1 mayo 1994

Derrota política de Garzón, al nombrar Felipe González al ex juez Belloch como nuevo ministro de Interior en vez de a él

El ministro del Interior, Antonio Asunción, dimite ante la escandalosa fuga de España del ex director de la Guardia Civil, Roldán

Hechos

D. Antonio Asunción dimitió como ministrio de Interior ante la fuga de D. Luis Roldán. El presidente D. Felipe González encargó al hasta entonces ministro de Justicia  Sr. Belloch que sumara las competencias de Interior

Lecturas

El 30 de abril de 1994 D. Antonio Asunción Hernández dimite como ministro del Interior después de que hubiera garantizado que D. Luis Roldán Ibáñez, el político del PSOE y exdirector de la Guardia Civil no se iba a fugar de España, cosa que se confirmó el 29 de abril de 1994.

Ante su dimisión se abre la duda de si el presidente optará para reemplazarle por el juez D. Baltasar Garzón Real, que desde que se alistó por el PSOE era visto como un aspirante para ese cargo, pero el presidente del Gobierno D. Felipe González Márquez optará por descartar esta opción e integrar el ministerio de Interior en el de Justicia.

A la dimisión del Sr. Asunción Hernández se suma la del ministro de Agricultura, D. Vicente Albero, afectado por el caso Ibercorp, lo que obliga a D. Felipe González Márquez a formar un nuevo consejo de ministros.

ASUNCIÓN DESEA QUE CUANTO ANTES ROLDÁN SEA ENCARCELADO

Roldan2 El Sr. Asunción ha pasado de defender al Sr. Roldán y se expresar su convencimiento de que este no se iba a fugar de España a, una vez se ha evidenciado que lo ha hecho, expresar su deseo en que sea encarcelado cuanto antes.

UNIFICADOS LOS MINISTERIOS DE JUSTICIA E INTERIOR EN LA FIGURA DE JUAN ALBERTO BELLOCH

belloch2 El hasta ese momento ministro de Justicia, el juez D. Juan Alberto Belloch, pasaría a ser ministro de Justicia e Interior, por primera vez dos carteras ministeriales tan importantes se fusionaban en una sola con un ‘bi-ministro’.

DOS ‘VICEMINISTRAS’, FERNÁNDEZ DE LA VEGA Y MARGARITA ROBLES

vega_robles El nuevo ‘biministro’ creo dos secretarías de Estado especiales para las dos carteras, la Secretaría de Estado de Justicia para Dña. María Teresa Fernández de la Vega y la Secretaría de Estado de Interior para Dña. Margarita Robles, ambas juristas progresistas que serían bautizadas por la prensa como ‘viceministras’.  La que alcanzaría más popularidad en aquel momento sería la Sra. Robles, por su política de distanciamiento con los dos gabinetes ministeriales de interior anteriores, los de D. José Barrionuevo y D. José Luis Corcuera, con este último se populizarían profundas discusiones.

VARAPALO PARA GARZÓN

garzon_mitin El diputado socialista y juez D. Baltasar Garzón fue el mayor derrotado del cambio ministerial, ante la dimisión de D. Antonio Asunción parecía el mejor situado para ocupar la cartera de Interior, pero resultaba que el presidente del Gobierno, D. Felipe González prefirió unificar Interior con Justicia antes que encargárselo a él, quedando excluido incluso como ‘viceministro’. Su carrera política acabó en aquel momento.

01 Mayo 1994

Confusión y dimisión

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Las explicaciones de Antoni Asunción fueron bastante confusas, pero su gesto político de presentar la dimisión fue inequívoco. El ministro no es capaz de ofrecer una explicación racional de la desaparición de Luis Roldán, y dimite por ello, asumiendo su responsabilidad en un hecho que ha suscitado una tan grande como justificada alarma ciudadana. El hecho de que continúe en el puesto hasta que el Presidente acepte formalmente su renuncia puede considerarse aceptable -siempre que la provisionalidad no se prolongue más allá de algunos días- si ello sirve para no perjudicar la eficacia de las investigaciones dirigidas a la localización y detención del fugado ex director general de la guardia civil. Este desenlace sume en el ridículo al Gobierno que nombró a Roldán y lo mantuvo en tan destacado cargo durante cerca de ocho años, y se convierte, a la vez, en síntoma de la degradación del poder socialista.La única excusa que acertó a invocar Asunción en su comparecencia fue que el Gobierno no puede ordenar la vigilancia de un ciudadano, salvo por orden judicial, y que ésta no se produjo hasta el jueves. Absurdo argumento. Tomado en serio impediría a la policía cualquier pesquisa destinada precisamente a suministrar al juez los indicios necesarios para ordenar la detención de los presuntos delincuentes. Pero especialmente absurdo en este caso: Luis Roldán tenía abierto un sumario, y, dada la relevancia de su figura y magnitud del escándalo asociado a sus andanzas, los indicios de criminalidad no es que fueran públicos, es que no había español que los desconociera.

Nada impedía al Gobierno mantener vigilado a Roldán. Y si nadie había pensado en el Ministerio del Interior en la posibilidad de que alguien como el Luis Roldán que hoy conocen todos los ciudadanos se diera a la fuga, no bastaría con la dimisión del ministro: habría que destituir a todo el departamento. En todo caso, una de las primeras tareas del sucesor de Asunción deberá ser la depuración de responsabilidades en ese ministerio.

Roldán contaba además con escolta. La revelación de que acostumbraba a prescindir de ella es sorprendente. Se supone que a nadie le resulta agradable sentirse atosigado por esa presencia; pero las razones de seguridad priman en este caso sobre la comodidad. Había la obligación de proteger a Roldán día y noche. Aunque él no quisiera.

Al dimitir, asume el ministro del Interior su responsabilidad agravada por sus declaraciones del jueves de que le constaba que Roldán estaba localizado. Debe serle aceptada, incluso si ello pone en evidencia a otros compañeros de partido de Antoni Asunción o interfiere en los cuidadosos planes de dimisiones dosificadas diseñados por la dirección socialista para intentar capear el temporal político.

No hace falta añadir nuevos adjetivos -uno de los efectos de la situación es que concede cierta credibilidad a los especialistas en frases campanudas- para resaltar la importancia del episodio. La demora en la aceptación de la dimisión no podrá superar el mínimo imprescindible para no interferir las tareas de investigación relacionadas con la captura de Roldán.

Asunción descartó en términos rotundos la hipótesis de un pacto entre el Gobierno y Roldán. No es el momento de añadir mayor confusión a la existente, pero Antoni Asunción admitirá que la credibilidad de sus palabras se vería reforzada por el hecho de la detención de Roldán y su puesta a disposición judicial.

Es muy inquietante que el Gobierno produzca ahora tal impresión de debilidad y que del escándalo -de los escándalos- se haya pasado al esperpento. El reforzamiento de la normativa contra la corrupción, la colaboración con las comisiones de investigación, los atisbos de un cambio de doctrina respecto a la asunción de responsabilidades políticas son iniciativas gubernamentales que trotan por detrás de unos acontecimientos que cabalgan, y decisiones que habrían tenido sentido ayer apenas lo tienen hoy. En ese contexto, la dimisión de Antoni Asunción tiene al menos el mérito de ser un gesto claro. Pero lo que exige hoy la sociedad es la detención inmediata de Luis Roldán, esté donde esté, y su puesta a disposición judicial.

01 Mayo 1994

El Rasgo de Asunción

ABC (Director: Luis María Anson)

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Cedamos a la tentación inevitable de tomar prestado el título del célebre artículo de don Emilio Castelar pese a la heterogeneidad de épocas y circunstancias. Y con otra relevante diferencia: Castelar fue injusto. Nosotros no lo seremos.

¿Cree de verdad resolver algo Asunción con el bonito gesto para consumo de ingenuos, con el figurín del brindis al sol de su dimisión? Si lo cree, habrá que sacarlo de su error. Si piensa que con la interposición de su cabeza subalterna aisla el circuito de responsabilidades de González, se equivoca. Asunción está siendo un excelente ministro, moderado, prudente y firme. No tuvo intervención en el nombramiento de Roldán, que es lo grave. Por eso, si el Gobierno tuviese la voluntad política, la verdadera determinación de encontrar y capturar a Luis Roldán, lo último que procedería sería la dimisión del titular de Cartera que tiene la responsabilidad de aprehenderlo. Equivaldría a una intolerable dejación de obligaciones. Asunción carece de relevancia política como para que su dimisión cobre valor expiatorio, pero tiene el deber administrativo de su cargo de poner a Roldán ante el juez. Su dimisión es una grotesca ‘espantá’. No le concedamos el beneficio de la duda de pensar que intenta purgar una incompetencia.

Porque todo, hasta la incompetencia, tiene sus límites. Y no es materialmente creíble que un personaje de la notoriedad de Roldán, sujeto a diligencias judiciales, con una comisión parlamentaria escrutando sus crapulosas actividades, gozando de los beneficios de escolta policial, pueda desaparecer (Por cierto, contra lo que Asunción pretendí hacer creer, tampoco es verosímil y contravendría todas las instrucciones con las que trabajan los servicios de protección policial, que la escolta pudiera ser retirada a capricho de Roldán). Asunción nol logró sacar del foco la responsabilidad del jefe que le ordenó el ‘rasgo’ efectista de la dimisión.

Nadie mínimamente avispado puede dejar de sospechar que Roldán no ha escapado por la incompetencia de quienes debieron evitarlo sino por el alto interés, rayano en la necesidad, de que así ocurriera. ¿O es que, escuchando a Asunción, hubo un solo español que no recordase las insinuaciones de Roldán, el 5 de abril ante la comisión parlamentaria, cuando amenazó con exhumar las toneladas de basura que obraban en su poder?

Esa es la clave de la inverosímil fuga, según cualquier razonamiento lógico propiciad por el Gobierno González. Cada minuto que González siga en el poder sin que Roldán sea capturado, será un minuto más de humillación nacional y de agonía inútil. Las espesas acusaciones de Asunción pretendiendo culpar a la oposición por cumplir con su deber, aún pusieron más toscamente de manifiesto la numantina voluntad de salvar a González, aún a costa del decoro patrio.

La resistencia de González a marcharse bordea, en términos políticos, una agresión a los intereses nacionales fronteriza de la figura de lesa patria. Sin esperar más, ellunes debería convocarse una sesión extraordinaria del Congreso. González debe comparecer y dar cuenta del paradero de Roldán. O marcharse irreversiblemente.

05 Mayo 1995

Todos al Agua

Lorenzo Contreras

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Horas antes de que su dimisión se haga efectiva, Antonio Asunción, ministro del Interior, ha rendido el trámita parlamentario de explicar a los diputados, sin convencer a nadie, la incomprensible fuga de Luis Roldán, ex director general de la Guardia Civil. La cita en el Congreso ha sido perfectamente inútil, un ejercicio de logomaquia por parte de Asunción. No tenía el ministro dimisionario otra salida que amontonar palabras defensivas, o evasivas si se prefiere, que viene a ser lo mismo.

El único ribete de interés de esta comparecencia ha sido la conversión del personaje en una especie de intermediario o vudú sobre el que la oposición clavaba sus dardos con al vista y la intención puestas en Felipe González. O una lapidación, en asuencia del presidente del Gobierno. Un anticipio de lo que puede llegar a ser la sesión parlamentaria a la que, bien a su pesar, tendrá que someterse dentro de una semana el supremo responsable de la gravísima situación política que España padece.

En definitiva, lo importante por desgracia, es que el dimisionario no se ha podido explicar y menos justificar, dejando patente la existencia en el seno de la Administración felipista de una vasta nómina de responsables,  que si cayeran bajo el peso de la simple lógica política dejarían desertizados los cuatro de la gobernación nacional.

Durante la comparecencia de Asunción, el diputado popular Luis Ramallo hizo un oportuno apunte de algo que, si bien es conocido parece poco comentado. Se trata de la corresponsabilidad de Narciso Serra, antiguo ministro de Defensa, en el nombramiento de Luis Roldán. Serra y Barrionuevo, a la sazón ministro del Interior, hicieron posible la promoción política del hoy presunto delincuente. A ver con qué cara, si Felipe González decidiera dimitir, podría convertir a Serra en su sucesor. En realidad, el señor González se ha quedado sin descendencia política. Los ya citados, más Solchaga, que también parecía contra como heredero, están perfectamente socarrados por las inclemencias reinantes.

Y lo mismo se dice de tales personajes cabría predicar ahora del gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, del que EL PAÍS acaba de revelar que tuvo cuenta abierta en el despahco bursátil de Manuel de la Concha, el de Ibercorp, cuenta que según su propia versión ordenó cancelar ‘por engorrosa y especulativa’. Pero ¿cuántos años duraron el engorro y la especulación? ¿No es legítimo pensar que el entonces director del Banco de España podía disfrutar de información privilegiada?

Si además se confirmase que Luis Ángel Rojo, hombre de máxima confianza de González, compró acciones de Banesto en los días antes de la OPA del Banco de Bilbao contra la entidad que presidía Mario Conde, imposible sería no imaginar que creía estar haciendo un negocio; que su opinión sobre Banesto no sería tan mala como subrayó la estimación oficial, y que, en resumidas cuentas, intentó compartir la piel del oso tiempo antes de que pudiera cazarlo.

Lorenzo Contreras