1 noviembre 2010

Triunfo de la candidata heredera de Lula mientras que la candidata socialista Marina Silva, cayó en primera vuelta

Elecciones Brasil 2010 – La izquierdista Dilma Rousseff vence al socialdemócrata José Serra y será la primera mujer presidenta

Hechos

En octubre de 2010 se celebraron elecciones presidenciales en Brasil en las que triunfo la candidatura de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores.

01 Noviembre 2010

Votar al éxito

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El presidente Luiz Inácio Lula da Silva se retira -al menos de momento- tras ocho años de mandato con los índices de popularidad -supera el 80%- más altos que jamás haya conocido un presidente de Brasil. La campaña de su delfín, la ex ministra y ex izquierdista radical Dilma Rousseff, ha sido diáfana. Yo soy la continuadora, ha dicho menos que entre líneas, en lo que casi coincidía con las críticas de la oposición, aunque esta en vez de continuadora prefería hablar de marioneta. El propio presidente se ha volcado en apoyo de su candidata, aunque, muy formal, ha subrayado que espera que Rousseff cubra los dos mandatos consecutivos que permite la Constitución.

Los brasileños han sabido, sin embargo, matizar entre el saliente y la entrante, porque aunque le dieron a Rousseff ya una confortable ventaja en primera vuelta, la candidata ha tenido que esperar a la reválida de ayer para convertirse en la primera mujer que llega a la presidencia del país. Entre su mentor y ella hay todavía una innegable brecha de carisma. Pero aun así, una mayoría de ciudadanos ha votado tanto o más por Lula cuando nominalmente lo estaba haciendo por su sucesora, y tal era la densidad del elogio al presidente ex metalúrgico y ex sindicalista que el candidato de la oposición, el líder del partido socialdemócrata, José Serra, ha tenido buen cuidado de no atacar a Lula directamente porque su baza se basaba en convencer al votante de que Rousseff no daba la talla como sucesora.

La campaña ha sido desagradable sobre todo para la vencedora por las frecuentes incursiones de lo religioso, sobre si los candidatos eran o no creyentes -Lula y Serra son católicos activos, pero no la sucesora-, sobre si eran contemporizadores con el aborto -siempre Rousseff- o el fantasma del cáncer linfático del que aparentemente ya se ha curado la presidenta electa. Pero en ese sufragio otorgado a Lula-Rousseff, a quien también votaba una mayoría de brasileños era al éxito; al éxito nacional e internacional de su país que se expresa en la considerable reducción de los índices de pobreza gracias en gran parte al programa Bolsa-Familia; a la obtención del Mundial de Fútbol para 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016; a los macroíndices de crecimiento en plena crisis financiera mundial; a la actividad incesante en la escena internacional que ha llevado a Lula hasta interferir en la política de EE UU con respecto al programa nuclear iraní o a ofrecerse como mediador en Oriente Próximo. Ese público ha parado mientes más en la bendita osadía planetaria de su presidente que en los resultados de sus gestiones, necesariamente limitados.

El mundo que deja atrás Lula parece, en todo caso, sustancialmente distinto al que recibió en 2002. Las aspiraciones brasileñas de gran potencia datan de los años treinta del siglo pasado, con la presidencia de Getulio Vargas, pero solo ahora, a fin de la primera década del siglo XXI, se les puede comenzar a dar algún crédito.

01 Noviembre 2010

Brasil comienza hoy a vivir el lulismo sin Lula

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Los brasileños han elegido a Dilma Rousseff para que encarne la continuidad de Lula da Silva en la dirección del país. Al cierre de esta edición, con más del 99% de las papeletas escrutadas, la candidata del Partido de los Trabajadores lograba un 56% de los votos frente al 43% de su contrincante, el socialdemócrata José Serra.

Rousseff, la primera mujer que presidirá Brasil, era hasta ayer, antes que nada, la candidata de Lula. No es exagerado decir que lo que se refrendaba en las urnas era el legado del presidente saliente. Las elecciones se han disputado a la sombra del hombre que ha llevado al país más grande de América Latina al periodo más fructífero de su Historia. Lula abandonará el cargo con una popularidad récord del 80% después de agotar los dos mandatos que establece como tope la Constitución.

La próxima presidenta carece de la personalidad, del carisma y de la simpatía de su mentor. Hija de un emigrante búlgaro, la oposición ha visto en ella a una peligrosa izquierdista, como consecuencia de su conocido pasado de guerrillera y revolucionaria durante la dictadura brasileña de los 60. Pero también es cierto que Lula llegó al poder con el mismo estigma, por su ascenso desde el sindicalismo y su discurso vehemente, y a la hora de la verdad mantuvo las grandes líneas liberalizadoras de la política económica de su antecesor, Cardoso. Eso sí, las supo combinar con ambiciosos programas sociales que han permitido sacar de la miseria a millones de personas. Mientras con una mano Lula privatizaba empresas públicas mastodónticas y deficitarias, con la otra impulsaba iniciativas como la Bolsa de familia, que garantizan comida y educación a los más pobres.

En sus ocho años como presidente, Lula ha consolidado la seguridad jurídica en su país, lo que ha generado confianza e inversión. A partir de ahí, con 200 millones de habitantes/consumidores y una enorme riqueza en materias primas, se obró el milagro brasileño.

Hoy Brasil es la octava economía del mundo y continúa en expansión, con tasas de crecimiento similares a las chinas. El FMI prevé que, en plena crisis mundial, el país crezca este año un 7,5%. Aunque hay quien alerta ya de una posible burbuja económica, Brasil es hoy la locomotora de Sudamérica, líder de la región y foco de atracción de grandes inversiones, muchas de ellas españolas. Acogerá el Mundial de Fútbol de 2014 y Río de Janeiro será la sede de los Juegos Olímpicos de 2016.

Aunque no será oficialmente hasta el 1 de enero cuando Rousseff asuma la presidencia, bien puede decirse que Brasil comienza hoy el lulismo sin Lula. La heredera tiene el reto de mantener los éxitos, pero también la obligación de evitar los errores de su padre político. Unos tienen que ver con los repetidos escándalos de corrupción que han salpicado al Gobierno y otros, con la errática política exterior.

Lula no sólo ha hecho la vista gorda ante la violación de los derechos humanos en regímenes como los de Chávez o los Castro, sino que ha respaldado públicamente a estos dictadores. Horas después de la muerte de Orlando Zapata a causa de su huelga de hambre, el presidente brasileño comparó a los disidentes cubanos con delincuentes comunes. Sorprendió e indignó igualmente su apoyo al programa nuclear iraní, a contracorriente de la comunidad internacional.

Queda por ver ahora hasta qué punto Rousseff se deja guiar por Lula y habrá que contrastar también las verdaderas capacidades de una presidenta aupada más por las circunstancias que por sus méritos personales. Hasta ahora Dilma Rousseff ha aceptado con gusto un tutelaje sin el que habría tenido mucho más complicado ganar. Ha llegado su turno.

05 Noviembre 2010

Cambios de ruta

Raúl Rivero

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Dilma Rousseff ha emprendido su viaje hacia palacio por un sendero despejado, cómodo, sin peligros de trampas o pantanos. Es un traslado con una buena banda sonora y en compañía de su amigo querido Luiz Inácio Lula da Silva, que abrió ese camino, dio los machetazos iniciales y, después, la escogió a ella para siguiera con el trabajo de desbrozar la selva.

Esa marcha triunfal es un fenómeno en América Latina. Se produce en un país que vive un proceso democrático y en el que se puede tocar, ver y sentir el crecimiento de la economía y las ventajas para grandes sectores de la sociedad, antes olvidados en un territorio de geografía amplia y sin precisiones, unos puntos más allá de la miseria.

La presidenta electa de Brasil va en ese coche con el fulgor añadido de ser la primera mujer que ocupa ese cargo en su país -un subcontinente- y con un apoyo popular que une los resultados de la votación (12 puntos por encima de su adversario) a la herencia de su mentor.

La señora Rousseff no para de decir que honrará su compromiso preelectoral de acabar con la pobreza y dar oportunidades para todos sus conciudadanos. Ha prometido, además, no hallar descanso mientras haya brasileños con hambre y niños abandonados.

Ella seguirá, según ha dicho, las líneas generales de los programas de su antecesor que también le han dado relieve internacional a la nación y la han reafirmado en el liderazgo de la región.

Como debe ser, Dilma Rousseff le pondrá al mandato sus timbres personales. En esos aportes privados, en esos gestos de cosecha propia, es donde se espera que el nuevo Gobierno brasileño le reserve algunas infidelidades a Lula da Silva, un hombre que ha comparado los presos políticos de la dictadura cubana con los delincuentes de Río de Janeiro. Y se comporta como un abuelo complaciente con personajes como Hugo Chávez y Evo Morales.

Por allá se aspira a que su experiencia como luchadora clandestina y prisionera política durante dos años de una dictadura le haga comprender mejor el destino de los países que viven regímenes totalitarios y el de los que sufren bajo la amenaza de caer en manos de hombres embelesados por el poder total.

El veterano luchador y ex preso político, el presidente de Uruguay, José Mújica, ha dado una buena lección en ese sentido. Encontró una salida sabia donde se concilian sus ideas políticas y los tiempos que corren. Dijo que él es, efectivamente, un referente de la izquierda. Y también un referente de la tolerancia.

09 Noviembre 2010

Dilma y la sartén de Lula

John Müller

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Si hay una economía que está recalentada en el planeta es la brasileña. Ha crecido a una tasa del 8% durante 2010, pese a que su PIB se contrajo un 0,2% en 2009. En gran parte este fenómeno obedece al año electoral que acaban de zanjar con la elección de Dilma Rousseff como sucesora de Lula da Silva, que se marcha con un 80% de popularidad.

Basta poner un pie en las calles de una ciudad brasileña para advertir que los precios están desbocados, aunque su IPC (5,4% en 2010) no lo refleje. Esto se debe a que Lula ha hecho lo mismo que hicieron durante años sus antecesores: inundar el mercado de liquidez para garantizarse la continuidad o el triunfo de lo que los mexicanos de los tiempos del PRI llamaban «el dedazo».

Las inundaciones de liquidez pueden provocarse por distintos métodos. Barack Obama lo hace dándole a la maquinita de imprimir billetes, emisión monetaria sin respaldo productivo. Otra forma de hacer lo mismo es bajar los tipos de interés y facilitar dinero barato a todos, un método elegante, habitualmente utilizado en Europa. Por último, a los gobiernos de centroizquierda siempre les ha gustado recurrir a la brusca expansión del gasto corriente, porque les permite crear amplias y fieles clientelas. Y eso es lo que ha hecho Lula, cuyo segundo mandato contó con un papel mucho más activo del Estado.

Esto ha dejado a Brasil enfrentado a una serie de problemas: un creciente déficit por cuenta corriente pese a que la balanza comercial es positiva y el flujo de inversión extranjera es el más importante de su historia; una elevada carga fiscal (un 35,8% del PIB en 2008, niveles casi europeos para un país emergente); un abotagamiento del sector público que se ha vuelto ineficiente, y una notable carencia de infraestructuras (aunque éste es un problema endémico de Brasil porque ya en la década de 1950 hubo golpes militares que fracasaron por los sempiternos atascos de tráfico).

Todo esto sitúa a Rousseff en la tesitura de plantear un gobierno con vocación reformista, que repita la jugada del primer mandato de Lula cuando éste se negó a romper con el legado liberal de Fernando Henrique Cardoso, o de entrar en la espiral de rupturas que tanto atraso provocó en la vecina Argentina.

El gran éxito de Lula se mide por la gráfica del tipo de cambio real (que valora una cesta de bienes) de la moneda brasileña -denominada real- frente al dólar. Cuando Cardoso lo creó valía lo mismo que un dólar. Primero se fortaleció y después empezó a perder valor hasta cotizar a 2,20 reales por dólar en 2002. Ahora, en términos reales, el real brasileño vale más que un dólar (el tipo de cambio nominal está en 1,68 reales por dólar). Ése y los 20 millones de personas que pasaron de la pobreza a la clase media, son las medidas del éxito de Lula.

Una guerra de tipos de cambio es la mayor amenaza que se cierne en este momento sobre Brasil. La decisión de EEUU de debilitar al dólar puede destrozar a su industria (y a las de otros países) y convertir en irremediables los desajustes creados por una política expansiva a la que la crisis le dio la falsa cobertura de parecer acertada.