21 agosto 1965

La dictadura considera que los catedráticos han sido agitadores de la subversión en la Universidad

El Gobierno franquista expulsa de la Universidad a los catedráticos Enrique Tierno Galván, José Luis López-Aranguren y Agustín García Calvo por respaldar a estudiantes opositores

Hechos

  • El Boletín Oficial del Estado publica el 21 de agosto de 1965 la decisión del Ministerio de Educación Nacional tomada en el Consejo de Ministros del día 13 por la cuál los catedráticos D. José Luis López-Aranguren Jiménez, D. Agustín García Calvo y D. Enrique Tierno Galván son separados definitivamente de su cátedra.

Lecturas

CATEDRÁTICOS FRENTE AL FRANQUISMO

El Boletín Oficial del Estado publica el 21 de agosto de 1965 la decisión del Ministerio de Educación Nacional (ministro Sr. Lora Tamayo) tomada en el Consejo de Ministros del día 13 por la cuál los catedráticos D. José Luis López-Aranguren Jiménez, D. Agustín García Calvo y D. Enrique Tierno Galván son separados definitivamente de su cátedra. Paralelamente los catedráticos D. Santiago Montero Díaz y D. Mariano Aguilar Navarro son separados de su cátedra dos años.

El Gobierno considera que los catedráticos cometieron falta grave de disciplina académica de acuerdo al artículo segundo del reglamento del 8 de septiembre de 1954.

09 Abril 1965

Carta al profesor Aranguren

Jaime Campmany (Pyresa)

Conferencia de Londres

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Señor profesor:

Cuenta Diógenes Laercio en sus ‘Vidas de los filósofos más Ilustres’ que Espeusipo, aunque discípulo de Platón que según Plutarco injurió de piojos y según otros de perlesía, siguió enseñando los dogmas de su maestro, aunque fueran otras sus costumbres. Tal vez don Eugenio d´Ors, desde su tumba haya encontrado alguna consolación para ciertas amarguras recordando la conducta de Espeusipo, por cuyos libros, a final de cuentas, no pagó Aristóteles más de tres talentos. Consolación no muy completa, porque usted, profesor que subió a la cátedra asido a los heliomáquicos faldones del maestro, no solo ha interrumpido sus costumbres sino que ha descuido sus dogmas apenas el árbol corporal de don Eugenio, vencido por la muerte y horizontal, dejó de proyectar sobre este mundo su solemne sombra protectora.

No aludiría yo aquí a estos desvíos e ingratitudes, que la ingratitud y el desvío son moneda corriente en el comercio espiritual de los nombres y suceso tan vulgar que me tiene sin cuidado, y sé que son muchos los que piensan que el agradecimiento y la fidelidad son cosas de perros; no aludiría yo a eso digo, si no fuese porque sus últimos pasos por la senda pública le han llevado tan lejos del punto de partida y en dirección tan opuesta a la inicial, que uno, por muy buenas tragaderas que tenga, no puede por menos de atragantarse con la sorpresa e inquirir humildemente la razón o el motivo de la mudanza.

Y vamos al grano y a lo que duele. Acabo de leer en un periódico de Roma (L´Unitá, 29 de marzo de 1965) la crónica en que el corresponsal en Londres del órgano oficial del comunismo italiano cuenta el desarrollo  explica la significación de una ‘Conferencia por la libertad de España’ celebrada el 28 del pasado marzo en la capital inglesa con la participación de varias ‘personalidades de Europa’ y la adhesión de algunos intelectuales españoles residentes en el extranjero, entre ellos don Salvador de Madariaga, de quien Ortega dijo, tal vez exagerando, que es ‘tonto en cinco idiomas’, y de otros cuatro profesores residentes en España, entre ellos usted, de quien no sé si Ortega dijo algo.

Las conclusiones de la Conferencia a la que usted ha enviado su adhesión escrita (pues su presencia personal hubiese llevado consigo, según el cronista, la pena del exilio) no caen ciertamente en la breve región de su ignorancia, pero permítame que yo, aquí las resuma y enuncie para que sirvan a usted de recordatorio y a los demás de información. Son las siguientes:

– Los delegados de cada país representado en la Conferencia presionarán sobre los respectivos gobiernos para que aíslen a Franco y bloqueen a España.

– Insistir ante los ministro de Exteriores de los seis países de la Comunidad Europea para que, en su próxima reunión de Roma, rechacen cualquier pretensión española en relación con el Mercado Común.

– Lanzar un llamamiento al pueblo americano para que los Estados Unidos abandonen las bases militares sobre suelo español.

– Hacer un boicot enérgico contra el turismo en España hasta lograr que este desaparezca completamente.

Este es, profesor Aranguren, el bonito programa que, inspirado en el rigor intelectual cultural quehacer y noble propósito de los congresistas, ha sido aprobado en Londres, con la adhesión de usted, para secundar las actuales agitaciones a las cuales tampoco su nombre ha sido ajeno, y que fueron saludadas en la Conferencia londinense como ‘prueba de la continuidad de la lucha a la que hombres como Grimau han ofrecido su vida’.

Ya ve usted, profesor: no se trata de una disculpable, natural o saludable evolución de su pensamiento. Ni que usted, con perfecto derecho, pida para su patria, y concretamente para aquella parcela del país a la que usted dedica sus días y trabajos, un necesario y rápido proceso de democratización, unas determinadas reformas de las estructuras universitarias y una más liberal amplitud de movimientos para la cultura. Eso mismo en cada uno de los campos de la vida nacional y cada vez con más éxito, lo venimos pidiendo algunos y lo esperan muchos más. Puede suceder que los inevitables impacientes sufran los inevitables contratiempos frente a los inevitables estáticos (que aunque sean tuertos, no son mancos), pero nada más.

No. No se trata de eso. Se trata de que usted, que pasa por ser uno de los representantes del catolicismo intelectual español, ha sembrado el desconcierto en muchos católicos españoles al firmar en Londres la alianza y la colaboración con los comunistas cayendo en ese error que Pablo VI acaba de condenar por extremadamente peligroso en cualquier lugar, y que en España es pecado y delito de singular gravedad. Se trata de que usted profesor español, no ha predicado para España determinadas conquistas sociales, libertades políticas, progresos económicos, anchuras espirituales, ágoras culturales o explanadas científicas y artísticas, sino que ha suscrito una solicitud en la que se pide a otras naciones que asedien política y económicamente a España, que la echen en la soledad y en la pobreza, que ni siquiera la visiten; que la condenen al aislamiento del lazareto y que reserven para el pueblo español el trato del perro rabioso. Se trata de que usted, que penetró en la vida intelectual y universitaria como apologeta y sucesor del maestro Eugenio d´Ors, se ha convertido, para Europa en el heredero universal del ajusticiado Julián Grimau.

Serían muchos, profesor, los que se alegrarán conmigo de una palabra suya que deshiciera el equívoco, si equívoco es, y nos sanara del desconcierto. Aunque no crea que será fácil desprenderse del sambenito que le han colgado en Londres. “Cuando la bóveda resuena es cuando puede saberse si el sochantre es bueno”, dice un goethiano personaje de “Fausto”. Pero la bóveda comunista resuena sólo cuando la pauta del sochantre coincide con la suya. Sus colegas de Londres, profesor, son muy semejantes a esos parásitos que acabaron con el pobre discípulo de Platón y el heredero de su Academia: cuando caen sobre un sujeto le chupan la sustancia hasta que se le acaba la vida; sólo cuando nada queda huyen con singular diligencia, hasta el punto de que sus procesiones al abandonar un cuerpo, son anuncio seguro de la muerte. Fueron los piojos los últimos discípulos que abandonaron a Espeusipo. Y los comunistas han sido los últimos amigos que abandonaron al profesor La Pira que también estaba en Londres; La Pira, repudiado ya por el Vaticano, salió todavía con ellos encima por la puerta del Palazzo Vecchio de Florencia, a llorar su fracaso riberas del Arno.

Profesor: creo compartir con muchos españoles tan lejanos de la ingenuidad como del sectarismo el deseo sincero de que busque otros amigos y prepara otros programas para hablarnos de España. Entonces verá que le escuchamos con respeto. Y hasta podremos sentarnos todos algún rato, al sol y en torno suyo, a charlar de política, a modelar el porvenir y a sacudirnos los piojos, que todo es cosa de ejercitar los pulgares.

Jaime Campmany

02 Marzo 1967

Universidad Libre

Jaime Campmany

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El profesor Aranguren ha dado una voz de alarma que debiera multiplicarse en mil ecos. «Ante la ley de Universidades libres que se cierne sobre nosotros, todos debemos estar unidos en torno a la pobre Universidad del Estado, que es muy mala, pero que es la nuestra y la única esperanza de que algún día exista para todos los españoles».

El profesor Aranguren sospecha o teme, y con toda la razón, que sólo se trate de cambiar la denominación de ‘Universidades de la Iglesia’ por la denominación de ‘Universidades Libres’. Con lo cual el privilegio de hecho y de derecho que hoy disfruta la Iglesia quedaría a salvo de cualquier revisión del Concordato.

Bien es verdad que el proyecto de Ley Orgánica de Universidades concede libertad de creación o fundación. Pero ¿quién o quiénes podrán fundar Universidades en España? No parece que se dispongan a ello nuestros capitalistas y financieros que tan a espaldas han vivido y viven, en general del os problemas de la investigación y de la formación científica. Y si se contase con capital extranjero, no se podría hablar en verdad de Universidades españolas. Por otra parte – y creo glosar con fidelidad la exposición de Aranguren – hay que contar con un palcet oficial a los estatutos y a las autoridades académicas que hubieran de regentar, en su caso, las futuras universidades.

¿No sería ésta una libertad tan legal como ilusoria?

Ahora sólo un uno por ciento de hijos de obreros tiene acceso a la Universidad. Después de la reforma, tal vez haya que clasificar a los jóvenes españoles capacitados para seguir una carrera universitaria en tres grupos: los que pudiesen pagar una Universidad privada; los que acudiesen a la Universidad del Estado «para pobres»; los que seguirían sin poder acudir a ninguna Universidad.

Aranguren se encuentra en una situación ‘especial’ como profesor universitario. Su denuncia es la de un universitario integral. Su claridad a tiempo merece meditación y gratitud.

Jaime Campmany