21 junio 1989

Fuerte campaña mediática de la derecha (en especial el diario ABC) contra el diputado popular que se negó a apoyar la moción de censura

Joaquín Leguina (PSOE) supera la moción de censura de PP y CDS gracias a la abstención del tránsfuga Nicolás Piñeiro

Hechos

El 21.06.1989 la Asamblea de Madrid votó la moción de censura de PP y CDS contra el Presidente de la Comunidad, D. Joaquín Leguina (PSOE) que no prosperó gracias a la abstención del diputado D. Nicolás Piñeiro, elegido en las listas del PP.

Lecturas

El 21 de junio de 1989 se vota en la Asamblea de Madrid la moción de censura del PP y CDS contra el presidente de la Comunidad de Madrid D. Joaquín Leguina Herrán (PSOE). A pesar de que en las elecciones de 1987 el PP y CDS sumaban los 49 escaños que sumaban la mayoría absoluta necesaria para sacar una moción de censura, los resultados fueron los siguientes:

  • A favor – 48 diputados (PP + CDS + 1 ex PP).
  • En contra – 40 diputados (PSOE).
  • Abstención – 1 diputado (ex PP).
  • Nulos – 7 diputados (Izquierda Unida)

Al no haber alcanzado los 49 diputados necesarios la moción de censura queda rechazada y D. Joaquín Leguina Herrán seguirá siendo presidente de la comunidad.

Para la derrota de la moción de censura fue clave la actitud de uno de los dos tránsfugas del PP, D. Nicolás Piñeiro Cuesta (anunciada el 10 de mayo de 1989), que ha prefirido que el Sr. Leguina Herrán siguen el poder a su antiguo compañero de lista D. Alberto Ruiz-Gallardón Jiménez.

El otro tránsfuga, D. José Luis Ortiz, en cambio, sí respaldó la moción de censura.

12 Mayo 1989

Un tal Piñeiro

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Bochornoso espectáculo el de esos diputados autonómicos madrileños que han subastado sus escaños. Pero no menos vergonzoso el de quienes han pujado en la subasta. Quienes se quejan, muchas veces con razón, de ese reduccionismo tan familiar al amarillismo o al pasado autoritario que consiste en afirmar que todos los políticos son iguales, sin distinción de ideologías, se han quedado mudos de estupefacción con este sinsentido. Parece ser que la oferta del presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, ha superado a la de sus rivales, consiguiendo así quedarse con la prenda. Peor para él. Pero también para los ciudadanos, que asisten atónitos a una función en la que su opinión no cuenta en absoluto.Tal como las cosas se han planteado en la práctica, y cualquiera que haya sido el precio pagado, tan amoral resulta el vendedor como el comprador. El vendedor: un par de sujetos que utilizaron el escaflo obtenido en las listas de Alianza Popular para montar un tinglado semifamiliar llamado PRIM (Partido Regionalista Independiente de Madrid, o algo así) y cuya única virtualidad consistía en permitirles llevarse la .subvención del Grupo Mixto de la Asamblea de Madrid. El comprador: un presidente de la Comunidad de Madrid, socialista en las señas de identidad, que había dicho que para defender la continuidad de su Gobierno estaba dispuesto a todo, «excepto a perder la cara o la dignidad», y que ha pactado con ese invento del PRIM, o una parte de él, dentro del sentido de la utilidad más vibrante. Con un tal Piñeiro, figura señera del regionalismo madrileño, del que Leguina queda reo para seguir en el poder.

Podría argumentarse que también los patrocinadores de la moción, encabezados por Ruiz Gallardón, han intentado pactar con esos sujetos e incluso especularse sobre el precio que llegaron a ofrecer para ganarse su voluntad. Pero hay una diferencia: Piñeiro y Ortiz obtuvieron sus votos en la misma lista que encabezaba Ruiz Gallardón. Por tanto, al intentar recuperarlos para la operación de descabalgamiento del PSOE, no se violenta la voluntad de los electores. Y éste es el aspecto principal de la cuestión. Mientras los electores se vean obligados a votar listas cerradas y bloqueadas, sólo hay una actitud decente cuando, por el motivo que sea, surjan diferencias entre alguien elegido para un cargo representativo y el partido que lo presentó: la renuncia voluntaria al escaño o cargo de que se trate, de tal forma que pueda ser sustituido por la persona que ocupaba el puesto siguiente en la candidatura. Ésa es la única actitud digna incluso si la ley, que no admite el mandato imperativo, ampara el derecho a conservar el escaño.

También es cierto que, en este terreno, nadie puede elevar demasiado la voz: ahí está, por poner un ejemplo bien actual, Ramón Tamames, elegido concejal por Izquierda Unida y dispuesto ahora, tras apuntarse al liberalismo nouveau style de Suárez, a unir su voto al de la derecha fraguista para desbancar a Barranco de la alcaldía de la capital. Y tantos otros, en prácticamente todos los partidos. Pero nunca la generalización del abuso hizo a éste menos odioso.

12 Mayo 1989

El Responsable es González

ABC (Director: Luis María Anson)

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Lo acontecido en el asunto de la moción de censura, con el anuncio de la abstención a cargo del impresentable señor Piñeiro, diputado elegido en las listas de Alianza Popular y hoy miembro del fantasmagórico PRIM es a todas luces bochornoso. El bochorno alcanza en primer lugar al interesado que ha incurrido en el deshonor al traicionar la voluntad de los electores. Piñeiro les ha traicionado, sin duda; pero Felipe González y Joaquín Leguina han puesto en sus manos las monedas de la traición. Y ésta es la cuestión de fondo. Sin que quepa buscar la menor atenuante a la conducta de Piñeiro, es evidente que su actitud habría sido distinta de haberse movido en un paisaje político diferente al que ha creado un Partido Socialista que se ha especializado en el juego sucio. La primera obligación de todo político demócrata es la de cumplir las reglas de juego, hacer fair play. Pero el PSOE se está dedicando a todo lo contrario, y eso es especialmente grave en una situación como la española en que la democracia dista de hallarse consolidada.

En la oposición. González hablaba de los riesgos de patrimonialización del Estado, esto es, de la apropiación por unos cuantos de lo que a todos pertenece. González se ha demostrado hombre dispuesto, también aquí, a olvidar sus palabras y no tiene hoy ningún inconveniente en asumir esa patrimonialización del Estado como un elemento esencial en su actuación. Hizo juego sucio con Pujol, en asunto como el de Banca Catalna, que pudo tener consecuencias incalculables para la estabilidad constitucional de España; hizo juego sucio en Galicia: ha vuelto a hacer juego sucio en Madrid. Da risa oír a Leguina, cómplice inmediato con González de lo ocurrido, hablar de que su preocupación fundamental es la de asegurar la gobernabilidad de la Comunidad, que es lo mismo que dice Piñeiro, bien amparado por una TVE siempre dispuesta a servir a su señor.

El PSOE está haciendo todo lo posible para demostrar que es verdad el dicho popular de ‘cien años de honradez y ni un minuto más’. De la presunta talla de hombre de Estado de González, es poco lo que está quedando, pues todo se ajusta más cada día a la imagen de un político maniobrero, experto en el regate corto, dispuesto a repartir todas las prebendas precisas con tal de asegurarse adhesiones incondicionales, y a quien lo único que parece importar es la permanencia en el poder, aunque haya que arriar todas las banderas, las socialistas y las no socialistas, las de la honradez política y cuantas sean necesarias arriar.

El lema del PSOE en la campaña del 82 fue ‘Por el cambio’: el de las próximas elecciones debería ser ‘Porque sí’: porque los intereses mandan, las clientelas están ávidas y hay que llevar hasta el final el control político de la sociedad. Piñeiro se ha mofado de la voluntad popular. Pero no nos engañemos. Como en los versos clásicos, “el matador fue Vellido: el Impulso soberano’.

22 Junio 1989

Emociones de censura

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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La abstención de Nicolás Piñeiro impidió que progresase la moción de censura presentada por el Partido Popular (PP) y el Centro Democrático y Social (CDS) en la asamblea de la Comunidad de Madrid. El voto de ese diputado, elegido en las listas de la antigua Alianza Popular, ha resultado, por tanto, decisivo. Como el propio Piñeiro dijo ayer, no hay tránsfugas buenos y tránsfugas malos, según a quien favorezca su cambio de cabalgadura. En todos los casos se trata de comportamientos que suponen un fraude a la voluntad popular. Todos son, pues, igualmente condenables, empezando por Piñeiro.Joaquín Leguina podrá continuar presidiendo la comunidad madrileña, pero al precio de haber quemado torpemente su capital de político inteligente. En su respuesta al candidato presentado por el centro-derecha, Leguina volvió a acreditar ayer que conserva esa cualidad, pero calló tenazmente cuando Alberto Ruiz Gallardón le preguntó por aquellas declaraciones suyas en las que afirmó haber mejorado las demás ofertas presentadas a Piñeiro para que votase en un determinado sentido. Lo de menos es si esa oferta se produjo a raíz del anuncio de la moción de censura o cuando se fundó ese invento familiar de Piñeiro llamado PRIM. El caso es que una parte de los votos de los electores que dieron su apoyo a la derecha ha servido para mantener en su cargo al candidato de la izquierda, y eso es inmoral. El simbólico voto nulo de los diputados de Izquierda Unida, deseosos de desmarcarse de un mercadeo innoble, está más que justificado.

Desde el punto de vista del centro-derecha, las mociones de Madrid estaban destinadas a actuar como catalizador del entusiasmo que, se suponía, iba a crear en el electorado de esa corriente la posibilidad de desalojar a los socialistas. Pero no fueron los socialistas quienes otorgaron a las elecciones europeas el papel de ensayo general para la plasmación de una «nueva mayoría» en el ámbito nacional. Por ello, no es posible hacerse los distraídos sobre el hecho político de que, habiendo estado las mociones en el centro de la campaña, los resultados del 15-J ofrecen un indicio, si no infalible, bastante significativo de la opinión de los madrileños sobre ellas. Y esa opinión no es favorable: frente al equilibrio de fuerzas de 1987, la izquierda aventaja ahora al centro-derecha en cinco puntos. Si las cosas se producen como están previstas, dentro de una semana será alcalde de Madrid un señor cuyo partido acaba de obtener el respaldo del 8% de los ciudadanos madrileños. La operación que tanta ilusión despertó en las filas fraguistas y suaristas ha resultado un fracaso, y es razonable el temor de los madrileños a ser ellos quienes paguen la factura.

Con todo, los resultados de las elecciones de 1987 daban al centro-derecha la posibilidad de conformar una mayoría alternativa. Por ello, la moción podrá juzgarse inoportuna, absurda, suicida para sus promotores, lo que se quiera. Pero es respetuosa con las reglas del juego democrático, cuya conservación es un valor en sí mismo. Hubiera sido lógico que Leguina intentase respuestas alternativas -las propuestas por IU, por ejemplo-, pero no a base de acuerdos con alguien elegido en las listas de AP. El bloqueo de la asamblea y el deterioro de la vida política madrileña son el resultado de haber cerrado los ojos a las consecuencias que inevitablemente traería ese comportamiento oportunista.

12 Mayo 1989

Joaquín Candelas

Federico Jiménez Losantos

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España, capital: Palermo, decía yo el otro día, Madrid, puesto de arrebatacapas, sepultura de virtuosos, rincón de defraudadores, abismo de buenos, foro de asaltahombres, sede de la Camorra, Universidad del año, catedral de la Mafia, añado hoy y me quedo – es de nacimiento – corto. Bajo el impulso moral de Leguina, gracias al empujón ético que a la conciencia madrileña ha dado este antiguo asesor de Allende, merced al compnente moral que ha impreso en la vida pública de aquí este líder de la izquierda socialista a quien salió a defender la UGT hace dos o tres meses puede decirse, y lo digo, que la capital de las Españas está en condiciones de convertirse en la sucesora de Medellín, aunque Yañez no haya aspirado por su helénica nariz másque polvos de talco.

Ayer, tras el fichaje del renegado Piñeiro, Leguina se fotografío en el aparato de propaganda del PSOE popularmente conocido como el Pirulí y un retrato de Pablo Iglesias. Yo coincido con Miguel Boyer en considerar que la ideología o el proyecto político de Pablo Iglesias pertenece irremediablemente (y afortunadamente) al pasado, pero, en fin, ponerse a la sombra del Abuelo inemediatamente después de conseguir que un tío elegido en las listas de Fraga se convierte en su principal, único y decisivo sostén como político socialista es algo así como pner al fundador del PSOE de suministrador de toallas en cualquier fonda de peripatéticas. Para completar su hazaña histórico-moral, Leguina podía haberse puesto en la solapa una foto de Salvador Allende, a cuyo Gobierno sirvió y de cuyo recuerdo presume, y así, el difunto presidente chileno le hubiera hecho el relevo al barbado patriarca socialista en su higiénica labor. Hago una reserva en mi juicio leguinófobo: como don Joaquín es medionovelista, hemiletrado, semiescritor o miniterado, es posible que se haya visto arrastrado en vértido semántico por el otro apellido del renegado Piñeiro, que, si no estoy mal informado, es Cuesta. Que me perdone Tomás, pero hay apellidos gravosos.

Existe en nuestro país una inicua ley, una golfada legal, que se llama ley de Financiación de los Partidos Políticos, por la cual todos los españoles estamos obligados a pagar las campañas de todos los partidos políticos. Y en virtud o por la poca virtud de esa ley, los ciudadanos pagamos la campaña de Alianza Popular, en cuyas listas cerradas y bloqueadas figuraba un tal Piñeiro, cuyos servicios a España eran hasta ahora inéditos y ahroa son notorios, cuya devoción a Fraga, patrón ayer y hoy de las huestes populares. Y resulta que en Madrid, gracias a las artes, no precisamente literarias, de Leguina, un hombre votado para defender a la derecha, se convierte en el obsáculo para que la izquierda sea desalojada del poder. No quiero molestar a la persona de Joaquín Leguina, con quien pasé cierta vez una buena tarde tomando copas, de modo que a partir de ahora, al político que de forma éticamente fraudulenta, moralmente ilícita, ocupa el poder autonómico de Madrid, le llamaré para distinguirlo de Leguina, Joaquín Candelas.

Por supuesto, ahora más que nunca, las mociones de censura deben seguir adleante, salgan o no salgan. Y, aunque al señor Álvarez del Manzano la ambición le tuerza la expresión, hay que hacer a Rodríguez Sahagún alcalde de Madrid. No es cuestión de partido, sino de higiene. Hay que limpiar lo que pueda de este rincón de Sierra Morena.

Federico Jiménez Losantos

16 Noviembre 1989

Los tránsfugas de la política

Nicolás Piñeiro Cuesta

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Desde hace algún tiempo, es tema de actualidad en los medios de comunicación social el llamado transfuguismo político. La cuestión, a nuestro juicio, no se plantea siempre dentro de las imprescindibles coordenadas de claridad y objetividad, por lo que hemos creído oportuno exponer nuestra visión del problema dado que, desde diferentes trincheras politicas y periodísticas, hemos sido acusados de practicar, de manera vergonzosa y vituperable, el transfuguismo. Si nos atenemos a la significación etimológica, tránsfuga es toda persona que huye de una parte a otra. Bajo este prisma se puede afirmar que a lo, largo de la historia de la humanidad siempre han existido tránsfugas en los diversos ámbitos del quehacer humano

Desde San Pablo hasta Winston Churchill, pasando por los revolucionarios franceses, muchos hombres se han vuelto tránsfugas sin renunciar a la grandeza de su condición y sin apelar al ejercicio de la vileza o la traición. Por tanto, el transfuguismo es una aventura personal que protagonizan muchos individuos impulsados por circunstancias muy diversas, y que lo mismo se da en el terreno religioso o político que en el artístico o cultural. En contra de lo que suele pensarse, el transfuguismo no tiene siempre una connotación peyorativa ni lleva aparejado, de modo automático, una calificación de censura o menosprecio. Si tránsfuga es la persona que se traslada de un sitio a otro, su tránsito puede contener valores positivos que no conviene olvidar, porque supone una voluntad de no anquilosarse en los valores de siempre, la intención de renovarse sin interrupción y, en definitiva, un espíritu de lucha contra el conformismo. Examinadas así las cosas, el tránsfuga aparece ante nosotros no como un ser despreciable, sino por el contrario, como una persona o individuo inquieto, proclive al cambio y disconforme con su propia suerte. ¿Por qué, entonces, en nuestra sociedad el tránsfuga es contemplado como un individuo que se traiciona a sí mismo y a los demás y que, por motivos más o menos inconfesables, renuncia a sus creencias y convicciones? La contestación reside en que, entre nosotros y sobre todo en el campo político, se tiene un concepto erróneo de lo que deben ser la fidelidad y la lealtad a unos principios, a unos programas. Así, se piensa que si alguien perteneciente a un partido politico pasa a militar a otro comete sin más un acto condenable que le hace desmerecer ante los demás, lo que supone tanto como negar a cada hombre el derecho a evolucionar en sus ideas. Y, sin embargo, nosotros nos atrevemos a preguntar si más criticable que el transfuguismo descrito no lo es la adhesión, des motivada o forzada, a un partido político o la militancia obligada en las filas de un partido por razones de disciplina, imposición o incluso por pura servidumbre.

Mucho de esto último hay en la vida política española, donde los partidos ejercen un control exagerado sobre sus miembros, coartando, hasta extremos a veces intolerables, su libertad de expresión y de acción. A nosotros nos han acusado de tránsfugas aquéllos a los que la rectitud de nuestro comportamiento ha incomodado, al echar por tierra sus componendas y desbaratar sus planes para la conquista del poder. Cuando los partidos PP y CDS presentaron su moción de censura contra el presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, ambos partidos estaban preocupados tan sólo por su estrategia para derrocar a Leguina y colocar en su lugar a Ruiz Gallardón, dentro de una operación global que incluía también el asalto a la Alcaldía del Ayuntamiento madrileño. ¿Se nos puede acusar de tránsfugas por el hecho de que, no conformes con la estrategia planeada por los dos partidos citados ni tampoco con los fines de la operación para desbancar a Leguina del sillón presidencial, les negáramos nuestro apoyo parlamentario? Sinceramente creemos que no, desde el instante en que siempre hemos actuado en este tormentoso capítulo de la vida madrileña con buena fe, leales a nosotros mismos y hostiles a las insinuaciones y presiones que nos llegaban de unos y de otros. Hay que partir del hecho incontrovertible de que nadie cuestiona que, jurídicamente hablando, la titularidad del escaño pertenece a quien resultó elegido y no al partido en cuya lista electoral figuraba. Los diputados no estamos atados realmente a los partidos porque, más allá de ellos, se sitúan los electores a los que representamos y a los que nos debemos. Este mandato libre es, pues, el que caracteriza nuestra labor parlamentaria por lo que, en ningún caso, y bajo ninguna circunstancia, estamos obligados a abdicar de nuestro derechos y responsabilidades en aras de las consignas de los partidos que tan sólo son elementos de intermediación entre nosotros mismos y los electores que nos han otorgado su confianza. Así lo entendieron personajes contemporáneos de la vida política española como Adolfo Suárez, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Francisco Fernández Ordóñez, Ramón Tamames y un largo etcétera de todos conocidos. Por eso resulta cuando menos sospechoso que se hable del caso Piñeiro como paradigmático cuando, en la realidad, ha sido uno más de la lista.

Nosotros no hemos practicado el transfugismo, en contra de lo que manifiestan las diatribas lanzadas por quienes siguen empeñados en desprestigiamos. Hemos procurado permanecer bien asentados donde creíamos que en conciencia debíamos estarlo, en beneficio de las instituciones autonómicas y del pueblo madrileño al que nos debemos y por el que estamos dispuestos a consolidar en el futuro nuestra alternativa regionalista frente a los demás partidos nacionales. Hemos defendido nuestra posición al precio de sufrir el ataque incesante y despiadado de las fuerzas políticas discrepantes con nuestra actuación; y hemos negado nuestro apoyo a un proyecto político que ni nos convencía ni tampoco nos parecía el más adecuado para defender los intereses de la región. ¿Es justo confundir nuestra firmeza para sostener determinados pósicionamientos con cualquier género de fechoría, corrupción o villanía?