24 abril 1978

Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri 'pasionaria' seguirán siendo Secretario General y Presidenta

9º Congreso del PCE – Los comunistan de Carrillo celebran su primer congreso en España con el anuncio de la supresión del leninismo

Hechos

El 22 y 23 de abril de 1978 se celebró el IX congreso del Partido Comunista de España (PCE) el primero celebrado en España desde 1932.

Lecturas

El 23 de abril de 1978 se clausuró el IX Congreso del Partido Comunista de España (PCE) en Carabanchel, el primer congreso que realiza el partido en España desde 1932. En él han sido reelegidos Dña. Dolores Ibarruri Gómez como presidenta del PCE y D. Santiago Carrillo Solares como secretario general, cargos que ambos ocupan desde el VI Congreso de 1960 celebrado en el exilio.

El siguiente congreso del Partido Comunista de España se celebrará en julio de 1981 en una situación mucho más crítica para el partido.

PLENA AUTONOMÍA PARA EL PSUC Y EL PCE-EPK

El 9º Congreso del PCE aprobó que la dirección del PCE daría plena autonomía tanto a su federación catalana, el PSUC (liderada por D. Antoni Gutiérrez Díaz), como a su federación vasca, el EPK, liderada por D. Roberto Lertxundi.

PSUC_Antoni_Gutierrez_Diaz D. Antoni Gutiérrez Díaz será el nuevo Secretario General del Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC, PCE en Catalunya) reemplazando a D. Gregori López Raimundo, que pasará a ser ‘presidente del PSUC’.

INVITADOS DE LAS DICTADURAS COMUNISTAS

A parte de invitados de otros partidos políticos como del PSC-PSOE, del PSP, de COnvergencia Democrática de Catalunya, el PNV y hasta UCD. Pero también asistieron representantes de los países sometidos a dictaduras comunistas, como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) o Cuba.

PEDRO J. RAMÍREZ

PedroJotaRamirez1 El periodista de ABC D. Pedro J. Ramírez fue uno de los corresponsales periodísticos presentes en aquel congreso comunista. Advirtió la presencia en la presidencia honorífica del PCE junto a figuras del mundo artístico como D. Gabriel Celaya, D. Blas de Otero o Dña. Ana Bleén, el Sr. Bardem y el Padre Llanos a figuras de oscuro pasado como D: Rafael Vidiella (considerado uno de los cómplices en la ‘purga’ del PSUC contra el Sr. Comorera) o D. Vitorio Vidali ‘Comandante Carlos’ acusado de crímenes durante la Guerra Civil Española.

18 Abril 1978

El IX Congreso del PCE

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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MAÑANA SE inaugura el IX Congreso del PCE en un clima de expectación plenamente justificado tanto por los debates que han caldeado las conferencias regionales previas como por los espectaculares virajes que los comunistas españoles han realizado desde su legalización.Las resoluciones aprobadas en esas conferencias, aceptando o enmendando parcialmente las propuestas políticas y los estatutos del Comité Central, delimitan el marco de la actuación de los delegados, vinculados por mandatos de sus respectivos comités. Cabe suponer, así pues, que las sesiones del Congreso serán más tranquilas y depararán menos sorpresas que las conferencias regionales anteriores.

Los debates preparatorios han alcanzado los tonos más elevados y crispados a propósito de la tesis quince y del artículo dos del proyecto de estatutos, que suprimen la vieja fórmula canónica que definía como «marxista-leninista» al PCE, convertido desde ahora en «partido marxista, democrático y revolucionario ». Esta polarización de las discusiones en torno a una disputa ideológica, que ha bordeado muchas veces el escolasticismo y el bizantinismo y se ha desarrollado en medio de una gran confusión, ha contribuido a relegar a un segundo plano, sin eliminarlo, el debate sobre otras cuestiones de relevancia política directa: la valoración de la forma en que se produjo el tránsito del franquismo a la democracia. los aciertos y los errores de la dirección del PCE en la previsión de ese desarrollo y en las tentativas de encauzarlo, el dramático cambio en el enjuiciamiento -ahora severamente crítico y hasta 1968 apologético- de los países socialistas, las nuevas y matizadas apreciaciones del peligro que para una Europa democrática representan tanto Estados Unidos como la Unión Soviética, la apuesta a favor del presidente Suárez y la aceptación condicionada de la Monarquía como forma de Estado, la propuesta de un Gobierno de concentración democrática con participación tanto de AP como del PCE, las reticencias hacia el PSOE, las causas de los malos resultados electorales en junio de 1977, los nexos del PCE con CCOO y con los movimientos ciudadanos, etcétera.

La ideologización de los debates también ha oscurecido, sin llegar a suprimirla, la discusión acerca de cuestiones organizativas, en especial la democratización de las estructuras del PCE, tanto en lo que se refiere a la elaboración de las decisiones políticas (lo que presupone una buena circulación de la Información y garantías para la libertad de discusión) como a la elección de los cuadros dirigentes, hasta ahora designados mediante cooptaciones luego plebiscitadas. Sin embargo, el desarrollo de las conferencias preparatorias ha demostrado, en los hechos, una espectacular elevación del nivel de información y libre debate en el PCE; y sería injusto atribuir sólo a los comunistas los procedimientos mediante los que el grupo dirigente de una organización tiende a autoperpetuarse, a reclutar para cargos de responsabilidad sólo a los incondicionales y a reservarse en exclusiva la adopción de las grandes decisiones.

El debate sobre el leninismo fue lanzado por el señor Carrillo en una conferencia de prensa celebrada el pasado otoño en Estados Unidos. Desde 1956, señaló el secretario general del PCE, su partido había dejado de hacer suyos, por imperativo de las transformaciones históricas en Europa, una buena parte de los planteamientos estratégicos, tácticos, programáticos e incluso organizativos del modelo leninista que la III Internacional impuso obligatoriamente a todas sus secciones nacionales. Y, efectivamente, para nada cuadran con el canon marxista-leninista, conjunto de dogmas extraídos por Stalin de los escritos y de la práctica de Lenin a mediados de la década de los veinte, muchas de las innovaciones aceptadas por el PCE, tales como el abandono de la dictadura del proletariado y el internacionalismo proletario, la renuncia a la insurrección armada como vía para conquistar el poder, la sustitución de la tradicional alianza obrera y campesina por otra que concede una atención preferente al sector terciarlo («las fuerzas del trabajo y la cultura»), la aceptación de acuerdos a largo plazo con la burguesía sin hegemonía de la clase obrera, el reconocimiento de que los comunistas no son los únicos representantes de los trabajadores, el distanciamiento respecto a la URSS y la condena de la política de bloques, etcétera.

Lo que sorprende no es que el PCE deje de llamarse leninista sino que haya esperado más de veinte años para hacerlo, y que, deseoso de ganar en pocas semanas el retraso, al menos, de cuatro lustros, haya lanzado de forma atropellada y sincopada una discusión sin la necesaria preparación y en el marco de su, primer congreso legal en varias décadas. Por lo demás, no parece que hayan sido los nostálgicos y dogmáticos los principales protagonistas de la oposición a la tesis quince en Madrid, Asturias y Cataluña, con el argumento de que el debate sobre el leninismo es, a veces, oportunista e inoportuno. Hace años que los fundamentalistas del leninismo emigraron hacia las moradas más devotas del PT, de ORT, del MC o de los partidos prosoviéticos. Entre militantes jóvenes, a la sospecha de que la disputatio leninista ha servido para relegar a segundo plano cuestiones políticas y organizativas más candentes se une la certeza de que ha sido el deseo de mejorar la imagen electoral del PCE y de acercarla a la muy exitosa del PSOE la razón decisiva para iniciar ese debate de forma improvisada y a destiempo. El desenganche de los comunistas de la Unión Soviética, tarea a la que el señor Carrillo ha dedicado buena parte de sus esfuerzos con el propósito de privar de esa ventaja a los socialistas, exigía, para ser completo, la renuncia a la denominación «marxismo-leninismo». A partir de ahora, la única vinculación del PCE con el leninismo es el reconocimiento de los méritos de Lenin como líder de la Revolución de 1917; pero las acerbas críticas del señor Carrillo y del señor Azcárate a los regímenes nacidos del Octubre ruso hacen dudar de la coherencia lógica de quienes se extasían ante la belleza de la semilla y sienten repugnancia ante la fealdad de la planta que ha nacido de aquélla.

La circunstancia de que este blanqueo urgente y a matacaballo de la ideología del PCE no vaya acompañado de una renovación sustancial de su equipo dirigente, que se vanagloria de haber abierto ahora la discusión entre los militantes de la base, pero no se autocritica por haberla antes sofocado, contribuye todavía más a rodear de confusión la polémica en torno al leninismo. Sectores poco sospechosos de sectarismo han pedido -en Madrid, en Cataluña, en Asturias- el aplazamiento de esa discusión por temor a que la precipitación del debate, que lo condena a la unilateralidad y a la superficialidad, deje en pie las mismas estructuras organizativas y pautas de comportamiento que en última instancia engendraron en el pasado los males que ahora se trata de extirpar. Pero, en cualquier caso, es altamente positivo que el PCE haya dado los primeros pasos hacia su democratización interna, indispensable correlato de su aceptación de las instituciones pluralistas, de su rechazo de la Unión Soviética como modelo de socialismo y de su compromiso, de respetar las libertades sin reservas mentales ni adjetivaciones.

19 Abril 1978

La democratización del PCE

Fernando Claudín

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Por fin el PCE se decide a dar algunos pasos efectivos en la vía de su democratización y todos los que luchan por el socialismo no pueden por menos de congratularse: lo contrario sería caer en una actitud partidista y sectaria. No andamos tan sobrados de fuerzas en la difícil tarea de consolidar la democracia y avanzar hacia el socialismo. Y esas fuerzas deben ser necesariamente democráticas, no basta con que tengan eficacia combativa, porque -la experiencia del siglo XX nos lo enseña- la destrucción del capitalismo no equivale a la creación del socialismo. Puede desembocar en otro sistema de dominación y explotación. Mucho depende, aunque no todo, del carácter de las fuerzas políticas protagonistas.

Durante largo tiempo el PCE -como los otros partidos comunistas- fue una organización de combate contra el capitalismo pero no portadora de democracia, ni tampoco -por tanto- de socialismo. Su meta, su modelo, eran los sistemas dictatoriales del Este instaurados por los «partidos humanos» llegados al poder. Esa era su meta, aunque su objetivo inmediato fuera la democracia. En la estrategia de los partidos comunistas hasta la muerte de Stalin -y hasta hoy en los que siguen fieles al modelo estaliniano- la democracia sólo era el camino más corto para instaurar la «dictadura del proletariado». es decir, la dictadura del partido comunista.

Eso sí, con la mejor buena conciencia democrática, porque la «ciencia marxista-leninista» se encargaba de demostrar que tal dictadura representa, en realidad. una democracia «mil veces superior» a la más democrática de las democracias «burguesas». El sistema dogmático, cerrado sobre sí mismo. llamado «marxismo-leninismo», y su expresión organizativa, el «centralismo democrático», constituían los dos pilares básicos del modo de ser de los partidos comunistas, coherente con sus fines. Las estructuras antidemocráticas del partido prefiguraban el modelo antidemocrático de sociedad por el que luchaba.

Como resultado de un complejo proceso histórico que no podemos analizar aquí (lo hemos hecho en diversos trabajos) los principales partidos comunistas del capitalismo desarrollado iniciaron la evolución -llamada «eurocomunismo»- que les lleva a romper con ese pasado. Pero en esta evolución es fácil repudiar el modelo estaliniano de sociedad y propugnar la llamada «vía democrática al socialismo» que modificar el modo de ser tradicional del partido. La democratización interna -aspecto esencial. aunque no único de la necesaria metamorfosis «ontológica» -está revelándose como el problema más fácil de la evolución eurocomunista. Tanto en el PCE como en el PCF o incluso en el PCI. Y sin resolverlo toda la evolución iniciada se encuentra comprometida. No sólo por la incompatibilidad entre los nuevos objetivos democrático-socialistas que el partido proclama y la persistencia de su tradicional modo de ser antidemocrático. La democratización del PCE -puesto que de él se trata ahora -es condición absolutamente necesaria, aunque no sea suficiente, para poder superar su legendaria mediocridad política y teórica para tejer una relación más orgánica con la realidad social para estar en mejores condiciones de abordar los complejos problemas de nuestro original proceso político.

Pero esta necesaria democratización es más difícil que las declaraciones, repudiando el modelo soviético o preconizando la vía democrática al socialismo, porque choca directamente con las estructuras, mecanismos. mentalidades e intereses personales cristalizados a lo largo de muchos años: choca con la resistencia de un aparato creado por la dirección de tipo oligárquico o más exactamente autocrático, que ha venido regentando al partido. Desde los primeros pasos de la operación democratizadora esas resistencias se manifiestan bajo múltiples aspectos. Ante todo, por el espíritu con que el grupo dirigente aborda la operación.

Resulta que todo se debe a su iniciativa, a su buena voluntad. En su conferencia de prensa del viernes pasado Sánchez Montero y Azcárate hicieron especial hincapié en que ha sido la propia dirección quien ha «desencadenado la discusión interna». Carrillo va más lejos aún. en sus declaraciones a La Calle: «Si nosotros hubiéramos querido tener un partido monolítico, duro, rígido, nada nos lo hubiera impedido.» Y en realidad. tiene razón. La formación ideológica y las estructuras del partido eran de tal naturaleza que los militantes contaban muy poco: su papel era obedecer y ejecutar las siempre justas decisiones de la dirección.

Para eximirse de toda responsabilidad en la carencia total de democracia interna hasta fechas muy recientes. la dirección del PCE cuenta con un alibí a primera vista irrefutable: la situación de clandestinidad del partido. Pero en realidad esta situación no impedía una discusión más libre en los organismos del partido la toma en consideración de las opiniones de la base, la organización en la emigración de debates sobre temas conflictivos, la utilización de Mundo Obrero y de Nuestra Bandera (editados en la emigración) para la expresión de diversas posiciones. etcétera. La clandestinidad hacía imposible la existencia de una serie de formas democráticas (elecciones, reuniones amplias. etcétera), pero no el tipo de vida política y teórica que acabamos de indicar. La verdad histórica es que la minoría del grupo dirigente se oponía siempre a propuestas de esa naturaleza y acababa expulsando a los que insistían demasiado. Por eso es legítimo suponer que aunque el PCE hubiera estado en la legalidad, su democracia interna no hubiese ido más allá de la del PCF, que como es bien sabido todavía se asemeja bastante a la de los viejos tiempos estalinianos.

Durante el año largo en que el PCE estuvo en libertad tolerada, sin gozar aún de legalidad hubiera sido posible dar ya un gran impulso a la democracia interna, pero siguieron predominando los métodos anteriores. Después, con la legalización llegó la campaña electoral, y la dirección estimó que aún no era la hora de la democratización sino de los mítines y pegatinas. Cuestiones tan importantes como la orientación del partido en ese período -el compromiso tácito con Suárez- las decisiones sobre la monarquía y otras fueron decididas por el jefe del partido con escasa discusión en las instancias dirigentes (formadas de sucesivas cooptaciones) y sin intervención alguna de la base.

El fiasco electoral en la mayor parte del país fuera de Cataluña, exigía evidentemente una discusión a fondo con partipación de todos los militantes. Era una magnífica oportunidad de iniciar la democratización y de ir al Congreso. Como hizo el PSUC. Pero la dirección del PCE escamoteó esa discusión y desvió toda la atención del partido hacia los debuts parlamentarios de su jefe y la «gran política» por arriba: pactos de la Moncloa. etcétera. La democratización quedó aplazada al mismo tiempo que se debilitaba la actividad política y social de las organizaciones del partido. Pero paralelamente, cundía el descontento por esta situación en numerosos militantes y dirigentes medios. La fronda catalana es la más importante de todas porque expresa la resistencia de un partido más maduro teórica y, políticamente que la dirección del PCE -con hondas raíces en su medio social aglutinado por el factor nacional- a ser manipulado por el jefe del PCE. El hecho de que el PSUC celebrara su Congreso de octubre. pese a la opinión contraria de Carrillo y de que su reciente Conferencia haya resistido a la pretensión de imponerle el abandono de la definición ideológica del partido adoptada en octubre, muestran -junto con otros incidentes- que el forcejeo Carrillo-PSUC tiende a itaudizarse. El primero, con su tendencia -que viene de lejos- a mandar también en Cataluña el segundo, decidido a que su independencia estatutaria no sea como la autonomía tarradellista. Posiblemente el debilitamiento dentro del PSUC de las posiciones de hombres tan capaces como Jordi Solé Turá y Jordi Borja provenga más de su excesiva identificación con Carrillo que del acentuado reformismo de su eurocomunismo.

Las frondas vasca y gallega no alcanzan aún el mismo nivel que la catalana, en razón, seguramente de la debilidad misma de los respectivos partidos, pero maduran en el mismo sentido. La asturiana ha hecho crisis al cabo de un año largo de forcejeos con el autoritarismo burocrático de Madrid y así podríamos recorrer provincia por provincia. siendo rara la que no cuenta con una corriente más o menos acentuada de descontento contra la política v los métodos del vicio grupo dirigente. personificado en el actual secretario general. La querella sobre el leninismo recubre en realidad la exigencia de que un problema teórico de esa naturaleza no se resuelva al dictado de la hora el día y la fórmula decididas por el jefe y aprobadas precipitadamente por un CC donde predominan los sucesivos cooptados. La exigencia de que se abra un debate a fondo y sin «prisas» es mucho más eurocomunista que la actitud de la dirección. El método es aquí más importante que la fórmula.

De todo ello se desprende que la presión y la iniciativa de la base sobre, todo de numerosos cuadros medio, -la qeneración de los treinta Y tantos años, que pugna por tomar en sus manos la dirección del PCE como la de todo el país- han sido factores importantes tal vez decisivos para que se ponga en marcha el proceso democratizador. La dirección ha ido a remolque pese a algunas apariencias. Y esforzándose por frenar y dominar el empuje de las fuerzas más renovadoras del partido para lo cual tiene que aprender precipitadamente el arte de manejar y truncar los mecanismos democráticos formales, como hacen en mayor o menor grado los estados mayores, de casi todas las organizaciones. Pero, al mismo tiempo. introducen nuevos resortes antidemocráticos en los estatutos, como es el reforzamiento de las atribuciones del secretario general en el artículo 54 de los estatutos. O la conservación de los viejos resortes como la prohibición de las tendencias y el mantenimiento del principio del «centralismo democratizador. Es paradójico que cuando se procede a la revisión del leninismo se conserve uno de sus máximos pivotes, que en realidad está mucho más fundido con el leninismo de Stalin que con el leninismo de Lenin. Pero la paradoja tiene su secreto. Democracia sí, pero sin menoscabar la autoridad suprema y la infalibilidad del jefe del partido. El «segundo Lenin» español -hubo ya el «primero», Largo Caballero- según él mismo se presenta, cada vez con menos pudor no acepta limitaciones a su misión providencial. Como ha declarado, no está dispuesto a actuar mirando las espaldas de militantes. Pero resulta que militantes tampoco están dispuestos a actuar mirando las posaderas del secretario general. O la democracia es auténtica para todos o la dialéctica abierta en el PCE podría transformarse en crisis del partido.

16 Abril 1978

En el umbral de nuestro IX Congreso

Dolores Ibarruri 'Pasionaria'

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Dentro de unos días se abrirá en Madrid el IX Congreso del Partido Comunista de España -primer congreso legal que reunimos en nuestro país desde hace 46 años (el último, el cuarto, se celebró en Sevilla en 1932).

Es explicable que la preparación de nuestro congreso -a través de reuniones y conferencias a todos los niveles en la geografía española- suscite interés y abundantes comentarios en la prensa de nuestro país. El Partido Comunista de España es una indiscutible fuerza política, con una seria incidencia en la clase obrera y en todos los segmentos de nuestra sociedad.

Hace sólo doce meses que nuestro partido conquistó la legalidad, después de cerca de cuarenta años de lucha y vida clandestina. Y doce meses es un breve espacio de tiempo en el acontecer político. A muchos asombra que los comunistas hayan logrado tan rápidamente la autoridad y la fuerza política de que hoy disfrutan, siendo considerado nuestro partido como uno de los partidos políticos de mayor influencia con el que se cuenta desde la dirección política del país para las cuestiones esenciales.

Algunos, como decimos, se asombran; y a no pocos disgusta el peso político del PCE. No se olvide que ciertas fuerzas soñaban en una democracia sin comunistas y especulaban con la no legalización de nuestro partido.

Las cosas han ocurrido de otro modo; pero las batallas libradas por el PCE no han sido fáciles, y los obstáculos vencidos y por vencer, no pequeños.

La implantación e influencia. creciente del PCE ha suscitado hondo descontento entre los sectores más reaccionarios dentro y fuera de nuestras fronteras. De ahí que en ciertos momentos, como ocurre en el presente, converjan en sembrar la confusión entre la opinión pública, deformando y exagerando las discusiones que se producen en nuestras filas.

En estos últimos meses estamos dando forma a la labor colectiva de los comunistas en la elaboración de su línea política, haciendo un esfuerzo por ponerla al día, adaptarla a las condiciones concretas de nuestro país y de nuestra época. Con este fin el Comité Central ha preparado un proyecto de tesis políticas y de nuevos estatutos que se han puesto a discusión en todas sus organizaciones. Esta discusión se viene desarrollando a todos los niveles, en forma abierta y democrática, como se ha hecho, creo yo, en pocos partidos políticos, y como no se había realizado anteriormente en el nuestro, teniendo en cuenta la prolongada ilegalidad y las zonas de sectarismo en épocas anteriores.

Los debates en nuestro partido son públicos, y su actividad, transparente.

El PCE se presenta con la cara descubierta y franca. Cada militante dice lo que piensa y lo defiende con toda libertad. Con nuestra actividad política abierta, pública, mostramos que somos un partido democrático. Con ello quedan desmentidas las acusaciones de antidemocratismo que con frecuencia se nos hacen.

Y si todavía hay personas que consideran que no se discute bastante en el PCE será probablemente porque desconocen que un partido político no es una academia ni un club de discusiones. También hay que mostrar comprensión hacia ciertas erupciones de exagerado «democratismo», ya que la mayoría de nuestros afiliados son bastante jóvenes en edad y militancia. La experiencia y la práctica irán colocando las cosas en su sitio.

No estaría de más recordar que el esfuerzo de los comunistas por adaptar su política a las realidades contemporáneas no data de ayer. Hace veinte años que el PCE propugnó la política de reconciliación nacional y, más tarde, el pacto para la libertad, que hicieron posible la convergencia de fuerzas de diverso signo, dispuestas a poner fin a la dictadura franquista y establecer la democracia en España.

Y aunque los cambios políticos no se hayan producido exactamente como nosotros pensábamos, nuestras propuestas se han confirmado acertadas en lo esencial y han contribuido considerablemente a las transformaciones democráticas que estamos viviendo.

En estos breves renglones yo quisiera subrayar que se equivocan aquellos que afirman que nuestra postura política significa un abandono del leninismo. Esta es una afirmación gratuita que no responde a la realidad. Los comunistas españoles mantenemos la herencia de Lenin y de sus compañeros de lucha, que encabezaron la revolución socialista de octubre y que abrieron un nuevo proceso revolucionario mundial. Así consta en nuestros actuales documentos políticos.

Nosotros consideramos a Lenin como al gran dirigente revolucionario de nuestro siglo y seguimos estudiando sus enseñanzas, como también las enseñanzas de otros teóricos del marxismo.

Sin embargo, ni las circunstancias ni los acontecimientos de hace sesenta años son, como es evidente, los mismos de hoy. Y no seríamos marxistas revolucionarios, seríamos dogmáticos, si no acondicionáramos nuestra política concreta a las realidades concretas de estas postrimerías del siglo XX. Por ello no insistimos en lo que ha caducado, en lo que ya no es válido, porque la historia lo ha superado.

Nuestro Partido Comunista es un partido marxista revolucionario, democrático, solidario con todos los pueblos, movimientos y partidos que luchan por su liberación nacional y por el socialismo. Es un partido de masas adecuado para transformar la sociedad capitalista y avanzar hacia una democracia política y económica que abra la vía al socialismo.

Yo confío que del IX Congreso, que inauguramos el día 19, nuestro partido saldrá reforzado.

20 Abril 1978

Vieja y nueva política

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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POR SEGUNDA vez en el plazo de pocos meses el secretario general del PCE se ha referido, en un acto público ante militantes de su organización, a opiniones editoriales de este periódico para calificarlas de hostiles y lesivas para su partido. La primera ocasión fue a propósito de los decepcionantes resultados obtenidos por el PCE en las elecciones generales de 1977, en los que habría influido, de creer al señor Carrillo, un comentario editorial de EL PAÍS, publicado la víspera de los comicios, que, aun situando al voto comunista dentro del campo democrático, no lo aconsejaba a sus lectores.La segunda referencia a este periódico se incluye en su informe al IX Congreso del PCE, inaugurado ayer en un clima de espontaneidad bien distinto a la solemnidad y a los rituales litúrgicos que solían caracterizar los fastos comunistas y, que hace confiar en que los debates y discusiones de los próximos días recogerán los nuevos vientos de libertad de las conferencias preparatorias.

La alusión a EL PAÍS hecha por el señor Carrillo es, cuando menos, desafortunada, e indica, por su parte, una todavía no clara comprensión de, cuál es el papel de la prensa en una sociedad realmente democrática. Se lamenta el señor Carrillo de que «ciertos sectores de la prensa», entre los que figura este periódico, «han intervenido directamente en nuestro congreso». Se diría que las opiniones favorables a los intereses de su organización -todavía está cercana la época en que «ciertos sectores de la prensa» contribuyeron en la medida de sus fuerzas a la puesta en libertad del señor Carrillo y a la legalización del PCE- están hechas de una materia verbal diferente a las que les resultan adversas: mientras estas últimas son «interferencias», las primeras serían el obligado homenaje que tributa el vicio a la virtud. Ni que decir tiene que la aplicación de la ley del embudo no es habilidad exclusiva de los comunistas y que, en mayor o menor medida, todos los partidos pecan de susceptibles y ofrecen síntomas de complejo de persecución en sus relaciones con la prensa. Pero es preciso reconocer que las palabras pronunciadas ayer por el señor Carrillo establecen -por el momento y la oportunidad- un verdadero récord al respecto.

La referencia a EL PAÍS del secretario general del PCE se desdobla en una mal interpretación de un texto de este periódico, lo que entra en el terreno de lo discutible y opinable, y en una a medio camino entre el absurdo y la demagogia. La malinterpretación consiste, fundamentalmente, en atribuir a los comentarios editoriales de EL PAÍS un sentido y un propósito distintos de los que su letra y su espíritu contienen. Este periódico nunca «ha indicado claramente en su sección editorial que el Congreso debía deponer a la dirección». Por una parte, nos hemos limitado a constatar, desde antes de las elecciones de junio de 1977, que la imagen pública del PCE, pese a su distanciamiento respecto a la Unión Soviética, sus esfuerzos por relegar al olvido la guerra civil, su abandono de categorías y programas incompatibles con el pluralismo democrático (la dictadura del proletariado, la insurrección armada, la condena de las «libertades formales», el partido único) y su renuncia -ahora- al rótulo «marxismo-leninismo», se halla evidentemente lastrada y enturbiada por la permanencia en los cargos dirigentes de la organización de figuras públicas demasiado asociadas a las teorías y a las prácticas que ellos mismos ahora rechazan. Por otra, hemos prolongado ese puro y simple registro de hechos en la conjetura de que los sacrificios realizados hasta ahora por el PCE para mejorar sus posibilidades electorales, al lanzar por la borda sus cánones y lealtades, podrían resultar infructuosas mientras no se incorporen a los puestos de responsabilidad en la organización personas que confieran credibilidad a sus nuevos compromisos. Porque, evidentemente, los resultados en las urnas logrados en junio de 1977 por el PCE no guardaron proporción con los sacrificios y la entrega de los militantes comunistas en su lucha contra el franquismo. Los comunistas son muy dueños de nombrar y deponer a sus dirigentes: y el señalamiento de algunas incoherencias Iógicas en la tarea de renovar el PCE, a la que tan activamente ha contribuido el señor Carrillo, no es un «consejo» ni una «interferencia», sino un simple análisis.

Pero el señor Carrillo no se ha limitado a hacer un juicio de intenciones a este periódico, sino que ha extraído de su sentencia la siguiente conclusión: «Por lo que se ve, hay periodistas para los cuales haber sido franquistas toda la vida no invalida a nadie para ser demócrata, pero lo que es imperdonable, inadmisible, es haber sido comunista toda la vida.» EL PAÍS nunca ha mantenido tan peregrina tesis porque, entre otras cosas, no es una oficina para despachar patentes de democracia, como la que ha instalado el señor Carrillo en la calle de Castelló y de la que se ha beneficiado con largueza el propio presidente del Gobierno, a quien el secretario general del PCE ha consagrado, urbi et orbi, como un arcendrado demócrata. Pero, además, el secretario general del PCE, sin darse cuenta, pone una vez más al descubierto, al referirse a franquistas y Comunistas de «toda la vida», ese punto flaco que, de creerle, sólo existe en la malévola imaginación de este periódico. Porque entre los militantes o cuadros del PCE que han ingresado en la organización después de la invasión de Checoslovaquia y los dirigentes que loaron hasta la adulación la figura de Stalin, calumniaron a Ios comunistas yugoslavos, justificaron el Gulag, aplaudieron la invasión de Hungría o tomaron por un catecismo el canon sagrado del «marxismo-leninismo» hay una distancia generacional tan grande como la que separa a José Antonio Girón y Raimundo Fernández-cuesta de Adolfo Suárez o a Rodolfo Llopis de Felipe González. Es un serio motivo de reflexión que el único partido a cuyo frente continúan hombres, asociados con la guerra civil sea, precisamente, el que más se ha esforzado en su propugna por borrar de la memoria colectiva ese sangriento conflicto.

20 Abril 1978

Un congreso libre y conflictivo

Simón Sánchez Montero

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Pocas veces, creo que ninguna, un congreso de un partido político en España ha despertado tanta expectación y motivado tantos artículos y comentarios como el próximo IX Congreso del PCE, que tendrá lugar en Madrid dentro unos días. Y nunca su celebración ha sido precedida de una discusión tan libre, abierta y apasionada dentro del mismo partido como en esta ocasión.

Pero el debate tiene también lugar fuera del partido, sobre todo en la prensa y demás medios de información de masas. No me refiero sólo a la información del mismo, sino a la participación en él. Primero, en muchos casos, con un planteamiento falso, sensacionalista: ¡El PCE abandona el leninismo! Y en otros casos, como en el editorial de EL PAÍS del día 6 de abril, casi dirigiéndose a los afiliados del partido, contestatarios o no, y diciéndoles: habéis equivocado el tiro. El problema no es el leninismo, sino los viejos «dirigentes históricos», abnegados, pero tontos. ¡Echarlos!, esa es la verdadera solución. Bien, no podemos negar a nadie su derecho a opinar. Estamos en tina democracia.

Sí. El IX Congreso del PCE ha armado mucho ruido. Creo que seguirá armándolo para bien, en definitiva, del PCE y de la democracia. Por eso es justo agradecer a los medios de información, y yo lo hago de muy buena gana, su contribución para que la resonancia del congreso sea lo más fuerte posible.

El contenido del debate

Como sucede en la mayoría de los problemas políticos en apariencia muy complejos, el fondo del debate que tiene lugar en el PCE- es muy sencillo. Podríamos resumirlo así: ¿Es posible la existencia, en un país como España, de un partido comunista y democrático? Especifiquémoslo bien para que no haya equívocos. Se trata de un partido democrático de verdad, tanto como el que más lo sea, pero al mismo tiempo de un Partido Comunista, revolucionario. Revolucionario, no porque pretenda la insurrección armada, la lucha violenta, la destrucción del Estado burgués para implantar la dictadura del proletariado, sino porque mediante la lucha política legal de masas, en el Parlamento y en todos los ámbitos de la sociedad pretende, a través del desarrollo de la democracia, transformar la sociedad y llegar al socialismo y al comunismo. Para lo cual es precisa la participación de la gran mayoría de la población, es decir, una gran coalición de fuerzas políticas y sociales, entre las que el PCE será uno más.

Se trata, en realidad, y a la escala de un partido que sólo tiene el 10% escaso de los votos, del mismo intento que en 1968 tuvo lugar en Checoslovaquia, y que se denominó «la primavera de Praga». Se trataba allí de demostrar que socialismo y democracia, lejos de ser antitéticos, son las dos caras indivisibles de la misma moneda. Y también allí, como aquí en el PCE, los realizadores de aquel movimiento salieron del mismo Partido Comunista checo, y habían sido antes estalinistas. Pero no creo que sea honesto dudar de su sinceridad democrática, que por cierto les costó bastante cara. ¿Y con qué títulos se puede dudar de la sinceridad democrática de los dirigentes «históricos» del PCE?

La primavera de Praga terminó como todos sabemos. Y los reaccionarios de todo el mundo, los que mantenían que socialismo y libertad son incompatibles, dieron un suspiro de satisfacción. ¡Ya lo decían ellos! Aquella borrachera de libertad sólo podía llevar a lo que llevó: a los tanques soviéticos en las calles de Praga.

También aquí, en el proceso de renovación del PCE, los obstáculos son grandes, y el objetivo aún no ha sido logrado plenamente. Pero yo tengo la seguridad de que lo lograremos y tendremos un PCE democrático y en nada parecido a un partido socialdemócrata.

Leninismo

De todos los problemas debatidos en las conferencias locales, regionales o de nacionalidades, que se han celebrado ya en su totalidad, el más controvertido ha sido el de si leninismo no, o leninismo sí. Es decir, si el PCE se define, como hizo siempre, como un partido marxista-leninista o, de acuerdo con lo que se propone en las tesis políticas y en el proyecto de estatutos presentados por el comité central, como un «partido marxista, democrático y revolucionario».

¿Es ése el problema más importante? No y sí al mismo tiempo. Me explicaré.

No lo es, porque de lo que se trata es de elaborar lo que en la jerga del partido se denomina la nueva «vía al socialismo», «la estrategia y la táctica» del partido. Es decir, se trata de elaborar el pensamiento político, las formas en que el partido cree que es posible salir hoy de la crisis económica, desmantelar el aparato de la dictadura y consolidar la democracia para desarrollarla después hasta llegar al socialismo y al comunismo. Esa política es el eurocomunismo. Y la discusión preparatoria del congreso está mostrando que, con matices y variaciones, todos o casi todos los militantes del partido están de acuerdo con ella.

Pero el instinto político no engaña a los camaradas. El definirse o no como partido leninista no es cuestión baladí: es esencial. No porque el dejar el término leninista como definitivo signifique cambiar la política que el partido ha seguido desde hace años para iniciar un rumbo diferente, sino porque al definirse como partido marxista, democrático y revolucionario, el PCE rompe definitivamente con el pasado…, y con el presente dogmático del comunismo. Se trata de romper con la iglesia, con el catecismo y, lo que es más doloroso, con los santos de esa religión en que los dogmáticos han convertido al «leninismo».

Se trata de volver al marxismo revolucionario y democrático, la teoría que inspiró toda la acción revolucionaria de Lenin. Al actuar así (si así lo decide), el IX Congreso del PCE procederá de pleno acuerdo con el pensamiento y el estilo de Lenin. No es que el partido «abandone» el leninismo. Es que la historia, el desarrollo económico, político, científico, cultural etcétera, que han creado un mundo radicalmente distinto del que Lenin conoció, ha superado las tesis fundamentales del leninismo, que fueron justas porque respondían a las necesidades del movimiento revolucionario en aquella época.

Por eso el partido deja de lamarse leninista, y con el bagaje del marxismo revolucionario (que comprende también a Lenin, como a otros pensadores y revolucionarios marxistas, en lo que tienen de permanente) se dispone a lanzarse a la alta mar y navegar con decisión hacia las playas del socialismo y del comunismo.

El tiempo del debate

En opinión de muchos camaradas, el comité central ha procedido de forma irreflexiva y precipitada al lanzar al partido a este debate sobre el leninismo, debate para el que no estaba preparado, que se ha hecho en muy poco tiempo (en algunos casos es verdad). ¿Qué necesidad teníamos, según esos camaradas, de buscarnos este lío? ¿Por qué no dar más tiempo, abrir un amplio debate, y dejar que los camaradas lo fueran asimilando poco a poco? Y como prueba de lo que dicen ponen el ejemplo de otros partidos eurocomunistas que siguen llamándose marxistas-leninistas y que, sin embargo, son grandes partidos, con un elevado porcentaje de votos.

Parecen argumentos de peso, pero en realidad no lo tienen tanto. El debate dura ya en el partido muchos años. Claro que ha sido un debate realizado por un partido clandestino, acuciado por la necesidad de actuar con muy pocos medios y en condiciones muy difíciles. En consecuencia, se ha debatido principalmente a nivel de dirección y colaboradores más inmediatos. A la base del partido ha llegado el resultado de la elaboración, los planteamientos políticos orientados hacia la inmediata acción de masas. El partido actuaba, luchaba, veía que su acción confirmaba, en general, la línea política, pero discutía muy poco. Eso era la consecuencia, en primer lugar y sobre todo, de la clandestinidad. Pero también de una mala concepción del trabajo, que hacía caer a los militantes en un activismo reivindicativo de carácter casi sindical muchas veces, cuyas perniciosas consecuencias estamos pagando todavía.

Pero la vida no espera a que los comunistas resolvamos nuestros problemas teóricos y políticos: nos plantea acontecimientos ante los que hemos de definirnos clara y rápidamente. Santiago Carrillo ha hablado de la necesidad de ganar, en muy pocos años, un tiempo histórico de treinta años que llevamos de retraso sobre otros pueblos y partidos europeos. Y sólo podemos ganarlo actuando con resolución, audazmente.

Eso es verdad. Pero hay otra razón poderosa para la urgencia. Lenin fue el autor de una frase famosa: «Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario.» La historia ha confirmado la verdad de esa afirmación. Lo característico de los partidos socialistas y socialdemócratas es un desprecio olímpico por la teoría revolucionaria, hasta tal punto que, en el mejor de los casos, el único «consumo» que se hace de ella es la vaga enumeración de unos cuantos enunciados «teóricos», casi siempre librescos, sin relación con la actividad política real. Esa actividad está determinada. casi siempre, por el más puro empirismo y se caracteriza por el oportunismo político, por el deseo de ganar las elecciones y realizar algunas reformas más o menos importantes, pero sin plantearse jamás de verdad la transformación socialista de la sociedad.

Por otra parte, si la teoría no se enriquece continuamente con el estudio y generalización de las experiencias que proporciona la práctica, se anquilosa y da lugar al dogmatismo izquierdista, tan corriente hoy.

Pero todo lo anterior significa que, para un partido que oriente su actividad partiendo de la teoría, una formulación teórica inadecuada de su política y de sí mismo perjudica seriamente su desarrollo, aunque sea una política justa. Si ese desfase se prolonga mucho tiempo, el perjuicio será mucho mayor. El PCE hace una política eurocomunista. Pero el eurocomunismo no cabe en el leninismo: los teóricos soviéticos y otros lo han visto claramente. Y en efecto: al ampararse bajo la etiqueta del leninismo, al que negaba en la práctica, estaba restando fiabilidad democrática a la política del partido y actuaba como un freno para su desarrollo teórico y práctico.

No era posible esperar, pues la vida no se para. Era preciso, como hizo Lenin en 1917, tirar la vieja camisa y buscar nuevos caminos audazmente.

Las formas del debate. Los hombres

La democracia en el partido no era posible en la clandestinidad. Ni siquiera para elegir los delegados a los congresos. Pero la dirección del partido estaba creando conscientemente las condiciones para que la democratización a fondo del partido fuese imparable, inevitable, por más esfuerzos que alguien pudiese hacer para evitarla. Conscientemente sembramos vientos de libertad para provocar este vendaval de críticas, de libertad, de democracia. Aunque ese vendaval se llevase por delante a todos los históricos. Los hechos han sido así, y creo que nadie, honestamente, puede poner en duda la sinceridad democrática de los que los han propiciado.

El debate previo ha sido conflictivo, por ser plenamente libre, y el congreso también lo será, probablemente. Pero, cualesquiera que sean sus decisiones, yo estoy convencido de que servirá para crear el Partido Comunista nuevo para una nueva política comunista, partido que. en mi opinión, será muy importante para la democracia española.

23 Abril 1978

Las transformaciones del PCE

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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EL DESARROLLO y las resoluciones del IX Congreso del PCE clausurado ayer, podrán decepcionar, tal vez, a los amantes de las emociones fuertes y a quienes creen que, los cambios políticos tienen que producirse siempre por saltos bruscos y de forma espectacular. Sin embargo, estos cuatro días de abril representan un momento significativo en la historia de los comunistas españoles.El veterano grupo dirigente no ha perdido, corno era de prever, el control del aparato del partido y del centro donde se elaboran las decisiones. Sin embargo, se ha visto obligado a aceptar una limitación de sus poderes y a permitir la apertura de un debate. que no ha hecho sino comenzar. en las bases de la organización. Dada la inexistencia pública de tendencias y la dificultad para descifrar el críptico código que suelen emplear los comunistas para expresar sus discrepancias. no resulta fácil establecer conclusiones acerca del significado de las altas y bajas en el Comité Central Y en el comité ejecutivo. En cualquier caso. parece que fa renovación ha comenzado. Si los comunistas tuvieran sentido del humor. podrían bautizar estos acontecimientos con el nombre de «espíritu del 19 de abril».

En las sesiones plenarias. abiertas a los informadores. sólo se han confrontado las posiciones a propósito de la Tesis VI. que trata de la «democracia política y social. y de la va célebre Tesis XV. sobre el abandono de la invocación canónica al marxismo-leninismo. En ambos casos Ganó la propuesta oficialista. pero ya es una novedad que la votación llegara a realizarse. Además, en las comisiones. las otras trece tesis del Comité Central han sido objeto de debates. de negociaciones serias y de modificaciones a veces sustanciales antes de ser presentadas, aun sin propuestas alternativas, al plenario del congreso.

Algunas de esas alteraciones afectan a las ideas más celosamente defendidas por la dirección del partido. La visión según la cual el cambio de régimen se operó de acuerdo con las líneas y los deseos de la ejecutiva del PCE. reiteradamente expresados en los últimos veinte años, ha sufrido una drástica rebaja con la matización de que la ruptura no llegó en realidad a producirse. Los pactos de la Moncloa. en cuya iniciativa el señor Carrillo jugó un, decisivo papel, han sido también objeto de una operación de desmaquillaje que los ha dejado reducidos a la condición de unos acuerdos forzosos de carácter defensivo y de realización problemática. Los destemplados ataques de Carrillo al PSOE han sido contrapesados por declaraciones que insisten en la necesidad de unir fuerzas con los socialistas y comunistas. Se diría que los militantes del PCE y del PSOE tratan de pasar por encima de la hostilidad de sus direcciones, evidenciada en esta ocasión tanto por las palabras del señor Carrillo -obsesionado por arrebatar clientela electoral al PSOE y por desplazarle como partido hegemónico de la izquierda- como por el desplante político que significó la inasistencia del señor Múgica como observador socialista a las sesiones. La eliminación del rótulo «marxismo-leninismo» ha sido acompañada de grandes protestas de admiración por la figura y la obra del revolucionario ruso. y de la recomendación del propio Carrillo de «estudiar a Lenin atentamente. como, uno de los maestros fundamentales del marxismo». Ese debilitamiento de la vehemencia inicial contra todo lo que esté asociado con la Unión Soviética se ha hecho igualmente patente en la prudencia con que se han manejado las críticas respecto a los países del Este.

Como conclusión. podría decirse que ha comenzado la transformación de las relaciones jerárquicas dentro del PCE. orientada a limitar los poderes del secretario general. A lo largo del congreso se ha podido apreciar también. un crecimiento de la influencia de los dirigentes comunistas de CCOO consecuencia lógica de su éxito en las elecciones sindicales. así como la consolidación del PSUC como centro de poder relativamente independiente. resultado natural de su importante contribución (un 20 % de los militantes. alrededor de un tercio de los sufragios, un 40 % de los diputados) a los efectivos del PCE. La ausencia del señor Berlinguer y del señor Marchais en un acontecimiento en que su aparición era de rigor muestra, por lo demás, que el eurocomunismo, como fenómeno internacional. es todavía sólo un proyecto. Las tesis políticas, el informe presentado por el señor Carrillo y los debates del IX Congreso ponen de relieve también que el eurocomunismo no ha logrado aún unas claras señas de identidad en el terreno teórico. Tercera vía frente al «marxismo-leninismo» y a la socialdemocracia, se ofrece todavía como un híbrido de sus dos rivales, más próximo tal vez al segundo que al primero. Intento de generalización teórica, al fin y al cabo. de la práctica del Partido Comunista italiano -hegemónico en la izquierda y en el mundo sindical. con 1.700.000 militantes y algo más de un tercio del electorado, al frente del gobierno de importantes sectores de la Administración local y dotado de una rica tradición teórica y cultural-, no es probable que las contribuciones decisivas a esa nueva vía vengan de un partido que. como el español, se halla aún lejos de alcanzar los obletivos conquistados por los herederos de Gramsci y Togliatti.

01 Febrero 1978

Carrillo y el doctor Jekyll

Javier Tusell Gómez

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Uno de los más conocidos, heterodoxos del comunismo, Arthur Koestler, escribió en su autobiografía, que los partidos de aquella significación a lo largo de la década de los treinta y hasta de los cincuenta mostraron una característica duplicidad que él identificaba con la de aquellos dos personajes, en realidad producto de un desdoblamiento de personalidad, de la novela inglesa: el doctor Jekyll y mister Hyde. El «suave doctor Jekyll», decía ser, y todo parecía demostrar que efectivamente era, «un demócrata amante de la libertad, de la paz», un antifascista ejemplar cuyos modales parecían dos de un médico de cabecera». En cambio, siempre que los partidos comunistas adoptaban el aspecto exterior de mister Hyde resultaba que venían a identificar la democracia con el fraude, cuando no con el mismo fascismo, del que la democracia y los regímenes de la Europa occidental, democráticos y parlamentarios, no se diferenciarían sino por la mayor sinceridad del primero, de tal manera «que no habría mucho que elegir entre ambos».

Lo verdaderamente característico del comunismo en estos años no fue en realidad, que predominara una postura u otra, sino la rapidez con la que sucedieron, de manera alternativa, ambas. Durante la época del Frente Popular los comunistas adoptaron el aspecto externo del doctor Jekyll, identificándose con aquella política de la «mano tendida» hacia los sectores conservadores de la que mejor expresión fue la adoptada por Thorez, en Francia. Igual sucedió a partir del momento en que la Alemania nazi entró en guerra con la Rusia soviética. Pero antes, en los años veinte, en la primera mitad de la década de los treinta y luego durante la guerra fría, todos los partidos comunistas actuaron como mister Hyde. Para estos rápidos cambios no hacía falta más que calificar de «sectarismo» a la postura inmediatamente precedente, si era la de mister Hide, o de «oportunismo», si era la del doctor Jekyll. Incluso -apuntaba Koestler- a veces los partidos comunistas adoptaban una actitud bifronte. Con frecuencia -escribió- el doctor Jekyll y mister Hide «aparecían simultáneamente, se colocaban espalda contra espalda y se dirigían con diferentes expresiones a las distintas partes del auditorio ».

En España, como en el resto de la Europa occidental, los partidos comunistas llevan ya muchos años adoptando los modales del doctor Jekyll. En mi opinión el eurocomunismo es más que una pura táctica, pero tiene que llegar a demostrar verdaderamente cuáles son sus propósitos finales y está por el momento muy lejos de haberlo hecho. El riesgo de que Santiago Carrillo sea tan solo un temporal doctor Jekyll, para retornar, cuando la ocasión se muestre propicia, a adoptar los modos de mister Hide, es demasiado grave como para ser despreciado alegremente.

Exigir una «prueba de democracia» al PCE tiene exactamente el mismo sentido que tendría hacérselo a Camilo Alonso Vega, si, redivivo, pretendiera acaudillar un partido liberal. La historia estaría en este caso, como en aquél, en contra de la demostración: uno de los más indudables aciertos de Jorge Semprún ha sido recordarnos en el momento actual que Santiago Carrillo es el único dirigente de un partido comunista occidental, que, procedente del estalinismo, se mantiene, sin embargo, a la cabeza de su partido. El libro de Semprún, no es, obviamente, un buen libro de historia, pero las alusiones que hace al pasado son lo suficientemente convincentes (y eran ya de hecho obvias para cualquier mínimo conocedor de nuestro pasado más inmediato) como para que la credibilidad democrática del comunismo no sea muy brillante. Además, Carrillo ha renunciado a referirse al pasado, como si el hacerlo supusiera una posibilidad de romper con el programa de «reconciliación nacional» en que afirma apoyarse. Lo cierto es, sin embargo, que la única reconciliación que está en juego es la de las afirmaciones comunistas de ahora con las suyas propias del pasado. Es digno de poco crédito democrático el renunciar a examinar la propia historia. Con su «no nos moverán» Carrillo ha venido a hacer lo mismo que dijo otro personaje histórico ante sus detractores: «Todo el mundo merece que se le dedique una mirada, pero no todo el mundo merece una respuesta.» El inconveniente es que aquel personaje era Goebbels.

Pero -podrá objetarse- si el pasado no demuestra nada el presente puede ser un suficiente sustitutivo. Los comunistas -se piensa a menudo- no tienen un pasado democrático pero ahora sí lo son y lo seguirán siendo; a fin de cuentas algo parecido ha sucedido con los sectores reformistas del franquismo. Sin embargo, estos últimos han demostrado ya que aceptaban los requisitos de la democracia occidental, mientras que la situación es mucho menos clara en lo que respecta a los comunistas. «Eurocomunismo y Estado» no es ningún evangelio de la democracia, sino un alegato para convencer a comunistas de la necesidad de cambio en la estrategia; el centralismo democrático y el leninismo son y seguirán siendo siempre una contradicción palmaria con los propósitos democráticos de cualquier partido; los regímenes de la Europa del Este no pueden en ningún caso ser considerados como un ideal y, en fin, es imprescindible que los eurocomunistas se muestren muchísimo más explícitos en cuanto a sus propósitos de futuro. Estos y otros requisitos son necesarios para que podamos creer en la sinceridad democrática del eurocomunismo. De lo que el PCE diga y, sobre todo, haga depende, en exclusiva, la cuestión.

Pero lo que no podrá negársenos es la necesidad de la prueba. El propio Koestler, al establecer ese carácter bifronte del comunismo, personificado en el doctor Jekyll y mister Hyde, decía que «sólo los liberales de mentalidad confusa rechazan la existencia del camarada Hyde considerándolo un fantasma inventado por los cazadores de brujas de la reacción». En los momentos de la transición abundan en nuestra España esos liberales de mentalidad confusa, bien por pura desorientación o, en ocasiones, para hacerse perdonar un no muy brillante ni democrático pasado. Por eso conviene recordar lo obvio: que, en definitiva, en todos los países democráticos se ha exigido a los comunistas como prueba de sus propósitos.

El Análisis

CARRILLO IRRITA A LOS ‘DUROS’

JF Lamata

¿A efectos prácticos que quería decir que el PCE de D. Santiago Carrillo y D. Ramón Tamames ‘abandonara el leninismo? Ya hacía tiempo que el Sr. Carrillo se había distanciado de la URSS y de la mayoría de dictaduras del Este (salvo la de Rumanía), y era básicamente eso lo que daba carta de naturaleza a la marca ‘eurocomunismo’.

Por tanto, ¿qué quería decir que el Partido que se denominaba ‘Comunista’ dejara de ser ‘leninista’? Nadie lo sabía del todo, pero era una útil forma de marketing para que el PCE pareciera ‘rejuvenecer’. Y la estrategia no salió mal, puesto que en las siguientes elecciones generales el PCE logró el mejor resultado electoral de su historia. En las esquinas del partido los leninistas, como D. Francisco Frutos, no ocultarían su irritación, pero aún nadie se atrevía a toser a Don Santiago.

J. F. Lamata