13 septiembre 1980

ETA asesina en su farmacia a José María Urquizu Goyonaga, teniente coronel médico que no pagó el ‘impuesto revolucionario’

Hechos

El 14 de septiembre de 1980 la prensa informó del asesinato de D.  José María Urquizu Goyonaga

Lecturas

osé María Urquizu Goyonaga, teniente coronel del cuerpo de Farmacia, resultó muerto ayer por la mañana en Durango (Vizcaya)

14 Septiembre 1980

La estrategia de la provocación

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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TRAS UN verano relativamente tranquilo, en el que parecía que la aprobación del Estatuto de Guernica, las elecciones al Parlamento de Euskadi y la puesta en marcha de las instituciones de autogobierno comenzaban a abrir una perspectiva de esperanza de pacificación y reconciliación del País Vasco, otra vez se ha puesto en marcha la espiral de la violencia. El atentado de ETA contra José Javier Uranga ha proseguido con otros crímenes, el último de los cuales ha tenido ayer como escenario Durango y como víctima a un teniente coronel.Al tiempo, ha entrado en escena, o la ha pisado con mayor fuerza, el Batallán Vasco Español. El cobarde asesinato de dos simpatizantes de Herri Batasuna en Hernani y el no menos atroz crimen de Ondárroa ponen de relieve que la marca de Caín está grabada en la frente de los ultranacionalistas de cualquier signo.

En una ocasión el prudente Samuel Johnson dijo que el patriotismo es el último refugio de los bribones. Si hubiera sobrevivido al siglo XVIII el sabio erudito británico, tal vez hubiera añadido que también es la coartada de los asesinos. La pretensión de que las categorías abstractas y los complejos emocionales del ultrapatriotismo conceden el privilegio de matar a los semejantes es, a la vez, un residuo tribal y una de las más compulsivas y eficaces motivaciones a lo largo de la historia para justificar el fratricidio. Las banderas cambian de colores, los himnos tienen distintas músicas y letras, las advocaciones trascendentales se remiten a figuras sólo proteicamente diferentes y el destino privilegiado, único y manifiesto se predica para territorios, etnias y pasados diversos. Pero la capacidad de abatir a hombres y mujeres de la misma especie y la voluntad de diseminar el dolor y el sufrimiento empareja a estos retóricos de las grandes palabras y de los grandes crímenes en el mismo banquillo de la historia.

Abertzales violentos y españolistas violentos tienen en común un repertorio de cadáveres, urnas rotas, bocas amordazadas, ensueños de expansión territorial, unidades de destino en lo universal, dialécticas de los puños y las pistolas y mitificación del pasado histórico (bien sea la batalla de Clavijo y el caballo de Santiago, bien sea la batalla de Roncesvalles y el caballo de Zumalacárregui). Tal vez si unos 31 otros llegaran a la conclusión de que las patrias no son sino una forma cualificada de denominar a los hombres y mujeres que habitan los territorios donde el energumenismo doctrinario se ha instalado los seres de carne y hueso tendríamos la oportunidad de expresar nuestras opiniones y nuestros deseos sin arriesgar el pellejo.

Los artefactos criminales colocados en los locales del Partido Comunista de Euskadi y de la UGT en Pamplona, que han herido a siete personas y que pudieron producir la muerte de muchos afiliados y simpatizantes de la izquierda navarra, ilustran con una escalofriante perfección la angustiosa situación del antiguo reino, asfixiado por la garra de tenaza de la provocación de los dos contrapuestos patriotismos. En el momento de escribir este comentario nadie sabe a ciencia cierta si el criminal atentado ha sido realizado por alguna de las ramas de ETA o por algún grupo -ya conocido o por bautizar- de la extrema derecha. Sólo ese dato podría hacer reflexionar a los autores de esa criminal felonía sobre la atroz ambigüedad política de los comportamientos terroristas.

Aunque las informaciones y los indicios no permiten todavía pronunciarse al respecto, la mayoría de los observadores se inclinan por descartar la autoría de ETA. Sin embargo, la escalada de provocación de los terroristas vascos, su fría y calculada decisión de transformar a Navarra en el campo de batalla de su nueva ofensiva, impiden excluir esa posibilidad. Incluso se podría añadir que, aunque no hayan sido los autores de este concreto atentado, los etarras disponen del cuadro ideológico y político necesario para llevar a cabo este tipo de crimen.

¿Y en el caso de que el Batallón Vasco Español, o cualquier otro grupo de ideología navarrista o españolista, haya perpetrado el atentado? El precedente de la actuación de los eufemísticamente llamados incontrolados en el País Vasco durante el franquismo y la primera etapa de la transición constituyen una pesada hipoteca que gravita sobre la credibilidad del Gobierno a la hora de condenar el terrorismo de la extrema derecha. Sin embargo, parece evidente que las provocaciones desestabilizadoras en la comunidad autónoma de Euskadi y en Navarra urdidas desde el fundamentalismo derechista no sólo no están controladas más o menos vagamente por el poder, sino que apuntan indirectamente contra la estrategia de solución política y negociada del contencioso vasco propugnada por Adolfo Suárez y su equipo ministerial.

Navarra se está convirtiendo en el río revuelto en el que todos los pescadores de fortuna quieren cobrarse la pieza. Y no sólo en lo que se refiere a Navarra y a la comunidad autónoma de Euskadi, sino también en lo que concierne a la forma de gobierno y a la forma de Estado de todo el país.

La situación de Navarra desafía a cualquier análisis simplista. La contraposición entre la montaña vasca y la ribera españolista está mediada por los conflictos sociales y generacionales que mueven los votos de Pamplona y de pueblos cercanos a la Rioja hacia Herri Batasuna. El navarrismo combina inextricablemente un defendible sentimiento de identidad histórico y foral con el juego de intereses inconfesables. El PSOE de Navarra apuntala la conjetura de ese policentrismo caciquil que ha denunciado algún líder del sector crítico. Mientras para el PNV la integración de Navarra en Euskadi significaría la pérdida de la mayoría absoluta en el Parlamento, dada su débil implantación electoral en el antiguo reino y la fuerza de UCD y el PSOE en ese territorio, Herri Batasuna apenas puede conciliar las propuestas de integración de Navarra en la comunidad autónoma vasca hoy existente con su rechazo del marco del estatuto. Si la irracionalidad ha presidido ya el desarrollo de la política en Vizcaya, Guipúzcoa y Alava, el premio al desvarío lo puede obtener, sin duda, el futuro inmediato de Navarra. Un futuro que, en cualquier caso, sólo los navarros pueden decidir en las urnas, cosa que, al parecer, la mayoría de los partidos políticos, por razones y con argumentos diferentes, no desean.