26 junio 2009

El presidente derribado había anunciado la convocatorio de un referéndum unilatareal, sin la autorización del congreso, para perpetuarse en el poder

Golpe en Honduras: El Ejército y el Parlamento destituyen al presidente Manuel Zelaya, que es expulsado del país

Hechos

El 28.06.2009 el presidente de Honduras, Manuel Zelaya fue depuesto de la presidencia de Honduras y reemplazado por el presidente del Congreso, Roberto Micheletti.

Lecturas

El nuevo presidente de Honduras, el hasta ahora presidente del congreso, Roberto Micheletti, permanecerá en el poder hasta la celebración de las nuevas elecciones. Micheletti pertenece al mismo partido de Zelaya, el Partido Liberal. Los países bolivarianos encabezados por Venezuela (cuyo presidente Hugo Chávez, insultó a Micheletti al que apodó como ‘goriletti’) se han negado a reconocer al nuevo presidente del país.

27 Junio 2009

Crisis en Honduras

Editorial (Director: Javier Moreno)

Leer

La moda de repetir mandatos presidenciales saltándose la ley o modificándola al antojo del que manda se extiende en Latinoamérica. Y no es sólo cosa de caudillismos izquierdistas, véase el caso colombiano. Ahora ha llegado de manera especialmente cruda a Honduras, el violento, paupérrimo e inestable país centroamericano devastado hace 10 años por el huracán Mitch. La crisis constitucional que enfrenta al presidente con los otros poderes del Estado se ha degradado en los últimos días, mantiene a los soldados en las calles y motiva una reunión urgente de la OEA.

El presidente Manuel Zelaya, un populista elegido en 2005, quiere presentarse a un nuevo mandato, pese a que la Constitución se lo prohíbe y ha sido avisado en ese sentido por el Congreso y el Tribunal Supremo. El mandatario hondureño, discípulo de Hugo Chávez, planea con apoyo de sus fieles una consulta este domingo preguntando a sus conciudadanos si aprueban la celebración de un referéndum, coincidiendo con las elecciones presidenciales de noviembre, para cambiar la Constitución. Zelaya alega que pretende con ello una «democracia participativa» para su país, «no sólo representativa». La negativa militar a cooperar en la consulta ilegal ha motivado la destitución del jefe del Ejército, general Romeo Vázquez, y la dimisión del ministro de Defensa. El presidente ha ignorado la decisión de los jueces de reponer en su cargo a Vázquez y enciende en las calles a sus fieles asegurando que el Supremo «sólo defiende a los poderosos, los ricos y los banqueros y es un obstáculo para la democracia»; o que en el Congreso Nacional se sientan «esos otros bárbaros que ya no representan a nadie».

En una Centroamérica agitada durante décadas por algunos de los vendavales más sangrientos del hemisferio (El Salvador, Nicaragua, Guatemala), la marginada Honduras nunca ha tenido la oportunidad de que sus instituciones adquieran peso real entre su gente. Pero los argumentos de Zelaya para justificar su seudoreferéndum de mañana y sus opiniones sobre el Parlamento y el poder judicial son sonrojantes, rozan el chafarrinón valleinclanesco y descalifican antes que a nadie al propio dirigente hondureño. Que rápidamente ha sido jaleado desde Caracas por el vitalicio Chávez con el refinado argumento de que la burguesía intenta un golpe contrarrevolucionario.

29 Junio 2009

Zelaya y los tiempos rotos

Raúl Rivero

Leer

Una mañana de diciembre de 2007, dos años después de asumir la presidencia de Honduras, Manuel Zelaya Rosales amaneció diferente, tocado por una fuerza interior y con una cercanía invencible con los pobres. Entonces, salió al balcón del palacio para ver cómo rayaba sobre Tegucigalpa el alba del día en el que descubrió -conmovido, ilusionado- que era un hombre de izquierda.

En efecto, otro individuo. Un político entregado con profundidad nupcial al destino de los olvidados de su país que, según el poeta Roberto Sosa, son tantos que pueden llevan en hombros el féretro de una estrella, destruir el aire como aves furiosas o nublar el Sol.

Tenía que dejar atrás las majaderías de la escuelas religiosas donde estudió. Al olvido, los afanes, el tiempo y la energía dedicados a desarrollar el patrimonio familiar, las fincas, el ganado, las empresas agropecuarias. Al latón de la basura las escaramuzas dentro del Partido Liberal que le llevó al poder. Y a borrar de la crónica social esa estúpida melaza burguesa de llamarlo Melito Zelaya.

A lo mejor, con Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa, Fidel Castro y otros amigos íntimos de última hora, puede admitir que se le trate de camarada Mel.

El problema grave para llevar adelante su proyecto izquierdista de atosigar de libertad y riquezas a Honduras es el tiempo. Zelaya, electo en 2005, debe dejar la presidencia el 27 de enero del año que viene. Y no tiene derecho a ser reelegido, según la Constitución de su país. Pero, por la fea costumbre de los demócratas aburridos de tratar de alternar el poder, Zelaya había convocado una consulta popular con la intención de que los pobres lo apoyen para cambiar el contenido de un simple papel que le impide montarse en las ancas del caballo blanco de Simón Bolívar y recorrer América junto a otros liberadores de pueblos.

Pero ese afán no justifica en ningún caso lo que ocurrió ayer. El golpe de Estado en Honduras es condenable desde todo punto de vista, y ha hecho bien la comunidad internacional en condenarlo enérgicamente y en pedir el inmediato restablecimiento de la normalidad constitucional.

Zelaya tiene en Latinoamérica su espacio natural como parte del folclor de la región. Con su sombrero tejano y su bigotazo criollo. Un pícaro que ha hallado en la pobreza que avivaron él y otros pícaros, y en el populismo salvaje, la plataforma para tratar de imponer un régimen que le facilite mover los lindes de su hacienda privada hasta el borde de las fronteras del país.

Esa fórmula para el poder eterno es un éxito en Latinoamérica, una región donde se puede hallar un dictador debajo de cualquier piedra. O de cualquier sombrero.

30 Junio 2009

Golpe atroz

Luis María Anson

Leer

La imagen de los carros de combate patrullando por las calles de Tegucigalpa produce escalofríos. Otra vez el golpismo atroz. De nuevo los militares irrumpiendo en una residencia presidencial para consumar el golpe de Estado. La violencia, sobre la razón y el derecho. La deportación del presidente constitucional de Honduras y el trato vejatorio a que fue sometido han provocado la condena de la comunidad internacional, desde los Estados Unidos de América a la Unión Europea.

Que las democracias occidentales hayan reaccionado vivamente contra la tropelía, reconforta. Que lo hayan hecho países como Cuba o Venezuela provocará la indignación de unos y la rechifla de otros. Vi al ministro de Asuntos Exteriores cubano condenar a los golpistas haciendo un canto a la democracia. Hay que tener tupé. Es el canto a la virginidad de la puta del barrio. Fidel Castro se encaramó en el poder por la fuerza de las armas, impuso una dictadura comunista que se transformó enseguida en una auténtica tiranía y que se prolonga para miseria del pueblo cubano desde hace más de cincuenta años. La libertad de expresión ha sido erradicada de la isla antillana y con ella todos los derechos humanos y políticos. Que Chile o Costa Rica, que Inglaterra o Japón, condenen el golpe de Estado hondureño tiene sentido. Que lo haga Cuba es una pirueta, un aspaviento, el ejercicio del cinismo elevado al cubo. En nombre de la democracia, también condenó el golpe de Estado el caudillo bufón Chávez que está implantando en Venezuela una dictadura comunista, extirpando día a día las libertades. El presidente Zelaya debería buscarse valedores distintos a Castro y Chávez. El aspirante a caudillo vitalicio por la gracia de Castro se permitió, por cierto, amenazar con enviar sus tropas a Tegucigalpa.

He visitado Honduras en una docena de ocasiones. Recorrí despaciosamente las ruinas de Copán y me asombré ante la pirámide de los jeroglíficos. Estuve en la colosal fortaleza de San Fernando de Omoa. Visité San Pedro Sula, La Ceiba, Choluteca… Acompañé a Don Juan de Borbón en 1980 en el viaje que, en nombre de su hijo Don Juan Carlos, realizó a Honduras para inaugurar en Tegucigalpa, el Cerro de Plata indígena, una gran estatua en honor de Alfonso XIII, el rey que ejerció arbitraje decisivo en aquellas tierras, reparando de alguna manera la cabronada histórica de sus antepasados, al asesinar a Lempira, el caudillo de los lencas. Recuerdo que el presidente de Honduras era un coronel llamado Policarpo Paz que nos ofreció una cena en la residencia presidencial y no abrió la boca en toda la noche, salvo para zamparse la suculenta baleada, bien regada de chicha. Don Juan le lidió con ambas manos. Vivía aún Alburquerque,que se reía por lo bajo pero a mandíbula batiente, y creo recordar que estuvieron con nosotros la Infanta Margarita y el discreto e inteligente Carlos Zurita.

Me parece incierto y comprometido el futuro de Honduras tras la militarada. No será fácil restablecer en el país el orden constitucional, fragilizado por las armas y la violencia. Grotesco también que una dictadura convicta y confesa como la de Castro y otra en marcha como de la Chávez se hayan sumado en nombre de la democracia a la repulsa del golpismo hondureño.

29 Junio 2009

La vuelta del golpe

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

Leer
El Ejército hondureño derroca al presidente Zelaya para evitar un referéndum reeleccionista

El Ejército hondureño secuestró y mandó ayer en avión al exilio en Costa Rica al presidente Manuel Zelaya, para impedir que se celebrara un referéndum sobre la conveniencia de que los presidentes pudieran ejercer dos o más periodos, cuando según la Constitución del país sólo cabe ejercer un único mandato.

¿Acaso puede tener hoy futuro el golpismo militar en América Latina? La última asonada con éxito se produjo en Ecuador el año 2000, cuando una acción conjunta de fuerzas armadas y movimientos indígenas depuso al presidente Jamil Mahuad, y la siguiente oportunidad ya no pasó de intentona, con ocasión de que el Ejército venezolano depusiera al presidente Hugo Chávez, aunque volvió al poder 48 horas después. La condena era general en América y Europa.

La Casa Blanca negaba ayer toda implicación en el golpe, el presidente Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, subrayaban que la toma del poder militar era antidemocrática, y la condena se hacía unánime en el seno de la UE, como expresaba el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en la OEA y en la organización de Estados centroamericanos. Más contundentes eran aún los aliados de Zelaya, el bloque chavista, al que se había sumado en los últimos años Honduras, y entre los que Chávez anunciaba que ponía a sus Fuerzas Armadas en estado de alerta.

Pero aunque la condena ha de ser inequívoca y se debe exigir el inmediato regreso del presidente a Tegucigalpa para reasumir funciones, porque el Ejército no es quien para juzgar los actos de Zelaya, no parece que pretenda amodorrarse en las instituciones. Y lo cierto es que ayer domingo el presidente o los militares, unos u otros, iban inevitablemente a violar la legalidad. Zelaya, con una consulta no prevista por la Constitución, y a la que se habían opuesto el Congreso, la autoridad electoral y el Supremo, y los militares tomándose por su mano una justicia que no les corresponde. El Ejército, que ha detenido a la mayoría de los miembros del Ejecutivo y patrulla las calles, parece estar detrás de la designación por el Congreso del presidente de la propia Cámara, Roberto Micheletti, como sucesor de Zelaya. El objetivo sería quitarse el golpe de encima.

Lo que aquí se dirimía era, en definitiva, el equilibrio de fuerzas en América Latina, de forma que si Zelaya se salía con la suya en la consulta reeleccionista, ganaba terreno el chavismo en América Central, donde ya la Nicaragua de Daniel Ortega hace las veces de fiel escudero del presidente venezolano. Y la misma semana pasada se celebraba, con la asistencia de Zelaya, una solemne ceremonia en Venezuela para subrayar el ingreso de Ecuador en el ALBA, la alternativa económica de Chávez al ALCA que domina Estados Unidos. Pero sea cual fuere el conflicto de ideologías en Iberoamérica, algo ha de quedar claro: los problemas de la política los solventan los políticos, y el Ejército, calladito y encerrado en sus cuarteles.

05 Julio 2009

Idiotas contra hipócritas

Moises Naim

Leer

¿Será que no leen? ¿Que no ven CNN? ¿O es que vivir en Honduras es como vivir en Marte? ¿O es que son idiotas? ¿A quién se le ocurre que en un país pequeño y pobre los militares pueden sacar al presidente de su cama pistola en mano y expulsarlo del país sin que la comunidad internacional reaccione con furibunda indignación? Un país grande y con bombas atómicas podría darse ese lujo sin sufrir mayores consecuencias, ¿pero Honduras? Honduras no.

El hecho es que las élites políticas y militares hondureñas dieron un golpe de Estado. Peor aún: no necesitaban hacerlo. Con aplicar las leyes les hubiese bastado, ya que el presidente Manuel Zelaya había incurrido en múltiples violaciones de la Constitución. La Corte Suprema, el Congreso y otras instituciones hondureñas así lo habían certificado. Más aún, tan sólo faltaban unos meses para las elecciones presidenciales. ¿Por qué se precipitaron? ¿Por qué utilizaron a los generales en vez de usar a los juristas?

Los golpistas aducen que se vieron obligados a actuar como lo hicieron ya que Zelaya, apoyado por Hugo Chávez, estaba dispuesto a usar trampas electorales para perpetuarse en el poder. Pero quizá el factor que más les estimuló a actuar fue que por las porosas fronteras hondureñas comenzaron a entrar agentes venezolanos y cubanos con maletas llenas de dólares y camionetas cargadas de armas. Los dólares y las armas, dicen, están destinados a organizar violentas milicias de Hondureños con Zelaya. Aun suponiendo que esto sea cierto, el golpe militar es inexcusable. Además, si el presidente Zelaya está incurso en todos los delitos de los cuales se le acusa, ¿por qué en vez de detenerlo para ser juzgado, lo sacaron del país?

Las torpezas hondureñas son sólo superadas por la explosión de hipocresía que han desencadenado.

Ni más ni menos que Raúl Castro —¡Raúl Castro!— pide sanciones mundiales contra un pequeño país cuyos líderes tomaron el poder por la fuerza. Hugo Chávez, cuya carrera política comenzó cuando lideró un sangriento golpe militar contra un Gobierno democrático, truena contra los golpistas hondureños y amenaza con una invasión. Los presidentes de ese bastión de democracia que se llama la Alternativa Bolivariana de las Américas (Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) exigen indignados que se aplique inmediatamente la carta democrática de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Con la firma de este documento en 2001, las naciones americanas acordaron que sólo los países democráticos pueden formar parte de la OEA. Según los presidentes del ALBA es lógico, por tanto, expulsar inmediatamente a Honduras. Esta lógica no se les apareció por ningún lado cuando hace poco abanderaron la iniciativa de incluir a Cuba en la OEA. El hecho de que ése no fuese un país democrático les parecía un detalle banal.

Para estos presidentes, que antes despreciaban a la OEA, ahora este organismo es el más importante de la región, y tratan a su secretario general, el chileno José Miguel Insulza, como el máximo garante de las democracias latinoamericanas. Hace no mucho, el presidente Chávez insultaba casi a diario a Insulza. Lo llamaba «insulso» y, con la elegancia intelectual que le caracteriza, lo calificó en televisión con el nombre que en Venezuela se usa para describir el vello anal. Es por tanto reconfortante ver que Honduras ha hecho recapacitar a Chávez y que ahora trabaja mancomunadamente con Insulza para proteger la democracia. Al menos, les debemos esto a los militares hondureños.

Y no podía faltar el imperio yanqui. El presidente de Bolivia, Evo Morales, denunció que esta crisis se ha fraguado en Washington. E insistió en que la intervención extranjera en los asuntos internos de los países es inaceptable. El hecho de que Obama haya denunciado firmemente la situación en Honduras y que no reconozca a las nuevas autoridades son detalles irrelevantes para el estadista boliviano. También ignora el hecho de que intervenir en la política interna de otros países es una de las actividades diarias de su mentor y financiero, el presidente venezolano.

Pero no todo en esta situación es torpeza e hipocresía. La crisis de Honduras les manda a los militares del continente una fuerte señal: los golpes militares ya no son lo que eran. No lo hagan. Y a los políticos de la región también les manda un claro mensaje: Hugo Chávez es tóxico. Manuel Zelaya le debe mucho a Chávez. Pero su cercanía con el teniente coronel le terminó costando mucho más de lo que le aportó.

12 Julio 2009

El golpe de las burlas

Mario Vargas Llosa

Leer

Despertar a un presidente constitucionalmente elegido a punta de bayonetas y enviarlo al exilio sin darle tiempo siquiera a cambiarse el pijama, como hicieron los militares hondureños con Manuel Zelaya hace dos semanas, es un acto de barbarie política y resulta justa la enérgica condena que este atropello ha merecido de las Naciones Unidas, la OEA y de la mayoría de naciones del mundo entero.

Ahora bien, sentado este principio, que la interrupción de la democracia por una acción militar no es justificable en ningún caso, es preciso analizar lo ocurrido más de cerca y con prudencia porque en este golpe de Estado, como en la famosa «cena de las burlas», nada es lo que parece ser y la frontera entre la verdad y la mentira resulta más escurridiza que una anguila.

Tal vez más que la acción misma del asalto a la residencia del jefe de Estado hondureño haya que reprochar a los militares, y a los jueces que les dieron la orden de hacerlo, que, con semejante atropello, hayan convertido en víctima de la democracia y poco menos que en héroe de la libertad, a un demagogo irresponsable como Mel Zelaya, quien, en violación flagrante de la Constitución que había jurado respetar, se disponía a llevar a cabo un referéndum para hacerse reelegir, una pretensión que fue condenada por la Corte Suprema y la Fiscalía de la Nación, y por la que el Congreso hondureño había iniciado un proceso para destituirlo como jefe del Estado. Éste era un procedimiento legítimo en defensa de la democracia que la acción militar frenó y desnaturalizó, sembrando una confusión de manicomio.

A tal extremo que nada menos que el comandante Hugo Chávez, el comandante Daniel Ortega, Evo Morales y hasta el mismísimo Raúl Castro aparecieron de pronto liderando la protesta continental en defensa de la ley y de la democracia, exigiendo sanciones contra Honduras y convocando en Nicaragua una reunión de ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) a la que el despistado José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, dio, con su presencia, un aura de legitimidad.

Si el comandante Hugo Chávez, gran desestabilizador de la democracia latinoamericana, ex golpista y megalómano caudillo que ha convertido a Venezuela en una pequeña satrapía personal y aspira a hacer otro tanto con el resto de América Latina, se arroga el rol de defensor del Estado de derecho hondureño, además de un eclipse del sentido común y de la racionalidad, comprobamos una evidencia: que algo debía de andar podrido antes de este golpe en ese pequeño país latinoamericano convertido hoy en el centro de la atención mundial. Y, en efecto, Honduras estaba a punto de caer, tras de Bolivia, Nicaragua y Ecuador, en la órbita de Hugo Chávez cuando sobrevino la intervención militar. Manuel Zelaya era la última conquista del caudillo venezolano.

Lo había sobornado, al igual que a sus otros vasallos latinoamericanos, vendiéndole el petróleo de su país a precio de ganga y con créditos generosos, y, sobre todo, apoyando sus apetitos reeleccionistas. Ni corto ni perezoso, Zelaya, antiguo destacado figurín de la oligarquía rural hondureña, vinculado en el pasado a matanzas de campesinos, y elegido presidente como candidato del Partido Liberal, de centro derecha, con un programa de apoyo a la inversión extranjera y a la empresa privada y de severa persecución a la delincuencia, de pronto, a media gestión, experimentó una conversión populista y revolucionaria (es decir, chavista), afilió su país a ALBA y comenzó a preparar su eternización en el poder mediante una reforma constitucional, tal como lo han hecho Chávez y sus discípulos, es decir, la hez política de América Latina.

Pero, a diferencia de lo ocurrido en países como Ecuador, Bolivia o Nicaragua (o, en el otro extremo del espectro político, la Colombia de Uribe, un mandatario democrático que por desgracia incurrió también en el siniestro deporte de la reelección), donde los mandatarios reeleccionistas contaban con una base popular que apoyaba sus planes, en Honduras la pretensión de Zelaya fue desde el principio masivamente impopular y lo desprestigió en todos los ámbitos del espectro político. Todas las instituciones rechazaron su intento, la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Electoral, todos los partidos políticos democráticos (empezando por el suyo, el Liberal), la Fiscalía de la Nación y la opinión pública en general. El rechazo no fue sólo al volteretazo ideológico del voluble mandatario. Fue, también, una clarísima toma de posición del grueso de la población hondureña en contra de la perspectiva de convertirse en un país dependiente de Hugo Chávez, es decir, en una pequeña dictadura populista enfeudada al caudillo venezolano.

Éste es el contexto en el que hay que juzgar la situación hondureña. No para justificar una acción militar de una gran torpeza, que sólo ha servido para sembrar el descrédito en unas instituciones y un pueblo que habían emprendido una valerosa resistencia contra un intento claramente antidemocrático de un mandatario sin principios, sino, para no incurrir, creyendo actuar en defensa de la democracia, en una operación que termine legitimando los planes inconstitucionales, reeleccionistas y de entrega de Honduras al poder chavista de Manuel Zelaya.

¿Qué se puede hacer para reconstituir la demediada democracia hondureña? Lo ideal, que sería reponer a Zelaya en la presidencia a condición de que renuncie a sus planes reeleccionistas y garantice que las elecciones de noviembre se lleven a cabo de manera impecable bajo vigilancia de las Naciones Unidas, parece ahora difícil, por lo envenenada que está la situación, como se vio el 5 de julio, cuando el fracasado intento de retorno a Tegucigalpa del depuesto presidente, que provocó violentos incidentes y varios heridos. Honduras se ha retirado de la Organización de Estados Americanos, lo que no debe sorprender a nadie dada la pertinaz inutilidad de esta institución que tiene, además, la nefasta propiedad de volver también inútiles a sus secretarios generales, incluso a los que, como José Miguel Insulza, parecían más despiertos que los otros, de modo que la OEA mientras menos intervenga ahora tanto mejor. La mediación del presidente de Costa Rica, Óscar Arias, premio Nobel de la Paz, es una buena idea: se trata de un estadista respetado y respetable, buen negociador y auténtico demócrata.

De otro lado, hay que evitar por todos los medios que la tensión existente evolucione hacia el derramamiento de sangre. Chávez ha amenazado con una intervención militar, en la que probablemente haría de peón de brega la Nicaragua del comandante Ortega, a la que el Gobierno de facto ha acusado de movilizar tropas hacia la frontera con Honduras. Es cierto que no hay manera de verificar si las noticias según las cuales esa frontera viene siendo cruzada ya desde antes del golpe por comandos venezolanos y cubanos que denuncia la prensa de Honduras son ciertas o meras operaciones publicitarias en defensa del Gobierno de Roberto Micheletti, pero, dados los antecedentes y el contexto político de América Central, tampoco pueden ser descartadas. La situación inestable y precaria de Honduras, ahora en la picota de la opinión internacional, es propicia para una acción insurreccional teledirigida desde Caracas.

Tal vez estos riesgos puedan conjurarse con el adelanto de las elecciones presidenciales ya convocadas para el mes de noviembre. Este proceso debería tener lugar a la brevedad posible, dentro de un par de meses a lo más, algo realizable si la comunidad internacional colabora con la infraestructura electoral, y llevarse a cabo bajo la responsabilidad y vigilancia de las Naciones Unidas y con observadores internacionales de la Unión Europea y de organizaciones políticas y de derechos humanos como la Fundación Carter, Amnistía Internacional y Americas Watch. No veo otra manera más rápida de reconstruir el Estado de derecho y poner fin a la anómala situación que vive Honduras por culpa tanto de los militares que asaltaron la Presidencia con nocturnidad como de las arteras maniobras de Mel Zelaya y su gurú ideológico, Hugo Chávez.