17 febrero 1981

Celebrado en Palma de Mallorca, de las dos listas abiertas para los puestos de la ejecutiva los 'oficialistas' de Sahagún lograron 32 puestos, frente a sólo 7 los 'críticos' de Lavilla

2º Congreso de UCD – El ‘suarista’ Rodríguez Sahagún elegido nuevo presidente derrotando al democristiano Landelino Lavilla

Hechos

El II Congreso de la Unión de Centro Democrático celebrado en Palma de Mallorca en febrero de 1981 eligió a D. Agustín Rodríguez Sahagún como nuevo presidente de la formación reemplazando a D. Adolfo Suárez.

Lecturas

Los días 7 y 8 de febrero de 1981 se celebró el II Congreso de la Unión de Centro Democrático (UCD) en Palma de Mallorca en un acto marcado por la renuncia de D. Adolfo Suárez González a la presidencia del partido (el Sr. Suárez González aún sigue siendo presidente del Gobierno en funciones).

Las distintas facciones de UCD no fueron capaces de consensuar una candidatura conjunta y se presentaron dos listas tanto para los 32 puestos en el comité ejecutivo como para los 80 puestos del consejo político.

Una que proponía a D. Agustín Rodríguez Sahagún respaldado por el ‘sector suarista’ y el ‘sector socialdemócrata’ mientras que el llamado sector crítico proponía a D. Landelino Lavilla Alsina como presidente respaldado por el sector ‘democristiano’ y el sector ‘liberal’.

 

LOS GANADORES DEL CONGRESO

SahagunCalvoSotelo D. Agustín Rodríguez Sahagún (sector ‘suarista) es el nuevo Presidente de la Unión de Centro Democrático (UCD) y D. Leopoldo Calvo Sotelo será el candidato que el Grupo parlamentario de UCD propondrá como nuevo presidente del Gobierno al Congreso de los Diputados.

LOS PERDEDORES DEL CONGRESO

LavillaUCD D. Landelino Lavilla, Presidente del Congreso de los Diputados se ha erigido cabeza visible del sector crítico. No ha logrado la presidencia de UCD, pero ha tenido suficiente fuerza como para entrar en la Ejecutiva junto a seis miembros de su corriente.

MarcelinoOreja_Herrero D. Marcelino Oreja Aguirre y D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón. El sector democristiano liderado en torno a D. Marcelino Oreja ha sido uno de las corrientes (junto a la liberal) que más hostilidad han mostrado hacia el suarismo.

LOS MIEMBROS DEL COMITÉ EJECUTIVO DE UCD:

Tanto los críticos como los oficialistas presentaron sendas listas abiertas para ocupar los 39 puestos del Comité Ejecutivo. El resultado de la votación fue que los oficialistas lograrón 32 puestos y los críticos 7.

CalvoOrtega_Sahagun D. Rafael Calvo Ortega seguirá siendo Secretario General de UCD haciendo ahora tandem con el Sr. Rodríguez Sahagún.

"El Congreso no solucionó la crisis de UCD: No equivocamos con Sahagún"

Rodolfo Martín Villa

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El fragor de la batalla comenzó con las elecciones para la mesa del congreso, que se siguieron con expectación, no tanto porque fuese elegido Pérez-Llorca o Emilio Attard, sino porque el resultado de aquella votación pondría de relieve la auténtica correlación de fuerzas. El 70-30% con que se zanjó la cuestión dejó el congreso visto para sentencia, aunque todavía hubo mucha historia que contar y que yo voy a olvidar porque trasciende los propósitos de este libro.

Caso toda la negociación se limitó a ver cuántos puestos se les podía conceder en la ejecutiva al sector crítico. Creo que se propuse la cifra más alta: once de treinta y cinco. Rodríguez Sahagún llegó a diez, pero el resultado final fue de siete, lo cual no contentó a casi nadie, hasta el punto de que Óscar Alzaga proponía ‘tomar las de Villadiego’ y no presentar lista alguna a los órganos de dirección.

Landelino Lavilla sería el contrincante de Rodríguez Sahagún. Su personalidad y sus declaraciones habían cautivado a compromisarios no alineados en el sector de los críticos. Algunos compromisarios se acercaron a mí para tratar de llegar a una candidatura única en la que yo aceptase el papel de secretario general.

La votación final se inició con los discursos de los dos cabezas de lista. El discurso de Landelino fue magnífico. Rodríguez Sahagún no se mostró tan afortunado, a pesar de lo cual su lista consiguió treinta y dos puestos, siendo el más votado Suárez y el menos votado Fernández Ordóñez. Los críticos obtuvieron siete puestos, siendo la más votada Soledad Becerril.

Las listas para el consejo político marcaron más claramente la correlación de fuerzas al final del congreso: 62% para la lista que encabeza Jesús María Viana y el 38% para la de Emilio Attard. Si se comparan estos resultados con los obtenidos en la elección de la mesa pondríamos concluir que los críticos avanzaron ocho puntos en el congreso.

Terminó el congreso de Palma y regresamos a Madrid con una buena dosis de pesimismo. Todos teníamos la certeza de que nadie había encontrado la solución a ninguno de los males se aquejaban al partido.

Creo que nos equivocamos, y yo uno de los primeros, al aceptar la propuesta de Suárez para que Rodríguez Sahagún fuera el futuro presidente del partido. Y quizá nos equivocamos también cuando le negamos nuestro apoyo una vez fue elegido presidente.

28 Enero 1981

Cinco tesis para un congreso

Ignacio Camuñas

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El debate abierto ante el II Congreso de UCD representa antes que nada un síntoma claro de la vitalidad del partido y de su capacidad de reacción. No estamos ante un colectivo adormecido en brazos del poder, sino ante un colectivo consciente de sus responsabilidades, de sus aciertos y sus errores, de su fuerza y de su propia debilidad.Desde el I Congreso, en que la UCD adquirió carta de naturaleza, puede decirse que hemos vivido un período de prueba en el que ha «fraguado la mezcla» formada con los componentes, de la coalición electoral de 1977. Pero no puede olvidarse que esa «mezcla» se sustenta en las propiedades esenciales de sus componentes, y esta es una realidad que es inútil tratar de desconocer.

Esta fase de consolidación y asentamiento del partido ha coincidido con la necesidad de afrontar las dificultades de la transición política de forma responsable y solidaria, postergando a veces los requerimientos del propio partido. Ahora nos enfrentamos con la oportunidad de atenderlos desde la convicción de que sólo con una UCD institucionalizada y participativa podremos hacer frente de forma colectiva y responsable a las demandas acuciantes de la sociedad.

Hoy tenemos, pues, el reto y la oportunidad de reflexionar y decidir conjuntamente qué tipo de partido queremos, cómo vamos a institucionalizarlo, cómo entroncarlo con la diversa realidad de nuestros pueblos y regiones y, en definitiva, cómo seguir haciendo de UCD el motor de las libertades y la modernización de la sociedad española.

Un partido eje para la democracia

Es evidente que UCD ha jugado un papel fundamental en la recuperación del régimen de libertades, inspirando, dirigiendo y consolidando el proceso de creación de la democracia española.

Pero, al valorar en sus justos términos esta aportación de UCD a la transición política, debemos hoy mirar hacia el futuro y considerar que para que UCD siga siendo ese partido eje de nuestra convivencia no basta con que tenga responsabilidades de Gobierno, sino que debe continuar liderando la construcción del Estado y de la sociedad de libertades.

La posición hegemónica alcanzada a través de las umas no puede ser sino un reto al que hay que ir respondiendo cada día, conscientes de la grave responsabilidad contraída con la sociedad española.

El aprendizaje de la convivencia en libertad es un proceso complejo que requiere un esfuerzo y voluntad continuados. Pero, antes que nada, requiere hoy de profundas reformas en el funcionamiento del Estado y de la sociedad española. Sólo si UCD sabe recuperar el espíritu de reformas que alentó sus orígenes y acierta a enlazar con los requerimientos de una sociedad libre y modernizada podrá seguir siendo el partido eje de la democracia española en los años ochenta.

Un partido amplio y plural con vocación de Gobierno

Desde sus orígenes, UCD surge con un propósito de convocatoria mayoritaria al pueblo español, que posibilite una actuación de gobierno estable y duradera.

Al dirigirse a un amplio espectro del electorado, UCD ha de ser capaz de conectar con los requerimientos de muy diversos sectores y capas de la población desde la vida urbana al mundo rural, desde las clases trabajadoras hasta los sectores profesionales e intelectuales, desde la juventud hasta la tercera edad.

Para ello es necesario que UCD integre distintas tendencias que puedan apelar a los diversos segmentos del electorado, y con las que éstos puedan sentirse más identificados. Tendencias que surgen de modo natural en todo gran partido y que es preciso encauzar e integrar, abandonando temores y recelos que sólo se justifican en concepciones monolíticas y excluyentes de poder, que no pueden más que empobrecer el variado patrimonio real del partido.

Es hora ya de perder el miedo a la diversidad, a la confrontación interna d6 posiciones, porque sin ella no existe el juego democrático, y sólo a través de ella puede enriquecerse y revitalizarse todo colectivo humano.

Un partido institucionalizado

En este II Congreso, el partido ha de afrontar su institucionalización, lo que significa que ha de asumir autónomamente su propia configuración que le permita subsistir como organización, al margen de las contingencias y cambios que puedan producirse en su seno en el futuro.

La UCD se institucionaliza haciendo que la democracia participativa fluya por sus cauces internos, que los órganos de representación puedan asumir plenamente sus funciones y responsabilidades y que el partido, en definitiva, trascienda a las personas y asuma colectivamente el protagonismo que le corresponde.

Por decirlo en pocas palabras: hay que afirmar la necesidad de un gobierno para un partido, en lugar de un partido para un gobierno.

La UCD ha de asumir el protagonismo que le Corresponde por su madurez, implantación y compromiso con decenas de miles de afiliados y con los millones de electores que le otorgan su respaldo. Ante ellos no puede aparecer como una organización dependiente de contingencias personales y a remolque de iniciativas de Gobierno. Sólo de su fortaleza como institución perdurable y colectivamente responsable puede brotar esa imagen de seguridad y confianza que hoy son tan necesarias para el país.

Un partido nacional con presencia real y protagonismo en las regiones

Precisamente por la propia construcción del Estado autonómico, y por ser el partido que ostenta la responsabilidad de gobierno del país, la UCD no puede ni debe transformarse en una nueva federación o confederación de partidos regionales, que sirviera fundamentalmente de plataforma de confrontación de intereses de las diversas comunidades españolas.

UCD debe contemplar globalmente las necesidades y soluciones que requiere el país, desde una perspectiva nacional. Y para ello ha de ser, ante todo, un partido nacional, pero articulado desde un principio de profunda descentralización del poder y las decisiones, que le permita proyectarse de forma específica en cada- región, enraizándose en su realidad viva a través de grupos de hombres que engarcen con su contextura social, sus problemas y aspiraciones. Es preciso, pues, que, teniendo como norte esa perspectiva de conjunto que es España, el partido acierte a responsabilizar a sus órganos regionales en la toma de decisiones dentro de su ámbito, y enlace así más estrechamente con su amplio y variado electorado.

Un partido para la libertad y modernización de la sociedad

El centro representa una posición política con identidad propia. No es, como a veces se pretende, la ambigüedad permanente o el equilibrio de posiciones compensadas de la izquierda y de la derecha. El centro es, ante todo, la sustitución del enfrentamiento radical por el diálogo, por la confrontación pacífica de ideas y modelos de sociedad. Ese diálogo precisamente requiere de una clara definición de posiciones.

Los ejes de la definición de UCD no pueden ser otros que la libertad y la modernización de la sociedad española. UCD ha de ser, con todas sus consecuencias, el partido de las libertades concretas, siempre amenazadas, tanto por seculares hábitos de tutela proteccionista como por el continuo resurgir de las utopías igualitarias. Las libertades para enseñar, expresarse, emprender y, en definitiva, organizar la propia vida en todas sus manifestaciones han de ser defendidas y promovidas inequívocamente por el centro.

Sólo desde esta posición de defensa radical de la libertad puede la UCD acometer su gran compromiso de modernización social, de hacer una sociedad española más abierta y tolerante, y encauzada hacia’ el auténtico progreso que surge de la ampliación continuada de los campos de la libertad humana.

25 Abril 1981

¿Al asalto de UCD?

Rafael Arias Salgado

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Resulta a veces inexplicable la acumulación de críticas que recibe UCD como partido político. Es evidente que en el ejercicio de su función en la vida pública UCD ha cometido errores, ha incurrido en fallos y omisiones y ofrece flancos al descubierto. Desde esta perspectiva, bien venidas sean las críticas que ayuden a corregir lo que debe ser corregido. Pero me parece no menos evidente que la actitud sistemáticamente crítica hacia el partido centrista o bien obedece a un déficit de reflexión y de análisis sobre el insustituible papel que ha desempeñado, desempeña y le queda aún por desempeñar al servicio de la democracia española o bien hay intereses de muy diverso signo y raíz que parecen tener su punto de coincidencia en la necesidad de romper la formación política centrista.Entiendo que es plenamente legítimo que los partidos políticos situados a la derecha y a la izquierda de UCD traten de ocupar su espacio electoral. No es tan legítimo, por el contrario, aprovechar sus conflictos domésticos para propiciar -y dejo ahora al margen conscientes o inconscientes complicidades internas- la ruptura del partido. Y esta ilegítima conducta es además peligrosa ceguera política cuando se practica por ciertos sectores y grupos de interés de notable influencia en la sociedad española. Me temo que, de tener éxito en sus pretensiones, se producirían irreparables consecuencias para la viabilidad de nuestra democracia.

En mi opinión, hoy por hoy, un partido centrista mayoritario, moderado y gradualista en sus objeti vos de cambio y modernización de la sociedad española, es indispensable para garantizar el sistema democrático de convivencia y el régimen de libertades consagradas en la Constitución de 1978. Respeto la posición, aunque la creo equivocada, de quienes estiman que ha llegado la hora de delimitar con nitidez la confrontación derecha-izquierda o de articular la vida democrática a través de un pluripartidismo más amplio para ver así representados mejor y de manera más directa sus intereses específicos y sus opiniones concretas. Pero dejando ahora de lado argumentos o antecedentes históricos de peso y dignos de meditación, prescindiendo también del análisis de la compleja estratificación social de las sociedades industriales y urbanas y obviando en esta ocasión la reflexión sobre las manifiestas singularidades que derivan de nuestro inmediato pasado posbélico, político, cultural y socioeconómico, o de nuestro pluralismo político-territorial, querría hacer unas breves e inevitablemente esquemáticas consideraciones sobre UCD y algunos de los rasgos que la definen como formación política.

UCD es, en primer lugar, un partido joven, sin tradición a la que acogerse y sin precedentes históricos, que tiene su origen en una coalición electoral. Y este nacimiento no puede dejar de condicionar a corto plazo su periplo vital. Algo más de tres años de existencia no son a mijuicio suficientes para cuajar una sólida e inexpugnable organización de nuevo cuño y superar ciertas fragilidades propias, sobre todo, de la edad. Pero UCD, con estas características, ha conseguido una importante implantación. Tiene 6.000 puntos de apoyo a lo largo y a lo ancho de todo el territorio nacional, es capaz de movilizar a los mejores cuadros el país, ha realizado una obra política de primera magnitud globalmente considerada y continúa teniendo la responsabilidad de gobernar España. Dar al traste con este activo o contribuir a destruirlo sin razones de gran entidad constituye una irresponsabilidad que perjudicaría gravemente las posibilidades del régimen democrático y su estabilidad.

En segundo lugar, el centrismo, al presentarse como un partido de integración social, ha tenido en España virtualidad bastante para obtener el respaldo de un amplio sector del electorado, de un electorado interclasista, de composición plural e intereses diferenciados sin cuyo apoyo habría sido imposible -y lo será igualmente en un futuro- ganar unas elecciones generales en términos suficientes para gobernar. El objetivo lógico del partido es, o debe ser, por el contrario, tratar de extender su base electoral aun contando con la complejidad adicional que supone armonizar o conciliar en su seno intereses y aspiraciones tan diversos y a veces contradictorios. Pero tal es el reto que tiene ante sí UCD y tal es también el reto que ha asumído desde el día de su nacimiento, reto que no tendría respuesta desde un planteamiento conservador o de derecha clásica. Y no creo, por otra parte, que haya otro modo de abarcar a amplios segmentos de población a la hora de acudir a una consulta electoral.

A nadie debe extrañar que por virtud de esta ancha base electoral, de su correlativo pluralismo interno y de las enormes responsabilidades que ha debido asumir en los últimos años, UCD haya producido insatisfacciones y tenga hoy unos niveles de conflictividad interna probablemente superiores a los de cualquier otro partido, intensificados por la natural lucha por el poder inherente a la existencia de toda organización política y ampliados por la preferente atención que prestan los medios de comunicación social a todo cuanto atañe,al partido gubernamental, dada-su trascendencia o repercusión.

A mi juicio, y en buena medida en beneficio del avance del proceso democrático, es conveniente, no obstante, mantener aquel planteamiento. Cualquier tentativa por revestir a UCD de una mayor rigidez ideológica reduciría en forma directamente proporcional su capacidad de convocatoria electoral, generaría la aparición de nuevas opciones políticas, complicaría el aceptable sistema multipartidista de la democracia española, dificultaría la formación de Gobiernos viables y conferiría a nuestro régimen democrático un más alto grado de inestabilidad, dificultando su consolidación.

Nada de cuanto antecede es original. Todos los grandes partidos políticos de la Europa democrática han tenido y tienen problemas similares a los que hoy parecen singularizar la situación de UCD. Todos tienen corrientes internas que luchan por el poder y que son fuente potencial de conflictividad, aunque años de experiencia y, por tanto, una mayor madurez y profesionalidad les permiten afrontarlos generalmente con serenidad, con permanente capacidad de compromiso y con menores traumas. Y aun así, los difíciles momentos en que viven los países industriales del entorno europeo no han dejado de afectar a sus principales organizaciones partidistas y a sus respectivos sistemas de partidos. La reciente escisión en el Partido Laborista inglés, el estado de inquietud e incluso de rebelión en que se encuentra el ala izquierda del Partido Conservador británico contra la política de Margaret Thatcher, los conflictos que regularmente plantea la corriente más izquierdista de la socialdemocracia alemana, la pluralidad de corrientes consolidadas y organizadas en los grandes partidos democristianos europeos, partido demócrata-liberal japonés o en los partidos socialistas italiano y francés, las crecientes dificultades de entendimiento entre las dos formaciones políticas de la mayoría francesa, la división en dos agrupaciones de los partidos estatales belgas por su incapacidad para asimilar internamente el problema nacionalista y lingüístico son, entre otros, ejemplos sobradamente significativos.

En UCD junio a esta problemática ante la que nadie debe rasgarse las vestiduras y que el votante español habrá de asumir como un hecho no ya normal, sino a la postre positivo si se respetan ciertos límites, inciden un conjunto de cuestiones básicas de gran trascendencia para la configuración de la sociedad española. Tales cuestiones, auténticos ejes de convivencia en el marco de nuestro sistema social, afectan ciertamente a todos los partidos políticos españoles, pero recaen en mayor medida sobre UCD por su condición de partido gobernante.

Resulta así que el partido centrista, de manera no exclusiva, pero sí en forma principalísima, porque su posición es determinante, está hoy resolviendo en su seno unas cuantas contradicciones sociales y definiendo otros tantos ejes de convivencia que afloran conflictivamente con la transición política y de manera más intensa con la entrada en vigor de la Constitución y el funcionamiento del régimen de libertades públicas: laicismo-confesionalidad y sus secuelas concretas; formas de coexistencia de la enseñanza pública y privada; centralismo-regionalismo-nacionalismos; relación sector público-iniciativa privada y sus respectivas funciones; tensión dialéctica entre la institucionalización de la libertad y el ejercicio de la autoridad; adecuación y encaje entre los diversos niveles institucionales -democráticamente cubiertos por fuerzas políticas distintas- que constituyen el entramado básico del Estado, etcétera, y todo ello en una situación de crisis económica profunda a la que no se ve un horizonte de solución ni siquiera a medio plazo y por cuya virtud algunos de aquellos temas recobran particular magnitud y trascendencia.

Todas estas cuestiones que las democracias europeas han resuelto suficientemente en los últimos cuarenta años por la vía de la confrontación democrática entre fuerzas políticas distintas o por el camino del compromiso propio de los Gobiernos de coalición se han empezado a afrontar en la España de las libertades a través o en el seno de UCD, con la imprescindible colaboración en ocasiones de otras fuerzas políticas. Y es que problemas de esta índole sólo tie nen dos vías básicas de solución: o las resuelve un partido mayoritario, con las consiguientes e inevitables contradicciones internas y con la igualmente inevitable confrontación externa, o las resuelven partidos distintos con Gobiernos de coalición o acuerdos parlamentarios, haciendo un esfuerzo de aproximación de sus respectivas posiciones programáticas. El instrumento es siempre el compromiso, interno o externo, pero, a fin de cuentas, compromiso y, por tanto, cesión recíproca.

Por muchos errores que haya cometido, por visibles que parezcan los avances y retrocesos, por perjudiciales que hayan sido algunas ambigüedades e indecisiones y por preocupantes que sean los conflictos domésticos que todo ello genera, lo cierto es que el balance de UCD es positivo y que difícilmente se podría haber avanzado tan considerablemente en apenas cuatro años de democracia sin un partido centrista de las características de UCD. Podría decirse, probablemente con algo de razón, que los miembros de UCD no siempre hemos estado a la altura de las circunstancias; pero ello es algo que podría también predicarse de los responsables, agentes o directivos de otros sectores de la vida española. No es este, en todo caso, el problema. Creo más bien, sin embargo, que el riesgo real está hoy más en una dinámica política objetiva, puesta en marcha desde diversos centros de influencia, que actúa en contra de la pervivencia de UCD en su actual configuración unitaria. Ceguera política y situación peligrosa que hay que superar por encima de todo, porque la democracia española necesita vitalmente de grandes partidos sociológicamente interclasistas, con corrientes de opinión flexibles y abiertas, capaces de canalizar las distintas demandas sociales y de captar los votos de la gran mayoría del electorado español. Sólo organizaciones políticas de este género, que encaucen las fuertes tensiones potenciales de la sociedad española, diluyendo internamente su conflictividad, pueden dar estabilidad al sistema y evitar un alto grado de polarización de la vida política, tumba de la democracia en países, como España, en que existen aún numerosos focos de tensión susceptibles de provocar confrontaciones incontrolables.

Rafael Arias-Salgado es miembro del Comité Ejecutivo de UCD y diputado por Toledo.

10 Febrero 1981

Dos proyectos de UCD

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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EL II Congreso de UCD se celebró en fechas tan cercanas a la renuncia de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno que apenas dejó tiempo al sector crítico para cambiar sus planes tácticos. Las tentativas de los críticos más inteligentes de aplazar la convención obedecían sin duda a ese motivo. La inercia mental, la crispación de actitudes, el deseo de ajustar cuentas pendientes y la necesidad de mantener una mínima coherencia en el programa crítico han contribuido también a que la convención centrista concluyera en un gigantesco equívoco.Los adversarios de Suárez habían montado su ofensiva en un doble frente. De un lado, la democratización interna significaría un robustecimiento de los órganos colegiados de UCD y, a la vez, una inversión de las relaciones entre partido y Gobierno, de forma tal que el Poder Ejecutivo quedaría sometido, de alguna forma, al control de los centros decisorios de UCD. De otro lado, la alteración de la línea política centrista, con un pronunciado giro a la derecha en cuestiones relacionadas por el momento con las costumbres y la educación (ley de Divorcio y ley de Autonomía Universitaria) y ampliables a otros campos, reflejaba el acuerdo de los críticos, con la voluntad de los grupos de presión institucionales y sociales, con la jerarquía eclesiástica en lugar preferente, de dejar de ser invisibles en el Parlamento.

Aunque resulta algo pronto para establecer conclusiones definitivas, la primera impresión es que los críticos no han perdido la batalla en torno a la línea política del centrismo, y que incluso pueden ganarla con la decisiva ayuda de Leopoldo Calvo Sotelo desde el Gobierno, pero que han sido derrotados en todo lo que se refiere a la organización del partido.

El congreso, ciertamente, apenas permite extraer conclusiones políticas de la gran mayoría de los debates y resoluciones. Pero la razón no es otra que los trabajos congresuales han volado a tan baja altura y han tenido un tono tan mediocre que resulta imposible hacer una lectura ideológica de su contenido. La indigencia teórica y la pobreza política de esta convención ha sido, en este sentido, uno de los más desalentadores síntomas del raquitismo de nuestra vida pública. Se veían brillar los cuchillos, se oían los ruidos de las refriegas y se masticaba la tensión de los enfrentamientos. Nada hubo que pudiera no ya entusiasmar, sino incluso interesar a quienes no anduvieran chalaneando puestos en los órganos de UCD o cortejando al candidato a presidente para conseguir un puesto al sol en el Presupuesto.

El único tema polémico rozado en ese congreso de las intrigas fue uno tan cargado de significación como el del divorcio. Aunque Fernánez Ordóñez se esfuerce en demostrar que entre el mero, acuerdo y el mutuo acuerdo hay una diferencia abismal, cierto es que otros congresistas han hecho otra interpretación y que, en última instancia, será el nuevo Gobierno quien resuelva las dudas sobre un proyecto de ley que, junto al de Autonomía Universitaria, va a ser una de las primeras piedras de toque de la orientación de la línea política centrista del equipo ministerial que logre componer Leopoldo Calvo Sotelo tras su presumible, investidura. Porque precisamente sobre la personalidad del eventual presidente del Gobierno, del que cabe decir todo, excepto que ofrezca una imagen progresista a la opinión pública, descansan las esperanzas de los críticos de conseguir una mayor cuota de poder y de forzar una marcada inclinación de la brújula hacia la derecha del espectro político. Sólo el transcurso del tiempo permitirá comprobar si esas esperanzas están o no bien fundadas, pero parece un hecho indiscutible que Leopoldo Calvo Sotelo es un hombre bien visto por esos sectores. Como también lo es que los socialdemócratas de Fernández Ordóñez han salido del congreso de Mallorca vapuleados y humillados.

Seguramente lo más llamativo de la convención centrista sea precisamente que los críticos hayan obtenido una victoria dialéctica, pero hayan sido derrotados en el terreno de la organización del partido. Ni siquiera en la batalla por la presidencia, en la que enfrentaron a su hombre más brillante contra. el gris candidato oficialista, lograron superar el listón del 40%. Han perdido también la escaramuza de la proporcionalidad amplia en el Comité Ejecutivo. Aunque contaban con un buen respaldo entre los delegados, que no hizo sino aumentar conforme avanzaba el congreso, los órganos de decisión de UCD han quedado en manos de lo3 oficialistas.

Pero si la pelea de los críticos por la democratización interna no les ha deparado éxitos en su propósito de ocupar un espacio mayor dentro de la Comisión Ejecutiva, la dinámica por ellos desataca ha regalado a los oficialistas la doctrina de que el partido debe controlar, vigilar y orientar al Gobierno. Precisamente cuando Adolfo Suárez abandona el Gobierno para atrincherarse en el partido los críticos, que sólo pueden contar para sus planes con el Gobierno, en el caso de que Leopoldo Calvo Sotelo esté dispuesto a aceptar su juego, reparan en que el partido se erige en una instancia autónoma y superior que se les escapa.

La cercanía del II Congreso a la dimisión de Suárez facilitó, en cambio, la estrategia de los oficialistas, los cuales, por otra parte, tenían a su favor esa baza impagable en las maniobras políticas que es correr con la iniciativa. Los apoyos que podía restarles la renuncia del presidente, en el sentido de potenciar un corrimiento de tierras en provecho de¡ sector crítico, lo contrapesaban las emociones solidarias con el defenestrado de la Moncloa y también seguramente el vago temor de los indecisos u oportunistas a un regreso triunfador y flamígero, a corto o medio plazo, de un Adolfo Suárez al que hubiera transmigrado el alma del conde de Montecristo. El hecho de que el dimitido presidente abriera el congreso con un discurso y de que su posterior encierro en un mutismo altivo pusiera todavía más de relieve su condición de padrino máximo de los oficialistas no hizo sino confirmar la extendida sospecha de que su retirada ha sido tan forzada como provisional y que entre sus planes figura recuperar el poder tan pronto como las circunstancias se lo permitan. Si bien algunos opinan que sólo vuelven los De Gaulle, pero nunca los Suárez, también es cierto que nuestro país no ha pasado todavía de la escuela primaria de la vida pública democrática y que no es del todo seguro que los adversarios de Suárez conozcan mejor que él la teoría y la práctica de ese duro oficio que es la profesión política entendida como conquista y retención del poder.

En cualquier caso, UCD sale de este congreso debilitada y semiescindida. Los oficialistas han dejado pasar el balón de la derechización, pero han segado los tobillos de los hombres del equipo critico -procedimiento, por lo demás, muy usual en política-, que hasta ahora la habían propugnado. La separación entre esa línea política preconizada antes por la minoría y en el futuro por el Gobierno, y el control del partido ejercido por la mayoría no tiene más instrumento de mediación que la figura del nuevo presidente del Gabinete, situado así por encima de las facciones y de los grupos, como en los mejores tiempos de Suárez. Leopoldo Calvo Sotelo va a quedar «expuesto», para utilizar la broma que él mismo solía gastar a Landelino Lavilla, en medio de los unos, atrincherados en el aparato de UCD, y de los otros, auspiciadores de unos cambios en la línea política cuya administración les puede ser arrebatada.

Queda todavía por ver si UCD, casi rota en estos momentos en dos proyectos de partido, puede recomponer su maltrecha convivencia en torno a la figura del presidente del Gobierno, sobre el que recaerían, en tal caso, poderes y atribuciones, rechazados por el programa de democratización interna y de subordinación del Gobierno al partido predicado hasta el presente por los críticos. Y queda también por comprobar cómo va a funcionar la articulación entre el partido y el Gobierno, formulación teórica cuya dimensión práctica sería averiguar la cuota de poder real que van a retener Suárez y sus hombres dentro del partido, y Leopolde Calvo Sotelo y sus ministros dentro del Gobierno. Todo ello, naturalmente, en la perspectiva de las elecciones generales que han de celebrarse antes de marzo de 1983, como quien dice a la vuelta de la esquina, y del líder que encabece, en esa ocasión, las listas centristas. Aunque no es fácil visualizar el retrato de Leopoldo Calvo Sotelo compitiendo con el de Felipe González en la campaña, resulta decididamente inimaginable el de Agustín Rodríguez Sahagún en tan decisivo empeño. Porque el momento de la verdad no es el congreso de un partido, cuyos delegados pueden o no representar la voluntad de los afiliados y simpatizantes, sino las elecciones generales. Esas elecciones que ganó Adolfo Suárez en dos ocasiones, pero que los críticos o los hombres de la tercera vía todavía no han ganado.

10 Febrero 1981

Festival de personalismos

ABC (Director: Guillermo Luca de Tena)

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Los resultados políticos del Congreso de UCD son mínimos, aunque pensando en el futuro inmediato no deban ser, quizá, menospreciados. Del Congreso ha salido, de momento, y es dato importante, confirmada la posibilidad de que UCD continúe en el Gobierno con Calvo-Sotelo. Y, además, bajo la presidencia de Rodríguez Sahagún, UCD se mantiene unida como partido, pese a sus tensiones internas. No es en verdad copiosa cosecha ni logro brillante. Pero tampoco es un resumen completamente negativo. O un horizonte cerrado.

Desde otros muchos punto de vista, en cambio, el Congreso de UCD en Palma ha sido un fracaso. El Congreso de un partido político no puede convertirse, como ha ocurrido, en un festival de personalismos, en una algarabía de tendencias, de espaldas a los asuntos principales que debían haber debatido los congresistas – las ponencias, la ideología, etc. – y de espaldas también, y es lo más grave, a los acuciantes problemas nacionales. Durante el Congreso, los compromisarios, en su conjunto, han dado la impresión de vivir en otro planeta. En las imágenes de televisión parecían discutir y gesticular en otra galaxia.

Esta actitud linda con la irresponsabilidad política. ¿Cómo justificarán los hombres de UCD no haber abordado en la sesiones de Palma los grandes problemas – el terrorismo, la situación económica, el paro, las dificultades internacionales – y haber dedicado horas a inútiles y confusas discusiones sobre votaciones internas e internas definiciones irrelevantes? De cara a los electores de UCD el defecto habrá sido, por fuerza, deplorable.

Un partido político con representación parlamentaria tan numerosa, que está en el Poder y en él desea seguir, no debió jamás, por muy crispadas que fuesen sus disputas internas dejar que su Congreso resultase tan escasamente constructivo, tan poco válido, tan inútil. Porque si se descuenta un discurso importante, en el fondo y en la forma, el revelador discurso de Landelino Lavilla, tampoco ha servido al Congreso de UCD para alumbrar una personalidad nueva en el partido ni para revalorizar nombres conocidos en sus filas.

Aunque la ocasión sea ya irrecuperable, pueden los compromisarios de UCD, y los principales del partido, obtener un adoctrinamiento del Congreso: agrupados, por encima de sus diferencias, son un partido; si se escinden será muy poco o será nada cada parte. Se disolverán engañados por el espejismo de su importancia personal.

Pero, en fin, ahora es otro asunto. Ahora afronta UCD una renovada ocasión de Gobierno. Ahora, con ponencias debatidas o sin ellas, con ideología aceptada por todos o criticada por algunos, tiene que plantear una política y tiene que llevarla adelante.

Es posible, porque en la política se multiplican las posibilidades, que esos mínimos acuerdos del Congreso de UCD, a los que nos referimos al principio, sean suficientes para que el partido se rehaga desde ellos. No va a resultar, evidentemente, tarea fácil. Ni exenta, quizá, de sacrificios. Pero después de su desperdiciado Congreso en Palma de Mallorca, a UCD no le queda más salida que reagruparse y superar la posición desventajosa en la que se ha colocado.

El Análisis

EL 'CRACK' DE PALMA DE MALLORCA

JF Lamata

El de Palma de Mallorca fue el más célebre de los congresos de UCD (que tampoco tuvo tantos). Inicialmente el Duque de Suárez quería que fuera un congreso para reforzar su figura, viendo que iba a ser más bien al contrario, optó por aplazarlo y finalmente por renunciar, por lo que el congreso dejaba de ser el lugar donde se decidía ‘Suárez sí’ o ‘Suárez no’, para ser el congreso de ‘la sucesión’.

El hecho de que el Sr. Calvo Sotelo no tomara parte en las candidaturas demuestra un intento de dejar la estabilidad del Gobierno al margen de las disputas internas de UCD, ¿qué disputas eran esas? Básicamente entre los que querían que la UCD siguiera siendo ambigua y que mantuviera unas posiciones zigzageantes frente a los que pensaban que UCD debía consolidarse como partido de ‘centro-derecha’ para evitar que sus votantes (en su inmensa mayoría de ellos de ese espectro sociológico) siguiera votándoles a ellos y no se pasara a las filas de ‘fraguismo’ de Alianza Popular, como genuina referencia del centro-derecha. UCD optó por seguir el camino de la ambigüedad. Y pagaría las consecuencias.

J. F. Lamata