4 mayo 1971

Inaugura su mandato con un ataque a la República Federal Alemana a la que califica como "República Federal Imperialista"

Erich Honecker nuevo dictador comunista de la República Democrática Alemana tras la dimisión de Walter Ulbricht

Hechos

El 4.05.1971 Erich Honecker fue nombrado nuevo secretario general del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), el partido único de la República Democrática de Alemania (RDA).

Lecturas

ulbricht Walter Ulbricht, dictador absoluto de Alemania del Este desde la muerte de Wilhelm Pieck y máximo responsable de la construcción del Muro de Berlín (y por tanto responsable de las muertes que causó). Oficialmente se retiraba por ‘motivos de salud’. Desde medios occidentales se insinuó la posibilidad de que hubiera intentado liberalizar al régimen, lo que había llevado a la URSS a dictaminar su cese.

Honecker estará al frente de la RDA hasta su caída política en octubre de 1989 en medio de la crisis internacional del comunismo de 1989.

05 Mayo 1971

Ninguna perspectiva liberalizadora

Miguel Torres

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La primera pregunta que se abre tras la dimisión de Walter Ulbricht como primer secretario del partido comunista es la de si la República Democrática Alemana va a modificar las líneas principales de su política exterior. La respuesta, según todos los indicios, es negativa. Primero, porque Erich Honecker, sucesor de Ulbricht al frente del partido, es tan duro y ortodoxo como su predecesor. Segundo, porque su actitud estará determinada por los intereses del Kremlin.

En Alemania oriental no hay reformistas liberalizadores en activo. Los que había – la mayor parte de ellos procedentes de la Universidad – están en la cárcel. Algunos, desde julio de 1953, cuando Walter Ulbricht encomendó a los carros de combate soviéticos que aplastasen el primer movimiento liberalizador en un país del bloque socialista europeo. En realidad, había pocos matices diferenciadores entre Erich Honecker, Paul Verber, Willi Stoph o cualquier otro miembro del Politburó para sustituir a Ulbricht. Si se produjera en el futuro algún cambio en la actitud del Gobierno de Berlín oriental, principalmente en lo que se reifere a las relaciones con la República Federal, sería porque la Unión Soviética habría decidido aflojar la tensión por propia conveniencia y no porque un cambio en su más importante aliado en el Pacto de Varsovia determine una modificación en la trayectoria soviética.

La dimisión de Ulbricht del más importante de los dos puestos que ocupaba – el de primer secretario del partido – marca el comienzo de la caída del último de los dirigentes estalinistas del Este europeo. Viejo y enfermo, el gran peón del Kremlin a orillas del Elba se ve obligado a replegarse a posiciones de mera representación. La cuenta de ignominias personales y nacionales que deja Walter Ulbricht a sus espaldas es difícil de superar. No sólo sobrevivió a todas las purgas de Stalin, sino que fue cazador de miles y miles de comunistas, alemanes y extranjeros, a los que acusó de conspirar contra el Zar rojo. Se calcula en 3.000 el número de comunistas alemanes que setenció con su denuncia antes de llegar al más alto puesto del partido. Su estancia en España durante la guerra civil marca el aniquilamiento de numerosos antiestalinistas.

Dieciocho millones de alemanes quedaron prisioneros tras las fronteras de la República Democrática Alemana. El país fue arruinado por las compensaciones exigidas por Moscú en calidad de reparaciones de guerra. La política económica fue tan bruta y autoritaria como equivocada. Tres millones de alemanes orientales decidieron ‘votar con los pies’, es decir, huir. Walter Ulbricht aplastó con los carros de combate soviéticos el levantamiento de trabajadores de 1953. Después levantó el muro de Berlín para contar el éxodo a través de la capital. A partir de la construcción de esta barrera, en agosto de 1961, elevó espectacularmente el potencial industrial de la República Democrática Alemana, hasta convertir al país en el más rico de los satélites soviéticos. En 1968, alarmado ante la capacidad de contagio de ‘la primavera de Praga’, exigió la intervención militar soviética en Checoslovaquia.

La primera declaración de Honecker es una prueba más de dureza a propósito de Berlín, primera de toque de la voluntad comunista con respecto a la distensión.

Miguel Torres

09 Octubre 1989

Nada que celebrar

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EN POCAS ocasiones, las pruebas de un fracaso histórico han sido tan evidentes como en el 40º aniversario de la creación de la República Democrática Alemana (RDA), que acaba de conmemorarse en Berlín Este en presencia de numerosas delegaciones del mundo socialista. Al éxodo de unas 50.000 personas a Alemania Occidental hay que agregar las decenas de miles de manifestantes que, a pesar de brutales medidas policiacas, han expresado su repudio al régimen de Honecker en las calles de Berlín, Leipzig, Dresde, Jena, Potsdam y otras ciudades.Los manifestantes gritaban que ellos se quedan en la RDA, pero que aspiran a vivir en un país con libertad, diálogo, sin represión ni censura, significando a la vez su simpatía por Gorbachov como símbolo de la reforma. Desde 1953, cuando los tanques soviéticos aplastaron la revuelta de los obreros de Berlín, ha sido la mayor demostración popular y juvenil de protesta contra el régimen.

En esta situación, Gorbachov ha ido a Berlín Este con un doble mensaje: primero, que la RDA es el «aliado geoestratégico» de la URSS; que no se debe tocar el statu quo -división de Alemania- surgido de la II Guerra Mundial. Y en segundo lugar, que el Partido Comunista de la RDA debe tomar el camino de la reforma. Recalcó este punto al decir que era preciso «cooperar con todas las fuerzas de la sociedad para encontrar solución a las cuestiones que surgen del desarrollo de la República»; que todos los países se hallan arrastrados a «los cambios en el orden económico y político mundial», y que «quien llega con retraso es castigado por la vida». Si la brutalidad de que ha hecho gala la policía contra los manifestantes ha sido una primera respuesta negativa de Honecker a estos consejos refornústas, cumple subrayar, en cambio, que la tesis defendida por el líder soviético de que la RDA necesita «una reforma sin caos» que permita estrechar las relaciones entre las dos Alemanias sin poner sobre la mesa el tema, aún escabroso, de la reunificación coincide con los deseos de los Gobiernos occidentales.

Incluso al presidente Bush -como ha explicado recientemente un editorial de The New York Times- le interesa una reforma pragmática en la RDA, no la unificación alemana. En Bonn, el ministro de Exteriores, Genscher, enfrentándose con los que hablan de unificación, preconiza un «federalismo europeo y un federalismo alemán». Solamente los grupos de extrema derecha de la República Federal de Alemania (RFA), utilizando el éxodo de los alemanes del Este, insisten en su campaña pidiendo la unificación alemana ahora. Y existe una coincidencia objetiva -por paradójica que parezca- entre esa campaña revanchista y la política de cerrazón de Honecker, su negativa a las reformas, que puede ser la fuente de una desestabilización sumamente peligrosa para Europa en su conjunto.

El prusiano-comunismo de la RDA es uno de los fenómenos más anacrónicos de la Europa actual. Y lo ocurrido durante la conmemoración del 40º aniversario demuestra que, para sostenerlo, el recurso a la fuerza tendría que ser cada vez más duro. Pero la Europa de hoy no toleraría un Tiananmen en Berlín. Por ese camino, Honecker está condenado. Ha podido pensar que su salvación estaba en el fracaso de la perestroika en la URSS. Tales cálculos cada vez responden menos a la realidad. A la luz de lo que está ocurriendo en Varsovia y Budapest, es obvio que -al margen incluso de la suerte de la perestroika- no habrá retorno a un campo socialista homogéneo basado en el socialismo de cuartel.

El paso histórico dado por el partido comunista húngaro al decidir transformarse en un partido socialista europeo, enterrando concepciones caducas que le han llevado a terribles fracasos, no es sólo un fenómeno nacional. Refleja una evolución que se opera, más o menos deprisa, en los sectores más abiertos de las direcciones comunistas de los países del Este. Si Honecker es impermeable a los aires de lo nuevo, cabe esperar que personas de su equipo sean capaces de abrir cuanto antes la vía de una reforma necesaria e inevitable.