8 diciembre 1991

Fracasa el intento de mantener unidos a las antiguas repúblicas de la URSS en torno a la Comunidad de Estados Independientes (CEI) bajo el liderazgo de Rusia

Hechos

El 8 de diciembre de 1991 Rusia, Bielorrusia y Ucrania formaron la Comunidad de Estados Independientes (CEI) que obedecía

22 Marzo 1992

La CEI inexistente

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA CUMBRE de la CEI celebrada en Kiev el viernes pasado ha puesto de relieve, una vez más, la sistemática incapacidad en que se hallan las repúblicas de la ex URSS para establecer entre sí acuerdos de coopera ción en los terrenos más importantes. La CEI no es -los hechos lo confirman- una nueva forma de agrupación entre dichas repúblicas. Su papel se ase meja mucho más al de administradora de la liquida ción de lo que fue la Unión Soviética. Sin embargo, en lo militar y lo económico, la ruptura no puede ser inmediata, lo cual plantea dificultades añadidas.En Kiev se ha puesto en primer plano el conflicto entre Rusia y Ucrania. El clima entre ambas naciones se agria cada vez más. A ello coadyuvan sin duda los nacionalistas ucranios que piden la disolución de la CEI. Pero las declaraciones recientes del vicepresidente de Rusia, Rutskoi, sobre el retorno de Crimea han contribuido asimismo a obstaculizar el entendimiento sobre temas esenciales, como la flota del mar Negro o el reparto de los bienes de la antigua Unión Soviética. Y lo más grave, por sus repercusiones internacionales, es la persistente negativa de Ucrania a enviar a Rusia sus armas nucleares tácticas para ser destruidas. La razón invocada es que la destrucción debe hacerse bajo control internacional. Es un tema en el que EE UU y Europa deberían intervenir, buscando la forma de asegurar un control de ese tipo. Después de todo, las armas estratégicas son destruidas bajo control internacional; extenderlo a las armas tácticas no debe presentar dificultades insolubles. Lo que es fundamental es que las armas nucleares tácticas sean destruidas en el plazo fijado, es decir, en el próximo mes de julio.

El único acuerdo positivo de la CEI ha sido el de crear una fuerza de pacificación inspirada en los cascos azules de la ONU. No parece que pueda tener mucha eficacia. En Nagorni Karabaj, las unidades de la CEI tuvieron que retirarse antes de descomponerse. Por otra parte, Ucrania se mantiene al margen de todas las decisiones militares. En esas condiciones se conserva el mando unificado de la CEI, pero su capacidad de acción es sumamente aleatoria. Su misión parece ser evitar el hundimiento del actual Ejército mientras Rusia (y otras repúblicas) organiza sus propias Fuerzas Armadas.

En ese orden, el que Yeltsin -que ya es presidente y jefe del Gobierno- encabece el recién creado Ministerio de Defensa indica una evolución preocupante de la política rusa. Y no por los intentos de los comunistas de provocar un retorno al pasado: la reunión de diputados del Sóviet Supremo de la ex URSS la semana pasada fue una escena ridícula o surrealista. Los dos problemas políticos serios son el naciente proceso secesionista de varias repúblicas autónomas (como Tatarstán, que celebró ayer un referéndum de independencia) y la ausencia de partidos capaces de estructurar una vida pública mínimamente democrática.

Hay en Rusia 16 repúblicas autónomas, y el nacionalismo que se manifiesta en algunas de ellas se apoya en una alianza curiosa de las viejas élites comunistas con sectores nacionalistas. Pero el camino de la democracia no es en modo alguno dar rienda suelta a la disgregación. En esas repúblicas, amplios sectores democráticos consideran que sólo avanzarán hacia un mercado libre y el progreso conservando una relación federal con Rusia. La respuesta a la disgregación exige, pues, la democratización de la política rusa. Por ahora prevalecen métodos autocráticos. Todo gira en torno a Yeltsin. No actúan partidos democráticos capaces de encauzar las ansias populares y de promover nuevas figuras. Es una debilidad seria para que Rusia aborde con perspectivas de éxito sus relaciones con Ucrania y otras dificultades acuciantes del momento.

17 Mayo 1992

El ocaso de la CEI

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA SEXTA cumbre de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), celebrada ayer en Tashkent (Kazajstán), ha conseguido trascender más por las ausencias a la misma -5 de las 11 repúblicas fundacionales no asistieron- que por las presencias, Rusia, Armenia y los cuatro Estados asiáticos. En el ámbito de lo concreto, los seis países firmaron un acuerdo en materia de seguridad y anunciaron la creación de un Consejo de Seguridad Colectiva, que coordinará a los distintos Ejércitos nacionales surgidos tras la desaparición de la URSS y, consiguientemente, la disgregación de su Ejército Rojo. Cada nueva convocatoria de la CEI, creada a finales de 1991 para sustituir la estructura estatal soviética, consigue que acudan menos miembros y suscriban menos acuerdos comunes.La reunión de Tashkent mostró las dificultades y los problemas irresueltos que aquejan a la CEI desde su origen. Cuando, en diciembre de 1991, 11 de las repúblicas que conformaban hasta entonces la ya desaparecida URSS decidieron constituir la CEI, ya se señalaba entre sus defectos la imprecisión, cuando no nula referencia, de los órganos que pudieran coordinar las actividades esenciales de la nueva entidad supranacional. Si nacía con vocación confederal, ciertamente surgía con una excesiva imprecisión sobre la forma de aplicar en la práctica las metas acordadas.

En lo referente a las relaciones entre las repúblicas occidentales, el conflicto entre Ucrania y Rusia se mantiene, incluso se agudiza. La ausencia de Kravchuk es un ejemplo indudable de que no quiere discutir con Yeltsin ninguno de los litigios que tienen planteados los dos países -de los que la cuestión militar y el destino final de la flota del mar Negro son los más complejos-, o que no quiere hacerlo en presencia de las otras repúblicas. La novedad es el giro de Bielorrusia, que parece aproximarse a Ucrania y distanciarse de los compromisos asumidos con la CEI.

En el bloque del Cáucaso, parece claro que Armenia firmó el acuerdo de seguridad con el propósito de encontrar cierto apoyo en su enfrentamiento con Azerbalyán. Pero ni siquiera ese apoyo está garantizado, porque no hubo ninguna referencia concreta al conflicto. El auge del nacionalismo azerí, que desembocó en la ocupación del Parlamento y en la destitución del presidente Mutalíbov, indica una agudización de la guerra con Armenia y, en la medida en que este nacionalismo está apoyado por Turquía, una amenaza en las relaciones internacionales.

El tercer bloque, el formado por las repúblicas asiáticas musulmanas que suscribieron el acuerdo de Tashkent, sugiere la posibilidad de que Rusia opte por aproximarse más hacia el Este que hacia Europa, con lo que se incorporaría a la actual lucha de influencias que mantienen Turquía e Irán en el Asia musulmana.

La CEI muestra cada vez más claramente que es un marco de liquidación de las relaciones creadas durante siglos por el zarismo y mantenidas por la Unión Soviética. Las relaciones económicas y comerciales no pueden desaparecer de un día para otro, y con mayor motivo en aquellas repúblicas más débiles, pero es obvio que la disgregación prima sobre la unión.