8 noviembre 1984

El presidente ganó en prácticamente todos los estados

Elecciones EEUU 1984 – El presidente Ronald Reagan es reelegido abrumadoramente frente al demócrata Walter Mondale

Hechos

En las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 1984 fue reelegido el presidente Ronald Reagan, del Partido Republicano, frente al candidato del Partido Demócrata, Walter Mondale.

Lecturas

Reagan era presidente de los EEUU desde que ganó las elecciones de 1980

El presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, del Partido Republicano, resultó elegido este 6 de noviembre de 1984 para un nuevo mandato, al imponerse claramente al candidato del Partido Demócrata, Walter Mondale.

Los republicanos obtuvieron el 59% de los votos. Se trata sobre todo de una victoria personal del anciano presidente, que ha devuelto a los habitantes de este país el orgullo de sentirse americanos, repiten los seguidores de Reagan.

Los conservadores tendrán mayoría en el Senado, pero estarán en minoría en el Congreso.

Todo indica que el nuevo triunfo de Reagan permitirá la reanudación de las conversaciones sobre desarme nuclear entre Estados Unidos y la URSS.

LA PRIMERA MUJER CANDIDATA, DERROTADA

GeraldineFerraro_Bush Por primera vez una mujer iba en un ‘ticket’ en unas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Era Geraldine Ferraro que iba como ‘vicepresidenta’ en la candidatura de Walter Mondale, por el Partido Demócrata. El triunfo abrumador de la candidatura del Partido Republicano ha cerrado todas sus esperanzas. El vicepresidente de Estados Unidos seguirá siendo George Bush, compañero de ticket de Ronald Reagan por el Partido Republicano.

Las siguientes elecciones están previstas para 1988.

08 Noviembre 1984

La primera responsabilidad de Reagan

EL PAÍS: Director: Juan Luis Cebrián

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Sería exagerado atribuir a una razón única la impresionante victoria que Ronald Reagan ha obtenido en las elecciones presidenciales. Se ha producido una confluencia de diversos factores, de orden interior y exterior, que ha facilitado a Reagan convertirse en la representación de una serie de anhelos y aspiraciones sentidas profundamente por la inmensa mayoría de los ciudadanos norteamericanos. Las fronteras entre los electores tradicionales de los dos partidos han sido traspasadas para que se volcasen en beneficio del actual presidente muchos votos demócratas. En muchos casos, como, indican los resultados del Senado y de la Cámara de Representantes, el voto a Reagan para presidente se ha compaginado con el voto por candidatos demócratas en las otras urnas. El factor decisivo que ha determinado los resultados del 6 de noviembre ha sido la recuperación económica en EE UU. Es un factor que entra en cada casa y que tiene una fuerza de convicción casi absoluta. La inflación ha bajado al 4%, cuando estaba en más del 7% en 1980. Casi siete millones de nuevos puestes de trabajo han sido creados. El ciudadano individual, concreto, tiene la experiencia directa de que la economía marcha mejor; de que él vive mejor. Y una sensación difusa de prosperidad, que influye incluso a sectores aún en condiciones penosas. Sin duda, esa recuperación económica tiene sus costos; pero los pagamos en cierto sentido nosotros, es decir, los ciudadanos de otros países. La economía norteamericana funciona y se desarrolla con un déficit pavoroso, que financiamos en la práctica, en gran medida, los europeos y los países del Tercer Mundo. Pero electoralmente, el hecho indiscutible es que Reagan ha podido presentar a sus conciudadanos el argumento decisivo de la recuperación.Por otro lado, Reagan ha logrado crear una sensación de que EE UU vuelve a ocupar una posición de prestigio y de predominio en el mundo. Si se piensa que las frustraciones dejadas por la derrota en Vietnam aún no estaban curadas, se comprende que el llamamiento de Reagan a una hipersensibilidad patriotera haya sido electoralmente rentable. Aunque haya en ello mucho de ideológico, ha dado la sensación de que era capaz de hablar fuerte, y de que no pasaba nada; no se observaba un incremento de los peligros de guerra. Sin duda, esta utilización del chovinismo se inscribe en un fenómeno más general: una ola de conservadurismo que penetra también en amplios sectores de la juventud. Después de

un período de ilusión y esperanza en cambiar la sociedad, en crear una vida más libre, en romper hábitos y jerarquías, asistimos a un retorno de los valores tradicionales, la familia, la religión, la patria, el orden. Una tendencia a la involución, a encerrarse cada uno en su vida individual, y que gobiernen los que saben. Es un fenómeno tan preocupante como real. Y no sólo norteamericano.

No ha contribuido poco, por último, a la victoria de Reagan la escasa estatura de su contrincante. Mondale era el pasado, el recuerdo de los años grises de Carter. A pesar de la novedad de la candidatura de Geraldine Ferraro, Mondale no era el hombre capaz de ofrecer una alternativa con credibilidad y perspectivas. Es probable que Hart hubiese cambiado bastante los términos de la batalla electoral.

Con vistas al futuro, las proporciones del triunfo de Reagan acrecen considerablemente su poder en un momento particularmente grave de la historia. Si en 1980 ganó con el 55% de los votos, ahora ha obtenido el 59%. Si entonces llegaba a la Casa Blanca sin experiencia en la máxima jerarquía del Estado, ahora lleva cuatro años gobernando; se ha paseado por el mundo; conoce a la mayor parte de los dirigentes de otros países. Tiene también mayor poder, y por lo mismo mayor responsabilidad. Entre todas las asignaturas pendientes en la mesa de su despacho ovalado, hay una con importancia prioritaria: los armamentos nucleares. Es la cuestión decisiva del nuevo cuatrienio que pronto va a empezar. Lo que ahora el mundo se pregunta es si Reagan va a ser capaz o no de reanudar la negociación sobre el control y reducción de los misiles nucleares. Su actitud presenta en ese orden dos caras: por un lado, está su actitud intransigente en favor de un rearme en gran parte ya en marcha. Si sus planes se llevan a cabo, dentro de cuatro años EE UU contará con cierto número de misiles MX, cada uno con 10 ojivas nucleares; con el nuevo cohete Midgetman; con nuevos misiles Trident en submarinos; con proyectos en marcha para instalar armas en el cosmos; con los nuevos bombarderos Stealth, más eficaces que los B. 1. La URSS, por su lado, habrá realizado o puesto en marcha programas más o menos correspondientes.

Sería absurdo creer que con esos superarmarnentos EE UU será más grande. Quizá sea lo contrario; estará más incapacitado para salir del círculo vicioso, más alienado por un militarismo nuclear de nuevo cuño que va contaminando toda la política y hasta el pensamiento político contemporáneo. Lo que sin duda estaría más cerca, con la realización de ese programa, sería el peligro de una guerra-holocausto. Al mismo tiempo, y sobre todo en sus últimos discursos, Reagan insiste en su voluntad de buscar nuevos caminos para la negociación y el desarme nuclear. En ese orden tiene ahora una ocasión única. El último discurso de Gromiko ofrece matices indicativos de que en Moscú se espera algo de ese género. Recordemos que la dificultad esencial, aunque los soviéticos hablen siempre de euromisiles, no se plantea en el terreno militar, en el que uno y otro tienen sus respuestas. El problema es político. Los soviéticos, sobre todo con una dirección incierta como la que hoy gobierna en Moscú, no aceptan encontrarse en posición de inferioridad; quieren aparecer en un plano de igualdad. Hoy Reagan puede renunciar, con una tranquilidad que no tenía hace unas semanas, al lenguaje de la prepotencia. El nombre que deje en la historia dependerá más de su capacidad de abrir una vía al desarme nuclear que del número de votos que ha obtenido en las elecciones.

08 Noviembre 1984

Lecciones de una victoria anunciada

DIARIO16 (Director: Pedro J. Ramírez)

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El electorado norteamericano ha reelegido por abrumadora mayoría al presidente Ronald Reagan para un nuevo mandato de cuatro años al frente de la nación. El respaldo ha sido masivo y múltiple: Reagan ha ganado en el norte y en el sur, en el este y en el oeste, entre los jóvenes y los adultos, entre los hombres y las mujeres, entre los obreros y en las clases media y hasta en los grupos étnicos, a excepción de los judíos y los negros.

Si la ventaja de Reagan en votos populares no ha obtenido tan alto porcentaje como Nixon en 1972, sin embargo ha conseguido el récord de compromisarios: todos los Estados, a excepción de Minnesota, natal de Mondale, y el distrito de Columbia, que Alberta Washington (los ciudadanos de la capital federal no iban a votar a un presidente, uno de cuyos principal propósitos es recortar el poder del Estado).

El triunfo arrollador de Reagan se pude prestar a múltiples análisis e interpretaciones, per lo que resulta innegable es que su victoria ha sido absoluta. Y así lo ha decidido masivamente el electorado del país ‘número uno’ en potencia económica, poderío militar y desarrollo científico y tecnológico. La persona de Reagan podrá caer simpática o antipática, pero su política ha demostrado tener éxito para los norteamericanos, indudablemente, y también para otras democracias del Occidente industrializado.

La elección de anteayer no sólo se circunscribía al primer ejecutivo de la nación; estaba en juego buena parte de la composición del Congreso y otros cargos estatales. Se esperaba que el tirón de Reagan – ‘el presidente más popular en la historia norteamericana’ en palabras del kennediano ‘Tip’ O´Neil, líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes – se tradujera en la conquista del Congreso por el Partido Republicano.

No ha sido así. El inteligente electorado norteamericano apenas ha variado la composición de las Cámaras (los republicanos pierden un senador en la Cámara Alta, donde son mayoría, pero su progreso en la Cámara Baja no es lo suficientemente importante para controlar este poderosísimo órgano legislativo). En definitiva, los norteamericanos han delegado el poder en Reagan, pero no le han cortado los severos controles que supone un Congreso con legisladores de una cuerda política diferente.

Por lo que respecta a una lectura exterior de los comicios norteamericanos, es evidente que hay que tratar de interpretarlos con realismo e inteligencia. Si bien la política de masivo déficit presupuestario de Reagan está elevando artificialmente la valoración del dólar, con todo el dolor que comporta para el resto del mundo, también es cierto que el despegue económico norteamericano estimulado por Reagan está sirviendo de locomotora de las economías occidentales.

A España siempre le fueron económicamente más propicias de las Administraciones republicanas, y si anteayer el vencedor en las urnas hubiera sido Mondale, apañadas iban a estar nuestras exportaciones a Estados Unidos si se ponían en práctica la mitad tan sólo de las disposiciones proteccionistas postuladas por el candidato demócrata.

A escala internacional, los aliados europeos posiblemente entiendan la conveniencia de un diálogo más constructivo con la Casa Blanca de Reagan; será la manera más práctica y eficaz de flexibilizar determinadas actitudes radicalizadas de Washington respecto a las relaciones con Moscú o su aproximación al volcán centroamericano.

Finalmente el electorado norteamericano ha señalado hacia dónde va el progreso. A Mondale no le ha dado la espalda por progresista, sino por antiguo; el honesto ex vicepresidente con Carter no es la imagen del progresismo, sino una arcana reliquia de una política rancia. Reagan, ‘el gran comunicador’, personaliza la síntesis del conservadurismo con el desarrollo económico, el acercamiento de la Biblia y el ordenador, moral tradicional más progreso económico.

El combinado resultará impotable para muchos paladares, pero cualquier solución de éxito para el futuro habrá de contar con algunos de los componentes de esta antigua / nueva fórmula plebiscitaria anteayer en Estados Unidos.

07 Noviembre 1984

Clave de una victoria

ABC (Director: Luis María Anson)

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¿Por qué un triunfo de tal magnitud? A medida que llegan las cifras se confirma la distancia espectacular que separa a Reagan de Mondale. Lo cierto es que los norteamericanos no han sido dóciles a la campaña a favor de Mondale de TELEVISIÓN ESPAÑOLA, de RADIO NACIONAL y de la prensa más oficiosa de nuestro país, y han votado en proporción abrumadora a favor del presidente. Pero dejemos a un lado la militancia, intrínsecamente ridícula, de los medios oficiales españoles y vayamos al fondo de la cuestión. Cuando escribimos estas líneas, Reagan cuenta 358 votos electorales de los 270 necesarios, frente a tres votos de Mondale.

El pueblo norteamericano vota ininterrumpidamente desde hace doscientos años en una democracia consolidada y por eso se permite el lujo de una alta abstención. Fenómeno que no puede confundirse con la democracia española (donde votar es hoy una necesidad vital) ni con el caso francés donde se jugará, en los próximos comicios, un nuevo cambio de sociedad. ¡Cuánto menos con el voto de Nicaragua con el que nuestros pedestres locutores oficiales lo confundían ayer! Y, sin embargo – primera paradoja, notable lección cívica – la participación electoral ha subido un 8% sobre la última contienda presidencial, precisamente cuando el resultado se daba por resuelto de antemano. Y es que se olvida que en estos cómicos se transforma todo el sistema de equilibrios. Reagan mantiene y consolida su mayoría en el Senado, mientras la Cámara Baja mantiene su contrapeso con mayoría demócrata. La dimensión de la mayoría (en una proporción insólita, próxima al 60-40=, la dignidad ejemplar de Mondale en la derrota y el índice altísimo de participación de los jóvenes inscritos masivamente en apoyo de Reagan, completan el cuadro, una vez más sorprendente de la gran democracia americana.

“Poco Estado y mucha defensa” ha sido una de las claves de la campaña reaganista. Lo cual se ha traducido en un continuo impulso del sector privado y en un colosal esfuerzo frente a la amenaza exterior. Y aquí está una de las claves de los próximos cuatro años, apenas desvelada por el presidente. ¿Por qué se ha organizado un tal revuelo con ese asunto de enunciado juliovernesco? ¿Qué es, en definitiva, la guerra de las estrellas? Nada menos que esto: un conjunto de sistemas espaciales de electrónica avanzada que llegaría a aislar el Continente americano de toda amenaza balística intercontinental. El sistema, al menos en teoría haría imposible una guerra nuclear entre las superpotencias y limitaría la amenaza al os conflictos locales. Los últimos vuelos orbitales han comenzado de intercepción y desactivación de cualquier carga atómica transportada en misiles ICBM.

Reagan ha desarrollado en silencio una iniciativa de defensa que podría cerrar el ciclo infernal abierto por la explosión de Alamo Gordo en 1945. Y ha anunciado a la Unión soviética su disposición a compartir la nueva garantía de disuasión. El presidente ha anunciado al mismo tiempo su oposición a toda congelación de arsenales nucleares que no sea comprobable por el adversario y ha confirmado su decisión de proseguir la actual política de rearme mientras no existan garantías soviéticas para negociar una desnuclearización escalonada y contrastada. Esa es la clave de una política en la que pesa el déficit creado por el presupuesto del Pentágono, con el contrapeso de la recuperación económica, la confianza recobrada y las garantías de paz.