5 noviembre 1997

El obispo Setién declarar que para el fin del terrorismo hace falta una ‘paz justa’ en la que ETA obtenga contrapartidas por dejar de matar

Hechos

Fue noticia el 5 de noviembre de 1997.

05 Noviembre 1997

Palabras de Setién

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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EL OBISPO de San Sebastián no es el obispo de ETA, ni siquiera un cómplice o un amigo de ETA. Qué más quisieran los terroristas. Es más bien un obispo político. Sus opiniones, por más que las presente como pronunciamientos éticos o pastorales, son abiertamente políticas, y, en cuanto tales, coinciden con las de determinados partidos o sectores y divergen de las de otros. Son opiniones defendibles y, por tanto, también criticables: discutibles, en una palabra. Y, como ha dicho el ministro Mayor Oreja, el enemigo de los demócratas es ETA, no quienes plantean formas discutibles de acabar con la violencia.Setién dice que prefiere la crítica a librarse de ella cambiando continuamente de parecer. Nadie podrá negarle perseverancia. En una de las entrevistas concedidas estos días se congratulaba de que hoy esté generalizada la opinión, de la que se considera precursor, de que la solución al problema de ETA no puede ser exclusivamente policial. Es una conclusión razonable, pero de ella no se deduce necesariamente que la única vía de pacificación sea aceptar precisamente la negociación política que propone ETA.

Setién opina que el camino para alcanzar «una paz justa» pasa por el «reconocimiento de los derechos de las personas y de los pueblos», y que hay que «dialogar y buscar alguna fórmula jurídica, administrativa y política que merezca la aceptación de todas las partes interesadas». La fórmula es similar a la que viene manteniendo un sector del PNV, así como la dirección del sindicato ELA y el colectivo Elkarri. En resumen, que hay que intentar forjar un nuevo consenso que resulte aceptable para HB y ETA, superando las limitaciones del que se logró al inicio de la transición y que se materializó en el Estatuto de Gernika. La negociación política sería el método para alcanzar ese consenso. Setién no se pronuncia sobre la forma que habría de revestir tal negociación, aunque parece dar por supuesto que uno de los interlocutores habría de ser ETA.

Una primera objeción es que se condicione la «paz justa» a determinados cambios políticos. ¿Significa eso que una paz sin contrapartidas, simplemente porque ETA desistiera de seguir matando, sería una paz injusta? Además, es discutible que pueda ser justa una fórmula política que no sea el resultado de las aspiraciones expresadas por la mayoría, sino de la imposición de una minoría por el hecho de que utiliza la fuerza para hacer valer sus reclamaciones. Finalmente, es improbable que cualquier marco jurídico-político diferente al estatuto pueda concitar un consenso comparable. Podrán tal vez encontrarse formulaciones aceptables para el conjunto de la comunidad nacionalista, pero difícilmente asumibles también por esa mitad de los vascos que en las últimas elecciones votó a opciones no nacionalistas.

Precisamente porque será difícil acabar con ETA por la exclusiva vía policial son necesarias medidas políticas complementarias: aquellas que refuercen la confianza de los ciudadanos en las instituciones y convenzan a los terroristas de que matando no van a acercar sus objetivos. Es dudoso que las propuestas de Setién favorezcan una dinámica de ese tipo. Cabe temer, en cambio, que sean interpretadas por el mundo de ETA y HB como una confirmación de sus postulados: que las instituciones no satisfacen las aspiraciones reales de los vascos, y que la violencia es eficaz para que la mayoría adapte sus convicciones a las exigencias de la minoría. Por eso resulta tan discutible la idea de que aceptar la negociación en los términos planteados por ETA sea un camino de paz. Más bien lo contrario.

Al menos, mientras ETA no acredite, como exige el Pacto de Ajuria Enea, una voluntad real de renunciar a la violencia. Si esa voluntad existiera, ya lo habrían hecho saber, pero no hay síntomas de que se lo hayan planteado siquiera. En esas condiciones, hablar de negociación no favorece la búsqueda de salidas realistas. Setién quiere la paz, pero su propuesta favorece, paradójicamente, el inmovilismo de ETA: si ni siquiera tiene que dejar de matar para que le ofrezcan conversaciones, ¿por qué iba a plantearse renunciar a la lucha armada?