7 mayo 1987

Las comunidades judías azuzaron el boicot contra él en países como Estados Unidos

Países prohíben la entrada en su país del Jefe de Estado de Austria, Kurt Waldheim por su militancia juvenil en el Partido Nazi

Hechos

En mayo 1987 se conoció el veto a Kurt Waldheim, Jefe de Estado de Austria a pisar suelo en Estados Unidos.

07 Mayo 1987

Proceso al hitlerismo

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA DECISIÓN adoptada por Washington de prohibir la entrada en Estados Unidos al presidente de Austria, Kurt Waldheim, es un hecho sin precedentes. Ningún jefe de Estado ha sido objeto de una medida semejante. La decisión no se explica solamente por la fuerza de las organizaciones judías. El Departamento de Justicia norteamericano considera fundadas las acusaciones de que Waldheim participó en crímenes nazis en los Balcanes. Las negaciones de éste no han modificado esa convicción. Sus reiteradas versiones diferentes de su pasado a medida que han aparecido nuevos datos le han privado de credibilidad. No se trata sólo de EE UU: a los nueve meses de su elección, no ha podido realizar aún viajes al extranjero. Ello debería ayudar a los austríacos a comprender el error de elegir a un presidente complicado en unos crímenes que el mundo no puede olvidar.En estos días se están llevando a cabo, o preparando, algunos procesos contra personas culpables de crímenes contra la humanidad, desenmascaradas después de décadas de vida clandestina. Hoy, el Congreso Mundial Judío y el Estado de Israel desempeñan un papel decisivo para cortar cualquier tendencia al olvido. Pero, en el terreno judicial, ciertos procesos plantean dificultades serias. Lo demuestra el casó de Klaus Barbie, que comparecerá dentro de unos días ante un tribunal francés. Ha sido condenado dos veces a muerte, en rebeldía, por asesinatos y torturas cuyo relato resulta escalofriante. Pero ahora tiene que ser juzgado por crímenes distintos que entren en la categoría de «crímenes contra la humanidad» y no de «crímenes de guerra» que están ya prescritos. Ello ha dado lugar a discusiones bizantinas entre las persecuciones de judíos y de resistentes. Y, cuando ya no viven muchos de los que podrían denunciar con auto ridad tales maniobras, existen dudas sobre la eficacia de este proceso para dar a quienes no vivieron ese triste pasado una visión de la criminalidad hitleriana.

Con todo, 42 años después, el recuerdo de los crímenes del nazismo sigue vivo, y entre las nuevas generaciones existe un deseo de conocer la realidad de un pasado que va más allá de las diferencias ideológicas.

04 Febrero 1988

El insoportable futuro de Waldheim

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA SITUACIÓN de Kurt Waldheim como presidente de la República Austriaca es insostenible. No está en condiciones de cumplir las funciones que su cargo implica en el terreno de las relaciones internacionales. La mayoría de los Estados se niegan a recibirle: Estados Unidos, por las leyes que prohíben la entrada a los nazis, y los otros, por decisión política. Contrariamente a lo que pensaron muchos austriacos al votar por él, las revelaciones sobre la conducta de Waldheim en la época hitleriana no surgieron en 1986 simplemente para impedir su elección. Había, y sigue habiendo, un problema de fondo sobre el cual la opinión pública internacional quiere, con pleno derecho, ser informada: si una personalidad como Waldheim, secretario general de la ONU durante muchos años, es o no culpable de crímenes durante la etapa hitleriana.El tema acaba de rebrotar con la publicación, en periódicos alemanes y yugoslavos, de nuevos documentos según los cuales el teniente Kurt Waldheim participó en las terribles deportaciones cometidas por los nazis en 1942, en las montañas de Kozara, en Yugoslavia. No es casual que estos documentos hayan aparecido en estos momentos: está a punto de terminar sus trabajos la comisión internacional de historiadores que, por iniciativa del Gobierno austriaco, fue creada para esclarecer a los ojos de la opinión pública mundial la conducta de Kurt Waldheim. Desde el principio surgieron contradicciones acerca de las personas que debían integrar esa comisión. Parecía lógico, teniendo en cuenta que los principales crímenes achacados a Waldheim tuvieron lugar en Yugoslavia, que en ella figurasen historiadores de este país. Sin embargo, no ha sido así: el historiador Dusan Plenca no fue admitido en su seno; se le ofreció que «asesorase», a lo que se negó.

La actitud yugoslava, al sacar a la luz, precisamente ahora, nuevos documentos de extrema gravedad para Waldheim, parece responder a un doble objetivo: demostrar sin duda la culpabilidad de Waldheim, pero a la vez dejar en entredicho las labores de la comisión de historiadores.

En todo caso, caben pocas dudas acerca de la veracidad de los nuevos documentos: en la hipótesis de que resultasen falsos, el único beneficiado sería Waldheim. Es difícil imaginar que periódicos yugoslavos con un evidente respaldo oficial, como Borba o Politika, pudiesen prestarse a tal operación. Además, que Waldheim ha mentido de manera reiterada sobre su actividad durante la II Guerra Mundial es algo totalmente demostrado. Él mismo ha tenido que reconocer hechos que en un principio había negado: que fue oficial del Ejército nazi y que estuvo destinado en los Balcanes.

Independientemente de lo que dictaminen los historiadores de la comisión, existe un problema político grave: la identificación que Waldheim pretende establecer entre su conducta personal y lo que hizo la generalidad de sus conciudadanos es sumamente negativa para el prestigio internacional de Austria. Ésta, como país neutral situado entre el Este y el Oeste, cumple un papel importante en Europa que el antiguo canciller Kreisky rodeó de particular brillantez. En cambio, la cerril tozudez de Waldheim está dañando la imagen de su país en una Europa en la que el repudio del nazismo sigue siendo un valor en plena vigencia.

Hoy, lo mejor para Austria y para la comunidad internacional sería que una confirmación inequívoca de la veracidad de los últimos documentos yugoslavos obligue a Waldheim a dimitir. Así, por muchos problemas políticos que pueda plantear su sustitución, se pondría fin a la situación actual, completamente anormal, en la que el presidente de Austria es una persona sentada en el banquillo de los acusados, con gravísimas presunciones contra él y en espera de pruebas definitivas de su culpabilidad.

10 Febrero 1988

Las mentiras del presidente

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA COMISIÓN de historiadores encargada de esclarecer el papel de Kurt Waldheim durante la II Guerra Mundial ha entregado su informe al Gobierno austriaco. Éste pretendía lograr un estudio objetivo, «por encima de toda sospecha», con el cual se pondría fin a la campaña que se viene desarrollando en numerosos países sobre la conducta del presidente de Austria en el período en que estuvo en el Ejército hitleriano. Pero el informe de los historiadores no parece responder a lo deseado por el Gobierno de Viena. Incluso sí es conocido que los historiadores, bajo la presión de las autoridades austriacas, han modificado las frases que contenían las acusaciones más graves contra Waldheim. Ello deja en entredicho la validez del informe como estudio histórico plenamente objetivo.Por otra parte, una serie de documentos yugoslavos que han aparecido recientemente, y que agravan las culpas de Waldheim, no han sido incluidos en el informe. Sin embargo, el propio Waldheim ha reconocido que pueden ser auténticos. Por tanto, es lógico suponer que las culpas reales en las que ha incurrido Waldheim son superiores a las registradas en el informe. A pesar de lo cual, las conclusiones del informe, lejos de desmentir, confirman en una amplia medida las acusaciones que han circulado sobre el presidente austriaco.

Es cierto que la comisión no ha encontrado pruebas irrefutables de que Waldlieim haya cometido crímenes de guerra. En realidad, casi nadie pensaba que tales pruebas apareciesen. Pero la comisión ha establecido hechos gravísimos de su conducta durante la guerra: estuvo al corriente de muchos de los crímenes cometidos por el nazismo, deportaciones de judíos y de otras personas, ejecuciones de civiles, acciones de represalia. Cursó órdenes, como teniente en un Estado Mayor del Ejército hitleriano que ocupaba Yugoslavia, relacionadas con las deportaciones. Mientras otros oficiales lograron pasar a otras funciones, para no tomar parte en acciones tan repulsivas, Waldlieim siguió desempeñándolas.

¿Qué ocurrirá después de la publicación del informe? El antiguo canciller Bruno Kreisky ha declarado que un país como Austria «no puede permitirse un presidente que no esté en armonía con la verdad». Sin embargo, Waldheim parece resuelto a mantenerse en el cargo para el cual ha sido elegido, sin tener en cuenta el daño que ello representa para el lugar de Austria en la escena internacional. En último extremo, a las fuerzas políticas austriacas corresponde tomar posición ante este problema, una vez que el blanqueamiento de Waldheim por la comisión objetiva de historiadores a todas luces ha fracasado.

El caso Waldheim está rodeado de mentiras políticas por todos lados. No sólo ha mentido él sobre su pasado. Está rodeada de oscuridad y de mentiras la actitud de las grandes potencias que le eligieron en 1971 -y de nuevo en 1976- como secretario general de la ONU, sin escatimar elogios a su personalidad. No es verosímil que ignorasen las acusaciones que pesaban sobre él. Curiosamente, fue China la que en ambas ocasiones puso más dificultades a su nombramiento, si bien al final retiró su veto. ¿Por qué ese silencio sobre el pasado de Waldheim? Algunas organizaciones privadas que ahora participan en la campaña contra Waldlieim pudieron ignorar en 1971 lo que ahora saben. En cambio, los Gobiernos -o algunos de éstos- consideraban probablemente útil tener como secretario de la ONU a una persona sobre la cual se podía ejercer fuertes presiones a causa de hechos no desvelados de su pasado.

La verdad no es la cualidad que brilla con más frecuencia ni en la vida política ni en la diplomacia. Considerar que el hecho de haber mentido descalifica a Waldheim como político sería olvidar que las lecciones de Maquiavelo siguen teniendo muchos adeptos en el mundo de nuestros días. Pero la imprudencia y la soberbia que han caracterizado la actitud del presidente austriaco en este caso, y el daño que con todo ello está ocasionando a sus compatriotas, no pueden echarse en saco roto.