25 diciembre 1985

Se celebrará en marzo de 1986 y hace un llamamiento a la responsabilidad de los votantes de derecha, tradicionalmente partidarios de la OTAN

El Gobierno de Felipe González convoca un referendum para decidir la permanencia en la OTAN y anuncia que el PSOE defenderá el SÍ

Hechos

El 27.12.1985 los diputados del PSOE votaron en el Congreso de los Diputado a favor de la permanencia de España en la OTAN.

Lo patriótico es la abstención

Luis María Anson

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Nada más absurdo que decidir la seguridad militar y la defensa nacional a través de un referéndum. No hay política, por fuerte que sea su musculatura, que resista una consulta de este tipo. La OTAN, piedra angular de la defensa de Occidente, y en consecuencia de España, no se ha sometido a referéndum en ninguna de las naciones que la integran. La Constitución española para evitar el ejercicio de la iniciativa popular en este sentido afirma en su artículo 87 que ‘no procederá dicha iniciativa en materias propias de ley orgánica tributaria o de carácter internacional…”.

Lo que no imaginaban los redactores del texto constitucional es que el propio Gobierno cometería la insensatez de colocar a la nación ante una consulta sobre un Tratado internacional defensivo. Nadie podría pensar que, desde las alturas, se iban a esparcir las siembras de Caín sobre los surcos más doloridos de España.

Pero esa es la situación en la que estamos. El Gobierno de don Felipe Gonzálezz, al que no quiero calumniar, y por eso lo elogio, ha anunciado la convocatoria de un referéndum sobre la OTAN y ha apelado al patriotismo de la oposición para que le ayude a ganarlo. EL asunto resulta tan grave que cualquier otro,, político, económico o social, de los que azotan a España es insignificante  al lado de la envergadura del que artificialmente ha creado el presidente. Y digo artificialmente porque a lo que obligaba el programa electoral  del PSOE era a salir de la OTAN. Una vez el señor González en el poder, tras conocer los delicados tejidos de la sociedad internacional, ha actuado con pragmatismo y rectificado su error. Dentro de un planteamiento utópico del mundo, el ideal sería que no hubiera bloques militares. AL existir estos , el ideal para España consistiría en no pertenecer a ninguno de ellos. Pero dada la situación geopolítica de nuestra nación eso es imposible. Felipe González así lo comprendió. Y cambió su compromiso electoral Una vez tomada esta decisión resulta evidente que el referéndum, desde el punto de vista del bien común, sobra. Lo que ocurre es que, por encima del interés nacional, predominan en estos momentos en el ánimo del señor González, las tensiones internas de su propio partido y de la izquierda española. A causa de esas tensiones el presidente del Gobierno convoca a reférendum. Es una decisión insensata y tórpida.

Naturalmente sus asesores de imagen se esfuerzan ahora en manipular la convocatoria para convertir el referéndum en un plebiscito a favor del presidente. Si los acontecimientos se desarrollan con normalidad, la propaganda bien dirigida transformará el sí o no a la OTAN en un sí o no a Felipe González. La pretensión de sumar a los centristas, liberales y conservadores a ese sí es suponer que los cristianos, además de hermanos de los socialista, son primos.

Porque ahí está la gran trampa para la oposición. Ahí está la gran trampa tendida a Ardanza, Albor, Roca, Alzaga, Segurado, Pujol, Fraga y Cuevas. Si los dirigentes políticos y sociales muerden el anzuelo del patriotismo, Felipe González resultará plebiscitado con el sí del centro derecha, lo que le situará definitivamente como vencedor en las próximas elecciones generales.

Para conseguir el apoyo de la oposición, el líder socialista está dispuesto a hacer cuantas concesiones sean necesarias. Se juega demasiado en el envite. Aunque sus asesores tengan planteada esta fórmula: “si el presidente gana el referéndum continua en el poder y si pierde, que derrota para Fraga!”. La realidad es que las urnas adversas, en consulta tan comprometida pueden significar el fin de la carrera política del señor González. Por eso desde la clamorosa escalinata de la arrogancia, el presidente ha descendido al os rellanos de la humildad para solicitar la ayuda de Fraga. Mal asunto si el líder de la oposición, con sus nobles reacciones, embiste a la muleta que se le tiende. Mal asunto si el presidente de Alianza Popular acepta el plato de lentejas que le ofrecen. Perderá su credibilidad  en los sectores más responsables, centristas, liberales y conservadores, y habrá malvendido su derecho de primogenitura en la oposición. El riesgo de Fraga es que le metan de matute en una operación de la que sólo obtendrán beneficio sus rivales.

Porque la celebración del referéndum

Pues bien: Hora es de decir con la mayor firmeza que Felipe González no tiene derecho a mezclar a España en un problema interno del Partido Socialista, no tiene derecho a comprometer la seguridad occidental con una consulta electoral que no ha hecho ninguna nación; no tiene derecho a manipular la opinión pública y engañarla sobre el verdadero significado de la consulta. Hora es de decir toda la verdad sobre las mentiras de la política áptera del socialismo con relación al a OTAN; hora es de proclamar que este no es un referéndum  que éste no es el referéndum  de la oposición centrista, liberal y conservadora que lo que se está organizando es un plebiscito a favor de González con los votos del centro-derecha, que la extrema izquierda trabaja de forma frenética en atizar la crispación nacional, mientras los depredadores de la política se agazapan para saltar sobre los horizontes que se perfilan revolucionarios. Hora es de decir, en fin, que estamos en vísperas de un trauma nacional de consecuencias  incalculables; que se abrirán los labios de las heridas más profundas de la historia de España y que resultará muy difícil después hacerlas cicatrizar.

Por eso la única posición razonable del centro y la derecha es evitar que el referéndum se celebre. Hay que ayudar al señor González a que salga con dignidad de la soga en que ha introducido su tierno cuello. Para eso es necesario que los dirigentes de la oposición política y social manifiesten claramente que se abstendrán en el referéndum. Sólo el temor a perder en las urnas conducirá al señor González a buscar una fórmula razonable y desconvocar la consulta insensatamente prometida. Como nada más que males nacionales  e internacionales se pueden derivar del referéndum, lo patriótico es la abstención, lo patriótico es no entrar en un juego del que inevitablemente España saldrá perjudicada; lo patriótico es forzar a que se haga lo único que tiene sentido común, desconvocar el referéndum y evitar así que las hilanderas del rencor terminen por tejer un nuevo tapiz de los desastres en España.

Luis María Anson

19 Diciembre 1985

La esquitofrenia de la derecha

Luis Solana

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La normalidad política de España -de los españoles- es un fenómeno que sorprende y admira a propios y extraños. Los españoles hemos recorrido en 10 años un largo proceso que en otros países necesitó los siglos que van desde el XVIII al XX. Por supuesto que, mientras nuestros vecinos del Norte iban dando pasos cortos hacia la convivencia, la igualdad y la libertad, nosotros dábamos zancadas de siete leguas… hacia delante y hacia atrás. La fruta de la libertad la hemos exprimido nosotros en sólo 10 años, pero antes tuvimos que dejar crecer en un huerto siniestro la fruta gigante y trágica de Caín y Abel. Pero ahora ya tenemos el mismo zumo dulce de la convivencia que otros muchos países obtuvieron, gota a gota, siglo a siglo, de frutas de maduración lenta y sin sobresaltos.En este proceso rapidísimo hemos visto a grupos y personas hacer y jugar cada uno un papel histórico para ganar el tiempo perdido, incluso con el sacrificio de su existencia histórica. Unos hombres con camisa azul dieron paso a un proceso que -queriendo o sin querer- permitió que llegásemos a votar una Constitución. Otros con camisa roja se dejaron jirones de su historia y corrieron a colocarse en la cabeza del hacer juntos la libertad. Y lo lograron. Otros hombres, mezclando tradición y modernidad, hicieron partidos políticos y se fueron al poco tiempo para que apareciera un esquema más normal. Franquistas, comunistas y ucedeos podrían ser los epifenómenos de este proceso acelerado. Justamente los tres grupos que, habiendo jugado papeles definitivos (de definir), están atravesando una profunda crisis, cuando no se encuentran en trance de extinción.

Por cierto, nunca me he explicado por qué los responsables de prendar el mérito de los civiles están siendo tan avaros al condecorar a conciudadanos que se lo merecen. ¿Se va a morir Dolores Ibárruri sin una condecoración como reconocimiento valiente a toda nuestra historia? ¿No tendremos capacidad de darnos cuenta de que Manuel Fraga y Santiago Carrillo tienen derecho al mérito civil con banda y aplauso, por llevar a derecha e izquierda a vivir votando y no odiando? La verdad es que nos falta un poco recuperar la estética del Estado. Pero ya llegará.

Vuelvo al tema central que me ocupa aquí para seguir resaltando ese hecho decisivo de que todas las tendencias políticas han hecho un esfuerzo gigante para normalizar, para ser normales.

La historia de España está plena de esquizofrenias peligrosas y hasta puedo aceptar que la izquierda era hasta ahora la que posiblemente ganaba en este triste problema psiquiátrico. Pero con la Regada de los socialistas al poder empieza a ser la derecha la que se coloca en cabeza. Dos muestras vivas: la reorganización partidista de esa derecha y el tema de la OTAN. Sobre la reorganización política del conservadurismo español no voy a decir hoy nada como no sea el resaltar el entusiasmo nacionalista de algunos conservadores, nacionales hasta antes de ayer. Pero es sin duda ante el tema de la Alianza Atlántica donde la situación parece más curiosa a un espectador interesado. Resulta que el partido político que casi monopoliza la idea de izquierdas hoy en España ha cruzado un largo camino de análisis y posicionamiento. Primero, en el exilio, vio la Alianza Atlántica como meta de una libertad que se la había arrebatado a tiros. Luego vio a la Alianza como nefasto instrumento de unos Estados Unidos que habían apoyado al régimen dictatorial que les hizo sufrir en carne y sueño. Posteriormente -ahora- ese mismo partido reconoce los valores que para España tiene el estar en el club que pretende defender la libertad con el apoyo mutuo en un esquema común de defensa. Desde Prieto a Felipe, el presidente del Gobierno actual, hay un largo recorrido ideológico de racionalización y superación de situaciones psiquiátricas. Pues justamente en ese momento en que la izquierda deja de tener que ir al psiquiatra, la derecha se pone en cola ante el doctor.

Hasta ahora creíamos que los conservadores españoles querían que España fuera y siguiera siendo miembro de la Alianza Atlántica. Pues ahora hay dudas razonables. Va a haber un referéndum sobre la pertenencia de España a la OTAN, y los que no necesitan psiquiatra dicen que votarán sí (por supuesto que respeto a los que siendo de izquierdas tienen todavía alguna duda). Y los que siempre han querido que España esté, haya estado y siga estando en la OTAN anuncian que se abstendrán. Ininteligible sin acudir a la psiquiatría. Pero ¿no querían ustedes estar en la OTAN? Entonces, ¿por qué no anuncian el sí a bombo y platillo?.

Naturalmente que entiendo el planteamiento a corto plazo que hacen esos conservadores: esto es un problema del partido que gobierna; por tanto, que con su pan se lo coman. Error esquizofrénico. El tema de la OTAN no es un problema del partido gobernante, ni de la oposición: es una opción política para ambos. Si su ideología es partidaria de la OTAN, vote sí; si su ideología es contraria a la OTAN, vote no. Pero no se complique la psique con problemas accesorios que le llevarán a mala salud mental. ¿No le gusta cómo plantea el presidente del Gobierno el problema? Pues bronca parlamentaria. ¿Preferiría que no se hubiera convocado el referéndum? Pues puede ser razonable, pero el compromiso ya no tiene vuelta atrás. ¿No tiene seguridad sobre la pregunta? Pues negociación y pacto, que ocasiones hay. Pero abstenerse ante algo que era suyo siempre es -insisto- esquizofrénico. Los oportunismos políticos los puedo entender, pero no aplaudir. Un ejemplo más. Supongamos que se intenta una operación habilísima de tumbar al partido gobernante, dejándole que pierda el referéndum a manos de los antiatlantistas. Consecuencias: gracias a los atlantistas de toda la vida, España sale de la OTAN y el Gobierno cae. Primer síntoma de esquizofrenia. Pero resulta que puede ocurrir que, tras unas elecciones, siga en el poder el mismo partido que gobierna hoy, y que la oposición siga en la oposición. Segundo síntoma de esquizofrenia.

Yo creo que la derecha más o menos conservadora tiene tiempo para rectificar una estrategia difícil de entender y que puede llevar -allá ustedes-, como en el dicho popular, a «que se fastidie el coronel, que yo no como rancho»; o, lo que es lo mismo, por pegar un capón infantil al presidente del Gobierno permanecer al margen de la defensa común de la libertad, por la que dicen que han predicado tiempo ha.

12 Enero 1986

Sobre el referéndum

Alfonso Guerra

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El debate de las últimas semanas sobre el referéndum que se va a celebrar próximamente en España ofrece buenos ejemplos de esa inclinación, tan frecuente en los políticos -y en quienes se mueven en su entorno-, a confundir su mundo con el mundo. Ésta es fuente de la que nacen casi siempre los más sonados errores de los dirigentes, que, sin embargo, aciertan con frecuencia cuando son capaces de escapar a la atracción que ejerce sobre ellos la atmósfera cerrada del invernáculo político.La primera confusión deriva de que casi nunca se establece con precisión de qué se está hablando. Las actitudes ante la celebración del referéndum aparecen confusamente mezcladas con toda clase de elementos subjetivos, que podrán ser más o menos legítimos o espurios, pero que poco o nada tienen que ver con lo que pretendidamente se debate: ¿es o no razonable que el pueblo español sea consultado a la hora de tomar una decisión como la de permanecer o salir de la Alianza Atlántica? El contestar a esta cuestión con un ojo puesto en las encuestas y otro en el calendario electoral podrá ser comprensible desde el punto de vista de la estrategia partidista a corto plazo, pero no parece que sea la forma más rigurosa de responder.

La confusión aumenta si se añade la que deriva del cruce entre actitudes ante el hecho de la consulta -el referéndum- y actitudes ante lo consultado -permanencia en la Alianza- Hay algún medio de comunicación que, después de haber publicado en los últimos años decenas de editoriales sobre el asunto (en todos los cuales se ha criticado acerbamente la pretendida ambigüedad del Gobierno), aún no nos ha dejado saber si está a favor, en contra o se abstiene. Lo mismo cabe decir de algunos líderes políticos, que adoptan la ventajosa filosofía: «Con barba, san Antón, y si no, la Purísima Concepción».

En todas las construcciones argumentales en contra de la celebración del referéndum parece faltar siempre una respuesta a los datos básicos del problema, a saber: a) que la Constitución ha establecido el mecanismo del referéndum consultivo precisamente para las «decisiones políticas de especial trascendencia»; b) que todavía nadie ha puesto en duda que la decisión de permanecer o abandonar la Alianza Atlántica reviste una especial trascendencia para Es1laña; c) que la decisión de someter este asunto a referéndum popular está tomada y anunciada por el Gobierno desde 1982, sin que jamás se haya cuestionado su cumplimiento (otra cosa es que algunos, confundiendo sus deseos con la realidad, se hayan creído su propia propaganda contraria al referéndum y ahora se sorprendan ante la confirmación de que se va a hacer lo que siempre se dijo que se haría), y d) que la inmensa mayoría de los españoles, al margen de su ubicación ideológica o de su opinión sobre la permanencia en la OTAN, desea ser consultada sobre esta cuestión.

El papel de España en el mundo

Con estos cuatro datos de la realidad debería ser suficiente para que un Gobierno responsable considerara necesario consultar a los ciudadanos. Pero hay más: España sale de un prolongado período de indefinición y vacilaciones en cuanto a su papel en el mundo. La ausencia de un marco de relaciones internacionales más allá de la retórica ha supuesto hasta ahora una permanente rémora para nuestro desenvolvimiento como nación. El referéndum es el mejor modo de resolver profundas escisiones, hasta ahora existentes en nuestra sociedad, sobre el papel, los intereses y la seguridad de España en el contexto internacional. Escisiones equivalentes, desde el punto de vista interno, quedaron resueltas en el proceso que culminó con la aprobación de la Constitución, con el establecimiento definitivo de un marco adecuado de convivencia entre españoles. No parece que tenga menor trascendencia obtener ahora el definitivo asentamiento internacional de España; esto es, completar las líneas, establecer las condiciones y defender los intereses de su posición en el mundo como nación democrática y occidental.

El referéndum permitirá, mejor que cualquier otro procedimiento, hacer de esta cuestión, hasta ahora conflictiva e incierta, una cuestión en el futuro pacífica y segura. Que la legitimidad de una decisión política está en función, antes que de su contenido, del procedimiento por el que tal decisión se adopta es algo que ya resulta un axioma para la filosofía política más actual. Este principio de la legitimidad por el procedimientoo, si se prefiere, de la aceptación de la decisión política en virtud de la forma en que se toma y en que recibe el apoyo popular es, en último término, lo que explica esa especial adecuación, prevista por nuestra Constitución, del referéndum para las cuestiones de especial trascendencia. Parece claro que la política de paz y seguridad que España ha de establecer se verá considerablemente fortalecida, incluso frente a nuestros interlocutores exteriores, por el hecho de haber sido directamente refrendada por el pueblo.

Paternalismo y soberanía popular

Se alude a veces a la especial naturaleza de tan delicada cuestión para justificar la inconveniencia de que sea sometida a consulta de los ciudadanos. Peligroso argumento. Tras él subyace una concepción de la democracia y de la soberanía popular que, con suavidad, debe calificarse al menos de paternalista. Desde la perspectiva de profundización de la democracia, el referéndum sobre la permanencia en la Alianza Atlántica adquiere, a mi juicio, un valor añadido: la demostración práctica de que en España no hay cuestiones que puedan sustraerse a la soberanía del pueblo y que, por el contrario, queda siempre abierta la posibilidad de que los ciudadanos intervengan en todas las materias que les afectan. Cuando la Constitución dice que «la soberanía reside en el pueblo» no establece a continuación un catálogo de excepciones. La consideración, que late debajo de ciertas posiciones, de que los temas relativos al marco de la seguridad de España o de su posición en el mundo han de ser coto privado de los profesionales de la política o de la defensa choca con los principios constitucionales y con una concepción integral de la democracia política, y ahí sí entramos ya en una auténtica cuestión de principios sobre la que sería bueno que se clarificaran las posturas.

El referéndum, asunto del Gobierno

Por otra parte, ¿qué se quiere decir cuando se afirma que el referéndum es un asunto del Gobierno? Naturalmente que lo es: el referéndum consultivo, previsto en el artículo 92 de la Constitución, ha de tener por objeto, necesariamente, una decisión política del Gobierno. El Gobierno es el órgano constitucional que ha de proponer y promover la consulta popular y es también el órgano que compromete una decisión suya mediante dicha consulta. Las cosas no pueden ser, en términos constitucionales y legales, de otra forma.

Lógicamente, las decisiones consultadas no pueden ser cualesquiera que el Gobierno desee, sino solamente aquellas que tengan especial trascendencia. Para garantizar esto último, precisamente, se establece que la celebración de la consulta y los términos en que se produce sean algo que ha de autorizar el Congreso de los Diputados. Ambos elementos -naturaleza especial de las decisiones objeto de consulta y autorización del Congreso- son los que determinan que tales decisiones se configuren como verdaderas cuestiones de Estado, respecto a las que pueden y deben comprometerse, en uno u otro sentido, todas las fuerzas políticas, y no sólo las que apoyan al Gobierno.

Un razonamiento contrario nos conduce al absurdo: puesto que lo que se ha de someter a consulta es una decisión del Gobierno, puesto que el presidente del Gobierno es quien tiene la iniciativa para promover la consulta, siempre será posible argüir que un referéndum es «un asunto del Gobierno» y descomprometerse así del «sino.

Semejante círculo vicioso sólo podría romperse mediante la exclusión de la posibilidad niÍsina del referéndum, es decir, creando una situación de reforma constitucional de hecho o de derecho. Y quien tal cosa pretenda debe decirlo así.

Lo que busca el Gobierno al consultar a los ciudadanos sobre su decisión de que España permanezca en la Alianza Atlántica en ciertas condiciones no es, desde luego, incrementar el apoyo popular a su política general. Entre otras cosas, porque, afortunadamente, no precisa este Gobierno para ello de semejantes medios. Nadie puede pensar seriamente que de lo que se trate sea de plebiscitar al Gobierno. Si ésa fuera la idea, a cualquiera se le pueden ocurrir muchos temas en los que este Gobierno podría buscar un plebiscito en condiciones de mayor comodidad.

Es precisamente la postura de boicoteo al referéndum por parte de ciertos partidos lo que determina un incremento de la responsabilidad y, por tanto, del protagonismo del Gobierno. Esa actitud sería, en todo caso, la que podría conducir a una situación plebiscitaria no buscada por el Gobierno, sino provocada por quienes se niegan a hacer frente a su responsabilidad ante el electorado.

Los enemigos de la consulta a los ciudadanos

El oportunismo latente en la postura de quien dice propugnar el boicoteo, su endeble base teórica, se evidencia en cualquier caso recordando las posiciones defendidas por AP al debatirse en las Cortes lo que hoy es el artículo 92 de la Constitución. Tronaba entonces el señor Fraga Iribarne en defensa de la democracia directa con palabras como éstas: «Partidario como soy de la democracia representativa, y respaldando como respaldo la inclusión de los partidos políticos en el título preliminar de la Constitución, es una compensación necesaria, de raíz profundamente populista y de raíz profundamente democrática, el que haya determinadas atribuciones otorgadas al pueblo como tal a través de las instituciones de la y a indicada iniciativa legislativa popular y del referéndum en un sentido amplio». Se quejaba amargamente el propio señor Fraga cuando, por una enmienda (justamente del partido comunista), el referéndum pasó de ser decisorio a considerarse consultivo, y citaba ejemplos:

«La entrada en las Comunidades Europeas o la eventual retira

da de las mismas, o tal vez el tema tan polémico como la entrada en una organización internacional de defensa, pudieran y debieran ser sometidas a referéndum». Y concluía su alegato -mediante el que, no sin cierta coherencia ideológica personal, pretendía combatir lo que él llamaba «los riesgos de la partitocracia»- con una enérgica afirmación de identidad política: «Pertenezco a un partido populista que no acepta el desprecio a la plebe que implica el desprecio de los plebiscitos» (Diario de Sesiones, 6 de junio y 13 de julio de 1978).

En todo caso, y teniendo en cuenta que, aun después de haberse hecho pública la intención de los señores Fraga Iribarne, Alzaga y Segurado de boicotear el referéndum, casi el 70% de la población se manifiesta a favor de que éste se celebre, cabe dudar de la rentabilidad electoral de una actitud que más parece una trampa de elefantes que alguien le ha tendido a alguien, y no precisamente al Gobierno.

El referéndum, pues, es conveniente para España porque otorga una especial legitimidad a la política de paz y seguridad. Es democrático porque hace a los ciudadanos responsables y les permite intervenir en una materia que afecta a todos. Es respetuoso con la voluntad de los españoles, que desean en su gran mayoría ser consultados sobre esta cuestión. Es constitucional porque se ajusta estrictamente a lo previsto en el artículo 92de nuestro texto básico; y es coherente con el compromiso electoral de los socialistas, reiterado en el programa de investidura del presidente del Gobierno y mantenido hasta hoy.

Además, no hemos de tener miedo a la expresión de la voluntad popular: ¿qué hace pensar a algunos que los españoles, que desde el final de la dictadura han sabido acertar en el rumbo más conveniente para sus destinos, van en esta ocasión a ir contra sus propios intereses? ¿Dónde están las reiteradas alusiones a «la demostrada madurez del pueblo español»? Más discutible sería la madurez de algunos políticos, que, estando convencidos de la conveniencia de una decisión, orillan el interés nacional en función de un muy dudoso ejercicio de quiromancia electoral cuyo principal defecto es que empieza por no convencer a aquellos a quienes se dirige. Como no podía ser menos tratándose de un guiso procedente de las cocinas democristianas.

No hay mejor forma, por tanto, de explicar el alcance y el contenido del referéndum que con el texto de la Constitución en la mano. Se trata, en efecto, de someter a referéndum consultivo de todos los ciudadanos una decisión política de especial trascendencia. Tiene que haber, pues, una decisión política, y tal decisión ha de tomarla el Gobierno. No se consulta a los ciudadanos sobre la paz y la guerra (sólo habría un resultado: ciento por ciento a favor de la paz), ni sobre la situación geoestratégica del mundo, ni siquiera sobre los bloques militares; hasta sería un error pensar que se trata de opinar sobre la OTAN como tal. No son ésas cuestiones que se solventen mediante un referéndum. Se trata de determinar si una decisión concreta del Gobierno es o no considerada conveniente, en un momento histórico determinado, por los ciudadanos.

En este caso, la decisión se refiere a la permanencia de España en la Alianza Atlántica con ciertas condiciones. Tiene, sin duda, especial trascendencia y, aceptando esa valoración (que nadie ha discutido hasta ahora), ha de aceptarse que el Gobierno pueda y deba someterla a consulta de los ciudadanos. No es razonable decir que el referéndum tenía sentido si era para salir (es decir, en el supuesto de que la voluntad del Gobierno hubiera sido abandonar la Alianza), pero no lo tiene si es para permanecer.Eso puede afectar a la opinión que merezca la postura del Gobierno o incluso al sentido del voto, pero no al hecho mismo de la consulta, que se justifica por la importancia de la cuestión.

El referéndum, en consecuencia, no es que pueda ser más o menos claro; es que la propia Constitución lo hace claro. El Gobierno, adoptada una decisión política sobre la permanencia en la Alianza Atlántica, la considera de especial trascendencia y pide autorización al Congreso de los Diputados para someterla a referéndum. A los ciudadanos corresponde decir sí o no a esa decisión. ¿Qué ocurre después? Si la mayoría ha dicho sí, lógicamente el Gobierno lleva adelante su decisión. Si, por el contrario, la mayoría de los votantes considera que la decisión del Gobierno no es la más adecuada para los intereses nacionales, éste, por lógica democrática, no debe aplicar tal decisión.

En esta situación cabe ya predecir que en el futuro los libros de historia recogerán el año 1986 como aquel en que los españoles, además de incorporarse a las instituciones de la Europa democrática superando un aislamiento de siglos al que les habían condenado, entre otros, los malos gobernantes, pudieron determinar su papel en el mundo y su participación en un sistema de seguridad colectiva por el procedimiento más democrático que se conoce: el sufragio universal. Y parece que no serán precisamente los que hoy, por mezquindad o por miopía, regatean su contribución al interés de todos quienes ocupen el mejor lugar en esa historia. es vicepresidente del Gobierno.

27 Enero 1986

Diez razones para salir de la Alianza Atlántica

Ramón Tamames

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1. Los bloques militares, sin entrar en su posible distinta significación y contenido, representan una confrontación que evidentemente pone en peligro el futuro de la paz y la propia supervivencia de la vida en el planeta Tierra, tal como hoy se conoce. La racionalidad humana, a nivel de los últimos años del siglo XX, no puede sino manifestarse en favor de la desaparición de los bloques: por la vía de la distensión, de la negociación y del desarme. Estar en un bloque es contribuir a la crispación y al enfrentamiento. Por ello, España debe salir de la OTAN.2. España puede ser un país neutral, como actualmente lo son en Europa Suiza, Suecia, Finlandia y Austria, cuatro Estados de democracias avanzadas cuyos ciudadanos disfrutan de plenitud de derechos, donde no se sabe de torturas ni malos tratos. Todos esos frutos de la neutralidad son posibles en esos países, porque en ellos no hay imposiciones ni bases extranjeras, ni complejos industriales-militares dirigidos por poderes transnacionales. España, con un estatuto de neutralidad, podría ir en esa misma dirección de progreso. Por ello, España debe salir de la OTAN.

3. No es necesario estar con EE UU o con la URSS, como tampoco es inevitable estar contra EE UU o contra la URSS, ni contra Occidente y el capitalismo, o contra Oriente y el socialismo realmente existente. Los países neutrales de Europa tienen excelentes relaciones con el Este y el Oeste, y países tan significativos como Yugoslavia y la India, y en nuestro entorno idiomático y cultural México y Argentina, no están en ningún bloque. Y apoyan desde esas posiciones la solución de los problemas humanos como conjunto, sin diferencias ideológicas ni de puntos cardinales, porque estar fuera de los bloques militares no es inhibirse o aislarse del resto del mundo, sino preocuparse más por la paz como alternativa y por la solidaridad como compromiso. Por ello, España debe salir de la OTAN.

4. Los denominados «principios de la civilización occidental», si por tales se entienden las libertades públicas, la democracia participativa, los derechos sociales se cumplen mejor cuando nos esforzamos por la paz y la convivencia en vez de contribuir al clima de crispación y armamentismo, que no genera sino una política hermética, distanciada de los anhelos populares, con toda suerte de interferencias policiales y con gastos militares crecientes. Por ello, España debe salir de la OTAN.

5. Nuestro país no tiene que inventarse falsos enemigos. Todos los españoles deberíamos recordar el último párrafo del preámbulo de la Constitución, que nos invita a proclamar nuestra voluntad de «colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra». El verdadero problema de España, de la pretendida amenaza de los países del Pacto de Varsovia, está en el hecho de que en España hay cinco Gibraltares, uno británico y cuatro norteamericanos, y en el hecho, también, de que la presencia de nuestro país en la Alianza Atlántica nos sitúa en la dinámica de bloques. Por ello, España debe salir de la OTAN.

6. Las aspiraciones armamentistas buscan parte de sus argumentos en el tema del futuro de Ceuta y Melilla, y en la posibilidad de un enfrentamiento entre España y Marruecos. Pero de Ceuta y Melilla no van a resolverse con el armamentismo, ni con las leyes de extranjería, ni con cartas municipales. Los problemas de Ceuta y Melilla se resolverán aplicando la Constitución: con su disposición transitoria quinta, que habla de la posibilidad de que las dos ciudades puedan constituirse en comunidades autónomas, y con el artículo 13.2, que establece también la posibilidad del derecho de sufragio activo en las elecciones municipales en favor de los ciudadanos no españoles. Es así como la situación de Ceuta y Melilla podría evolucionar hacia perspectivas más brillantes, que permitirían ir mejorando las relaciones con Marruecos. Los problemas de Ceuta y Melilla no se resuelven ni con la Alianza Atlántica ni con el militarismo del pasado, sino con la Constitución. Por ello, España debe salir de la OTAN.

7. La memoria histórica debe hacernos recordar que la última guerra internacional de España fue con Estados Unidos de América, en 1898. Y de aquel trance, casi un siglo después, se mantiene la interferencia permanente de Estados Unidos en los asuntos internos de Filipinas, el acoso económico y de todo tipo sobre Cuba y la situación de Estado libre asociado para Puerto Rico, en vez de haberse avanzado hacia unstatus de independencia en línea con lo auspiciado desde las Naciones Unidas. Y si EE UU es la potencia hegemónica de la OTAN, estando en la OTAN se está en connivencia con su potencia hegemónica. Por ello, España debe salir de la OTAN.

8. También puede recordarse que fue en 1953 cuando Franco secuestró la neutralidad histórica de España, para conceder a EE UU otros cuatro Gibraltares sobre nuestro suelo (Zaragoza, Torrejón, Morón y Rota), para garantizar la continuidad de su dictadura personal, que se extendió con la ayuda de Estados Unidos durante 22 años hasta el mismo 20 de noviembre de 1975. Entonces la potencia hegemónica de la Alianza Atlántica no dudó ni un instante en apoyar la dictadura de Franco, como desde la OTAN también se apoyan otras dictaduras. Por ello, España debe salir de la OTAN.

9. La neutralidad no es solamente la posibilidad del progreso pacífico, de una prosperidad económica, de un respeto internacional. La neutralidad también es un principio de dignidad nacional para España, el principio de no tener que aceptar de ningún poder militar exterior interferencias que en vez de garantizar nuestra soberanía lo que hace es convertirnos en un protectorado. Por ello, el referéndum, ganando en él la salida de la OTAN, es la gran ocasión para la democracia española. Y por ello mismo es inaceptable que se quiera presentarnos ahora el referéndum, como lo hace el montaje propagandístico del PSOE y del Gobierno, como una batalla entre un Felipe González acosado y bienintencionado y un Manuel Fraga Iribarne acosante y ultramontano. González y Fraga están de acuerdo en lo esencial: en seguir en la OTAN, en mantener las bases norteamericanas, en no querer la neutralidad. La postura de los que sienten la democracia como soberanía popular, como dignidad nacional, es hacer todo lo posible para salir de la Alianza Atlántica. Por ello, España debe salir de laOTAN.

10. Al referéndum hay que ir a votar por el futuro, por la paz, por el progreso y por una democracia avanzada y participativa, por un Estado de derecho. Estar en favor de todo esto es propiciar que España salgade la OTAN.

Ramón Tamames es presidente de la Federación Progresista.