29 enero 1982

El Partido Comunista de Italia de Enrico Berlinguer anuncia su ruptura oficial del PCUS y de la dictadura de la Unión Soviética

Hechos

En enero de 1982 el Partido Comunista de Italia formalizó su ruptura con el PCUS.

29 Enero 1982

La ruptura del comunismo

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LA RUPTURA del Partido Comunista de la Unión Soviética con el italiano es el final de un proceso que se ha desarrollado en los últimos dieciocho años. Togliatti convalecía en Yalta en el mes de agosto de 1964, cuando se convocó una reunión preparatoria para una cumbre comunista en Moscú, cuyo objeto era la excomunión de China; escribió unas notas que pensaba presentar a la conferencia, pero murió antes. Las notas se publicaron -Rinascita, 5 de septiembre- después de su muerte. Se ha dado a este documento -que Pravda publicó cinco días después- el nombre de Testamento de Togliatti. Las reflexiones del secretario general del PCI no tendían entonces a la disgregación del comunismo, sino que buscaban su unidad dentro de la diversidad, o policentrismo. Trataba de reducir la importancia del caso chino o, como decía él, la obnublación por China, y sentaba las bases de algo que ya estaba gestándose en el PCI desde 1956: rechazar cualquier forma de centralismo desde Moscú, comprender que cada partido comunista ha de tener la más amplia autonomía para llevar su propia política dentro de cada nación; llevar a debates públicos y abiertos todos los temas de discrepancia entre distintos partidos comunistas -incluso con «los camaradas chinos y albaneses»-; pretendía así el final del triunfalismo comunista y, por tanto, la liquidación del período de Stalin y la apertura hacia la democracia; renuncia a la propaganda atea; estudio de la posibilidad de «mutación progresiva y pacífica» en los Estados burgueses de Occidente hacia los Estados de trabajadores, y que los comunistas fuesen los campeones en la libertad de concepción y de creación en literatura, arte, filosofía y ciencias «fuera de todo sectarismo». El partido francés se sumó pronto a estos pensamientos generales; el español lo haría después, y así quedaba fundado lo que más tarde se llamaría el eurocomunismo. La URSS de Krustchev lo acogió con criticas moderadas. Después comenzó a desconfiar y la querella se fue haciendo cada vez más áspera: hasta que el documento polaco del PCI ha provocado el estallido. La diatriba no va sólo dirigida a los camaradas italianos, sino al conjunto eurocomunista, con el que se «oculta a la clase obrera la renuncia gradual al marxismo-leninismo», se habla de blasfemia y de sacrilegio y se considera que supone una excomunión, a la que los italianos responden que Moscú no es un Vaticano, el comunismo no es una Iglesia y, en resumen, que ellos hacen lo que consideran mejor, sin someterse a opiniones ajenas.La ruptutra quiebra una línea de relativa moderación y prudencia que el PCUS ha tenido siempre para con los disidentes del exterior. Si nos preguntamos por qué, y en este momento parece que la respuesta es porque ya no tiene nada que esperar del aparato de esos partidos y en cambio puede aspirar Moscú a que de las escisiones habidas surjan nuevas formaciones prosoviéticas. Todo el eurocomunismo está atravesando una crisis de las que el tópico llama de identidad. Anulados ciertos dogmas, olvidado el carácter científico que hacía que la verdad fuese sólo una y basada en unas leyes descubiertas por Marx y Engels, los eurocomunismos disputan sobre su camino: ya no hay una tercera vía, sino una multiplicidad de vías, una encrucijada cuyos caminos conducen a otras encrucijadas. Moscú dice que la multiplicidad de comunismos conduce a ningún comunismo y que el movimiento internacional sólo se ha mantenido vivo cuando ha habido unidad y disciplina. Pero la realidad, es que la vía única, ortodoxa y científica de la URSS ha conducido a un anquilosamiento de la revolución y a una pérdida absoluta de libertades y ha generado un poderío militar y policiaco opresor de los pueblos donde el sistema rige.

En teoría, después de la ruptura el PCI aparece limpio y puro de cualquier sospecha de colaboración con la URSS: es un partido nacional, con miras democráticas, y, por tanto, podría ser admitido en el compromiso histórico y en los puestos de gobierno como segundo partido del país. No habría razones -se dice- para el veto de la OTAN o de Reagan, ni de las fuerzas oscuras del interior. La realidad, sin embargo, parece otra. Lo que se combate es el propio comunismo, y el hecho de que sea nacional, policentrista, excomulgado y evolucionista no va a ser considerado por sus enemigos clásicos, que piensan que esta querella les confirma más y más en sus seguridades: el comunismo naufraga, como tantas otras ideologías, en el escepticismo y el desencanto. Y no estarán además dispuestos a renunciar a lo que forma parte de su propia imagen: el anticomunismo; el útil, eficaz y siempre cómodo anticomunismo, que en otros tiempos apenas sirvió para desmantelar un comunismo real que aparecía todavía unido y combativo, pero sí para disminuir y reducir a los que fueron emparentados con él, como compañeros de viaje o filocomunistas, a otras izquierdas más vivas, más abiertas, más creadoras.