24 octubre 1970

La Democracia Cristiana prefirió llevar al poder a un marxista

El Parlamento de Chile ratifica a Salvador Allende como Presidente por amplia mayoría en un país consternado por el asesinato del Jefe de las Fuerzas Armadas, René Schneider

Hechos

El 24 de octubre de 1970 Salvador Allende fue elegido Presidente de Chile por el Parlamento.

Lecturas

Las elecciones de 1970 habían dejado un resultado muy empatado. De acuerdo al sistema electoral chileno si ningún candidato lograba mayoría absoluta debía desempatar el parlamento.

René Schneider Chereau murió asesinado el 25 de octubre de 1970.

Una vez que Democracia Cristiana anunció que iba a respaldar la candidatura de Allende, su elección por el parlamento era un hecho, que quedó ratificado en el momento de la votación:

  • – Salvador Allende – 153 diputados.
  • – Jorge Alessandri – 35 diputados.
  • – En blanco – 7 diputados.

El mandato de Allende estaría marcado por los crímenes políticos. El siguiente sería, precisamente, el del líder democristiano Pérez Zujovic.

04 Noviembre 1970

Razón de partido

Luis María Anson

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¿Por qué la democracia cristiana chilena ha hecho presidente de la República al candidato de la coalición socialista-marxista? El voto cristiano en favor del marxismo resulta ciertamente paradójico. Ofende, además, al magisterio pontificio pre y posconciliar. Los democristianos chilenos, sin embargo, no han vacilado en escorar a Salvador Allende, que, sin ser un comunista militante, encabeza un programa de carácter socialista-marxista. Alguna explicación tendrá en todo caso, la actitud de la democracia cristiana chilena, en donde militan hombres sensatos, políticos moderados, agudos intelectuales, razonables jóvenes universitarios.

Habrá que considerar de entrada el primer argumento explicatorio que se ha dado. Siendo los partidarios de la democracia cristiana, cristianos, pero también demócratas, ¿no habrán querido salvar sus principios políticos coadyuvando a la proclamación del candidato triunfante? Pero es el caso que Allende venció por un margen irrisorio, alcanzando solamente poco más de un tercio de los sufragios populares. También era solución democrática votar en el Congreso a Alessandri, cuya renuncia expresa abría el camino a una segunda vuelta electoral en la que el vencedor tendría por lo menos la mitad más uno de los votos. Parece claro, pues que el factor condicionante de la actitud democristiana no ha sido preservar la pureza democrática. Tampoco Allende, por cierto, se ha preocupado mucho de purificarse en nuevas cisternas democráticas puesto que ha preferido gobernar con la minoría (y con fuertes limitaciones a su programa) antes de una segunda elección. Si el dirigente socialista-marxista hubiera creído que en la nueva vuelta obtendría mayoría absoluta la habría aceptado y tal vez exigido desde el principio. No lo hizo por que comprendió que la experiencia le costaría el sillón presidencial.

La segunda explicación que se da al voto democristiano en el Congreso es el factor ideológico. La democracia cristiana no es marxista, pero se encuentra también a una distancia sideral de las posiciones conservadoras del alessandrismo. He aquí un argumento que parece válido. Repugnamos tanto por el capitalismo como por el comunismo, los democristianos prefieren apoyar al candidato marxista cediendo sus votos a cambio de una serie de garantías y limitaciones. Y bien: mucho ha debido cambiar la democracia cristiana desde mi anterior estancia en Chile con motivo de las elecciones de 1964. Entonces no hicieron ascos ni roncerías al apoyo derechista, gracias al cual ganaron las elecciones. Ni tampoco hubieran expresado la menor repugnancia ahora si el partido nacional, en lugar de presentar un candidato propio, hubiera apoyado al demócrata-cristiano. En 1964 la orografía política chilena comprendía tres cordilleras: el frente popular, que tenía novecientos mil votos (redondeo los números en todo el artículo para no agobiar al lector); el frente democrático (conservadores, liberales y casi todos los radicales), por encima del millón; y la democracia cristiana, que no llegaba al medio millón. Durante el invierno de aquel laño murió el diputado socialista por Curicó, Óscar Naranjo. El frente democrático cometió el error de presentar la elección parcial para sustituirle casi como un plebiscito. Venció el candidato socialista, hijo del muerto, que era, por cierto, médico de ancha clientela popular. Los dirigentes del frente democrático perdieron los nervios. Carecían, además, de un nombre claro para abanderarles, pues Alessandri, que era entonces presidente, no podía presentarse constitucionalmente a la elección. Total: que la coalición mayoritaria decidió apoyar a la minoritaria (la democracia cristiana de Frei) para asegurarse de que los frentepopulistas resultarían derrotados en las elecciones generales. Se formó, pues, de hecho, un frente animarxista que triunfó (sin contrariar a las cifras dadas más arriba) por millón y medio de votos contra novecientos mil. Frei organizó su propaganda electoral instalando a Allende cerca del comunismo y haciendo ver que un Chile allendista sería en poco tiempo una repetición del castrismo con sus miserias y desastres.

No vale tampoco, por consiguiente, el argumento ideológico. Los demócratas cristianos no hicieron ascos al alessandrismo cuando su apoyo les convenía y le hubiera otorgado ahora sus votos si hubieran considerado que esto les beneficiaba. Estamos acercándonos al punto clave que explica la actitud democristiana, paradójica a primera vista, de votar en el Congreso por el candidato socialista. Por que, y aquí está la médula de la cuestión, el verdadero enemigo electoral de la democracia cristiana no es el socialismo. Era y es el alessandrismo, el conservadurismo. Ambos partidos – el nacional y el democristiano – se nutren de la misma clientela: los votos cristianos y moderado. El marxismo no tiene viabilidad entre esa clientela. No es rival ni competidor. La decisión del frente democrático conservador, en 1964, al apoyar a la democracia cristiana fue una gran torpeza pues era tanto como decir a los clientes propios que comprasen en el establecimiento ajeno. Dicen que los demócratas cristianos han sido los grandes derrotados de las pasadas elecciones. Niego la mayor y afirmo todo lo contrario: en los seis años de ejercer el Poder, la democracia cristiana ha ganado más de trescientos mil votos sobre sus cifras reales de 1964, que no alcanzaban el medio millón.

Este año, tras la jornada electoral del 4 de septiembre, las cosas quedaron claras. La democracia cristiana se convirtió en el árbitro circunstancial del país. Sus dirigentes podían encaramar a la presidencia a uno de los dos candidatos triunfantes o hundirles. ¿Y qué han hecho? Escabechar a Alessandri, que era el verdadero rival, y salvar a Allende, cuyos votos se reclutan en otras clientelas. Al apoyar, pues, a Allende, consumando así la derrota conservadora, queda abierta para 1976 la gran oportunidad de que Frei repita la operación de 1964. Un nuevo trasvase de la clientela conservadora en favor de la democracia cristiana puede convertir definitivamente a este partido en polarizador de los votos ahora dispersos entre los distintos sectores antimarxistas.

Por encima de factores ideológicos y doctrinales, por encima tal vez del interés nacional, ha prevalecido el interés de partido. Está claro que si el sector marxista del allendismo puede, dará un golpe de Estado antes de 1976 y suspenderá el libre juego democrático. Y digo «si puede» porque es probable que no pueda. Chile tiene un pueblo vigilante y muy maduro políticamente que opondrá resistencia a la jugada. El riesgo, sin embargo, resulta evidente. Y la democracia cristiana ha preferido correr ese riesgo, que afecta a la nación, con la esperanza de que el partido democristiano se desquite en 1976.

Se dirá, finalmente, que de celebrarse una segunda vuelta electoral el alessandrismo habría sido también derrotado porque los partidarios de la democracia cristiana hubieran votado a Allende como sus dirigentes lo han hecho en el Congreso. Y no. Esa fue la gran habilidad de De Gaulle. Sagazmente comprendió que el ciudadano medio, el que no está sometido como los dirigentes del partido a la ambición del Poder, vota por lo que cree más conveniente. La mayoría de los democristianos chilenos hubieran votado probablemente en antimarxistas. Una segunda vuelta electoral, en países con fuertes partidos comunistas es la mejor coacción para conseguir la soldadura e las llamadas derechas, el frente común de los moderados contra el extremismo revolucionario.

En tiempos se hablaba mucho de la razón de Estado para justificar ciertas actitudes y decisiones. Deberíamos hoy hablar de la razón de partido. No es materia de este artículo la consideración de las ventajas e inconvenientes del sistema de partidos. Pero los países que lo han adoptado ven cada día más claro la necesidad de poner límites al partidismo, vinculando las permanentes esencias nacionales a instituciones superadoras de la lucha de partidos. En la decisión de la democracia cristiana chilena, la razón de partido ha prevalecido, en mi opinión, sobre grandes intereses nacionales. Grave y peligroso asunto. Los demócratas cristianos han encendido fuego sobre un barril de dinamita. La llama encandilada amenazará con aventarse y tizonear durante los próximos seis años. El pueblo chileno, esos hombres trabajadores y magníficos, los que en Maipú vencieron a los vencedores de Bailén, y esas mujeres de ojos profundos, las más bellas de América, se merecen que la gran explosión no se produzca. Se lo merecen, bien lo sabe Dios, y de ello pueden dar fe cuantos hayan vivido en el maravilloso Chile de la sonrisa cordial, el gesto generoso y el corazón abierto de par en par.

Luis María Anson