12 julio 2000

Elecciones México 2000 – Vicente Fox (PAN) acaba con el régimen del PRI tras más de 70 años en el Gobierno

Hechos

Las elecciones presidenciales de México celebradas el 2.07.2000 dieron el triunfo al candidato del Partido Acción Nacional, Vicente Fox.

Lecturas

RESULTADOS:

vicente_fox Vicente Fox – Alianza por el Cambio  (PAN + PVEM) – 13.153.069 votos.

labastida Francisco Labastida – PRI – 12.317.210 votos

CuauhtemocCardenas Cuauhtémoc Cárdenas – ALianza por México (PRD + PT + SN + AS) – 5.650.750 votos

04 Julio 2000

Revolución en México

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Tardará tiempo en apreciarse la auténtica magnitud de lo sucedido este domingo en México tras la victoria del opositor Vicente Fox en las elecciones presidenciales. Ni siquiera los más optimistas en el equipo del presidente electo se atrevían a anticipar una derrota tan amplia (más de dos millones y medio de votos) del partido que durante siete décadas ha monopolizado el poder como heredero único del régimen surgido de la revolución mexicana. La propia limpieza de los comicios, calificados por la Fundación Carter de «casi perfectos», resultaba muy difícil de predecir.La posibilidad del cambio es imprescindible en una democracia, y ése ha sido el mejor argumento del populista de derechas Vicente Fox. Los mexicanos no le han reconocido al Partido Revolucionario Institucional (PRI) la capacidad de autorregeneración que proclamaba después de 71 años de gobiernos alcanzados en régimen de partido único o falseando el resultado de las urnas. Por ello, muchos ciudadanos que no se proclaman de la derecha han acabado votando al PAN. Han preferido el cambio a una supuesta identidad ideológica.

Hay que celebrar en las elecciones mexicanas no sólo su alta participación y su integridad -han sido inequívocamente las más limpias de que se tiene noticia en el mayor país hispanohablante del mundo-, sino el hecho crucial de que Fox haya ganado con una mayoría incontestable. México se ahorra así peligrosas disputas sobre la fiabilidad de los resultados, y quizá con ellas crisis políticas o económicas como las que han marcado los comienzos de cada uno de los cuatro mandatos presidenciales anteriores.

La derrota presidencial de ayer es la primera que reconoce el PRI desde 1929. Hasta fechas bien recientes, la verdadera elección se producía el día en que el PRI destapaba al candidato previamente designado por el presidente en ejercicio. Este ejercicio de cooptación, conocido como el dedazo, apenas necesitaba el trámite de una victoria electoral asegurada. Las urnas acaban de llevarse por delante ese oscuro modelo corporativo, esa formidable red de intereses sin ideología que lo penetraba todo. No es de extrañar que muchos mexicanos hayan vivido lo sucedido ayer como la caída del muro berlinés.

El crédito de este cambio hay que atribuírselo en su mayor parte al presidente actual, Ernesto Zedillo, a quien la historia de su país tendrá que reconocer un impulso reformista que ha hecho de México una democracia plenamente homologable. Durante su mandato superó el desastre financiero de 1995, hizo crecer la economía a un ritmo del 5% durante los últimos cuatro años, y por encima de todo, impulsó una reforma política muchas veces anunciada y otras tantas incumplida. Primero potenció la creación de un sistema de control electoral creíble, que se fogueó en las elecciones legislativas de 1997 y que superó su prueba de fuego este domingo. Luego renunció a nombrar a su sucesor y animó al PRI a hacerlo mediante primarias. En comparacion con el país que recibió de Carlos Salinas de Gortari en 1994 por accidente (tras el asesinato del designado Luis Donaldo Colosio), Zedillo dejará en diciembre a su sucesor un país en marcha, pese a sus gigantescas dificultades y desigualdades. Por primera vez un presidente mexicano cederá el poder pacíficamente a un político opositor.

Vicente Fox ha sido votado mayoritariamente por votantes urbanos de clases medias, pero también por muchos mexicanos desheredados que dejaron de creer en el PRI. En la mejor tradición caudillista, el ex gobernador de Guanajuato y ex ejecutivo de Coca-Cola, tan obstinado como impulsivo, ha prometido mucho, probablemente demasiado, a cien millones de mexicanos. Su tarea no es envidiable, porque en México se agranda el foso entre quienes tienen y quienes no (la desigualdad salarial en los años noventa se ha incrementado más que en cualquier otro país latinoamericano) a velocidad parecida a la que separa al norte y el sur. Un norte dinámico, muy vinculado al gran vecino estadounidense, y un sur rural, pobre e inaccesible, donde vive la mayoría de los indios nativos y todavía alienta la rebelión zapatista.

El presidente electo es hombre de cultura norteña, y, de creer su larga y enérgica campaña, debe ser el más capaz para hacer los cambios profundos y urgentes que necesita un país donde en seis años habrá 15 millones de nuevos votantes potenciales. Gobernar no será fácil con un Parlamento en el que el PRI y el PRD suman más escaños que el PAN y que pueden mancomunar sus votos como lo hicieron en la última legislatura el PRD y el PAN. Reformar el país política y socialmente y combatir la rampante delincuencia urbana son dos cometidos urgentes. Pero el nuevo presidente cuenta con un apoyo electoral inesperadamente contundente e indiscutible. Frente al regreso de Perú a la autocracia, México ha dado un salto democrático de gigante. Y nadie podrá restarle ese mérito a Zedillo.

08 Septiembre 2000

Fin de época.

Enrique Barón Crespo

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Tomo prestado el título de un ensayo de Carlos Fuentes, escrito hace un sexenio, para plasmar mis impresiones tras una gira por el país azteca en la que he tenido la oportunidad de conversar, de platicar -¿por qué no?- con sus principales protagonistas. Le he añadido sólo el artículo, porque el tiempo ha llegado.Algunos hablan de nuevo régimen; otros, de periodo constituyente; pero el hecho es que el nuevo tiempo ha llegado porque los mexicanos han decidido la alternancia en el poder con la victoria de Fox. Cambio que ha sido posible gracias, por una parte, a la madurez cívica de los ciudadanos mexicanos que masivamente sacaron su cédula electoral (documento esencial para votar) y votaron, y por otra, al coraje político del presidente Zedillo, cuya primera acción de gobierno fue establecer las condiciones de equidad entre las fuerzas políticas, obrar en consecuencia acabando con el sistema del dedazo en su propio partido y, por fin, reconociendo el triunfo.

Nuevo tiempo que debe extenderse también a nuestra visión de México, tan llena de prejuicios y lugares comunes reiterados en la cobertura de nuestros medios a lo largo de la campaña. Dos hechos son decisivos: México es el primer país hispano, con casi 100 millones de habitantes. Compartimos el capital de la lengua, que ya no es monopolio nuestro y tiene nuevos brotes allende los mares, como dijo Octavio Paz. Si Bush y Gore están haciendo pinitos en español en sus campañas, no es como atención a España, sino más bien a la Nueva España. El segundo es que México es una potente economía con un rapidísimo ritmo de crecimiento y transformación, que en los últimos 15 años ha superado a los tigres asiáticos en crecimiento de sus exportaciones, diversificándolas (el petróleo ha pasado de suponer el 67% en 1985 al 6% en 1998); se ha integrado en la economía mundial no sólo ingresando en la OCDE y la OMC, sino sobre todo resistiendo el envite de formar el TLCAN, una zona de libre cambio con los EE UU, la economía más poderosa del planeta, y Canadá. Al mismo tiempo, los Estados norteños se están incorporando a industrias de alta tecnología, la Guadalajara de las corridas es hoy un émulo de Silicon Valley, mientras que las maquiladoras (industrias de montaje, confección…) se desplazan hacia el Sur, y en la misma Chiapas, en donde el subcomandante Marcos, que cambió el fusil por Internet, guarda un elocuente silencio, el café es recogido por trabajadores guatemaltecos. El último paso ha sido el Tratado de Asociación con la Unión Europea, destacado inversor, socio en lo comercial y, es de esperar, también en lo político-social.

La otra cara de esta realidad es que, a pesar de sus esfuerzos, los mexicanos no han visto apenas mejorar sus niveles de vida y protección social en los últimos 15 años, y han visto fundirse gran parte de sus ahorros y esperanzas con la devaluación que acompañaba al final de cada sexenio. Hecho que se añade a una muy irregular distribución de la riqueza y la renta. Mientras que la colonia de Las Lomas de Chapultepec, barrio residencial de Ciudad de México, registra la mayor concentración de millonarios del mundo, se estima que el 56% de la población vive en la pobreza y el 28% vive en la miseria (menos de tres dólares al día).

Ante esta realidad, el presidente electo Fox ha definido como ejes prioritarios de su acción de Gobierno los siguientes:

– Elevado ritmo de crecimiento económico y mejor distribución de la riqueza.

– Desarrollo de recursos humanos a través de un refuerzo de la educación / formación.

– Consolidación del Estado de derecho y reforma de la justicia.

Un programa ambicioso y nada conservador que cualquier Gobierno socialdemócrata europeo podría suscribir. Para poder aplicar esta política considera necesario el llegar al mayor consenso posible, que se podría concretar en unos «acuerdos de Chapultepec». Su referencia más usual son los Pactos de La Moncloa y la transición española. El elogio es de agradecer por quien lo hace, y aunque la historia nunca se repite, hay elementos interesantes en común, a pesar de la distancia entre ambas situaciones.

En lo político, la actual situación mexicana combina elementos de la transición española en junio de 1977 con noviembre de 1982. En mi opinión, no hay cambio de régimen como tal, pues nadie ha cuestionado el papel del presidente en un sistema muy jerarquizado, aunque se haya impuesto la tortura compartida, tanto al saliente como al entrante, de un larguísimo interregno de cinco meses, que de momento han sabido estabilizar ambos con inteligencia, dando signos inequívocos en lo económico que han tranquilizado a inversores y ahorradores. Ahora se abre una experiencia de cohabitación a la mexicana, en donde el presidente va a tener que convivir con un Congreso no afecto, con un PAN primera minoría en la Cámara de Diputados que le ha de soportar y apoyar, un PRI primera minoría en el Senado huérfano de liderazgo y con la mayoría de las gobernaturas de los Estados y un PRD en busca de identidad como izquierda y con la regencia de la capital. Situación inédita en México, pero mucho más normal en los EE UU o Francia.

En lo que respecta a España, el grado de incertidumbre política en el verano de 1977 era incomparablemente mayor; el resultado de las elecciones mostró una voluntad mayoritaria del pueblo español a favor de una nueva Constitución, pero con interrogantes sobre nuestra capacidad y el recuerdo de errores pasados que se acumulaban. En México, el reforzamiento del Estado de derecho y la reforma de la policía y la justicia requerirá un gran y sostenido esfuerzo y reformas constitucionales. Requerirá serias reformas, pero no es previsible que exija la apertura de un proceso constituyente. Sin duda, el punto crítico del ambicioso programa de reformas del presidente Fox será conseguir una reforma fiscal que afronte a la vez el aumento de los ingresos y una mayor equidad y progresividad en el reparto de la carga. Con unos ingresos del orden del 10% del PNB no se puede acometer una política decidida en el campo del desarrollo del capital humano y la salud. A la vez, tiene que preparar el Presupuesto del 2001 sin estar en el Gobierno y mostrar su voluntad reformadora, en la que hasta hoy sólo está el polémico proyecto de extender el IVA a alimentos y medicinas.

En este punto, la experiencia española sí puede ser aleccionadora, ya que, aunque no se recuerde, la primera ley que propuso el Gobierno de Suárez a las flamantes Cortes democráticas en julio de 1977 fue la Ley de Medidas Urgentes de Reforma Fiscal. En aquel momento, sólo 350.000 españoles declara-

ban en la contribución general de la renta, y esta ley, que llevaba el sello reformador de Paco Ordóñez y su equipo, incluía una panoplia en la que figuraban la reforma del impuesto sobre la renta, el impuesto sobre el patrimonio y el delito fiscal. Me tocó ser ponente en nombre del grupo socialista y la aprobamos mano a mano. Éste fue el primer paso para los Pactos de La Moncloa, negociados durante el verano, que permitieron hacer frente con retraso a las consecuencias de la crisis del petróleo de 1973 y romper con una inflación de más del 40% anual, que amenazaba con dar al traste con el proceso en una situación en que los sindicatos no habían sido reconocidos. En los pactos se contenía un catálogo de actuaciones modernizadoras que en gran parte inspiraron la modernización social y económica, con un acuerdo que reflejaba un amplio consenso social. A partir de ahí, en el Congreso hicimos la Constitución de día y la reforma fiscal de noche. Pero a partir de un acuerdo fundamental: una democracia moderna tiene, además de su nervatura política, una dimensión económica y social fundamental, en la que la conciencia ciudadana, reflejada en la contribución a las cargas generales, es esencial.

Es de esperar que esta experiencia, entre otras, ayude al presidente Fox en el sexenio que se inicia. Su éxito nos interesa, como españoles, por ser México el primer país hispano y cabeza de puente que articula las Américas; como europeos, porque la voluntad de transformar un acuerdo de libre cambio en un Mercado Común en las cuatro libertades (añadiendo la libertad de movimiento de las personas) y con políticas estructurales (regionales, sociales, de cohesión, medioambientales) suponen un éxito de nuestro proceso, y también a los socialistas y socialdemócratas, porque la reestructuración de la izquierda mexicana es un elemento mayor de nuestra dimensión latinoamericana. Hemos de seguir y apoyar este proceso para que el nuevo tiempo mexicano se convierta verdaderamente en un tiempo nuevo y prometedor para ese gran país.

04 Julio 2000

Hora Cumplida

Luis María Anson

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Estaba el PRI todavía en su apogeo – ganaría dos elecciones más – cuando un día, en su casa de México, me dijo Octavio Paz:

“La fórmula está agotada. México necesita la alternancia, aunque sea por la izquierda. El PRI deja un balance altamente positivo. Pero hay que cambiar porque el tejido de intereses creados nos va a asfixiar. Es necesario evolucionar hacia la democracia plena si no queremos que un día cercano estadle la revolución y la anarquía”.

Y me leyó el breve ensayo que estaba terminado: ‘Hora cumplida’. Lo conseguí para ABC y se publicó en España a la vez que en México. Tuvo un eco penetrante en medios políticos e intelectuales. El diario ‘Reforma’ y su director, mi querido amigo Junco, se convirtieron en la punta de lanza del cambio. Tuvo, además, el ensayo de Paz un lector que con el tiempo sería un personaje de excepción: Ernesto Zedillo. El asesinato de Colosio y el salto del ‘tapado’ situó a aquel hombre joven en la Presidencia de la República, convencido de la tesis de Paz: era necesario, era imprescindible democratizar a fondo la vida mexicana. A punto de terminar su sexenio, Zedillo pasará a la Historia, al margen de aciertos y errores, como el presidente que hizo posible la alternativa e instaló a México en una democracia plenamente pluralista. Desde la presidencia de Televisa Europa he sido testigo durante dos años de la palabra inédita que iba a germinar en la jornada del pasado domingo. Ninguna sorpresa para mí. Hace tres años, en un almuerzo en Los Pinos, me dijo Zedillo con palabras talladas: “Sería grave no escuchar el clamor del pueblo mexicano por el cambio”. Sabía que el hierro estaba derrotado. Pero se ha mantenido fiel a su partido hasta el final.

Los estudiosos de la política van a asistir a una experiencia única para el análisis y la reflexión: la transición de una dictadura de partido de setenta años a un sistema democrático pleno. Hay tantos intereses y de tal calibre por medio que se producirán inevitablemente traumas y fracturas preocupantes. Pero el buen sentido del pueblo mexicano podrá con todo. Octavio Paz tenía razón: hora cumplida. Y hora nueva para la construcción de un México esperanzado en el que se reconozca todo lo positivo que el PRI ha hecho por la nación, pero con la renovación ahora de caminos de libertad para el futuro. En los muros de uno de los grandes museos mexicanos se lee una frase que podría ser hoy la consigna para la gran nación de Rulfo y Rivera: “Estos toltecas eran ciertamente sabios Solían dialogar con su propio corazón”.

Luis María Anson