21 julio 1982

El partido asegura que estará basado en el 'humanismo cristiano' causando una réplica de Gregorio Peces Barba en EL PAÍS

El sector democristiano de UCD liderado por Óscar Alzaga Villaamil abandona el partido y crea el nuevo Partido Demócrata Popular (PDP)

Hechos

El 7.07.1982 los diputados D. Óscar Alzaga y D. Modesto Fraile presentaron un nuevo partido político: el Partido Demócrata Popular (PDP).

Lecturas

El 21 de julio de 1982 el diputado de la Unión de Centro Democrático, D. Óscar Alzaga Villaamil comunica a los medios de comunicación su marcha del a Unión de Centro Democrático para constituir su propio partido: el Partido Demócrata Popular (PDP) con el objetivo de aliarse con Alianza Popular. La estrategia es que el PDP sirva de ‘puente’ para que miembros democristianos de UCD pueden aparecer en las listas de Alianza Popular como afiliados del PDP.

Un total de 12 diputados de UCD en el Congreso de los Diputados se pasan al nuevo PDP: D. Óscar Alzaga Villaamil, D. Mariano Alierta Izuel, D. Joaquín Galant Ruiz, D. Julen Guimón Ugartechea, Dña. María Josefa Lafuente, D. Francisco Olivencia, D. José Manuel Otero Novas, D. José Ramón Pin Arboledas, D. José Luis Ruiz Navarro, D. Luis Vega Escandón, D. Modesto Fraile Poujade y D. Carlos Gila González.

07 Julio 1982

La superación del inmovilismo centrista

Óscar Alzaga

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La reiterada negativa de UCD a plantear una coalición con AP facilita objetivamente la victoria del partido socialista, con el que quizá algunos dirigentes centristas prevén ya un entendimiento poselectoral. Hay que organizar con urgencia un partido inspirado en el humanismo cristiano -aunque con nada confesional- y otro liberal. Por supuesto, a su derecha existe ya un crecido partido conservador, bajo las siglas de AP.

Los partidos políticos son como organismos. Organismos vivos. Y, por tanto, tienen todos los problemas de la vida. Los partidos tienen su juventud, su plenitud -o etapa brillante de madurez- y han de luchar por no ajarse y perecer. En la historia de las organizaciones políticas de la Europa contemporánea encontramos no pocos casos de crisis de salud, pero ninguno tan espectacular, por lo prematuro y galopante de su enfermedad, como el de UCD. Creo que el principal mal que, desde 1979, afectó a su organismo fue el olvido sistemático de la sabia máxima que dejó escrita Tocqueville en el segundo volumen de La democracia en América: «En los países democráticos, los miembros de los parlamentos, los políticos en general, deben pensar más en sus electores que en su partido». No fue así, y los electores, el pueblo, retiraron el apoyo a UCD en Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía… hasta provocarle el estado de coma. Incluso hay quien se pregunta si, pese a la apariencia de vida, no estamos ya ante un encefalograma plano, porque cuando un gran partido cae es porque ha muerto antes de caer, aunque su propia pesadumbre le mantenga en pie, como al cadáver del elefante de la fábula.Los historiadores coincidirán sin duda en estimar que UCD ha desempeñado, en nuestra transición hacia la democracia un papel tan claro como positivo. Pero difícilmente podrán emitir un juicio favorable sobre la capacidad de reacción de sus dirigentes ante los veredictos adversos del electorado. En general, son reacciones huérfanas de referencia a la realidad. Despegadas de la realidad, carecen de repercusión en la opinión pública. Y, como todo lo que en el campo de la política democrática se teje y desteje de espaldas a la realidad, es más tedioso que interesante, e incluso en ocasiones, por irreal, produce estupor entre la ciudadanía.

Tal estado de cosas es grave. Prácticamente se han echado enci ma unas elecciones cruciales. La crisis de UCD puede derivar hacia un sistema de partidos con un PSOE hegemónico, frente al que no existe hoy contendiente con posibilidades. Es de temer que la ausencia de una gran fuerza política, que contrapese la del partido socialista, supone un pésimo factor para la estabilidad de la democracia, que es un régimen que, como mínimo, ha de albergar en su seno dos opciones reales. Puede además llegar a dificultar grandemente la integración de amplios sectores de las clases medias en un sistema democrático, afectando e consecuencia a su consolidación. Garantizar el futuro de la democracia en España pasa por supera la crisis del sistema de partido provocada por la consunción de UCD.

Como es sabido, la creación, en 1977, de UCD supuso el intento d superar el esquema de partidos europeos. Liberales, democristianos y socialdemócratas (amén de azules y otros núcleos que no tienen parangón en el ancho panorama europeo) coincidieron en un solo partido y lo hicieron fructíferamente a lo largo de la transición y del proceso constituyente, en el que sus divergencias fueron prácticamente nulas. Puestos a gobernar, tras las elecciones de 1979, pronto se vio claro que el programa electoral no era compartido por muchos dirigentes y, parlamentarios centristas. En consecuencia, medio programa se había de quedar en el tintero. Cabe recordar, por vía de ejemplo, la imposibilidad de lograr un acuerdo interno para implantar la televisión privada. No hablemos ya del cheque escolar, de la política a la familia o de la contención del déficit público. Y en lo que se hizo, como el ingreso en la OTAN, nunca faltarán voces centristas disonantes.

Un nuevo partido basado en el humanismo cristiano

En este estado de cosas, ciertos líderes centristas han optado por el hipereclecticismo y por un estilo de improvisación permanente, que recuerda en demasía a los actores de la antigua commedia dell’arte. De esta forma, UCD, como la guitarra de mesón del poema de Machado, suena hoy joya y mañana petenera, o improvisa por su cuenta, en el mejor de los casos, una especie de ecléctica y neutralizada combinación de jota y de petenera, que busca adaptarse al gusto medio de todos los militantes centristas, a la vez que se alejan sin disimulo los oídos de los electores. Y difícilmente así un partido puede cumplir con dos de sus grandes funciones, aquéllas que los mejores especialistas en la materia, como Sartori y Almond, han dado en llamar la canalización y comunicación.

Tras el fracaso del intento centrista de desbordar el cuadro europeo de partidos, lo más sensato es pensar que éste no es casual y que tiene profundas raíces en su razón de ser. Frente al partido socialista no puede haber un magma que sólo logra acuerdos internos suscribiendo planteamientos dotados de la vaguedad de lo gaseoso. Hay que organizar con urgencia un partido inspirado en el humanismo cristiano -aunque con nada confesional- y otro liberal. Por supuesto, a su derecha existe ya un crecido partido conservador, bajo las siglas de AP. Sólo así habrá en el panorama de la política española no socialista algo más que táctica y combinaciones personalistas. Los partidos políticos, los hombres públicos en definitiva, han de partir de una entretela de creencias básicas, sin las cuales los hombres, ni en lo grande ni en lo chico, debemos atrevernos a actuar en los negocios públicos.

No hay que incurrir en la ideocracia, ni mucho menos. en búsquedas de purezas de sangre. Simplemente hay que hacer política de principios. Hay que ha.cer propuestas coherentes y serias a los zilectores y hay que esforzarse al máximo por cumplirlas. Pienso que hoy, en España, necesitamos un partido liberal y otro popular de raíz cristiana que gesten, desde sus principios y en forma demcrática, sendas y sugestivas ofertas para anchas capas de nuestra sociedad. Imagino que un partido iberal que impregnase su programa en la filosofia de la libertad, incluso en la un tanto aristocrática le Tocqueville, quien soñaba por lo demás con la pesadilla del poder estatal, puede comunicarse óptimamente con grandes sectores de la clase alta y media alta de nuestro país. Pero, sobre todo, tengo la seguridad de que un partido popular inspirado en el humanismo cristiano es el vehículo político más idóneo para la comunicación del sentir de las clases medias y populares españolas. Es posible que en ese gran happening que son las páginas sobre política nacional de la Prensa española, no falte quien lance sobre esta fuerza política el estigma tópico y demagógico de la derechización. Nada más alejado de la realidad. Los partídos europeos de estas característícas defienden con contundencia ciertos valores tradicionales, por ejemplo, en el terreno de la política familiar o de la moral pública. Pero, al mismo tiempo, han dado una innegable prioridad a la política social, lo que les ha ganado la confianza estable de amplios sectores de agricultores, maestros, trabajadores encuadrados en los más variados sindicatos independientes y de otras muchas capas populares de la sociedad. Son partidos de ancha base, que nacen y se desarrollan no por obra y gracia del poder y desde el poder, sino por la convergencia de esfuerzos en torno a unos principios y a un programa serio y democráticamente elaborado, con la solidez que ello comporta. Su concepción popular se basa en la afirmación de los principios propios, en la consecución cotidiana del propio programa, en vez de en concesiones permanentes y vergonzantes frente a las tesis del adversario.

Recomponer los moldes democráticos

Otro día volveremos con más calma sobre este populismo, sobre el único populismo que se conoce con tal nombre en la Europa de hoy. Cosa muy distinta es su homónimo meramente retórico, en la práctica inoperante y carente de toda raíz filosófica, porque no creemos que quiera entroncar con la noción de la Volksgemeins chaft, ni con otras tesis afines, que permitió hace varias décadas en Alemania e Italia cierta demagogia social seudo progresista. Hoy, lo que urge es subrayar que, agotada la confianza del electorado en UCD, hay que recomponer los moldes representativos de nuestro sistema democrático en base a las grandes cosmovisiones, a las ideas fuerza que en Europa acreditan día a día su vitalidad y operatividad. Esto hoy es ya evidente y hay que poner manos a la obra si queremos para España una democracia estable y bien gobernada.

Electoralmente, sin embargo, los nuevos partidos no deben venir a desunir, sino a unir. Máxime si no perdemos de vista el decreto ley sobre normas electorales de 18 de marzo de 1977. Esta disposición, que reserva el 75%. de los escaños del Senado al primer partido de cada provincia y el 25% al segundo, dejando sin representación a los restantes, y que prima para el Congreso el voto -obviamente no muy izquierdista- de la meseta, con el único requisito de que lo recoja una sola fuerza política, hizo que en 1977 y 1979 UCD, con el 34% de los votos, obtuviese casi el 48% de los escaños del Congreso y más del 50% de los senadores. Hoy, la misma norma electoral determina que UCD, tras la huida masiva de sus antiguos electores, no esté en condiciones de obtener ni el 10% de los diputados, ni el 5% de los senadores, convirtiendo en voto inútil buena parte del que reciban sus candidatos. En esta situación, la reiterada negativa de UCD a plantear una coalición con AP facilita objetivamente la victoria del partido socialista, con el que quizá algunos dirigentes centristas prevén ya un entendimiento poselectoral.

No vamos a extendernos sobre las razones por las que muchos de los artífices de la norma electoral de 1977 y de la consiguiente coalición que fue UCD -construida básicamente frente al partido socialista- hoy anatematizan a todo el que defiende una fórmula de gran coalición. Baste con constatar que tan sólo hemos escuchado dos tipos de objeciones. De una parte, están las valoraciones negativas e incluso alérgicas respecto de Manuel Fraga. No pienso adentrarme en el examen de filias y fabias. Sólo diré que en la historia política de España hubo ya dos momentos en alguna medida análogos: el veto de la izquierda a Antonio Maura en 1909, bajo el eslogan «¡Maura, no!», y los obstinados esfuerzos de Alcalá Zamora, Martínez Barrio y los socialistas por excluir del juego político a Gil Robles en 1934. De ninguna de esas dos páginas de nuestra historia contemporánea podemos estar muy orgullosos los demócratas españoles. En un régimen democrático, la legitimación que dan los votos populares no se puede desbancar en base a antagonismos personales o juicios de intención.

De otra parte, se argumenta que la presentación de candidaturas separadas aventajaría a la lista de una gran coalición en su mayor capacidad’de captar voto de centro izquierda. Con ello, se desconoce que en las siete primeras ciudades de Galicia y en la generalidad de las poblaciones andaluzas de más de 20.000 habitantes, AP ha quedado muy por delante en votos a UCD. Es decir, gran parte del voto urbano, libre, moderno e informado que fue de UCD se ha trasvasado en altísima proporción a AP. Por el contrario, UCD ha logrado perder menos votos en los pequeños y apartados pueblos rurales, que son más influenciables por los gobernadores civiles. ¿Son éstos los presuntos votos de centro izquierda que se perderían en una coalición amplia?

Una gran coalición

Como en que un partido popular y -aún sin título alguno por mi parte- quiero pensar que posiblemente también un partido liberal, aún consciente de las dificultades de una gran coalición con AP, huérfanos de todo complejo de pasado y dotados de plena confianza en sí mismos, sean capaces de diseñar una ancha alianza electoral que, a la par que preserve su propia identidad, constituya una oferta de cambio sugestiva. Porque el pueblo español desea una democracia estable y un Gobierno eficaz y dotado de la debida autoridad. Y estamos en el deber moral de posibilitar este cambio sin saltos en el vacío.

Post scriptum: mientras intentamos construir el futuro, un futuro a todas luces muy próximo, quienes somos parlamentarios de UCD en la actual legislatura, creo que debemos permanecer hasta el término de la misma en el Grupo Parlamentario Centrista, apoyando con nuestro voto al Gobierno de la nación. Asumir los deberes cívicos para con el porvenir es compatible con cumplir las obligaciones del presente.

Oscar Alzaga es diputado de UCD y fundador del PDP

22 Julio 1982

Un partido democristiano

ABC (Subdirector: Darío Valcárcel)

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Ayer hizo su presentación en Madrid el Partido Demócrata Popular, que aparece en el confuso panorama español como un proyecto de raíz democristiana.

La democracia cristiana como esquema de partido fue una fórmula, de pre y posguerra, que llegó a ser hegemónica en países como Alemania, Italia, Bélgica o España. Se extendió a Iberoamericana y todavía en nuestro tiempo hemos visto nace en Portugal, en 1974, un partido del mismo tronco que hoy gobierna en coalición, con una franja de votantes estimada en el 19%. Esa fórmula genérica, todavía viva, buscó su espacio en un cierto progresismo social unido a la defensa de los valores de la ética cristiana.

El partido que hoy aspira a defender un programa en el que hay bazas tradicionales de la derecha (la libertad de enseñanza, especialmente, frente al estatismo) junto a otras propuestas sociales avanzadas, en contraste con la derecha empresarial, y de las profesiones liberales que hoy parecen organizarse en torno a Alianza Popular.

El nuevo Partido Demócrata Popular (cuya cabeza visible es don Óscar Alzaga, 39 años, catedrático de Derecho Político y diputado por Madrid) nace, entre otras cosas, con tres definiciones que delimitan su campo de acción: quiere ser un partido de clases medias, no de empresarios ni de proletarios, sino del extenso estrato social que dominan, entre otros, los enseñantes, los funcionarios y los empleados que en Europa se denominan ‘de cuello blanco’. En segundo término, el nuevo partido nace porque sus fundadores – en parte originarios de UCD – creen que el partido del Gobierno ha agotado su vigor.

De incuestionable utilidad en la transición, el centrismo se revela hoy inútil para cumplir un programa coherente, en tanto que sus tendencias defienden modelos contrapuestos entre sí: y así la UCD no ha podido cumplir sus compromisos electorales – con la excepción notabilísima de la OTAN – y ha aparcado capítulos sustanciales de su programa: desde el cheque escolar a la reforma de la Administración, desde la televisión privada al estatuto de la empresa pública. El nuevo partido pretende, por el contrario, movilizar los proyectos que el pactismo de UCD había dejado en la parálisis.

La tercera connotación del nuevo partido está en su proyecto para reducir la abstención: hay una zona media del electorado español escéptica y desilusionada ante el proceso padecido por el centro; una zona que se resiste a votar la confusión populista y a la derecha tradicional. Ese es el electorado que busca la nueva formación democristiana en un momento en que la decantación de los votos dependerá tanto de la fecha electoral como de la claridad de los programas.

Hay, finalmente, una consideración estratégica que formular. En una circunstancia como la presente, en la que la oferta electoral de la izquierda aparece ejemplarmente unida, es desalentadora y grave de la dispersión de liberales, centristas, conservadores y democristianos. La opción del señor Alzaga aparece como puente posible entre las indeterminaciones centristas entregadas al señor Lavilla y las enérgicas definiciones aliancistas que representa el Sr. Fraga. Pudiera ser el joven catedrático madrileño el político llamado a pactar un acuerdo electoral en el que se preservara el carácter de centro-centro que el Sr. Lavilla aspira a mantener en medio de enormes dificultades con los sectores más nítidamente definidos a su derecha.

Es posible que España, como se ha dicho recientemente, necesite no más sino menos partido. ‘Pero lo importante es dar valerosamente la batalla electoral. Sin derrotismos iniciales ni fatalismos previos. Si hay un triunfador frente a un perdedor fuerte, frente a una oposición amplia y firme, el sistema democrático se habrá salvado’. Son las palabras que mayor interés nos suscitan, entre las pronunciadas ayer por don Óscar Alzaga.

09 Agosto 1982

Reflexiones ante el Partido Demócrata Popular

Gregorio Peces Barba

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El artículo 22 de la Constitución reconoce el derecho de asociación. Es una de las grandes conquistas de la democracia que nos debemos esforzar en defender y potenciar. Utilizando ese derecho legal, un grupo de personas de relevancia política han fundado el Partido Demócrata Popular. No conocemos el grado de implantación que tiene en la sociedad española ni se conocerá realmente hasta que pase la prueba de unas elecciones. Pero es evidente que están en su derecho de hacerlo. Y lo han hecho.Sin embargo, ante la presentación y ante las declaraciones de alguno de sus dirigentes procede, creo, hacer algunas reflexiones que tienen un fondo. de amistad con algunas de las personas que han promovido ese partido, aunque expresen preocupación, perplejidad e incluso, en algunos supuestos, franca sorpresa.

Quizá el primer contacto que tuve con la noticia se produjo al escuchar unas declaraciones de uno de sus fundadores, Luís Vega Escandón, quien lo basó en la necesidad de volver a los principios, que en UCD no existen, según afirmó. Esta tesis, de la vuelta a los principios ha sido ratificada en el acto de presentación, el día 21 de julio, y se la ha identificado con los viejos principios del humanismo cristiano.

Aunque me parece laudable esa intención de volver a los principios, no se entiende bien que no tuviera el mismo arraigo en 1977 y que entonces consintiesen en sacrificarlos sin permanecer en la Democracia Cristiana, que se hundió llena de principios y de honestídad frente a la UCD que los fundadores del Partido Demócrata Popular contribuyeron a crear. Entonces esos principios quedaron depositados en torno a ese hombre ejemplar que se llama Joaquín Ruíz-Giménez y a quienes corrieron la aventura con él.

Por otra parte, si se profundiza un poco más en los principios de ese vago concepto del humanismo cristiano, el planteamiento del partido recién nacido no se aproxima a las posiciones mucho más progresistas del personalismo de Mounier, dedicado a separar a los creyentes de la sociedad capitalista, en la que el hombre es propiedad de sus propiedades, y a construir una nueva sociedad. Tampoco parece que sus planteamientos se aproximen al humanismo integral de Maritain, mucho más empeñado en inspirar evangélicamente a la sociedad que en crear guetos basados en la idea absurda de la unidad política de los católicos.

En su obra Du régime temporel et de la liberté, Maritain será contundente contra empresas como la del Partido Demócrata Popular.

«… ¿Constituirán en la sociedad un partido católico, una formación política de denominación o de especificación católica? La muerte sin belleza ni sentimiento del centrum, alemán es suficiente para poner de relieve a aquellos que no lo hubieran ya comprendido, los inconvenientes esenciales de esa concepción híbrida que pertenece al siglo pasado. Un partido político católico dirigido específica y directamente a lo temporal (en tanto que partido político) y calificado por la religión (en tanto que partido político) corre el riesgo a la vez de comprometer el bien del catolicismo y de las almas en los asuntos.del mundo, de temporalizar, particularizar y envilecer lo espiritual, de crear confusión entre la religión y el comportamiento y la política de un partido; y de traicionar, por otro lado, en ciertos momentos al bien temporal, al que tiene por objetivo servir, dudando en comprometer una denominación demasiado imponente en las iniciativas y en los riesgos de orden puramente terrestres que a veces exigen para la salud terrestre de nuestros bienen terrestres precisamente ese riesgo…» (Desclée de Brouwer. París, 1933, pág. 176).

Maritain entendía bien que la humana debilidad podía sufrir la tentación de unir la religión, los valores evangélicos, el llamado humanismo cristiano, con la mente de los ricos y de los poderosos. Algunas de las personas fundadoras de ese partido han estado conmigo a principios de los años sesenta:escuchando las diatribas contra los conservadores de Manuel Giménez Fernández, el gran patriarca de la mejor Democracia Cristiana española. Por cierto, que los Hamaban con gracia los conservaduros. Parece que, al menos estas enseñanzas y estos principios, no los consideran necesarios en la construcción de su partido los fundadores del Partido Demócrata Popular.

El antisocialismo

Pero quizá donde la preocupación y la perplejidad se convierten en radical sorpresa es en los aspectos estratégicos y tácticos, que son inseparables de los principios, cuando vemos que el partido nace con una vocación inicial: su antisocialismo.

La razón principal de su creación es evitar el triunfo del PSOE en las próximas elecciones. En el panorama europeo, en Italia, en los Países Bajos y en Bélgica, e incluso en Alemania, los democristianos han gobernado con los socialistas, y aquí aparecen para coaligarse con Alianza Popular y hacer un frente que emprenda la cruzada de evitar el mal de una victoria socialista. Hay que reconocer que es más un partido conservador, de derecha pura, salvo que su modelo de democracia cristiana sea el partido bávaro de Strauss. Su presencia en la vida política española, coaligados o en las listas de Alianza Popular, favorecen la bipolarización, la dialéctica amigo-enemigo que nos aproxima peligrosamente al modelo que condujo a la guerra civil. Yo que he tenido que soportar durante cinco años las inconsistencias de UCD, me quedo, si hay que elegir, con la UCD de Landelino Lavilla como interlocutor.

No parece que los principios ocupen un primer lugar en la creación del Partido Demócrata Popular, ni tampoco parece que se trate ni siquiera de un partido democristiano clásico. Como espectador que ve el tema con una relativa neutralidad parece que las razones son más pragmáticas y están vinculadas a la posible disgregación de UCD y a la potenciación de Alianza Popular. No se me alcanzan otras razones.

Por fin, prescindiendo de algunas observaciones pintorescas de Oscar Alzaga, como la consistente en afirmar que hay más franquistas en el PSOE que en Alianza Popular , que no merecen ningún comentario, porque ellas mismas son su mejor comentario, quizá en estas reflexiones, apresuradas, aunque ni mucho menos arbitrarías, lo que me parece más serio y más dramático incluso es esa vocación antisocialista de un partido que pretende calificarse como inspirado en el humanismo cristiano.

Gregorio Peces Barba es diputado del PSOE por Valladolid.

El Análisis

DEMOCRISTIANOS BUSCAN LA DERECHA SIN COMPLEJOS

JF Lamata

Cuando D. Óscar Alzaga fundó el Partido Demócrata Popular (PDP) tras abandonar la UCD lo hizo para recuperar la etiqueta ‘Demócrata-Cristiana’ y, como valedor de tal título, engancharse en el carro de Alianza Popular.

La ‘Democracia-Cristiana’ fue la marca que utilizó el ex ministro franquista, D. Joaquín Ruiz-Giménez, tras romper con la dictadura e intentar agrupar a todos los antifranquistas no-comunistas en torno a esa ideología. Tanto en la Junta Democrática como en la ‘Comisión de los Nueve’, el grupo democristiano del Sr. Ruiz-Giménez pretendía representar a una supuesta base social de derecha anti-franquista, amiga de la izquierda. Las elecciones de 1977 demostraron que esa base social directamente no existía. No había derecha antifranquista, la derecha había apoyado al franquismo y, aunque aceptara la democracia, no iba a votar a ‘amigos de los rojos’.

El Sr. Alzaga, en cambio, quería que su Democracia-Cristiana no fuera vista como amiga de la izquierda, sino como amiga de AP. El socialista D. Gregorio Peces Barba, que había sido un destacado colaborador del Sr. Ruiz-Giménez en ‘Cuadernos para el Diálogo’ mostró su indignación en un artículo en EL PAÍS, pues, sin duda, ellos preferían unos democristianos pro-socialistas. Acaso el objetivo del Sr. Alzaga era domesticar al Sr. Fraga y convertirse en el ‘hombre fuerte’ de la derecha española. Lo que, de ser así, sería una sobrevaloración de las capacidades de la democraciacristiana española.

J. F. Lamata