22 marzo 1994

Han pasado 11 años desde la última vez que, con Garci, lo un director español recogía la estatuilla

Premios Oscar 1994 – Fernando Trueba (‘Belle Epoque’) gana el segundo óscar para el cine español en una noche triunfal para «La lista de Schindler» de Spielberg

Hechos

El 22.03.1994 La película ‘Belle Époque’ que había dirigido D. Fernando Trueba ganó el Óscar para la mejor película de habla no inglesa.

Lecturas

Steven Spielberg, responsables de algunas de las películas mas taquilleras de la historia como ‘E. T., el extraterrestre’, ‘Indiana Jones’ o ‘Parque Jurásico’, no tenía aún ningún Óscar de la academia. Con «La lista de Schindler» ha roto su mala racha.

Tom Hanks ha ganado el óscar a ‘Mejor Actor’ por ‘Philadelphia’.

23 Marzo 1994

Mejor película

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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FERNANDO TRUEBA ha ganado el Oscar a la mejor película extranjera y algún exagerado ya va diciendo que lo ha ganado, por delegación, todo el cine español. ¿Qué cine español? La totalmente merecida alegría de Trueba y su gente es enteramente suya. El éxito de Belle époque no es el triunfo de una industria, sino de una osadía personal que ha hecho un cine sin complejos, que no busca la trampa de una vacua filigrana de autor, ni intenta la estricta homologación a los argumentos y fórmulas narrativas que, dicen, son los que venden. Para que fuera un verdadero triunfo de todo el cine español tendría que existir una industria consolidada, que hubiera conseguido su supervivencia global en la taquilla. No es así. Hay productores arriesgados, cineastas que no hacen faltas de ortografia… pero hay un escaso aparato mercantil para sacar jugo a tantos esfuerzos. El cine español, y ése es uno de sus problemas, tiene una gravísima merma: es aún casi invisible en el mercado exterior. Ojalá la gloria de Trueba sea provechosa para esa parte del cine español que se merece las carteleras internacionales. En este sentido, el cine español ya tuvo un Oscar en vano, el de Garci. Ojalá Trueba sirva de locomotora.La noche de los oscars tuvo momentos espléndidos. Para empezar, la justa invocación de Trueba a Billy Wilder, un astuto artista que hasta su inmerecida jubilación supo evitar que Hollywood lo hiciera mártir o siervo. El perplejo silencio de la niña Anna Paquin, muda con su estatuilla, a quien ni los oropeles de la ceremonia hicieron desdecirse: ella no quiere ser actriz. O la retribución final a Spielberg, que ha tenido que esperar a una película seria para convencer a los señores académicos de que domina el oficio.

Al margen de los episodios concretos, la celebración de los oscars es una inteligente maniobra de Hollywood, que desconfía del viejo dicho: el buen paño en el arca se vende. Cuando su cosecha cinematográfica del año colapsa los, cines del mundo, organiza, ni tan siquiera regala, el más universal anuncio de sí mismo. A la habilidad mercantil de Hollywood se suma este año un dignísimo palmarés en el que Trueba y su gente merecen estar. Y, por extensión, la parte más beligerante del cine español. Quedan excluidos de este concepto los que sólo buscan vivir del cuento y quienes son incapaces de evitarlo. Al resto, a los productores que arriesgan, a los cineastas que saben contar sus historias, a los actores y actrices que ponen convencimiento en sus, personajes, a quienes saben manejar un exiguo mercado … y, no faltaba más, a Trueba, felicidades.

23 Marzo 1994

Tres maestros

Ángel Fernández-Santos

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Creo que, de las incontables, o contables por centenares, películas que cada año este cronista se ve forzado por su tarea a dar cuenta en sus crónicas, en las relatadas durante el año 1993 la palabra maestría apareció , con todas sus comprometidas resonancias, referida únicamente a siete: Manhattan Murder Mistery, Short cuts, Adiós a mi concubina, Azul, En busca de Bobby Fischer, Belle époque y La lista de Schindler.

Las dos últimas han sido las triunfadoras del lunes californiano y fue injusto para ellas que no pudieran medir los signos de su maestría -presente únicamente en la competición la también magistral Adiós a mi concubina, dirigida por Chen Kaige- con la de esas otras obras maestras ausentes, dirigidas respectivamente por Woody Alleri (comedia que todavía espera un hueco para estrenarse aquí), Robert Altman (incursión en la negrura de la vida contemporánea, igualmente inédita en España), Krisztof Kieslowski y Steven Zaillian.

El bordado de este último en esa maravilla casi clandestina titulada En busca de Bobby Fischer -injustamente ausente del reparto de oscars- añadido al portentoso guión -«es perfecto: me abrió fronteras ilimitadas para dirigir», dijo de él Spielberg en su capítulo de agradecimientos- tallado en piedra de La lista de Schindler, que le valió una estatuilla, convierten a este joven, y hasta hace unos meses casi desconocido, cineasta en el protagonista en la sombra del cine de los últimos tiempos y de la fiesta de la Academia. Es Zaillian quien emerge -Spielberg y Trueba, aquél en su opulencia y éste en la angostura de una cinematografía marginal, ya están avalados por un estilo propioen solitario como un cineasta en ascenso incontenible y de mayor alcance que el que inició la premiada Jane Campion hace unos años con Un ángel en mi mesa y que ahora con el premio al guión de El piano -mucho mejor que su dirección- se consuma.

Haber revelado en un caso -Zaillian- y sancionado en dos -Spielberg y Trueba- la maestría de tres maestros del oficio de hacer cine, convierte a esta edición de los premios de Hollywood en un acontecimiento serio, aunque tenga capítulos que se acerquen a la farsa o al amaño. Por ejemplo, la niña neozelandesa premiada por su trabajo en El piano es muy expresiva, desenvuelta y está dotada para la actuación, pero hacer con ella un ejercicio de paternalismo a costa del emocionante desgarro de Rosie Pérez en Fearless y del mejor momento de Emma Thompson en toda su carrera -la escena del segundo juicio en En el nombre del padre- parece una caricatura, que convierte a una ceremonia adulta en un festejo colegial de fin de curso.

Dos puntos de acuerdo probablemente casi unánimme: pocos discutirán que Holly Hunter, una vez discriminada de forma incomprensible la mágica Michelle Pfeiffer de La edad de la inocencia, no tenía rival entre sus cuatro competidoras tras verla en El piano; ni que al formidable Tommy Lee Jones, después de eclipsar ni más ni menos que al mismísimo sol, Harrison Ford, le fuera a apagar nadie -ni siquiera el magnífico Ralph Fiennes de La lista de Schindler- el fuego irónico con que deslumbró en El fugitivo.

Y un posible punto de fricción: nadie dudaba desde su triunfo en Berlín que Tom Hanks se iba a llevar a su chimenea de Beverly Hills el muñeco chapado en oro que desde hace dos años ya tiene en su chimenea londinense Anthony Hopkins tras su alarido en El silencio de los corderos. Esto se sabía, como se sabía que la conmovedora creación de Hanks es, pese a su filigrana, muy inferior a la del actor británico, pues este aventaja al americano en algo tan difícil de definir, y sin embargo tan diáfano, como es la posesión del genio. Hanks es un excelente actor, y su creación en la endeble Philadelphia es un excelente trabajo. Pero Hopkins es probablemente el mejor actor vivo, y su creación en En lo que queda del día es probablemente su mejor trabajo. Hay lógicamente un mundo, o un abismo, entre ambos.

El resto de los premios -músicas y fotografía, sobre todo- no parecen discutibles. Los tres destinados a Parque jurásico, justos: son para los bichos electrónicos, esa cosa que Joseph L. Mankiewicz, poco antes de irse detrás de la pantalla, llamó el cáncer del cine.