19 enero 1978

Primera crítica rotunda de un líder mediático de Madrid contra el Jefe del Estado español

Emilio Romero (EL IMPARCIAL) critica al Rey por apoyar al presidente Adolfo Suárez en una entrevista en la revista INTERVIÚ

Hechos

El 19 de enero de 1978 el director de EL IMPARCIAL, D. Emilio Romero, dedicó su artículo diario  a analizar las declaraciones de S. M. el Rey a la revista CAMBIO16.

Lecturas

El director de EL IMPARCIAL, D. Emilio Romero, al igual que el director de EL ALCÁZAR, don Antonio Izquierdo, publicaba diariamente un editorial firmado en portadal. Uno de los más destacados fue en el que criticó a S. M. don Juan Carlos I, siendo uno de los primeros diarios en atreverse a ello. ¿Motivo? En una entrevista a CAMBIO16, S.M. Juan Carlos I dijo apoyar plenamente la gestión del duque de Suárez como presidente.

En principio, la realidad democrática subordina al mínimo el vínculo de la confianza entre el jefe de Estado y el Presidente del Gobierno. Este vínculo en el franquismo era una realidad, ahora no sirve para nada. Está funcionando el evidente respaldo que con estas declaraciones se ofrece al Presidente Suárez por parte del Rey, cuando todavía estamos en un periodo de transición y es el líder – aunque prefabricado – de un partido político. Entiendo que el silencio y la discreción del monarca tiene que ser absoluta. (D. Emilio Romero, EL IMPARCIAL, 19-1-1978).

19 Enero 1978

¡Qué país!

Emilio Romero

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Estoy seguro que este artículo de hoy va a disgustar, o a contrariar, en algunos sitios donde el desagrado hacia lo que escribo – en ocasiones – ha de afectarme más. Pero me he hecho a la idea, con todos los riesgos que ello comporta, que mis deberes como escritor político, como periodista de este tiempo están por encima de mis comodidades. Prefiero no estar callado, a contribuir con mi silencio o con mis alabanzas a la confusión. Y si alguien intentara callarme por cualquier método, abierto o subterráneo, estoy seguro que no me habría de faltar alguna tribuna para decirlo. Mis archivos personales del viejo Régimen, cualquiera que hayan sido mis oropeles externos, están llenos de expedientes, de molestias, y de hostigamientos – por el intento de hacer un periódico abierto – que si ahora no muestro, es por decoro personal, y por no ofrecer en mi beneficio una biografía barata. Si entonces, con todas las limitaciones, hice lo que pude por ser un escritor libre, no voy a enmudecer ahora con la exigencia y el estímulo de la libertad.

Me voy a referir a las declaraciones del Rey a CAMBIO16. Estamos acostumbrados a que los más altos personajes políticos digan en las publicaciones de fuera, lo más original y atrevido, mientras que reservan pero la Prensa española lo menos interesante: sus discursos, sus tópicos, y sus valores contenidos. En este sentido hay que agradecer al Rey la deferencia que he tenido con CAMBIO16 y felicitar, sinceramente, al director de esta revista.

El Rey explica las razones y los métodos para el nombramiento de Suárez. Al parecer, el argumento principal fue el de su juventud. Le había insinuado su predilección, primero durante un partido de fútbol, y después dándole ánimos antes de que pronunciara su discurso sobre la reforma política del Gobierno Arias en el Parlamento. Había establecido un parangón entre el viejo y admirable Santiago Bernabeu, con tantos años a cuestas en la presidencia del Real Madrid, pensando que el tiempo era de los jóvenes. Salvando las distancias, no estaría mal desear al joven Presidente del Gobierno los éxitos y las glorias del Presidente de ese club, que lo convirtió durante muchos años en una gran referencia deportiva mundial. También es oportuno recordar al Monarca, con el afecto y respeto que la profeso, que los dos grandes triunfadores del a II Guerra Mundial fueron dos hombres muy metidos en años como Churchill y Roosevelt – dos estadistas de primer orden – y a la figura más representativa de la Alemanai contemporánea fue Adenauer con más de ochenta años. O De Gaulle, que hizo respetar Europa a los americanos, o Mao-Tse Zung [Mao Zedong] que construyó la gran China. Quienes únicamente pueden permitirse el lujo de ser jefes de Estado jóvenes son algunos Reyes – afortunadamente el Rey de España – por el mecanismo hereditario de la Monarquía y los designios de la Historia. A los Reyes no se les exige condiciones, sino nacimiento. Corrientemente, los políticos jóvenes maduran en los escalafones políticos. Un país no es un cobaya, y las experiencias podrían ser catastróficas. La actual cabecera de Poder en España – Estado, Gobierno y Oposición – es joven. Resulta un ejemplo de excepción que merece salir bien; pero ni es corriente, ni es obligado. EL talento no es cronológico, sino cronométrico.

Pero el caso es que esta predilección del Rey – que se revela ahora – se concreta en la presencia de Adolfo Suárez en la terna célebre del Consejo del Reino, para hacer el primer Gobierno de la Monarquía, sin cuya predilección hubiera sido imposible incluir su nombre, porque aquella clase política que componía el consejo del Reino, nunca se hubiera pronunciado por Suárez – seguramente con error – y no por otra cosa que por no estar situado todavía en una opción a tan alta responsabilidad política. De la misma manera que el método de designación de Carlos Arias Navarro tras la muerte de Carrero, fue obra personal de Franco, sirviéndose de los buenos oficios y lealtades de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, la designación de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno se revela ahora que es obra del Monarca, sirviéndose de los buenos oficios y lealtades de Torcuato Fernández Miranda, en ese momento, Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Eso ha quedado bien patente en las declaraciones a CAMBIO16. De la misma manera que tuvo el valor en tiempos del franquismo de inhalar con testimonios evidentes el comportamiento del Consejo del Reino, en la tribuna del Club Siglo XXI, y en un célebre y conocido artículo que provocó las iras de Valcárcel, ahora, tras la lectura de las declaraciones del Monarca, se deja inequívocamente claro la inutilidad institucional de ese Consejo, porque su decisiones que se han fabricado siempre desde la Jefatura del Estado. El Monarca designó a Suárez, exactamente como Franco lo hizo con el Almirante Carrero y Carlos Arias Navarro. Con idéntico método. La Historia podría darle la razón o quitársele. Ese es el riesgo.

No critico el hecho, porque el Rey empezaba el largo, valeroso y arriesgado camino de la transición y aspiraba a tener colaboradores de confianza. Pero desvelar este asunto con esas revelaciones de una predilección previa, y unas insinuaciones al interesado, pienso que correspondía decirlo a los demás, y no al Monarca. Ha tenido un alto grado de honradez.

Pero la afirmación que más ha impresionado a la gente ha sido esta: “¿Cómo no voy a confiar en Suárez? Si no confiara en él, como a veces algunos han comentado, no lo habría confirmado”.

En principio, la realidad democrática subordina, al mínimo, el vínculo de confianza entre el jefe del Estado y el presidente del Gobierno. Quien otorga la confianza es la soberanía nacional en manos del pueblo español mediante una mayoría parlamentaria. Podría el Rey ofrecer toda su confianza a cualquier personaje político, pero serviría de bien poco si este no contara en el Congreso de Diputados con la mayoría suficiente de asistencias para gobernar. Ese vínculo de confianza en el franquismo era una realidad. Ahora no sirve para nada. No serían métodos democráticos. Las preferencias y proscripciones ostensibles de don Alfonso XIII con algunos políticos y militares, no es deseable que sean repetidas por su nieto, aunque no fuera más que por lo que contribuyeron al triste desenlace de aquel reinado.

A este respecto es conveniente señalar que si el pasado 15 de Junio el conglomerado de Partidos en el poder, no obtuvo la mayoría absoluta, su confirmación inmediata resultó apresurada. En este caso la costumbre es abrir un periodo de consultas a los líderes de los partidos – para una contemplación de orientaciones y de asistencias – por parte del Jefe de Estado, y después pronunciarse por aquel que, efectivamente, pudiera obtener el respaldo necesario para gobernar.

Pero todavía hay un asunto que está funcionando en la cabeza de muchos españoles, como es – sin proponérselo al Monarca – el evidente respaldo que con estas declaraciones se ofrece al Presidente Suárez, por parte del Rey cuando estamos todavía en un periodo de transición; es el líder – aunque prefabricado – de un partido político, y tenemos delante las elecciones sindicales, las elecciones municipales, la Constitución, y probablemente las elecciones generales después de la Constitución. Entiendo que el silencio y la discreción del Monarca en estos momentos tiene que ser absoluta, porque podría interpretarse por el resto de los partidos como una inclinación afectiva de predilección o de preferencia por unos y no por otros, y esto en una democracia podría ser utilizado e interpretado como el respaldo real a un hombre y a la opción de poder que representa. Y precisamente cuando el gran argumento de la Monarquía es la de ser árbitro, no ponerse de parte de ninguno, y estar por encima de todos. En este sentido las declaraciones del Rey van a ser aprovechadas, probablemente por falta de matización en la expresión, y no por un deseo de que tengan esa interpretación y ese alcance.

Si se dice todo esto, no es con otro ánimo que con el de preservar el prestigio que ha alcanzado la Corona, no solamente por abrir al país a un proceso democrático necesario – cualquiera que haya sido el acierto de algún personaje político en su conducción – sino por la gran repercusión en el mundo, donde se alaba incesantemente al Monarca y se le reconoce la gran prueba de valor y de responsabilidad asumida. Lo peor que podría pasar en estos momentos es que apoyándose alguien  en esas declaraciones, o en algunos actos no especialmente bien explicados y organizados, distribuyera la sospecha de que lo que estábamos fabricado era una Monarquía presidencialista por la excesiva proximidad del Monarca a las personas y a los hechos políticos, en lugar de una Monarquía constitucional en la que el Rey asegura exclusivamente la permanencia y el vigor del Estado, mediante su obdeiencia y servicio a la Constitución.

Espero que este artículo no escandalice demasiado, porque si bien es verdad que los Monarcas, como tales jefes del Estado, merecen el respeto necesario y obligado – y además en mi caso, el afecto – es también sabido que las Monarquías democráticas son el resultado de una transferencia de poder, de participación y de voz al pueblo, y los escritores políticos no podemos ser figuras de barro. El pensamiento y los criterios de buena fe, cuando no son demoledores o interesados, son el rico caudal de un país que nadie puede, ni debe, cegar.

Emilio Romero