4 octubre 1991

Estados Unidos rechaza el golpe y pide la retirada de Aristide

Golpe de Estado en Haití acaba con Aristide e instala una Junta Militar encabezada por el General Cédras

Hechos

El general Raoul Cedras, el coronel Henri Robert Mare Charle y el coronel Alex Silva formaron una Junta Militar que tomó el poder en 1991 con un golpe reemplazando a Aristide, que partó al exilio.

04 Octubre 1991

El golpe de Haití

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL GOLPE militarque derrocó al presidente’electo de Haití, Jean-Claude Aristide, es uno de los casos más claros de violación de los -principios democráticos. El triunfo de Aristide en las el e’cciones de diciembre pasado -las primeras auténticas en la historia haitianafue de una limpieza absoluta. Su personalidad, un cura partidario de la teología de la liberación que había compartido la vida de los sectores más miserables de la población, suscitó temores en los medios conservadores y en cancillerías extranjeras, especialmente la de EE UU. Pero el apoyo del electorado -el 67% de los votos- fue definitivo. Una vez en el poder, con pro, blemas económicos insolubles en el país más pobre del hemisferio occidental, Aristide actuó con sensatez: eliminó de su lenguaje el socialismo y muchos lemas antimiperialistas y buscó soluciones pragmáticas sin perder por ello su carisma,entre el electorado.Probablemente su mayor error fue confiar en que un sector-del Ejército, sobre todo los oficiales jóvenes, estaba sinceramente al lado de la democracia. Es significativo que el golpe lo encabezara el general Raoul Cédras, ascendido y nombrado jefe del Ejército por el propio Aristide. En realidad, la corrupción -monetaria y moral- generada por la larga y feroz dictadura de los Duvalier ha impregnado a todo el Estado haitiano y, sobre todo, al Ejército. El tráfico de droga, e¡ contrabando y las -extorsiones de todo tipo son moneda corriente entre los militares haitianos. Desde que, en 1986, la protesta popular obligó al último Duvalier a exiliarse, varios golpes militares han cortado todos los intentos de recuperar una normalidad democrática. Uno de los objetivos esenciales del golpe actual es poner fin a las medidas que el presidente había tomado para erradicar la corrupción.

La reacción internacional contra el golpe ha sido unánime. Y EE UU -cuya influencia en la zona es decisiva- parece dispuesto a trabajar activamente para -que el presidente Aristide vuelva a ocupar su cargo. Las palabras del presidente Bush, contrarias al envío de soldados de EE UU, son sensatas. Sería contraproducente en nombre del nuevo orden generalizar la vieja práctica de la diplomacia de la cañonera. Debe ser una acción internaci6nal la que, poniendo fin al poder de la junta militar, restablezca la legalidad violada. Esta acción debe plasmarse, al menos en está etapa, en un aislamiento político total de la junta militar. En ese orden, la ONU debe tomar una actitud neta de apoyo a la autoridad legítima, el presidente Aristide, y de ruptura y repudio a los militares rebeldes. En la actual, coyuntura, cuando progresa en el mundo la tendencia a integrar en el ámbito del derecho internacional la defensa de los derechos humanos y de la democracia, derrotar el golpe de Haití cobra gran importancia.

Los países del continente americano, con la responsabilidad especial que les corresponde, han iniciado una a cción positiva. La resolución adoptada ayer por la Organización de Estados Americanos (OEA) estipula, además de diversas medidas para aislar a los rebeldes, el envío a Haití de una comisión de altos cargos de nueve países americanos para exigir a la junta que abandone el poder. Sin descartar que puedan ser necesarias medidas más enérgicas para desplazar a los rebeldes, hoy es fundamental que la gestión de la OEA.cuente con el máximo apoyo internacional. Para ello hace falta que todos los Gobiernos corten desde ahora todas las relaciones económicas y políticas con los golpistas de Puerto Príncipe.

03 Noviembre 1991

El ejemplo de Haití

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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HAITÍ PUEDE ser un caso modesto y ejemplar para comprobar hasta qué punto el denominado nuevo orden internacional es, en la práctica, algo más que buenos deseos. El golpe de Estado militar que derrocó el pasado 1 de octubre al presidente Jean-Claude Aristide, primer mandatario elegido democráticamente por el 67% de los votos, es una muestra más de la larga cadena de pronunciamientos reaccionarios con los que el continente latinoamericano ha asombrado al mundo. Nada nuevo. Simplemente la defensa de unos intereses corruptos de casta. La novedad reside en que se produce en un mundo que anhela mayoritariamente que la razón y el diálogo se impongan a la fuerza de las armas.La Organización de Estados Americanos (OEA), y muy especialmente Estados Unidos -país clave en la paupérrima economía haitiana-, anunció inmediatamente una serie de estrictas medidas de embargo que, de aplicarse rigurosamente, paralizarían la economía nacional. La supeditación de la economía de Haití a la de Estados Unidos se sintetiza en dos cifras: el 85% de sus exportaciones lo es al poderoso vecino del Norte, y el 65% de las importaciones procede del mismo.

La coordinación multinacional del embargo ha comenzado ya a sembrar el pánico en los nuevos dirigentes militares. Las suspensiones de envíos de petróleo de México y Venezuela, por ejemplo, han generado colas de automovilistas sin gasolina, y los cortes de electricidad son cada vez más frecuentes. Ciertamente, el primer afectado por el bloqueo económico es la población civil, pero el malestar social -que incide además en el país más pobre del continente americano- es un arma interior de difícil control para el Gobierno presidido de facto por Jean-Jacques Honorat y fantasmagóricamente por el inencontrable Nérette.

El presidente Aristide, que se entrevistó el pasado jueves con el presidente español, Felipe González (afortunadamente, el mandatario español tuvo tiempo de encontrarse con el representante de la legitimidad en Haití, en medio del marasmo de la Conferencia de Paz sobre Oriente Próximo), considera muy factible el retorno al poder para el que fue elegido democráticamente si se aplica con rigor el mencionado embargo comercial y económico. Sabe, y así lo ha dicho, que no será de forma inmediata, pero acepta y asume la actitud de las grandes potencias de no intervenir militarmente en su reposición. Si el nuevo talante en las relaciones internacionales trata de primar la negociación, el diálogo y las medidas no militares sobre la fuerza, difícilmente sería aceptable el uso de la misma en un caso de conflicto interior. Casos como los de Granada, Panamá, Afganistán y un amplio etcétera han demostrado sobradamente la escasa consistencia y respetabilidad de las tácticas basadas más en la ley del más fuerte que en el respeto a las normas democráticas, entre las que debe sobresalir la confianza en la racionalidad del ser humano.

Es evidente que Jean-Claude Aristide, apoyado por la comunidad internacional, puede recuperar legítimamente el poder que le corresponde, pero sería arriesgado que lo lograse -para evitar nuevas alarmas- sin el control de quienes le han derrocado: un ejército, y más concretamente una joven oficialidad aupada a las mayores responsabilidades precisamente por quien sufre hoy exilio. La próxima semana, la OEA enviará una misión investigadora a Puerto Príncipe, aceptada por el Gobierno militar y por el Senado. Es un primer dato de la difícil situación en que se encuentran quienes la han provocado y un síntoma de la corrección de las medidas adoptadas.