4 marzo 1969

Desde la fundación del Estado judío, el cargo de jefe de Gobierno siempre ha estado en manos del Partido Laborista

Golda Meir, del Partido Laborista se convierte en la primera mujer que ocupa el cargo de Primer Ministro en Israel

Hechos

El 8.03.1969 el Partido Laborista designó a Golda Meir como su candidata al cargo del primer ministro de Israel.

16 Marzo 1969

Debora la 'profetisa', primer ministro de Israel

Manuel Aznar

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De todas las mujeres que he visto desfilar por la tribuna verdinegra de las Naciones Unidas, o por los escaños de las comisiones, ninguna me pareció tan interesante, tan importante, como Golda Meir. Ni siquiera Indira Gandhi, hija de Nehru. A todas fue superior en la doctrina y en el método. Me acontecía frecuentemente no hallarme de acuerdo con lo que la enviada de Israel nos iba explicando, y, sin embargo, me complacía escucharla. Su dialéctica apretada y fuerte, como la de casi todos los políticos y diplomáticos israelíes que he conocido, da la impresión de que, en el fondo, está esencialmente tocada de fanatismo. Va describimiendo con indudable amplitud círculos concentrícos, y parece generosa en el despliegue: pero el círculo primero, el más íntimo, aquel que está cerca del alma, contiene propósitos y fuerzas de una intensa implacabilidad. Y cuando llega el debate al momento decisivo, todos los otros círculos desaparecen; queda sólo el de la intransigencia. Es el suyo un modo de razonar que recuerda, en cierto modo, la disposición del Templo de Jerusalén. Primero el paseo o terraza exterior; después, el atrio de los gentiles, luego el del pueblo, el de los sacerdotes, el patio sagrado, el altar de los holocaustos o sacrificios, y en lo más recóndito y vedado, según las descripciones de Ezequiel, las cámaras del Lugar Santo y del Sanctasanctórum, el Tabernáculo, la Escritura de un Dios más justiciero que misericordioso.

No sé si Golda Meir es una creyente fervorosa. Ni siquiera una creyente sin fervor. El socialismo no ha dado, como no sea por excepción, hombres o mujeres de gran fe y de fuerte emoción religiosa. Golda Meir es socialista. Acaso se le ha ido atenuando el ímpetu revolucionario de la juventud, como acontece casi siempre, pero mantiene vivas sus convicciones; y si en vez de socialista se le llama hoy laborista, sólo es para dar a entender ciertas inclinaciones formales hacia la moderación. Imagino que esa moderación acaba allí donde empieza la cámara del Tabernáculo que, en este caso tendga que ver más con el triunfo del sinoismo que con las sentencias del Talmud y con los salmos del Rey David, Israel es, ante todo, una sionista, es decir, una servidora fiel y rigurosa, durísima, de los sueños políticos y sociales de su raza judía. Bajo las apariencias de una calma chicha y de una cumplida cortesía, se adivina a la profetisa israelí. Siguiendo los giros y vuelos de sus ideas se llega a un punto en que aparece Débora la implacable; y una agitación interior viene a quebrar la serenidad de la mirada.

Su fuera posible un auténtico diálogo de paz entre árabes y judíos, no cabe duda de que Golda Meir, con sus setenta y un años de experiencia, sería una discreta interlocutora en nombre de Israel. Esos setenta y un años, con muchas horas de meditación, y no poco sufrir, y una abundante cosecha de amargura y decepciones, le ha preparado para comprender cosas que los sionistas jóvenes no entienden, ni quieren entender. El general Dayan, tampoco. Golda Meir no debe de sentirse tan segura de todo lo divino y lo humano como los Estados Mayores de las tropas que tienen ocupada la península del Sinaí, ocupada también la ciudad de Jerusalén, sometida el fusil y al machete la orilla derecha del Jordán, y cautivo el paisaje de los cerros que se levantan sobre el camino de Damasco. No vive, por lo menos el exterior, embriagada de victoria. Abba Eban, el sionista que le sucedió en el ministerio de Asuntos Exteriores, tampoco tiene, a mi juicio, vocación de vencedor intransigente, pero la guerra de los seis días le encontró al frente de la cancillería y tuvo que adoptar, sostener, razonar, explicar y dar por santas todas las interpretaciones de los grupos extremistas. Es un hombre de calidades eminentes al serivcio de los apasionamientos más airados. Golda Meir no ha contraído respmsabilidades oficiales tan fuertes en relación con los territorios ocupados y con los derechos árabes ofendidos. En todo caso, sus responsabilidades como miembros del ‘Mapai’ o partido laboralista serían menudas – repito – y no le invalidarían para la negociación. Por añadidura, Golda Meir habrá incorporado a su condición de primer ministro una auténtica devoción hacia el prestigio de las naciones Unidas. El secretario general insiste día tras día en que Israel cumpla las resoluciones votadas por la Asamblea y por el Consejo de Seguridad. En hombre como Dayan, esto produce sonrisas. En mujeres políticas de la condición de la Débora israelí, produce meditaciones cautelosas.

La juez, la profetisa, tiene conciencia clara, probablemente, de lo que significan los sufrimientos de los árabes, y de la desesperación en que viven. Pensará, con buen juicio, que sobre las heridas y las llagas de esa desesperación, hurgando en ellas, ensanchándolas, inficionándolas, envenenándolas, no será posible, aún más, será absolutamente imposible llegar a la paz y muchísimo más a la convivencia. Se dará cuenta de que una victoria que necesita reiteraciones constantes del éxito, violencias a cada hora, y no puede vivir sino entre cólera y maldiciones, no ha de engendrar otra cosa que malandanzas, ruina, confusión y muerte. Al paso de los días venideros, el mundo árabe crecerá con una cosecha muy abundante de nuevos hijos, y se hará más incalculable y más azarosa la existencia de un pueblo rodeado por todas partes de odios y de sentimientos de venganza. Golda Meir tendrá los ojos claros y penetrantes para ver y comprender. ¿Hasta dónde? ¿Cuál será el límite de su pasión? ¿Cuáles sus posibilidades? No lo sé. Pero, si de veras cabe esperar un diálogo entre razas que hoy se detestan con tanta profundidad, tengo la certidumbre de que GOlda Meir, o Meyer, o Meyerson, tiene algunas de las condiciones indispensables para prestar a la paz el anhelado y gran servicio.

Manuel Aznar