17 septiembre 1988

Pedro J. Ramírez rechazó una oferta millonario de Polanco y Cebrián para dirigirlo después de haber aceptado inicialmente

El Grupo PRISA cierra su revista política, EL GLOBO, tras meses de pérdidas y el rechazo de Pedro J. Ramírez a dirigirla

Hechos

El 15 de septiembre de 1988 el Grupo PRISA decidió cerrar su revista política EL GLOBO, fundada en octubre de 1987.

08 Enero 1989

"En EL GLOBO no funcionó prácticamente ninguna de las cosas que debieron funcionar"

Juan Luis Cebrián

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  • Luis Garmat – ¿Qué pasó con EL GLOBO?
  • Juan Luis Cebrián – Me dolió. Me dolió lo mal que salió la aventura. Me dolió que saliera mal porque, en gran parte, habíamos hecho mal las cosas, y me dolió tener que tomar una decisión que me parecía que era inevitable. Cuando tienes que hacer una cosa que, efectivamente, no es grata, pues te duele, pero comprendí que me podía doler mucho más si no tomábamos la decisión a tiempo y que cada día que pasaba el dolor iba a ser más grande.
  • Luis Garmat – ¿Y ese reto está vacío o existe alguna posibilidad de llevarlo?
  • Juan Luis Cebrián – Después de la experiencia que hemos tenido diría que no soy muy optimista al respecto. Creo que aquí no hay un semanario de información general como el que luego pretendía ser, pero no sé si hay mercado para ese semanario. En cualquier caso, si se plantea, se ha de partir de premisas mucho más humildes y cautas. El problema de EL GLOBO no fue sólo de escasa implantación en el mercado o de defectos del producto que, sin duda, también los tenía; fue también un problema de errores de diseño en la estructura empresarial de la publicación y de errores fundamentales de actitud por parte del equipo de EL PAÍS que ha triunfado tan ampliamente en el periódico y creyó que todo el monte es orégano. Ha sido en ese sentido una buena lección de humildad y realismo para el exceso de vanidad o de triunfalismo. En EL GLOBO no funcionó prácticamente ninguna de las cosas que debieron funcionar, aunque se hicieran muchas cosas bien, pero nos enfrentamos a altos costos con nula implantación en el mercado y además decreciente, pero una rentabilidad económica muy lejana que nos frenaba para hacer nuevas cosas. Los fallos de EL GLOBO son colectivos.

Primera Página

Juan Luis Cebrián

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Pero no todo fueron triunfos. Decididos a impulsar el grupo acordamos el lanzamiento de un semanario político, convencidos  de que los que existían en el mercado no cubrían las expectativas de rigor informativo exigibles a una prensa de calidad. Tras husmear entre las cabeceras libres o que podían adquirirse a un precio módico, bautizamos a la nueva publicación como EL GLOBO, y encargamos a Eduardo San Martín su botadura como director. Establecimos su sede en el mismo edificio de la SER, no escatimamos medio ni inversión algunos, tanto en equipo humano como en dotación técnica, y emprendimos la nueva aventura con un exceso de optimismo, por no llamarlo arrogancia, que nos condujo directamente al desastre. Participé activamente en las discusiones sobre las medidas que debían tomar los gestores de la revista en lo que se refería al contenido editorial; aunque la mayoría de mis recomendaciones no se tuvieron en cuenta, tampoco estoy seguro de que siguiéndolas se hubiera podido evitar la catástrofe. Al margen de que los costes se habían disparado irracionalmente desde el principio, el contenido de la publicación no acabó de satisfacer la demanda, pese a que descubrió algunas buenas exclusivas. El último movimiento dramático fue la sustitución del director por Jesús Ceberio y la convocatoria de una reunión extraordinaria, un domingo bien entrada  la primavera, para decidir las medidas que eludieran el cierre de la publicación, a esas alturas solicitado por numerosos miembros del Consejo, aunque ni siquiera había cumplido un año de vida. Yo me resistía a una solución semejante, pues sabía que era imposible asentar un semanario de nuevo cuño en menos de tres años. Pero el éxito de EL PAÍS había sido tan fulgurante que mis razones caían en descampado. Antes del a citada reunión hablé con José Luis Martín Prieto, que había regresado de Buenos Aires después de una larga estadía como corresponsal, periodo en el que su domicilio rioplatense se convirtió en punto de referencia de cuantos españoles influyentes pasaban por la capital argentina. José Luis se casó durante su estancia allí en una ceremonia en la embajada en la que Felipe González, por poderes, y yo mismo fuimos padrinos/testigos del enlace. La amistad entre nosotros se me antojaba poco menos que fraternal y mi admiración por sus dotes literarias y su capacidad de observación era conocida de todos. Antes de citar la reunión en EL GLOBO hablé con él para rogarle que se hiciera cargo de su salvamento, lo que aceptó, e incluso me pidió que postergara la hora del encuentro porque le venía personalmente mejor. No se presentó. No era la primera vez que hacía una cosa (…)

 

Cerramos EL GLOBO en septiembre de 1988, un mes antes de cumplir su primer aniversario. Acepté la decisión, tomada en solitario por Jesús al hilo de las recomendaciones de un empresario francés del sector, pero no de la compañía. Tuve que ser yo como director general de la compañía Progresa (Promotora General de Revistas) quien convocase a la plantilla en la sede del semanario para comunicar la noticia. Ninguna del casi centenar de personas presentes podía siquiera imaginar que aquel acto era uno de los últimos que habría de protagonizar siendo aún director de EL PAÍS. Solo yo era consciente del error que cometíamos por no esperar un par de meses antes de clausurar la publicación, a fin de que esa fuera mi primera decisión como consejero delegado de PRISA y no se viera involucrado el periódico, a través de mi persona, en un episodio tan lamentable.