24 septiembre 2002

ETA asesina al Guardia Civil Juan Carlos Beiro Montes

Hechos

Fue asesinado el 24 de septiembre de 2002.

Lecturas

El cabo de la Guardia Civil, D. Juan Carlos Beiro Montes, ex soldado profesional asturiano de 32 años, estaba casado y tenía mellizos. Fue víctima de una bomba colocada junto a la calzada de la carretera NA-1320, a la altura de Leiza (Navarra), el 24 de septiembre de 2002. Como reclamo para atraer a las fuerzas del orden, ETA desplegó una pancarta que decía “ETA bietan jarrai. Guardia civil, jota bertan hil” (ETA, adelante con las dos. Guardia civil, mátalo aquí). Los terroristas activaron el explosivo cuando Beiro y un grupo de agentes fueron a descolgarla. El cabo fue gravemente herido en el abdomen y falleció de camino al hospital Donostia. El sargento y comandante del puesto de Leiza, Miguel de los Reyes Martínez Morata sufrió graves lesiones, mientras que los otros tres guardias civiles que les acompñaban también resultaron heridos.

Al día siguiente de su asesinato, miles de personas dieron el último adiós a Beiro en Langreo. Fue incinerado en el tanatorio de Gijón.

Cuatro días después, unas 50.000 personas se manifestaron por las calles de Pamplona por el atentado.

A Beiro se le concedió la Cruz con distintivo rojo de la Orden del Mérito del Cuerpo de la Guardia Civil a título póstumo y, puesto que el atletismo era una de sus aficiones, pusieron su nombre al Palacio de Deportes de Leiza y al circuito de carreras del paseo de los Llerones de Sama, donde solía entrenar. Asimismo se creó la carrera popular Memorial Juan Carlos Beiro.

25 Septiembre 2002

Bandera sin viento

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Horas después de que dos activistas de ETA perecieran en el barrio bilbaíno de Basurto al estallarles la dinamita que portaban, un guardia civil, Juan Carlos Beiro, era asesinado y otros dos resultaban heridos en una carretera que discurre entre Guipúzcoa y Navarra al hacer explosión una bomba camuflada tras una pancarta escrita en euskera con el siguiente mensaje: ‘Viva ETA; Guardia Civil, muere aquí’.

En ningún momento se ha propuesto ETA dejar de matar para favorecer una eventual defensa jurídica o política de Batasuna frente al proceso de su ilegalización. Al revés: desde que el juez Garzón acordó la suspensión cautelar, ETA ha intentado matar al menos en otras tres ocasiones y el viernes pasado fueron detenidos en la vertiente francesa de los Pirineos dos activistas que se disponían a cruzarlos para realizar atentados contra concejales del PP y PSOE y guardias civiles de la zona de Tolosa, según la policía francesa.

El atentado de ayer recuerda a algunos producidos poco después de la muerte de Franco. El 17 de enero de 1976 un explosivo conectado a una ikurriña acabó con la vida del guardia civil Manuel Vergara cuando intentaba retirarla. En un comunicado difundido tres días después, ETA argumentaba que el guardia ‘no ha muerto por un ataque nuestro, sino por atentar contra las normas más elementales de la democracia; nosotros no hemos hecho más que defender uno de nuestros símbolos políticos’. Alguien había tenido esa ocurrencia, y para poder escribirla en un papel había ordenado matar a un ser humano. Ahora, alguien ha querido repetir el siniestro sarcasmo, asesinando a varios guardias civiles que acudían a retirar una pancarta con las siglas de ETA y el mensaje que anunciaba la muerte en euskera. Para poder decir, entre risotadas: que hubieran dejado la pancarta o hecho caso del aviso.

La explosión de Basurto, de madrugada, simboliza la deriva de una ETA sin otra pespectiva que morir matando, y el atentado del mediodía, entre Leitza y Berástegui, la repetición compulsiva de lo hecho hace un cuarto de siglo con la esperanza de que ello haga realidad su delirio de que nada ha cambiado desde entonces. Pero sí ha cambiado, y una prueba de ello es que desde el fin de la tregua ETA trata de justificar su recurso a la violencia no por su incidencia directa en la realidad, sino en otros partidos; por su capacidad para condicionar la política nacionalista.

Durante años, un objetivo central de ETA era arrebatar al PNV la bandera del nacionalismo auténtico; sustituirle como fuerza hegemónica. Ahora se limita a intentar que el PNV abrace su bandera. De ahí los emplazamientos a que se resista a aplicar la ley española o las resoluciones judiciales y a que rompa definitivamente con el Estatuto. Lo cual significa también que el nacionalismo democrático tiene ahora la responsabilidad de demostrar que no se deja intimidar; de dejar sin viento a la última bandera de ETA.

Ocasión tendrá en los próximos días ante la previsible reacción del conglomerado etarra a la muerte de sus dos activistas. Hace un año, con motivo del homenaje en memoria de Olaia Kastresana, militante de ETA muerta en Torrevieja al estallarle en las manos la bomba que manipulaba, el portavoz de Batasuna, Arnaldo Otegi, reivindicó como aportación de ETA a la política vasca haber conseguido situar la cuestión de la autodeterminación en el centro del debate político. Es decir, haberlo conseguido a bombazos.