24 febrero 2022

El presidente de Rusia Vladimir Putin invade Ucrania para derrocar a Zelenski con la excusa de proteger a la población de etnia rusa

Hechos

El 24 de febrero de 2022 el ejército de Rusia traspasó la frontera de Ucrania.

11 Febrero 2022

Cómo la desinformación de los medios de comunicación españoles ha convertido a nazis, neonazis y ultras ucranianos en demócratas

Luis Gonzalo Segura

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Mal tiene que estar la democracia en Ucrania para que los medios españoles tengan que recurrir a nazis y neonazis para presentarlos en España como demócratas ucranianos. Toda una tendencia que ha destapado Inna Afinogenova en su cuenta de Twitter y que ha retratado en un vídeo imprescindible para comprender el nivel de desinformación que padece España y Occidente en particular. Una desinformación que han abrazado casi todos los medios españoles, sin distinción, convirtiéndose así en gabinetes propagandísticos. Lo propio de tiempos bélicos.

De ahí que Eldiario.es tuviera la desfachatez de presentar a Teodoro Barabash como una persona que luchó por una «vida normal» en Ucrania hace un siglo y a su hija, Sonia, como una demócrata. Lo segundo sería más que debatible, pero lo primero es incuestionablemente falso, pues la «vida normal» por la que luchó Teodoro Barabash, como colaboracionista nazi, consistía en una Ucrania al servicio de Adolf Hitler y sus hornos crematorios que calcinaron a millones de personas. Tras la presión de las redes por el tuit de Inna

Afinogenova, Eldiario.es decidió suprimir el testimonio de tan demócrata ucraniana. Pero el relato, tristemente, permaneció en el diario aparentemente progresista como si nada hubiera pasado.

Por desgracia, no se trata, ni mucho menos, de un caso accidental o aislado, sino que, como comentaba, se trata de toda una moda en los medios de comunicación españoles: Todo es mentira, un programa de la cadena Cuatro Televisión, entrevistó a un miliciano del Donbass con la intención de sostener el relato OTAN y el diario El Mundo pareciera haberse convertido en una gaceta para los neonazis ucranianos. Como cuando informó sobre cómo los ucranianos en Madrid estaban dispuestos a combatir a Rusia en Ucrania. Una información que, en el fragor del entusiasmo por mantener alta la moral de la tropa occidental, obvió que Ivan Vovk, con el que abren el artículo, es un neonazi. Y es que Ivan Vovk es, bueno, juzguen ustedes mismos… No parece que se necesitara, como en el caso anterior de Eldiario.es, de un gran trabajo de documentación para descubrir el pasado de Ivan, solo hay que acudir a sus redes sociales.

El mayor de los embustes: el relato OTAN

Sin embargo, la generalizada obscenidad de los medios españoles de presentar nazis y neonazis ucranianos como demócratas o la reiterada ocultación de lo realidad de Ucrania, un país títere de Occidente atestado de corrupción y tan excesivamente hospitalario con los nazis como España con los franquistas y ultraderechistas, lo cierto es que la más grave desinformación es la que afecta al núcleo fundamental de la cuestión de la crisisla expansión de la OTAN hacia el este de Europa. Una desinformación cuyo mayor exponente lo encontramos en El País, el diario español más influyente y, también, el gran desinformador de guante blanco.

Así, el pasado 6 de febrero de 2022, el diario español publicó un especial, como si se tratara de una agencia de verificació, en el que emitió un veredicto imparcial repartiendo razones sobre las cuestiones más esenciales de la crisis entre la OTAN y Rusia. Para dotar de mayor apariencia de autoridad, legalidad y legitimidad, el texto fue firmado por los tres enviados especiales del diario en Bruselas, Kiev y Moscú –aunque la enviada en Kiev es realmente la corresponsal en Moscú–. Aparentemente, se trata de un ejercicio periodístico de transparencia dotado de una imparcialidad envidiable y elogiable, sobre todo en los tiempos que corren. Nada más lejos de la realidad.

Porque el trabajo ya empieza a colapsar en el propio título, ‘Mentiras y medias verdades del conflicto ucranio: la OTAN nunca se comprometió a no ampliarse al este y Kiev no es un régimen nazi’, y es que la primera parte que se supone haber verificado, ‘la OTAN nunca se comprometió a no ampliarse al este’, constituye no solo una media verdad como las que pretenden ajusticiar, sino el mayor y más importante embuste de la crisis que acontece.

Así, nada más comenzar, los corresponsales de El País afirman: «La OTAN se comprometió con Moscú a no expandirse al este. Falso». Para dictar semejante sentencia, casi judicial, reflejan las afirmaciones rusas –»lo repetido por el Gobierno ruso»–. Sin embargo, el enlace, sorprendentemente, no contiene afirmaciones rusas, ni oficiales ni extraoficiales, sino un artículo de opinión de Pilar Bonet titulado ‘Rusia quiere rebobinar el tiempo de la OTAN’. Por lo que se ve, Pilar Bonet, que ha trabajado como corresponsal de El País en Rusia durante 34 años, ahora trabaja como portavoz oficial ruso. Y lo hace en El País, faltaría más.

Esta primera treta tiene su explicación, pues, como veremos más adelante, Vladímir Putin ha denunciado las promesas incumplidas por Occidente, no los compromisos oficiales. Ante tan contraria realidad para su inapelable veredicto, los corresponsales de El País decidieron respaldar sus afirmaciones con un enlace que la mayoría no corrobora. De esta forma, la mayoría de sus lectores creyeron que existe un respaldo que, en realidad, es inexistente.

Después de su ardid, los corresponsales emitieron sentencia contra lo «repetido por el Gobierno ruso»: «la OTAN nunca llegó a ningún compromiso conocido con Moscú sobre los límites territoriales de la Alianza y desde el final de la Guerra Fría se reservó el derecho de aceptar a cualquier país que cumpliese las condiciones. Sin embargo, los aliados occidentales siempre reconocieron el caso especial de Ucrania».

El medio, fundado por franquistas, como Manuel Fraga, y dirigido durante décadas por colaboracionistas franquistas, como Juan Luis Cebrián, respaldó sus afirmaciones en documentación oficial como «el Acta final de Helsinki (1975)», «la Carta de París (1990)» y «en 1997, el acta fundacional de la relación entre la OTAN y la Rusia postcomunista».

Además, el diario, cuyo mayor accionista es el fondo de inversión norteamericano Amber Capital, señaló que, tanto la OTAN como Rusia se comprometieron a buscar «la más amplia cooperación entre los Estados miembros de la OSCE con el objetivo de crear en Europa un espacio común de seguridad y estabilidad, sin líneas divisorias o esferas de influencia que limiten la soberanía de algún Estado». Algo que, por cierto, no ha sido cumplido por la OTAN.

Una mentira repetida mil veces…

Efectivamente, no existe ni un papel por escrito que demuestre que la OTAN se comprometió con la Unión Soviética o Rusia a no expandirse al este. Lo que nadie pone en duda. De hecho, cualquiera puede acudir a la hemeroteca y comprobar que lo que Vladímir Putin defiende no es que se firmara documento alguno de compromiso de no expansión de la OTAN, sino que Occidente prometió en múltiples ocasiones no llevarla a término: «En tiempos de la Unión Soviética, al [entonces jefe de la URSS, Mijaíl] Gorbachov […] le prometieron, verbalmente, pero aun así, que no habría una expansión de la OTAN hacia el este. ¿Y dónde están esas promesas?». Y, dado su pasado, pocos saben de lo que hablan con tanta precisión como Putin.

Así pues, en la gran cuestión para determinar quién es el agresor y quién es el agredido, El País ha desinformado tergiversando las manifestaciones rusas y negando una realidad que ni tan siquiera colaboradores tan dignos de Orwell y su ‘1984’ podrían eliminar.

Y es que el National Security Archive de la Universidad George Washington, organismo nada sospechoso situado en la propia capital de Estados Unidos, demostró en 2017, tras analizar la documentación desclasificada por el gobierno de los Estados Unidos, que múltiples líderes occidentales prometieron entre 1990 y 1991 no expandir la OTAN hacia el este de Europa «ni una pulgada» George H.W. Bush, James Baker, Helmut Kohl, Hans-Dietrich Genscher, Margaret Thatcher, John Major, Douglas Hurd, François Mitterrand, Manfred Woerner o Robert Gates–. Por lo tanto, salvo que el National Security Archive de la Universidad George Washington sea una farsa, El País desinforma. Engaña a sus lectores. Como lo hacen una y mil veces los medios de comunicación españoles –y occidentales–.

Y ya saben aquello sobre cómo una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, aun cuando haya sido difundida de forma obscena utilizando a milicianos, nazis y neonazis ucranianos como demócratas, como en el caso de Eldiario.es o El Mundo, o de manera burda, enlazando la opinión de una corresponsal como si fuera una fuente oficial rusa, como en el caso de El País. Si solo hubieran sido mil veces.

14 Febrero 2022

¿Qué guerra de Ucrania?

Juan Manuel de Prada

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Las colonias europeas han cometido muchos errores; ninguno tan grave como arrojar a Rusia a los brazos de China

Estados Unidos es, en todos los órdenes, una potencia en bancarrota que necesita arrastrar en su degradación moral y económica a sus colonias europeas. Para lograrlo, les exporta toda su bazofia ideológica ‘woke’ y trata de convertirlas en rehenes de su debacle financiera. La mastodóntica e incontrolada deuda pública de los Estados Unidos necesita mantener a toda costa el dólar como divisa de las transacciones internacionales. Pero recientemente China y Rusia han suscrito una declaración conjunta por la que se comprometen a prestarse apoyo mutuo; y han alcanzado un acuerdo energético por el que garantizan el suministro de gas y petróleo rusos a China durante treinta años, en transacciones que se realizarán en euros. Este ataque a la hegemonía del dólar acaba definitivamente con la supremacía mundial de los Estados Unidos, que no puede hacer -por razones obvias- lo mismo que hizo (ayudada lacayunamente por sus colonias europeas) con Irak, Libia o Siria, por atreverse a suscribir pactos semejantes. China y Rusia, unidas, se convierten en indestructibles.

Pero, para evitar su definitiva ruina, Estados Unidos puede en cambio provocar una guerra en Ucrania que sacrifique a sus colonias europeas. Rusia, desde luego, no tiene ningún interés en invadir Ucrania; pero no puede admitir que una nación inventada que en gran medida forma parte de su territorio histórico se sume a la OTAN, tampoco que se incumplan alegremente los acuerdos de Minsk -reconocidos por Francia y Alemania-, donde se contemplaba la concesión de autonomía a las regiones de Donestk y Lugansk. Estados Unidos ha encontrado en el incumplimiento de estos acuerdos y en la incorporación de Ucrania a la OTAN la mecha del conflicto que le permita mantener sometidas a sus colonias europeas, enfrentándolas a Rusia. Sería una guerra sin apenas coste de vidas para Estados Unidos; y, entretanto, además, consigue que las colonias europeas se abastezcan a precios astronómicos de gas americano, provocando una inflación monstruosa en sus economías.
Paralelamente, Estados Unidos monta una campaña de intoxicación mediática, asegurando histéricamente que Rusia pretende invadir Ucrania, con el evidente propósito de que sus colonias entierren la interlocución con Rusia, renunciando a su autonomía estratégica y también a su horizonte humano. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que la nación que prohijó a Chaikovski y Shostakóvich, a Dostoievski y Tolstoi, a Eisenstein y Tarkovski, no forma parte de Europa? En su sumisión a los Estados Unidos, las colonias europeas han cometido muchos errores; ninguno tan grave como arrojar a Rusia a los brazos de China. Mientras Europa se suicida, el gigante asiático es el gran triunfador de esta crisis insensata provocada por una potencia que chapotea en la degradación y que se consuela arrastrando consigo a sus lacayos. Recordemos, una vez más, la profecía de Filoteo: «Bizancio es la segunda Roma; la tercera será Moscú. Cuando esta caiga, no habrá más».

25 Febrero 2022

Frenar la agresión de Putin

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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Los servicios de inteligencia de EE UU acertaron: Ucrania está bajo las bombas de Rusia

Las alarmas no eran gratuitas. Con la invasión de Ucrania están tomando cuerpo las peores pesadillas de la historia europea. El presidente Putin ha optado por el uso de la fuerza como instrumento para resolver los contenciosos con sus vecinos y para reformatear el orden y las fronteras de Europa. Su agresión imperial y su idea de un continente dividido en áreas de influencia pertenecen a una época desgraciada que todos creíamos periclitada. El Gobierno de Rusia se ha comportado con el matonismo de los grupos mafiosos y la gran delincuencia, primero amenazando, después mintiendo y luego desencadenando una violencia propiamente bárbara que pone en peligro la vida de millones de ciudadanos, arruina las economías, también la rusa, y siembra el desorden en las relaciones internacionales.

Rusia ha dejado de comportarse como un Estado fiable con esta nueva vulneración de la integridad territorial. Con ella pretende modificar las fronteras y anular la soberanía de Ucrania, continuación de la acción perpetrada de forma subrepticia en 2014 con la anexión de Crimea y la secesión de Donetsk y Lugansk. Las elucubraciones de Putin sobre la historia de Ucrania, hasta negar la propia existencia del país y su derecho a la independencia, son una clara premonición de sus planes de aniquilación, propios de un Gobierno despótico que se considera por encima de cualquier ley y atiende solo al derecho del más fuerte.

Putin quiere corregir por la vía expeditiva militar la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX, tal como calificó la desaparición de la Unión Soviética, y con ella la derrota del sistema comunista en la Guerra Fría. La ocupación de Ucrania es solo el primer paso de un proyecto amenazante, al menos para todos los países que estuvieron integrados en el Pacto de Varsovia, y especialmente para las tres repúblicas bálticas, que fueron anexionadas por la Unión Soviética y actualmente cuentan con una peligrosa frontera con Rusia. Todos los países que pudieron escapar del yugo soviético cuentan con democracias sin parangón, incluso en los casos iliberales de Polonia y Hungría, con los regímenes autoritarios que persisten en todo el espacio postsoviético controlado por Moscú. No es únicamente la soberanía de estos países la que está en peligro, sino que, como consecuencia, se trata del futuro de la democracia en Europa. E incluso más allá, el precedente sentado por Putin abre las puertas de un mundo organizado bajo la ley de la fuerza.

La irresponsabilidad de la agresión de Putin sobre Ucrania es enorme. Rusia es una de las dos superpotencias nucleares. La acción iniciada en la madrugada del jueves afecta directamente desde el punto de vista de la seguridad al Reino Unido y Francia, dos países que cuentan también con el arma nuclear. Toda la estructura multilateral europea se ve sometida a un reto existencial, especialmente la UE y la OTAN (y a ambas aspiraba a ingresar Ucrania). También es el caso de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), en la que Rusia todavía está integrada, sin que tenga sentido alguno la participación de un Estado abiertamente dispuesto a vulnerar sistemáticamente los principios fundacionales de la organización. La crisis institucional provocada por el Kremlin afecta también a Naciones Unidas, organización creada precisamente para evitar este tipo de actuaciones, pero cuyo Consejo de Seguridad se encuentra ahora secuestrado por el derecho de veto de Moscú.

La respuesta que merece la invasión requiere resolución y rapidez en grado máximo. El G-7 expresó el jueves en una reunión virtual su “apoyo y solidaridad inquebrantable” a Ucrania, y las reacciones en Occidente incluyen la dimisión de sus cargos en consejos de administración de empresas rusas por parte de numerosos políticos y, entre ellos, Matteo Renzi.

Pero es necesaria también la imposición inmediata de un severo régimen de sanciones en la dirección que ha empezado a hacerse efectiva tanto por parte de Biden como del Reino Unido y la UE. Joe Biden anunció medidas el jueves con “costes severos” con el objetivo de debilitar la economía rusa sin perjudicar o intentando minimizar el efecto que pudieran tener en las economías occidentales. Dijo expresamente no a la intervención militar en Ucrania pero no a fortalecer el “flanco oriental” de la OTAN en acciones de apoyo. En un plazo muy rápido, de apenas 24 horas, los aliados han redoblado sus sanciones contra Rusia con la intención de asestar un duro golpe a su sistema financiero, aunque aún quepan otras medidas más de carácter económico.

De momento, Estados Unidos y el Reino Unido han congelado los activos de algunas de las cuatro principales entidades financieras de Rusia, entre ellas VTB, el segundo banco ruso por activos. Londres ha prohibido que aterricen en suelo británico los aviones de Aeroflot y las principales empresas rusas se quedan sin acceso a financiación en dólares, euros, libras y yenes. Varios petroleros rusos no pudieron ya obtener este jueves cartas de crédito para enviar sus buques. Boris Johnson limitó la cantidad de dinero que podrán tener en cuentas británicas. Joe Biden fue preguntado por la expulsión del sistema de pagos internacionales Swift, sin descartarla, mientras que Boris Johnson sí anunció la voluntad de excluir a Rusia. Por su parte, la UE anunció anoche una batería de medidas en la misma línea que serán aprobadas en las próximas horas.

Lo que expresan estas medidas es la decidida voluntad de los aliados de combatir a través de sanciones con efectos a medio y largo plazo el ataque ruso. Todas ellas respaldan el objetivo necesario de cortar amarras comerciales y económicas con un Gobierno que ha superado cualquier límite de comportamiento civilizado y fiable.

25 Febrero 2022

Refundación de Rusia y de Europa

José Ignacio Torreblanca

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Ante nosotros, el último acto de la magna obra «La venganza de Vladimir Putin», el teniente coronel del KGB que el 5 de diciembre de 1989 tuvo que quemar los documentos del espionaje soviético y amenazar con una pistola a los manifestantes que pretendían asaltar la sede del KGB en la ciudad germano oriental de Dresde donde servía. Putin ha reiterado su visión de que la desaparición de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Ahora, 32 años después, convertido en un autócrata ante el cual, a la mejor usanza estaliniana, sus colaboradores balbucean intimidados, Putin ha dejado claro cuál quiere que sea su legado: la refundación (por la fuerza militar) de Rusia a lo largo de unas fronteras histórico-emocionales anteriores a la propia Unión Soviética.

Putin anticipó lo que estaba por venir en un largo ensayo que escribió en julio de 2021. También en su última larga conferencia de prensa. Según él, Ucrania no existe, ni como nación ni como Estado, pues es una creación rusa. Peor aún: la nación rusa nació en Ucrania, lo cual supone una imbricación identitaria tan absoluta como imposible de separar. Por tanto, al contrario de lo que sostienen muchos analistas, el plan de Putin va más allá de la creación de esferas de influencia o vecinos neutrales. Las grandes potencias buscan áreas de influencia, los imperios buscan vasallos a los que someter, incluso se anexionan territorios en función de determinados intereses de seguridad, pero raramente operan bajo la óptica que Putin está desplegando en Ucrania y que conduce, como ya hemos visto en Bielorrusia, a una absorción de facto bajo una autoridad, como la de Lukashenko en Minsk, que es equivalente a la de un gobernador, no de un presidente de un Estado soberano.

Esta refundación de Rusia requiere, como señaló Putin en la madrugada de ayer, la completa «desmilitarización» de Ucrania, es decir, la toma de Kiev y la instauración de un gobierno títere. Y aunque Putin sabe que será costosa en vidas y económicamente, considera que es un precio aceptable a cambio de la refundación de Rusia. ¿No fue, al fin y al cabo, en la gran guerra patriótica contra la Alemania nazi en la que se forjó la Rusia más poderosa que hubo nunca? Lógicamente, Putin no hubiera emprendido esta operación si no pensara que sus probabilidades de victoria son elevadas. Algunos analistas consideran que podría estar subestimando las dificultades de someter de forma permanente un país tan extenso y con 44 millones de habitantes (sin contar con el hecho de que EEUU y otros países sin duda van a ayudar con Inteligencia y armas al ejército ucraniano).

También señalan que las primeras 72 horas de combate van a ser decisivas porque, transcurrido ese plazo, las unidades militares necesitan detenerse para reabastecerse de combustible, munición y descansar, y lo tendrán que hacer sobre líneas logísticas que se habrán estirado en demasía si su avance, como parece probable, es muy rápido. No obstante, el talón de Aquiles de Putin puede estar en otro lado. Porque su plan sólo puede funcionar si la Ucrania de hoy fuera como la Rusia de 1999 (según Putin): un país fracasado tras un breve experimento democrático de resultados catastróficos en el que la población anhela un líder fuerte que les devuelva el orden y la prosperidad.

Putin sostiene que él liberó a los rusos de unas élites prooccidentales que los habían engañado con falsas promesas: seguramente piense que los ucranianos están deseando ser liberados. Craso error (especialmente entre los ucranianos menores de 35 años). Si el Maidán, Crimea y la guerra de 2014 fueron los elementos sobre los que se creó una nueva identidad nacional ucraniana, por más que la cultura, la lengua y los lazos rusos sean omnipresentes, a partir de hoy esa identidad va a tener un irreversible elemento antirruso. ¿Podrá doblegar Putin a toda una generación de jóvenes ucranianos que ya han conocido la libertad? Lo dudo.

Aunque eso es motivo para otro artículo, dejo apuntado aquí que la refundación de Rusia por la fuerza militar nos obliga a refundar Europa. Hasta la semana pasada, el presidente francés, Emmanuel Macron, venía ofreciendo a Putin un diálogo sobre cómo refundar la seguridad europea. Ese diálogo ha concluido antes de haber comenzado. Nada va a ser igual a partir de ahora. Se ha dicho que el siglo XX empezó en 1914 y acabó en 1989. Desde entonces hasta ahora han pasado muchas cosas. Pero ahora vemos que ese periodo ha sido un interregno abruptamente terminado ayer.

En España, por desgracia, una parte de nuestra clase política, incluso académicos, periodistas e intelectuales, sigue viendo la Alianza Atlántica y la UE desde fuera, como si no fuéramos parte de la comunidad atlántica ni europea. Queda a la vista que esa pulsión no alineada y aislacionista no sólo es una razón más del atraso secular de España sino parte de la explicación de por qué somos no solo periféricos, sino irrelevantes internacionalmente.