19 agosto 1991

El presidente de la federación de Rusia, Boris Yelstin, se convierte en el héroe nacional y nuevo 'hombre fuerte' de todo el país

Fracasa un intento de golpe de Estado contra Mijail Gorbachov realizado por el ‘aparato’ del KGB y el PCUS

Hechos

  • El 19.08.1991 el vicepresidente de la URSS, Yanayev, informó que ‘por motivos de salud’ el presidente Mijail Gorbachov era apartado de la presidencia y reemplazado por un Comité de Emergencia presidido por él que declaraba el Estado de Excepción en todo el paíss. El 21.08.1991 ante las protestas en las calles de Moscú lideradas por Boris Yelstin, el Comité se disolvió y Gorbachvo fue restituido en la presidencia de la URSS.

Lecturas

EL COMITÉ DE EMERGENCIA REEMPLAZÓ A GORBACHOV «POR MOTIVOS DE SALUD»

comite_emergencia El Comité de Emergencia que gobernó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas durante las horas que duró el golpe. Según su versión, Gorbachov había sido apartado del poder ‘por motivos de salud’ (cuando en realidad estaba bajo arresto). El comité estaba formado por Guenadi Yanayev, hasta entonces Vicepresidente de la URSS con Gorbachov, Boris Pugo, ministro de Interior con Gorbachov y Vladimir Kriushkov, nombrado jefe de la KGB, la policía secreta, por Gorbachov y considerado ‘el cerebro’ del Golpe.

BORIS YELSTIN, NUEVO ‘HOMBRE FUERTE’ DE LA URSS

yelstin_golpe El presidente de la federación más grande de la URSS, Rusia, Boris Yelstin, lideró las movilizaciones callejeras contra los tanques que forzaron la derrota de los golpistas.

EL SUICIDIO DE BORIS PUGO

boris_pugo Boris Pugo, el ministro de Interior, miembro del Comité de Emergencia y uno de los principales cabecilla del golpe, optó por suicidarse tras confirmarse el fracaso del mismo, mientras sus compañeros de comite eran encarcelados. 

 

20 Agosto 1991

El fantasma de Stalin

Editorial (Director: Joaquín Estefanía)

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NO HAY analogía posible, pero mucha gente el mundo entero se acordó ayer de Salvador Allende cuando supo del golpe de Estado contra Gorbachov, protagonizado por quienes no quieren que las cosas cambien. La destitución forzosa de Gorbachov y la toma del poder en Moscú por un denominado Comité Estatal para el Estado de Emergencia generó de repente una profunda angustia en los ciudadanos de todo el planeta. Qué va a pasar en esa Union Soviética en la que, desde hace seis años, la perestroika ha transformado el sistema político, instaurando órganos de poder elegidos por los ciudadanos y altos niveles de libertad?

Es aún pronto para dar una respuesta definitiva, ya que no se tienen noticias suficientes sobre lo que está ocurriendo en ese territorio inmenso -más parecido a un continente que a un país- que es la Unión Soviética. Sin embargo, un dato está claro: en el grupo que ha asumido el poder, los militares y el jefe del KGB tienen el peso determinante, lo cual se refleja de manera clara en el lenguaje de los textos emitidos por dicho Comité. Al lado de los generales y jefes del aparato represivo figuran asimismo, entre los dirigentes del golpe, mediocridades políticas como el vicepresidente, Yanáyev, y el jefe del Gobierno, Pávlov, conocidas por su oportunismo camaleónico en las más diversas situaciones. Cuando, a finales del año pasado, Edvard Shevardnadze presentó su dimisión como ministro de Exteriores anunció ante el Sóviet Supremo que tomaba esa decisión ante la amenaza creciente de una nueva dictadura, para evitar la cual nadie -y la alusión a Gorbachov era obvia- tomaba medidas eficaces. En las semanas siguientes los rumores sobre el peligro de un golpe fueron disminuyendo, porque el restablecimiento de cierto acuerdo entre Yeltsin y Gorbachov parecía crear una base social más fuerte para consolidar el proceso democrático. Hoy es evidente que la conspiración se venía desarrollando desde hace más de un año.

En las últimas semanas, con motivo de la celebración del último Comité Central del PCUS, en el que se discutió el nuevo programa presentado por Gorbachov, dos hechos han sido particularmente significativos. Por un lado, un llamamiento suscrito por dos viceministros -el de Defensa y el del Interior- tomando una posición neta contra la reforma; lo lógico hubiese sido su inmediata destitución. Ahora está claro que no hacían sino expresar la opinión de sus superiores, que son los protagonistas del golpe. Por otra parte, en los debates del Comité Central, los conservadores -a diferencia de lo que habían hecho en el pasado abril- evitaron atacar a Gorbachov y aceptaron incluso, como base para un congreso previsto en noviembre, un programa socialdemócrata, que enterraba todos los dogmas de la ideología marxista-leninista. Esta pasividad se interpretó como señal de que los conservadores se preparaban a dar la batalla en el futuro congreso. Hoy es amargamente obvio que querían crear una sensación de tranquilidad para facilitar el golpe contra Gorbachov.

Los organizadores del golpe se han aprovechado de las debilidades objetivas de la perestroika, sobre todo en el terreno económico. Debilidades que nacen de la inexistencia de una sociedad civil capaz de convertirse en factor dinámico de la reforma y de la transición de un esquema de planificación central hacia una economía de mercado. Al final; no había ni, plan ni mercado. Temeroso de precipitar este golpe, Gorbachov se mantuvo en una actitúd centrista, oscilando entre los demócratas radicales y los comunistas ultras: así ha acabado aislándose de los sectores más consecuentemente reformistas y de sus colaboradores más prestigiosos. Sin embargo, los propios golpistas se han visto obligados a reconocer, en la práctica, la razón profunda de Gorbachov al emprender una reforma que ha puesto en cuestión y ha roto con todo el proceso histórico iniciado en la revolución de 1917. Es significativo que en los llamamientos del Comité de Emergencia no se mencione al partido comunista; ni siquiera se habla de socialismo.Emerge así cierta semejanza -en otra etapa histórica- con lo ocurrido en Polonia, en el golpe de Jaruzelski de 1980 para destruir Solidaridad: el partido comunista quedó marginado, y los actores del golpe fueron el Ejército y la policía. Ayer se eliminó a Gorbachov por métodos militares, invocando la patria, el orden y la moralidad, como en cualquier fenómeno golpista de manual clásico.

Éste ha tenido lugar en la noche del 18 al 19 de agosto por una razón concreta: el 20 estaba prevista la firma por varias repúblicas, y principalmente Rusia, del nuevo Tratado de la Unión, que tiende a crear una nueva estructura en lo que ha sido hasta ahora la URSS, cediendo altos niveles de soberanía a cada república, pero conservando un sistema federal y un poder central con competencias sustanciales. En un periodo en que las tendencias nacionalistas parecían llevar a la desintegración de la Unión Soviética, la negociación de un nuevo sistema federal con nueve repúblicas -dejando en suspenso el caso de las seis restantes- ha sido el mayor éxito de Gorbachov en política interior. Borís Yeltsin, el presidente electo de Rusia, le ha prestado una ayuda fundamental para lograr ese resultado.

El mundo debe presionar a los golpistas

Ahora, el primer objetivo del Comité Estatal es impedir que ese Tratado sea firmado. Formalmente dice que debe ser discutido por todos los soviéticos, pero su intención aparece muy clara en el llamamientolanzado al tomar el poder. En él rebrota al viejo lenguaje sobre la fraternidad feliz de los pueblos en el seno de la Unión Soviética, rota poraventureros que especulan con los sentimientos nacionales. La tesis central es la vuelta a la unidad de la patria, ignorando una realidad tan afianza da como la existencia de Gobiernos nacionales en casi todas las repúblicas, empezando por Rusia, que han re chazado el viejo sistema.

¿Cómo piensa el nuevo poder de Moscú aplicar tal programa? Si escoge el camino de las armas, estamos ante la perspectiva trágica de una serie de guerras, que pueden extenderse a buena parte del territorio soviético. Los vuelos de la aviación soviética por el espacio aéreo de las repúblicas bálticas pueden ser la primera señal. Pero lo que ha pasado en el propio Moscú, a las pocas horas de la proclamación del Comité de Emergencia, es una indicación de las dificultades gigantescas con las que éste se va a encontrar. El presidente de Rusia, Yeltsin, y todas las autoridades de esta república han declarado ilegal y nula la creación del nuevo poder; y han exigido que se reúna el Congreso de los Diputados y que Gorbachov siga ocupando su cargo. El mundo entero ha visto por televisión la valentía con la que Yeltsin ha lanzado una proclama a la huelga general subido en un tanque. A la vez, el Sóviet de Moscú ha declarado que no reconoce al Comité de Emergencia y que no cumplirá sus decretos. Resulta estremecedora la actitud de numerosos ciudadanos de Moscú manifestándose en medio de los tanques en defensa de su libertad, hablando con los soldados y coreando «el golpe fascista no pasará». No se sabe nada de lo que está pasando en las repúblicas y se ha establecido, como en tiempos breznevianos, un control rígido sobre la información. ¿Piensan Yanáyev y sus comparsas destituir, meter en la cárcel o fusilar a los Gobiernos de las repúblicas elegidos por el pueblo que se nieguen, como el de Rusia, a reconocerles? Todo indica que si el Comité de Emergencia sigue adelante con el proyecto trazado en su llamamiento, provocará derramamientos de sangre.

¿Cuáles serán las consecuencias en el plano internacional? La preocupación, expresada de forma más o menos nítida por los Gobiernos, se ha reflejado al instante en las bolsas de valores con unas caídas fortísimas que en Madrid han sido las mayores de su historia. Con el golpe de Moscú la perspectiva de un nuevo orden internacional y de una integración de la URSS en el mercado mundial se borra del horizonte. El futuro se ensombrece y se esfuma la esperanza de una vida internacional basada en la cooperación, y el desarme.

El Comité de Emergencia ha afirmado que la URSS permanecerá fiel a les tratados y acuerdos firmados. Entre ellos reviste enorme trascendencia el tratado START sobre reducción de armas nucleares estratégicas. Pero en la aplicación del START, en todo el proceso de desarme, incluso en otros campos de política exterior, como la proyectada conferencia sobre Oriente Próximo, una condición fundamental es la confianza mutua lograda en los últimos años entre la URSS y EE UU. Tal confianza, ha sido rota. La actitud hacia el nuevo poder establecido en Moscú tendrá que ser radicalmente distinta. Nose puede pensar en seguir adelante con planes de ayuda y, cooperación cuya realización es taba intrínsecamente ligada al progreso de laperestroika. El Consejo de Ministros de la CE fijará hoy en La Haya una posición, que debe ser tajante: no se puede mercadear con la derriocracia. Europa debe dejar muy claro que no es tolerable que se pretenda restablecer el orden en la URSS por las armas. La opinión internacional debe prepararse a ejercer la presión más enérgica para apoyar a los sectores soviéticos más abiertos, dispuestos a defender la reforma y la democracia. Hay que evitar el retorno del fantasma de Stalin.

 

21 Agosto 1991

El dirigente golpista intentó romper el PCE, segun Josep Palau

Fernando Orgambides

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El nuevo presidente de la URSS, Guennadi Yanáyev, impulsó entre 1977 y 1978 un intento frustrado de seccionar al Partido Comunista de España (PCE), entonces liderado en el apogeo del eurocomunismo por Santiago Carrillo. Yanáyev trató de desviar al brazo juvenil del partido hacia posiciones prosoviéticas y de entreguismo al PCUS. Estas revelaciones las hizo ayer a EL PAÍS en México el entonces secretario general de la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), Josep Palau, quien, afirma, tras 12 horas de conversaciones a solas con Yanáyev, se nego a aceptar sus consignas. El nuevo presidente era responsable de las organizaciones juveniles de la URSS.Palau, hoy simpatizante socialista, confesó que, en 1977, un funcionario de la Embajada soviética en Madrid le facilitó los billetes de avión para viajar a Moscú a fin de entrevistarse con Yanáyev.

Mantuvieron conversaciones a solas durante varios días, algunas de las cuales llegaron incluso a desarrollarse, ante la insistencia del soviético por obtener resultados, en lugares tan inverosímiles como la sauna del hotel donde se hospedaba.

«Yanáyev tenía unos cuarenta y tantos años y yo 23. Me hizo presiones terribles para que, al margen del PCE, iniciáramos relaciones más fluidas entre las juventudes comunistas españolas y el PCUS, e incluso me insinuó que obtendría privilegios personales si yo arrancaba a mi organización del eurocomunismo», dice Palau.

Un hotel de lujo

Las conversaciones con Yanáyev prosiguieron en España en mayo de 1978 con motivo del primer congreso de las Juventudes Comunistas. «Pese a que no estaba invitado», agrega Palau, «Yanáyev se presentó en Madrid y forzó a la organización a que lo incluyera entre los delegados extranjeros. Protagonizó varios incidentes, uno de ellos al negarse a aceptar el hotel que le brindábamos y exigir uno de lujo que, al final, pagó la Embajada soviética; y otro, al retirarse indignado de la sala de sesiones porque decidimos votar una resolución, pese a que había ocurrido 10 años antes, contra la invasión soviética de Checoslovaquia».

«Aquellas horas de conversaciones se me han quedado para siempre en la memoría dice Palau. «Mi primera impresión de Yanáyev, con ese tono amenazante que le caracteriza, es que se trataba del prototipo del estalinista conspirador que pretendía ganarse al secretario de las juventudes comunistas para lanzarlo como torpedo contra Carrillo».

20 Agosto 1991

Los militares derriban a Gorbachov

ABC (Director: Luis María Anson)

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El fracaso económico y social del comunismo ha sido de tal calibre en comparación con las democracias occidentales que la perestroika puesta en marcha por Gorbachov en 1985 iba avanzada en la URSS frente a los ultracomunistas de izquierda porque no había autoridad moral para enfrentarse a un cambio deseado por la inmensa mayoría de un pueblo incrédulo ya ante las utopías leninistas y cada vez más rebelde a la opresión del sistema. Los militares, reducto último del ultracomunismo, aguantaban rechinándoles los dientes. Pero el Tratado de la Unión, que suponía de hecho el reconocimiento de la independencia a la corta de algunos territorios que el Ejército considera parte de la URSS, ha sido el fulminante que ha emprendido el golpe de Estado. La unidad de la patria no es una frase retórica para el Ejército en ninguna nación. En su razón de existir. Y los militares ultracomunistas, como sagazmente ha apuntado el presidente Bush, han estado detrás del golpe de estado, que abre las mayores incertidumbres para la URSS, pero también para el mundo entero.

A las cinco de la mañana del 19 de agosto, sólo unas horas antes de la firma del Tratado de la Unión, la radio soviética – controlada por los ultracomunistas más radicales del Ejército y el aparato del PCUS – comunicada la destitución del presidente MIjail Gorbachov, que sería sustituido por Guenadi Yanayev, vicepresidente del Estado. La sorpresa caía como una bomba en todas las Cancillerías, adormiladas por la pereza estival y conmovidas con el sobresalto del colosal terremoto político, que ha sorprendido a lo más finos analistas de la política internacional y, ni que decir tiene, a la poco astuta CIA. Todos estaban convencidos de que las crecientes dificultades de Mijail Gorbachov podían hacer incómodo el normal ejercicio de sus poderes, sin que nadie fuese capaz de profetizar el hecho de su desaparición política, ni siquiera veinticuatro horas antes.

Desde luego, el efecto sorpresa ha sido doble, porque los países occidentales vivían sumergidos en las delicias de una obstinada ‘gorbimanía’ sostenida tan sólo por la necesidad que Occidente tenía de Gorbachov, aunque fuesen incapaces de calibrar de modo correcto la posición real del hasta ahora presidente soviético dentro de la URSS, donde su desprestigio era total. Lo que interesaba del presidente era su vertiente internacional: las reducciones de armamentos, la caída del telón de acero y la retirada del Ejército Rojo de los países ocupados en la Europa oriental después de la última guerra, sin profundizar el estudio del fenómeno hasta el interior del pueblo soviético, donde los seis años de poder de MIjail Gorbachov habían provocado el caos de una sociedad comunista a la que sólo podía mantener unida la amenaza del tiro en la nuca, según los manuales del KGB, o el internamiento en los islotes del siniestro archipiélago Gulag. El comunismo sin terror era técnicamente imposible y Gorbachov cometió el error de creer que se podía evolucionar poco a poco.

Las concesiones de Gorbachov al malestar de los ultracomunistas empezaban a percibirse durante los últimos tiempos con cierta insistencia. El primer signo fue precisamente la elección de Yanayev, un ultracomunista titulado como vicepresidente con atribuciones para sustituir al presidente, figura jurídica enteramente nueva en el constitucionalismo soviético. Llegó después el nombramiento del nuevo jefe del Gobierno, Valentín Pavlov, cuya merecída fama de ultracomunista era archiconocida y la posterior sustitución en el Ministerio del Interior de Vadim Bakatin por Boris Pugo, un letón formado en la más dura escuela del KGB, mientras se mantenía Vladimir Kryuchkov en la presidencia del KGB, pero acompañado esta vez por el general Boris Gromov, el héroe de la guerra de Afganistán como comandante de las fuerzas del Ministerio del Interior – los 350.000 hombres del MDV – el más duro entre el cuerpo de generales soviéticos, para componer así un polígono compacto – vicepresidencia, Ministerio del Interior, KGB, MDV y el total acuerdo el Ejército – destinado a encerrar a Mijail Gorbachov en el interior de esta jaula de complicidades.

El anuncio de la gran amenaza apareció hace pocas horas en el diario del Ejército ‘Estrella Roja’, lanzado por el Comité del Partido Comunista en las Fuerzas Armadas, dirigido por el general Mijail Surkov, que escribía lo siguiente: “Las agresiones contra el Ejército no cesan, así como los intentos para dividir a las Fuerzas Armadas. Somos nosotros, los comunistas del Ejército, los responsables en gran parte del destino de nuestro país y de sus fuerzas armadas. Nuestro deber de comunistas y ciudadanos es ser patriotas internacionalistas y confirmar, gracias a nuestras acciones, las ideas de Lenin sobre la defensa de la patria socialista”. La peor retórica del estalinismo repetida horas antes de la caída de Gorbachov.

Naturalmente, en estos momentos resulta imposible hacer un pronóstico sobre el futuro de un golpe de Estado, con toda evidencia anticonstitucional, a pesar de la ridícula apelación al artículo 127, que presenta, sin embargo, las características de una operación, precipitada, sin preparación anterior, destinada a impedir la firma del Tratado de la Unión, hoy, martes, mucho más que de resucitar los viejos moldes comunistas para disciplinar otra vez la sociedad en un régimen de terror, operación que resultará muy difícil de alcanzar por los revoltosos frente a la situación caótica donde flota en pleno desconcierto el pueblo entero, entre otras cosas porque los ultracomunistas carecen de la capacidad física para imponer sus ideas sobre el inmenso territorio soviético, donde ya no existe ni administración ni orden y donde la cohesión ciudadana es prácticamente inexistente, con lo cual parece que el más previsible destino del golpe sea aumentar la confusión que ya padece el país sobre el que planea el riesgo de guerra civil.

En cualquier caso, la revuelta ultracomunista, la detención del Jefe del Estado, los tanques en la calle y la nostalgia estalinista componen un fenómeno interior soviético que no debe afectar ni a la retirada de las fuerzas estacionadas todavía en el antiguo territorio de la República Democrática de Alemania (RDA), ni la denuncia de los pactos firmados en materia de desarme, salvo en pequeños detalles, porque la Unión Soviética, dirigida por ultracomunistas o por fieles de la perestroika, necesita ineludiblemente la asistencia económica de Occidente. Y en todo caso, el camino de los pueblos hacía la libertad no lo para nadie. Las dictaduras son los paréntesis de la Historia. Yanayev podrá, tal vez, imponer un nuevo periodo dictatorial. Será corto. El pueblo ruso terminará derribando todo lo que se oponga a su libertad.

20 Agosto 1991

El hombre que cambió el mundo en seis años

Patxo Unzueta

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Como aquel prefecto del zar del que se dice que disparó contra el plato porque la sopa estaba demasiado caliente, los burócratas y militares que destituyeron ayer a Mijaíl Gorbachov aseguran que su objetivo es acabar con el caos político y la crisis económica ocasionados por la perestroika.Perestroika: la palabra apareció por primera vez en el discurso de Gorbachov ante el pleno del 27 Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en Febrero de 1986, once meses después de su entronización como secretario general, a la muerte de Chernenko.

Desde aquel día el destino de Mijaíl Sergueievich Gorbachov está unido al de esa reforma que propugnó: liberalización política, económica y cultural, en el interior; distensión, en el exterior. En las horas terribles que se están viviendo en Moscú y en toda la URSS, cuando no se sabe si Gorbachov está encarcelado o en arresto domiciliario, si vivo o muerto, ese destino se desliga por primera vez del de su criatura.

Pues si es posible que eliminen al inventor de la perestroika, los golpistas no podrán ya modificar el rumbo marcado por la reforma; la vuelta atrás es tan improbable, al menos, como lo era que Gorbachov consiguiera culminar el proceso de desmontaje del sistema soviético sin que el choque con alguno de los obstáculos colocados por sus numerosísimos enemigos acabase con él.

La contrarreforma con que amenazan los involucionistas que ayer sacaron los tanques a la calle podrá devolver algunos de sus privilegios a los sectores de la nomenklatura marginados estos últimos años, empañar la transparencia -glasnost- ensayada en la prensa o la cultura, retrasar la evolución hacia una economía de mercado; pero difícilmente la URSS regresará a lo que fue antes de 1985.

El mérito

Ese es su mérito. Su heroísmo no es el del conquistador, o el descubridor genial, o el lider carismático que suscita la unanimidad y arrastra a su pueblo. Pertenece, por el contrario, a la nómina de ese grupo singular de seres destinados al fracaso que, en un artículo memorable, el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger llamó «los héroes de la retirada»: seres cuyo destino consiste en destruir aquello de cuya supervivencia dependía la suya propia. O, como expresó el mismo Enzensberger: personas que «al abandonar sus propias posiciones no sólo entregan un territorio objetivo sino también una parte de sí mismos».

¿Quién es este hombre que estaba entregando su memoria y su destino al iniciar el derribo de un sistema que ejercía desde 1917 un imponente poder sobre 22 millones de kilómetros cuadrados de territorio, 300 millones de cuerpos y algunos millones más de almas?

Nacido el 2 de marzo de 1931 en el pueblecito de Privoinoc, en la región de Stavropol, al sur de la República de Rusia, en tierras del Cáucaso, Mijaíl, hijo de Sergei, un campesino, estudió las primeras letras en su pueblo natal y el bachillerato en la capital de la provincia.

A los 19 años Mijaíl Gorbachov partió para Moscú, donde cursó la carrera de Derecho y más tarde la de ingeniero agrónomo. Se afilió al Partido Comunista en 1952, cuando cursaba segundo año en la Facultad, uno después de haber conocido a a la que habría de ser su mujer, Raisa Maximovna Titorenko, llegada desde su lejana Siberia natal para estudiar Filosofía en la capital. Pero, ya en su pueblo, había conseguido una condecoración por su participación en la cosecha de 1949, lo que era un aval para intentar una carrera política en el seno del PCUS.

Un mechón sobre la frente

Por entonces, el futuro secretario general era un provinciano que tapaba con un mechón caído sobre la frente la mancha de nacimiento que con el tiempo se haría tan famosa, y que acudía los sábados y domingos a los bailes de la Residencia de estudiantes de la calle Strominka, según relataron a Pilar Bonet, corresponsal de EL PAÍS, algunas españolas, hijas dé combatientes republicanos exiliados, que a comienzos de los cincuenta compartían estudios y tal vez aficiones e inquietudes con el joven venido del sur.

Hay una anécdota, contada por un antiguo condiscípulo, sobre la forma en que Mijaíl y Raisa se conocieron, que tal vez encierre algún significado premonitorio: Gorbachov se enteró de que en la sala de baile de Strominka las chicas pretendían aprender a bailar el vals, y acudió con algunos amigos para reírse de las neófitas danzantes. Entre estas últimas estaba Raísa, y a Mijaíl Gorbachov parece ser que se le heló la sonrisa cuando ella lo miró. Han permanecido juntos desde entonces.

Las cosas no siempre se producen según el diseño inicial: también Cristóbal Colón se hizo famoso por algo que tenía poco que ver con el proyecto que presentó a las autoridades de su época.

Nada en la carrera política de Mijaíl Gorbachov hacía prever que se convertiría en el artífice del desmontaje del sistema en el que había crecido y de cuya clase dirigente formaba parte. Seguramente tampoco él lo sospechaba: su libro, titulado precisamente Perestroika, y para escribir el cual desapareció durante casi un mes cuando ya era el número uno, trata de justificar la reforma en nombre del leninismo. Del leninismo auténtico, que habría sido adulterado por los sucesores del fundador.

Ascendió en la jerarquía peldaño a peldaño. Enviado a su tierra natal, a fines de los cincuenta figura ya como secretario de las Juventudes Comunistas (Komsomol) de la provincia. A mediados de la década siguiente aparece como responsable de la administración agrícola de Stavropol, de cuyo comité sería secretario general en 1970, año en que también es elegido diputado al Soviet Supremo, último eslabón antes de acceder, en 1971, a los 40 años, al Comité Central del PCUS. Sus éxitos al frente del partido en Stavropol le facilitaron su acceso a la cúpula del poder en Moscú durante los últimos años del breznevismo. Fue sobre todo Andropov, director de la poderosa KGB, el servicio secreto soviético, quien reparó en las cualidades de quien en 1980 se había convertido en el miembro más joven del Politburó.

Desconocido dirigente

No sólo Andropov había reparado en el empuje del futuro impulsor de la perestroika. Según relata Franz Olivier Gisbert en sulibro sobre Mitterrand, éste le comentó a comienzos de la década, poco después de su llegada al Elíseo, que había preguntado por la identidad de un para él desconocido dirigente que se distinguía, aparte de por la mancha de mielina que lucía en su frente, por el descaro de sus opiniones, que desautorizaban sobre la marcha las de los demás dignatarios presentes, en torno a la situación de la economía soviética. Otro veterano conocedor de la realidad de la URSS, K. S. Karol, ha escrito que Gorbachov no destacaba, a comienzos de los ochenta, por la audacia de sus planteamientos teóricos, pero sí por su empuje: por su curiosidad intelectual, su apertura a las ideas de los demás, y su fuerte voluntad de hombre de acción: «Gorbachov», escribe Karol, «brillaba simplemente por su dinamismo (… ). No demotró su modernismo sino más tarde, y fue en contacto con los extranjeros, ante los occidentales. Todos aquellos que se entrevistaban con él en el Reino Unido, Francia o Italia notaban inmediatamente que no se parecía a los demás dirigentes soviéticos. Al comienzo no podían explicar su impresión y la atribuían al hecho de que hablaba sin consultar apuntes y se interesaba por todo, planteando preguntas no rituales. Más tarde, cuando ya tenía el rango de secretario general del PCUS, se constató que sin ser autoritario tenía autoridad; que era alguien muy seguro de sí mismo, muy por encima de su entorno

Eso lo vio antes que nadie, así pues, Andropov, el sucesor de Breznev y el hombre que, por su anterior cargo al frente de la KGB, estaba en posesión de un retrato más cabal de la desastrosa realidad económica y social de la URSS.

Desastrosa situación

Tan desastrosa debía ser esa situación, inútilmente enmascarada por unas estadísticas mentirosas, que fue la propia gerontocracia la que, tras el fallecimiento de Andropov, pactó reservar para Gorbachov, pese a representar la posición más extrema dentro del politburó, la secretaría general, a la que se le daría acceso tras la breve transición encomendada al anciano y ya enfermo Chernenko.

Tal vez ello sea el rasgo más significativo del momento. Héroe de la retirada en ciernes, sus iguales le encargan salvar lo salvable de un sistema arruinado. Es Gromiko, el veterano estandarte de la política exterior soviética, quien propone la candidatura de Gorbachov a la secretaría general. Al hacerlo, ni él ni los otros de su generación pueden ignorar que existe el riesgo de que el empuje del joven secretario general -54 años en 1985- acabe con lo que ellos quisieran preservar; pero no ven a ningún otro capaz de tomar algunas iniciativas que desde Andropov se sabían inevitables; y, a su vez, Gorbachov no ignora que al dinamitar el estatus al que pertenece está anudando la soga a su cuello.

Pero la acción es lo suyo, y en cuestión de meses oxigena la dirección política del país, dando entrada en el Politburó a algunos reformistas moderados; antes de acabar el año reinicia las negociaciones con Estados Unidos, rotas desde 1979, que conducirían a los acuerdos sobre desarme, y da los primeros pasos hacia la retirada de Afganistán. Poco después, en el 27 Congreso, plantea su lectura revisionista de Lenin y avanza la posibilidad de hacer compatible el núcleo duro de la doctrina comunista con la apertura política.

Durante los cinco años y medio transcurridos desde entonces Gorbachov ha jugado una implacable batalla contra el tiempo. Tal vez sea pronto para un balance definitivo de los resultados, pero no lo es para una evaluación de las dificultades. Su reconocimiento exterior, simbolizado por la concesión, en 1990, del premio Nobel de la Paz, ha coexistido con un creciente deterioro de su imagen en el interior. Como algunos nostálgicos del franquismo que en los primeros años de la transición española recomendaban a sus conciudadanos «comer democracia», las dificultades de una situación económica sin salida han sido aprovechadas por los enemigos de Gorbachov para contraponer reforma y abastecimientos, libertad y pan; y la salida a flote de la endeblez económica ha magnificado el desfase entre una potencia militar imponente, apenas minada en estos años, y una presencia internacional subalterna, tanto en el terreno político como en el económico.

Pero, sobre todo, la combinación entre apertura política, por una parte, y crisis de valores (asociada al derrumbe del marxismo), por otra, ha propiciado la aparición, como ideología de recambio, del nacionalismo, tanto más extremado cuando el sistema había pretendido haber superado sus manifestaciones mediante las recetas leninistas.

El héroe

La descomposición del imperio soviético, la rebelión, una tras Otra, de las principales repúblicas de la Unión, decididas a tomarse en serio lo que a efectos propagandísticos decía la Constitución -autodeterminación, soberanía, libre unión- ha ido segando la hierba bajo los pies de Gorbachov. El hecho de que hasta Yeltsin, un día discípulo predilecto del secretario general, jugara la baza nacionalista en vísperas de las elecciones rusas de 1991, ilustra hasta qué punto la excitación nacional penetró en los más insospechados poros de la sociedad.

El fundamento psicológico del reformismo es la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Pero el fundamento del nacionalismo es la afirmación de la propia identidad mediante la negación de ese otro. De ahí la dificil compatibilidad entre reforma y nacionalismo. Que el golpe se haya producido en vísperas de la firma del Tratado de la Unión, llamado a establecer el germen de una nueva forma de relación entre las Repúblicas, ilustra mejor que cualquier discurso el sentido de la acción de los golpistas; pues nada hay nuevo bajo el sol, y la defensa de los intereses y privilegios de la casta militar y sus inspiradores civiles se viste también en Moscú con la capa del patriotismo: «devolver a los ciudadanos el orgullo de ser soviéticos» ha sido uno de los argumentos esgrimidos para justificar la asonada.

El pasado mes de febrero, un Yeltsin desafiante exigía la dimisión inmediata de Gorbachov, al que acusó de anhelos dictatoriales y de estar dispuesto a «utilizar al ejército contra la población». El presidente de Rusia se subió ayer a un tanque para exigir la reposición de Gorbachov como presidente de la URSS. Tan fogoso orador empieza tal vez a comprender qué clase de héroe era su rival.

20 Agosto 1991

No era reformable

Dario Valcárcel

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Lo que más importa a los Gobiernos occidentales en estas horas es medir la capacidad de perturbación que el golpe de Estado de la Unión Soviética puede traer sobre el conjunto de la escena internacional. El enorme acontecimiento vuelca un alud de riesgos hacia el exterior de la URSS y amenaza el proyecto estabilizar acordado por Gorbachov y Bush en la cumbre de julio.

Quien lea con atención el comunicado del vicepresidente Yanayev, cabeza visible del golpe de fuerza, encontrará dos advertencias al mundo exterior sobre los riesgos que amenazan la paz internacional. No es poco para un texto tan breve.

Las Fuerzas Armadas habían permanecido mudas desde 1985 hasta hoy, a lo largo del cambiante curso de la perestroika. Han hablado ayer. Esos ejércitos eran desde 1917 la estructura fundamental de la URSS, transformados por Stalin sobre el diseño de Lenin: un diseño en el que la fuerza militar era el cimento del nuevo Estado y su primer brazo ejecutor. Entre los cinco miembros del directorio hay tres figuras dominantes, las tres de origen militar. No sólo el mariscal Yazov, ministro de Defensa y el vicepresidente Yanayev, sino el primer responsable del KGB, Kriouschkof, pertenecen a los niveles superiores de la jerarquía castrense.

Se ha olvidado con excesivo optimismo lo que era la imbricación Ejército-Partido: esta fue la innovación básica del leninismo, montada sobre un esquema de suma complejidad. En la arruinada URSS de nuestros días, el mecanismo ha entrado en funcionamiento y no es probable que se desmonte con facilidad. Los cuadros de mando de las Fuerzas Armadas, del KGB y de la industria miliar sobrepasan la cifra 800.000 oficiales: el 90 por 100 de esa oficialidad pertenece al Partido y, lo que es más, a las células de elite, anclados en el núcleo duro de la ortodoxia.

El tono legalista del comunicado inicial no debe llamar a engaño. Se insiste en subrayar que todo se ha hecho dentro de la ley, para atajar peligros inmediatos, aplicando medidas de excepción por sólo seis meses. Es el lenguaje usual desde que los primeros soviet desplazadron a los mencheviques hace 74 años.

La ley de la fuerza ha dominado a la inmensa nación a lo largo de todo este tiempo, como lo hizo en siglos anteriores. Es probable que Gorbachov fuera sincero en su rechazo del paralizante fatalismo al buscar modos más creativos y racionales, frente a los hábitos de aniquilamiento  del discrepante. En un mundo enteramente nuevo, dominado por otras fuentes de poder (la capacidad tecnológica norteamericana, japonesa, europea), habrá que ver qué pueden hacer ahora el señor Yanayev y sus colaboradores. ¿Aumentará la velocidad media de los ferrocarriles, inferior hoy a 38 kilómetros por hora? ¿Descenderá la mortalidad infantil, la más alta de Europa después de Rumanía? ¿Empezarán a llegar alimentos a las tiendas? ¿Podrá poner en pie esta improvisada pentarquía un plan de estabilización?

El sistema inventado por Lenin no era reformable. La ruptura, que Gorbachov no se atrevió a abordar, era la única salida. La tentativa de vuelta al estalinismo no es un camino prudente: la cura de reposo comenzada ayer puede llevar a la parálisis celular, al tétanos. El gesto de Schevardnadze en diciembre y el de Yakovlev hace unos días nos indicaban inequívocamente lo que podría ocurrir. Ellos, hombres del antiguo aparato, tenían razón: lo único razonable era la ruptura.

Dario Valcárcel

22 Agosto 1991

Yelstin

José María Carrascal

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No importa cuál sea el desenlace final del golpe de Moscú, y desde luego no van a ser con el triunfo de los golpistas, hoy arrestados, una cosa está ya clara: Yelstin emergerá como la gran figura del mismo. Tras su triunfo, será un héroe, e incluso si hubiese perdido, hubiera sido un mártir. Emerge incluso como el salvador de Gorbachov, lo que dejará a éste en la sombra. Los papeles se han invertido: ya no es Gorbachov el que tira y Yelstin el que chupa rued,a como se dice en el argot ciclista. Gorbachov se ha quedado al margen del drama, prisionero en Crimea, mientras el hasta ahora su rival ocupa el centro de la escena. Qué consecuencias tendrá esto para el futuro dependerá naturalmente del desarrollo de los acontecimientos. Habrá que ver qué hay de la pretendida enfermedad de Gorbachov, posiblemente falsa, comrpobar la duda que ayer apuntaba Schevardnadze: si el presidente de la Unión Soviética era víctima o parte del complot, posiblemente equivocada. Pero al margen de ellos, Yeltsin ya ha demostrado que es el hombre del momento y que tenía razón al decir que las reformas había que hacerlas a la carrera, no paso a paso, como pretendía Gorbachov. Se limitaba éste a lidiar los problemas soviéticos. Yelstin los coge por los cuernos. Gorbachov, últimamente, no hacía más que hablar, razonar. Yelstin insistía en que había que pasar a la acción. Nada de extraño que en Moscú, la gente se haya echado a la calle gritando ‘Boris, Boris’, no ‘Gorby Gorby’. No es incluso descabellado suponer que, por Gorbachov, nadie se hubiera echado a la calle, como lo ha hecho por Yelstin. Aunque también hay que precisar que, en el último extremo tampoco se han echado a la calle por Yelstin, sino por su frágil libertad que ven en peligro. Es por lo que están dispuestos a morir, no por ningún hombre determinado. Pero Yelstin personifica hoy la libertad en la Unión Soviética mejor que nadie.

De ahí que el gran error de los golpistas, el error que a la postre pudo llevarlos al fracaso, fue detener a Gorbachov y dejar en libertad a Yelstin. Cuando, si hubiesen pensado un poco, lo que tendría que haber hecho era exactamente lo contrario. Yelstin tiene una capacidad de convocatoria, aparte de una plataforma, la Federación Rusa, de la que Gorbachov carece. Por fortuna los golpistas no cayeron en ellos y vieron crecer la resistencia a cada hora que pasa, lo que suele ser fatal para cualquier tipo de golpe. Estas cosas se deciden en las primeras horas o no se deciden en las primera horas o no se deciden nunca. Precisamente por eso se llaman ‘golpes’. El que no está dispuesta a golpear que se quede en casa. Y aquí, los ocho miembros del Comité de Emergencia querían un golpe de guante blanco, un golpe sin sangre, un golpe sin golpe. Y así les ha ido por fortuna, repetimos para todos menos para ellos.

Lo curioso es que también en el Oeste se ha subestimado a Yelstin. En un principio se le vio incluso como un hombre peligroso, un nacionalista ruso, tosco, oportunista y no demasiado inteligente. Su ‘conversión’ a las reformas se tomaba como pura demagogia y había dudas sobre su compromiso con la democracia, junto al temor no declarado a que fuese un borrachín antisemita. De ahí que se le mirara con recelo y no se le recibiese en las más altas esferas. Aparte de que el ser el rival de Gorbachov, niño mimado en el Oeste, le hacía de entrada antipático. Tuvo que ganar de forma apabullante la presidencia de Rusia para que empezara a considerársele y recibírsele. Pero aún así, manteniendo las distancias y dejando claro que, en caso de tener que elegir, se elegiría al presidente de la Unión Soviética, que a fin de cuentas era quien había lanzado las reformas y a quien se conocía mucho mejor.

Esta actitud puede haber dado la vuelta con la presente crisis. Aunque Gorbachov, en el mejor de los casos, recupere su presidencia, será Yelstin el que pase a primer plano. Será con él con quien haya que tratar para todo lo que se refiera a la Unión Soviética. Para decirlo en términos históricos: acaba la era Gorbachov y empieza la era Yelstin.

José María Carrascal

23 Agosto 1991

Después del golpe

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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CON LA derrota del golpe, y una vez alejados los peligros involucionistas, la URSS entra en una nueva etapa, con problemas de suma gravedad que exigen soluciones rápidas. No se trata de una simple vuelta al ayer, excluida por las características mismas del grupo faccioso que intentó tomar el poder. En él figuraban el primer ministro, miembros del Gobierno con tropas bajo su mando y otros altos cargos ejecutivos nombrados a principios de año por el Sóviet Supremo, a propuesta de Gorbachov. En su conferencia de prensa de ayer, el presidente insinuó que su intención al confiar en esas personas fue evitar «soluciones cruentas», pero finalmente reconoció haberse equivocado. Ahora esas personas se hallan encarceladas, salvo el ministro del Interior, que se ha suicidado.Sustituirlas poniendo a los segundos de a bordo, como ha hecho ya Gorbachov en algún caso, no resuelve el problema, que tiene una profunda carga política. La estrategia centrista de Gorbachov, equidistante entre conservadores y radicales, y apoyándose para gobernar en funcionarios del aparato comunista, ha fracasado y ha tenido efectos dramáticos, facilitando que el golpe se gestase en la propia cúpula del Estado. Hoy el triunfo de la democracia aconseja incorporar a las tareas gubernamentales a personalidades como Shevardnadze, Shatalin, YákovIev, Popov, Sobchak, que apoyaron a Gorbachov en los primeros años de la reforma y se alejaron de él cuando cambió su rumbo hacia los conservadores.

Al margen de las responsabilidades jurídicas, es preciso clarificar las políticas. Por ejemplo, la del PCUS, que como institución no ha movido un dedo para pedir la puesta en libertad de Gorbachov, su secretario general. Su complicidad con el golpe ha sido obvia: varios miembros del Politburó están encarcelados como elementos de la junta facciosa. Los textos de ésta eran remedos de los llamamientos del sector conservador, tan influyente en el PCUS. ¿Qué va a ocurrir ahora? Es evidente que la pérdida de influencia de los comunistas va a acelerarse aún más. Ello plantea a Gorbachov un problema que hubiese debido resolver en etapas anteriores. ¿Qué sentido tiene que el jefe del Estado sea a la vez secretario general del PCUS? En la actualidad sólo le resta popularidad. Como dijo ayer el alcalde de Moscú, Popov, en el grandioso mítin para celebrar la victoria, lo más sensato por parte de Gorbachov sería dejar el PCUS como han hecho Yeltsin, Shevardnadze, YákovIev y otros de sus antiguos colaboradores.

¿Y el KGB? ¿Va a seguir igual, colocando simplemente al segundo o tercero de a bordo en lugar del encarcelado Kriuchkov? Ello no sería aceptado por los demócratas, que han comprobado una y otra vez el peligro que esa institución entraña para la reforma, al margen de quién sea su máximo jefe. Muchas personas piensan que la coyuntura tan especial creada por la derrota del golpe hace posible una reconversión profunda de los servicios de información y policía que el KGB centraliza, con los debidos controles parlamentarios para reducir el peligro de actividades antidemocráticas.

Pero entre los numerosos problemas que exigen solución en esta fase de posgolpe, el más acuciante es, sin lugar a dudas, el de las nacionalidades.. El golpe ha acentuado las tendencias centrífugas, como lo confirman las declaraciones de independencia de Estonia y Letonia. Si bien, en el caso de las repúblicas bálticas, no puede sorprender que den nuevos pasos hacia una separación que vienen preparando desde hace años. Más preocupante es que el propio Yeltsin, tal vez dejándose llevar por su fogosidad, afirmase ayer que Rusia debe ser independiente, tesis poco compatible con el Tratado de la Unión, en cuya elaboración él ha sido el primer protagonista, más incluso que Gorbachov, precisamente por la capacidad de diálogo que se ha ganado con diversas repúblicas. Hoy, con el enorme prestigio que se ha ganado, su posición será decisiva para la firma de dicho tratado. Firma que él no ha excluido, lo que puede indicar que la palabra independencia se emplea con bastante elasticidad en la actual fase de la política rusa.

En todo caso, no parece que pueda retrasarse la firma del Tratado de la Unión. El golpe se dio para impedir esa firma. Sería absurdo que ahora los vencedores no le den prioridad absoluta. Entre otras razones, porque la firma de dicho tratado es necesaria para poder celebrar elecciones a un nuevo parlamento de la Unión, elecciones imprescindibles a no largo plazo. Hay un abismo entre el actual Sóviet Supremo -con muchos diputados no elegidos por el pueblo- y los electores de hoy. El propio presidente del Sóviet Supremo, Lukiánov, está bajo sospecha de participación en la conspiración. Para poner en hora el reloj de la vida política en la URSS no existe otro método que la convocatoria de unas elecciones que den la palabra al pueblo. Lo exige el contenido popular que ha tenido la victoria sobre los enemigos de la libertad.