19 noviembre 1984

¿Venganza de Jesús Polanco contra el que fuera su rival por el control del diario?

EL PAÍS relaciona a su ex accionista, Julián Marías, con la dictadura argentina por su vinculación con Martínez de la Hoz

Hechos

  • El corresponsal de EL PAÍS en Argentina, D. José Luis Martín Prieto, publicó varios artículos vinculando a D. Julián Marías (ex miembro del Consejo de Administración de PRISA, editora de EL PAÍS) con el ministro de la dictadura argentina, Martínez de la Hoz.

Lecturas

El 19 de noviembre de 1984 y el 11 de diciembre de 1984 el Subdirector de El País y corresponsal en Argentina  José Luis Martín Prieto publicó dos reportajes en el periódico de PRISA para vincular al ex Consejero de PRISA, Julián Marías Aguilera, con la dictadura argentina. En ambos casos será defendido por sendos editoriales del ABC de Luis María Anson Oliart criticando a El País además de una ‘Tercera’ del propio Marías Aguilera.

julian_marias D. Julián Marías, ‘fichó’ por ABC tras fracasar en su intento de controlar EL PAÍS.

En la contienda entre el ABC de D. Luis María Anson y EL PAÍS de D. Juan Luis Cebrián se establecían las normas habituales en toda guerra mediática que se precia, cualquier enemigo de EL PAÍS debía tener a su disposición las páginas de ABC y cualquier enemigo de ABC debía tener listas las de EL PAÍS para sus desahogos. Ambos periódicos cumplieron esa regla.

Durante el año 1984 el subdirector de EL PAÍS, Sr. Martín Prieto, que se encontraba en Argentina de corresponsal publicó una serie de reportajes vinculando ni más ni menos que al destacado escritor e intelectual liberal D. Julián Marías con la dictadura argentina. Esta vinculación se debía a que el que fuera ministro de Economía durante la dictadura de la Junta Militar que presidía el General Videla, el Sr. Martínez de Hoz, este había aludido a la fisolosfía de D. Julián Marías como soporte intelectual de los conspiradores al golpe de Estado de 1976 que inició el régimen.

Lo llamativo de la acusación era que D. Julián Marías había sido accionista fundador de EL PAÍS y miembro del Consejo de Administración de PRISA, periódico con el que había roto acusando al Sr. Cebrián y al Sr. Polanco de escorarlo al centro-izquierda en lugar de al centro-derecha.

Tras el ataque D. Luis María Anson salió en defensa de D. Julián Marías con un editorial y cedió sus páginas para que el Sr. Marías se defendiera, cosa que este hizo con su artículo “Sobre dictaduras” en el que comenzaba diciendo “Con la veracidad y buena fe que lo caracteriza, el diario EL PAÍS”…

Sin embargo EL PAÍS no se amedrentó y el Sr. Martín Prieto reiteró su acusación y la amplió: “El domicilio de Jaume Perriaux fue la cocina donde se guisó el golpe de los ahora encausados por genocidio – Videla, Massera y Agosti – y el filósofo Julián Marías era asistente asiduo, aunque, acaso, sólo como florero intelectual, de aquellas tenidas”.

19 Noviembre 1984

El mago de Oz

Martín Prieto

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...En un apartamento propiedad de Massera le explicaron a Martínez de Hoz que se iba a producir un cambio político inspirado genéricamente en la filosofía del pensador español Julián Marías, muy conocido en algunos círculos intelectuales argentinos...

A comienzos de 1983 corrió el rumor por Buenos Aires de que la cabeza disecada de la jirafa Carolina colgaba de las paredes de la lujosa residencia de José Alfredo Martínez de Hoz, en el exclusivo edificio Cavanagh, primer rascacielos levantado en la ciudad rioplatense. Carolina había muerto tres años antes en el zoo de La Plata, la capital bonaerense, y había sido la adoración de los niños de la provincia. Tal era así que la dirección del zoo exhumó los restos de la jirafa comprobando estupefactos que, efectivamente, le faltaba la cabeza. La esposa de Martínez de Hoz terminó viéndose obligada a escribir una ácida carta al director de La Nación,asegurando que a su marido podrían culparle de muchas cosas, pero no de haber decapitado a Carolina.Meses después, José Alfredo Martínez de Hoz era reconocido en los salones del aeropuerto internacional de Ezeiza, dispuesto a abordar un vuelo al exterior. Parte del público comenzó a increparle y otros corrieron a su encuentro con los brazos abiertos y los puños cerrados; el todopoderoso ex ministro de la dictadura sólo pudo escapar de sus compatriotas refugiándose en la comisaría de la terminal aérea. A su regreso de aquel viaje, el director del hipódromo porteño de Palermo le expulsó físicamente del recinto bajo excusa de preservar el orden público. Comenzaba a ser un apestado en su propia nación.

José Alfredo Martínez de Hoz, alias Joe por el apodo que le puso en su infancia su nanny inglesa, desciende de una familia de ricos hacendados con extensos campos en Necochea, en la mejor pampa húmeda de la provincia de Buenos Aires. Estudió Derecho y amplió estudios en Cambridge antes de desposar a Elvira Bullrith, heredera de la más exquisita casa de subastas de Buenos Aires y dueña también de una considerable fortuna personal. El matrimonio tiene dos hijos -un teniente y un abogado- y una hija.

Inició su aproximación a la política como interventor de la provincia de Salta, para centrarse posteriormente en los negocios como presidente de Acyndar, la primera acería del país y de la compañía Ítalo, propiedad de la banca suiza y única empresa de electricidad aún no nacionalizada. Su bufete era uno de los más prósperos de Argentina y Joe, hombre austero -úlcera duodenal- y de comunión dominical, frenaba sus pasiones en la cría de potros criollos en sus campos, las carreras de caballos, el polo y los safaris africanos. Un representante, en suma, de la clase paqueta (linda, rica, elegante) argentina, pero nada más.

Amigos del colegio

Su condición social y su especialización económica le llevaron a aceptar un puesto de profesor de Economía en el Colegio Militar de Argentina. Así, el teniente general Videla y el almirante Emilio Eduardo Massera sabían bien a quien llamaban cuando en los meses inmediatamente anteriores al golpe de Estado de marzo de 1976 que derrocó el Gobierno constitucional de Isabelita Perón, le hicieron regresar de un safari africano.En un apartamento propiedad de Massera le explicaron que se iba a producir un cambio político inspirado genéricamente en la filosofía del pensador español Julián Marías, muy conocido en algunos círculos intelectuales argentinos, y que él debería desarrollar la política económica de lo que habría de denominarse proceso de reorganización nacional. Fue ministro de Economía de la dictadura desde 1976 a 1981, el de más prolongado mandato en 50 años de, historia argentina. Su gestión merecerá extensos capítulos en los ensayos que economistas de medio mundo preparan ahora en Buenos Aires sobre los orígenes de una inflación, sostenida, por encima del 600% anual.

Flaco, con rostro de ave, orejas exageradamente separadas, dotado de una voz perfectamente modulada, se rodeó de una corte de Chicago boys, que trabajaban 16 horas diarias, sólo interrumpidas por breves colaciones y un partido de tenis, para aplicar en Argentina el modelo monetarista diseñado por Milton Friedman y la Escuela de Chicago.

Elaboró un plan en tres etapas: mayor caracterización del país como mero productor de materias primas alimentarias para el Occidente industrializado; adquisición masiva en el exterior de tecnología de punta y bienes de equipo admitiendo el endeudamiento ilimitado, y, finalmente, relanzamiento industrial con no más allá de un 50% de inflación anual. Sobreevaluó la moneda y los argentinos podían adquirir un dólar con 200 pesos (dos centavos en la actualidad) y el billete estrecho y verde podía comprarse sin limitaciones y entrar o salir libremente del país. Llegó a rebajar la inflación hasta un 6% mensual pero su particular reconversión industrial de caballo, antes propia de un ministro de Economía afgano que de un atildado licenciado de Cambridge, sumió a la República en unos años mágicos, irreales, conocidos como la «era de la plata dulce».

Tan preocupado por la producción agropecuaria -a la postre él es un hacendado-, Joe Martínez de Hoz tuvo que observar cómo quebraban las fábricas argentinas de maquinaria agrícola ante la importación masiva de trabajo mecánico; pequeños y hasta medianos industriales -y por supuesto también terratenientes- vendieron sus negocios, sus fábricas o sus predios y con las maletas repletas de pesos acudieron a los bancos a comprar miles o millones de dólares, que engrosaron los circuitos de especulación financiera o fueron depositados en el exterior.

Con el aval del Estado se solicitaron ingentes créditos internacionales que, en no pocas ocasiones, jamás llegaban a entrar en Argentina. Surgieron bancos como las setas en un pinar tras una manta de lluvia. Necesitados de liquidez para mantener en pie la bicicleta financiera, los bancos ofrecian mtereses de hasta un 120% mensual.

La consigna popular del avivado porteño consistió en que no era necesario trabajar: el dinero trabajaba por uno. Los pesos se pasaban a dólares, los dólares se pasaban a bonos o se invertían a plazo fijo de una semana, la City de Buenos Aires se cubrió con una espesa telaraña de cables telefónicos punta-punta para negociar privadamente la cotizacióry de las monedas y los valores.

Las mesas de dinero comenzaban a echar humo y hasta los pensionistas dejaron de desmigar pan a las palomas para escrutar en los paneles bancarios la cotización de las divisas y las imposiciones. Joe ilustraba aquel mercado persa financiero con comparecencias televisivas de hasta tres horas perorando crípticamente sobre su recetario. Los argentinos no directamente especulativos se lanzaron a recorrer el mundo con su dólar barato en los bolsillos y, aun cuando la porteña calle Florida parecía puerto franco, compraron bienes en el exterior hasta ser mundialmente conocidos como démedos: todo lo adquirían por duplicado y los vuelos procedentes de Miami llegaban a Ezeiza con las bodegas cargadas hasta de inodoros. «Al menos he conseguido que los argentinos conozcan el mundo», replicó Martínez de Hoz a un compatriota que le reprochaba su gestión en un aeropuerto europeo.

Antes de ser sustituido procedió a una devaluación del peso, pero ya la economía de la nación había entrado en un picado en barrena contra el que todavía lucha desesperada e infructuosamente el Gobierno democrático. Pero no todo el desastre podía ser achacable al iluminismo económico de Joe y sus Chicago boys, por lo demás reconocidos como hombres de afilado talento. Un cierto olor a podrido impregnaba las relaciones de Martínez de Hoz y su equipo económico (Joe cerró en 1980 el monumental teatro Colón para dar un cóctel a David Rockefeller, de quien era íntimo y a quien tuteaba) con la banca acreedora de Argentina.

Una comisión parlamentaria presidida por el diputado radical Tello Rosas fue constituida para investigar la guerra sucia económica y comenzaron a desenredar la madeja tirando del hilo del caso Italo: la compañía suiza de electricidad que fue presidida por Martínez de Hoz. Valorada inicialmente en 80 millones de dólares, fue adquirida en 1978 por el Estado en 400 millones. Joeintervino personalmente en las negociaciones de compra.

Pruebas de peso

La comisión parlamentaria allanó el bufete de Guillermo Walter Klein -asociado a un hijo de Joe que fuera subsecretario de Planificación Económica y mano derecha de Martínez de Hoz-. En una habitación blindada encontraron manuales sobre cómo llevar a la quiebra o absorber una empresa industrial, informes militares sobre la guerra antisubversiva firmados por el procesado general Ramón Camps -carnicero de Buenos Aires- y copias de télex a la banca internacional facilitando información reservada sobre futuras decisiones (del Banco Central.La segunda declaración de Joe ante la Cámara tenía que dar con sus delgados huesos en la cárcel, ante los abrumadores. indicios de prevaricación acumulados contra él. Sin embargo, José Alfredo Martínez de Hoz fue puesto en libertad sin procesamiento el sábado por el juez Néstor Blondi.

En la cárcel, otros le han precedido, como el brigadier Cacciatore, que desfondó las arcas de Buenos Aires como intendente de la ciudad, pues el último director de Aduanas de la dictadura era, precisamente, un avezado contrabandista; otros le sucederán, como sus principales colaboradores, encabezados por Walter Klein, a más de las responsabilidades que recaigan sobre las juntas militares ya procesadas por delitos contra la humanidad.

En las primeras semanas de la democracia argentina la clase política especuló seriamente con la necesidad de llevar adelante un juicio político y parlamentario a los funcionarios civiles que arruinaron al país. Les hubieran hecho un honor.

A inedida que se ha levantado un poco el pico de la alfombra sólo se ha tenido que llamar a los guardias. En la contabilidad de la dictadura militar no está claro ni lo de la jirafa Carolina.

20 Noviembre 1984

Contra Julián Marías

Editorial (Director: Luis María Anson)

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Ayer el diario gubernamental injuriaba a Julián Marías, intelectual de máximo prestigio tanto en España como fuera de España. Ocioso sería hacer relación de los servicios del autor de ‘Antropología metafísica’ a la causa de la libertad. Cuando el responsable del diario gubernamental [Juan Luis Cebrián] vivía alegremente su etapa fascista, Marías era víctima de campañas de persecución y silencio. Pero el motivo, que exponemos ante la opinión pública, por el que Marías era ayer injuriado, como en tantas otras ocasiones, desde el nuevo ‘Boletín Oficial del Estado’, reside en que el filósofo abandonó aquella casa tras denunciar que, en contra de los principios liberales que la inspiraron, se estaba allí haciendo un periodismo cada vez más cercano a las dictaduras del Este.

24 Noviembre 1984

Sobre dictaduras

Julián Marías

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Con la veracidad y buena fe que lo caracteriza, el diario EL PAÍS ha publicado dos crónicas en las que dice que el cambio político de 1976 en Argentina 'estaba inspirado en Julián Marías'. De los más peligrosos caminos que reavivan el espíritu dictatorial y hacen posible, con un poco de suerte - de mala suerte, claro - que haya nuevas dictaduras es la deformación de la realidad, la supresión de la información, la distorsión en una palabra.

Con la veracidad y buena fe que lo caracteriza, el diario EL PAÍS ha publicado dos crónicas de su corresponsal en Buenos Aires sobre las declaraciones del que fue ministro de Economía en la Argentina Martínez de Hoz. En ambas crónicas dice que el cambio político de 1976 ‘estaba inspirado en la filosofía del pensador español Julián Marías’. EL PAÍS presenta la primera de esas crónicas con el título más expresivo: ‘Martínez de la Hoz aludió a las ideas de Julián Marías como inspiradoras de la dictadura’.

Sería extraño que mi Introducción a la Filosofía, o la Estructura social, o la Antropología metafísica, o mis libros sobre Unamuno y sobre Ortega, o sobre España, permitieran semejante inspiración, ya que mientras hubo dictadura en España me mantuvieron apartado de todo lo que representaba – y de todo lo que la apoyaba – Pero quizá se trata de otra cosa.

En 1973 publiqué un libro titulado Sobre Hispanoamérica en dos ediciones simultáneas, una en Revista de Occidente y otra en Emecé, Buenos Aires (con eltítulo HIspanoamérica, he reeditado este libro en Buenos Aires, este mism o año, sin omitir una palabra del texto anterior, pero con un cincuenta por ciento de escritos nuevos). En ambas ediciones hay un capítulo titulado ‘El Papel de las Fuerzas Armadas’ cuyo contenido, ampliamente leído en la Argentina desde hace onde años, parece interesante recordar.

«Cuando se habla de Fuerzas Armadas – decía yo en 1973 y lo sigo diciendo – lo primario no son las armas, ni siquiera las fuerzas. Esto es paradójico. Lo primario es la organización, es el orden, es la cadena jerárquica, es, en definitiva, la autoridad, pero la autoridad como poder moral, es decir, a última hora, como poder espiritual. Las Fuerzas Armadas, si lo son, no pueden ser jamás fuerza bruta; entonces ya no son lo que son, y no son lo que tienen que ser, justamente es la violación radical del o que las constituye».

(…)

Desearía vívamente que las Fuerzas Armadas, allí donde ejercen el Poder (en Chile, en el Uruguay, en Cuba, en Nicaragua, en  Polonia, en tantos países más), pudieran tener presente algo de lo que decía hace tanto tiempo; si lo hicieran, lo primero que harían es dejar de ejercer el Poder, permitir que el consenso de la sociedad se expresara y restablecería una legitimidad democrática, única posible en nuestro tiempo. Claro que la condición para ello es que esa democracia esté impregnada de liberalismo, fecundada y vivificada por él, porque de otro modo se convierte en un mero rótulo que encubre otra forma de dictadura con los mismos atributos que las demás, tal vez más perniciosas, porque llevan dentro lo que podríamos llamar un mecanismo de perpetuación. Son las dictaduras que no dejan siquiera la esperanza de que algún día terminen.

Lo que pasa es que hay gentes a quienes molestan algunas dictaduras pero sienten vivas simpatías por otras. Nunca ha sido éste mi caso. Quizá por haber sido bastante precoz. Cuando era todavía niño sobrevino en España la dictadura de don Miguel Primo de Rivera; vista a distancia, parece de las menos malas y mejor intencionadas de nuestra época, pero no se limitó a salvar una crisis y restablecer inmediatamente la legimitidad, sino que se instaló y prolongó (poco más de seis años, hoy nos parece un soplo) y con ello hizo imposible ese restablecimiento. La perturbación que dejó en la sociedad española fue muy grave, y de ella nacieron innumerables desastres posteriores, inspirados siempre por rebrotes – con uno u otro pretexto, con una u otra etiqueta – del espíritu dictadorial.

Esta experiencia de mi niñez y adolescencia me dejó ‘vacunado’ contra toda veleidad dictatorial, de cualquier color. El conocimiento aceptable del mundo y de la historia me ha corroborado en esa convicción nacida de vivencias inmediatas y sumamente enérgicas. Esto me ha impedido oscilar entre la afición a unas dictaduras u otras, fenómeno tan frecuente entre nosotros. He tenido, y tengo, una profunda repugnancia ante todas ellas, y quizá un poco mayor cuando se enmascaran y usan antifaz.

He creído un deber recordar todo esto porque uno de los más peligrosos caminos que reavivan el espíritu dictatorial y hacen posible, con un poco de suerte – de mala suerte, claro – que haya nuevas dictaduras es la deformación de la realidad, la supresión de la información, la distorsión en una palabra. En mi viejo libro Introducción a la Filosofía, escrito apenas terminada la segunda guerra mundial, hablé largamente de ‘las relaciones del hombre con la verdad’. Y al final señalaba la actitud de ‘vivir contra la verdad’. ‘ Y es – no nos engañemos – la dominante en nuestra época. Se afirma y quiere la falsedad a sabiendas, por serlo; se la acepta tácticamente, aunque proceda del adversario, y se admite el diálogo con ella: nunca con la verdad. Esta es sometida por innumerables masas como la gran enemiga, y contra ella es fácil lograr el acuerdo’.

Creo que esto es – por debajo de todas las truculencias, incluso de las atrocidades que ensombrecen el mundo – lo más grave, porque es la raíz de esas atrocidades lo que impide que desaparezcan del planeta. Desde mi primera juventud he puesto mi vida a la carta contraria, a la de la verdad, y he estado dispuesto a pagar por ello el precio que fuera menester. Es muy tarde ya para cambiar.

Julián Marías

11 Diciembre 1984

Julian Marías y la dictadura militar argentina

Martín Prieto

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La comisión Ítalo es una agrupación parlamentaria mixta -de radicales y peronistas- encargada por el Congreso argentino de esclarecer la adquisición por el Estado de la compañía Ítalo-Argentina de Electricidad, propiedad de la banca suiza, en un 1.000% de su valor real. La empresa fue nacionalizada cuando José Alfredo Martínez de Hoz era ministro de Economía de la dictadura militar presidida por el teniente general Jorge Rafael Videla. El ministro había sido director general de la firma.

La comisión Ítalo pretende algo más que clarificar un cohecho; pretende denunciar la conspiración cívico-militar, la alianza entre la llamada patria financiera y la oligarquía castrense para establecer una férrea dictadura en Argentina que, so pretexto de combatir la subversión y el terrorismo de izquierdas, estableció un modeló económico favorable a intereses particulares y de la banca internacional.Y aquí aparece el nombre del filósofo español Julián Marías, a la postre anécdota colateral en la historia de esta maquinación.

Tras el primer interrogatorio parlamentario de Martínez de Hoz, a puerta cerrada, trascendió a la Prensa acreditada en el Parlamento que éste había aludido a Julián Marías en relación con la inspiración civil del golpe militar de marzo, de 1976. Uno de los canales de televisión porteña administrados por el Gobierno, en cadena nacional y en el telediario nocturno de mayor audiencia, dio, sin ser posteriormente» rectificada, la noticia de que Martínez de Hoz había aludido a la filosofía de Julián Marías como soporte intelectual de los conspiradores que derrocaron el Gobierno de María Estela Martínez de Perán.

Recogida esta información por EL PAIS, Marías la refutó en en el diario madrileño ABC y en el porteño La Nación. Posteriormente, volvió a expresar sus ideas contrarias a toda dictadura en una entrevista al canal 11 de la televisión argentina, y el ex ministro Martínez de Hoz, procesado y en libertad condicional, acudió en socorro de Marías con una carta en La Nación.

Martínez de Hoz, directo responsable de la destrucción de la economía argentina y cabeza visible de la colaboración civil con una dictadura militar que ha pasado a los anales de la barbarie humana (fue superministro económico del dictador Videla durante los cinco primeros y peores años del proceso de, reorganización nacional), escribe que «( … ) en ningún momento vinculé a Julián Marías con ideología política alguna, ni mucho menos con el ideario inspirador del proceso de 1976. Éste estaba claramente establecido en sus documentos preliminares, no necesitaba de padrinos extranjeros y, lejos de estar inspirado en ideas dictatoriales, se fundaba en los principios de libertad política y económica, con los que se proponía superar la emergencia de la grave crisis política y social y llevar al reestablecimiento en Argentina de una democracia auténtica, estable y progresista».

Además de esta explicación, Martínez de Hoz afirma en su carta que nunca se ha referido públicamente a Julián Marías para, a continuación, dar al filósofo español lo que aquí muchos estiman como un pase negro: «Aunque no he leído las mencionadas dos crónicas de EL PAIS», escribe Martínez de Hoz, «deduzco que deben referirse a las declaraciones efectuadas por mí en respuesta a las preguntas queme formularon los miembros de la comisión investigadora de la Cámara de Diputados de la nación sobre el caso Ítalo. Estas declaraciones fueron grabadas y se les tomó versión taquigráfica pero, lamentablemente, no han sido publicadas por la comisión. Sin embargo, ello no ha impedido que se filtraran algunas versiones deformadas de lo allí expresado».

«En algún momento de este interrogatorio, que excedió ampliamente el tema específico que lo originaba, se me preguntó qué personas concurrían a la casa del doctor Perriaux en las frecuentes reuniones o comidas a las que él invitaba. Ante mi respuesta de que eran innumerables y que, a través de tantos años de amistad con él, me era imposible efectuar’ esa enumeración, se me insistió en que por lo menos mencionara’ a alguna de ellas. Pensando en las más caracterizadas, simplemente nombré, entre otros, a Julián Marías, agregando que era muy conocida su afinidad filosófica con Perriaux a través de Ortega y Gasset».

Marías es, en efecto, un filósofo apreciado entre determinados círculos sociales argentinos.

Un diputado integrante de la comisión Ítalo ha reconstruido verbalmente para EL PAIS el segmento del interrogatorio de Martínez de Hoz.

La ‘cocina’ del golpe

Preguntado Martínez de Hoz por sus contactos previos al golpe con la conspiración cívico-militar, responde que las conversaciones tendentes a establecer un cambio político en la nación se celebraban en el domicilio de Jaime Perriaux, jurista, orteguiano, ex ministro de Justicia bajo la dictadura del general Onganía, amigo personal de Julián Marías y persona ya fallecida.

Presionado Martínez de Hoz para que diera los nombres de los participantes en aquellas reuniones conspirativas, terminó facilitando los de algunas personas poco relevantes y el de Julián Manas.

En todo momento los diputados de la comisión Ítalo entendieron que las, reuniones en el domicilio de Jaime Perriaux fueron una de las cocinas en donde se guisó el golpe de los ahora encausados por genocidio -Videla, Massera y Agosti-, y que Martínez de Hoz declaraba en este sentido. Y los diputados también entendieron -aunque les resultara de muy escaso provecho para su investigación- que el filósofo Julián Marías era asistente asiduo -aunque, acaso, sólo como florero intelectual- de aquellas tenidas.

12 Diciembre 1984

Insobornable Julián Marías

ABC (Director: Luis María Anson)

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La fuerza de un periódico nacional, que puede ser muy grande, está hecha de poder material y autoridad moral. No puede degradarse una y otra vez la autoridad moral sin que el poder material acabe por dañarse. Recordamos esto ante el ejemplo más reciente y recusable de cuantos tenemos vista: un diario gubernamental demuestra desde hace meses su interés en dañar la imagen de Julián Marías. Se trata de un empeño vano, el escritor está a un nivel muy distinto de quienes le quieren denigrar. El pertenece, para empezar, al mundo de los españoles honorables y algunos de sus calumniadores no. Luego viene lo demás: Julián Marías es uno de los escritores más nobles y consecuentes en su trayectoria intelectual. Es una figura cuya obra es respetada más allá de nuestras fronteras, precisamente porque el tiempo ha mostrado que su libearlismo vital es genuino e insobornable.

Con la buena fe de tantos otros, Julián Marías contribuyó durante los años finales del régimen de Franco, a impulsar nuevas realidades culturales que renovaran el aire de la sociedad, enrarecido por varias décadas de rutina repetitiva. Y contribuyó también, con su pequeña aportación económica, a hacer posible un nuevo periódico que, apenas nacido, torció su propósito fundacional para caer en un instrumento de manipulación al servicio del poder. Como tantos otros, Julián Marías abandonó aquel proyecto frustrado, mientras el diario se transformaba en una plataforma para el tráfico de influencias. Por eso, porque con su marcha les denunció, tratan ahora de presentar al filósofo español, insidiosamente, como si condescendiera con la dictadura argentina, o como si la hubiera inspirado. Es una imputación ridícula para quien conozca al autor de ‘Antropología metafísica’. Y como no se tiene en pie, el diario divulgador de la insidia se ha visto forzado a rectificarla, a instancias del argentino Martínez de la Hoz, de quien tomó, manipuladoramente, la falsa referencia. Su deformación, no obstante, se repitió ayer, cuando se publicaba a cuatro columnas un titular pseudoinformativo: «Julián Marías y la dictadura militar argentina». Con él se trataba de continuar ensuciando el nombre del filósofo.

No vamos nosotros a defender a Julián Marías. Sabe defenderse solo. Y no descenderá, con toda probabilidad, a justificarse ante un insulto de plazuela. Pero sí vamos a hacer, por necesidad de higiene social, una advertencia: mientras Julián Marías salía de la cárcel para reanudar una de las obras intelectuales más renovadoras de nuestro tiempo, algunos directivos del diario difamador cobraban de las nóminas del franquismo. Y no sólo cobraban, sino que realizaban operaciones tan singulares que aconsejarían hoy el prudente silencio. Pero hay quienes creen que todo el país ya es como ellos, y parecen decididos a añadir a su inverecundia un tono doctoral y aleccionador.

02 Enero 1985

Martínez de Hoz y Julián Marías

José Alfredo Martínez de Hoz

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Me dirijo a usted en relación a un artículo de Julián Marías aparecido en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 3 del corriente.El mismo se refiere a dos crónicas de vuestro corresponsal en Buenos Aires, publicadas en EL PAÍS, que citan supuestas declaraciones mías.

De la cita que hace Marías de dichas crónicas se desprende que expresan que yo habría manifestado que «el cambio político de 1976 estaba inspirado en la filosofía del pensador español Julián Marías», agregando que el título de una de ellas proclama que «Martínez de Hoz aludió a las ideas de Julián Marías como inspiradoras de la dictadura».

En ningún momento he hecho declaraciones al corresponsal en Buenos Aires de EL PAÍS, ni tampoco me he referido ni nombrado en ninguna declaración pública a Julián Marías.

Aunque no he leído las mencionadas dos crónicas de EL PAÍS, deduzco que deben referirse a las declaraciones efectuadas por mí en respuesta a las preguntas que me formularon los miembros de la comisión investigadora de la Cámara de Diputados de la nación con respecto al caso Ítalo. Estas declaraciones fueron grabadas y se les tomó versión taquigráfica, pero, lamentablemente, no han sido publicadas. Sin embargo, ello no ha impedido que se filtraran algunas versiones deformadas de lo allí expresado.

11 Enero 1985

Marías, Martínez de Hoz y Perriaux

Roberto Bergalli

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Con motivo de la nota aparecida en EL PAIS titulada Julián Marías y, la dictadura militar argentina (11 de diciembre de 1984), firmada por Martín Prieto desde Buenos Aires, le envié inmediatamente unas líneas con petición de publicación en esta misma sección del periódico.Con ellas, más que aludir a las eventuales relaciones del señor Marías con los golpistas argentinos y con el que fuera superministro de Economía de los últimos Gobiernos militares, José A. Martínez de Hoz -que Prieto parecía querer esclarecer-, deseaba yo referirme, en concreto, a la vinculacíón entre Julián Marías y Jaime Perriaux, otrora ministro de Justicia de otros dos Gobiernos militares de facto en Argentina. Muy amablemente, y ante mi insistencia, usted respondió que mi nota no había sido seleccionada para su publicación, a pesar de haberle parecido muy interesante.

Sobre la vinculación de Julián Marías con Perriaux, y más que nada sobre el peso que éste tuvo en el proceso de militarización de la sociedad argentina, quise antaño asimismo hacer conocer algunos particulares cuando, en ocasión de la muerte de Perriaux, el señor Marías publicó en EL PAIS a toda página una encendida necrológica (20 de septiembre de 1981).

Mis notas de entonces, escritas creo con el debido respeto por la desaparición de Perriaux, intentaban puntualizar algunas intervenciones suyas en la vida política argentina, las cuales no aparecían señaladas por el señor Marías. Lamentablemente, tampoco enton

ces EL PAIS acogió mi petición de publicación, que sí fueron difundidas por un periódico del exilio argentino en España (véase Resumen de la actualidad argentina, número 53, 2 de noviembre de 1981, páginas 23-25, Madrid). En su necrológica, Marías decía que «era pronto para hacer las cuentas de Perriaux».Sin embargo, yo me permitía (y ahora lo sigo haciendo) insistir en que la cercanía de Perriaux a los Gobiernos militares en Argentina se tradujo en las tentativas (que yo procuraba ilustrar con datos) para lograr una convergencia cívicocastrense que permitiera institucionalizar la vieja aspiración de la oligarquía nativa ante su falta de previsión para frenar por vías democráticas el deseo político de los argentinos.

Dicha aspiración fue siempre la república militar (por lo menos desde 1930) que perpetuará los privilegios de quienes se consideran los herederos de un derecho fundacional del país. Como ministro de Justicia de los Gobiernos militares encabezados por Levingston y Lanusse (Prieto se equivocaba cuando le citaba integrando el de Onganía), Perriaux fue el autor de la introducción de la pena de muerte en el ordenamiento jurídico para los civiles acusados entonces de actos subversivos y de terrorismo (ya se sabe lo que esto significaba) y de la creación de un tribunal especial -inconstitucional (muy similar al Tribunal de Orden Público, de triste memoria en España)para juzgar a sus autores, o sea, a los disidentes políticos.

Pues bien, en el día de la fecha leo -con innegable asombro- en esta misma sección una nota firmada por José A. Martínez de Hoz desde Buenos Aires -a quien se le brinda un espacio y bien destacado- con la que pretende corregir la información dada entonces por Prieto para deslindar la situación del señor Marías de cara a una suya supuesta inspiración para los golpistas de marzo de 1976 en Argentina.

Más allá de aclarar o ampliar la duda que pudiera existir en la opinión pública española acerca de la mayor o menor cercanía del señor Marías con conspiraciones cívicomilitares, lo que sí queda diáfano con las palabras de Martínez de Hoz es su connivencia con el desaparecido Perriaux en la gestación del golpe de 1976. El bárbaro proceso desencadenado después y la destrucción de la economía argentina -bien descrita muchas veces por Martín Prieto y de cuya autoría Martínez de Hoz no parece arrepentirse- es el resultado, aunque vinculado e impulsado por el interés del imperio, de aquel tipo de connivencias. Con lo afirmado por Martínez de Hoz también se verifica esa vieja aspiración de la oligarquía nativa argentina a la que aludí antes. Para colmo, además ahora vienen afuera los negociados que desde el todo poder fue posible suspiciar, favorecer o extraer beneficios durante la dictadura militar (¡y los españoles de esto saben mucho!), tal como en el caso de la empresa Italo, que involucró a Martínez de Hoz y en cuya averiguación se produjeron las manifestaciones sobre Julián Marías que aquél ahora pretende aclarar.

Me quedaré azorado y desesperanzado de EL PAIS (diario independiente) si no se difunden estas líneas. Pues si el señor Martínez de Hoz, corresponsable del desastre argentino, puede hacer publicar su verdad, yo, un ex exiliado a causa del régimen que él cogeneró, tengo el mismo derecho. Para que eso ocurra recojo las palabras del cuestionado Marías utilizadas por Martínez de Hoz para cerrar su carta: «Uno de los más peligrosos caminos que reaviva el espíritu dictatorial ( … ) es la deformación de la realidad, la supresión de la información; la distorsión, en una palabra».-

22 Julio 2007

Julián Marías creyó que él podía marcar la línea de ruta de EL PAÍS

Jesús Polanco Gutiérrez

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Reflexiones inéditas de Jesús de Polanco sobre el nacimiento y la vida del diario EL PAÍS

Esto de la independencia crea muchas reticencias y muchas resistencias, y comprendo que mi independencia al frente de EL PAÍS, que es la más importante de las empresas en las que he trabajado, ha creado muchos quebraderos de cabeza a quienes les hubiera gustado verme más domeñable…

Esa que buscaba, en este caso, no era mi propia independencia, sino la del medio… Y había que buscarla de acuerdo a criterios profesionales… Algunos creían que desde fuera se podía dirigir la línea editorial del periódico, y reitero que están equivocados los que tengan esa sensación… Esa frase que refiero a veces, que se dijo en un Consejo y que explicaba que el barco había sido lanzado para ir a Nueva York y en realidad nos estaba llevando a Buenos Aires, es de Julián Marías, un hombre sin duda brillante, que creyó, seguramente con la mejor buena voluntad, que en efecto él podía marcar la línea de ruta de EL PAÍS… Él estaba en el Consejo que creó Ortega y desde esa posición trató de liderar intelectualmente la operación de EL PAÍS… Pero ese Consejo no lideraba intelectualmente nada, no tenía por qué hacerlo… EL PAÍS, repito, era consecuencia del trabajo de un equipo de profesionales, con un director al frente, y éste y no ningún otro era el que tenía la responsabilidad de llevar el periódico a puerto, al puerto que él decidiera… Y, además, como le decía Jesús de la Serna a Juan Luis Cebrián, «tenía que comer solo en su camarote»…

Es esa imposibilidad de compadecer su idea con la realidad la que fue distanciando a Julián Marías de EL PAÍS, incluso de sus páginas, que abandonó… Me parece que tampoco entendió nunca cómo funcionaba un periódico, y eso fue lo que le llevó a aplicar a nuestro derrotero aquel símil marino… Aquellos planteamientos de desviacionismo a los que él dio nombre provocaron su ruptura y su salida, y ya después no quiso seguir vinculado al periódico… Así fue la historia… (…)

El Análisis

¿VENDETTA O BOOMERANG?

JF Lamata

¿Era periodísticamente relevante que D. Julián Marías hubiera asesorado al Sr. Martínez de la Hoz, el ministro de Economía durante la temible Junta Militar argentina encabezada por el general Videla? En principio, al Sr. Martínez de la Hoz no parece lógico responsabilizarle tanto de la brutalidad asesina de los milicos, sí en cambio del fracaso de su plan ‘liberalizador’ económico que no logró resolver la crisis económica de aquel país latino. Lo curioso es que EL PAÍS ‘descubría’ esa vinculación en 1984. No lo hacía en el periodo en el que el Sr. Martínez de la Hoz era ministro (1976-1978), periodo en el que D. Julián Marías era el más importante miembro del Consejo de PRISA, la editora de EL PAÍS. Lo hacía en 1984, cuando el Sr. Marías ya había roto con EL PAÍS y había hecho algo mucho peor: había pasado a trabajar para ABC, diario que, bajo la batuta del Sr. Anson estaba en guerra sin cuartel contra PRISA. Por todo ello el ataque suena un poco a ‘vendetta’.

Pero atacar por apoyar dictaduras puede ser un ‘boomerang’. ¿Era algún secreto que los liberales españoles (y de tantos otros países) habían apoyado dictaduras en su pavor a que llegar el virus comunista y del ‘intervencionismo’ del Estado frete a la libertad económica? En absoluto. En España los liberales franquistas dieron la batalla dentro del régimen frente a los falangistas franquistas para evitar ese intervencionismo. ¿Y por qué digo que sería un ‘boomerang’? Porque si el Sr. Marías había tenido vínculos con dictaduras, lo mismo podría decirse del director de EL PAÍS, D. Juan Luis Cebrián, del presidente de PRISA, D. Jesús Polanco y de muchos otros. Lo importante es que todos ellos habían apostado por la transición en los setenta. Lo llamativo es que algunos trataran de borrarse rápidamente la chapa de ‘franquista aperturista’ por la de ‘anti-franquista’. Va a ser que no.

J. F. Lamata