2 noviembre 2007

El Rey Juan Carlos I realiza por primera vez una visita oficial a Ceuta y Melilla, desatando protestas del Rey de Marruecos

Hechos

Fue noticia el 2 de noviembre de 2007.

02 Noviembre 2007

Una visita pertinente

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El viaje del Rey a Ceuta y Melilla pone fin a una anomalía que ha durado 32 años

Nada tendría de extraordinario un viaje de los Reyes a Ceuta y Melilla si no fuera por el hecho de que don Juan Carlos no ha visitado nunca las dos ciudades españolas del norte de África en sus 32 años en la jefatura del Estado. Es esta abultada anomalía cronológica la que convierte en excepcional una visita deseada por el Rey y que, por lo demás, debería ser tan rutinaria como las que los monarcas giran a cualquier otra ciudad española.

Hay que saludar por tanto una decisión del Ejecutivo que viene a instalar, aunque sea con tan monumental retraso, un atisbo de normalidad en la manera un poco vergonzante con que los poderes del Estado vienen relacionándose con las dos ciudades autónomas reivindicadas por Marruecos. Precisamente el temor a la reacción de Rabat ha vedado históricamente la presencia de los Reyes y de sucesivos jefes de Gobierno en Ceuta y Melilla, que sólo Adolfo Suárez, en el lejano 1981, y Rodríguez Zapatero, el año pasado, han visitado en calidad de tales.

El Gobierno socialista calcula que las relaciones con nuestro vecino del sur se han fortalecido y afianzado lo suficiente en numerosos ámbitos como para no tener que temer reacciones extemporáneas de Rabat o una seria crisis diplomática. Marruecos y España se necesitan intensamente (comercio, inmigración, Sáhara) y mantienen de hecho su relación más fluida en medio siglo. La protesta ayer del Gobierno marroquí, aunque más enérgica que la motivada por el viaje de Zapatero en 2006, no escapa a esa moderación. Reivindica por supuesto las dos ciudades, pero refleja sobre todo el juego de contrapesos que Rabat, con un Gobierno de corte nacionalista, debe atender con sus propias fuerzas políticas.

En clave interna española, la visita real a Ceuta y Melilla, que coincidirá con el aniversario de la marcha verde, no es presumiblemente ajena al hecho de que ambas ciudades sean feudo del Partido Popular. Sería ingenuo pensar que Moncloa no ha calibrado el favorable efecto electoral -no sólo en las ciudades autónomas- de una decisión que nunca adoptó el PP cuando gobernaba y que, sin alharacas, otorga ahora a los socialistas un claro protagonismo en el acercamiento de Ceuta y Melilla al devenir del conjunto de España y específicamente de sus más altas magistraturas.

02 Noviembre 2007

La Corona y la integridad de España

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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EL viaje de Sus Majestades los Reyes a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla es fiel reflejo de la concepción constitucional de la Corona como símbolo de la unidad y permanencia del Estado

EL viaje de Sus Majestades los Reyes a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla es fiel reflejo de la concepción constitucional de la Corona como símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Frente a la reacción desmedida y fuera de lugar del Gobierno marroquí, la españolidad de estas dos ciudades es una realidad inequívoca desde el punto de vista histórico y sociológico. Los datos objetivos destruyen cualquier pretensión sin fundamento. España es uno de los primeros estados nacionales de Europa, ya configurado como tal en los comienzos de la Edad Moderna. Ceuta se incorpora entonces a la Corona, después de diversas disputas por el territorio entre castellanos y portugueses. La incorporación de Melilla parte de una repoblación, comenzada a título privado por la nobleza y completada por los Reyes Católicos. Por tanto, carece de sentido plantear cuestiones decididas hace cinco siglos en el marco del proceso de descolonización de África, desarrollado a gran escala en pleno siglo XX, o como aspiración territorial de Estados que adquieren en tiempos recientes la condición de sujetos del Derecho Internacional. Por eso, es rotundamente falso que se trate -como dice la nota de Rabat- de «ciudades marroquíes expoliadas». La realidad social es también incontestable. Con su propia personalidad, ceutíes y melillenses son españoles y quieren seguir siéndolo, sin perjuicio de que se mantengan las lógicas relaciones de cooperación con Marruecos, propias de la proximidad geográfica y de los lazos forjados por la convivencia. Reafirmar la españolidad de ambas ciudades no implica hostilidad alguna hacia el Reino alauí, sino un signo visible de que esa cooperación debe estar basada en el respeto mutuo a la soberanía y la integridad territorial de ambas naciones.

En este contexto se enmarca la próxima visita de Don Juan Carlos y Doña Sofía, que, desde el punto de vista interno, no se diferencia de la que realizan habitualmente a otras muchas regiones y ciudades de nuestro territorio. No obstante, es imposible ignorar la trascendencia específica de un viaje que ratifica el compromiso de la Corona con el interés permanente de España, más allá de las circunstancias coyunturales. Ceuta y Melilla están siempre presentes en las relaciones hispano-marroquíes, sobre todo porque Rabat plantea periódicamente una reivindicación que aparece y desaparece cuando le conviene, casi siempre en función de las contingencias políticas internas. Esta es la única explicación a la nota hecha pública ayer, que carece -como siempre- de argumentos razonables. Aunque la cuestión debería estar cerrada desde hace tiempo, lo cierto es que planea de forma expresa o tácita sobre otros asuntos pendientes, como el contencioso del Sahara y las diferencias en materia de inmigración o de pesca, e incluso sobre conflictos puntuales como el choque en el islote de Perejil. Hay, por supuesto, muchas cosas en común entre dos países vecinos y aliados, y así lo demuestra la visita de los Príncipes de Asturias esta misma semana para inaugurar una nueva sede del Instituto Cervantes, así como las inversiones crecientes de empresas españolas o el interés conjunto en la lucha contra el terrorismo fundamentalista que extiende su amenaza a las dos orillas del estrecho de Gibraltatar. Todo ello debe estar al margen de la visita que los Reyes realizarán el lunes y el martes a aquellas partes de España, de modo que se equivoca gravemente Marruecos cuando la interpreta de forma sesgada y malintencionada.Hace ochenta años que el Rey de España no visitaba alguna de estas ciudades, si bien Don Juan Carlos y Doña Sofía lo habían hecho en 1970 en su calidad de Príncipes. De ahí que el viaje merezca el calificativo de «histórico», y así lo han expresado con acierto los presidentes de ambas ciudades autónomas, Juan Jesús Vivas y Juan José Imbroda. Se cumple así una vieja aspiración de ceutíes y melillenses, que son conscientes -como han recordado con prudencia las autoridades locales- de que era indispensable esperar a una situación propicia. La buena sintonía entre las dos familias reales ha contribuido a suavizar discrepancias en el pasado, como se demostró en el viaje de Estado de los Reyes a Rabat en enero de 2005, y sería deseable que volviera a suceder esta vez.

El prestigio internacional de la Corona es uno de los grandes activos de nuestra política exterior, porque permite trazar líneas de continuidad a medio y largo plazo, más allá de los objetivos coyunturales del partido gobernante. No obstante, sería conveniente que la acción exterior del Estado estuviera orientada por un consenso básico entre las principales fuerzas políticas, como es propio de las democracias más sólidas y avanzadas del mundo. En este contexto, la Jefatura del Estado representa valores e intereses permanentes que refuerzan nuestra presencia en una sociedad internacional globalizada y compleja, donde no basta con improvisar ocurrencias, sino que es preciso diseñar estrategias inteligentes. En el caso de las relaciones hispano-marroquíes, es evidente que la geografía, la historia y la realidad contemporánea imponen la cooperación y no el conflicto. Hace tiempo que España lo entiende así, pero resulta sorprendente que el Reino alauí persista en actitudes inaceptables y sin sentido. Nuestro vecino del sur tiene una importancia decisiva para contener la creciente expansión del fundamentalismo islámico, que le golpeó con dureza en el atentado de Casablanca. Para combatirlo, el gran desafío del reinado de Mohamed VI es el desarrollo político y económico, una tarea a la que España puede y debe contribuir activamente. Por el bien de su pueblo, el Monarca y el Gobierno de Marruecos deben concentrar sus esfuerzos en el camino que conduce al Estado de Derecho y al progreso en el nivel de vida, dejando al margen pretensiones territoriales que utilizan como cortina de humo frente a los graves problemas internos. El desarrollo de las últimas elecciones dejó mucho que desear, y no es cuestión de apelar al supuesto enemigo exterior para buscar una unidad social quebrada por graves disensiones.

La presencia de Don Juan Carlos y Doña Sofía en Ceuta y Melilla es, por tanto, un acontecimiento de primera magnitud, fiel reflejo de la decisiva aportación de la Corona de España. Además, deja en ridículo la maledicencia de algunos sectores extremistas, que utilizaban el asunto al servicio de sus intereses. La unidad de la Nación y la integridad territorial son principios intangibles que saldrán muy reforzados de este acontecimiento histórico.