28 junio 1966

Llegó a la presidencia en las elecciones de 1963 en las que el ejército no había permitido que se presentara el peronismo (su líder, el general Juan Domingo Perón se encuentra exiliado en España)

Golpe de Estado en Argentina: Militares encabezados por el General Juan Carlos Onganía derrocan al presidente Arturo Umberto Ilía

Hechos

El 28.06.1966 la prensa informó de que Arturo Ilía había sido depuesto como presidente de Argentina y reemplazado por una Junta Militar encabezada por el Teniente General Juan Carlos Onganía.

Lecturas

El nuevo Gobierno se ha auto-proclamado ‘Revolución Argentina’.

Illia era presidente desde las elecciones de 1963.

El general Juan Carlos Onganía, ex comandante en jefe del ejército de Argentina, ha sido designado presidente de la nación por los jefes de las tres Armas, constituidos en Junta Revolucionaria.

Los comandantes cumplen así con lo dispuesto en el Estatuto de la Revolución Argentina, promulgado por ellos mismos tras el derrocamiento, en la noche de 27 de junio de 1966, del presidente Arturo Illia. También ha sido disuelto el Parlamento.

Según el Estatuto, al que a partir de este 28 de junio de 1966 queda subordinada la Constitución Nacional, cumple al presidente de la república el ejercicio de las facultades legislativas propias del Congreso.

Illia, radical del Pueblo, es el  tercer presidente que los militares argentinos derrocan en el curso de los últimos once años. En 1955 fue depuesto Perón y en 1962 Frondizi por haber dado un lugar político al perionismo. Se daba por seguro que en las elecciones de marzo de 1967, muchas provincias volverían a caer bajo control peronista. Esta vez, los militares se adelantaron.

Onganía se mantuvo en el poder hasta 1970.

28 Junio 1966

Para evitar mayores males

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena y Brunet)

Leer

Poco antes de dimitir, Arturo Frondizi dijo a uno de nuestros redactores que la línea tradicional de la política argentina había quebrado el 6 de septiembre de 1930 cuando el anciano presidente Irigoyen fue derribado por los militares bajo la jefatura del general Uriburu. Pese a que dos años después fue elegido, con toda regularidad, el general Agustín Justo, que terminó tranquilamente su periodo constitucional de seis años, ya no volvió el viejo sistema: por el contrario, desde 1938 se presenciaba una rápida sucesión de los presidentes Ortiz, Castillo, Rawson, Ramírez y Farrell hasta llegar al general Perón, cuya actuación no ha sido olvidada por nadie. Después de su caída, el 16 de septiembre de 1955, fueron presidentes el general Lonardi, el general Aramburu, Frondizi, Guido y ahora lo es el constitucionalmente elegido doctor Illía, respetado y abnegado médico rural.

Desde hace meses, otra vez, se complica un tanto la situación política a consecuencia de los errores que todos conocemos. Ciertamente exageran aquellos que hablan de una grave crisis, lo mismo que aquellos otros que afirman que no ha surgido el menor problema. Aunque no se tratase de política, aunque no existiese, la cuestión peronista, aunque las fuerzas armadas estuvieran por completo de acuerdo con la actuación del poder ejecutivo, sería un hecho que el peso, antaño tan sólido y envidiado, ha sufrido un quebranto y que periódicamente se ha procedido a su desvalorización legal, después de la pérdida extraoficial de su poder adquisitivo. El crecido déficit de los ferrocarriles, complicado por la importación de petróleo (creemos que en ese terreno es Frondizi quien tiene razón), bastaría para causar quebraderos de cabeza al Gobierno, y se comprende que la preocupación aumente por la infiltración comunista en las universidades y varios organismos oficiales. La petición que los militares dirigen a la Casa Rosada es comprensible y patriótica. No se trata de un pronunciamiento, y ni siquiera de un acto de indisciplina, sino del natural anhelo de evitar mayores males a la patria. Los comunistas, que sean moscovitas o prochinos; los justicialistas de una u otra tendencia; los eternos descontentos, los que esperan pescar en aguas turbias y otros elementos heterogéneos, hacen lo posible para que se agrave la situación: la crisis económica, financiera, social y política. Es necesario que el poder ejecutivo tome lo antes posible las medidas pertinentes para cortar las alas a la agitación. Esto es el parecer de las fuerzas armadas, en cuyo patriotismo se debe tener plena confianza. En cuanto al Gobierno, es inevitable que entre sus componentes haya (como en todas partes) cierto matiz de divergencia, entre ‘duros’ y ‘blandos’ y que, por ejemplo, Palmero no coincida en todos los detalles con el criterio de Perette. En fin: hay problemas como en todos los países, y que nadie pretende negar, aunque se espera que la actitud del os militares prepare una situación menos angustiosa que la actual.