8 marzo 1992

Ninguneo a Pedro Almodóvar y a Néstor Almendros

Gala de los Goya 1992 – Tablas entre ‘El Rey Pasmado’ de Imanol Uribe (mayor ganadora de goyas del año) y ‘Amantes’ de Vicente Aranda (que logra el premio a mejor película y mejor director)

Hechos

En marzo de 1992 se celebró la academia de los Goya.

Lecturas

D. Pedro Costa recogió los premios en nombre de D. Vicente Aranda.

LA PUYA DE BAJO ULLOA POR EL NINGUNEO A NÉSTOR ALMENDROS

D. Juanma Pajo Ulloa, cuya película ‘Alas de Mariposa’ se llevó tres de los goyas más importantes (mejor guión, mejor actriz – Dña. Silvia Munt) y mejor cineasta novel) también protagonizó el momento más amargo de la gala cuando durante su discurso comentó sarcásticamente: «Quiero agradecer el homenaje que acabamos de tener esta noche a Néstor Almendros». En referencia a que en el evento mientras que se homenajeo al recientemente fallecido D. Emiliano Piedra, en cambio no se hizo referencia alguna al también fallecido director de fotografía catalán que también acababa de fallecer.

EL OTRO INOMBRABLE

El otro nombre que nadie pronunció durante toda la ceremonia fue el de D. Pedro Almodóvar, a pesar de ser el autor del filme español de más éxito en taquilla de Europa del momento ‘Tacones Dorados’, pero que fue ignorado en la gala a la que no asistió.

 

 

05 Noviembre 1991

Película libre y generosa

Ángel Fernández-Santos

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La historia de El rey pasmado se puede representar en cine de muchas maneras. La elección de la manera de contarla y de la forma de verla, decide la singularidad del director del filme. Hay en el entramado argumental de la novela y el guión -que se atiene a ella- tentaciones para conducir a la historia por caminos fáciles e incluso facilones: tragedión o su contrario, farsa más o menos esperpéntica. En lugar de ello, Uribe elige el camino difícil: darle verosimilitud y hacerla creíble; diluir la tentación de autolucimiento en un enfoque generoso y transparente, que da a un asunto exagerado el tono leve y elegante de una buena comedia.El resultado es más que meritorio: una película ligera y sin embargo honda; divertida y que da que pensar; directa y no obstante llena de entrelineados; concebida y hecha con la dificultad propia de un cineasta adulto, que no necesita poner su huella dactilar en cada plano, cosa que conduce, salvo en excepciones que se pueden contar con los dedos de una mano, a la catástrofe de la petulancia- que conlleva la sencillez. Consecuente con este enfoque libre, Uribe nos hace ver con rectitud una torcida fábula; y para ello la concibe como juego de personajes, por lo que da primacía a los intérpretes, que actúan con capacidad de convicción; y hay pocas cosas más gratificantes que ver a una decena de intérpretes que hacen cada uno su parte como parte de un todo, pero tan sueltos y dueños de sí mismos que logran tansmitir una sensación de comodidad casi telepática.

El rey pasmado

Dirección. Imanol Uribe. Guión: Juan Potau y Gonzalo Torrente Malvido, sobre la novela de Gonzalo Torrente Ballester Crónica del rey pasmado. Fotografia: Hans Burmann. Música: José Nieto. España, 1991. Intérpretes: Gabino Diego, Eusebio Poncela, Juan Diego, Joaquín de Almeida, María Barranco, Laura del Sol, Eulalia Ramón, F. Fernán-Gómez, Alejandra Grepi, J. Gurruchaga, Anne Roussell, Emma Cohen, José Soriano, Carmen Elías, E. San Francisco, L. Barbero. Cines Callao, Carlos III y Renoir.

Galería de intérpretes

Eusebio Poncela resuelve su difícil tipo con una facilidad y economía envidiables. Juan Diego usa la sobreactuación con tanta maestría y precisión que parece comedido. A Fernán-Gómez le bastan un par de pinceladas para dar la vuelta a un monolítico personaje. Gabino Diego podía, con un traspiés, caer en el fantoche de carnaval, pero, lejos de ello, convierte al pasmado en un tipo cercano, reconocible -un paradójico rey oprimido-, que crea una cálida distancia en razón de esa paradoja que vive. Almeida, la otra cara de Poncela, se convierte en perfecto complementario suyo. Gurruchaga está a punto de caer en el chiste, pero se frena, sortea la bufonada y entra en lo cómico en sentido más noble. Y así todos, perfectamente engarzados.Imanol Uribe -que tras iniciar su carrera con tres películas de fuste, dio muestras de autoindulgencia en sus últimos trabajos- vuelve a ser exigente consigo mismo y hace una obra seria y con posibilidades de alcanzar buen resultado comercial, pero sin halagar a las huecas galerías de la mansedumbre vestida de lo contrario y del acatamiento regresivo al miserable reinado del lo que se lleva. Su filme es un tipo de cine imprescindible hoyen España, ya que en él la ambición de inteligencia y de refinamiento no obstaculiza la rentabilidad. El público lo pasa muy bien ante este pasmado: se le oye disfrutar, envuelto en una especie de silencio sonriente.

Uribe, aun siendo cáustico, a veces incluso cruel, con las trastiendas históricas, religiosas y políticas de sus personajes, les defiende en la pantalla como tales personajes, como sombras de sombras de personas: gente humana pese a lo poco humanos que son sus cometidos. Y nos permite identificarnos con ellos y así convertir a sus miserias en gracias. De ahí proviene la elegancia: de la generosidad que Uribe tiene con los hombres -lo que no endulza su dureza contra sus ideas- que llenan a los crispados personajes de esta suave e inteligente película.

24 Marzo 1992

Nueva caza de brujas

Ángel Fernández-Santos

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Hay mucha gente que no ha entendido bien -y con cierto fundamento lógico, al menos aparente- por qué los miembros de la Academia de Cine, encargados de designar cada año a la película española que ha de concurrir para competir en los Oscar de Hollywood, eligieran para esta función al filme Tacones lejanos; y que unos meses después esas mismas personas, a la hora de decidir cuál era la mejor película española del año se inclinaran no por la película de Pedro Almodóvar, sino por Amantes, última obra de Vicente Aranda.Aparentemente se trata de un contrasentido, pero sólo aparentemente. ¿Por qué? Los miembros de la Academia de Cine son profesionales de su medio y no es un contrasentido -sino todo lo contrario: un síntoma de coherencia- que emitan juicios basados en deducciones de esa profesionalidad. Son en efecto personas que por oficio conocen el terreno que pisan y que están al tanto de qué es cada cosa y de cómo funciona cada mecanismo dentro del enrevesado mundo que hay detrás de los escaparates de la industria del cine, comenzando por el norteamericano.

Una película como Amantes, obra que se caracteriza por su absoluta sinceridad en la representación de la crueldad humana y en la que se visualiza con explicitud una relación sexual, no tiene absolutamente nada que hacer en el escaparate televisivo hollywoodense. Quien esté al tanto de los criterios que emplean las comisiones de académicos californianos que eligen (de entre las varias decenas que se presentan) las cinco películas de habla no inglesa que aspiran al Oscar, sabe sin lugar a dudas que Amantes no pasaría nunca la primera criba: es más, a la media hora sería interrumpida su proyección por la comisión de turno y se daría orden al proyeccionista de que pasara a la película siguiente.

Si algún resto queda -y quedan muchos, cada vez más, aupados por la ola de puritanismo y reaccionarismo que invade Estados Unidos, con su consecuente caza de brujas- del turbio y pudibundo Código Hays, que amordazó al Hollywood de mediados de los años 30 e hizo estragos en su cine en las décadas siguientes, es el que anima a los notables de la Academia que seleccionan a las películas foráneas. De haberles proyectado Amantes, no es un disparate pensar que hubieran quemado el cine. Sirva, como botón de muestra, enterarse de lo que ahora le ocurre a esta admirable película en los territorios de la libertad callejera norteamericana, para imaginar lo que le hubiera ocurrido en el coto cerrado de su gente menos libre.