10 agosto 2000

ETA asesina al subteniente del Ejército Francisco Casanova en Berriozar (Navarra)

10 Agosto 2000

UN PULSO QUE ETA NI PUEDE, NI DEBE, NI VA A GANAR

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

El asesinato de Francisco Casanova, subteniente del Ejército, muerto ayer cerca de Pamplona de dos tiros en la nuca, refuerza la evidencia de que ETA aprovechó a fondo el tiempo que duró la tregua del año pasado para abastecerse de armas y explosivos, para incorporar nuevos activistas y para adiestrarlos y, sobre todo, para mejorar sustancialmente su logística: la infraestructura con la que cuenta en diversas ciudades, el despliegue de sus comandos y sus técnicas de coordinación interna.

Está claro que en estos momentos tiene capacidad para golpear con escaso intervalo de tiempo en lugares muy diversos (en la Comunidad Autónoma Vasca, en Navarra, en Soria, en Madrid, en Zaragoza, en Málaga…) y de hacerlo siguiendo una pauta prevista de antemano: hoy aquí, mañana allí, pasado mañana en otro punto… Incluso cuando da un paso en falso y sufre un revés, demuestra de inmediato que está en condiciones de proseguir con su plan: sufre un golpe en Zaragoza y al día siguiente asesina a Jáuregui; pierde a cuatro militantes en Bilbao por la noche y 12 horas más tarde asesina a Korta.

En suma: que ETA ha recuperado una fortaleza organizativa de la que carecía desde hace años. Desde la caída de Bidart, por lo menos.

UN GRAN DESAFIO. Estamos, pues, ante un desafío de una envergadura realmente importante, sin parangón en la Unión Europea actual.

Un desafío que responde, además, a un plan cuidadosamente trazado, que diversifica tanto los objetivos (un concejal del PP, un político del PSOE, un empresario de ideas nacionalistas, un militar) como el tipo de acción: es obvio que las dos últimas bombas de Madrid representan otros tantos avisos, como demostración de que está en condiciones de provocar en la capital de España una carnicería a la libanesa.

Lo que pretenden los terroristas no ofrece la menor duda. Quieren que cunda el miedo y la desmoralización en la población, para que ésta acabe reclamando de las fuerzas políticas y del propio Gobierno que hagan las concesiones políticas que sea, con tal de acabar con esta escalada de horror y de muerte. En palabras de Aznar: buscan que «doblemos la rodilla».

No cuentan con que, en sus 23 años de existencia, la democracia española ha alcanzado ya una solidez que está muy por encima de sus capacidades de desafío.

La ha adquirido, además, superando pruebas mucho más graves que ésta de ahora. Sobrevivió a la barbarie combinada del terror ultraderechista y ultraizquierdista de 1977 y 1978; soportó el bienio negro de 1979 y 1980, que supuso 162 y 100 muertos, respectivamente, casi todos víctimas de la propia ETA; se mantuvo firme ante las sucesivas intentonas golpistas y ante el frustrado golpe de Estado del 23-F; no se dejó corromper por el terrorismo de Estado…

LA DEMOCRACIA VENCERA. Ahora mucho más fuerte y más asentada que nunca, la democracia española superará esta nueva prueba.

No lo expresamos como un mero deseo, sino como una plena certeza.

Si tenemos la seguridad de que será así es porque nos consta que los terroristas representan una opción sin viabilidad política alguna. Sus delirantes propuestas cada vez cuentan con menos soporte social. Pueden constatarlo en Navarra, donde la causa nacionalista, entre el Pacto de Lizarra de los unos y los tiros de los otros, no hace más que sufrir reveses electorales y va a marchas forzadas camino de la marginalidad.

La sólida estructura democrática de España se asienta en estos momentos en dos grandes partidos cuyo entendimiento en materia de lucha antiterrorista es ejemplar. La casi totalidad de las demás fuerzas políticas están en posiciones de fondo igualmente firmes. Ante la violencia, nuestra democracia constituye un bloque granítico, insuperable.

Establecido eso, todo lo demás es cuestión de tiempo. Del tiempo que las Fuerzas de Seguridad del Estado tarden en encontrar el hilo conductor que les conduzca hasta la cúpula etarra y a sus comandos.

Pagaremos un precio en vidas y en sufrimientos, pero no hay otra vía. Sus causantes irán a la cárcel.

Irán a la cárcel no sólo los que empuñan las pistolas, sino también cuantos violen la ley para darles cobertura. Ayer, la Fiscalía de Bilbao se querelló contra Arnaldo Otegi por apología del terrorismo. El se lo ha buscado, pretendiendo que los que ponen bombas son «compañeros» y «patriotas que luchan por el país». Esperemos que la querella derive en sumario, que Otegi sea juzgado y, si se le encuentra culpable, que cumpla el castigo que el delito merezca. E, igual que él, las dos concejalas de San Sebastián que participaron en una manifestación en la que se gritó a la portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento donostiarra, María San Gil: «¡San Gil, vas a morir!».

Nadie lo dude: cuando se tiene la mayoría y la razón, se vence. Antes o después.

10 Agosto 2000

CADA CUAL EN SU SITIO

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

Precisamente porque el momento es tan grave como parece, es la hora de que cada cual cumpla con su deber sin aspavientos ni histerias: el Gobierno, dirigiendo la política antiterrorista con eficacia y criterios que favorezcan la máxima unidad democrática, evitando querellas absurdas por motivos partidistas; la oposición, apoyando y controlando la actuación del Gobierno legítimo y su resistencia frente al chantaje terrorista; la policía, persiguiendo y poniendo a disposición de la justicia a los terroristas y también a quienes insultan, agreden y amenazan a las personas que se manifiestan pacíficamente contra ETA; los jueces, aplicando la ley con sobriedad, y los ciudadanos, movilizándose de la forma más unitaria posible.ETA asesinó ayer en Pamplona al subteniente Francisco Casanova, un día después de una jornada en la que había matado en Guipúzcoa e intentado hacerlo en Madrid, y dos después de que cuatro activistas murieran al hacer explosión su propia carga mortífera. La acumulación en pocas horas de noticias relacionadas con la violencia terrorista produce un efecto multiplicador del mensaje central buscado por los que ordenan matar: que pueden hacer lo que quieran, que no matan más porque no se lo proponen, pero que podrían hacerlo; que lo harán si no se atienden sus exigencias. Ese mensaje va dirigido a toda la sociedad.

Ofensivas como la actual eran frecuentes a fines de los setenta y primeros años ochenta. Una constante de ellas era el desconcierto y derrotismo que suscitaban en sectores de la población. La ansiedad social que genera la violencia se traducía en reacciones pasionales e improvisadas de políticos y particulares que lo mismo pedían la pena de muerte que exigían la negociación con los terroristas o directamente la aceptación de su programa. Las apelaciones a la unidad democrática eran compatibles con querellas absurdas entre los partidos, acusaciones de ineficacia al Gobierno de turno y la aparición, en casi todas las formaciones, de especialistas en soluciones milagrosas.

Seguramente ETA intenta ahora reproducir una situación como aquéllas. Es de lamentar que no existan marcos unitarios, como lo fueron los Pactos de Ajuria Enea y de Madrid, desde los que hacerle frente; pero la sociedad ha aprendido mucho desde entonces y sobre todo ya no es posible ninguna ingenuidad respecto a los objetivos de ETA: trata de coaccionar a los ciudadanos para doblegar la voluntad de las instituciones democráticas. Frente a ello no hay otra respuesta decente que la resistencia. Cada uno desde su puesto.