11 octubre 1978

Goytisolo publico un serial de artículos favorables hacia los intereses de Marruecos, que fue respondido por otro serial de Costa Morata defendiendo el punto de vista de los saharauis

Extensa polémica sobre el Sahara entre los escritores Juan Goytisolo y Pedro Costa Morata en las páginas de EL PAÍS

Hechos

  • El 11.10.1978 el periódico EL PAÍS a través de su periodista D. Eduardo San Martín anunció que no continuarían publicando artículos sobre la polémica en torno al Sahara sobre la que escribían D. Juan Goytisolo y D. Pedro Costa Morata.

17 Mayo 1978

El Sahara, dos años después /1

Juan Goytisolo

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Hace aproximadamente dos años, al publicar en un conocido semanario madrileño mis reflexiones sobre La izquierda española, los nacionalismos magrebís y el problema del Sahara, señalaba la dificultad de desempeñar el ingrato papel de aguafiestas, consciente del tole o griterío que en estos casos suele zaherir a quien se atreve a perturbar con sus intempestivas reflexiones el cómodo clisé sobre el que se adormecen las «buenas conciencias».

Las circunstancias particularmente odiosas que rodearon la firma de los acuerdos de Madrid explican, en gran parte, decía, la actitud favorable a las tesis de Argel y el Polisario de la casi totalidad de la oposición española (si hay excepciones, éstas se sitúan casi exclusivamente en el campo de los arabistas, dado su mejor conocimiento del tema). Ello, unido a la ignorancia e incomprensión absolutas de los objetivos del movimiento nacional marroquí desde tiempos del protectorado, ha fomentado, añadía, una especie de mentalidad «farwest», según la cual toda posición de «Argelia progresista» es una posición progresista, y toda posición de «Marruecos reaccionario» es una posición reaccionaria. Dicha actitud revelaba un desconocimiento flagrante de las realidades históricas, políticas y humanas del Mogreb, en cuanto ponía entre paréntesis todo un siglo de lucha tenaz del pueblo marroquí por recuperar su unidad histórica y eliminar las secuelas de la agresión colonialista. «Pero querer asimilar la ideología a sostenes simplistas, dictados por razones de coyuntura política interna y eludiendo el problema de fondo -concluía-, es una actitud meramente oportunista, circunscrita al estrecho marco de la actual circunstancia española, que no puede ni debe satisfacernos. Una cosa son los principios y las afinidades ideológicas y otra, muy distinta, la táctica. Al confundirlos, corremos el riesgo de sustituir el análisis de los hechos y realidades con consignas y olvidar el precepto de Granisci, según el cual la verdad -por cruda y molesta que sea- es siempre revolucionaria.

En el transcurso de estos dos años la situación político-militar del Magreb no ha experimentado grandes cambios: los tres países implicados en el conflicto parecen haberse acomodado con resignación a un estado de guerra larvada y no oficial, al tiempo que, como era de temer, se han lanzado a una frenética carrera de armamentos que amenaza con arrastrar la intervención más o menos directa de otras potencias y compromete gravemente sus programas de desarrollo económico-social. Desde un punto de vista operacional, si los ejércitos marroquí y mauritano ocupan la totalidad de los poblados, centros urbanos y puntos estratégicos donde se reúnen los nómadas, el desierto resulta dificilmente controlable -lo que convierte a sus guarniciones aisladas en un blanco relativamente vulnerable a los ataques de las columnas motorizadas venidas de Tinduf. Si el Polisario no ha conseguido hasta hoy «liberar» territorio alguno -los franceses capturados en Zuerat, y oficialmente detenidos, según Argel, en «territorios liberados», se hallaban de hecho, según revelaron a su regreso, encarcelados en territorio argelino, a más de mil kilómetros de la frontera del Sahara occidental-, ha demostrado en cambio su capacidad de golpear, a menudo con éxito a marroquíes y mauritanos -muy especialmente a estos últimos, en razón de la vasta extensión territorial de su país y el número exiguo de sus fuerzas- donde y cuando quier. Sus comunicados triunfales, con todo, requieren ser tratados con mucha cautela: si los tomáramos al pie de la letra, hace ya bastante tiempo que la cifra de bajas causadas al enemigo habría barrido del mapa a un número de soldados muy superior al de la totalidad de las fuerzas conjuntas de Mauritania y Marruecos. En el orden político-diplomático, las cosas se hallan en el mismo punto en que las dejé: la RASD no ha sido reconocida, sino por una decena de estados alejados todos ellos, con excepción de Argelia, de la zona del conflicto y, a pesar de los denodados esfuerzos de la diplomacia argelina, ni la ONU, ni la OUA, ni la Liga Arabe muestran grandes deseos de pronunciarse sobre el tema ni de tomar partido en la querella que opone a dos nacionalismos hermanos y adversos.

Prejuicio colonialista

En el plano de la opinión pública española, el viejo prejuicio colonialista antimarroquí sigue campando a sus anchas en todas las zonas del espectro político: ya sean de derechas o izquierdas, reaccionarios o marxistas, nuestros líderes continúan despachándose a gusto contra un presunto imperialismo marroquí y las amenazas que haría pesar sobre nuestra economía y aun nuestra integridad territorial. Mientras el espectro de la intervención «inora» en la guerra civil, de la guardia «mora» del general Franco, etcétera, emerge como telón de fondo de la actitud de nuestros izquierdistas, el despecho y rencor de quienes no se resignan todavía a la pérdida de las «posesiones» en el Norte de Africa embeben visiblemente las declaraciones de muchos representantes de la derecha tradicional. Poco importa que en el contencioso que durante más de un siglo ha opuesto a Marruecos y España, ésta haya sido, sin lugar a dudas, el país agresor y aquél el agredido. Como en el caso del «pequeño Israel» vengador de los descalabros sufridos por el colonialismo francés en el Magreb, el «pequeño Polisario» procura a los nostálgicos de nuestro mísero imperio colonial africano y a quienes se resisten a admitir sus innegables errores y faltas históricos una salida fácil para ventilar, sin gran riesgo, sus complejos y frustraciones y ahogar de paso los remordimientos propios apuntando a la supuesta culpabilidad ajena.

En otra ocasión, reproduje una sabrosa antología de proclamaciones colonialistas y, a menudo, abiertamente racistas de muchos políticos «demócratas» durante los años de la Segunda República y la guerra civil. La lectura de la prensa española de estos últimos meses nos depara la misma sorpresa. El número de «perlas» es tan abundante que escogeré tan sólo unas cuantas:

«Año tras año hemos perdido Ifni, hemos consentido los incalificables ataques a nuestros pesqueros, no hemos reaccionado ante la extensión de las aguas jurisdiccionales marroquíes, que coloca sus límites a pocas millas de las playas de Lanzarote y hemos bajado la cabeza ante la osadía de la marcha verde ( … ) Al fin, hemos abandondo el Sahara ( … ), privando al archipiélago canario de su natural baluarte defensivo, que pudo y debió ser la verdadera provincia continental canaria, si ( … ) hubiésemos volcado allí (…) los excedentes de población del archipiélago.» (José María Gil Robles.)

«Al firmar el acuerdo tripartito se abandonaron los derechos de España, pero aún más los derechos de Canarias. » (Manuel Azcárate.)

Mientras el dirigente de un partido que, se proclamaba anticolonialista como el desaparecido PSP alude a «la amenaza que se cierne sobre Ceuta y Melilla» (Raúl Morodo), el secretario del PSOE afirma con la mayor tranquilidad del mundo que «la creación del superpuerto de Tarfaya, en el Sahara (sic), puede ser también un golpe definitivo para el archipiélago (canario). Por lo visto, el desarrollo económico de un país atrasado, dentro de unas fronteras que nadie discute, -la retrocesión de Tarfaya a Marruecos se realizó hace veinte años- es una amenaza mortal para nosotros, en tanto que el de nuestros más « ricos y poderosos vecinos del norte no: o ¿se le ocurriría decir a Felipe González que la construcción del superpuerto de Marsella es un golpe definitivo al porvenir de Valencia y Barcelona?

La responsabilidad de los graves males de que adolece la economía canaria hay que buscarla en el centralismo, descuido, ceguera e ignorancia del Gobierno de Madrid, sin necesidad de recurrir a chivos expiatorios ajenos. Pero lo que inmediatamente salta a la vista en este modo de razonar es la diferencia de trato existente entre Marruecos y los países europeos: resignado y humilde en un caso y arrogante en el otro -reflejo, sin duda, de nuestro tristísimo pasado colonial. Pues mientras la decisión de los países de la OTAN de ampliar los límites de sus aguas territoriales ha pasado casi inadvertida (pese al grave perjuicio que ocasiona a nuestros pescadores) la de nuestros antiguos «protegidos» desencadena una tempestad de protestas y acusaciones contra el «expansionismo» marroquí y sus presuntas ambiciones.

Una cosa es defender los derechos legítimos de la población pesquera española (no sólo en las costas africanas, sino también en las de los países de la OTAN); otra muy distinta, propugnar el mantenimiento de posiciones y privilegios coloniales (a juzgar por lo que se lee en cierta prensa, parece que fueran los marroquíes quienes pescan en aguas españolas, y no lo contrario), sobre todo cuando se profesa o se dice profesar una ideología tercermundista. Reproducir, sin comentario alguno, la frase de un pescador canario, «esas aguas son de España», y concluir, con acentos apocalípticos, que habrá que «ponerse a faenar para los moros de aquí,a cinco años», como leo en Mundo Obrero (13-4-78), no es en modo alguno marxista, sino triste producto de una soterrada mentalidad pied-noir.

18 Mayo 1978

El Sahara, dos años después / 2

Juan Goytisolo

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Paralelamente a este prejuicio tenaz, impera una desinformación general respecto a las realidades magrebís que llega a menudo a extremos fantásticos. Cuanto mayor sea el desconocimiento de los problemas que plantea el conflicto, mayor será el entusiasmo y convicción con que se abraza la posición unilateral y esquemática de alguna de las partes. Ignorando la historia del Magreb, su cultura, sus lenguas, sus complejísimas realidades sociales, los periodistas y líderes invitados a Argel y Tinduf actúan con el mismo fervor y candidez que los «turistas revolucionarios » que denunciaba Hans-Magnus Enzensberger en un célebre ensayo. Como escribía recientemente Serafín Fanjul, profesor del departamento de Arabe de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del PCE, «quienes desde hace años intentamos acercarnos a los pueblos de Argelia y Marruecos mediante el contacto directo, el estudio y la buena fe ( … ) sufrimos de innumerables dudas y escepticismos ante los argumentos utilizados para el consumo interno por los partidos españoles. Y frente a nuestras dudas está -en boca de nuestra izquierda- toda la razón de un lado. No es poco avance que numerosísimos militantes de estos partidos, que hace dos años no sabían del Sahara, sino que era un mal sitio para hacer la «mili», ahora sepan perfectamente repartir méritos y culpas con tanta tranquilidad. Con tan buena conciencia de jueces que conocen su oficio ».

Esta desinformación se extiende a los elementos más importantes del problema y, aunque sea a vuelapluma, nos vamos a referir a ellos.

Derechos históricos marroquíes

En lo que concierne a los derechos históricos marroquíes sobre el ex Sahara español, nuestra opinión pública ignora, por ejemplo, que al completarse la ocupación del territorio en 1934, las autoridades, coloniales lo hicieron en nombre del jalifa de del sultán en la zona controlada por España) y que hasta bien Tetuán (esto es, del representante avanzada la década de los cuarenta, el Gobierno político-militar de los territorios de Ifni y del Sahara se autotitulaba «Zona Sur del Protectorado» (véase documento adjunto); que, desde la proclamación de la independencia en 1956, Mohamed V expresó claramente las reivindicaciones marroquíes acerca de la zona sahariana ocupada por España; que, en 1957, ésta fue liberada en su casi totalidad por el Ejército Marroquí de Liberación y sólo la intervención francesa (la llamada operación Ecouvillon) permitió su reconquista por las fuerzas coloniales franquistas; que hasta comienzos de esta década todos los movimientos que lucharon contra la administración hispana lo hicieron en nombre de la reunificiación con Marruecos; que para el PCE, igualmente, las reivindicaciones marroquíes sobre el Sahara resultaron legítimas hasta 1970…

El papel de España

En cuanto al papel desempeñado por España en la génesis del actual conflicto, las múltiples declaraciones de alguien tan poco sospechoso de simpatías promarroquíes como el coronel Rodríguez de Viguri muestran sin lugar a dudas que la iniciativa de alentar las tesis independentistas partió de un anticolonialista tan notorio y ferviente como el difunto general Franco. El ejército, ha dicho, estaba dispuesto a defender la autodeterminación «tanto por ser convicción íntima, como por ser reiterada consigna del Caudillo». A la pregunta de un periodista: «Si Franco hubiera vivido, ¿no se habría firmado el acuerdo de Madrid?», Rodríguez de Viguri muestran sin «No, seguro, que no. » (La historia se repite: de igual modo que en 1936-37, a fin de ganar los marroquíes a su causa, las autoridades del Movimiento les Concedían las mismas libertades sindicales y políticas que estaban aplastando despiadadamente en España, en 1974-75, el Caudillo defendía a machamartillo la autodeterminación de los saharauis, pero no la de los españoles. La izquierda no ha analizado todavía seriamente las causas de dos actitudes sólo a primera vista paradójicas.)

Los refugiados saharahuis

La misma desinformación, en todos los niveles, se manifiesta en lo tocante al número de refugiados saharauis. Las cifras proporcionadas por Argelia y el Polisario varían, según las circunstancias y grado de credulidad de los interlocutores, entre 70.000 y 350.000 (tengo una sabrosa lista de sus declaraciones contradictorias al respecto), siendo así que, conforme al único censo digno de confianza (me refiero al llevado a cabo por España en 1974) la población total de la zona administrada por Madrid ascendía tan sólo a 73.497 habitantes. El récord de imprecisión y extravagancia lo bate con todo Enrique López Oneto en un reciente artículo de Mundo Obrero, cuando, después de afirmar serenamente que la población general del territorio es de 750.000 y la de refugiados de 110.000 -lo que, si la aritmética no me falla, situaría actualmente en las zonas mauritana y marroquí del Sahara occidental una población de 640.000 almas-, afirma unas líneas más tarde que el imperialismo «pretende repartirse una tierraeliminando al medio millón de seres que la habitan» (entre tanto, en el espacio de los párrafos, él ya ha «suprimido» a 140.000). Si la gigantesca explosión dernográfica que habría conocido nuestra ex provincia africana en cuatro años (¡nada menos que de un mil por cien!) concuerda difícilmente con las acusaciones de «exterminio» y «eliminación de la especie» que el portentoso mago de la estadística formula en su crónica, justifica en cambio lo del «crecimiento más rápido que se ha conocido jamás de una organización guerrillera» que atribuye al Polisario (aunque sus nuevos reclutas fueran niños de teta). Inútil agregar que tal acumulación de dislates no fue publicada el «Día de los Inocentes».

Un simple cálculo de las viviendas abandonadas en El Aaiún, Smara, Bojador y Dajia establecido por testigos imparciales en enero de 1976 -no hay que olvidar que la población del territorio era sedentaria en un 72% y se concentraba en media docena de aglomeraciones-, nos permite cifrar el número aproximado de fugitivos entre veinte y treinta mil.

Las argucias de Argelia

Que Argelia intenta hacer pasar por refugiados del Sahara occidental no sólo a sus propios erguibats sino también a decenas de miles de tuaregs, chaambas y otros nómadas procedentes de Mali y aún del Níger (que abandonaron sus habituales zonas de pastoreo a consecuencia de la dramática sequía del Sahel) es algo que no ofrece la menor duda. Los políticos y periodistas europeos invitados por el Gobierno de Bumedian pueden distinguir dificilmente unos de otros (como una eventual comisión de en cuesta de la OUA distinguirla dificilmente a un peninsular de un canario), lo que explica el increíble número de disparates y errores que a cada paso transmiten nuestros medios informativos. Unícamente una comisión de encuesta de la Liga Arabe podría fijar con un mínimo de rigor la cifra aproximada de saharauis oriundos del territorio que administrara España; pero Argelia no parece deseosa -es lo menos que se pude decir- de esclarecer definitivamente el asunto en razón de la rentabilidad política que su prolongación le procura. (Según el testimonio, que debemos usar con precaución, de algunos tránsfugas del Polisarío: «en los campos de refugiados de Tinduf hay un tercio de población saharaui ( … ). La tribu más numerosa en el Frente Polisario es la de Erguibat, procedente en su mayoría de Argelia y Mauritania». (Véase EL PAIS, 20-11-77.)

Seguir hablando de «exterminio» mauritano-marroquí y exhibir fotografías de niños y mujeres saharauis famélicos me parece sencillamente aberrante, y es un arma que a la postre se vuelve contra quienes la emplean, pues estos ninos y mujeres no sufrían de raquitismo y desnutrición durante la ocupación española del territorio ni estos males se manifiestan hoy en las zonas marroquí y mauritana.

Si al cabo de dos años de estancía en territorio argelino adolecen de ellos es porque el Gobierno de Bumedian lo quiere o, cuando menos, lo permite: si Argel tiene medios de suministrarles las armas ofensivas más sofisticadas al costo de docenas de millones de dólares, debe disponerlos también para alimentarles y cuidarles de modo digno y decente. Dicho esto, creo que una comisión de encuesta de la ONU y la Cruz Roja Internacional tendría que examinar lo bien fundado de las acusaciones del Polisario sobre el uso de napalm por los marroquíes en 1976 y las que han formulado recientemente Senghor y otros dirigentes senegaleses tocante a supuestas matanzas de carácter racial que habrían llevado a cábo en territorio mauritano los guerrilleros saharauis (no hay que olvidar que la esclavitud de los negros era una práctica corriente entre los erguibats y tuaregs hasta hace pocos años).

20 Mayo 1978

El Sahara, dos años depués / 3

Juan Goytisolo

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El principio de autodeterminación de los pueblos es teóricamente inobjetable, y creo que los habitantes del ex Sahara español tienen perfecto derecho a acogerse a él. Pero dicha autodeterminación no implica de modo automático la independencia: puede concluir igualmente en la unión con otro país o el mantenimiento provisional delstatu quo. Cuando Argelia objeta a la legitimidad del procedimiento empleado por Marruecos (la ratificación de los acuerdos de Madrid por la Yemáa) olvida que su posición en el asunto es todavía mucho más ambigua y contradictoria: ¿con qué valor moral puede exigirse el principio de autodeterminación (que implica, como decimos, varias alternativas) cuando se ha elegido de antemano una de ellas, léase la independencia de la República Saharaui y se le ha otorgado incluso reconocimiento diplomático? ¿No es ésta una manera de prejuzgar e invalidar a priori la legitimidad del referéndum?

Las tribus saharauis

Hablaba antes de habitantes del Sahara, y no de pueblo saharaui por la sencilla razón de que, para cualquier conocedor de las realidades del Magreb, resulta imposible establecer las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas, económicas y sociales que existen entre las poblaciones del Sahara occidental y las del Sahara argelino, el sur de Marruecos y norte de Mauritania y Mali. No hay, en efecto, una entidad saharaui mínimamente diferenciada de los contornos geográfico -culturales que rodean el territorio. Existen cuatro grandes tribus saharianas: los erguibats (unos 200.000, instalados no sólo en el Sahara occidental, sino también en el sur de Marruecos, noreste de Mauritania,y suroeste de Argelia), los tuaregs (en Mauritania y Argelia), los chaamba (en el sur de Argelia y Mali) y los tubús (en el Chad), y aun una simple autodeterminación de los erguibats (repartidos, como dijimos, entre tres estados) exigiría la modificación y nuevo trazado de las fronteras de todos los países del área.

El principio de autodeterminación

El principio de autodeterminación del pueblo saharaui resulta válido y -admisible siempre que se aplique a la totalidad de sus componentes, no a una reducida fracción de los mismos circunscrita a un pequeño marco geográfico: derecho a la autodeterminación, pues, no de unos cuantos millares de erguibats del ex Sahara español, sino de todos los erguibats, tauregs, tubús y chaambas, que son los dueños legítimos del vasto espacio sahariano. Pero mientras Argelia invoca este noble principio para los saharauis oriundos del ex Sahara español se guarda muy bien de aplicarlo al millón y pico de saharauis que habitan en su propio territorio. Durante la última fase de la guerra de independencia argelina y a lo largo de las negociaciones de Evian, el FLN rechazó los argumentos esgrimidos por la delegación francesa a propósito de un referéndum de autodeterminación de las poblaciones de origen erguibat, taureg y chaamba. Aunque dicha tentativa disfrazaba los intereses neocoloniales franceses, deseosos de mantener el control sobre las riquezas petrolíferas del Sahara, el referéndum solicitado por Joxe se hacía en nombre del principio de la libertad de los pueblos, esto es, exactamente con las mismas palabras que hoy emplea el régimen de Bumedian. No obstante, no me cabe la menor duda de que un referéndum impuesto por Francia y planteado en los términos de: «¿Desea usted compartir con los diez y pico millones de argelinos las fabulosas riquezas petrolíferas de Hassi-Messaud?» habría dado una mayoría abrumadora de votantes en favor de la tesis independentista (como la daría hoy, en el Sahara occidental, e invocando los fosfatos de Bu-Craa, una consulta organizada por Argelia y el Polisario). Pues si los vínculos históricos y culturales entre las poblaciones del ex Sahara español y Marruecos son innegables, la relación entre argelinos y saharauis fue inexistente hasta que Francia extendió artificialmente las fronteras de la Argelia francesa haciéndola englobar la casi totalidad del Sahara. Cuando recorrí el desierto argelino poco después de la independencia, la frustración y despecho de sus habitantes se manifestaba con claridad, incluso para un turista. Recuerdo el comentario del empleado de un pequeño hotel de El Golea: «Nos han vendido con el ,territorio, y hemos pasado directamente de ser patrimonio de De Gaulle a patrimonio de Ben Bella.»

La maniobra hegemonista de Argel

Los saharauis presentan, eso sí, una serie de características sociales, culturales y económicas diferentes de las de sus hermanos del Magreb (marroquíes y argelinos) y, como ocurre con los vascos, se hallan repartidos entre diferentes estados. Ahora bien, ¿qué diría la opinión pública de la Península si, alegando el principio de la autodeterminación de los pueblos, Francia sostuviera no sólo el derecho a la autodeterminación de los vascos españoles, sino que los acogiera, entrenara y armara para luchar contra España mientras mantenía a sus propios vascos bajo el yugo del rígido centralismo francés? Para otorgar un mínimo de credibilidad a su proceder, ¿no le exigiríamos acaso que diera el ejemplo, aplicándolo en su propia casa? Pues esto es más o menos lo que sucede actualmente en el Magreb.

Si tenemos en cuenta la cínica realidad de los hechos, las reacciones de la opinión pública marroquí ante lo que aparece a sus ojos como una maniobra hegemonista de su poderoso vecino resultan bastante justifi cadas. En el Magreb, como en Oriente Medio y el Cuerno de Africa, los -Principios éticos y jurídicos se imbrican con otros criterios y exigencias no menos apremiantes: noción del Estado histórico desmembrado por el colonialismo, búsqueda de un espacio vital, oposición a la creación de miniestados fácilmente manipulables por imperialismos de signo opuesto, etcétera. El argumento empleado por Argelia en 1961 de extender los beneficios procedentes de las riquezas petrolíferas del Sahara a sus doce millones de habitantes -y permitir así la realización de un ambicioso programa de industrialización- es un buen ejemplo de lo que digo. El manejo en abstracto de unos principios desconectados del conjunto de la realidad no esclarece así definitivamente el problema.

Los intereses europeos en Africa

Bajo el pretexto de la libre autodeterminación del pueblo saharaui, asistimos de hecho a la confrontación de dos principios opuestos: el de la intangibilidad de las fronteras africanas trazadas por el colonialismo que defiende Argelia y el de la reconstitución del estado históricodesmembrado por la intervención europea que sostiene Marruecos.

El dogma de la intangibilidad de las fronteras africanas, avalado por la OUA por razones de puro pragmatismo -en la medida en que su desaparición significaría abrirla caja de Pandora de los conflictos raciales y tribales que con mayor o menor virulencia afectan a la casi totalidad de los países del continente- es manejado sobre todo por aquellos países que como Argelia o Zaire salieron beneficiados por el trazado con tiralíneas de unos límites territoriales que no tomaban en cuenta las realidades étnicas, sociales y culturales de sus habitantes. Aplicado a Marruecos al pie de la letra, dicho principio habría originado en cambio la creación de seis entidades estatales: un Estado marroquí, un Estado rifeño, un Estado libre de Tánger, un Estado de Sidi-Ifni, un Estado de Tarfaya y un Estado saharaui. Como ha explicado uno de los intelectuales de izquierda más lúcidos del Magreb -me refiero a Abadellah Laroui, autor de Los orígenes sociales y culturales del nacionalismo marroquí, obra cuya lectura aconsejo vivamente a quienes desean informarse de verdad acerca de los problemas del norte de Africa-, el colonialismo es el único responsable del estallido de las fronteras del. Tercer Mundo: las potencias europeas despedazaron las naciones africanas en función de sus propios intereses; ser progresista hoy, para Laroui, consiste en recrear estas naciones sin atenerse a las fronteras impuestas por la presencia colonial.

Me parece importante recordar que dicha argumentación no es patrimonio exclusivo de un partido nacionalista como el Istiqlal, sino también de grupos abiertamente marxistas como la USFP y el PPS. Pues si el actual conflicto entre los países hermanos del Magreb responde ante todo, del lado argelino, a la idea fija de Bumedian de obtenerpar Sahara interposé una salida al Atlántico y completar el cerco de Marruecos, para la totalidad de la clase política marroquí lo que se ventila allí es pura y simplemente un problema de unidad nacional.

23 Mayo 1978

El Sahara, dos años después / 4

Juan Goytisolo

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Cuando Argelia sostiene el principio ético-jurídico de la autodeterminación del pueblo saharaui (léase, de una pequeña parte de la población saharaui) lo hace amparándose en el mucho menos noble y más realista y bastardo del de «el respeto de las fronteras trazadas por el imperialismo colonizador». Fuera del caso del Sahara occidental, la diplomacia argelina no se ha mostrado jamás favorable a las aspiraciones de las minorías oprimidas: condena de la secesión de Biafra y envío de pilotos a las autoridades de Lagos para contribuir a aplastarla; denuncia del separatismo de Cabinda (cuya situación recuerda mucho, no obstante, la del antiguo territorio español); apoyo resuelto al Gobierno de Addis-Abeba contra los movimientos independentistas eritreos (movimientos que se apoyan sobre bases infinitamente más firmes que las del Polisario, por tratarse, en este caso, de una etnia, religión, cultura y lengua, netamente diferenciadas de las del poder central), siendo así que la ONU había confiado únicamente a Etiopía un mandato sobre la ex colonia italiana, mandato que no le autorizaba al Anichluss impuesto años más tarde por el emperador Haile Selasie. Como escribía recientemente el corresponsal de Le Monde al dar cuenta de los acontecimientos en el Cuerno de Africa, «raras veces, sin duda, el hechizo ideológico y la logomaquia habrán camuflado con tanto cinismo una simple lucha por el poder. La perversión del lenguaje revolucionario, reducido hoy a unos cuantosslogans esquemáticos, roza el delirio». En el Sahara, como en el Cuerno de Africa, la validez del principio de autodeterminación y las afinidades ideológicas aparecen mediatizadas no sólo por el choque de intereses de nacionalismos opuestos, sino también por la rivalidad a escala planetaria de las dos superpotencias -rivalidad que convierte a los movimientos de liberación e incluso a los estados de ambas zonas en meros peones de una estrategia que escapa totalmente a su control.

Las revelaciones de las personalidades implicadas en el proceso de descolonización del Sahara y la firma de los Acuerdos de Madrid han arrojado bastante luz sobre las razones del fracaso estrepitoso de la política exterior franquista y las circunstancias penosísimas en que fueron aceptados los tratados que ponían fin a la presencia española en aquel territorio (es de lamentar, no obstante, que el principal responsable de los hechos, Arias Navarro, haya eludido hasta ahora con torpes excusas su comparecencia ante la comisión investigadora). El testimonio de los protagonistas pone de relieve el callejón sin salida en que se había encerrado la diplomacia española y la forma poco digna en que Presidencia de Gobierno se salió de él. Pero creo que el descubrimiento de los medios empleados por el lobby pro marroquí para conseguir un entendimiento con Rabat debería completarse con el conocimiento y análisis de similares presiones y chantajes por parte del lobby pro argelino y el régimen de Bumedian en su tentativa infructuosa de imponer una solución favorable a sus ambiciones.

La revista Sahara-Flash (páginas trece y catorce del número tres, correspondiente a septiembre de 1977) reproducía, por ejemplo, la fotocopia de una carta fechada el 15 de mayo de 1973, dirigida por Buteflika a su embajador en Madrid (con la referencia 133/CAB. CONF. ES-AP y, que yo sepa, no ha sido desmentida hasta hoy):

«Nuestro Gobierno quiere informar, en consecuencia, al primer ministro español y a su ministro de Asuntos Exteriores, de que toda política hostil a los intereses estratégicos de Argelia en el Sahara occidental acarrearía una reciprocidad que no podría sino perjudicar igualmente a los intereses españoles, y no sólo en la región.»

«Queremos precisar, además, que todo acuerdo que no tomase en cuenta nuestros puntos de vista en el reglamento final de este contencioso colonial nos obligaría a reconsiderar nuestros acuerdos anteriores, principalmente económicos, y a movilizar nuestras potencialidades para destruir la imagen privilegiada de que goza España en ciertos países de Africa, América del Sur y el mundo. árabe. Recordemos a este respecto que la presidencia de la Conferencia de países no alineados nos corresponderá a partir de septiembre del presente año.»

Palabras premonitorias, que iluminan con luz cruda -se habla deintereses, no de principios- acontecimientos mucho más recientes.

El ministro de Asuntos Exteriores de Mauritania evocó, por su parte, ante la ONU, el 14-10-77, la reunión celebrada en Ginebra, en octubre de 1975, entre representantes españoles, argelinos y del Polisario-, en la que Argelia se comprometía a garantizar los intereses económicos y culturales españoles en el Sahara y a retirar su sostén al movimiento independentista de Canarias a cambio de que España proclamara unilateralmente la independencia del territorio. Como decía Uld Muknass al comentar la propuesta tocante a Cubillo, «he aquí otra ilustración de la manera en que los dirigentes argelinos conciben la aplicación de los principios de autodeterminación».

El modo en que el franquismo se salió de la trampa saharaui-trampa fabricada, no lo olvidemos, por la propia España- fue, sin duda alguna, sórdido y desastroso. Pero es igualmente cierto -y eso no se suele evocar a menudo- que el mantenimiento de las promesas independentistas hubiese significado, como escribía un buen conocedor del tema, «una aventura bélica permanente frente a Marruecos, a un coste económico y político incalculable». Entre dos males, se escogió el mal menor. Tras la sangre inútilmente vertida durante un siglo de agresiones colonialistas era la única opción razonable. El «honor» del Ejército no hubiera salido fortalecido con una nueva matanza de «moros».

Las resoluciones del Comité de Liberación de la OUA y el Consejo de Ministros de la misma, reunidos en Trípoli, el pasado mes de febrero, respecto a la «africanidad» de Canarias y el apoyo económico y logístico al movimiento independentista de Cabillo han suscitado una reacción indignada en todas las franjas del espectro político español: mientras el PSOE denunciaba la «ignorancia» de los países africanos «sobre la realidad socioeconómica, étnica y política de Canarias y su indudable españolidad», el PCE definía el hecho como «escandaloso e intolerable. Nadie con un mínimo de sensatez puede ignorar que Canarias es parte de España». En un artículo publicado en, EL PAIS, Emilio Menéndez del Valle evocaba la figura del secretario ejecutivo del Comité de Liberación de la OUA, coronel Mbita, «hombre de ideas fijas, firme anticolonialista, luchador de alguna que otra causa equivocada», quien, lanzado por «la pendiente demagógica» sostenía «sin la mínima turbación que el PSOE era un partido colonialista e imperialista por no admitir la africanidad de Canarias», y en una entrevista concedida al corresponsal del mismo diario en la capital argelina Manuel Azcárate, tras condenar la «absurda» actitud de la OUA tocante a Canarias, aseguraba: «Es falso que el Polisario tenga nada que ver con los aventureros del MPAIAC».

Para mí -y probablemente para cualquier lector de la prensa marroquí, ya sea gubernamental o de los partidos de oposición- el coro de protestas y lamentaciones suena -o sonará- familiar. Pues existe un paralelo evidente entre la asombrosa unanimidad africana en torno a Canarias y la no menos asombrosa unanimidad de la izquierda española respecto al Sahara. Las acusaciones de ignorancia e intervención escandalosa y flagrante de los partidos de izquierda hispanos en el proceso de reunificación marroquí se repiten casi a diario, en efecto, en los órganos de prensa del PSP, la USFP y el Istiqlal. Si va a decir verdad, el conocimiento de las realidades culturales, étnicas y socioeconómicas de Magreb por parte de quienes, invitados por el Gobierno argelino y expresándose sólo en francés ven lo que se les quiere hacer ver y escriben lo que se quiere que escriban, no es probablemente mucho mayor que el de los delegados del Comité de Liberación y Consejo de Ministros de la OUA sobre Canarias. En cuanto a los anticolonialistas «de ideas fijas», luchadores de «alguna que otra causa equivocada» que acusan a la izquierda marroquí en bloque de «colonialismo e imperialismo» por no avalar las tesis del Polisario, no necesito buscarlos en Tanzania como Menéndez del Valle: los encuentro a cada paso entre los cuadros militantes y votantes del PSOE, PCE, PT y demás grupos de izquierda, para quienes las diferencias existentes entre marroquíes y argelinos (por no hablar ya entre erguibats, tuaregs y chaambas) son tan borrosas como las que separan, a ojos del coronel Mbita, a un peninsular de un canario. Cuando el órgano del FLN argelino Révolution Africaine afirma que las protestas de los partidos de izquierda españoles responden «al viejo reflejo colonialista que acusa de ingerencia en sus asuntos internos toda expresión de apoyo a la lucha de un pueblo bajo dominio colonial» o que los dirigentes hispanos «debieran darse cuenta de la irreversibilidad de los procesos de liberación» no hace más que repetir los argumentos de nuestra izquierda, cuando reprocha a las fuerzas progresistas marroquíes de estar vendidas al trono alauita por no admitir la «identidad nacional» del Sahara.

24 Mayo 1978

El Sahara: dos años después / 5

Juan Goytisolo

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Las conocidas dotes de prestidigitador de Buteflika en las asambleas africanas nos permiten asegurar que, pese a su proclamada vocación tercermundista, socialistas y comunistas españoles van a verse próximamente expuestos en picota, en todas las reuniones y conferencias relativas a los procesos de descolonización -exactamente igual que sus homólogos del sur del Estrecho. La decisión del PSOE de no asistir a la próxima reunión del Buró Político de la Internacional Socialista en Daja, Senegal, como protesta al voto favorable de este país al MPAIAC, en la reunión de Trípoli, en un índice de los malos tiempos que se avecinan: ante.el automatismo de las «mayorías unánimes» y la manipulación interesada de la noble causa anticolonialista, denunciar a los «aventureros del MPAIAC» -del mismo modo que los marroquíes denuncian los «mercenarios de Tinduf»- resulta tan vano como irrelevante.Al trazar un paralelo entre la explotación por Argel de los asuntos del Sahara occidental y Canarias -y entre la incómoda situación en que ello coloca a los partidos progresistas de España y Marruecos- no pretendo, claro está, equiparar ambos problemas: ni los lazos históricos que unían hasta el siglo XIX el territorio que ocupaba España al sultán eran tan nítidos y firmes como la dependencia política y administrativa multisecular del archipiélago con respecto a la Península (ello obedece a las peculiaridades de la sociedad saharaui, características de su estadio tribal), ni la culminación del proceso de reunificación marroquí en 1975 ha sido avalada aún dejure por las instancias internacionales, a diferencia de la hispanidad de las islas. Pero dicho esto, las diferencias entre el MPAIAC y Polisario son bastante más cuantitativas y circunstanciales de lo que a primera vista se pudiera creer: debidas sobre todo al hecho de que mientras la ayuda de Bumedian a Cubillo ha sido siempre modesta (y supeditada a las coyunturas de la situación en el Sahara) y el alejamiento de los santuarios argelinos no permite al MPAIAC la realización de operaciones militares de envergadura, Argel ha volcado el enorme arsenal militar y propagandístico que le procuran sus ingresos petrolíferos en manos del Polisario y éste dispone de toda la latitud del desierto para montar sus razzias y golpes de mano; en lo que toca al muy distinto grado de implantación del Polisario y MPAIAC entre las poblaciones saharaui y canaria, ello obedece sin duda al hecho de que la primera fue condicionada psicológicamente por espacio de cinco años por las autoridades coloniales a abrazar, por razones de interés obvio, la tesis independentista. No es demasiado aventurado imaginar que bastaría mucho menos tiempo para que, tras varios siglos de lamentable abandono por parte de Madrid, una potencia administradora interesada en provocar la secesión del archipiélago (por ejemplo, Estados Únidos) fabricara una mayoría (con idénticas promesas de ayuda y protección a las que formulara España) favorable a la república guanche en que sueña Cubillo.

Cuando el PSOE proclama por boca de Yáñez y Menéndez del Valle que «apoya la libre autodeterminación de los pueblos (incluido el saharaui)» (EL PAIS, 14-10-77), los marroquíes tienen derecho a preguntarle si este apoyo se extiende, por ejemplo, a los vascos (pueblo que, a diferencia de las poblaciones del territorio que administra España, tiene una etnia perfectamente diferenciada de la de las demás nacionalidades españolas y en cuyo seno una fracción de indudable arraigo popular lucha también, con las ,armas, contra el «colonialismo» de Madrid). Las razones de aplicación o no aplicación del principio de autodeterminación obedecen en la práctica a razones de información y vivencia interna: resulta mucho más fácil exigirlos de puertas afuera (sobre todo cuando se desconoce la intrincada realidad del problema) que en la propia casa (en donde las cosas aparecen con todos sus matices y complejidad). Afirmar, por ejemplo, que «cabe la posibilidad de que lo que es válido para Gibraltar puede no serlo para Ceuta y Melilla» (como decían Yáñez y Menéndez del Valle en su respuesta a Laroussi) es someter la incuestionable validez de los principios a consideraciones de consumo interior, a la consabida dialéctica del Nosotros y Ellos. Pero el empleo de dos pesos y medidas en el manejo de los principios jurídicos y morales responde también a menudo a criterios pragmáticos, cuando no abiertamente electoralistas. Como dice Serafín Fanjul en el artículo antes mencionado, «no hay que ser grandes observadores para constatar que el Polisario proporciona, a precio muy barato, una pancarta izquierdista de cara a la galería de unas bases que piden radicalización y encuentran moderadísimas actitudes en el orden español interno ( … ) Es útil hablar de las metralletas que esgrimen los otros mientras se aguarda el maná que viene de Centroeuropa» (Ya, 24-11-77). A ello se podría agregar que hablar mucho y muy fuerte sobre el Sahara (tema electoralmente rentable y sin peligro interno) evita la dura necesidad de hacerlo tocante a problemas mucho más arriesgados y explosivos como lo son, verbigracia, los que plantea el porvenir de Ceuta y Melilla de cara al Ejército (por la misma razón, los Estados de la OUA prefieren votar el anodino y cómodo tema de Canarias y no el espinoso y comprometido de la descolonización del Sahara).

Cuando Menéndez del Valle escribe: «El futuro de Canarias lo decidirán los canarios desde sus posiciones autonomistas. El futuro de los canarios dependerá del órgano autonómico canario, y no de Madrid. Pero, desde luego, no del Comité de Liberación de ka OUA»,celebro coincidir con él. Tan sólo me permitiría extender su razonamiento del Nosotros al Ellos: el futuro de los saharauis (el de los erguibats, tuaregs y chaambas residentes en Marruecos, Argelia y Mauritania) lo deben decidir los propios saharauis, desde posiciones autonomistas. El futuro de los saharauis tiene que depender de órganos autonómicos saharauis encuadrados en el Magreb de los pueblos. Pero, desde luego, no a partir de criterios de independencia selectiva y ficticia como intenta hoy Argel con el sostén inocente de los partidos de izquierda españoles.

. La «progresiva despersonalización del ente humano saharaui» que evoca Manuel Ostos en sus recientes crónicas es una realidad. El libre nomadismo que, en función de la sequedad de los pastos, practicaban erguibats y tuaregs desde tiempos inmemoriales era totalmente ajeno a los conceptos de Estado y fronteras. Hoy, las necesidades de la guerra y los imperativos del desarrollo económico imponen tanto en Tinduf como El Aaiún una sedentarización forzada que destruye sus valores sociales y morales los convierte en peones de un juego de intereses, cuyos motivos les escapan. Unicamente un replanteamiento global del problema podrá acabar con su alienación y sufrimientos y ella no se logrará coreando tranquilamente desde Madrid consignas heroicas del tipo de «independencia o muerte ».

25 Mayo 1978

El Sahara, dos años después / 6

Juan Goytisolo

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En el transcurso del último año el PSOE ha insistido con frecuencia en su propósito de mantener «relaciones privilegiadas» con el partido único de Argelia, el FLN. Desde la folklórica liberación de los pescadores capturados por el Polisario hasta la clausura de la emisora de Cubillo con motivo de la visita a Argel de Felipe González -regalo ofrecido a éste a cambio de su oposición a la ratificación del acuerdo pesquero con Marruecos en el que se reconocía de facto la jurisdicción marroquí sobre las costas saharianas-, nuestro primer partido de oposición no ha regateado ninguna ocasión de manifestar su apoyo incondicional al Polisario y a sus protectores de Argel.Pero si el descalabro de la política exterior del Gobierno, puesto de relieve por el sostén masivo del Consejo de Ministros de la OUA a la «africanidad» de Canarias es mayúsculo, el sufrido por la política proargelina del PSOE no ha sido menor. Después de habernos afirmado repetidas veces, tras el voto de la primera resolución del Comité de Liberación, que «Argelia no había tenido que ver con él» o que «su actuación no había sido determinante », y de seguir agitando contra toda evidencia el espantajo de una presunta amenaza marroquí respecto a Canarias, siendo así que por razones obvias Mauritania y Marruecos son los únicos países africanos que se han declarado sin equívocos en pro de la hispanidad del archipiélago, los dirigentes del PSOE se han visto obligados a cesar sus difíciles piruetas y reconocer la amarga verdad de los hechos, aunque sin abandonar del todo sus irrealistas esperanzas.

Según informan las agencias, Felipe González declaró en Tenerife: «Argelia ha cometido una torpeza y un error al votar en favor de la resolución», pero que «confiaba en un cambio de postura en el futuro. » La calificacion del misterioso atentado contra Cubillo de «actuación criminal contra el proceso independentista de los pueblos de Africa», por parte de Buteflika, ha sido la respuesta inmediata de Argel a sus buenos deseos: para quien conozca el control absoluto del partido único argelino sobre los medios de información, las extravagantes acusaciones respecto a la participación del PSOE en el atentado no han podido ser hechas sin el beneplácito previo del régimen de Bumedian.

El error de la oposición

Cuando el secretario de Relaciones Internacionales de la UCD reprochaba «la complacencia de ciertas fuerzas políticas que han colaborado gustosa e ingenuamente en una bien preparada maniobra de política exterior paralela -haciendo referencia a su oposición al acuerdo pesquero con Marruecos-, «como-si la españolidad de Canarias pudiera ser negociable con Argelia a cambio de intereses» (EL PAIS, 1-3-78), es triste reconocer que, desde el punto de vista de cualquier Gobierno, los hechos le dan razón. Pese a su inconsiderado incondicionalismo pro argelino, ni el PSOE ni los restantes partidos de izquierda han obtenido de Argel que las Canarias dejaran de ser objeto de sus tradicionales presiones y chantajes.

Para «castígarles» por su fracaso en la ratificación del acuerdo pesquero, Buteflika se ha sacado de la manga sus principios de quita y pon -que, como hemos visto, aparecen y desaparecen según las circuristancias- y ha concretado sus viejas amenazas abriendo eldossier «colonial» canario ante -las instancias supranacionales del continente. En realidad, como escribe el corresponsal de EL PAIS en Argel, «ni a él ni a sus jefes les importa un adarme el MPAIAC, al que no conceden mayor importancia, por más proclamas que hagan en sentido contrario. El Sahara es lo que importa hasta niveles de obsesión» (18-4-78).

Dos nacionalismos opuestos

Cuando hace dos años definí el conflicto del Sahara como el choque de intereses entre dos nacionalismos opuestos y subrayé el carácter oportunista y las intenciones hegemónicas que motivaban la actuación argelina en el problema, mis razones se estrellaron contra el muro de las opiniones ya hechas y fueron descartadas con nobles, pero indocumentadas declaraciones de principio, cuyos argumentos, más que argumentos, eran actos de voluntad, cuando no de fe. Las peripecias de las últimas semanas han puesto a dura prueba con todo la tesis de la intervención desinteresada de Argel en el asunto y, pese a la manifiesta parcialidad de algunos medios informativos, la opinión pública comienza a plantearse preguntas a las que nuestros partidos marxistas tendrán tarde o temprano que responder.

Ningun parentesco

No dudo que en el plano de la política interior el régimen argelino sea uno de los mejores o -para ser más exactos- menos malos entre los sistemas autoritarios del Tercer Mundo. Pero de ahí a evocar imprudentemente como oigo a menudo de boca de los dirigentes del PCE y sobre todo del PSOE unas supuestas «afinidades ideológicas», media un buen trecho que impone un mínimo de clarificación. ¿Cuál es el parentesco existente entre un partido democrático como el PSOE, instalado en el marco de una sociedad pluralista, con un régimen de partido único, de origen golpista y militar, vaga ideología nacionalpopulista y praxis burocrática? Al evocar sus afinidades con Argel, ¿no incurren acaso en el mismo error que los partidos eurocomunistas cuando siguen otorgando la etiqueta «socialista» al tecnoburocratismo represivo de la URSS y demás países del Este?

El «socialismo» de los países atrasados

Que existe una serie de elementos muy positivos en el régimen argelino es una cosa. Que dicho régimen sea socialista, algo muy diferente. Para cualquier lector de la obra de Marx -al parecer no abundan en nuestras latitudes-, el socialismo no es una vía para conseguir un desarrollo acelerado de la economía, sino una consecuencia de dicho desarrollo. El «socialismo» de los países atrasados, como nos prueba lo ocurrido en los últimos sesenta años, no es más que un capitalismo de Estado controlado por una pequeña o mediana casta de burócratas que expropia la plusvalla del proletariado en beneficio de sus propios intereses. Seguir hablando de «socialismo» argelino o libio (por no mencionar la parodia sangrienta de regímenes «marxistas» del tipo de Etiopía o Guinea ecuatorial) no sirve más que para confundir las cosas. No hay un socialismo óptimo, desarrollado y maduro para nosotros, y otro miserable, explotador,y represivo para ellos. Las lógicas diferencias entre países de muy diverso grado de avance político y social no invalidan el hecho de que libertad, participación y democracia sean nociones vigentes a escala planetaria o tiendan a convertirse en una gigantesca mixtificación.

26 Mayo 1978

El Sahara, dos años después / y 7

Juan Goytisolo

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Cuando un partido que, como el PSOE, se presenta como una alternativa real de Poder, exige la denuncia de los acuerdos de Madrid de 1975, demuestra valorar muy a la ligera los graves riesgos que semejante decisión entrañaría para todos. Como decía muy justamente el editorial de EL PAIS del 21 de diciembre de 1977: «Desde otras cancillerías se ha tratado de empujar a España, con la inocente aprobación de algunos sectores de la oposición democrática, a intervenir en el conflicto del norte de Africa, utilizando nuestra mala conciencia por el vergonzoso abandono del Sahara. ( … ) Pero lo que se está rodando en el Magreb no es precisamente una película de buenos y malos, sino una intrincada jungla de intereses en la que la actitud de España es esencial para mantener el equilibrio, por inestable que sea, en la zona.»Resulta cada día más obvio que si la frágil democracia española quiere salir del atolladero en que le metió el franquismo no lo conseguirá alineándose incondicionalmente con alguna de las partes implicadas en el asunto. Me parece muy lógico y razonable que la oposición fustigue la política débil y, a menudo, contradictoria del Gobierno, tocante al Sahara; pero no me cabe la menor duda de que, si en lugar de seguir lamentándose sobre lo pasado, ofreciera una alternativa viable para conseguir la autodeterminación de los saharauis, que no significara la aceptación pura y simple de la tesis de Argel, su actitud sería mucho más eficaz y constructiva. Encerrarse en posiciones maximalistas e irreales no contribuye a despejar el futuro de los saharauis y de los pueblos hermanos del Magreb.

Razones de «realpolitik»

En marcado contraste con los partidos de oposición españoles y los dos principales miembros y rivales de la difunta Unión de la Gauche, la posición de los Gobiernos árabes sobre el Sahara -ya se trate de regímenes conservadores o de orientación progresista- es de una prudente reserva, inspirada por su mejor conocimiento del tema y la convicción de asistir a un choque de dos nacionalismos opuestos, en el que la experiencia y sentido común les aconseja no tomar partido: ¿acaso los mauritanos, dicen, no son saharauis como los guerrilleros del Polisario?; ¿en nombre de qué los árabes deberían escoger a unos saharauis contra otros?

Los países de la Liga Arabe saben mejor que nadie que la autodeterminación de algunos millares de erguibats no es el verdadero ob jeto del conflicto. Son Argelia y Marruecos quienes se enfrentan por razones de realpolitik; los sa harauis quienes luchan entre ellos. El único aliado de talla de Bume dian en el mundo árabe, el coronel Gadafi, no sólo no ha querido reconocer a la República Saharaui, sino que ha abandonado en los últimos tiempos su retórica propolisario en favor de una posición más matizada y pragmática, con vistas a desempeñar en el futuro un fructuoso papel de mediador. Al recibir el pasado mes de septiem bre a una delegación parlamenta ria marroquí condenó el extremis mo de todos los responsables del drama: Mauritania y Marruecos, por considerar el problema del Sahara, un dossierarchivado; Argelia, por exigir el reconocimiento previo de la representatividad exclusiva del Polisario para negociar con Nuakchott y Rabat.

Las proposiciones formuladas recientemente en Oviedo por Fernando Morán, ex director general de Asuntos Exteriores para Africa y Oriente Medio en el primer Gobierno de la Monarquía y hoy candidato unitario del PSOE-PSP en la elección senatorial de Asturias -«Mantener el actualstatus de Marruecos en el Sahara, crear una. confederación saharaui-mauritana, en la que tendría alguna influencia Argelia, consolidar las fronteras de este país con Marruecos, que en el reparto colonial le fueron adversas a los marroquíes»constituyen un paso alentador en esta dirección y una posible plataforma de discusión para solucionar el problema y desactivar las graves tensiones que afectan a toda la zona.

El envío de una delegación oficial del PSOE a Mauritania,y Marruecos -pese al mantenimiento por la misma de las posiciones «extremistas» censuradas por Gaddafi- es, igualmente, un signo de que el maniqueísmo de nuestra izquierda empieza a ceder a otras opciones de- mayor madurez y responsabilidad.

Unas breves apostillas para concluir: mis reflexiones sobre el tema saharaui han sido producto de un acercamiento estrictamente individuala la compleja problemática del Magreb. Excluyendo mi primera visita a Argelia por invitación del Gobierno de Ben Bella, he recorrido siempre Marruecos, Argelia y sus zonas saharianas como simple viajero, sin aceptar guía ni patrocinio algunos ni representar nada ni a nadie más que a mí mismo -y por dicho motivo no he participado ni pienso participar en ningún tour organizado, ya sea a Tinduf, ya a El Aaiún, en cuanto resulta imposible preservar allí un mínimo de independencia en las circunstancias presentes-. La experiencia de mis pasadas equivocaciones me ha comunicado una desconfianza profunda hacia los juicios y apreciaciones dictados por meras consideraciones tácticas de grupos y partidos. También me ha enseñado a no caer más en las trampas en que habitualmente cae el «turista revolucionario invitado», presto a confundir, hoy como ayer, bacías con yelmos o prendre des vessiespor des lanternes.

Buscar honradamente una salida

Mis errores, si los hay, son, pues, errores propios. No pretendo, ni mucho menos, un monopolio de la verdad. Pero los argumentos, hechos y realidades que he expuesto son parte indudable de ella y deberán ser tenidos en cuenta si queremos buscar honradamente una salida al drama saharaui. El prejuicio promarroquí de que me acusan quienes apoyan ciegamente las tesis de una independencia prefabricada y selectiva es en realidad un prejuicio promagrebí o, para ser más exactos, pro árabe: mis simpatías van por igual a los pueblos -y no, desde luegu, a los Gobiernos- de Marruecos y Argelia, así como a las poblaciones saharauis que he tenido ocasión de conocer y apreciar durante mis nomadeos por la zona anteriores al conflicto.

29 Agosto 1978

Reivindicación de la causa saharaui / 1

Pedro Costa Morata

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Está claro que los españoles entendemos poco del mundo árabe y del Magreb; está claro también que la crisis de la « descolonización » del Sahara no ha servido de gran cosa para aguzar los análisis o mejorar el conocimiento; y es verdad que la prensa no acaba de servir de tribuna suficiente para este debate, todavía pendiente. Como acontecimiento importante ha de señalarse la serie (véase EL PAIS, días 17-26 de mayo) que desarrolló Juan Goytisolo en torno al tema del Sahara exponiendo, con evidente brillantez, los argumentos de la postura marroquí. Para mí, el mayor éxito de las tomas de posición del escritor se cifra en la incapacidad de respuesta que viene suscitando, pese a ir muy directamente contra posturas cualificadas y reconociendo que propina una ducha de agua fría al sentimiento generalizado pro saharaui. Goytisolo cree poder adoctrinarnos en materia magrebí.Argumentación fraudulenta

Entendiendo que la estructura argumental de esos artículos, con contradicciones y silencios importantes, ofrece una no despreciable oportunidad de sostener el debate, quiero plantear esta reivindicación de la causa saharaui, condenada por el escritor, no desde la postura de falsa objetividad que él exhibe, sino desde el punto de vista que considera al pueblo saharaui y al Frente Polisario protagonistas de un proceso revolucionario magrebí del máximo interés.

Como decía, la postura que sustenta Goytisolo es la que sustenta el Estado marroquí. El régimen de Rabat y sus organizaciones politícas parlamentarias. Esto es, nacionalismo sacrosanto y derechos históricos inalineables obstaculizados por una pugna entre Estados (Argelia y Marruecos). Y fuera de este marco, la «ficción» de un pueblo y una organización político-militar que no tienen justificación en razón de aquellos derechos históricos y que solamente adquieren relevancia merced al hegemonismo de Argel. A esto hay que añadir, ya con tintes muy peculiares, el empeño en castigar a la oposición parlamentaria española, pretendiendo reducir la izquierda a unos partidos políticos, para mí, insulsos y oportunistas.

Con la intención de denunciar la argumentación que excluye a los, a mí entender, verdaderos protagonistas, acudo al debate felicitándome de que personajes cualificados expongan y defiendan las tesis pro marroquíes; esto lo digo con independencia del escaso rigor que me parece que él emplea, limitándose a recitar los argumentos que Mohammed Buceta emplearía.

Las cosas no están como hace dos años. En lo diplomático, unos catorce países -pocos- han reconocido a la RASD, pero el Frente Polisario goza de mucha más audiencia y esto es más importante. En lo militar, el Ejército marroquí no ha avanzado gran cosa y continúa a la defensiva, encerrado en algunos puntos neurálgicos y arrastrando hacia el desastre a la economía marroquí. Goytisolo puede proponer pasar el próximo invierno de gira con la guerrilla por el Saguiet el Hamra, mejor que en el confortable Suss, con la garantía de que le resultará de mayor fecundidad literaria (puede que hasta visite Bir Lehlu, además de Hausa, el Farsía, Hagunia, etcétera).

En la parte marroquí, las masas siguen igual -o peor- de depauperadas que antes de recuperar (para su «emancipación») Bu Craa, el régimen se afianza como gendarme subimperialista en Africa, apuntalando feudos de tanto interés para la Humanidad como el de Mobutu y garantizando la paz de Occidente (y el sostenimiento de los valores bursátiles mineros). A cambio de contribuir a congelar la rebelión progresista en Shaba, Rabat pide más material antiguerrillero contra el Polisario.

Abajo Bumedian, arriba Hassan

Sobre la prolongación de esta situación, no todo depende de la actitud del régimen de Bumedian, pero de momento no se le ve fin, en tanto que saharauis y argelinos se nieguen a aceptar los hechos consumados. Creo que el tiempo juega a favor del Polisario y, desde luego, es éste el único factor de interés, actualmente, en una perspectiva revolucionaria a nivel de pueblos que mejore la situación de las masas secuestradas por las oligarquías y los verbalismos nacionalista en el Magreb.

No creo que la influencia de Argelia sobre los «turistas revolucionarios invítados» (entre los que me cuento, de vez en vez), sea mayor que la de Marruecos sobre los intelectuales afincados y halagados de Fez, Tánger o Marrakech. Es un error creer que intelectuales y arabistas han de ser los que mejor conozca el Mogreb generalmente están menos capacitados que periodistas o políticos para ver de qué va la cosa, sin voluntarismos folklóricos o curiosidades burguesas.

Creo que, por lo demás, el sentimiento independentista entre el pueblo saharaui se ha afirmado. No fueron los franquistas ni los corrompidos del PUNS, los que provocaron este sentimiento ni lo delimitaron. El Frente Polisario ya era, por tradición y por ideología, una fuerza progresista seria (que, por cierto, no recibió apoyo argelino hasta bien entrado 1975). Dar más valor a las reivindicaciones nacionalistas de los años 50 (Istiqlal), que a la decisión independentista saharaui de los años 70 (Polisario), no se justifica políticamente; es una cuestión deelección, por la motivación que sea.

30 Agosto 1978

El gran Marruecos, un sueño nacional-fascista

Pedro Costa Morata

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La base de la argumentación marroquí -y de Goytisolo- está en los pretendidos e inagotables derechos históricos sobre buena parte de Africa del Noroeste, recogidos y formulados por Allal El Fassi, líder del Istiqlal. Esta manifestación ex pansionista procede -mezcla de sueño y ambición- de una parte importante de la burguesía nacionalista marroquí, que halló en las imprecisiones. de la historia la clave de su expansión y hegemonía. Aunque la monarquía quiso ser la enterradora de los fervores -y peligros- nacionalistas (¿quién liquidó al Ejército Nacional de Liberación después de la operación Ecouvillon?) hubo de asumirlos, a su manera, por su propia supervivencia. Fracasadas las experiencias reivindicativas sobre Argelia (guerra de octubre de 1961) y contra la República Islámica de Mauritania, los esfuerzos se orientaron a desquitarse a base de las posesiones de España en la región.La grotesca «marcha verde»

Las reivindicaciones sobre el Sahara occidental están desprovistas de fundamento histórico y quiebran en lo político, pero fueron realimentadas por la retrocesión de la «zona sur del protectorado » (que no tiene nada que ver con el Saguiet el Hamra y Río de Oro) y que tampoco había correspondido nunca a Marruecos. Del irredentismo histórico al expansionismo fascista, no hay más que un paso y a mi juicio, se consiguió dar con la invasión armada del Sahara occidental. Aquí se ha revelado diáfanamente la potencialidad fascista del sueño de El Fassi, y también en las frecuentes amenazas y bravatas sobre territorios de Argelia y Mali, (por razones obvias, pero que interesaría que se nos explicaran, las reivindicaciones sobre Mauritania están en el congelador). Del nacionalismo romántico e interesado se ha pasado a un subimperialismo expansionista que conviene frenar a todos lospueblos de la zona. Recuperar a base de bombardeos con napalm yotras lindezas unos territorios evolucionados políticamente no puede calificarse de otro modo. De todos modos convendría saber, para enjuiciar debidamente sus fervores, cómo es el mapa del Marruecos histórico que Goytisolo propugna, incluyendo sus opiniones sobre Mauritania.

En cuanto al clamor popular sobre el Marruecos histórico me voy a permitir dudar absolutamente a la vez que me reafirmo en la tristeza que me inspiraba la grotesca marcha verde, esencialmente igual a las demostraciones de la plaza de Oriente y básicamente manipulada por el aparato publicitario real, una vez que Kissinger, Rabat y Madrid convinieron en que era la forma más adecuada de liquidar con honra el asunto. En un país como Marruecos, de explotación salvaje del trabajador, de feudalismo económico y de ausencia de libertades prácticas lanzar al pueblo a aventuras expansionistas, por muy «históricas» que se presenten, no puede hacerse sino con el engaño descarado y opresivo tan familiar en nuestros pagos. Está claro que son los problemas interiores los que preocupan al régimen; para neutralizarlos, el «gran Marruecos» resulta extremadamente útil.

Los prejuicios colonialistas, para quien los tenga

Ni que decir tiene que comparto todas y cada una de las aseveraciones dirigidas contra los colonialistas españoles y la: miopía eurocéntrica de los partidos obreros españoles de antes y después de 1931. Pero Goytisolo descarga sobre, éstos, innecesariamente, gran parte del peso de sus argumentaciones; estamos de acuerdo, pero nada de esto tiene que ver con el tema que nos ocupa, que es la validez o no de la causa saharaui y la justificación o no de las pretensiones marroquíes. Poco tiene que ver en esto lo que decía Largo Caballero o dicen González y Azcárate (estos personajes dicen lo que haya que decir y dejarán de decirlo cuando haya que dejar de decirlo: la seriedad política no va por ahí).

La reconstrucción del Estado histórico desmembrado por la intervención europea, a base de no contar con la voluntad de sus habitantes, en contra de lo que opina Laraui, significa ahora una operación fascista-expansionista que solamente un Istiqlal estimulado por la gran burguesía, unos partidos de izquierda sin bases y humillados constantemente por el trono y un monarca que se juega a esta carta su supervivencia pueden promover. No veo al pueblo por ninguna parte en toda esta fanfarria colorista, amenazante y exultante y sí veo la misma miseria de hace cinco años y las cárceles ocupadas por izquierdistas y revolucionarios (con y sin partido) que se niegan a jugar el juego nacionalista y suelen apoyar la causa saharaui.

No es la unidad marroquí la que se ventila en este conflicto sino, en definitiva, la afirmación de un statu quo social y político en un Marruecos que juega un papel fundamental en la estrategia imperialista de Occidente, especialmente en el marco de la OTAN. Se trata de un sistema reaccionario que secuestra al pueblo con pretextos fraudulentos y supone un peligro constante para otros pueblos del área. Y aquí no voy a excusar a Argelia (cuyo régimen me resulta notablemente más simpático que el de Marruecos), que actúa movida por el mismo imperativo del equilibrio en la región, pero rehuso claramente el situar el problema saharaui en un duelo entre los Estados argelino y marroquí.

Mal que pese, Marruecos juega, a nivel internacional, el papel reaccionario y Argelia, el progresista; y esto no lo van a impedir las variaciones goytisolianas sobre progresismo y reacción, generalmente conceptos de sentido común (político). Apoyar un movimiento político emancipador surgido de una situación colonial y estructurado y definido en una guerra contra ocupantes colonialistas, primero, y neocolonialistas después, resulta bastante digno, incluso sabiendo cuál es el interés material que Argel tiene en el tema. Los movimientos revolucionarios tercermundistas han necesitado ayuda -y la han obtenido casi siempre- en países amigos, próximos o lejanos.

El tema, como casi todo, es opinable; pero mi definición del conflicto no es, desde luego, «choque de dos nacionalismos opuestos», sino aparición de un movimiento de liberación popular y antiimperialista opuesto al expansionismo marroquí y ayudado en la revolución argelina. Sus orígenes no son los que señala, muy simplistamente, Goytisolo -deseo franquista y estímulo argelino- sino que obedecen a factores culturales, políticos, geográficos y, desde luego, históricos.

El nacionalismo poético de los adheridos a causas expansionistas forzosamente es contradictorio y adolece de enfoques absolutos que no pueden servir. Los problemas que suscita la cuestión saharaui son sustancialmente políticos, puesto que hay que admitir la voluntad de un pueblo y la naturaleza de dos regímenes diferentes, en una estrategia amplia de potencias e intereses en la zona. ¿Cómo no hablar de Francia, USA, URSS, de el Estrecho, el Mediterráneo, la OTAN, etcétera?. ¿Cómo va a reducirse todo a la tirria argelino-marroquí, sin dar a los saharauis el peso debido y sin reconocer el interés de Occidente en un Marruecos configurado políticamente como en la actualidad?

31 Agosto 1978

La fobia anti-argelina

Pedro Costa Morata

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Recluir el problema al antagonismo Marruecos-Argelia es simplemente fraudulento; esa es la línea del régimen marroquí, que ve argelinos por todas partes (pronto verá cubanos), pero que no ha conseguido exponer a la prensa internacional ni uno solo, después de MGala; y es la única forma de descalificar el hecho saharaui, junto a los dichosos «derechos históricos». Goytisolo reconoce virtudes en el régimen argelino (¿reconoce defectos en el marroquí?) a regañadientes; por eso intenta descalificarlo también, globalmente, mediante una definición desocialismo en países atrasados de indudable interés: «Capitalismo de Estado controlado por una pequeña o mediana casta de burócratas que expropia la plusvalía del proletariado en beneficio de sus propios intereses.» No me suena esta definición, que tomará de referencia el modelo argelino, pero le sugiero que intente ahora definir el capitalismo en países atrasados, a ver qué sale; o a que informe de alguna tercera o cuarta vía que pueda haber encontrado.La manía eurocentrista

Poco hay que saber de Tercer Mundo y de socialismo (en general, sin apelar al dogma marxista,habitualmente chasqueado en estas altitudes) para que resulte inexistente un régimen de «libertad, participación y democracia», que Goytisolo parece encontrar en Marruecos. Esto me parece imposible, máxime si esperamos encontrarlo aplicando nuestros conceptos eurocentristas y convencionales, al pie de la letra burguesa.

La fobia anti-Bumedian parece tener sus raíces en el golpe de junio de 1965 que, para Goytisolo, pudo haber significado una degradación de la revolución argelina. La causa, por otra parte, de la liberación de Ben Bella (que parece interesarle vivamente) es meritoria y me adhiero: espero que pronto pueda recuperar la libertad el líder enterrado en vida. Pero he visto con desolación (¿humanitarismo selectivo o cuantitativo?) que no firma manifiestos contra la represión -feroz, por cierto- en Marruecos. Seamos claros: esta postura anti-represión liquidaría la entusiasta experiencia marroquí del escritor.

Si el que el régimen argelino ha perdido, me gustaría conocer la interpretación a aquella guerra expansionista -muy hassanista- de octubre de 1963, desencadenada con el mismo lema que en el caso del Sahara. No me parece adecua do utilizar el «paralelismo» entre aquel Estado sahariano que Francia quería imponer a la naciente República argelina con el proceso de emancipación del Sahara occidental. ¿Quién pedía aquella inde pendencia sino Francia y sus aliados económicos? Desde luego, pensar que sólo un «Estado fantoche» puede tener lugar en el Sahara (antes sometido a España y ahora con respecto a Argelia), es decir, demasiado y, evidentemente, no mejora la situación el convertirlo, en provincia anexionada.

Mantener el «statu quo»

Pero ¿quién invalida a priori la causa de la autodeterminación: Argelia reconociendo a la RASD o Marruecos invadiendo militarmente el territorio? Goytisolo se escapa frecuentemente, apelando a la bestia argelina, cuando sus recursos no son del todo aiortunados. Proponer la autodeterminación para los erguibats, chaambas y tuaregs argelinos, tema interesante para cuando ellos lo pidan, no hace sino sacar a flote la esperanza de que se transfieran territorios actualmente argelinos al marco del «Gran Marruecos».

La influencia de Argelia en un futuro Estado saharaui sería evidente (y, por cierto, bien ganada). Y es verdad que Marruecos no estaría entonces en condiciones de, competir con esta influencia ni, mucho menos, de contagiar ese nacionalismo territorialista a los saharauis excluidos de la férula de Rabat. Los anti-autodeterministas lo que quieren, es mantener como sea el actual statu quo, en cuya prolongación basan su optimismo. Como Argelia, pacientemente, se opone a ello, resulta la enemiga que exaspera.

Creo que empeñarse en que la guerra la lleva Argelia es un error importante e interesado. La verdad más parece estar en que el Ejército marroquí no reúne condiciones políticas y morales para enfrentar se a un en emigo heroico, con alta moral, buen armamento e ideales progresistas. Reconozcamos que ni el Ejército marroquí recuperador ha sido recibido con ramos de flo res ni está exhibiendo un valor y un coraje parejos con el sentido «histórico» que se le supone… En cualquier caso, la ayuda militar de Francia, EEUU e incluso España a Marruecos es muy superior que la de Argelia al Polisario.

¿Quién cerca a quién?

¿Quién cerca a quién? Argelia quiere salir al mar y, a ser posible, influir en un Estado saharaui progresista y agradecido. Pero para sacar al mar el hierro de Gara Yebilet tiene la mitad de distancia llevándolo a Ifni que a El Aaiún.. Argelia quiere limitar el expánsionismo territorial ( que la amenaza directa y claramente) y político marroquí, cosa loable, a mi pobre entender. Marruecos quiere impedir el hegemonismo de Argel, en la perspectiva propia, pero también francesa y norteamericana, y esto me preocupa personalmente, como progresista que me tengo.

Curiosamente, con la presencia española se mantenía el equilibrio; tras la «histórica» (si se me permite) salida de España del territorio todos quieren recuperar el equilibrio perdido, pero en ventaja propia. El problema es que el nacionalismo surgido en el Sahara occidental (o, para ser más exacto, entre los saharauis, también los que nomadean por Marruecos, Argelia y Mauritania) es diametralmente opuesto al marroquí, por la praxis (forzosamente anti-expansionista) y la ideología (progresista de la mejor especie).

He de reconocer que no es la práctica política de los Estados lo que me admira, precisamente; pero así es la vida y la política, como puede verse, especialmente, en Marruecos (y no sólo en Argelia). La perversión del lenguaje revolucionario (Etiopía, quizás Argelia, quizás Angola, etcétera) es un hecho. Pero la perversión que afecta al lenguaje «histórico» me parece más cínica aún. ¡Derechos históricos impuestos a punta de bayoneta!, Si de elaborar la lista de pecados se trata (internos y externos), reto a Goytisolo a que intente hacer, contra Argelia, una más amplia que yo contra Marruecos.

Buteflika, buen ministro, chantajeó y chantajea con frecuencia. Pero decir que la guerra entre Espana y Marruecos (que yo considero imposible), en 1975, hubiera sido un desastre (para España, hay que entender) me parece otro chantaje a posteriori, con el fin de adormecer las buen as conciencias satisfechas del acuerdo tripartito.

01 Septiembre 1978

Las izquierdas paralelas

Pedro Costa Morata

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El tema de las contradicciones entre las izquierdas española y marroquí no creo que merezca la pena analizarlo con el ahínco que emplea Goytisolo. Todo lo contrario, lo que sí puede ser interesante es la descripción de cómo ambas van confluyendo, sobre todo en su integración en el status político de ambos regímenes y en su despegue (en el caso español) de la causa saharaui.La izquierda española ahora institucional -PSOE y PCE- ha jugado la carta saharaui por entender que merecía la pena y por vincularse a una postura anitigubernamental, de hecho sintonizada con Marruecos desde 1975. Ahora, lasocialdemocratización (para entendernos) al uso, el abandono de posturas tercermundistas (nunca sinceramente asumidas) y la aproximación al poder se han impuesto y se ve venir un cambio espectacular de posiciones (sobre todo por parte del PSOE).

Convergencia entre izquierdas

Esa postura, alabada por Goytisolo, ya expresada por Fernando Morán y consistente en dejar a Marruecos con su gran bocado territorial y proponer una confederación saharaui-mauritana me resulta un engendro incalificable, mezcla de declarado pro marroquismo y de mala conciencia. Esta izquierda miope, aquí como en tantos temas, ledesalternativiza, busca la solución marroquí -o sea, lo que hay- y semarroquiza (entra por el aro y juega el juego de poder, a cambio de mieles y espejismos).

La convergencia entre las izquierdas española y marroquí es asombrosa, tanto en política interna como en cuanto al Sahara. Una analogía más ha venido a sumarse, con motivo de la crisis canaria: la actitud de patriotismo acentuado que USFP y PPS adoptaron frente al Sahara haciendo, entre otras cosas, de embajadores especiales de la causa anexionista (y que suscitó la condena y la ironía de sus homólogos españoles) ha sido ahora adoptada por el PSOE y el PCE en el tema Canarias, acelerándose su integración en el status político de la democracia e incrementándose sus contradicciones internas. Goytisolo se refiere bastante a Canarias, para demostrar, como siempre, la naturaleza diabólica del régimen de Bumedian, pero se equivoca cuando dice que el problema es cuestión de «torpeza centralista» (y nada más). Para mí, el tema canario está inscrito en términos de explotación e imperialismo y rebasa el fenómeno MPAIAC-Cubillo. La actitud del Poder, incluyendo a los partidos de izquierda, va garantizando problemas crecientes y el incremento del sentimiento independentista. No parece posible impedir que la OUA (despreciada por Goytisolo y por la izquierda española) asuma el tema canario y reconozca al MPAIAC como movimiento de liberación. La intervención del Ejército -que Cubillo anhela- y, sobre todo, la implantación de la famosa base aeronaval (forzosa, evidente y premeditadamente incluida en el dispositivo de la OTAN) dejará claro a los ojos del continente que el imperialismo actúa en las islas, en ayuda de España y Marruecos.

Eje París-Madrid-Rabat

A Goytisolo le choca la unanimidad africana en tomo a Canarias y la de la izquierda española en torno al Sahara. A mí me choca la unanimidad de la izquierda española en tomo a Canarias y la de la izquierda marroquí en torno al Sahara. En cualquier caso, es cuestión de someter la ideología -la política- al nacionalismo, o al territorialismo.

Al pasar de las palabras a los hechos, esa «pancarta izquierdista» que ofrecía la bandera del Polisario a los partidos de izquierda españoles ha servido para que queden como oportunistas, frívolos, mediocres y eurocentristas. La izquierda española traga y tragará por el eje París-Madrid-Rabat, en pleno auge, como demuestra el movimiento de personalidades entre las capitales y las orientaciones homogéneas de estos regímenes. Este eje va contra la alteración del statu quo en la zona (Mediterráneo, Estrecho Magreb) y contra, como consecuencia, el Polisario.

No sé qué tipo de izquierdismo -si intelectual o periodístico- hará falta para ver claramente de qué va el asunto, pero para mí está diáfano. La izquierda marroquí tragó, traga y tragará por ese eje, por el padrinazgo francés, por el imperialismo yanqui, por la humillación inteligente y feudalesca de Hassan y por todas las intervenciones que haya que realizar en Zaire o donde se tercie. Su papel histórico ha desaparecido: la alternativa a un Marruecos distinto puede que esté en la cárcel o en los cuarteles.

Las contradicciones de ambas izquierdas, dentro de sí, que no entre ellas, están pagadas por los birriosos resultados de las elecciones marroquíes de junio de 1977, en un caso, y por la pérdida acelerada de bases activas y arraigo obrero; en la España alucinada actual, en el otro. Y, por favor, que no se compare al PSOE con el FLN; al menos éste se hizo con el poder después de una larga lucha armada y aquél se verá empujado al poder cuando les interese a los poderes fácticos y los padrinos atlánticos. Las comparaciones, por tratarse de un partido tercermundista, con origen en la insurrección, y de un partido occidental en decadencia desde 1936, no pueden arrojar mucha luz. En Marruecos, bien entendido, no ocupa el poder ninguno de los partidos nacionalistas -Istiqal, USFP, PPS-, sino el rey y sus designios.

02 Septiembre 1978

Autodeterminación, ¿sí, pero no?

Pedro Costa Morata

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El juego de Goytisolo se reduce a admitir -cosa izquierdista, incluso progresista- la autodeterminación («teóricamente inobjetable»), pero hacerla inviable a través de una serie de mixtificaciones y dificultades que rebusca con minuciosidad -esto es, reaccionario-. Para cualquiera es delicado exponer la teoría y la interpretación del principio de autodeterminación, máxime cuando se quiere eludir lo político; pero no por ello merece la pena analizarlo.En su artículo, ya comentado, de 1974 (y que, por cierto, se llamaba Por una auténtica independencia)proponía un «referéndum libre, garantizado por la comunidad internacional». Ahora apostilla que dicho referéndum «no implica de modo automático la independencia», sino que puede llevar a la unión con otro país (¿por qué no decir él nombre?) o al statu quo actual (que no necesita, evidentemente, referéndum … ).

Túaregs, chaambas y tubúes

Parece que ha llovido mucho desde entonces, en la actitud goytisoliana, aunque se trate del Sahara y de años de sequía (sequía que ayuda a su argumentación mediante la transformación de chaambas y tuaregs en erguibats … ). En ese artículo se pedía que el referéndum se celebrase «sobre todo sin un ejército de ocupación español», permitiendo a «todos los nativos decir si desean o no la unión con Marruecos». ¡Cómo ha cambiado el señor Goytisolo! Antes se refería a «todos los saharianos occidentales» como objeto del referéndum, pero ahora dice que no, que tendría que aplicarse a «la totalidad del pueblo saharaui » y no a unos «cuantos millares de erguibats». La sana intención -que se agradece- de aplicar el inobjetable principio de la autodeterminación semalea con esa nueva dificultad de meter en el mismo saco saharaui(peligrosísimo juego de términos y conceptos, ¡cuidado!) a «tuaregs, tubúes y cliaambas, que son los dueños legítimos del vasto espaciosahariano». Esto no es sólo muestra de mala voluntad, sino de falta de rigor y de consecuencia. ¡Tubúes, chaambas y tuaregs, además de er guibats! ¿No es esto, precisamente, lo que hubiera deseado el imperia lismo y el colonialismo francés de 1961? i Más seriedad, por favor!

Goytisolo mezcla a discreción los términos saharaui -concepto político- y sahariano -concepto geográfico- sin darle su valor en cada momento. En 1,974 decía saharianos y se refería, expresamente, a los nativos delSahara Occidental, señalando que «un Estado sahariano al sur del Aurés habría sido un Estado fantoche al servicio de los interesesfranceses, como un Estado sahariano occidental sería un Estado fantoche al servicio de los capitalistas españoles». Ahora, reivindicando unos derechos que nadie le ha encargado defienda (que me corrija si me equivoco) llega a pedir la autodeterminación para las tribus saharianas (no saharauis, como él dice malévolamente), porque niega la diferenciación geográfico-cultural del tal pueblo saharaui.

El elemento étnico no es político

La voluntad política importa poco, por lo visto, porque además, es Argelia la que impone y manipula (la Argelia que, por cierto, apenas la menciona en su artículo de 1974 y que ahora es objeto de una auténtica manía persecutoria, digna de mejor causa, por ser la culpable de todo y desde siempre).

¿Podría celebrarse ahora ese referéndum, bajo ocupación militar marroquí? Evidentemente, no pero a Goytisolo lo que, le preocupa es ladiferenciación geográfico-cultural, que surge como obstáculo insuperable, además de la suerte de tubúes y tuaregs. ¿Estaba informado en 1974 de la existencia de estas tribus? Parece que han surgido en pleno desierto, desde que el «Gran Marruecos» cubre sus frustraciones con añadidos territoriales arrancados a oligarquías en lecho de muerte.

El elemento raza no es político, y es peligroso manejarlo. La lucha por la independencia saharaui elimina las diferencias tribales, de forma auténticamente revolucionaria y ofrece la emancipación política (que no puede dar la dictadura marroquí) a erguibats y no erguibats. ¿Quién habla de erguibats en el Sahara Occidental?

Me interesa el descubrimiento de que la mayoría de los acampados en la zona de Tinduf no son procedentes del Sahara Occidental, sino del sur argelino; podemos ir acompañados de etnólogos de su confianza a deshacer este malentendido, que me preocupa. Realmente, me interesa discutir otros dos temas con Goytisolo: la represión en Marruecos y las influencias nazis en la vida y sueños de El Fassi.

Izquierdismo vago, purista y aburguesado

No voy a decir que me da la impresión de que Goyúsolo no está ni política ni éticamente en condiciones de defender la postura marroquí, como él pretende: cada uno defiende lo que le gusta o le interesa. Además, él expone de forina interesante una postura que ahora triunfa, tratando de consolidar la invasión (o recuperación, va por gustos), y es importante tener muchas aportaciones cualificadas eip un sentido y en otro. Pero sí creo haber detectado ciertos lazos -amistosos o vivenciales- entre el escritor y los componentes «históricos» del nacionalismo expansionista (o irredento, no quiero herir) del Istiqlal, lo que se trasluce en los silencios y contradicciones de sus escritos.

Más me interesa concretar que no es posible demostrar ningún derecho «histórico» que pueda impedir la autodeterminación y que ésta necesita para su celebración la salida de los ejércitos marroquí y mauritano. Una mesa de negociacionesy una intervención, mientras, de tropas de la ONU o de la OUA, son requisitos indispensables para que se recupere la paz en la región. Las consecuencias de que esto no se cumpla van a las espaldas de Marruecos y de sus padrinos.

Para mí que Goytisolo ha escogido una bandera delicada desde una postura vulnerable. El grado de compromiso que haya adquiri do con los nacionalistas marroquíes sólo él puede valorarlo. Pero a mí me interesa exponer la falsedad de su argumentación (unos derechos históricos que no sostienen más que los interesados, una pugna hegemónica entre Argel y Rabat), la inutilidad de sus ataques a la opo sición española (que pronto va a sintonizar con él) y el tratamiento marginalista que le da a la cuestión saharaui.

Siento que a mí no me suscite la visión de Xemaa El Fna lo mismo que a él; su impresión me parece paternalista, folklórica, colonialista. No es precisamente literatura revolucionaria lo que le inspira este mundo cruel, estridente e infame que encierra la plaza en cuestión; mis diferentes puntos de vista se deberán a que no entiendo de literatura. La actitud de Goytisolo, vista desde la perspectiva de un «turista revolucionario», me parece de izquierdismo vago, purista y aburguesado, llena de contradicciones. No creo en su conocimiento del Magreb ni en la solidez de su postura pro marroquí. Pero estimo su decidida toma de posición. La discusión es necesaria porque laverdades siempre revolucionaria.

05 Octubre 1978

Los intereses del pueblo marroquí y del español son los mismos/1

Juan Goytisolo

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Al comienzo de la serie de artículos titulados «Reivindicación de la causa saharaui» (véase EL PAIS, 29 agosto-2 septiembre), Pedro Costa Morata se lamenta con razón de la incapacidad de respuesta de la izquierda española pro polisaria a mis ensayos sobre el tema («El Sahara, dos años después», EL PAIS, 17-26 de mayo). Con todo, el lapso transcurrido le induce a confiar en que mis lectores se habrán olvidado ya de mis argumentos y juicios, de lo que he escrito en realidad, para «exponer» aquéllos a su manera, con aplomo y desenvoltura admirables. Su «Reivindicación de la causa saharaui» es un buen ejemplo de un género periodístico de sólido arraigo en nuestras letras: la respuesta puramente emocional a fantasmas y problemas personales. Así, en lugar de elaborar su contestación enrelación a los hechos y opiniones que desenvuelvo, Costa Morata manipula y reconstruye éstos en función de su propia respuesta, Si el método no es precisamente un modelo de escrupulosidad, ofrece cuando menos la ventaja de procurarle imaginarias victorias dialécticas sobre argumentos de la parte adversa que en verdad ha fabricado él mismo.La índole puramente emotiva de sus reacciones o, por ser más exactos, de su voluntarismo militante se revela a cada paso en su empleo tajante de fórmulas de autoafirmación («rehúso», «me reafirmo», una confederación saharaui-mauritana «me resulta un engendro incalificable», etcétera) o rotundas profesiones de fe política (v. gr.: esto es cosa izquierdista, incluso progresista; esto esreaccionario y otras acotaciones dignas de un cuadernillo escolar) que, como es de suponer, sirven muy poco a sus confesados propósitos de «aguzar los análisis» y «mejorar el conocimiento de la problemática del Magreb». Con la seguridad que le confiere el saber «por dónde va la cosa», antes de responder a mis análisis y puntos de vista procede a caracterizarlos y caracterizarme de cara al lector con un verdadero derroche de adjetivos: tras concederme pro forma una modesta medalla de «brillantez» y señalar que quien esto escribe «cree poder adoctrinarnos en materia magrebí» se lanza a señalar mi postura de falsa objetividad», «escaso rigor», «voluntarismo folklórico », «curiosidad burguesa», «argumentación fraudulenta», «visión paternalista, folklórica, colonialista», «mala voluntad», «juego», «malevolencia», «izquierdismo vago, purista y aburguesado», y un largo etcétera. Mis críticas de la política del régimen argelino tocante al Sahara se transforman fantásticamente en la pluma de Costa Morata en «la bestia argelina», «una auténtica manía persecutoria»,- «la naturaleza diabólica del régimen de Bumedian», «la fobia anti-Bumedian», etcétera. Inútil decir que dicha forma de caricaturizar mis posiciones y descalificar mis argumentos no define ni esclarece en nada éstos. Caracteriza tan sólo sus métodos. Le define a él.

A falta de hechos y razones de peso, nuestro autor se ve forzado a recurrir al empleo de suposiciones, conjeturas gratuitas y, a veces, oscuras insinuaciones que ni yo mismo -siendo corno soy el primer interesado- alcanzo siquiera a comprender. Veamos unos pocos ejemplos:

«No voy a decir (pero lo dice J.,G.) que me da la impresión (nótese lo alambicado de la fórmula capaz de dar tortícolis a un lector poco avezado a los meandros del estilo moratiano) de que Goytisolo no está ni políticamente ni éticamente en condiciones de defender la postura marroquí como él pretende.» Sus lectores y yo le agradeceríamos que hablara más claro. ¿A qué condiciones éticas y políticas se refiere? Tal como queda, su frase es puro galimatías.

«(Goytisolo) expone de forma interesante una postura que ahora triunfa.» Léase: es un oportunista. Pero nuestro autor olvida que en 1975 y 76, en contra de una opinión nacional casi unánime, sostuve la misma actitud sin arredrarme ante su manifiesta impopularidad. Tíldeme pues de otra cosa, pero no de oportunista.

«Creo haber detectado lazos amistosos o vivenciales entre el escritor y los componentes históricos del nacionalismo del Istiqlal.» ¿A qué lazos amistosos y «vivenciales» se refiere? ¿A que conozco al señor Bucetita y a algún otro de sus líderes desde los tiempos en que militaban en la Oposición? ¿A que mis ensayos son traducidos y publicados gratuitamente en la prensa de su partido? También he tenido ocasión de tratar con los señores Buabid y Ali Yata, y mis trabajos han sido reproducidos igualmente de balde por la MAP, los periódicos de la USFP y el diario comunista Al Bayane. Todo ello es público, y no es necesario, para «detectarlo», poseer los dones de zahorí de que hace gala Costa Morata..

«El grado de compromiso que haya adquirido con los nacionalistas marroquíes sólo él puede valorarlo. » De nuevo la insinuación, sin prueba alguna, de unos supuestos lazos: el arte de tirar la piedra y esconder la mano. Mi único compromiso en el asunto -entérese el señor Costa Morata- radica en trabajar por cuenta propia por el acercamiento entre nuestros dos pueblos, lo cual corresponde a los verdaderos intereses de ambos. Me parece erróneo y absurdo que los partidos de izquierda españoles sacrifiquen la amistad con veinte millones de marroquíes, a quienes nos unen infinidad de vínculos culturales, sociales e históricos, por una alianza de circunstancias con un movimiento efímero que no representa ni mucho menos los intereses de la totalidad de la población saharaui. Este es mi único compromiso, y sé que el tiempo y las realidades geográfico-históricas acabarán por imponer la causa de la justicia y razón. Añadiré que presentar la marcha verde como «fanfarria colorista, amenazante y exultante» -as! veía a los marroquíes hace más de un siglo el novelista Pedro Antonio de Alarcón- o describir el mundo de Semáa-el-Fna corno «cruel, estridente e infame» es perpetuar, con una nebulosa ideológica izquierdista, el ancestral prejuicio antimoro. Personalmente, el espectáculo del pueblo reunido libremente. a escuchar a sus cuentistas y admirar a sus juglares no me parece cruel, estridente ni infame. Estos tres térmínos los aplicaría más bien al espectáculo de los pueblos obligatoriamente convocados a escuchar la demagogia tradicionalista o pseudorrevolucionaria de líderes, timoneles, jefes, pontífices a benefactores, sobre todo cuando, como suele ser el caso, dicha retórica mentirosa no se traduce en la mejora real de sus vidas.

Ante la imposibilidad de responder a todas y cada una de las afirmaciones fantasiosas de nuestro autor, me veo obligado a la enojosa tarea de seleccionar las que estimo más importantes, de lo que me excuso humildemente con los, lectores.

06 Octubre 1978

La oposición, en la primera línea del nacionalismo marroquí / 2

Juan Goytisolo

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Costa Morata me atribuye el «empeño de castigar a la oposición parlamentaria española» -lo cual es perfectamente gratuito- No pretendo ni he pretendido nunca «castigar» a nadie, y menos a unos partidos que, en términos generales merecen mi respeto y simpatía y por cuya emergencia a la legalidad he luchado con mis modestos medios durante la dictadura franquista. Apuntar a lo que yo considero errores, contradicciones o prejuicios del PCE o PSOE: respecto a Marruecos no implica voluntad de lección o castigo, sino el propósito de contribuir a reparar la tropelía histórica perpetrada por España, durante más de un siglo, tocante al pueblo marroquí: un pueblo cuyos intereses, conviene recordarlo una vez más, coinciden en lo fundamental con los intereses reales de nuestro pueblo. Pero he ahí que es el propio Costa Morata quien, arrastrado por su irreprimible propensión al empleo de adjetivos calificativos -o descalificativos- arremete con estos partidos «oportunistas, frívolos, mediocres y eurocentristas», acusándolos de prestar últimamente oídos a los argumentos de la izquierda marroquí. Sobre todo, le resultan tremendamente «insulsos». (Una simple curiosidad: ¿En qué grupo o grupito «sabroso»se sitúa él?),Y, tras aludir despectivamente a Carrillo y Felipe González (¡culpables a sus ojos de una presunta «marroquización»!), asevera que la «seriedad política no va por ahí». La afirmación es terminante (como todas las afirmaciones del autor), pero, como ni los lectores ni yo disponemos de la facultad infusa de discernir inmediatamente de qué va la cosa (empleo otra de sus expresiones favoritas), nos quedarnos con las ganas de preguntarlepor dónde va. Refiriéndose a los partidos de la izquierda española «institucional». Costa Morata cree advertir con rara perspicacia una «pérdida acelerada de bases activas y arraigo obrero en la España alucinada actual» (el subrayado es mío. J. G. ). Ahora bien: ¿A qué alucinaciones se refiere? ¿Le parece el régimen democrático de que disfrutamos una mera ofuscación? ¿Cómo calificaría entonces los cuarenta años en que vivimos privados de tales alucinamientos? Pero la clave del desprecio olímpico con que juzga la actual situación hispana la hallamos en la virtuosa indignación con que rechaza las en efecto discutibles y discutidas afinidades del PSOE con el FLN: el éxito electoral del primero en las elecciones libres del año pasado no le hace acreedor a sus ojos sino de desprecio: el FI-N «al menos -dice- se hizo cargo con (sic) el Poder después de una larga lucha armada». ¿Será por ahí por donde va la seriedad política que postula?Su visión heroica del progreso histórico en términos de lucha revolucionaria no tomaría en consideración, como es obvio, los deseos y aspiraciones actuales del pueblo español -un pueblo que, no lo olvidemos, conoció en su propia carne los resultados de otra «larga guerra». Prefiero creer, pues, que semejante evocación por parte de Costa Morata es menos un programa político -en este caso verdaderamente «alucinado»que el fruto de una comprensible nostalgia: no haber participado en la guerra civil española ni en la de Argelia; de ahí su identificación fervorosa con los «luchadores del Polisario». En general, sus apreciaciones, ya de la situación política marroquí (resumida en el dilema de cárcel o cuartelada), ya de la española (buscando «soluciones» fuera de la vía parlamentaria) adolecen de un romanticismo apocalíptico que prescinde o ignora la terca realidad de los hechos. La reciente experiencia histórica de nuestros dos pueblos prueba claramente que la desaparición del régimen de «democracia formal», por imperfecto que sea éste, es un «remedio» infinitamente peor que la enfermedad.

Escribe Costa Morata: «La postura que sustenta Goytisolo es la que sustenta el Estado marroquí. El régimen de Rabat y sus organizaciones parlamentarias. Esto es, nacionalismo sacrosanto y derechos históricos inalienables.»

Dicha afirmación contundente mete en un mismo saco a Gobierno y Oposición. a los elementos feudales y a las fuerzas democráticas del país vecino. La unanimidad de las diferentes familias políticas marroquíes en lo que concierne al Sahara no le autoriza a recurrir al consabido método de la amalgama. (¿Qué diría nuestro autor si yo afirmara, por ejemplo, que por condenar el terrorismo indiscriminado del GRAPO «sustenta la postura del Estado español»? En la medida en que tal actitud es compartida por todos las fuerzas democráticas españolas -confío que, incluso por su grupito «sabroso»-, se trataría de una coincidencia en una materia concreta, no de una identificación oficial.)

Lo que Costa Morata probablemente ignora es que fueron precisamente los partidos de oposición marroquíes quienes, a partir de 1974, adoptaron posiciones más combativas y radicales en torno al asunto (baste recordar el llamamiento a la movilización nacional lanzado por Bucetta y Buabid en la primavera del siguiente año), imponiendo una línea de mayor firmeza al Gobierno y contribuyendo eficazmente al éxito de la marcha verde. En cuanto al papel desempeñado por el PPS (PC marroquí) aconsejo a Costa Morata la lectura de la entrevista con su secretario general, Ali Yata, publicada en la revista Materiales (marzo-abril 1978): «Hay un error en los análisis de ciertos medios demócratas europeos, que continúan sin comprender los problemas marroquíes ( … ). Dichos medios suelen menospreciar el movimiento nacional marroquí, sobre el que ni la coalición imperialista ni el enorme esfuerzo militar francés y español pudieron imponer más que un protectorado temporal, que no conoció sino cortos períodos de tregua y que saltó a pedazos en 1955. Este movimiento nacional es un movimiento de liberación nacional progresista que no ha cesado nunca de combatir, por muchas que fueran las pruebas que debió sufrir. Fue este movimiento nacionalista el que tomó la iniciativa y se movilizó para recuperar una tierra -el Sahara occidental- que siempre fue marroquí.»

07 Octubre 1978

La oposición, en la primera línea del nacionalismo marroquí / 3

Juan Goytisolo

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3. Para Costa Morata, «la base de la argumentación marroquí -y de Goytisolo- está en los pretendidos e inagotables derechos históricos sobre buena parte de África del Norte, recogidos y formulados por Allal el Fassi, líder del Istiqlal». Si va a decir verdad, mi referencia a los derechos históricos marroquíes sobre el Sahara occidental ocupaba una media columna de una treintena de líneas en el segundo de los siete artículos publicados en EL PAÍS sobre el tema (fechado el 18-5-78). No constituye, por tanto, la base de mi argumentación, sino un elemento más de la misma. Dicho esto, cuando nuestro autor asegura tranquilamente que las reivindicaciones marroquíes «sobre el Sahara occidental están desprovistas de fundamento histórico, y quiebran en lo político, pero fueron alimentadas por (sic) la retrocesión de la «zona sur del protectorado (que nada tiene que ver con el Saguiet-el-Hamra y Río de Oro) y que tampoco había correspondido nunca a Marruecos», manifiesta un desconocimiento de las realidades históricas del Magreb sólo comparable en magnitud al de su confesada ignorancia de la literatura -revelada, por otra parte, en la embrollada sintaxis de párrafos como el que acabamos de citar- o su serena, imperturbable autosuficiencia. Sin necesidad de remontarnos a las obras ya clásicas de Suret-Canal, Dresch, Couland, etcétera, la reciente publicación de dos estudios bien documentados consagrados al tema, obra de autores no marroquíes como Rezette o Attilio Gaudio le permitirá colmar, espero, esta «laguna» informativa (aunque mejor sería hablar aquí de «lago Michigan»). En cuanto a lo de que el Sahara occidental no tuvo, nunca nada que ver con la «zona sur del protectorado», aconsejo a nuestro autor que consulte la fotocopia del documento oficial español, fechado el año 1942, que transmitía EL PAÍS junto con mis artículos en el que se refiere expresamente al Sahara como, «zona sur del protectorado». Prosigue Costa Morata: «Convendría saber, para enjuiciar debidamente sus fervores, cómo es el mapa del Marruecos histórico que Goytisolo propugna, incluyendo sus opiniones sobre Mauritania.» En el comentario favorable a las propuestas de Fernando Morán que figura en el último artículo de mi serie («mantener el actual status de Marruecos en el Sahara, crear una confederación saharaui-mauritana en la que tendría alguna influencia Argelia, consolidar las fronteras de este país con Marruecos, que en el reparto colonial fueron adversas a los marroquíes») -propuestas que, para nuestro autor, le «resultan un engendro incalificable»- hallará la respuesta a su pregunta. Una cosa es defender la evidente marroquinidad de Saguiet-el-Hamra, Ceuta y Melilla, y otra muy distinta la de Mauritania, Mali o el Califato de Córdoba. Identificar el irredentismo histórico con el fascismo, y lanzarse a partir de ahí a un juego vertiginoso de asimilaciones del orden nacionalismo marroquí = fascismo = Allal el Fassi = ppiasición = postura de Goytisolo muestra de nuevo a las claras los procedimientos de amalgama de Costa Morata. Añadiré que, para situar correctamente la lucha nacionalista de líderes como Allal el Fassi y Nasser hay que tener en cuenta el contexto histórico de la época: los opresores de sus pueblos eran los países «democráticos» europeos y, para combatir con ellos, nada más lógico que, como dijera Churchill, aceptaran aliarse con el mismo diablo. Motejar de «nazismo» a Allal el Fassi me parece tan eurocentrista, injusto y erróneo como el viejo argumento sionista acerca del pasado fascismo de Nasser o del nazismo actual de Gaddafi.4. Prosigamos con Costa Morata: «Poco hay que saber de Tercer Mundo y de socialismo para que resulte inexistente un régimen de «libertad, participación y democracia» que Goytisolo parece haber encontrado en Marruecos.»

Lo de «libertad, participación y democracia» figura entre comillas, lo que indica, de cara al lector, que nuestro autor está citando una frase mía. Ahora bien, yo no he dicho ni escrito jamás algo semejante e invito a Costa Morata a que me procure -nos procure- sus fuentes. No contento con deformar y caricaturizar mis posiciones me atribuye frases que no han salido nunca de mi pluma. ¿Es ésta la «seriedad» que tan a menudo invoca? (Probablemente la memoria le ha jugado una mala pasada confundiendo mis textos literarios sobre la libertad del juglar en el espacio de juego de Xemáa-el-Fna con una definición política del Estado marroquí!! En todo caso, ello indica de modo diáfano el grado de seriedad de sus lecturas.)

5. Costa Morata me atribuye el propósito de descalificar globalmente al régimen argelino «mediante una definición de socialismo en países atrasados de indudable interés»: «Capitalismo de Estado controlado por una pequeña o mediana casta de burócratas que expropia la plusvalía del proletariado en beneficio de sus propios intereses» (esta vez la cita es realmente mía. J. G.), y después de señalar que dicha definición no le «suena» si tomo de «referencia el modelo argelino», agrega: «Le sugiero que intente definir ahora el capitalismo de países atrasados a ver qué sale, o a (sic) que informe de alguna tercera o cuarta vía que pueda haber encontrado.»

Tranquilícese nuestro autor: esta tercera o cuarta vía no existe, y el capitalismo de países atrasados se funda, como él dice, en la explotación salvaje, el feudalismo económico y la dependencia de las oligarquías nacionales respecto a las grandes potencias industriales de Occidente, especialmente Estados Unidos. La ventaja que sobre este sistema poseen algunos regímenes de «socialismo en países atrasados» (no todos, ni mucho menos) consiste en su capacidad de acortar el margen existente entre el despilfarro de las clases dirigentes y el umbral de dignidad mínimo de las masas, procurando a éstas -como fue el caso de Argelia durante el período de Ben Bella- lo que podríamos llamar «primeros auxilios a un accidentado»: alfabetización obligatoria, socorro médico, intento de reforma agraria, etcétera. Pero, para cualquier conocedor sin anteojeras de las realidades del Tercer Mundo. los hechos prueban, por desgracia, que las diferencias existentes entre el socialismo y el capitalismo de países atrasados se limitan, por lo común, a una diferencia de palabras.

08 Octubre 1978

El papel de Argelia en el Sahara / y 4

Juan Goytisolo

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Todavía hoy, el empleo de una jerga pseudomarxista, reducida a menudo a unos cuantos eslóganes hueros, sirve para disfrazar los apetitos expansionistas de presuntos líderes revolucionarios o su lucha despiadada por el poder. Clasificar, por ejemplo, a los Estados africanos en «progresistas» y «reaccionarios» en razón del lenguaje que emplean o su alineamiento temporal y fluctuante con alguna de las dos superpotencias es un procedimiento sin duda cómodo pero engañoso e inclusive aberrante. Pues si por un lado los cabecillas y grupos que se sirven de aquél eliminan con frecuencia todo tipo de oposición, persiguen con saña a las minorías y entronizan una nueva clase tanto más opresora o corrupta que la vieja burguesía de compradores -véase lo ocurrido en Guinea Ecuatorial-, el choque actual entre movimientos y Estados situados en el interior del «bloque progresista» sacude, por otro, con rudeza la buena fe e ilusiones en que se funda este tercermundismo esquemático. Si no queremos caer en una ciénaga de absurdos y contradicctorios se impone un mínimo y clarificación. La imbricación de conflictos sociales, económicos, étnicos, religiosos, lingüísticos con imperativosestatales de realpolitik, el juego de las expotencias coloniales o intereses de los supergrandes no puede resolverse con recetas generales ni un reparto de papeles, -buenos y malos- como en las películas del Far West: cada país, cada región cada problema exige un cuidadoso tratamiento particular. Si Pedro Costa Morata tuviera mi incorregible «curiosidad burguesa» de visitar el domicilio de la gente del pueblo, averiguar si trabaja y cuánto gana y comprobar cómo de verdad vive (para ello el conocimiento del árabe suele ser muy útil), en vez de satisfacerse con frecuentar las altas esferas de la seriedad por donde va la cosa, descubriría, por ejemplo, que la vida de los montañeses del Aurés es exactamente la misma que la de los del Rif o del Atlas, que las dificultades del, trabaja-. dor casablanq’ Úés no,difieren, eran cosa de las del de Annaba u Orán, y que teniendo en cuenta el coste real de la vida, el cesto de la compra de una modesta ama de: casa de Rabat es poco más o me nos homólogo al de una madre dé familia de Argel, Si tuviera la «voluntad folklórica» de tratar como yo con el proletariado norteafricano emigrado en Francia, verificaría que el paro endémico, fa dura realidad que obliga al .Irabajador a buscarse el pan en Europa y sufrir la segregación racista que allí prospera, se aplican tanto al obrero argelino como al tunecino o marroquí. Precisaré que para dichos exilados -que suman más de un millón en el caso de Argelia- la retórica socialista del Gobierno argelino les resulta tan extraña como el discurso tradicional o religioso de sus vecinos. El régimen de Bumedian no ha conseguido en trece años eliminar ni siquiera reducir el paro, y les sigue condenando, como en la época colonial, a la marginación y desgarro familiar del exilio.

Concuerdo con Costa Morata en que mi definición de socialismo de países atrasados no se aplica con exactitud a Argelia: en realidad, el régimen militar que allí reina practica una mezcla su¡ generis de capitalismo de Estado -la experiencia autogestionaria desapareció, con Ben Bella- y negocios privados, como lo evidencia la proliferación de una nueva y riquísima casta de intermediarios del Estado en sus transacciones en las empresas capitalistas extranjeras, en especial norteamericanas.

El caso Ben Bella

Escribe Costa Morata: «La causa de la liberación de Ben Bella (qu parece interesarle vivamente) es meritoria (…). Pero he visto con desolación (¿humanitarismo Selectivo o cuantitativo?) que no firma manifiestos contra la represión (…) en Marruecos.»

¿Ha visto? ¿No ha visto? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Puede citarme el nombre de alguna persona a quien yo haya rehusado mi firma en favor de algún preso político? Le reto a qué lo haga.

Mi posición es perfectamente clara al respecto, y no me he cansado ni me cansaré de repetirla: estoy por la liberación de todos los presos políticos del mundo sin excepción, y ello se aplica a los de España y Francia, Estados Un¡dos y la URSS, Chile y Cuba, Marruecos y Argelia. Espero que estas palabras alivien el penoso estado de desolación en el que mi buen amigo erróneamente se ha encerrado.

Si entre los millones de presos políticos cuya liberación deseo, y por quienes estoy dispuesto a firmar cuando la ocasión se presente, me preocupa particularmente la suerte de Ben Bella es porque se trata de un caso sin precedentes, absolutamente escandaloso: el secuestro por espacio de trece años, sin juicio ni acusación algunos, de una de las figuras revolucionarias más importantes de nuestra época, secuestro mantenido en unas condiciones que, como ha revelado su abogado Lafue-Veron, resultan infinitamente más duras y humillantes que las que conoció durante la guerra de liberación en las cárceles francesas.

«La influencia de Argelia en un futuro Estado saharaui sería evidente (y por cierto muy bien ganada)», escribe Costa Morata, y en ello convengo totalmente con él, pues, desde luego, sin su gran padrino, el Polisario no existiría o dispondría de una audiencia parecida a la del MPAIAC. Y añade, a continuación: «¿Quién cerca a quién? Argelia quiere salir al mar va ser posible, influir en un Estado saharaui progresista v agradecido (…). Argelia quiere limitar el expansionismo territorial (que la amenaza directa y claramente) y político marroquí, cosa loable, a mí pobre entender.»

Dejo a nuestro autor la entera responsabilidad de esta última frase: mi «malevolencia» no llegará hasta el extremo de contra decirle al respecto. Pero le aconsejo, y aconsejo a los lectores que miren el mapa y decidan a simple vista si la operación «ventana argelina al Atlántico» que aplaude Costa Morata es la ruptura de un supuesto cerco como el pretendeo una operación de cerco a Marruecos en toda la regla por parte de un vecino que, no contento con poseer la casi totalidad del Sahara, aspira a asomarse al Atlántico con ayuda de un Polisario «agradecido»

Los refugiados

«Me interesa el descubrimiento de Goytisolo de que la mayoría de los acampados en la zona de Tinduf no son procedentes del Sahara occidental sino del sur argelino; podemos ir acompañados de etnólogos de su confianza a deshacer este malentendido, que me preocupa.»

Entrando por una vez en el facilísimo juego de las suposiciones, que él tanto practica, cabría deducir que sus compromisos con los altos dirigentes argelinos deben ser muy profundos, y sus relaciones con ellos muy especiales, cuando se permite formularme una invitación a visitar unas zonas que dependen directamente de la seguridad militar y se hallan bajo un régimen de control muy estricto. En este caso -esto es, de no tratarse de un simple farol suyo-, Costa Morata podría jactarse de haber obtenido lo que no ha logrado hasta hoy, pese a sus esfuerzos. el Alto Comisario de las Naciones Unidas sobre Refugiados, cuyas repetidas solicitudes de establecer un censo de los saharauis oriundos del ex Sahara español acampados en Tinduf han tropezado con la negativa obstinada de las autoridades de Argel (ellas sabrán por qué).

Dejemos el asunto aquí. Mi tentativa de trasladar la compleja problemática del Sahara desde el campo de los actos y manifestaciones de estricta militancia al de los Análisis y razonamientos ha topado con el emocionalismo de quien, en vez de fundar su inifitancia en la lucidez, sacrifica enteramente ésta a sus anhelos confusos de militancia. Así las cosas quedan bien diáfanas: de un lado, el expansionismo fascista marroquí; del otro, un «enemigo heroico, con alta moral, buen armamento e ideales progresistas», un pueblo, de nómadas dotado de una «¡deología progresista de la mejor especie» (cito, claro está, a Costa Morata). Pero ésta no es la baza que se. ventila hoy en el Magreb: es el argumento de un filme de Kung-Fu.

Siento haber tenido que perder tanto tiempo (y hacérselo perder a mis lectores) en deshilar el tejido de buenos deseos, profesiones de fe, hipótesis gratuitas, descalificativos, etcétera, que compone la «respuesta» de nuestro autor; pero es éste quien me ha obligado a ello con.sus deformaciones y desinformación. No es el suyo el buen camino de «mejorar -como yo también deseo-, la situación de las masas secuestradas por las oligarquías y los verbalísmos na cionalistas en el Magreb». Los lectores de EL PAIS merecian, sin duda, algo mejor que su serial. Sin vanidad, ni falsa modestia, creo que mis artículos también.

11 Octubre 1978

Los inalienables derechos del pueblo saharaui

Pedro Costa Morata

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Definitivamente defraudado por la confusión y el escapismo de las explicaciones de Juan Goytisolo sobre el conflicto del Sahara, liquido esta discusión aún antes de conocer el alcance de este su segundo serial marroquinero. Gracias a mis limitaciones no poseo el ego sobredimensionado del escritor; por eso renuncio, sin traumas, a contestar a alusiones personales algo molestas.Goytisolo pretende confundir Estado y pueblo marroquíes para dar a entender que la identificación es total en el tema del Sahara y se cree facultado para señalar que la postura pro saharaui, predominante en España, va contra ese pueblo marroquí. Su descripción de los derechos de algunos pueblos me emociona. Pero íbamos a hablar del pueblo saharaui y sus derechos y él sigue olvidándose de esto. La deuda del pueblo español con el marroquí se llama Ceuta y Melilla. La deuda del pueblo español con el saharaui (extremo que no le interesa) no se podrá saldar manteniendo el Acuerdo de Madrid, sencillamente criminal, sino buscando la salida de los invasores expansionistas de un territorio robado.

«Marroquización de lo posible»

Parece claro que la base de su postura es la que ya señalé: que Marruecos posee derechos clarísimos sobre el Sahara occidental y que el Frente Polisario es un falso movimiento de liberación que sólo sobrevive por el interés argelino en aislar a Marruecos. Si cree que la fotocopia remitida a este periódico o la lectura de autores no marroquíes fundamentan históricamente la invasión, pues que le siente bien. Lo que yo pedía -que me explicase su mapa del «Gran Marruecos», con especial dedicación a Mauritania- no ha tenido satisfacción porque es como para ponerle un cero en fassismo» (de el Fassi, bien entendido) que diga, sin más, que «una cosa es defender la evidente marroquinidad de Saguiet el Hamra, Ceuta y Melilla y otra muy distinta la de Mauritania, Malí o el Califato de Córdoba». Esta es la única mueitra de humor en el larguísimo parlamento del amigo de Buccetta. Yo le llamaría la «marroquización de lo posible» (Tinduf excluido).

El análisis político de la situación e intereses de los pueblos de la región le viene tan grande a Goytisolo como a sus ínclitos, líderes de la oposición marroquí. El nacionalismo se traga a las ideologias y traiciona a las masas cuando oculta otros intereses. Insisto en que, para mí, el expansionismo marroquí actual es fascistoide.

Por sus contradicciones y revueltas parece que quisiera confundirme. Dice que no ha escrito jamás algo que está en la línea 34 de la columna quinta de su artículo de 25-5, sale defensor de una izquierda que vapulea con obsesión en otras ocasiones y, algo más importante, parece olvidarse de su pasado -digamos- escepticismo histórico. Y todo ello, supongo, para demostrar la marroquinidad de una tierra que no puede ser más que de sus amos tradicionales. Reconozco que me deja pasmado leer de su puño y letra que: « … Las tribus del territorio comprendido entre Cabo Blanco y Tarfaya no dependieron jamás efectivamente del sultán de Marruecos» (Le Monde Diplomatique,diciembre de 1974). Por razones que él sólo debe conocer, está claro que el sprint de su marroquización data de entonces a acá.

Referéndum para los saharianos occidentales

No debiera resultar excesivo pedir que Goytisolo fuera de alguna forma consecuente con su anterior postura: que nunca el Sahara fue marroquí, que debe celebrarse un referéndum para los «saharianos occidentales»,y que esto debe darse sin la presencia de un «ejército invasor» (del artículo citado). La clave de su cambio está en que antesel referéndum podría haber dado el territorio a Marruecos y ahora no. Esta actitud no me parece seria ni honesta. Goytisolo se equivoca si cree que con sus seriales va a hacer que el pueblo español olvide la mala jugada que se hizo al pueblo saharaui, como si esto fuera incompatible con unas relaciones amistosas con el pueblo marroquí (no cion su régimen político). El distanciamiento físico -y psicológico, a mi entender- del escritor con respecto al pueblo español, junto a su aproximación al Poder en Marruecos, son la explicación a sus pretensiones. Goytisolo necesita algo más que habilidad sintáctica para defender una argumentación viciada en la base.

Finalmente diré que me preocupa la inmerecida e inoportuna fama que en Marruecos pueda darme Goytisolo, con sus citas repetidas, en el caso de que el Ministerio marroquí de Información reproduzca, otra vez, en cuatro lenguas, sus artículos anti-saharauis. Pero que esto no impida que siga apostando por su causa. A fin de cuentas, todos hemos querido, alguna vez, ser Lawrence de Arabia o Robín de los Bosques.

11 Octubre 1978

Una polémica estéril

Eduardo San Martín

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Durante varios meses, este periódico ha venido siendo vehículo de una extensa y prolija polémica sobre el conflicto del Sahara occidental, su origen y la posición del Gobierno y los partidos políticos españoles en torno al problema. Iniciada en mayo con una serie de artículos del escritor Juan Goytisolo, y seguida por una respuesta de Pedro Costa Morata, el debate ha continuado más recientemente con un comentario de Emilio Menéndez del Valle, con una réplica de Goytisolo a Costa Morata y, ahora, con una contrarréplica de éste. Llegados a este punto, la polérnica debe cesar, al menos en los términos en que venía siendo planteada. De nada sirve dar vueltas una y otra vez sobre la mala conciencia colectiva de una buena parte del pueblo español, expresada a través de sus partidos, o acudir a los arraigados prejuicios antinioros del pasado en apoyo de posturas que se defienden -se han defendido- con mejores argumentos.

Solución negociada del conflicto.

En un momento en que comienza a verse con relativa claridad la perspectiva de una solución negociada al conflicto, aún con enormes dificultades, no parece demasiado útil empeñarse en defender o poner en duda la naturaleza revolucionaria o progresista de un régimen militar que dura trece años, ni pretender que la existencia o carencia de esa cualidad sanciona para los restos una determinada política exterior. Ni apoyarse en el carácter feudal, o no, de otro régimen para extraer las mismas consecuencias, pero en sentido inverso. Como tampoco parece oportuno recurrir con insistencia a los derechos históricos de un pueblo u otro sobre un determinado territorio, porque si esa sola cédula de propiedad bastase para certificar el mejor derecho de una comunidad sobre otra, habría que reabrir a estas alturas numerosos descolonizadores.

Desde que Juan Goytisolo escribió su primera y densa serie de trabajos, y casi coincidiendo con la apasionada respuesta de Costa Morata, nuevos datos han venido a alterar sustancial m ente los términos en que, hasta entonces, se planteaba la cuestión. El nuevo régimen instalado el 10 de julio en Mauritania -un Estado artificial creado por la descolonización como «puente» hacia la antigua Africa Occidental Francesa- no está dispuesto a defender por más tiempo sus supuestos derechos históricos sobre un pedazo de desierto a costa de poner en peligro su propia supervivencia como Estado independiente. Por otra parte, el Gobierno centrista español, aunque sea a través de la «diplomacia paralela» puesta en marcha por Javier Rupérez y Raúl Morodo, parece entender que no debe mantener por mucho tiempo más, en las actuales circunstancias, un alineamiento de hecho con una de las partes en conflicto, y todo sugiere su intención de buscar -por si pudiera jugar en la paz un papel más airoso que lo fue en la guerra- una posición lo más equidistante posible. Proceso de revisión de posturas que también ha sido emprendido, desde un punto de partida totalmente contrario, por los partidos de la izquierda española.

Nuevos datos

El papel jugado por Francia en el golpe de Estado mauritano de julio y el freno que puso la guerra a los planes económicos al largo plazo de Rabat son también dos e importantes nuevos datos. Como el acercamiento de la diplomacia argelina hacia Francia y la suspensión de las escaramuzas de la guerrilla polisaria en territorio mauritano. Y todo indica que incluso las últimas advertencias marroquíes a Argelia, con la eventual amenaza de un choque armado entre los dos Estados magrebíes, es un producto más de la nueva situación.

En noviembre de 1975 se nos impuso a los españoles una situación de hecho y los desafortunados, y hasta tenebrosos, pasos de la última descolonización española en Africa favorecieron y justificaron un alineamiento radical de posturas y la defensa de unos principios morales que seguirán siendo válidos, cualquiera que sea la solución a la que ahora se llegue. La consciente pasividad -que no neutralidad- del Gobierno español a todo lo largo del conflicto coloca de nuevo a los españoles ante otra situación de hecho, esta vez impuesta desde el exterior. Entiendo que es en estos nuevos términos en los que debería situarse, a partir de ahora, toda polémica sobre el Sahara, si ésta quiere ser realista y útil a los intereses españoles. Y ahora ya no debería haber justificaciones extrarracionales.