24 abril 2022

Elecciones Francia 2022 – Macron es reelegido frente a Le Pen mientras que los partidos del antiguo bipartidismo se desintegran

Hechos

El 24.04.2022 se celebra la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia.

Lecturas

En abril de 2022 se celebran elecciones a la presidencia de Francia. Por segunda vez vuelven a enfrentarse Emmanuel Macron (En Marcha) y Marine Le Pen (Agrupación Nacional), que ya fueron los principales rivales en 2017. El resultado es el siguiente:

Primera vuelta (10 de abril de 2022)

  • Emmanuel Macron (La República en Marcha) – 27,85%
  • Marine Le Pen (Agrupación Nacional) – 23,15%
  • Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa) – 21.95%
  • Éric Zemmour (Reconquista)- 7,07%
  • Valérie Pécresse – (Los Republicanos) – 4,78%
  • Yannick Jadot (Los Verdes)- 4,63%
  • Jean Lassalle (Resistir)- 3,13%
  • Fabien Roussel (Partido Comunista) – 2,28%
  • Nicolas Dupont-Aignan (Levántate) –  2,06%.
  • Anne Hidalgo (Partido Socialista) – 1,75%
  • Philippe Poutou (Anticapitalista) – 0,77%.
  • Nathalie Arthaud (Lucha Obrera)- 0,56%.

Segunda vuelta (24 de abril de 2022)

  • Emmanuel Macron (La República en Marcha) – 58,54%
  • Marine Le Pen (Agrupación Nacional) – 41,46%

Con este resultado Emmanuel Macron queda reelegido como presidente de Francia. Las elecciones además demustran como los partidos tradicionales no levantan cabeza. El principal partido de derechas, Los Republicanos, ya no sólo ha sido superado por el antiguo Frente Nacional, sino también por la candidatura populista del periodista Éric Zemmour. A su vez el Partido Socialista ha caído casi a la inexistencia por debajo del 2%.

12 Abril 2022

Francia en peligro

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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Macron se convierte en la única respuesta frente al avance de los populismos y el cataclismo de las fuerzas moderadas

Francia se ha instalado en un territorio político peligroso. El buen resultado de Emmanuel Macron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, celebrada el domingo, es tranquilizador. El actual presidente no tiene nada ganado, pero parte con ventaja para poder derrotar, el día 24, a la ultraderecha de Marine Le Pen en la segunda vuelta y evitar así un cataclismo de la democracia en Francia y también en Europa. Y, sin embargo, estas elecciones, en las que los partidos históricos del centroderecha y del centroizquierda han quedado al borde de la extinción y las fuerzas populistas de todo signo constituyen una mayoría, emiten señales preocupantes. Francia no es un país cualquiera: es una democracia fundamental en la Unión Europea, potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

La catástrofe en las urnas es inapelable para el Partido Socialista, cuya candidata Anne Hidalgo no alcanza el 2% de los votos, un nivel propio de una fuerza extraparlamentaria. Miembro de la familia socialdemócrata europea, el partido de los presidentes François Mitterrand y François Hollande contribuyó decisivamente a la construcción de la Francia moderna y a la integración de la UE. Los Republicanos (la antigua Unión por un Movimiento Popular —UMP— de Nicolas Sarkozy y antes la Agrupación por la República —RPR, en sus siglas en francés— de Jacques Chirac, heredera del gaullismo) solo salen un poco mejor parados. Pero su candidata, Valérie Pécresse, queda por debajo del 5%. Juntos, los partidos que se alternaron desde los años ochenta y vertebraron este país no alcanzan el 7% de los votos.

Lo ocurrido en estas elecciones es el desenlace de un proceso que se puso ya en marcha en las presidenciales de 2017, que ganó Macron con un proyecto que despertó grandes expectativas pero que perdió fuelle al transformarse en una colección de recetas económicas desligada de las necesidades de los sectores más frágiles. Ahora ese proceso se ha acelerado. La agonía de los grandes partidos históricos deja un campo en ruinas tanto en la derecha como en la izquierda moderadas, y Francia pierde a dos formaciones europeístas y atlantistas que han defendido una economía de mercado regulada por la intervención del Estado y la redistribución. Queda un paisaje tricéfalo que revela cuánto ha cambiado la llamada vieja política, y se imponen unas formaciones que poco tienen que ver con la forma de gestionar los asuntos públicos que dominaba hasta hace solo unos lustros. En medio se sitúa el centro amplio de Macron, que incluye —entre sus dirigentes y entre sus votantes— a antiguos socialdemócratas y a desencantados de Los Republicanos. Y a ambos extremos, la derecha nacionalista y populista de Le Pen y la izquierda populista de Jean-Luc Mélenchon, el tercer candidato más votado, muy cerca del partido de ultraderecha.

No es culpa de Macron —ni tampoco de Le Pen ni de Mélenchon— que tanto socialistas como republicanos, víctimas de su indefinición ideológica, sus querellas internas y su desconexión con los desafíos de este mundo, se hayan inmolado y que sus electores se hayan pasado en masa a otras formaciones. Pero Macron lo ha aprovechado para consolidarse como única opción del sistema. Juega con fuego. Tanto Le Pen como Mélenchon, desde posiciones antagónicas en asuntos como la inmigración pero coincidentes en la retórica del pueblo contra las élites, impugnan el sistema. En Francia ha dejado de existir una posibilidad de alternancia en el consenso. Es una receta para la inestabilidad en Francia y un riesgo para Europa.

12 Abril 2022

Piensa, bestia

Arcadi Espada

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MACRON seguirá siendo presidente de Francia gracias a una ley electoral que parece especialmente diseñada para la bestia populista. Una primera vuelta para que se desfogue (o con Kahneman: para que el sistema 1 decida) y una segunda para que medite sobre su triste vida y decida el sistema 2. Esta ley manifiesta un aristocrático desprecio relativista por el propio sufragio universal cuando se interpreta desde los humores inmediatos del llamado pueblo. Es como si la democracia, ente superior a la suma de sus partes, les dijera a sus practicantes: «Piensa, bestia». Y el auténtico milagro es que lo hacen, como va a verse en quince días, cuando votantes de Mélenchon y de alguna otra facción hirsuta, sin excluir siquiera la lepenista, acudan a votar a Macron.

En el pasado, la ley permitía que una parte de los electores se envileciera votando a excrecencias de izquierda o derecha y luego uno de los dos partidos dominantes a izquierda y derecha gobernaran. Lo interesante desde la llegada de Macron al escenario es que ahora izquierda y derecha son excrecencias en sí mismas. Unos lo son por su tamaño, caso del Partido Socialista, de Anne Hidalgo o de los Republicanos de Valérie Pécresse, y otros por sus programas, caso de Marine Le Pen o Jean-Luc Mélenchon. La operación intelectual y política de Macron, que tiene su origen en el primer Sarkozy, fue despojar a izquierda y derecha de lo peor de sí mismas y atraer hacia su movimiento lo que juzgó razonable de cada una de ellas. El resultado es terminante y nítido. No es que la izquierda y la derecha se hayan hundido en Francia: es que la izquierda y la derecha son hoy en Francia la calumnia que expelen Le Pen y Mélenchon. La calumnia del racismo y la xenofobia, la calumnia antieuropea, la calumnia de Maduro y Putin. Para decirlo en términos ibéricos, la calumnia de la voxemia y el nacionalismo.

La ambigüedad macroniana respecto a los términos derecha e izquierda completa el rasgo principal de su política que es, justamente, el antiidentitarismo. De su política y hasta de su propia persona. Comprendo que para la tocinería dominante esto pueda resultar risible; pero a veces Macron parece, incluso físicamente, un sofisticado e higiénico producto de la inteligencia artificial. Su perentoria obligación en los próximos años, y en el próximo junio de las amenazantes legislativas, será la de convertir En marche en un proyecto político que cuaje sin su extraño y eficaz liderazgo. Pero antes habrá de vencer de nuevo. Le ampara este refinado sistema electoral de Francia. Felizmente antiidentitario, c’est formidable!

24 Abril 2022

Recoser Francia

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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Con Macron ganan la democracia y el europeísmo pero su margen frente a la extrema derecha se ha reducido

La reelección de Emmanuel Macron es una buena noticia para Francia y para Europa. El actual presidente de la República derrotó este domingo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales a Marine Le Pen. El candidato a la reelección gana con claridad pero la extrema derecha avanza significativamente. Macron es el primer presidente que sale reelegido desde Jacques Chirac hace veinte años: el éxito no es menor tras un quinquenio marcado por las protestas sociales y una pandemia. La victoria del candidato centrista y europeísta evita que la extrema derecha populista, nacionalista, euroescéptica y próxima a la Rusia de Vladímir Putin conquiste el poder en un país fundador de la Unión Europea y una potencia dotada del arma nuclear, con sillón permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y miembro de la OTAN. En la primera vuelta, Macron fue el candidato más votado con casi un tercio de votos, una base social sólida, pero su mayoría en la segunda vuelta no significa un voto de adhesión a él y a su programa, sino ante todo de rechazo a la extrema derecha. Le Pen reconoció su derrota pero no hizo anoche el discurso de la derrota sino el primero de la campaña para las elecciones legislativas de junio como candidata a primera ministra, al igual que hizo en su valoración de los resultados electorales el candidato de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon. La legislatura puede ser complicada para el ganador.

Macron gana pero con mucho menos apoyo directo que en 2017. No hay motivo de celebración ni para él ni para sus partidarios. La participación —las más baja desde 1969— se suma al avance de los extremos. En su discurso de anoche admitió explícitamente el voto que muchos franceses le han prestado por miedo a la extrema derecha. Lo verdaderamente difícil, para el presidente, empieza ahora. En los próximos cinco años, dirigirá un país en el que casi la mitad de votantes apoya una opción que llevaría a Francia a salir de la UE, y cambiaría por referéndum la Constitución para discriminar entre franceses de nacimiento y extranjeros, y en el que el voto de protesta contra el sistema, si se añade a la izquierda populista, supera ampliamente el 50%. Es una Francia dividida entre archipiélagos, según la terminología del politólogo Jérôme Fourquet: dos países, o más, que ni se hablan ni se entienden. Han quedado reflejados en el voto de este domingo: el próspero, urbano y multicultural de Macron, y el precario, provincial y blanco de Le Pen. El problema es que, debido al sistema electoral mayoritario por dos vueltas, el Reagrupamiento Nacional de Le Pen, a pesar de sus millones de votos, es de hecho un partido paria, sin grupo parlamentario en la Asamblea Nacional y con solo una decena de los 36.000 Ayuntamientos. Existe en Francia un problema grave de representatividad, que explica en parte estallidos sociales como el que protagonizaron los chalecos amarillos.

Si Macron quiere evitar que las revueltas en la calle atraviesen su segundo quinquenio y que las opciones populistas y nacionalistas sigan acercándose al poder, el objetivo de recoser la Francia fracturada debería ser una prioridad. No es sencillo, pero el presidente podría empezar por impulsar medidas para introducir la proporcionalidad en las elecciones legislativas, de modo que el Parlamento sea más representativo de la realidad del país. No es solo una cuestión de planes de inversiones ni políticas sociales, sino de hablar y escuchar a la otra Francia y romper las barreras de clase, educación y territorio. El presidente asumió en su primer mandato la concepción vertical del poder propia de la V República, pero ha anunciado ya su voluntad de ensayar un nuevo método. Podría consistir en consultas y convenciones ciudadanas para ensayar una forma de democracia más deliberativa. Francia ha enviado una señal a las democracias: cuando desaparecen algunos consensos compartidos, cuando se quiebra la representatividad de los partidos y los líderes son incapaces de hablar a todo el país (y sobre todo de escucharlo), las democracias se exponen a caer en manos de los extremos. Evitarlo es la principal tarea de Macron en su segundo mandato. Ahí se jugará su legado. Para Francia y para Europa.

25 Abril 2022

Macron y una legislatura clave para su legado

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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El alivio de su reelección no tapa los problemas de una Francia tocada

LA PRESIDENCIA de la V República francesa seguirá bajo el liderazgo de Emmanuel Macron. Así se confirmó ayer en unas elecciones en las que aventajó en más de diez puntos a Marine Le Pen. Al cierre de esta edición, el liberal concitaba el 58% de los votos frente al 41% de la ultraderechista. Tras cinco años de gran convulsión social, económica y sanitaria, el aún joven presidente ha revalidado su mandato, y lo ha hecho en un tablero político complicado y casi inédito en Francia. Con la certificación de la defunción de los partidos clásicos que otrora sostuvieron el sistema, se ha impuesto al radicalismo populista de Le Pen. Como escribió Paul Valéry, «la mémoire est l’avenir du passé», y por eso la primera en respirar tranquila ha sido la UE a través de Ursula von der Leyen, al comprobar que quien hoy es el principal baluarte del proyecto comunitario ha vuelto a ahuyentar ciertos fantasmas. Pese a ello, la reflexión crítica es obligada: el incontestable ascenso del lepenismo y unos niveles de abstención inéditos en 50 años son manifestación palmaria de varios problemas.

Le Pen ha mejorado en siete puntos su resultado de los comicios de 2017 y sería una necedad obviar que más del 40% de los votos han ido para una candidatura que representa un proyecto de país cuestionable y unos valores que no casan con los fundacionales de la UE. No es este un fenómeno que solo suceda en Francia sino de gran alcance por Europa. El desafecto del ciudadano hacia los líderes percibidos del sistema y alejados de la calle y de las cotidianeidades es una constante que continúa propagándose, como muestra de ello también es esta abismal abstención del 28,8%, insólita en el país desde los años 60. El ciudadano, desconectado de los estadios más globales y ahogado por sus dificultades domésticas, opta por el falso pragmatismo que ofrecen tentativas personalistas como el lepenismo. Una alternativa que por otra parte quizá haya tocado techo porque su gran limitación es la imposibilidad de captar a la mayoría en un país como Francia. De todas maneras, el aviso debe ser tomado en serio: sería una imprudencia creer que estas elecciones han sido un respaldo total al presidente, pues serán muchos los votos en los que ha primado el elegir el mal menor. La sociedad sigue desencantada con un sistema que no les ofrece ya credibilidad y a la que su Gobierno tendrá que ofrecer alternativas. A tenor de sus primeras palabras de ayer, Macron parece consciente: «Los que han votado por indignación a Le Pen deben encontrar una respuesta».

Todo ello no menosprecia su victoria, histórica por otra parte: es la primer vez que se renueva a un presidente sin que este forme parte de lo que se conoce como convivencia cuando el presidente de un partido convive con un primer ministro de otro. Lo que recuerda que todavía tendremos que esperar a las legislativas de junio para conocer la composición de la Asamblea, un asunto clave para saber hasta qué punto Macron tendrá las manos libres para reconstruir Francia. Su legado de estos cinco años será lo que quede.

25 Abril 2022

Francia: un alivio y un aviso

ABC (Director: Julián Quirós)

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La victoria clara de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales que se han celebrado en Francia representa una buena noticia para toda Europa. En estas graves circunstancias, con una guerra terrible en nuestro vecindario más próximo, una crisis económica en ciernes y en ausencia del liderazgo de Alemania al que estábamos acomodados durante las últimas décadas, lo mejor para la estabilidad de Europa es mantener la calma y evitar maniobras bruscas de ningún tipo. Ahora bien, no es bueno ni para Francia ni para Europa que un país central de la UE sea gobernado por un presidente al que una mayoría de votantes han respaldado solamente como mal menor, simplemente como remedio para evitar la victoria de la candidata nacional-populista, Marine Le Pen.

Macron no ignora que ha sido elegido no tanto por sus méritos sino por la insuperable alergia que Le Pen produce en una parte del electorado, mientras que una abstención de las más altas de la historia de la V República señala claramente que el grupo de votantes más numeroso es el de los que no han querido apoyar a ninguno de los dos candidatos, lo que puede interpretarse como una demostración de que no les importaba que hubiera ganado uno u otra.

Para aquellos que suelen hacer comparaciones, este sistema de votación a doble vuelta no es inmune a la realidad social que se vive actualmente en Europa, por lo que la fórmula sufre todas las tensiones que se han producido en esta pasada legislatura, desde la emergencia del movimiento insurreccional de los ‘chalecos amarillos’ a las grandes manifestaciones por las medidas contra la pandemia, han desembocado en un pulso entre un presidente poco o nada popular y una aspirante que suscita tantos apoyos como rechazo visceral. Todas esas tensiones socioeconómicas siguen latentes y van a reaparecer tarde o temprano como un factor divisivo en la vida de nuestros vecinos franceses.

Esta es la segunda vez que se enfrentaban los dos mismos candidatos, Macron y Le Pen, y los electores han asistido a este pulso, que seguramente será el último entre ellos, otra vez con esa angustia que no debería producirse en un acontecimiento del que dependen los próximos cinco años en la vida de todo el país. Los dos son representantes de sectores políticos que no vienen del organigrama tradicional de contrapesos entre los partidos de centro-derecha o centro-izquierda, que ha desaparecido totalmente del panorama político. Francia no es el primer país europeo donde se ha producido este fenómeno y la experiencia de lo que ha sucedido en otros casos constituye una advertencia de cómo el mecanismo electoral puede seguir funcionando, pero lo hace en una dirección que conduce a la práctica difuminación de la democracia.

En circunstancias normales, las dos derrotas deberían llevar a la retirada de Le Pen. Por su parte, Macron tiene que dedicar este segundo mandato que ha recibido –también algo extraordinario en las últimas décadas– para corregir esa deriva que erosiona los cimientos de la cohesión del país porque de otro modo lo más probable es que dentro de cinco años se enfrenten dos opciones igualmente populistas y demagógicas, solo que una de extrema derecha y otra de extrema izquierda. Macron tiene que dar un cauce positivo a ese descontento radical que, como se ha demostrado, es capaz de votar a cualquier opción extremista con tal de acabar con el actual sistema político.