18 marzo 2002

El obispo de Cali (Colombia) Isaías Duarte Cancino es asesinado por sicarios de la mafia del narcotráfico que asola el país

Hechos

Isaías Duarte Cancino fue asesinado en marzo de 2002.

18 Marzo 2002

EL ARZOBISPO TENIA RAZON

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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El brutal asesinato de monseñor Isaías Duarte, arzobispo de Cali (Colombia), no sólo ratifica el profundo estado de degradación política y social de un país asolado a la vez por por el narcotráfico y por 38 años de guerra civil, sino que viene sin duda a confirmar las acusaciones que hace un mes hacía el prelado sobre la financiación con dinero del narcotráfico de ciertos candidatos en las recientes elecciones colombianas. Pocos días después de los comicios, un par de sicarios se acercaron a Duarte a la salida de una iglesia y le descerrajaron varios tiros a quemarropa. Es el tipo de brutal y sumaria ejecución que lleva la firma de los carteles de la droga, de tanta raigambre en Cali.

No es que al arzobispo le faltasen enemigos. A sus 63 años, llevaba toda una vida hablando alto y claro en un país a menudo silenciado por el temor: los grupos guerrilleros FARC y ELN y las organizaciones paramilitares de extrema derecha habían sido a menudo blanco de sus denuncias desde el púlpito y en los medios informativos.Pero en esta ocasión el crimen parece llevar la firma de los narcos.

En cualquier caso, la implacable táctica del terrorismo es siempre la misma: se acallan despiadadamente las voces libres, una tras otra, hasta que una sociedad acobardada y aun envilecida acaba doblando definitivamente el espinazo. Ese es, sin duda, el peligro que hoy corre Colombia. Es de tal calibre el problema que quizá una ayuda multinacional directa y no sólo la de Estados Unidos sea hoy imprescindible para este país. El propio monseñor Duarte, en su última homilía, miraba más arriba: «Señor, los colombianos estamos enfermos de tanta violencia, injusticia y maldad; este pueblo que tanto amas necesita recuperar el valor de la vida humana y su dignidad, pero sólo Tú puedes devolverle la esperanza de un mañana en paz».

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19 Marzo 2002

Asesinato en la catedral

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El asesinato del arzobispo de Cali, Isaías Duarte, en el atrio de la iglesia donde acababa de celebrar un matrimonio múltiple, sume un poco más a Colombia en la sima de degradación política y social en la que se encuentra por la acción combinada del narcotráfico y de una guerra civil que se prolonga desde hace casi cuatro lustros. A monseñor Duarte le han podido asesinar cuantos están empeñados en Colombia en que el país no recupere la paz: grupos guerrilleros, paramilitares de extrema derecha y carteles de la droga. Pero todo apunta a que el crimen ha sido obra de estos últimos, tras la reciente denuncia del arzobispo sobre la financiación con dinero del narcotráfico de ciertos candidatos a las elecciones parlamentarias celebradas hace dos semanas.

El arzobispo de Cali no es el primer alto dignatario de la Iglesia católica asesinado en Colombia. En 1989 lo fue el obispo de Arauca, Jesús Emilio Jaramillo, en un crimen atribuido tanto a la guerrilla como a los paramilitares, y la misma suerte han corrido varios sacerdotes. El asesinato de Duarte engrosa la estadística oficial de los 8.078 asesinatos políticos de civiles cometidos en los últimos siete años en Colombia. Pero no es uno más. Su voz se dejaba oír especialmente en un país dominado por el miedo y no calló ante los crímenes de los grupos guerrilleros y paramilitares ni ante la capacidad de corrupción moral y política del narcotráfico, ‘el maldito negocio fuente de todos los males’, como denunció muchas veces desde el púlpito y en los medios de comunicación.

El asesinato del arzobispo de Cali se produce en un momento especialmente crítico para Colombia, tras la ruptura del proceso de paz y la oscura perspectiva de una posible intensificación de la contienda civil. Sus asesinos no sólo han silenciado una voz, sino que han matado a un hombre que se implicó directamente en gestiones de paz. Tras el crimen, la tarea más importante e inmediata del Gobierno del presidente Pastrana es evitar que quede impune. Sería la forma más clara de decir a sus instigadores que Colombia resiste a sus acometidas de corrupción y violencia y que no conseguirán sus objetivos.