11 septiembre 1973

El presidente elegido democráticamente se suicidó sitiado por los rebeldes y sometido a bombardeos

El presidente de Chile, Salvador Allende, derrocado en un Golpe de Estado que instaura la dictadura del General Pinochet

Hechos

  • El 11 de septiembre de 1973 el Ejército Chileno dio un Golpe de Estado contra el Presidente, Sálvador Allende (que se suicidó durante el mismo) y tomó el poder con el apoyo de los partidos políticos de la derecha.

Lecturas

El mandato de Salvador Allende como presidente de Chile, iniciado tras las ajustadas elecciones de 1970 y tras tres turbulentos años ha acabado abruptamente.

ALLENDE SE SUICIDÓ TRAS DEFENDER EL PALACIO CON METRALLETA

salvador_allende_metralleta Antes de suicidarse, D. Salvador Allende trató de defender el palacio de la moneda, metralleta en mano.

LA NUEVA JUNTA MILITAR EN EL PODER DE CHILE

La nueva Junta Militar que gobernará Chile está formada por el general Augusto Pinochet (que asumirá el cargo de Presidente de la República), el almirante José Toribio Merino (comandante en jefe de la Marina),  el general Gustavo Leigh (de la Aviación) y el general César Mendoza(de los Carabineros, la policía chilena).

LA DEMOCRACIA-CRISTIANA CHILENA SE SUMA AL APOYO A PINOCHET

Uno de los partidos políticos más importantes de Chile, la Democracia Cristiana de Frei y Aywin, hizo público su apoyo al Golpe de Estado contra el Gobierno de Salvador Allende, pese a que el establecimiento de una dictadura supone la suspensión de actividades de los partidos políticos. Analistas creen que el apoyo de la Democracia Cristiana es porque esperan que los militares les entregarán el poder, cosa que no parece estar en los planes de Pinochet.

DIVISIÓN EN LA PRENSA ESPAÑOLA: EL ABC CELEBRA EL GOLPE, MIENTRAS QUE EL DIARIO PUEBLO LO LAMENTA

El Golpe de Estado en Chile del general Augusto Pinochet es respaldado por las portadas del diario ABC de D. Torcuato Luca de Tena Brunet, con D. Luis María Anson Oliart como Subdirector, y las crónicas de Luis Calvo Andaluz, así como por el columnista de El Alcázar  D. Rafael García Serrano. Esos apoyos son criticados desde el diario Pueblo de D. Emilio Romero Gómez por un editorialista que firma como ‘Ciudadano’. El ABC no responderá a Pueblo, sí lo hará D. Rafael García Serrano. El periódico de los socialistas exiliados en Francia, Le Nouveau Socialiste, vinculará la posición de ABC con intereses en empresas de plomo y cobre de Chile de D. Juan Ignacio Luca de Tena García de Torres, padre del director del periódico.

 La reacciones en la prensa española fueron dispares. El diario ABC dirigido por D. Torcuato Luca de Tena fue uno de los periódicos que de manera más entusiasta apoyó el golpe del general Pinochet contra Allende, asegurando que el ejército chileno había salvado al país del marxismo. El propio Sr. Luca de Tena y su corresponsal D. Luis Calvo Andaluz, pusieron sus plumas al servicio de la causa.

En el lado contrario el diario PUEBLO de D. Emilio Romero que, a través de sus editoriales firmados por ‘Ciudadano’ defendió que D. Salvador Allende en ningún momento había incumplido la ley ni se había saltado la constitución legal del país. El diario PUEBLO afeó la conducta del diario ABC y también la del columnista de EL ALCÁZAR, D. Rafael García Serrano, que llegó a comparar al gobierno de Allende con el gobierno del Frente Popular español de 1936 para justificar el golpe pinochetista.

También la revista democristiana española CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO  sufrió una crisis. La Democracia Cristiana internacional decidió respaldar el golpe pinochetista, que tenía en la Democracia Cristiana chilena uno de los principales instigadores del derrocamiento de Allende, pero la dirección de la revista, controlada por un sector más izquierdoso de la Democracia Cristiana española de D. Joaquín Ruiz Giménez y D. Pedro Altares optó por condenar el golpe, causando que varios miembros de la publicación fieles a sus colegas chilenos abandonaran la dirección.

EL PERIÓDICO DE LOS SOCIALISTAS ESPAÑOLES EXILIADOS EN FRANCIA CARGA CONTRA EL ABC

socialiste_chile El periódico Le Nouveau Socialiste editado en francia por socialistas exiliados.

12 Septiembre 1973

Cae Allende

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena)

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Contra el caos creciente, contra la vía al socialismo de Allende que ha arruinado al pueblo chileno, contra la amenaza de una dictadura marxista, contra el desastre absoluto social, económico y político del país; en defensa de la paz, del orden, de la ley, de la libertad, de las conquistas sociales de los trabajadores, del diálogo y la convivencia normales se ha alzado el Ejército de Chile, columna vertebral de la nación y única posibilidad de salvación hoy, para el entrañable país hermano, merecedor de mejor suerte. Ojalá que los militares, una vez cumplida su misión quirúrguica de urgencia, devuelvan a Chile al normal ejercicio de la democracia dentro de las líneas constitucionales de aquel Estado hispanoamericano.

13 Septiembre 1973

Caos y buena fe

Torcuato Luca de Tena

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No hace todavía tres años (y la brevedad del tiempo transcurrido desde entonces es alzamente significativa) el ministro de Obras Públicas español fue designado embajador extraordinario para la toma de posesión del presidente electo de Chile, don Salvador Allende Gossens.

Fuimos amablemente requeridos por el Sr. Fernández de la Mora para formar parte de aquella delegación el hoy embajador de España ante la UNESCO, señor Pérez Hernández y yo.

Con este motivo tuve ocasión de estrechar la mano del mandatario saliente, don Eduardo Frei, antiguo profesor mío de Derecho del Trabajo en la Universidad Católica de Santiago – cuyo papel en la futura política chilena es uno de los enigmas más interesantes que tiene hoy planteados ese país – y de cumplimentar al nuevo presidente, don Salvador Allende Gossens, primer político marxista de la Historia que alcanzó el mando supremo por las vías electorales de una democracia parlamentaria.

Bajo el título genérico de ‘Chile, entre el pánico y la esperanza’ publiqué al regresar a España, tres artículos. EL primero ‘Tendeum en la catedral’, mereció la atención del nuevo jefe del Estado, quien me escribió la carta cuya fotocopia incluyo a continuación.

He leído su artículo sobre el TE Deum que se ofició en la Catedral el día en que asumí el mando supremo. Sentí entre sus líneas la emoción con que Ud. Había vuleto a esta tierra donde pasó su adolescencia y creí encontrar en ellas la misma sincera objetividad con que su ilustre padre, como representante de España, supo vivir y comprender otra etapa crucial de nuestra historia: la del Presidente Aguirre Cerda.

Nos dice Ud. Que seguirá escribiendo sobre nuestro procedimiento político, que Ud. Ubica “entre el pánico y la esperanza”. Quiero que Ud. Sepa que, si observó entre nosotros la exteorización de ambos sentimientos, el único real es el segundo. Es el que prevalece en las grandes mayorías y el que inspirará mi acción de gobernante. Es el que nos anuncia un futuro mejor.

Agradeciéndole la preocupación que le merecen las cosas de Chile, reciba Ud. El muy cordial saludo de su afectísimo.

Salvador Allende.

Leída a la luz de los últimos acontecimientos – destrozado el cráneo del autor de esta carta por un pistoletazo; no apagados todavía los incendios producidos por el bombardeo del Palacio de la moneda, la joya chilena más pura de la arquitectura colonial – o puede uno menos que sentirse estremecido.

Salvador Allende: he aquí un hombre de buena fe al servicio del caos.

El fracaso de su política es uno de los más espectaculares que se hayan producido en país alguno en tiempos de paz. Y, no obstante, era un hombre bueno, instruido y profundamente respetado, incluso por sus rivales políticos, cuando alcanzó la más alta magistratura de la nación. ¿Cómo pudo ser eso?

Apenas cristalizó el triunfo del equipo polícico que encabezaba Allende, el comunista Luis Flores Boyarzún, dirigente de los Sindicatos mineros de Concepción, exclamó: “¡Hemos conquistado el Poder, y no vamos a soltarlo nunca!”

La copa no estaba tan clara como predecía el jefe minero. El periodo presidencial de Allende debía concluir en septiembre de 1976. Mas apenas hubo tomado posesión de su mando, yo escribí en estas mismas columnas (ABC, 14-9-1970): “El único, el inquietante, el terrible dilema es éste: ¿Habrá elecciones presidenciales en Chile en septiembre de 1976?”.

No. La cosa no estaba clara. La opinión antimarxista había obtenido en Chile el 62,7% e lo votos electorales.

La opinión marxista obtuvo el 36,3, Allende, representante de un tercio escaso del país ha gobernado en contra de los dos tercios del mismo. Antes que hombre de Gobierno, se comportó como hombre de partido. Bartolomé Mostaza cita esa frase espectacular de Allende en el YA de ayer: “Soy marxista antes que presidente”.

Los ocho años de Gobierno de la coalición denominada Unidad Popular que él presidió han conducido al país en menos de tres años – entre huelgas, atentados, nacionalizaciones y ocupaciones ilegales de propiedades – a la ruina económica, a la inflación más delirante y a la desesperación. Al tiempo que se derrumbaba la moneda se desplomaba también la autoridad. Enfrentado con el Parlamento, el presidente Allende tuvo que sufrir la humillación de que por tres veces – y en sólo un año – la Cámara privase de sus funciones a otros tantos de sus ministros: a José Toha, titular de la Carterade Interior en enero de 1972; a Hernán del Canto, jefe de idéntico departamento en julio, a Orlando Millas, ministro de Hacienda, en diciembre. Sólo con el primero se permitió Allende en un rasgo de autoritarismo, ya no de autoridad. Al ser depuesto del Departamento del Interior, Allende designó a José Toha ministro de Defensa. No pudo el presidente mantener su criterio. Reunido el Senado, en sesión extraordinaria, y en uso de sus facultades, declaró anticonstitucional la medida del presidente de la República. Nueva humillación: el supremo mandatario del país hubo de firmar el cese del recién nombrado ministro de Defensa.

Para entender la tensión política que suponían estas batallas entre el Ejecutivo y el Legislativo (en las que las Cámaras salieron siempre vencedoras contra la Jefatura del Estado) conviene recordar el por qué de estas destituciones. No se trataba de argucias políticas de la oposición contra el equpo gobernante, por el hecho de entorpecer su labor, sino que tenían una más honda y grave trascendencia. Masas de gentes, aparentemente incontroladas, se habían dedicado a  la ocupación ilegal y violenta de los fundos agríiculos, desplazando a sus poropietarios y a cuantos les fueran leales. Una de las causas de la vertiginosa escasez a que se vio sometido el país fue esta: los ocupantes de las tierras no se dedicaron a cultivarlas racionalmente para obtener un rentidimiento sino que simplemente las usurparon a sus dueños evitando que estas las explotaran. Existe en Chile una ‘Ley contra la ocupación de tierras e industrias’ que el Gobierno no aplocaba. ¿Cómo iba a aplicarla, si aquellas masas estaban en realidad dirigidas por activistas políticos que procedían de las mismas filas de los partidos que gobernaban? Las destituciones realizadas por el Parlamento no fueron por excesos de poder de los ministros del Interior al frente de sus departamentos, sino por defecto en el ejercicio de sus funciones: por lenidad en hacer cumplir una disposición de tierras ajenas. (Ocupación, de otra parte, inspirada, alentada, ofrecida por el equipo gobernante durante la campaña electoral que precedió a su acceso al poder).

Salvador Allende, incapaz de reducir a la legalidad a las fuerzas de izquierda que le dieron el triunfo; impotente para imponerse a la oposición del centro y la derecha, que dominaba el Parlamento; burgués por nacimiento y modo y medio de vida, demagogo hasta el paroxismo en el uso de una oratoria muy particular (malévola y elegante, culta y mordaz); cortés y educado con las personas; tribuno de la plebe con las masas, sin hombres de talla a su lado de los que echar mano, imbuido por utopías marxistas, frenando por candores demoliberales, jamás gobernó.. No le ha dejado la oposición, habilísima en su labor obstructora, no le han dejado sus corregionarios, torpísimos y zafios en las responsabilidades del mando. Antes bien, ha sido víctima de un hado cruel que le ha utilizado como juguete en el momento justo y el lugar propicio para acabar con su vida.

¡Triste sino para un hombre honesto que amaba fervientemente a su patria y equivocó el camino para servirla!

Torcuato Luca de Tena y Brunet

 

13 Septiembre 1973

Ha muerto una Esperanza

Ciudadano (Director: Emilio Romero)

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Se puede estar a favor o en contra de una realidad política determinada; lo que no debe hacerse jamás es desfigurar esa realidad según unos deseos que por fin se ven satisfechos. En su edición de ayer, el diario ABC lanzaba al vuelo las campanadas, incapaz de disimular su gozo por el derrocamiento del presidente legítimo y constitucional de Chile, Salvador Allende. En el breve pie de foto que presidía su portada, ABC contemplaba el golpe de Estado de los militares chilenos como una cirugía necesaria ‘contra el caos creciente… en defensa de la paz, del orden, de la ley, de la libertad, de las conquistas sociales de los trabajadores, del diálogo y la convivencia normales…”. Más adelante añadía – paradójicamente – que ‘ojalá los militares, una vez cumplida su misión quirúrgica de urgencia, devuelvan a Chile al normal ejercicio de la democracia dentro de las líneas constitucionales de aquel Estado hispanoamericano”. Pensamos que conviene ejercer una actitud de objetividad respecto al caso chileno y respecto a la figura personal de Allende, que se ha ganado el derecho irreversible a ser respetado a un precio muy alto.

El Gobierno de Salvador Allende ha cometido errores, de eso no hay duda alguna. La mejor prueba es su derrocamiento, suceso último, que ni la política ni la Historia perdonan ni disculpan. Pero de lo que no cabe hacerse cuestión es de que Allende encarnó hasta su último minuto la legalidad constitucional, el respeto a la libertad y a las instituciones, y a la ley. Otros han sido los que han quebrado este respeto, no Allende, que lo llevó hasta sus últimas consecuencias biográficas y políticas. La legitimidad democrática no ha de ser ‘devuelta’ a nadie, sino que sencillamente ha sido rota por un golpe de fuerza. Y esto, que ABC parece ignorar, es un acontecimiento histórico realmente grave, del que cabe esperar se desprendan en un futuro inmediato muy serias consecuencias. Una de ellas, y no es la primera vez que lo decimos en estas páginas, la de que tras el fracaso político de Allende no está sino la posibilidad de la guerrilla, cargada ahora de razones morales y avalada por la dificultad manifiesta de una solución pacífica y dialogante.

Hay cosas que ABC no dice, y que son, sin embargos, la clave de los hechos. Por ejemplo, la de que nadie puede acusar a Allende de vulnerar la Constitución chilena. Tanto es así que precisamente ese juego de respetos y aceptaciones ha determinado decisivamente su caída. Allende no armó al pueblo, y no dio ni un solo paso que condujese a la guerra civil en su país. Son otros quienes lo han dado. Tuvo dificultades intensas por el contrario, con las alas extremistas de la Unidad Popular, que le instaban a la violencia, y jugó su propia vida como envite definitivo en pro de una moral política, que debe ser respetada por toda persona que crea (o diga creer) en la libertad y en el derecho.

¿Está la personalidad de Allende libre de culpa histórica? Es pronto para determinarlo, a la vista de la escasez en las informaciones de lo que está todavía ocurriendo. Pero pensamos que no, en absoluto. Salvador Allende pasará a la historia de Chile cargado de muchas razones a favor. Lo que está por ver, sin embargo, es si esas razones son suficientes para conducir a un pueblo al protagonismo. Pueda ser que no, y que la imagen digna y entera de Allende merezca el reproche de las gentes que en él creyeron y vieron en la vía chilena al socialismo un remedio pacífico de justicia y libertad. Allende quiso transformar las estructuras burguesas desde la moral jurídica burguesa. La Historia le ha demostrado palpablemente que no es posible. El camino de la revolución tiene sus exigencias y si se opta por él hay que atenerse a los métodos y dejar a un lado ciertas consideraciones que no operan, de otro lado, en el frente de los adversarios. Esto es triste reconocerlo y decirlo.

Dicen que utilizaba con frecuencia una de las palabras más hermosas que la Humanidad ha intentado ‘compañero’. Le faltó tal vez tiempo para comprender que esa palabra no se puede prodigar indiscriminadamente, y que si se quiere hacer un cambio social en profundidad es menester la localización exacta de los que acompañan y de los que obstaculizan. Sin embargo, y pese a ese error que le ha costado la vida, el ejemplo de Allende reivindica para mucha gente el respeto a la ley, la fe en la palabra dada, el cumplimiento hasta el final de los compromisos adquiridos con quienes le llevaron al Poder. Y alecciona, por supuesto, a quienes no hayan perdido la esperanza en que América Latina merece (y, desde luego, necesita) una revolución en paz social. Porque falta saber, y esto es decisivo, cuál será el abanico de consecuencias a desprender del golpe chileno. Allende ha muerto, y con él la esperanza de una avenencia pacífica que sustituya a las revoluciones. En cualquier caso, los enemigos de Allende han reivindicado para sí la iniciativa de la violencia.

Hemos seguido desde este periódico la vicisitud y la experiencia chilena de un socialismo en libertad a la europea. Por el momento, en América no ha salido, y lo deploramos. En América solamente ha sido posible el socialismo comunista de La Habana. Aquellos que han cerrado este camino de la libertad al socialismo, podrían abrirle el otro.

Independientemente de que nos parezca reprobable la violencia, no debemos descartar la esperanzadora posibilidad de que el fracaso sistemático de la democracia liberal (un poder acosado, y una oposición obstaculizadora) haya producido una desembocadura inevitable. En este caso, sería de desear que las Fuerzas Armadas de Chile pudiesen organizar un sistema político que garantizara la imagen de la América nueva, y que, en ningún caso, fuera una regresión a quienes, por la defensa de sus intereses, han provocado la muerte de Allende.

Ciudadano

13 Septiembre 1973

Lo de Chile

Rafael García Serrano

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Lo de Chile estaba más que cantado. En cuanto ‘el gran mudo’ ha comenzado a hablar, se ha caído todo el montaje frentepopulista. Si la guerra civil es un hecho o no, dependerá tanto de la unanimidad con que el Ejército haya apoyado el alzamiento, como de la estructura interna de la famosa Unidad Popular, tan parecida al Frente Popular que conoció España. En todo caso, es imposible, por el momento, establecer ni siguiera un mediano pronóstico mientras las noticias sean tan confusas como hasta ahora. No cabe más que desear al pueblo chileno suerte para sortear la máxima desventura, que está al acecho.

Entretanto, es curioso observar el despliegue periodístico nacional en torno al acontecimiento. Algún diario acentúa, conmovedoramente la legitimidad del régimen de Allende, sin ni siquiera pasarse a considerar que su propia cabecera nace de un acto de rebelión militar y civil contra un Gobierno seguramente tan legítimo como el de Chile, contra un presidente llamado don Manuel Azaña, y un jefe de Gobierno llamado don Santiago Casares Quiroga. Los militares chilenos – a los que no sé si apoya alguna organización civil – se han constituido en junta, al estilo hispánico, para alzarse frente a la invasión marxista y la anarquía política. EL marxismo es siempre una invasión; la anarquía es como el cólera. Nada hace presumir que el acto de echarse a la calle no haya estado precedido de abundante paciencia. El  Ejército chileno tiene una larga tradición de silencio, tanta o más que el francés, pero hay encrucijadas históricas en que se le suelta la lengua a cualquiera. ‘La grande muette’ francesa habló largo y tendido en 1940, cuando De Gaulle no aceptó la derrota, volvió a largar desde Argelia para favorecer el regreso del jefe de la Francia Libre al poder, y de nuevo se dividió en 1961, igual que en 1940, a consecuencia de la facilidad con que se inclinó el gran solitario al abandono de Argelia. En mayo de 1968 hizo que su voz, esta vez desde Alemania, resonase en las calles de Paris. Y cito al Ejército francés porque siempre se le ha considerado el arquetipo de subordinación a las urnas y los poderes civiles.

Llorar sobre la legitimidad de Allende o evocar los fastos de Sierra Maestra en el réquiem político del ex presidente chileno es poco oportuno. Del mismo modo lo es menear el incensario en apoyo de los militares chilenos para pedirles que una vez sacadas las castañas del fuego en beneficio de los caballeros de la derecha, de las clases privilegiadas, vuelvan a sus cuarteles para que retorne la normalidad. ¿Qué normalidad? ¿La normalidad de injusticias que hizo posible la existencia de Allende? ¿La normalidad de abusos por parte del conglomerado de la Unidad Popular? Utilizar a los militares como bomberos no me parece justo. Claro que esto es un juicio personal y derivado de mi experiencia española que no considero fácilmente transferible ni siquiera a un país tan fraterno como Chile. Para mí tan malo es Allende como Frei, y puesto a elegir, siempre estaría más cerca del presidente caído que del demócrata cristiano ese, discípulo favorito a lo que se dice, del señor Gil Robles, cuya política fue tan catastrófica en su tiempo que, con esa tenacidad que los españoles ponemos en nuestra autodestrucción, algunos compatriotas reclaman llenos de nostalgia liberal y económica. La derecha y la izquierda españolas muestran sus dientes aperturistas a través del encuadre con que nos presentan el dramatismo acontecer chileno.

Es curioso recordar que el nombre de un presidente chileno jugó mucho en la dialéctida de los primeros días de nuestra guerra. Don Miguel de Unamuno le dijo en Salamanca al periodista Nickerbocker: “La guerra civil española no es una guerra entre liberalismo y fascismo, sino entre la, sino entre la liberalización y la anarquía… Madrid se ha vuelto loco, la anarquía es una enfermedad y Madrid la tiene. Azaña debía suicidarse como el acto patriótico, imitando el ejemplo del presidente de la República de Chile, Balmaceda”

 Balmaceda se pegó un tiro a finales del pasado siglo en la ficción extraterritorial de la legación argentina en Santiago, donde se había refugiado. La verdad es que no sé por qué salvo que había sido derrotado políticamente. ¿Se ha suicidado Allende? Tampoco lo sabemos nadie, por lo menos a la hora de escribir estas líneas, pero si es así lo ha hecho, ha reforzado con patetismo una actitud que no deseamos que se convierta en tradición para Chile, porque sería más síntoma. Azaña, a pesar de la invitación de don Miguel, que repitió dijo que nones. Don Miguel, según recuerda Iribarren, le aconsejó a Mola que no se metiese más con Azaña en sus discursos. Le encomendó a su colega y amigo González Oliveros: “Dïagale usted que se lo digo yo, que he invitado a Azaña a que se suicide” Me dan la impresión  de que nuestro gran don Miguel consideraba que Azaña debía haberle obedecido, pero este no estaba por la labor, ya se vio.

Allende era o es – muerto o vivo, es y será siempre porque ya su nombre está en la crónica histórica – un hombre valeroso. Ni me extrañaría que se hubiese suicidado, ni tampoco que hubiese muerto con las armas en la mano, o fusilado o bien que nade por ahí organizando la resisentencia. Cualquier cosa es posible dado su entero carácter, que le hizo anunciar que no saldría de la Casa de la Moneda más que con los pies p´alante”.

En Chile tiran con plomo y aquí también se tira con plomo, aunque desde las linotipias. Momentáneamente es más contundente y peligroso un balazo, pero a la largo el plomo periodístico puede resultar más daíno. Está claro que las dos posiciones adoptadas por dos periódicos frente a la rebelión del Ejército chileno, traslucen dos conceptos políticos y dos talantes vitales opuestos entre sí y ambos fuera de la actitud histórica del 18 de Julio.

Entonces nos rebelamos contra un Gobierno legal, pero traidor y ante la postura de muchos periódicos y muchos intelectuales, la juventud universitaria reaccionó cantando: “Rebeldes nos han llamado, rebeldes queremos ser…”.

Descendientes del 18 de julio y algunos de sus protagonistas, se sitúan ante el caso chileno con un dengue comodón y reaccionario o con un tío intelectualoide y neoliberal. Y a mí me da risa constatarlo.

Rafael García Serrano

14 Septiembre 1973

Sin Paralelismo

Ciudadano (Director: Emilio Romero)

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Ayer en el diario EL ALCÁZAR, nuestro colega Rafael García Serrano publicaba un artículo difícilmente superable. Decimos que difícilmente superable, porque para cualquier comentarista político suele ser norma principal la claridad y la congruencia y García Serrano en su artículo, parecía renunciar previamente a ambas, para apuntarse a una divagación confusa, conducente nada más que a una semejanza irrecomendable con el juego de los despropósitos. Decía: “Para mí tan malo es Allende como Frei, y puestos a elegir, siempre estaría más cerca del presidente caído que del demócrata cristiano éste, discípulo favorito, a lo que se dice, del señor Gil Robles, cuya política fue tan catastrófica en su tiempo, que, con esa tenacidad que los españoles ponemos en nuestra autodestrucción, algunos compatriotas reclaman llenos de nostalgia liberal y económica”. Está claro que la derecha ha hecho imposible la presidencia de Allende. Allende era la antiderecha. Por eso García Serrano está más cerca de Allende. Entonces ¿por qué se alegra de que haya caído?

Ahora bien: lo que rechazamos enérgicamente, desde la raíz, es el presunto paralelismo de los acontecimientos de Chile con los de la España de 1936. Y, mucho más, la comparación entre el Ejército español del 18 de julio con los Ejércitos sudamericanos, sin mengua alguna, por supuesto del respeto que estos merecen, pero con la debida conciencia de las diferencias de tiempo, naturaleza, actitud, circunstancias y lugar. El Ejército español de 1936 era una entidad profundamente nacional, que se levantó entre otras cosas, contra la descomposición nacional producida por las querellas profundas y antiguas entre la derecha y la izquierda, convertidas en provocadoras de caos. El juego de los intereses económicos europeos poco tenía que ver con la guerra de España, mientras que los intereses económicos continentales de América está probado que tenían bastante relación con los asuntos internos en Chile. Solamente la comparación de los asuntos de Europa con los asuntos de América es puro disparate. Y establecer una similitud entre Azaña y Allende es política y personalmente imposible. Como es sabido, los Ejércitos sudamericanos son, en su mayoría, liberales y abundan en ellos los masones. ¿Pueden homologarse nuestros generales con los sudamericanos? En absoluto. Los militares hispanoamericanos se corresponden con nuestros militares del siglo XIX. De toro lado, el 18 de julio fue un levantamiento en el que participaron, junto al Ejército, fuerzas populares de signo nacional. ¿Es comparable la situación, por ejemplo, a la del Ejército argentino, cuando el derrocamiento del general Juan Domingo Perón, en el que los generales liberales y masones se aliaron con los socialistas de extrema izquierda y con el partido comunista argentino contra el pueblo, y zahirieron a España todo lo que pudieron? Todo el amor de García Serrano por el ejército español, que nosotros compartimos, no le da el menor derecho a establecer analogías inexistentes. Si le tiene simpatía o antipatía a la figura política de Allende, que lo diga por lo derecho, pero sin ampararse en irrealidades. ¡Menudo flaco servicio para nuestro Ejército, con la mejor buena fe, cuando el mundo entero está condenado la sublevación de Chile!

Por otra parte ¿es posible, es licito, tratar de emparentar el comportamiento del Ejército del 18 de julio con los intereses económicos de las oligarquías sudamericanas, propiciados por las maniobras de la I. T. T. (por ejemplo, de los intereses imperialistas y del predominio del gran capitalismo? Pensamos precisamente por respeto al Ejército, que las cosas no son así. Y que no se puede despachar con cuatro imágenes desafortunadas el riguroso análisis que los sucesos de Latinoamérica están necesitando. El Ejército del 18 de julio de 1936 era un Ejército propio del siglo XX, con el deber de replantearse, de arriba abajo, , las bases mismas de la convivencia nacional y de su destino futuro. Y con la aspiración de canalizar las demandas sociales. Los Ejércitos sudamericanos, generalmente, son propios y características del siglo XIX, con sus dosis de liberalismo y de progresismo anticuado, de masonería y de vinculación indiscutible con los predominios económicos.

Por último, convendría decirle a García Serrano que el paralelismo que él trata de establecer es inviable, entre otras razones, pro el siguiente motivo: en la España de 1936, el levantamiento popular y militar se produjo, fundamentalmente, porque desde el Poder se había roto la legitimidad al asesinar al jefe de la oposición, José Calvo Sotelo. En Chile, por el contrario, el Poder no ha asesinado a nadie, antes al contrario, el que ha muerto ha sido Allende. Sin desviarse ni un solo punto de la ley y del respeto a la Constitución. Ha sido este hecho el que ha dejado al golpismo sin razones: sin otras razones, al menos que las nacidas de la voluntad de acabar con el socialismo en la libertad. Por otra parte, y en estricta justicia, hay que decir que el Gobierno del presidente Allende mantuvo, en todo momento, excelentes relaciones con España. Y que Allende, durante su visita a la ONU fue el primer dirigente socialista que tuvo públicamente elogios calurosos para nuestro país. Así como su embajador en Madrid, Oscar Agüero Corvalán, gran amigo de España y conocedor y simpatizante de nuestras realidades y problemas. Todo esto es algo que hay que reconocer con nobleza. Sin establecer, por supuesto, falsos y peligrosos paralelismos con situaciones distintas, pertenecientes a tiempos pasados.

Ciudadano

17 Septiembre 1973

Noticia Fresca

Rafael García Serrano

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El día 13 de septiembre fue un día negro para mí. Nunca se me ha dado bien el 13 y este último 13 – o Toledo, como sustituye precavidamente cierto amigo mío – cometí la imperdonable ligereza de publicar una crónica al vuelo titulada ‘Lo de Chile’, que no ha gustado ni un pelo a Ciudadano, amanuense a sueldo del diario PUEBLO.

Estoy desolado.

Ciudadano pertenece a la flor y nata de los mozos del órgano sindical que utilizan el sued´nimo como una careta, y algunos muy brillantemente, sin duda, que por modestia: son los Catones, los Erasmos, los Copérnicos, los Procuradores, los Danieles, los Suetonios – Tácito, no; Tácito trabaja en otro club… – e, incluso los Máximos. Porque es el caso que con esta inflación de seudónimos rimbombantes una llega ya en su extravío a pesar que Máximo también lo es, e incluso Emilio Romero. ¿De quién podría ser seudónimo Emilio Romero? Ahí tenemos otro gran bonito juego de misterio, como él de Diego Ramírez. De todos modos, y aun conociendo las limitaciones que me imponen la vulgaridad de mis apellidos, no me decido a renunciar a ellos, porque, eso sí, me vinene llenos de honestidad y limpieza. Comprendo que luchar contra Ciudadano nada menos, siendo un García ‘pelao’ y un Serrano de tres al cuarto, constituye una temeridad por mi parte, pero hay que pechar con el mal fario del 13 hasta sus últimas consecuencias.

Ciudadano – a quien supongo un hombre o un equipo de pensamiento como se dice ahora, la mar de culto – no sabe leer, o andaba sondormido cuando deletreó ‘Lo de Chile’, o yo escribo en griego, posibilidad que Manuel Fernández Galiana, mi viejo compañeor de banco de Filosofía y Letras reputará descabellada. Porque en medio de la obscuridad, la incongruencia, la confusión, la falsedad, lo irrecomendable, el despropósito y el peligro de Ciudadano señala como características principales de mi trabajito en EL ALCÁZAR, aparece una cosa clara: que yo no he dicho ni media palabra de aquello que me cuelga Ciudadano y que pudiera ocurrir que mi discreto colega se refiriese a otro artículo de otro señor cualquiera y que, con esas distracciones tan naturales entre los que soportan sobre sus hombros el peso del pensamiento moderno y contemporáneo, me atribuya a mí los frutos de la minerva de un tercer caballero. De no ser así, quien leyere mi artículo y la posterior catilinaria de Ciudadano comprenderá que éste último hace turismo por los cerros de Ubeda.

Porque yo no he dicho que me alegre por la caída de Allende, entre otras razones porque soy una persona bastante decente y no me he engañado jamás ni con caídos, ni con enemigos, ni con derrotados, ni con simples ministros cesantes – tic nervioso más atribuible al repertorio social de PUEBLO – aunque tendría tanto derecho al júbilo, si los acontecimientos de Chile responden, y así lo espero, a mi entendimiento de la política sus lágrimas corriendo por el despeñamiento del ‘socialismo en la libertad’, si bien no precisamente en el órgano de lo sindicatos españoles. Porque yo no he trazado un ‘presunto paralelismo de los acontecimientos de Chile con los de la España de 1936”. Incluso subrayaba que mis palabras eran ‘un juicio personal y derivado de mi experiencia española que no considero – decía – fácilmente transferible ni siquiera a un país tan fraterno como Chile”.

Ni comparé al Ejército español con el chileno, aunque, como conozco bien a éste, sé que es digno heredero de aquél. Ni cometí el ‘puro disparate’ de comparar los asuntos de Europa con los asuntos de América, ni en mi artículo aparecen para nada los nombres de Europa o América, salvo para la particular conveniencia de Ciudadano a fines de lucimiento con ese maniqueo que tiene citado de siete a nueve, en lugar de citarse con una buena rapaza, si es que está en tan feliz edad y condición. NI aludí a ningún Ejército sudamericano que no fuese el de Chile, ni al argentino, ni a Perón, ni homologué a nuestros generales con los sudamericanos, ni emparenté ‘el comportamiento del Ejército del 18 de julio (por cierto, este julio yo suelo escribirlo con mayúscula) con los intereses económicos de las oligarquías sudamericanas’, ni intenté, y por lo tanto sobra el calificativo de desafortunado, ‘el riguroso análisis que los sucesos de Latinoamérica (por cierto, yo suele escribir Hispanoamérica) es´tan necesitando”, ni nada de lo que suelta por su pluma el enloquecido Ciudadano tiene que ver con lo que yo escribí ¡ay!, el pasado 13, lagarto, lagarto… Al Ciudadano de marras le concedo el beneficio de la droga. Sin duda estaba ‘de viaje’ cuando soñó que yo había largado la serie de majaderías que me atribuye. ¡Es terrible eso de escribir mirándose al espejo!

Por supuesto, no traté de ‘establecer una similitud entre Azaña y Allende’, sino que me limité a contar una anécdota de don Miguel de Unamuno referida a Azaña y al presidente chileno Balmaceda, y por estar de acuerdo en algo con el amanuense popular, aclaré que, en efecto, ‘establecer una similitud entre Azaña y Allende es política y personalmente imposible”. Azaña no era marxista, como Allende, ni tuvo el valor de suicidarse, como pretendió don Miguel de Unamuno que hiciese y parece que ha hecho Allende sin ningún requerimiento. Su única semejanza consistía en que ambos tenían de estadista lo que yo de teatino y en que los dos llevaron a sus pueblos a la catástrofe, la sangre y la ruina. Ni se me ocurre afirmar – como hace Ciudadano – la mentecatez de que en la España de 1936, el levantamiento popular y militar se produjo fundamentalemnte, porque desde el Poder se hbaía roto la legitimidad al asesinar al jefe de la oposición José Calvo Sotelo”, porque aunque Ciudadano no lo sepa, cualquier español medianamente informado sabe que el Ejército comenzó a preparar el Alzamiento mucho antes de esa fecha y personalmente puedo asegurarle que estuve movilizado para la rebelión nada menos que dos veces antes del 13 de julio de 1936. Ni se me pasa por la imaginación asegurar – como asegura Ciudadano, sin duda con las escalillas sobre su mesa – que los Ejércitos hispanoamericanos ‘son, en su mayoría, liberales, y abundan en ellos los masones’, ni comparó con menosprecio de ambos a los Ejércitos sudamericanos de hoy con los españoles del siglo XIX, porque, entre otras cosas, el Ejército español del XIX fue la institución más sólida, estable y progresiva que produjo la sociedad de aquel tiempo se desdicha. Y como ni el Ejército español necesita halagos, ni yo acostumbro a halagar a nadie y menos al Ejército porque creo conocerlo mejor que Ciudadano y sé que el halago le repugna, puedo decir que en el Ejército del 18 de Julio había muchos marxistas y bastantes masones y que incluso hubo masones del lado de la rebelión aunque abundaron más en el rojo encabezados por el famoso tontiloco (adjetivación de Azaña) de Mangada, que además de masón era esperantista y vegetariano, lo cual cuento a título de precisión y no por otra causa. Sí dije, y lo sostengo, que la Unidad Popular y el Frente Popular se parecen. Y aún me atrevo a jurar que la Unidad Popular chilena no es más que un plagio del Frente Popular español, adobado con la poética del señor Neruda, tan nostálgico del Madrid de los ‘paseos’.

Ciudadano no sabe nada del 18 de Julio, ni creo que tampoco de Chile, ni de América, y no digo que está en la Luna porque allí no le dejarían aparcar ni la CIA, ni el gran capitalismo. Por no saber, Ciudadano no sabe ni siquiera que el diario PUEBLO es la consecuencia de una rebelión del Ejército, la Falange y el Requeté contra el gobierno legítimo de la República, y que el director de PUEBLO fue falangista y es consejero nacional del Movimiento, y aún encargado en el Consejo de alguna tarea relacionada con la Prensa. ¡Y ahí le duele a Ciudadano, que tampoco sabe que los miembros de hoy condenan al Ejército chileno son los que entonces condenaron al Ejército español y todavía detienen a nuestro pueblo en las puertas del Mercado Común, pongo por ejemplo, en virtud de sucios rencores acumulados desde nuestra guerra victoriosa.

Ciudadano se escurrió y se colocó en orsai, y si pretende sacar la pata que tan candorosamente metió hasta el corvejón – y que fue advertida a su tiempo por YA – no será a mis costillas. Y el camelo ese del ‘socialismo en la libertad’, que le produce el dulce escalofrío de adolescente que descubre la entrepierna, se lo puede meter donde le quepa. Yo conozco bien el ‘socialismo en libertad’ en España, en 1931, en 1934 y en los asesinatos de 1936-1939. Personalmente me repugna el socialismo, por necesario y justo que fuera su nacimiento y hasta supervivencia, porque lo encuentro reaccionario, arqueológico y más cursi que Rodolfo Valentino, y para mi avío revolucionario me contentaría con el nacionalsindicalismo ¿Recuerda Ciudadano qué es el nacionalsindicalismo? ¿Recuerda que el señor Allende, en viaje por Europa, evitó exquisitamente manchar su toga con el lodo de España? Y no vaya tanto por las embajadas, ni aluda tan indiscretamente a embajadores – puede hacerles un mal tercio, créame – porque al final los alegres tragos y los ricos canapés hay que amortizarlos como sea. ¿Sabe que Alberti escribe poemas de llanto por el régimen derrocado en Chile? ¡Y ése sí que sabe del 18 de Julio! ¿Y sabe Ciudadano que Tito ha dicho más o menos que Allende será la bandera del marxismo en Hispanoamérica? ¡Y ese también sabe algo sobre el 18 de Julio! ¿Y no escucha las jeremiadas del payaso de Nenni, el afamado ladrón de tapices de Guadalajara? ¿Y se da cuenta Ciudadano de que ha acusado al Ejército chileno de estar vendido a los intereses económicos de tal y cual y a las oligarquías de esto y lo otro? Considere, alma cristiana que se expone a quedarse sin invitación a la Embajada. Y no me aconseje por favor, que me exprese ‘por lo derecho’ porque quien me lee – cosa que Ciudadano no hace – sabe que justamente es lo que hago desde pequeñito. ¡Y así me va!

Sin embargo, felicito a Ciudadano y a PUEBLO porque al fin los he visto escalonarse en la defensa de alguien que perdió el cargo. Y eso es noticia.

Rafael García Serrano

La razones de una infame campaña de ABC

Luis Gonzal

Octubre 1973

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Aunque en el diario monarcofascista ABC, siempre propicio a cuanto constituye defensa de la reacción y del absolutismo no puede extrañar ninguna postura de soez difamanación contra hombres demócratas, queremos ofrecer a nuestros lectores una versión auténtica de los motivos de su campaña post-mortem contra el Presidente legítimo de Chile, doctor Salvador Allende.

Desde el primer día del motín reaccionario de Pinochet y sus secuaces contra la legalidad constitucional de Chile, ABC no supo ocultar su inmensa satisfacción por el cruentísimo alzamiento militarista, por el baño de sangre en que iban a parecer numerosos republicanos, demócratas y socialistas de Chile. Después, el antiguo espía nazi Luis Calvo, el incivil agente de la Gestapo, culpable de numerosos crímenes hitlerianos debidos a sus confidencias, publicó una serie de artículos difamatorios, soeces, moralmente recusables, en los que ha vertido las más inconcebibles injurias, las más indecentes calumnias, contra la figura prócer del mártir de las libertades públicas y de las conquistas sociales en la República de Chile, hoy víctima de una cuadrilla de sargentotes codiciosos al servicio del imperialismo yanqui.

Por mucho que haya sido siempre el reaccionarismo de ABC ha extrañado tanta pasión homicida, tanto insulto a un hombre cuyo cadáver podía decirse que aún estaba caliente, tanta impiedad y barbarie. A veces contra Allende ha empleado ABC un lenguaje más violento que el usado siempre contra los propios demócratas de España, víctimas del motín sedicioso del 18 de julio de 1936.

Las razones de esta actitud tan cruelmente apasionado son las siguientes:

  1. 1- El titulado marqués de Luca de Tena, es decir el señorito sevillano Juan Ignacio Luca de Tena, tradicional enemigo de la clase trabajadora no podía soportar que, gracias a las leyes de la República española, hubiera de cumplir determinadas normas de asistencia social, salario mínimo, etc. Menos podía soportar que los obreros de sus numerosas fincas rústicas le demandasen ante la Jurisdicción de Trabajo y, casi siempre obtuviesen resoluciones favorables a ellos y adversas al sedicente marqués. Por ello se lanzó a la aventura de la conspiración y en los días de julio de 1936, tuvo señalada intervención en la búsqueda de un avión británico para el viaje de Franco desde Canarias a Marruecos.
  2. 2- Durante la guerra civil Juan Ignacio Luca de Tena, en unión del capitán Díez Criado y del torero ‘Algabeño, organizó los trágicos paseos de la Sevilla de Queipo. Gran número de demócratas sevillanos perdieron la vida en aquellas noches de sangrientas orgía fascista, entre ellos todos los trabajadores que habían tenido la osadía de llevar a los Tribunales al marqués, cuando este incumplía las bases de trabajo y las normas laborales.
  3. 3- Para premiar las operaciones de limpieza llevadas a cabo por el señorito Luca de Tena en la provincia de Sevilla al término del a guerra civil fue nombrado Embajador del general Franco en Santiago de Chile. Aún recuerdan los chilenos las escandalosas orgías del señorito sevillano tan desconocedor del Derecho internacional como experto en actos de majeza y chulería… Nunca estuvo tan bajo en Chile el pabellón de España. Los chilenos debieron pensar, con razón que la llamada ‘nueva España’ era un amalgama incivil de señoritos degenerados de taberna y prostíbulo. Pero Juan Ignacio no sólo invirtió su tiempo en escandalizar en lugares de mala nota. Además, se mezcló en negocios raros y adquirió acciones en empresas explotadoras de plomo y cobre. Llevaba años sintiéndose feliz el marqués con estas explotaciones cuando llega Allende al Poder y nacionaliza las empresas y las minas explotadas por ellas. Juan Ignacio montó en cólera. ¿Cómo era posible que sus legítimos intereses se viesen agredidos de tal modo? Desde entonces ordenó campañas periodísticas, más o menos insidiosas y reticentes… No quiso ser más claramente combativo. Allende era un Jefe de Estado y los inusltos al mismo podían ser judicialmente perseguidos aunque sólo fuera por motivos diplomáticos. ABC mantuvo la línea del ataque indirecto y tendencioso. Pero nada más salir a la calle las hordas del tristemente célebre Pinochet, del Huerta, del Toribio y demás verdugos de Chile. ABC echó las campanas al vuelo, se solazó en el espectáculo incivil de los asesinatos en masa y colmó de injurias al Presidente mártir. No sólo ha sido Calvo, también Martínez Campos, el militar abandonado por su esposa la Condesa de la VIñaza, ha embestido innoblemente al presidente Allende en un artículo menos soez que los de Calvo, pero no exento de falsedad y sectarismo homicida.

Están son las razones… Después de las campañas de referencia, tan inhumana, tan inmisericorde, tan calumniosa, tan sucia, tan soez, al ABC no podemos seguir llaándole ABC, sino la Cloaca. Y la Sentina. Cualquiera de estos dos títulos es adecuado para definir al infame papelucho de Serrano-51

Luis Gonzal

22 Septiembre 1973

Fascismo en Chile

Eduardo Haro Tecglen

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Un brutal golpe de violencia ha ensangrentado Chile. “Un múltiple repugnante y estúpido crimen” dice Jesús Reyes, presidente del partido gubernamental de México – que no es, por cierto, un régimen blando, que está en la esfera de amistad de los Estados Unidos – Hasta tal punto tiene estas características que parece como desprendido de la realidad, del contexto en que se ha producido, como si no tuviera relación con la experiencia de Allende y con la obstrucción de la derecha, con la dramática oposición política. Como una catástrofe de derecha, con la dramática oposición política. Como una catástrofe natural. La caída en sí del régimen de Allende no hubiese levantado gran sorpresa. Se esperaba. Más aún, era un régimen muerto, un Presidente caído desde hacía meses. La sorpresa en la opinión mundial. En la prensa – me refiero a la prensa civilizada – es la de este exceso de medios para acabar con un cadáver. No porque no haya precedentes, sino porque los últimos eran muy lejanos, Grecia y Checoslovaquia no tuvieron esa magnitud – no hablo en términos morales, que pueden ser equivalentes, sino en términos materiales: de vidas humanas, de destrozos, de rotura de la vida de un país – Ni los golpes de los tres continentes desgraciados del mundo. La terminología que se emplea para describir este suceso está también desplazada. Golpe de estado, golpe militar, tiene desde hace años otras acepciones y están referidos a una cierta asepsia, a una cierta cirugía, como profesional que tiene poca relación con esta carnicería. Tampoco es una guerra civil. Es una matanza. Para buscar un precedente – el más próximo – habría que recordar Indonesia, en 1968, cuando la matanza de partidarios de Sukarno se calculó en 400.000 personas. Pero Indonesia tenía cien millones de habitantes. Los 15.000, los 20.000 muertos de Santiago de Chile – y los hospitales llenos, y los estadios convertidos en cárceles como los barcos – se están refiriendo a una población de menos de dos millones de habitantes. Es una gran tragedia. En busca de nombres, hay que rechazar el de golpe militar (también hay militares entre las víctimas) y acudir a uno más simple, más explícito, más acostumbrado: fascismo.

Cuando un régimen cae, una parte de su caída hay que atribuírsela a sí mismo. Es decir: es un régimen que ha fracaso. Repitamos que con la caída de Allende y su coalición no es sólo un régimen, sino una experiencia y una doctrina. La primera meditación es la de saber si el fracaso estaba implícito ya en su propia teoría ¿Puede un régimen nuevo y distinto cambiar de arriba abajo las estructuras de un país dentro de la legalidad? El general De Gaulle entró en el poder de Francia el 13 de mayo de 1958 por una vía rápida: su primera ocupación fue cambiar la legalidad: una nueva Constitución, un régimen presidencialista de largo plazo elegido por referéndum (democracia directa), una disminución del poder parlamentario, una reducción de los partidos políticos, entre otras cosas. La doctrina democrática más estricta autoriza esos cambios de legalidad, cuando están basados en un consenso popular, es decir, cuando se ha cambiado la clase en el poder, o la dosificación de la clase en el poder, y siempre que no se atente contra la libertad de las clases convertidas en minoritarias. Salvador Allende no utilizó de esa legalidad del cambio de legalidad. Tenía una imagen que mantener, y en esa imagen estaba el respeto de un pacto con un partido opuesto – la democracia cristiana – y la existencia de un parlamento en el que no tenía la mayoría. Quizá en ese principio estaba su fin. Es decir, que al querer jugar con menos cartas que las que realmente tenía en la mano, estaba haciendo inviable la doctrina de cambiar las estructuras desde la legalidad de otras estructuras.

El Presidente no supo aprovechar la fuerza que tuvo en los primeros meses. Es quizá injusto decir que no supo; no quiso. Desde el momento en que su enemigo advirtió esta no utilización de una fuerza, estaba debilitando la posición del nuevo régimen, y que no respondía a los desafíos con que se tanteaba, fue apretando su cerco hasta llegar al ahogo. Ese fue el momento que la democracia cristiana aprovechó para cambiar de bando (no toda: con las protestas, con las renuncias, con las disensiones de su ala más avanzada), eligió para cambiar de bando. Allende no se creyó por ello obligado a romper el pacto. Entendámoslo claramente: el pacto de Allende no era para con la democracia cristiana, sino para con una imagen, para con una doctrina. Y no sólo con Chile, sino con el exterior.

El MIR – revolucionaria – quería hacerle traspasar los límites. Los obreros no encontraban satisfacción y llegaban a huelgas dramáticas. Es interesante observar que Allende fue más decidido en reprimir estas huelgas – y las ocupaciones de tierras, de fundos – que las ilegalidades surgidas de la oposición. Por una razón obvia: porque las ilegalidades de la izquierda atacaban más aquello que él estaba empeñado en crear. Hay que convertir en que en la defensa de esta imagen Allende era un iluminado. Hasta la paradoja. Su muerte, con las armas en las manos y un casco de combate, es la última paradoja tan simbólica como estremecedora: luchó y murió por defender la legalidad de los otros. Un sistema en que se había injertado y cuya premisa había aceptado y había jurado defender. Pero que no era el suyo.

Porque está claro que el régimen de Allende no fue nunca marxista. Ni lo pretendió. Allende estaba tratando de demostrar que se puede ir a un régimen socialista, a un socialismo de rostro humano como dijo el otro gran vencido de otra gran experiencia Dubcek, por una vía abiertamente democrática. Acusar ahora a Allende – o antes – de haber implantado un régimen marxista no es más que un arma de propaganda, como la de cargar sobre agitadores extranjeros – los exiliados de otras dictaduras que estén siendo diezmados – o hablar de un complot previsto para otra fecha ‘por los marxistas’ o descubrir un arsenal de armas. Esta propaganda es el arma típica de un asalto al poder, y los que lo han tomado la están utilizando. Pero los mismos que acusaban a Allende de no respetar la Constitución, la libertad de prensa o la de expresión, los partidos políticos o el Parlamento, sabrán ya desde el 11 de septiembre lo que es de verdad la falta de esas libertades. Y lo sabrán probablemente durante muchos años. Aprendices de brujos. Es probable que a muchos no les importe demasiado.

Las consecuencias de la caída de Allende pueden ser gravísimas en un futuro inmediato. No sólo en el mundo hispanoamericano, ni en el Tercer Mundo, sino de una manera más general. Presiento que se va a simplificar demasiado el tema de la inutilidad de la vía legalista en el cambio de estructuras. La vocación de universalidad de Allende en el establecimiento de doctrina se une a esa simplificación, así como la tendencia creciente a fijarse en modelos y patrones que tiene hoy todo el mundo (una vez más, izquierdas y derechas, indistintamente). Esta simplificación no se fijará demasiado en las realidades chilenas, como la personalidad e Allende, el contexto social, la geografía, el aislamiento, la economía, el bloqueo de Estados Unidos, el reparto de clases y otros factores, sino en la imposibilidad de la vía legal. Va a inclinar a los protagonistas de otros programas políticos a buscar otras fórmulas. Esta preocupación aparece ahora preferentemente en los círculos de opinión conservadores y contrarios a Allende – me refiero una vez más a los civilizados, a los capaces de pensar libre y claramente, con alguna lucidez política – que temen para lo inmediato una radicalización de los revolucionarios y una caída de los reformismos. No me resisto a la cita de editorial del ‘Observer’ de Londres – tan poco sospechoso – del 16 de septiembre: “Si su éxito (el de Allende) hubiese conducido a algunos partidos comunistas hacia las urnas las urnas en lugar de hacia las barricadas; si hubiese alentado a los revisionistas y descorazonado a los autócratas en algunos países comunistas del mundo; si hubiese mostrado que el repertorio político de las sociedades libres puede contener al marxismo sin destruirse a sí mismas; eso, o una parte de ello, podía haber significado un progreso para el futuro de la Humanidad. Que un hombre y un gobierno con tales potencialidades haya sido apartado del camino, destruido como lo fue Dubcek, es un amarga tragedia moderna”.

La experiencia de Allende murió por la vía de la obstrucción de sus enemigos políticos, a los que dejo el camino abierto; murió porque no supo crear la legalidad que la situación nueva requería. El movimiento del 11 de septiembre se lanzó sobre su cadáver y, simultáneamente, sobre los que lo habían ya matado; ha destruido para muchos años una legalidad. Este movimiento no se alzó durante los años de más poder del Presidente, sino que esperó muy concretamente su caída y se lanzó antes de que los otros – la democracia cristiana, el partido nacional – pudieran tomar el poder para sí. Con un pensamiento acrónico, es posible pensar que si Allende hubiese ido más lejos, como requerían los socialistas o el MIR, o más despacio, como pedían los comunistas, su régimen hubiese cuajado. También es posible pensar lo contrario: que se hubiese producido antes la reacción. Pero el hecho concreto es que sólo se ha producido cuando el régimen estaba ya destrozado desde el interior y desde el exterior. En otro momento hubiese podido encontrar resistencia mayor, desde luego, en el Ejército, cuyos generales legalistas, simbolizados en Prats, han ido siendo apartados del mando cuidadosa y pacientemente. Sin embargo, el aspecto inmediato es el de que este movimiento ha destruido el régimen de Allende. Algunas meditaciones izquierdistas van a hacer un exceso de énfasis en este hecho, y en pensar que cualquier intento de alcance del poder puede ser descabezado

Esta puede haber sido la meditación de los secretarios generales de los partidos comunistas de Francia y de Italia, Marchais y Berlinguer, que se han reunido con urgencia, y de cuya reunión han producido solamente un comunicado referido a Chile. Es más que posible que hayan estudiado sus propias situaciones. Se sabe bien que Mitterrand obtuvo el ejemplo – el patrón – de su coalición de izquierdas de la de Allende; viajó a Chile a estudiar el caso. La unión de las izquierdas francesas esta hasta cierto punto basado en la chilena (aunque el contexto francés sea totalmente distinto). Sus progresos electorales han sido notables, y podrían serlo más aún en el futuro. Pero, ¿sucedería en Francia algo semejante a lo sucedido en Chile? ¿Podría producirse un movimiento de reacción sangriento como el de los fascistas chilenos? Siempre se piensa que la sociedad francesa procede de otras tradiciones y de otra civilización; pero siempre se olvida, también la tradición democrática de Chile, considerada como ‘la Suiza de América’ y sus ya largos decenios sin sangre política en las calles (lo ha olvidado el senador Fullbrigh cuando deplorando lo sucedido en Santiago, ha querido minimizarlo diciendo que, después de todo, estos sucesos son cosas corrientes ‘en esos países’: Chile no es uno de ‘esos países’ y tampoco parecía que lo fuera Alemania a la hora del nazismo). En Italia, la unión popular está más retrasada – los socialistas están aún en fase de coalición con la democracia cristiana – pero quizá Berlinguer tenga más razones que Marchais para temer una contrarrevolución si su partido llegarse al poder, aún con un programa moderado. Ha habido ya complots de extrema derecha – el de Almirante – y conatos de fascismo. Si este final de la experiencia chilena llega a modificar la posición de los partidos comunistas europeos y a radicalizar la de los socialistas, y a abonar las tesis de los grupúsculos y los revolucionaritas de todas clases, será extremadamente grave para todos.

Queda, finalmente, el elemento clásico de la intervención de los Estados Unidos. Personalmente, no hago excesivo énfasis en esta cuestión. Que los Estados Unidos han hecho todo lo posible para derribar el régimen de Allende es algo conocido. Se conoce el complot de las ITT en colaboración con la CIA, y algunas otras acciones o presiones. Han tenido gran parte en el ahogo del régimen; más que nada en la caída de los precios del cobre en los mercados internacionales, la retirada de créditos, el bloqueo económico, en un momento en que el alza de salarios aumentaba el consumo y comenzaba a producirse la escasez (una anotación: el alza de salarios produjo una venta decuplicada de alimentos para bebés. Eso revela el estado de miseria del que se trataba de salir) y sin duda el Departamento de Estado ‘conocía’ como se ha dicho, el momento del golpe de Estado con bastante antelación: no creo que aunque lo hubiese comunicado a Allende, este hubiese tenido fuerza suficiente como para contrarrestarlo (un mes antes del movimiento, Altamirano pedía a Allende que movilizara las masas antes de que fuera tarde, y Allende respondía que ya era tarde: y decía: “¿Cuánta masa habría que movilizar para un solo tanque?”). Creo que la dureza del golpe, la irrupción del fascismo, ha sorprendido tanto al Departamento de Estado y a Nixon como al resto del mundo, y como a la derecha interior. No está en la política de Kissinger: no corresponde a su trazado del mapa de Iberoamérica, ni a su busca de algunas relaciones con Cuba (¿Quién podrá decir ahora a Fidel Castro que ablande su régimen, que lo democratice, que abra paso a una democratización?).

La irrupción del fascismo en Chile es un hecho que habrá que considerar a partir de ahora como un hecho en sí mismo, dejando ya los tres años de Allende como un tema de estudio para politólogos y como un tema histórico, del que se derivarán algunas consecuencias para la izquierda. La irrupción del fascismo con toda su carga brutal es algo que importa mucho para el futuro y para sus vecinos; para la débil y maltrecha Argentina, para el poderoso y regocijado Brasil, tan próximo. Esta irrupción puede llegar a sorprender no sólo, como antes decíamos, al os aprendices de brujos que lo han provocado, sino quizá a los propios Estados Unidos. Es de temer que se convierta también en un patrón. Y su desarrollo es algo que no es previsible.

Eduardo Haro Tecglen

01 Octubre 1973

Chile: caen las máscaras

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO (Director: Pedro Altares)

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Una ráfaga de ametralladora, que se oyó en todo el continente, acabó con la vida, sólo con la vida de Salvador Allende, el presidente que los chilenos, en uso de su libertad y en la búsqueda de su dignidad habían elegido hace apenas tres años. Pocas veces en la historia moderna, tan pródiga en actos vandálicos, en traiciones a la voluntad popular, en asesinatos, había ofrecido un hecho tan descarnado de desprecio por la convivencia, por la ley, por la democracia. Miles de chilenos, muertos en el campo de honor, y otros miles de heridos y represaliados han testimoniado con su sangre y su libertad su firme voluntad de ser hombres libres. De nuevo, los viejos y siempre renovados intereses han ganado la batalla contra los desposeídos, contra los que tienen hambre y sed de justicia. Otro régimen militar que incorporar a los que en Uruguay, Brasil, Bolivia, Paraguay, Santo Domingo, Haití, Guatemala, Honduras y otros países americanos guardan celosamente los dividendos de las compañías multinacionales y el dispendio de las oligarquías. Chile ya no es una excepción en Latinoamérica. Sus ensalzadas tradiciones democráticas, su respeto por las libertades, han saltado junto con el hombre que las encarnaba, destrozadas por los cañones y las ametralladoras de quienes durante tres años han trabajado incansable y eficazmente por el derrocamiento de la Unidad Popular chilena, la coalición que, con su sola presencia, desafiaba el statu quo admitido para los pueblos oprimidos por el imperialismo: el expolio de sus materias primas, la dependencia política, la dictadura militar, la miseria para la mayoría de sus habitantes.

Salvador Allende ha muerto a manos de sus adversarios, los mismos que él había respetado en tres años de gobierno, ya que no de poder. Ninguna presión, y fueron muchas las que recibió de un lado y otro, le hizo vacilar en la decisión de lograr para Chile una revolución dentro de la ley. Esta ley que se encontró ya hecha y que, sin embargo, ha sido necesario transgredir sin escrúpulos para hacerle caer. Resulta, cuando menos, escarnecedor que ahora, con las calles de Santiago ensangrentadas y las cárceles repletas, se hable de legalidad, de vuelta a la normalidad. ¿De qué legalidad y de qué normalidad se habla? En realidad, sólo de una: la que se impone por la fuerza de las armas y se financia con las ganancias extraídas del expolio de continentes enteros. Más que las palabras y las declaraciones, la naturaleza real del golpe de fuerza chileno nos la dan sus primeros actos y sus buscados apoyos, nacionales e internacionales. De los primeros hablan elocuentemente los bombardeos a fábricas, la supresión de todas las libertades, los fusilamientos, los conatos de asaltos a embajadas, la disolución de las cámaras, el insólito hecho del cierre absoluto de fronteras y comunicaciones en un inútil esfuerzo por evitar testigos molestos. Inútil. Porque hasta las piedras gritarán en Chile la verdad de lo sucedido en una semana que se inscribe en las páginas más sombrías de la trágica historia moderna.

Sobre los apoyos, expresos o tácitos, son elocuentes esa casual visita a Washington del embajador en Santiago y la también sin duda casual presencia de varias unidades de la flota americana en Valparaíso. Del apoyo interior, las inmediatas declaraciones de los partidos de la oposición, entre ellos la Democracia Cristiana, pronto olvidado el autoproclamado papel de guardián de la constitucionalidad, son por sí mismas suficientemente significativas. En relación con esta última, y lo decimos con dolor, no deja de producir cierto estupor su actitud. Para un partido con tal denominación asombra que en la nota de apoyo a los golpistas – no suscrita por el sector que encabeza Radomiro Tomic – ni siquiera se lea una palabra pidiendo moderación para los derrotados y ese respeto para la figura del presidente muerto que el episcopado chileno solicitaba horas después.

Pero los pactos, alianzas y apoyos para derrocar a Salvador Allende, obvio resulta a estas alturas, comenzaron tiempo atrás, antes, mucho antes, que a disparar las armas. Empezaron cuando ni siquiera había tenido ocasión de ocupar su puesto en la ahora destruida Casa de la Moneda y adquieren en estos momentos la verdadera dimensión de su alianza. Allende lo sabía. Como lo sabía también el pueblo, que a pesar de las dificultades le otorgó en abril de 1971 en las elecciones municipales y en marzo de 1973 en las parlamentarias (43,39% de los votos) inequívoca muestra de confianza. Pero Allende respetó la ley. La de las urnas y la Constitución. Un respeto no compartido ni por la mayoría de los militares ni por los partidos de la oposición, iluminando con su actitud lo que aquellos entienden por legalidad y éstos por democracia. La Democracia Cristiana chilena, si bien es cierto que facilitó, sin que estuviera legalmente obligada, la subida a la presidencia de Salvador Allende al votar por él en el Congreso el 24 de octubre de 1970 siguiendo entonces la posición de Radomiro Tomic, favorable a que se cumpliera la tradición según la cual era automáticamente elegido por los parlamentarios el candidato que iba en cabeza, no es menos verdad que le exigió jurar un ‘status de garantías constitucionales’ por el que la coalición de la izquierda se comprometía a respetar la libertad de opinión y el pluralismo político. Por desgracia, parece estar ya claro lo que la mayoría de la Democracia Cristiana chilena – de la que sucesivamente se habían separado sectores izquierdistas que constituyeron el MAPU y la Izquierda Cristiana para apoyar el programa de Unidad Popular.

30 Abril 1974

La violencia y la revolución

Pedro Lamata

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Creemos recordar que fue Hume el panegirista entusiasta de las vivencias, como elementos del conocimiento más efectivo que las instituciones y las deducciones, referidas a la sola elaboración intelectual. La vivencia implica una experiencia y exige ‘pisar el terreno’. Es concepto predominantemente intelectual, puesto que se refiere a la comprensión, al conocimiento de la cosa; pero no es exclusivamente intelectual, puesto que en su elaboración entran las emociones y participan los sentidos.

En particular para la comprensión de los acontecimientos políticos creemos que son imprescindibles las vivencias, la percepción directa y personal del acontecer. Es necesario vivir el ambiente y las circunstancias que lo determinan, sentir con el pueblo que lo protagoniza tratando de comprender las razones que mueven a unos y a otros sectores en la gestación dramática del acontecimiento político. Por referencias indirectas, por intuiciones y reflexiones basadas en informaciones ajenas – y aun dejados ganar por una impresión propia superficial e insuficiente – es difícil acertar a desentrañar el significado verdadero de un acontecimiento político.

Tomamos como ejemplo válido y expresivo lo ocurrido con ocasión del Gobierno de la Unidad Popular en Chile, sobre cuyo suceso tanto se ha escrito atinada y desatinadamente. Mucho más – como es lógico – “a la buena de Dios” y arrojando los argumentos fuera del tiesto. Y admitimos como lógico que así ocurriera porque, en general todos somos propicios al a milagrería y nos dejamos tentar por las promesas de logros fabulosos, en cuanto no exigen cuota de sacrificios de nuestra parte. En la empresa fácil y simpática de la Unidad Popular chilena, que postulaba ‘establecer la sociedad socialista en democracia, pluralismo y libertad” casi todos habíamos suscrito acciones, y nos llamamos a engaño y hasta nos dejamos llevar de la indignación cuando llegó el fracasado de la utopía…

Sin pararnos a pensar si los hechos habían discurrido así porque no podían discurrir de otra manera. Ya que la otra manera en que podían haber discurrido conducía a idéntica conclusión, en el fracaso obligado y fatal del sofisma político que venía a ser “La vía chilena al socialismo”. Parto sin dolor o tortilla sin huevos… y todo tan contentos y boquiabiertos, a ver si nos lo hacían bueno; a ver si a costa de lo que fuera, los marxistas chilenos lograban romper la barrera del sonido de la lógica política y demostrarnos como se podía llevar a cabo el cambio de régimen jurídico-económico sin violencia ni sacrificio.

Las circunstancias que condicionaron el acceso al Poder de la Unidad Popular, con la investidura presidencial de Salvador Allende el 4 de noviembre de 1970, por el voto de un Congreso con mayoría opositora, tras la elección de septiembre, ela que ninguno de los candidatos consiguió la mayoría absoluta, aún cuando él fuera el que obtuvo la mayor votación, no consentían moralmente al Gobierno marxista más que la reforma; la política de transformación paulatina del orden económico político establecido. Tampoco el juego constitucional de las instituciones políticas permitía precipitar la revolución. ¡Claro que cupo hacer la revolución! Haberla intentado, cuando menos. Pero aceptando sus cánones clásicos: recurriendo a la violencia, con ánimo de arrostrar sus consecuencias de dolor y de sacrificio; y de riesgo, en la incertidumbre de conseguir el logro perseguido.

La Unidad Popular chilena optó no obstante, por el camino fácil, que suele acabar siendo el camino imposible: el de las añagazas, los subterfugios y la doblez. Quiso hacer la revolución social, pero con los procedimientos impropios de la reforma política: empleando los hechos consumados, las coacciones, las amenazas solapadas a echar mano de la violencia… Los resquicios legales en los que un vocero gubernamental quiso ampararse para justificar atropellos injustificables, y cuya expresión hizo fortuna y quedó como concepto definitorio de la estrategia política del Gobierno de la Unidad Popular.

Aun cuando, como no nos duelen prendas, sea de justicia hacer la salvedad de criterio realista sustentado por el partido comunista chileno que sucumbió una y otra vez ante el infantilismo revolucionario del partido socialista dominado por el sector extremista de Altamirano y por el MIR, que le secundaba en la carrera sin freno de las insensateces. Este sector extremista de las fuerzas integrantes de la Unidad Popular impuso su política: y su triste final.

¿Era necesaria, sin embargo la revolución en las condiciones económicas sociales del pueblo chileno? Este es otro cantar. La revolución social pudo ser necesaria: y puede seguir siendo necesaria. Más, si no están dadas las condiciones para su realización, el ánimo popular sobre todo, bueno será limitarse al paso corto de una política reformadora. Lo indeseable es el estancamiento o el retroceso que suelen ser los pobres resultados de las falsas recoluiones disparatadas. “¡Con empanadas y vino tinto!”… Cualquiera se apunta a una tal revolución. Pero ‘el cambio radical de régimen económico han de imponerlo los pueblos por la violencia”, advirtió hace años Carlos Marx, que algo debía entender de estas cuestiones…

La causa del equívoco y de las contradicciones manifiestas – a nuestro entender –e s la falta de una teoría válida, de una doctrina, que instrumente el cambio social, la transformación económico política pretendida en el área independiente y sustantiva que trata de reivindicar la llamada ‘tercera posición política’. Área que se quiere ajena y equidistante de las dos ideologías clásicas, la capitalista y la socialista, pero que carece – hoy por hoy – de la imprescindible formulación teórica del orden económico social pretendido.

Faltos de régimen económico-social propio y definido, los Gobiernos que tratan de ampararse en la tercera posición se ven reducidos a prescindir en la práctica de la independencia que proclaman y que los legitima. Y obligados a optar en definitiva por una de las dos ideologías concretamente formuladas. Lo que aboca al riesgo cierto de negar la tercera posición política sustantiva, por muchas precauciones reformistas que traten de paliar las consecuencias de la servidumbre que supone el royalty ideológico.

El Análisis

¿SIN CAMBIO DE MENTALIDAD EN EL CONO SUR?

JF Lamata

El anticomunismo visceral de grandes sectores de la humanidad durante todo el siglo XX hubiera justificado para ellos cualquier golpe que frenara ‘a los rojos’ en los años treinta, cuarenta o incluso cincuenta. Pero para 1970 occidente veía las cosas de otra manera. Países como Francia, Italia o la República Federal de Alemania habían podido convivir con partidos comunistas sin riesgos revolucionarios. Entendiendo que el combate normal de las fuerzas democráticas contra el comunismo eran las urnas.

Pero en el cono sur la cosa era diferente. El pánico de un efecto contagio del ‘virus’ de Cuba era fuerte y además, los conspiradores sabían perfectamente que cualquier medida que tomaran contra Allende tendría el beneplácito de la Casa Blanca. ¿Qué más se podía pedir para un golpe de estado que semejante patrocinador?

No deja de sorprender que ninguno de los periódicos más franquistas como ARRIBA, EL ALCÁZAR o PUEBLO mostrarán el nivel de entusiasmo por el golpe que mostró el ABC que tenía una fuerte vinculación con Chile (no en balde D. Juan Ignacio Luca de Tena había sido embajador de España en aquel país).

J. F. Lamata