7 septiembre 1986

El atentado fue reivindicado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez

Fracasa un intento de asesinato con bomba contra el Dictador de Chile, Augusto Pinochet, que se lleva por delante a dos personas

Hechos

El 7.09.1986 el Presidente de Chile, Augusto Pinochet, salió ileso de un atentado cometido contra la cometiva en la que viajaba en Cajón del Malpo. Hubo dos muertos.

Lecturas

El atentado supuso una nueva oleada de represión que incluyó el asesinato del periodista D. José Carrasco.

09 Septiembre 1986

Fuego contra Pinochet

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL ATENTADO de que ha sido víctima el general Pinochet -y que ha causado la muerte de varios militares de su escolta- ha sido una operación llevada a cabo con medíos importantes; unas 12 personas constituían el grupo que realizó la emboscada, en la que emplearon metralletas y lanzagranadas. La información de que disponían era a todas luces perfecta. El dictador, herido en una mano, ha podido salvarse gracias a la eficacia del blíndaje del coche en el que viajaba.A pesar de versiones contradictorias, parece probable que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez sea el autor del atentado. En los últimos meses este grupo ha llevado a cabo operaciones que se han ido acercando cada vez más a los núcleos decisivos de la cumbre militar y gubernamental. La última, que causó pánico en el propio equipo del dictador, fue el secuestro durante tres días del coronel Haeberle. El atentado contra Pínochet indica un salto cualitativo en la capacidad del Frente: es muy difícil imaginar un ataque de este género contra la comitiva del dictador sin complicidades, al menos a nivel informativo, en esferas próximas al poder.

A pesar de que las fuerzas moderadas de la oposición, en particular la Democracia Cristiana, condenan toda utilización de métodos violentos, no se puede cerrar los ojos ante el hecho de que la influencia del Partido Comunista de Chile, que apoya al Frente, está creciendo sensiblemente, sobre todo en los sectores más jóvenes y radicales del país, en las universidades y en las poblaciones que rodean a la capital, en las que se concentran las capas más expoliadas y desesperadas. Ello se ha traducido en éxitos comunistas en recientes elecciones universitarias y sindicales.

La respuesta de Pínochet al atentado ha sido la declaración del estado de sitio en todo el país. Los militares y la policía han establecido controles en las calles, numerosos domicilios han sido allanados y han empezado las detenciones, en particular de figuras conocidas de la oposición de izquierda. Pinochet estaba ya lanzado a una estrategia del terror, según la expresión utilizada por Amnistía Internacional en su último informe, en el que denuncia los secuestros, torturas, encarcelamientos y muertes causadas por las unidades de la policía y de carabineros y por grupos paraestatales que actúan con el apoyo descarado de las autoridades del Estado. Con el estado de sitio el terror crecerá de tono.

Por lo demás aún es pronto para calibrar las consecuencias políticas del atentado. A los 13 años del golpe militar que derribó al presidente Salvador Allende y que causó su muerte, muchos le atribuirán un valor casi simbólico y verán en él un anuncio de que el dictador está ya muy cerca de su fin. Lo cierto es que Pinochet está aislado; incluso fuerzas de la derecha que le apoyaron en 1973 consideran hoy urgente su apartamiento del poder para que Chile pueda recuperar la democracia en un proceso pacífico. Algunas voces críticas se han levantado últimamente en el seno de las Fuerzas Armadas, sobre todo en la aviación; el presidente Reagan ha enviado a Santiago al general Galvín para convencer a Pinochet de que se retire y presionar a otros militares para que faciliten una transición hegemonizada por la derecha. Frente a todas las presiones Pinochet ha contestado con una negativa cerrada, dispuesto a mantenerse en el poder con las bayonetas de sus soldados y los crímenes de sus policías.

El fracaso del atentado en su objetivo concreto, matar a Pinochet, puede ahondar las diferencias de estrategia entre las fuerzas de la oposición y reforzar la tesis de la Democracia Cristiana, contraria a la utilización de la violencia. Pero el hecho demuestra además la íncapacidad definitiva de Pinochet para acabar, como es su pretensión, con la amenaza comunista en Chile. Ocurre lo contrario: su mantenimiento radicaliza amplios sectores de la oposición y eleva la influencia deI Partido Comunista de Chile. Las fuerzas moderadas, y en particular los militares que no quieran acompañar al dictador en una actitud suicida, sacarán consecuencias de esta sítuación.

12 Septiembre 1986

Chile

ABC (Director: Luis María Anson Oliart)

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La agonía en que se debate la dictadura del general Pinochet no debe borrar la responsabilidad histórica de quienes la provocaron. Con ocasión del aniversario del golpe de Estado, se intenta presentar al presidente Allende como un apóstol de la democracia, y a su Gobierno como un paradigma de la más pura observancia constitucional.

Hay un testimonio de la realidad en la entrevista que el fallecido político chileno Eduardo Frei, presidente de la República desde 1964 hasta 1970 concedió a Luis Calvo, director de ABC, en octubre de 1973. Entre otras interpretaciones del Gobierno de Salvador Allende, se lee este juicio sobre el golpe de Estado. «El marxismo, con conocimiento y aprobación de Salvador Allende, había introducido en Chile innumerables arsenales, que se guardaban en viviendas, oficinas, fábricas y almacenes. El mundo no sabe que el marxismo chileno disponía de un armamento superior en número y calidad al del Ejército; un armamento para más de treinta mil hombres, y el Ejército chileno no pasa normalmente de esa cifra…»

«La guerra civil estaba perfectamente preparada por los marxistas. Y esto es lo que el mundo desconoce y no quiere conocer’. Y más adelante y respondiendo a otra pregunta añadía Frei: «Allende vino a restaurar el comunismo por medios violentos no democráticos, y cuando la democracia, engañada, percibió la magnitud del a trampa, ya era tarde. Ya estaban armadas las masas de guerrilleros y bien preparado el exterminio de los jefes del Ejército. Allende era un político hábil y celeba la trampa. Pero, ya sabe usted, no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo».

Una cosa es la triste realidad de la dictadura de Pinochet y otra que, de rebote, resulte la glorificación democrática del presidente Allende.

12 Septiembre 1986

Un atentado inoportuno

Manuel Blanco Tobio

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Le ha hecho la pascua a la oposición democrática chilena el atentado contra el general Pinochet, con la muerte de cinco miembros de su escolta, porque le ha obligado a reaccionar y a movilizar todos sus recursos represivos, que son muchos, cuando ya eran perceptibles los efectos reblandecedores del sistema que venían casando las manifestaciones callejeras, las muertes violentas que resultaban de ellas, y las presiones de una opinión pública mundial exasperada.

El atentado, que ha sido sangriento, aunque no alcanzó su principal objetivo, avisó igualmente a la parte de la opinión pública chilena que cualesquiera que sean sus actitudes ante Pinochet recuerdan los acontecimientos que desembocaron en la muerte de Salvador Allende en 1973, cuando entonces la mayoría de los chilenos estaban asustados por la revolución de izquierdas que se les echaba encima y que permitió a los militares presentarse como liberadores.

La organización que ha reivindicado el atentado, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, es poco conocida. Su portavoz, Patricio Man, ha negado que tenga vinculación alguna con el Partido Comunista Chileno. Podría haber añadido que tampoco tiene vinculación con ningún otro partido moderado y democrático, porque los que hay en Chile se han manifestado siempre contra la violencia, y el atentado nunca ha sido su estilo. En cambio, sí ha sido estilo bien conocido de la extrema izquierda chilena.

Puede tenerse la impresión de que el Gobierno de Pinochet estaba esperando una oportunidad para salir del desgaste a que le sometían las manifestaciones callejeras, obligando a las fuerzas antidisturbios a actuar duramente frente a las cámaras de televisión de todo el mundo, que después la servían al público en sus horas punta. Faltaba el atentado que vendría a dar una cobertura de legitimidad a la reacción del Gobierno, pues nadie podría esperar de éste que admitiese un intento del asesinato del jefe del Estado, y la muerte de cinco escoltas como un simple incidente.

Finalmente, tenemos la impresión de que la dictadura del general Pinochet no va a terminar por la vía rápida del asesinato. No va a caer como una fruta madura porque no está madura mientras el Ejército apoye al general – y no hay signos visibles exteriores de que haya dejado de hacerlo – y mientras buena parte de la opinión pública chilena, por miedo, por convicción o por lo que sea, continúe aceptando el régimen.

En los Estados Unidos y en otros países sigue preocupado el lado que pueda caer Chile una vez concluida la dictadura. Es evidente para esos países y para quien quiera verlo que no toda la oposición anti-pinochista sueña con implantar en el país un régimen democrático genuino. Hay otras alternativas muy acariciadas en cuba y en Nicaragua, que llevan esperando desde 1973, para recoger la revolución allendista en el punto en que la dejaron abruptamente. Y por otro lado, el propio Pinochet no está ayudando nada a propiciar una ‘transición a la española’, que es con que sueñan todas las dictaduras no resueltas.

14 Septiembre 1986

Pinochet, tocado

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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MADRID SE transformó ayer, por gracia de la totalidad del espectro político español, en una gran alameda de la libertad por la que discurrió un río de solidaridad hacia el pueblo chileno. La transición pacífica española sigue siendo un ejemplo esperanzador para aquellos que se ven sometidos a los dictados de un régimen que enarbola la violencia como principal arma contra las prácticas democráticas. Los chilenos anhelan la libertad que les fue arrebatada hace 13 años por las armas de unos militares cuya cohesión parece que empieza a resquebrajarse en un momento en el que la losa del terror ha caído de nuevo sobre Chile.Acaban de producirse seis muertes; el Ejército patrulla por las calles; las detenciones alcanzan cifras elevadas; la Prensa está amordazada; el asesinato del periodista José Carrasco simboliza en cierta forma la actitud del régimen de Pinochet hacia todo lo que signifique libertad y veracidad en la información. Pero sería erróneo ver en la situación actual una especie de retorno a los momentos en que el general Pinochet, con la violencia represiva, con el apoyo de los militares, de los sectores conservadores y de EE UU, tenía en sus manos los destinos del país. Hoy existe una oposición que abarca a todas las capas sociales, incluidas no pocas personas que ayer estuvieron con Pinochet. Esta oposición, con sus partidos políticos y agrupaciones ciudadanas, ha realizado ya ingentes manifestaciones pidiendo el retorno a la democracia. Su existencia se sigue haciendo sentir a pesar de la represión; constituye un factor fundamental de los cambios que se produzcan en el país. A la vez, está perfilándose un fenómeno nuevo e importante: la existencia de contradicciones entre el general Pinochet y otros jefes militares, incluso componentes de la Junta Militar, órgano decisivo del poder.

Según la Constitución vigente, en 1989 habrá elecciones presidenciales, para las cuales corresponde a la Junta Militar designar el candidato. El deseo de Pinochet, proclamado ya públicamente, es ser candidato y prolongar así su poder; pero ha sufrido un serio revés, ya que los otros miembros de la Junta no le han apoyado. Muchos de sus discursos incendiarios en el último período están dirigidos a los militares, a sus colegas de la Junta Militar, para presionarles y obligarles a aceptar su voluntad. En este clima se produjo el atentado del pasado 9 de septiembre. Nada más lejos de la verdad que la tesis sugerida por The Times de Londres, en el sentido de que pudo ser organizado por el propio dictador para justificar una ola represiva y realzar su propia autoridad. Todo indica que no ha sido así. Pero sí es verdad que Pinochet se ha lanzado a la máxima utilización del atentado para extremar el terror y además revalorizar su papel personal y obligar a los altos mandos militares a que le acepten.

A tal fin respondía la convocatoria del referéndum, que Pinochet anunció a las 48 horas del atentado. Era absurdo decir que el Gobierno necesitaba nuevas leyes represivas; Pinochet aspiraba a que un referéndum, convertido en plebiscito prefabricado, le otorgase una apariencia de respaldo popular, después de la cual podría imponer su candidatura para 1989; o incluso modificar la Constitución para seguir en el poder de cualquier forma. Por eso es tan importante la respuesta dada por el almirante Toribio Merino, el miembro más veterano de la Junta, al ser interrogado sobre el referéndum: «Yo no soy partidario de nada… Es una cosa que dijo él (Pinochet) y yo no sé de qué se trata». Todo indica que las respuestas negativas han determinado la renuncia a ese referéndum tan enfáticamente anunciado.

Es significativo que entre algunos generales del Ejército de Tierra conceptuados como incondicionales del dictador hayan surgido actitudes críticas; en concreto, la del general Luis Danús, que fue ministro de Pinochet y que ahora es gobernador militar de Punta Arenas; su posición ha sido respaldada oficialmente por esa división militar. Danús ha exigido de modo enérgico que sean descubiertos los culpables del asesinato de José Carrasco. Es una forma de poner en causa el terror desencadenado por el dictador después del atentado.

No cabe duda que esta evolución entre altos mandos militares es un reflejo de la evolución del sentir de EE UU, que ya no considera que el mantenimiento de Pinochet corresponda a sus intereses. En su reciente visita por encargo de Reagan, el general Galvin, jefe del Comando Sur de EE UU, expuso la tesis de que Pinochet había fracasado en su plan de destruir el comunismo, y de que ahora una represión dura fomenta el crecimiento de las fuerzas de la oposición más radical, en concreto, los comunistas. No parece que el atentado haya modificado este enfoque del problema por parte de EE UU. Ha condenado el atentado, pero insiste a la vez en los efectos negativos del estado de sitio.

Si Pinochet fracasa en sus esfuerzos por lograr que la Junta Militar respalde su continuación en el poder después de 1989, es evidente que ello pone sobre el tapete, en primer lugar para los militares, la necesidad de estudiar otras alternativas de futuro. En cualquier eventualidad, el papel de los militares que rompan con Pinochet tendrá que ser fundamental en el proceso de transición hacia la democracia. En la plasmación de esa hipótesis caben fórmulas diversas; pero obviamente ya no es un tema de futuro, ni para la oposición ni para los militares.