampoco lamentó gran cosa haberse quedado fuera. Era un animal político y es probable que hubiera caído de nuevo en el barro de la política a la primera oportunidad real, pero, al mismo tiempo, tenía a mano una alternativa con la que también disfrutaba: el aula, la bata blanca del investigador, la academia, su clase de Química Orgánica I en la Universidad Complutense.

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LA ÚLTIMA CONVER-SACIÓN

La última conversación entre Sánchez y Rubalcaba tuvo lugar en los meses previos a las municipales de mayo de 2019, cuando Sánchez le ofreció ser cabeza de cartel en la Comunidad de Madrid. La cita «no fue ni tensa ni afectuosa, fue educada, correcta», «aunque Sánchez lamentó, con un vocabulario algo petulante, que Rubalcaba no hubiera sido capaz de ver en su momento los méritos de quien estaba allí sentado frente a él».

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Antonio Caño, periodista y ex director de El País, publica «Rubalcaba, un político de verdad» (editorial Plaza & Janés) el próximo jueves

29 Noviembre 2020

"Sánchez es un punto y final en la historia del PSOE"

Jorge Bustos

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Pregunta.- El velatorio de Rubalcaba fue casi un acontecimiento popular. Pero sus últimos meses fueron amargos en lo político…

Respuesta.- Su vida personal fue rica y feliz, pero en toda su vida política hay algo de tragedia. Hay muchas derrotas en sus apuestas. Llegó a secretario general, pero en condiciones muy difíciles. Y también fue así su final: triste. Su despedida fue muy elegante pero no le sucedieron los suyos. Los suyos sufrieron una purga. La decisión de abandonar del todo la política y recluirse en la universidad contribuyó a que fuera recordado de manera generosa entre los ciudadanos.

P.- Allí estaban los Reyes, los eméritos y los actuales. Devolviéndole el último gran servicio que prestó al Estado, y lo prestó contra su interés partidista.

R.- Sí, fue su última gran contribución, sacrificando sus propios intereses. El tenía decidida la dimisión de la secretaría general tras el fiasco en las europeas, pero condicionó ese calendario a la organización de la abdicación. Dedicó más fuerzas a eso que a la transición en el partido, que por eso no salió del todo bien. Siempre que tenía que elegir, Rubalcaba anteponía el Estado, después el partido y en último lugar él. Con esa norma actuó toda su vida.

P.- Sánchez declinó participar en este libro pero sí fue al velatorio. Los rubalcabistas critican su oportunismo.

R.- No sé por qué Sánchez no ha querido participar. Quiero pensar que está muy ocupado, tiene otras prioridades y no lo ha considerado oportuno. No estaba obligado ni yo se lo reprocho.

P.- A Rubalcaba siempre le acompañó un aura de maquiavelismo pero en tu libro sale retratado a menudo como un sentimental.

R.- Esa imagen distorsionada fue creada por la derecha, para la que durante mucho tiempo Alfredo fue su objetivo preferido. El PP no le perdona su contribución a la derrota en las elecciones de 2011. El PP las tenía ganadas y el vuelco se produce tras el atentado del 11-M, como consecuencia de los errores que el PP había cometido en la gestión de esa crisis. A partir de ahí se crea un mito de Rubalcaba como alguien que actúa desde las cloacas y mueve los hilos en la sombra.

P.- ¿No los movía?

R.- Bueno, era un político influyente. No era un santo. Se fajaba, y cuando era necesario actuar con contundencia lo hacía. Conocía las reglas de la política, sabía que a veces incluyen el juego sucio y no rehuía ningún terreno. Pero esa imagen maquiavélica no se correspondía con la realidad: le gustaba la otra política, y en lo personal era un hombre muy sentimental, con gran sentido de la amistad, entregado a sus familiares. Disfrutaba con cosas modestas, casi infantiles, como las luces navideñas y con los cumpleaños. Lo que ocurre es que vivió una época en que el marketing político no era tan importante y jamás se preocupó por trabajarse una imagen que compensara la que el PP había establecido de él. Por eso poca gente conoció al verdadero Rubalcaba: tierno, amable y generoso.

P.- Su participación en los tres días de vértigo tras el 11-M fue decisiva.

R.- Yo tengo la plena convicción de que no tuvo nada que ver con el famoso «pásalo» para rodear las sedes del PP. Varios testigos que estuvieron a su lado en cada momento de esos días me cuentan que se sorprendió del inicio de esa campaña e intentó que ni el PSOE como institución ni ningún socialista relevante se sumara a eso. Además, no me encaja en su manera de entender el juego político.

P.- Pero no salió a condenar aquellos escraches…

R.- Este es el único punto en que cabe cierta controversia: que él no saliera públicamente a condenarlo. Pero en aquellas horas tensas y difíciles se le pedía al PSOE que saliera a condenar algo sobre lo que no tenía ninguna responsabilidad. Automáticamente se habría colocado en el punto de mira y habría parecido culpable. ¿Era un fenómeno espontáneo? Relativamente: es verdad que luego se ha descubierto la implicación de personas a la izquierda del PSOE, el propio Pablo Iglesias ha presumido de esas movilizaciones. Admito que esto es discutible, pero Rubalcaba decidió salir únicamente después de que saliera Rajoy, que vio que estaba perdiendo las elecciones en esas horas y quiso desviar al acoso a las sedes un debate que en ese momento estaba centrado en que el Gobierno había confundido a la sociedad sobre la autoría del atentado. Rubalcaba ahí se encendió: pensó que no podía permitir que el PP se presentase encima como la víctima.

P.- ¿No sabía más cosas que el entonces ministro?

R.- El ministro sabía como mínimo lo mismo que Rubalcaba. Que tenía fuentes en la Policía, pero las compartía con el ministro: nadie le dijo al Gobierno algo distinto que a Rubalcaba. No manejaba información secreta: era la misma que estaban dando ya los medios. Dezcallar, jefe del CNI, le dijo al Gobierno que su impresión era que había sido el terrorismo islámico, y desde que se lo dijo quedó apartado de la investigación. Lo mismo dijeron los servicios de inteligencia extranjeros. El Gobierno podría haber adoptado una posición neutral, comunicar que todas las líneas de investigación se mantenían abiertas, que no se descartaba nada, pero insistió en que era ETA. El día de las elecciones, EL MUNDO publica una entrevista a Rajoy donde afirma que ha sido ETA. Aquí no hay pruebas, pero mi convicción, tras hablar con muchos protagonistas, es que Alfredo se condujo honradamente en aquel episodio.

P.- El fin de ETA fue la obra de su vida. Nunca quiso blanquear a Otegi ni reunirse con él. No sé qué pensaría de su incorporación a «la dirección del Estado».

P.- Cuando él asume la gestión del fin de ETA, el primer pensamiento que comunicó a sus colaboradores fue: «Tenemos que acabar con los restos del franquismo». «¿A qué te refieres?», le preguntaron. «A acabar con ETA. Una vez que acabemos con la banda seremos una democracia europea más». Sobre esa idea construyó su estrategia. Él usó a Otegi para dividirlos. De Otegi tenía una opinión pésima, le despreciaba. Jamás le reconoció ningún mérito en el final de ETA.

P.- Zapatero sí lo hizo. Le llamó «hombre de paz».

R.- Sí, y chocaron en ese y en otros momentos del proceso. Rubalcaba se llevó a la tumba gran parte de los secretos de la negociación con ETA. Pero hasta el final sostuvo que Otegi siempre estuvo a las órdenes de los de las pistolas: siempre. Sólo cambió de estrategia cuando no le quedó más remedio.

P.- El papel de Rubalcaba contra la deriva rupturista del nacionalismo fue clave en dos momentos: el plan Ibarretxe y el Estatut.

P.- El famoso cepillado del Estatut no lo hizo Alfonso Guerra: ¡lo hizo Rubalcaba! Con la complicidad de Guerra, claro. Habían sido adversarios en el felipismo, pero cuando hubo que plantar cara al nacionalismo catalán trabajaron juntos. Y los socialistas catalanes sabían que era Rubalcaba quien estaba haciendo un trabajo en Madrid difícil de asumir por el nacionalismo.

P.- Su relación con el PSC fue siempre complicada…

R.- Sí. Valoraba mucho a los militantes porque sabía lo difícil que era ser socialista en Cataluña. Viajaba mucho allí, se entrevistaba con alcaldes y concejales. Pero la dirección política del PSC fue su tremendo quebradero de cabeza. En su etapa como secretario general fue una tortura constante.

P.- Hasta el punto de su rivalidad con Chacón. ¿Decide presentarse contra ella porque era del PSC?

R.- He llegado a la conclusión de que sí. No digo que hiciera un esfuerzo en contra de su voluntad: ser secretario general es la lógica culminación de una carrera política. Pero después del revés electoral, aunque su corazón le pedía presentarse, su cerebro le decía que no. Si al final lo hizo fue porque dejar el partido en manos del PSC le parecía como dejar que la rama se apoderase del árbol. Y luego personalmente pensaba que Carme Chacón y las personas que la rodeaban suponían un riesgo para el partido.

P.- El 15-M le sorprende como ministro del Interior. ¿Vio qué se fraguaba allí?

R.- Fue un momento muy delicado. En aquel momento se veía como algo liberador, transformador, protagonizado por jóvenes que por fin se implicaban en política, en los problemas de la nación. Entonces solo se veía la parte más florida de un movimiento que con el tiempo se demostró que escondía otras intenciones. El 15-M, aunque se declarase transversal, se dirigía contra la izquierda. Pretendía acabar con el PSOE: identificarlo con la derecha y establecer la necesidad de una nueva izquierda. Luego llegaría Podemos con su intento de sorpasso, pero ya entonces hizo mucho daño a Rubalcaba como candidato. Para un partido de izquierdas es más difícil defenderse de los ataques desde su izquierda que de la derecha. Y esos ataques lograron confundir a los votantes del PSOE, los mantuvo confundidos y probablemente los mantiene aún confundidos.

P.- Su relación con el PP también es ambivalente. Era su bestia negra, pero a la vez buscó consensos en temas de Estado. Hasta que estalla el caso Faisán.

P.- La mejor prueba de que en la negociación con ETA no se pagó un precio político es que el propio PP acabó reconociéndolo así. ETA empezó pidiendo Navarra, el referéndum y los presos. Y de eso nada se concedió. Rubalcaba siempre lo tuvo claro. En medio de eso se produce el asunto del Faisán. Aquello fue una complicación del proceso en la que intervienen servicios secretos y fuerzas y cuerpos de seguridad, cada cual tiene a unos trabajando. Ahí el misterio es si el ministro del Interior sabía que se iba a producir el chivatazo. No lo descarto, pero no lo sé. La siguiente pregunta es si el Faisán tuvo consecuencias, si impidió que se detuviese a determinados etarras. Y la respuesta es que no: no fueron detenidos entonces, pero sí unos días después.

P.- Su ceguera en los asuntos orgánicos es una constante. Apuesta por Almunia y gana Borrell. Por Bono y gana Zapatero. Por Madina y gana Sánchez. Por Susana y vuelve a ganar Sánchez.

R.- Toda la visión que le sobraba para la política de Estado le faltaba para la política orgánica. No le interesaba, le parecía un mundo menor y mediocre. No le dedicó los esfuerzos suficientes. Su mayor error fue no preparar su sucesión adecuadamente. Se parapetó en la neutralidad del secretario general y observó los acontecimientos con demasiada distancia, lo que dio lugar a un proceso interno que llevó al partido al desgarro.

UN SUICIDIO

P.- Verano de 2016: cambia su actitud hacia Sánchez.

R.- En su mejor escuela, Sánchez hizo una apuesta completamente absurda, disparatada: un congreso ordinario un mes antes de las elecciones en que el PSOE fuera forzado a elegir entre el no es no o la abstención ante Rajoy. Un suicidio. Los de la ejecutiva se vieron obligados a intervenir para evitar esa situación límite que solo podía perjudicar al partido y a España. Y los acontecimientos se precipitan en un sentido muy feo, del que Rubalcaba no estaba satisfecho. Pero no había otra manera. O aceptaban el juego al que les llevaba Sánchez o interrumpían bruscamente su mandato como secretario general. Sánchez les había dejado sin opción buena.

P.- Javier Fernández delegó en la práctica la gestora en Rubalcaba, así que él fue también responsable del retorno de Sánchez.

P.- Él sí veía el riesgo del regreso de Sánchez, acumulando combustible para explotar en su favor el instinto de las bases. Percibía el ambiente populista, asambleario, que estaba imponiéndose. Y además desconfiaba de la candidata a la que estaba apoyando. Susana no era la candidata favorita de ninguno, pero era la que había.

P.- ¿Cómo fue su relación con los medios, y en concreto con El País? ¿Cómo se tomó, por ejemplo, vuestro histórico editorial calificando a Sánchez de «insensato sin escrúpulos»?

R.- Él no tuvo nada que ver con ese editorial. Me dijo: «Cuando lo he leído casi me caigo de la silla. Te has pasado». Y yo le dije: «Alfredo, igual que vosotros estáis en una situación límite, también lo está España como consecuencia de la situación en el PSOE. Creo que Sánchez nos lleva a todos a una situación límite. Y siendo El País un periódico que se dirige a muchos votantes socialistas, tiene que actuar con energía en este momento, como lo hace ante el intento independentista en Cataluña». Respetó mi punto de vista, pero él siempre intentó que el periódico rebajara la crítica en el conflicto interno del PSOE.

P.- Él vivió con dolor su expulsión del consejo editorial de El País. ¿Está relacionada la llegada al poder de Sánchez con el cambio en la línea editorial y el relevo de tu equipo directivo?

R.- A Alfredo le llamaron por teléfono para decirle que el comité editorial como tal se disolvía. No es que fuera expulsado. Esa es una decisión, al menos formalmente, separada de las que el periódico tomó conmigo y con mi equipo, que fue directamente despedido. La dirección del diario les convocó y les dijo que no contaba con ellos y que hablaran con personal. Ninguno recibió una explicación. Fue muy doloroso para mí, para ellos y para Alfredo. Era mi amigo y sentía un vínculo afectivo por El País, su periódico durante 30 años, lo había defendido en circunstancias muy difíciles. Sentía que irse de El País era otro final de su vida política, otro revés en su carrera.

P.- Describes al grupo que aupó a Sánchez como una coalición de rencores, gente con cuentas pendientes que vieron en Sánchez la oportunidad de resarcirse.

R.- Mucha gente recuerda ese editorial que has citado, pero hubo muchos otros anteriores apoyando a Sánchez. Yo tuve una relación personal buena con Sánchez durante un tiempo. Lo que ocurre es que hay dos Sánchez. Hay muchos, pero al menos dos: el que llegó al partido, que era uno aparentemente centrista, procedente del ala liberal del PSOE -que es como se me presentó-; y luego está el que regresa a Ferraz, que es otro, que juega una baza supuestamente de izquierdas, una izquierda alternativa que cuestiona valores que él mismo había defendido. Son las decisiones últimas de Sánchez las que provocan la reacción crítica de El País. Yo dejé la dirección porque así lo decidió la empresa. No conozco la implicación de Sánchez o si tuvo algo que ver en esa decisión. Sí es un hecho que desde que él está donde está, yo no estoy en la dirección de El País.

P.- Escribes que con la muerte de Rubalcaba mueren también la Transición y una idea del PSOE, en el fondo y en las formas.

R.- Pedro Sánchez no es un factor de continuidad en el PSOE. Él supone -y creo que es su voluntad que sea así- un punto y aparte en la historia del PSOE.

P.- ¿Un punto y aparte o un punto y final?

R.- Sí, está bien considerado. El PSOE sigue llamándose PSOE, pero probablemente Sánchez tenga más de punto y final. Probablemente acabe siéndolo. Nada de lo que se ha hecho antes le vale. Él se ha creado la falsa imagen de que ha devuelto al PSOE al campo de la izquierda, del que alguien lo sacó alguna vez. No, no. El PSOE ha estado siempre en la izquierda, pero la izquierda solidaria, por el progreso, la igualdad, la justicia. La del PSOE es la izquierda antinacionalista y antiidentitaria que está por los ciudadanos, no por las identidades. Sánchez viene a destruir ese concepto y a imponer otro, populista e identitario, donde cuenta más un nacionalista por nacionalista que por ciudadano. Y eso no es la izquierda que el socialismo ha desarrollado en España. Como mínimo, Sánchez intenta una refundación. El PSOE se hizo socialdemócrata de la mano de Felipe González y yo no sé lo que Sánchez quiere hacer con él, pero desde luego es un partido mucho más personalista, mucho más caudillista, donde los órganos de la ejecutiva apenas cuentan. Las decisiones se toman entre Pedro Sánchez e Iván Redondo y los demás las aceptan, si acaso con algunas pequeñas voces disidentes, pero las aceptan y punto. El PSOE siempre fue un partido difícil de dirigir porque tenía mucha contestación, Felipe perdía muchas votaciones internas. Y esa pluralidad de voces y de corrientes -¡Solchaga tenía que convivir con Guerra, y viceversa!- resultaba al final muy enriquecedora para la democracia española. Y esa aportación está en peligro en este momento.

RELEVO EN LA CORONA «DEDICÓ MÁS FUERZAS A ESO QUE AL PARTIDO. SIEMPRE ANTEPUSO EL ESTADO». 11-M «NO TUVO NADA QUE VER CON EL ‘PÁSALO’ PARA RODEAR LAS SEDES DEL PP».

EL FIN DE ETA «JAMÁS LE RECONOCIÓ A OTEGI NINGÚN MÉRITO: SOSTUVO QUE OTEGI ESTUVO SIEMPRE AL SERVICIO DE LAS PISTOLAS Y CAMBIÓ PORQUE NO TUVO MÁS REMEDIO». ESTATUT «EL FAMOSO ‘CEPILLADO’ NO LO HIZO GUERRA: ¡LO HIZO RUBALCABA!». CARME CHACÓN «SE PRESENTÓ CONTRA ELLA PARA NO DEJAR EL PSOE EN MANOS DEL PSC». ‘EL PAÍS’ «EL HECHO

ES QUE DESDE QUE SÁNCHEZ ESTÁ DONDE ESTÁ, YO NO ESTOY EN LA DIRECCIÓN DE ‘EL PAÍS’». SÁNCHEZ «VIENE A DESTRUIR EL PARTIDO Y A IMPONER OTRO, POPULISTA E IDENTITARIO».

04 Diciembre 2020

Rubalcaba

Fernando Palmero

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VINO aquí el ex director de El País a decirle a los lectores de EL MUNDO quién era realmente Alfredo Pérez Rubalcaba. Que la verdad sobre el personaje (que encarnaría las virtudes «trágicas» del abnegado estadista, que «siempre que tenía que elegir, anteponía el Estado, después el partido y en último lugar él») está en Rubalcaba: un político de verdad (Plaza & Janés), un libro que él mismo, Antonio Caño, acaba de publicar. En realidad, se trata de una excesiva hagiografía en fondo y forma para exaltar sin matices a uno de los políticos que mejor encarnó todo lo que de siniestro y disolvente para la nación tuvo y tiene el felipismo. Por culpa de una campaña de desprestigio del PP, dijo aquí Caño el domingo, «poca gente conoció al verdadero Rubalcaba: tierno, amable y generoso». Una verdad, por tanto, que EL MUNDO habría estado ocultando a sus lectores durante décadas.

Esto es, la LRU, aprobada en 1983 por el primer Gobierno de Felipe González, siendo Rubalcaba director del Gabinete Técnico de la Secretaría de Estado de Universidades, no es la ley mediante la cual consiguieron plaza universitaria profesores progresistas sin tener que pasar por una oposición; la Logse, elaborada en 1990 por la Secretaría de Estado que ostentaba Rubalcaba, no es la norma que marca el declive de la Educación en España, sino un modelo de equidad democrática que ha servido de inspiración a la Ley Celaá; el GAL -cuyos orígenes negó siempre El País, en línea con lo que Rubalcaba defendía como portavoz del último Gobierno de Felipe González- no fue terrorismo de Estado; los días que siguieron al 11-M, Rubalcaba fue leal al Gobierno de Aznar y no tuvo nada que ver con el pásalo que acosó, criminalizó e hizo responsable al PP del atentado yihadista; del Faisán -el chivatazo a ETA para abortar una operación policial- nada sabía Rubalcaba, entonces ministro del Interior de Zapatero; y el final de la banda terrorista fue un éxito democrático, no una negociación iniciada a espaldas de la ciudadanía y cerrada con concesiones políticas a los asesinos, de la que ahora saca partido Otegi. Y el PNV.

Pero lo más sorprendente es que Caño quiera establecer una discontinuidad entre el sanchismo y el felipismo. Porque aquél es consecuencia de éste. Y de la misma forma que Rubalcaba garantizaba que Zapatero (ley de Memoria Histórica incluida) no se apartara del camino marcado por Felipe González y Alfonso Guerra, Margarita Robles -secretaria de Estado de Interior junto al ministro Belloch, el del caso Roldán- da hoy, con su presencia en el Consejo de Ministros, legitimidad felipista a Sánchez. Ayer Rubalcaba, como ahora Robles, son los últimos albaceas de aquel PSOE. Que es éste.