Estados Unidos, por decisión de Donald Trump, reconoce a Jerusalén como capital de Israel y traslada la embajada a esa ciudad

LA IRRESPONSABLE decisión de Donald Trump de escenificar el traslado de la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén ha provocado el más trágico enfrentamiento entre el ejército israelí y el grupo terrorista Hamás, que ha hecho un llamamiento a la población de Gaza para que acuda masivamente a concentrarse en la frontera. El resultado ha sido la muerte de 52 personas y más de 2.000 heridos, todos por disparos de soldados israelíes. Es cierto que Trump no ha hecho sino ejecutar una decisión del Congreso aprobada en 1995 por demócratas y republicanos, pero hacerlo unilateralmente, rompiendo el consenso internacional y las recomendaciones de la ONU, y elegir el 14 de mayo, fecha del 70 aniversario de la creación de Israel y de la conmemoración de la Nakba, en la que fueron expulsados o huyeron 700.000 palestinos, no puede calificarse sino de provocación.

Como Estado soberano, a Israel le asiste el derecho de defender sus fronteras, amenazadas desde el día de su independencia. Había terroristas de Hamás camuflados entre los más de 40.000 manifestantes. Pero Israel, justo por ser la única democracia de la zona, debería observar la ética de la proporcionalidad y dar una oportunidad a la diplomacia.