19 febrero 1978

Enfrentado al propietario del periódico, el banquero Domingo López

Emilio Romero rompe con EL IMPARCIAL a los dos meses de fundarlo, Julio Merino se convierte en el nuevo director

Hechos

El 18 de febrero de 1978 D. Emilio Romero dimitió como director de EL IMPARCIAL y rompió todo vínculo con el periódico, junto con él abandono el diario su hijo ‘Emilito’ Romero.

Lecturas

El 19.02.1978 Emilio Romero Gómez dimite como Director de El Imparcial por discrepancias con el propietario Domingo López-Alonso García. También dimite como subdirector su hijo Emilio Romero Montalvo y ambos abandonan el Consejo de la empresa editora. El nuevo director será Julio Merino González. Sus principales colaboradores serán Fernando Latorre de Félez como subdirector y Valentín González Álvarez como Redactor-Jefe.

Ajuste de cuentas de Emilio Romero contra Domingo López en INTERVIÚ. 

El fundador y director por poco más de un mes del periódico El Imparcial, D. Emilio Romero Gómez, concede una entrevista a la revista Interviú sobre su salida del periódico responsabilizando a D. Domingo López-Alonso García, propietario de la empresa de El Imparcial Editora Independiente y presidente del Banco de Valladolid. El presidente del Consejo de Administración de Editora Independiente D. Jorge Rodríguez de San José publica una carta abierta en El Imparcial contra su exdirector recordándole la elevada indemnización que se ha llevado.

INESTABILIDAD EN EL BANCO PROPIETARIO

bancovalladolid El Banco de Valladolid, entidad propietaria del periódico EL IMPARCIAL vive un proceso de cierta inestabilidad. El 3.02.1978 se anunció que su presidente D. Domingo López, vendía sus acciones (60%) al presidente del Atlético de Madrid. Al día siguiente el periódico DIARIO16 bromeaba en un recuadro «Se cree que Emilio Romero seguirá al frente de EL IMPARCIAL y que lo más probable es que se haga del Atleti». Al final el traspaso de acciones al Sr. Calderón no se produjo por desacuerdos económicos entre ambas partes y el Sr. Domingo López siguió al frente del banco. Una semana después anunció la destitución del Sr. Romero y su reemplazo por D. Julio Merino.

09 Marzo 1978

ASÍ ME DIERON LA PATADA

Emilio Romero entrevistado por Julián Lago

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Julián Lago – ¿Le han invitado a que se vaya o, pura y simplemente, le han dado la patada?

Emilio Romero – Ha sido, como diría Foxá, una patada a EL IMPARCIAL en nuestro culo. Un negocio de políticos y comerciantes. Ha sido un arreglo entre la empresa y el director. Aunque le explicaré las cosas a través de las cuales la iniciativa de prescindir de Emilio Romero parte de la empresa.

Julián Lago – Cuente, cuente…

Emilio Romero – Yo no conocía a Domingo López. Me llevó hasta él, con buena fe, Pedro Zaragoza, quien me dijo que tenía interés este banquero en conocerme. Creo que se equivocó López de personaje. Me llamaba para decirme unas ideas suyas y que yo las llevara a mis artículos. Le dije que lo que me sobraban a mí eran ideas y como lo que le sobraba a él era dinero, lo que tenía que hacer era un periódico. Y nos pusimos a pensar en ello. Traté de convencerle de que un periódico independiente podría ser útil a España, en su transición a la democracia, sin someterse a los partidos y tomando una posición crítica respecto al poder.

Julián Lago – ¿Pero él sabe algo de política?

Emilio Romero – Domingo López es físicamente como un cargador de muelle. Antiguo minero, había hecho una gran fortuna en el régimen franquista. Era primitivo, mal educado e inculto. Si mi viejo e inolvidable amigo Manuel Aznar me ve tratando de periódicos y de política con este hombre me echa una bronca. Pero yo admití la posibilidad de que su pánico pudiera financiar un periódico libre. Me equivoqué. Su pánico lo ha orientado a llevarse el dinero y su iniciativa fuera, a una industria de barcos en la Argentina y otros países americanos. Y a vender el Banco mismo a Vicente Calderón. Calderón me ha dicho cosas muy sabrosas de López. Pero tarde. Y Domingo López también me ha dicho cosas no menos sabrosas: que lo que estaba ocurriendo en España era un desastre, que avanzaba la izquierda y que el Gobierno era débil y entreguista.

Julián Lago – ¿No es amigo de Suárez?

Emilio Romero – Él me ha asegurado que no conocía a Suárez. Es más, que no tenía ganas de conocerle. Era, cuando hablábamos sobre el tema, también desdeñoso con el Rey.

Julián Lago – ¿El punto de partida de EL IMPARCIAL fue el de ser un periódico republicano?

Emilio Romero – No. En absoluto. Yo no me he planteado nunca el problema de la forma de Estado. He sido siempre más partidario de los contenidos que de los intereses (…) No me queda la menor duda de que la ‘Operación Romero’ tenía otros móviles. Mi sección ‘¡Qué país!’ era un mal desayuno para muchos. Y domingo López con alguna contrapartida, ha brindado la cabeza de Emilio Romero.

Julián Lago – ¿Con Domingo López ha tenido usted más que palabras?

Emilio Romero – Esto pertenece a la segunda parte; a los problemas políticos. Domingo López me llamó un día y me dijo que un inspector amigo suyo del Banco de España, le había dicho que como factorum de EL IMPARCIAL, la Moncloa había ordenado una investigación a fondo del Banco, de sus empresas y de su patrimonio personal. Esto me lo ha negado hace pocos días Vicente Calderón, que se ha hecho cargo del Banco. Las investigaciones parece que han sido las normales. El caso es que con este argumento me invitaba a cambiar de línea. Y lo rechacé. Afectaba a la línea de flotación del periódico y a mi prestigio profesional. Entonces le invité a que me vendiera el periódico, o que se lo vendiera a otras personas que garantizaban la línea fundacional. Si me prefería a mí, yo buscaría la ayuda económica necesaria.

Julián Lago – ¿A qué tenía miedo del Banco de España este señor? ¿Tiene acaso algo que esconder?

Emilio Romero – Pues yo eso no lo sé, serían cosas suyas, pero en cualquier caso ese temor es el que le indujo a decirme que el periódico no tuviera la línea política que en sus comienzos. Ya no volvimos a vernos hasta el veinticuatro de enero. Ese día convocó un Consejo de Administración.

Julián Lago – Justamente unos días después de que usted publicara el llevado y traído artículo del Rey.

Emilio Romero – Eso fue el diecinueve de enero efectivamente. Al Consejo de Administración lo citó en un inmueble sórdido y vacío de su propiedad en Goya, once. Todos estábamos allí muertos de frío y con abrigo. Era como una reunión clandestina. Aquello era una grosería y una desconsideración intolerable. El Consejo de Administración como ya dije, estaba constituido por empleados suyos. Todos eran sus servidores. Entonces se leyó un pliego de cargos contra el periódico. Se le ponían toda clase de defectos, cuando tenía poco más de un mes de vida desde su aparición y principalmente en la línea política y de economía, y se amenazaba al director a que si en treinta días no se enmendaba que lo cesarían.

Julián Lago – Usted no se callaría, lógicamente.

Emilio Romero – Les dije que me sobraban todos los días. Y no sabía si reírme o mandarles al a mierda. Ninguno de ellos tenía categoría para decirme a mí cómo tenía que hacer el periódico. Lo único que podía enseñarme López – y estoy seguro que no lo aprendería – es la forma de llegar desde picador de una mina en León a multimillonario y presidente de un Banco. La encerrona era propia de gente mínima. El espectáculo en aquella habitación helada y sin muebles, a punto de hundirse y objeto de próxima especulación, era de película americana de Chicago en versión ibérica. En esta misma sesión aumentaron el capital de la sociedad hasta cien millones de los veinticinco que tenía. Yo tenía la cuarta parte de los veinticinco – al capitalizar mi cabecera de EL IMPARCIAL – y al subir a cien me rebajaban a la dieciseisava parte. Como se me hubieran exigido cerca de veinte millones en esta ampliación, que dice la ley de Sociedades Anónimas, y yo no los tenía, me hicieron esta pequeña estafa legal. Pero no para ahí la cosa.

Julián Lago – ¿Ah no?

Emilio Romero – No. Desde la salida del periódico había nombrado López interventor general a no de sus empleados más próximos, y más confidenciales, de sus asuntos. Se instaló en el periódico y su misión principal era la de recadero e informador de López. Era una especie de comisario político y financiero de López. Estaba permanentemente metido en la Redacción, en el taller, en el montaje, desde donde pudiera vigilar todos los acontecimeintos y a todo el mundo.

Julián Lago – No se fiaban de usted. ¿Eh?

Emilio Romero – Estaba claro que López no se fiaba de mí. Y esto resultaba monstruoso. En esa reunión del Consejo a que me refiero propuso a este hombre para presidente, degradando a su hijo a la situación de Consejero. Allí llevó también esa mañana a un nuevo personaje con patillas a la manera de Curro Jiménez, que lo hizo secretario. El hombre que daba la cara conmigo a partir de ese día, fue su cónsul en el periódico, el nuevo presidente, su disciplinario recadero, el sonriente servidor, Jorge Rodríguez San José, de quien no puedo quejarme en materia de trato personal. Era un afable funcionario que cumplía su triste deber, yo creo que con gusto. Le dije una vez que tenerlo de presidente a mí me hacía reír mucho. No he vuelto a ver a López nunca más.

Julián Lago – Una duda: ¿El cambio que se le pedía era hacia la derecha?

Emilio Romero – No puede haber otra sospecha que ésta. He tenido siempre los ojos abiertos respecto a la España real. Se habían producido cinco millones de votos socialistas en junio. El Partido Comunista tenía más diputados que en la segunda república, la derecha estaba fragmentada por las ambiciones de poder y los protagonismos, la democracia era irreversible dentro de un proceso pacífico. Tenían que hacer un periódico que no desconociera esta realidad. Su exigencia era que fuera imparcial. Una especie de sueño que merecía haber salido. La gente descubrió pronto al dueño de EL IMPARCIAL. Yo tuve que negarlo para salvar el periódico. No obstante las relaciones a partir de ese momento se habían roto.

Julián Lago – Una vez rota sus relaciones con él, ¿Ha firmado la paz con Adolfo Suárez?

Emilio Romero – A Adolfo Suárez hace que no levo más de un año. Tiene una larga y absurda tradición de desconsideraciones y de hostilidades conmigo. Quien abrió el melón de esta situación fue Adolfo Suárez. Él sabrá por qué.  (…) No tengo ‘perra contra Suárez’ como dice Campmany. Lo veo en un trapecio y yo tengo silla de pista.

Julián Lago – ¿Tiene alguna noticia de la repercusión del artículo de marras en la Zarzuela?

Emilio Romero – Únicamente puedo anticiparte que es el artículo más famoso de mi larga vida periodística. Recibí testimonios innumerables de felicitación. Pero el artículo estuvo hecho con el afecto y respeto que tengo de antiguo a don Juan Carlos. A quien habría que acusar es al os que hicieron o aconsejaron publicar esas declaraciones del Rey en la revista CAMBIO16. (…) Por ese tiempo empezó mi rompimiento con López. López tenía ya otros acompañamientos. Esos del ‘brindis al Rey’. Me dicen que López, Enrique de la Mata y otros fueron a menear el rabo a la Moncloa y a la Zarzuela después de ese artículo. Lo que parece verdadero es que la cacería a Emilio Romero empezó entonces y lo que no está claro es quién va a caer en el cepo.

Julián Lago – ¿Pero cree usted que el Rey ha tomado parte en su separación de EL IMPARCIAL?

Emilio Romero – No. López, y los lópeces de su Banco, han querido brindar este servicio de defenestrar a Emilio Romero pensando sus asuntos económicos y políticos para así tener mejor acogida oficial. Téngase en cuenta que Domingo López tiene fincas con ciervos a donde lleva a ministros, a generales, a políticos. Esto lo ha hecho siempre. A lo mejor Emilio Romero era ahora la garantía de algún favor que en estos momentos tiene que pedir, o de algún servicio a sus intereses que tiene que solicitar. Se han engañado. Yo no voy a dejar de escribir.

08 Marzo 1978

Carta abierta a Emilio Romero

Jorge Rodríguez de San José

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Querido Emilio:

Tanta es tu generosidad conmigo que hasta me nombras en tus declaraciones a INTERVIÚ sobre EL IMPARCIAL y me das así un poco de la fama y popularidad que a ti te sobran. Gracias.

Al tratarse de ti, he leído cuanto dices con fervor y sin sorpresa. No en vano he tenido la oportunidad de tratarte y conocerte, aunque no en todas tus salsas.

Yo, aunque me consideres afable funcionario, no soy persona de archivos, pasillos y antecámaras. Me basta  con mi memoria para recordar algo – no todo – de lo que presencio, y, por ello, observo que en tus manifestaciones se prodigan las inexactitudes y afirmaciones gratuitas, platos que adobas con tu bilioso estilo de estos últimos tiempos. Desde luego, los años no pasan en balde.

Tienes, Emilio, un culo de oro. Cada vez que te dan una patada aumentan los saldos de tus cuentas bancarias, aunque, eso sí, tu conocida generosidad los merma con tanta rapidez como buscas nuevas fuentes de ingresos. Pero vives bien, que es lo que importa. Un poco amargado, per vives bien. Se ve que los treinta millones que te has embolsado gracias a las patadas de PUEBLO. Prensa y Radio del Movimiento y EL IMPARCIAL no te compensan de otras amarguras y, entonces, pataleas.

Tu paso por EL IMPARCIAL ha sido breve, pero sabroso. Tratándose de ti no podía ser de otro modo. Ya es mala suerte que en una encuesta que encargué y no tuve oportunidad – ni tiempo – de mostrarte, más del 90% de las personas a quienes se preguntó por qué no compraban EL IMPARCIAL contestase que porque tú eras el director. Parece que la gente no te ha perdonado aún tus cargos, tus cruces, tus premios pasados.

Demasiado sabes cuáles han sido las causas de tu amigable despedida de EL IMPARCIAL. Quiero ayudarte a refrescar tu memoria, tal vez algo abotargada últimamente. Uno de los motivos es que el periódico lejos de ser libre e independiente como deseábamos, se había constituido en una plataforma a través de la cual tú proyectabas tus devociones y tus resentimientos, tus debilidades y tus rencores. Esto es defraudar la confianza que en ti – sólo en ti – pusieron las personas que arriesgaron su dinero para que tú dirigieses un periódico, basándose en tus promesas de ecuanimidad, de servir una línea informativa imparcial y de opinión constructiva, y también en la oportunidad que decías merecer. Nada de eso hiciste. Dedicaste al periódico muchas horas, es cierto, pero de tu actividad y la de tu hijo surgieron problemas no con cinco miembros de la Redacción, sino con muchos más, incluyendo a empleados de talleres. Y también debes saber que esos redactores disconformes contigo lo estaban porque se percataron de que su lealtad y su adhesión a ti no eran correspondidas, que para ti eran sólo meros instrumentos de tus propósitos. Tú los utilizaste, no la empresa.

Hablas de tu bajo sueldo, pero te falta sumar a él lo que cobraban algunas de las personas que llevaste contigo a EL IMPARCIAL y cuyo cometido aún no he conseguido averiguar, a no ser que estuviesen destinadas a satisfacer necesidades muy particulares tuyas, que no del periódico.

El taller funciona, el periódico sale puntualmente a la venta con más páginas y color que cuando tú lo dirigías y tu hijo se enfrascaba en idear primores de confección, mientras el trabajo de la Redacción permanecía en su mesa, acumulado y retenido, en espera de su visto bueno.

Tu memoria, Emilio, es tan mala que ni siquiera recuerdas el momento en que asumiste la responsabilidad de que EL IMPARCIAL saliera en su fecha. Agradeciste aquella ocasión la confianza que se te dispensaba y el esfuerzo que la empresa decidía hacer por ti. Ahora pretendes descargar en ella tu fracaso y olvidas que, a veces, hay que tener el valor suficiente para ser sincero consigo mismo y dar de lado justificaciones que a muy pocos van a convencer, porque no todos padecemos amnesia. Prueba de ello es que tus deseos de aproximación a algunos partidos de la izquierda, tus ruegos de que colaborasen en EL IMPARCIAL con artículos de sus más destacados dirigentes, han sido correspondidos con el más absoluto de los desprecios. Esta es tu cruz, la izquierda te desprecia y la derecha te rechaza. Tú sabrás por qué. Quieres erigirte en paladín de la libertad e independencia de Prensa y sólo llamas la atención de aquellos que, movidos por sus incontenibles obsesiones escatológica, buscan hallar satisfacción en tu pluma. No te preocupes, porque de esos aún quedan muchos. Es tan curioso nuestro mundo que hasta la mierda llega a estar de moda.

Termino aquí, querido Emilio. Cerebro que no tengas queja de mi trato personal y recuerdes mi sonrisa. Indudablemente no conseguiste tu propósito de sacarme de quicio, por más que lo intentaste. Me dijiste una vez exactamente que la gente que sabía que yo era presidente de EL IMPARCIAL y tú el director se moría de risa. Esas fueron tus palabras, y las mías que hacer reír al prójimo era una forma de ser útil a los demás, que todas las mañanas ante el espejo del cuarto de baño, dedicaba un tiempo a reírme de mi mismo para inmunizarme de las risas ajenas. Acabé diciéndote que lo que realmente me preocupaba era lo incómodo, lo molesto que tendrías que sentirte tú, tan importante, con un presidente como yo, y te preguntaste qué solución veías para terminar tu incomodidad. Ese fue el fin.

He procurado ser tan respetuoso contigo como tú lo has sido con todos, incluso con la persona a la que haces profesión de respeto en tus declaraciones a INTERVIÚ. Los accionistas de EL IMPARCIAL No podremos pagarte nunca el favor que nos haces al negarnos la propiedad real de las acciones de que somos titulares. Estoy seguro de que en mi declaración de patrimonio el inspector de Hacienda no las tendrá en cuenta, porque una fuente informativa tan bien documentada como la tuya no puede ponerse en duda. Gracias, otra vez.

Jorge Rodríguez de San José

Presidente de Editora Independiente

Otra vez el partisanismo

Emilio Romero

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En la primavera del año siguiente, ese gran amigo mío y constructor legendario de la ciudad universal de Benidorm, Pedro Zaragoza, pensó que ese banquero improvisado y de ascendencia minera, que presidía el Banco de Valladolid, Domingo López, era un hombre sensible para fundar un periódico. Nos fuimos a cenar los tres, le noté maravillado con la idea que le ofrecí de resucitar EL IMPARCIAL, aquel gran periódico que duró desde los tiempos de doña Isabel II hasta más allá del destronamiento de don Alfonso XIII y cuyo título era mío, de la misma manera que lo era EL SOL, sin otro motivo que el de mi solicitud al registro correspondiente cuando ninguno de los grandes periódicos tenía dueño. Y empezamos la gran operación. Hacíamos la instalación en uno de los edificios que tenía el banco en las proximidades de la carretera de Aragón y llevamos adelante la adquisición de maquinaria moderna con arreglo a los nuevos sistemas de composición e impresión. La pretensión de salir antes de las elecciones generales de 1977 nos fue negada por el hombre que, precisamente, la restauraba; otra vez Adolfo Suárez. El ministro de Información, Andrés Reguera Guajardo, y el subsecretario, que era entonces el general Sabino Fernández Campo, se vieron en el doloroso trance de aplazar las cosas hasta después. Adolfo Suárez me tenía más miedo a mí que a Santiago Carrillo, que podría parecer un hecho asombroso y, probablemente, era natural. Santiago Carrillo conocía solamente la biografía de Adolfo Suárez, yo su biopsia. El caso es que en los primeros días de diciembre de 1977 sacamos EL IMPARCIAL a la calle. Unos días antes me había dirigido a más de un centenar de personajes políticos españoles con capacidad de escribir y de poseer variadas medidas de ingenio, con una carta en la que les decía lo siguiente:

“Queremos que el próximo día 6 de diciembre reaparezca EL IMPARCIAL, aquel gran periódico que tuvo más de medio siglo de vida y que fue uno de los grandes títulos que honraron la prensa española en los siglos XIX y XX. Aquel periódico tenía una línea liberal que en aquel tiempo era la identificación de la novedad o del progreso; aparecía con una gran independencia, alejado de las agrupaciones políticas, no comprometido con el poder y reclutó a la gente más importante de las áreas culturas e intelectuales. Los célebres ‘Lunes de EL IMPARCIAL’ eran universalmente famosos. Por todo ello, EL IMPARCIAL, a lo largo de toda su historia, fue un periódico moderno, actual y no regresivo o retardario. Ese espíritu de EL IMPARCIAL no puede desviarse ni desnaturalizarse La época es distinta a aquella, pero tenemos la obligación de localizar y servir en donde está ahora mismo lo nuevo o lo progresivo. Hemos constituido una redacción capaz de asimilar aquel espíritu y estamos obligado a ser honestos y rigurosos con el título. Una de mis iniciativas en la dirección de este periódico es que colaboren a diario los políticos y los intelectuales de todas las tendencias. Esa será como una muestra más de lo que nos proponemos con este periódico, pienso que es una idea muy saludable y con ello se presta un buen servicio a nuestro país”.

A esta carta tuve muchas respuestas y algunas de ellas emocionantes, de los invitados. Con una redacción nueva, y un alborozo inusitado. Pero otra vez no había remedio. El banquero mandó al periódico a una especia de vigilante, o de comisario de todo, a quien tuve que decir inmediatamente que donde había patrón no mandaba marinero, y que el patrón era yo. Se había atrevido en los talleres a excluir algún texto. En seguida descubrí las intenciones del banquero Domingo López. Había fundado un periódico para utilizarlo como artefacto de presión respecto al poder, en sus negocios bancarios y personales. Naturalmente mi persona se avenía mal con estos sujetos.

A lo largo de mi vida profesional, no acepté otros favores de algún poderoso industrial o banquero que alguna invitación a cazar perdices en la provincia de Toledo. Y sabían perfectamente que no había contrapartidas como remuneración a la perdiz.

El banquero se puso en seguida en contacto con los personajes del poder,  éstos le prometieron el oro y el moro a cuenta de mi cabeza, y yo escogí la libertad, porque no quería guerras sucias. Naturalmente, el poder no complació después a Domingo López y el banquero incitó, excitó y patrocinó una nueva línea del periódico, su propia desnaturalización histórica, no solamente contra los inquilinos del poder, sino contra la Democracia misma. Las dos cosas me regocijaron en los meses posteriores, y solamente lamenté la degradación de un título periodístico como aquel, que figuraba en las antologías de la prensa española y que echaron a perder la estulticia cerril de un banquero y las ambiciones desatadas de los personajes de su alrededor.  La redacción que dejé allí se desorientó en los excesos después de mi marcha, había sido seducida por el banquero y su comisario y sentía también los comprensibles estímulos de las ambiciones; lo triste es que no sabían que su entusiasmo, tras mi portazo, estaba en un callejón sin salida.