22 agosto 1994
La 'conspiración republicana'
José Luis de Vilallonga denuncia una ‘conspiración republicana’ contra el Rey Juan Carlos liderada por Trevijano, Mario Conde y a Pedro J. Ramírez
Hechos
El 22.08.1994 D. José Luis de Vilallonga denunció la existencia de una conspiración encabezada por D. Antonio García Trevijano (columnista de EL MUNDO) y apoyada por D. Mario Conde y D. Pedro J. Ramírez para derribar a D. Felipe González y al Rey.
Lecturas
El 15 de agosto de 1994 se constituye la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI) como asociación de periodistas contrarios al Gobierno de Felipe González Márquez y al Grupo PRISA y sus socios. Son presentados como sus fundadores Pablo Sebastián Bueno (columnista de El Mundo, que ejercerá de portavoz) y Luis María Anson Oliart (ABC), Pedro José Ramírez Codina (El Mundo), José Luis Gutiérrez (Diario16), Antonio García-Trevijano Forte (El Mundo), Antonio Herrero Lima (COPE), Luis del Olmo Marote (Onda Cero), José María García Pérez (COPE), Federico Jiménez Losantos (ABC), Julián Timoteo Lago San José (Telecinco), Manuel Martín Ferrand (Diario16), Raúl del Pozo Page (El Mundo), José Luis Martín Prieto (El Mundo), Francisco Umbral (El Mundo), Antonio Gala (El Mundo), Camilo José Cela (ABC), Julio Cerón, Antonio Burgos Belinchón (El Mundo), José Luis Balbín y Teodoro González Ballesteros. La creación de la AEPI fue noticia en todos los periódicos de Madrid y Barcelona menos El País.
La presencia entre los fundadores de Antonio García-Trevijano Forte llevó a José Luis de Vilallonga a publicar en La Vanguardia el 22 de agosto un artículo en el que aseguraba que García-Trevijano tenía en marcha una operación para derrocar al Rey Juan Carlos I y proclamar una República de la que él sería presidente con el apoyo de Pedro José Ramírez Codina y Mario Conde Conde. El artículo de Vilallonga sí fue recogido por El País en su sección Revista de Prensa del 23 de agosto, lo que llevó a réplicas en El Mundo tanto de Ramírez Codina, como de García-Trevijano como de Javier Órtiz.
J. F. Lamata preguntó por el tema al entonces director de LA VANGUARDIA, D. Juan Tapia, en una entrevista para LA HEMEROTECA DEL BUITRE en la que este se mostró muy satisfecho de aquella publicación asegurando que ‘Anson reconoció en 1998 que lo que publicamos en aquel momento era verdad’ (en realidad lo que el Sr. Anson reconoció fue una campaña de acoso y derribo contra el Gobierno González, no una trama para derribar a D. Juan Carlos I y reemplazarlo por el Sr. Trevijano). El adjunto a la Dirección de LA VANGUARDIA, D. Lluís Foix, reconoce a LA HEMEROTECA DEL BUITRE, que antes de publicar la tribuna del Sr. Vilallonga informaron a Casa del Rey y consultaron con el Sr. Anson.
Tanto D. Pedro J. Ramírez como D. Antonio García Trevijano desmentirían la operación mientras el periódico más monárquico el ABC de D. Luis María Anson optó por mirar para otro lado y no publicó ni tan siquiera un suelto sobre el tema. En sus réplicas los Sres. Trevijano y Ramírez no dedicaban tanto empeño en criticar a LA VANGUARDIA o al Sr. Vilallonga por publicar aquello, sino a EL PAÍS por difundirlo.
“Lo extraño de esta catilinaria de verano es que EL PAÍS, al hacerse eco, no la haya dado a cinco columnas en primera. Si piensan que es verdad, ése era su único tratamiento. Y si saben, como es el caso, que es mentira, no podían acogerla en sus páginas”, razonaba el Sr. Trevijano en un artículo en EL MUNDO en el que concluía:
“Se trata de un trabajo de encargo para meter miedo entre los miembros fundadores de la AEPI”.
En lo que se refiere a D. Mario Conde, preguntad por esta cuestión en una entrevista a J. F. Lamata en PERIODISTA DIGITAL se limitó a comentar “El Sr Vilallonga ha dicho pocas cosas que no sean estupideces”.
En realidad el Sr. Vilallonga hizo un gran favor a la AEPI. Su acusación era tan difícil de creer que cada vez que alguien acusara de algo a la AEPI que sí fuera más creíble, se recordaba aquel episodio para quitarle valor “ya está otra vez la conspiración republicana”. Aun así hubo destacados columnistas como el ex ministro de Sanidad D. Ernest Lluch sí apoyaron esa teoría.
22 Agosto 1994
GARCÍA TREVIJANO
Tengo en Madrid un par de informadores -uno de ellos es un ex agente del Mossad- que nunca me han fallado. El primero me predijo con muchos meses de antelación la caída del Banesto y de su presidente. El segundo me anunció los futuros amores políticos de Felipe González y de Belloch cuando éstos apenas si se conocían. Ahora mis dos informadores me revelan la existencia de una confabulación que pretende desestabilizar al Gobierno, provocar la abdicación del Rey y proclamar una república de la cual sería presidente el ex notario y hombre de negocios Antonio García Trevijano.
Según mis informadores, los protagonistas de esta operación serían el susodicho García Trevijano, un conocido medio de comunicación poco dado a los escrúpulos éticos y que cuando lo cree conveniente roza abiertamente el amarillismo, un personaje allegado a Alfonso Guerra cuyo nombre me reservo por medidas de seguridad y un ex banquero que financia regularmente las campañas antigubernamentales emprendidas por el citado medio. Todo esto suena a broma pero no lo es.
Me dicen que Luis María Anson, entre otros, se lo toma muy en serio. La operación se llevaría a cabo por etapas. Primero se desestabilizaría al Gobierno atacando sin tregua a Felipe González en sus horas más bajas. Esta vez los ataques serían de carácter más personal que político. Se atacaría simultáneamente a Narcís Serra, aprovechando su actual vulnerabilidad y desamparo. Paralelamente se haría una fuerte campaña en favor de Aznar, «un hombre que durará el tiempo que queramos que dure», según palabras de uno de los conjurados.
Con cuidada sincronía se irían filtrando pequeñas y breves noticias en detrimento de la figura del Rey, para acabar publicando un dossier que comprometiera gravemente al Monarca en algún escándalo irreparable. Todos los periodistas sabemos lo fácilmente que se monta un falso dossier en el cual se involucra a la persona que se pretende destrozar. Según los estrategas de la operación, el Rey, harto de tanta basura, acabaría por abdicar en su hijo don Felipe, el cual, dada su juventud y su inexperiencia política, sería más fácil de manejar, facilitando sin oponer resistencia el paso de la monarquía a una república presidida por el inefable García Trevijano. No parece que ninguno de los conjurados conozca bien ni al Rey ni al Príncipe, porque de lo contrario no se las prometerían tan felices.
¿Pero quiénes son estos señores que pretenden desviar en beneficio propio el curso de la historia de España? Yo sólo conozco bien al ex notario. Del hombre que financia la operación sólo sé que siendo un especulador metido a banquero consiguió cargarse en poco tiempo uno de los grandes bancos españoles, propinándole de paso una puñalada trapera a la poca credibilidad que estaba recuperando España en el mundo. En cuanto a la persona que dirige el medio de comunicación encargado de orquestar la campaña, suele contestar a los que le advierten del daño que la operación le puede causar al país: «A mí sólo me interesa vender papel, la monarquía me es indiferente y para cargarme al Gobierno estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario».
De Antonio García Trevijano, ex notario en no recuerdo qué lugar de las Alpujarras -amigo íntimo del sangriento Macías y autor de la Constitución guineana que tanto ayudó a perjudicar los intereses españoles en aquel país-, tengo mucho que decir y lo haré un día con más espacio y más tiempo. Trevijano fue el coordinador, en París, de la Junta Democrática de la cual tuve el honor de ser el portavoz. Rupturista radical -cosa que no éramos ninguno de los demás miembros de la Junta-, Trevijano condenaba sin apelación a todo aquel que hubiese tenido una mínima concomitancia con el franquismo. «Hay semilla de tirano en este hombre», me decía Tristán la Rosa, periodista catalán de talante liberal y comedido. Despótico y altanero, íntimamente convencido de tener siempre razón, García Trevijano nunca supo evitar herir con su orgullo el orgullo de los demás. «Este hombre no sabe mandar, sólo sabe ordenar», me dijo un día Tierno Galván al salir de una borrascosa reunión con el coordinador.
Este implacable Saint-Just, frustradas sus ambiciones políticas, se convirtió en el abogado y valedor de los grandes evasores de capitales en la época del derrumbe del Banco Coca. No sólo ayudándoles a sacar dinero de España, sino que también aconsejándoles en sus inversiones en el extranjero. De las correrías de García Trevijano por Brasil, en compañía del señor Miñarro y de uno de los hermanos Camuñas, se podría escribir un libro. Actualmente Trevijano hace grandes alardes de republicanismo. Pero no nos engañemos, el republicanismo del ex notario nada tiene que ver con el de una Pilar Rahola. Trevijano es republicano por despecho.
Cuando don Juan Carlos era todavía Príncipe de España, Trevijano pretendió trabajar en la Zarzuela. Allí, para quitárselo de encima, le explicaron que podría ser más útil «desde fuera». Ni corto ni perezoso, Trevijano viajó a Portugal y ofreció en Estoril los servicios que habían rechazado en la Zarzuela. Pero don Juan tampoco tragó el anzuelo. Buenos son los Borbones para no calar a primera vista las ambiciones de un arribista. Entonces, sin el consentimiento del conde de Barcelona, Trevijano organizó oscuras conjuraciones con algunos generales que estaban en desacuerdo con el franquismo, sin que nunca se llegara a nada concreto.
Hombre de muchas lecturas y poseedor de una formidable memoria, Trevijano es, sin embargo, el hombre que más se ha equivocado en sus vaticinios políticos. Su viejo odio hacia el PSOE y su odio actual hacia la monarquía es un odio obsesivo que le resta todo valor a sus razonamientos. Que don Juan Carlos haya reinado durante años en natural consonancia con un Gobierno socialista, siempre ha exasperado a Trevijano. Tengo entendido que dentro de poco publicará un libro en el que nos explicará el tremendo error que hemos cometido los españoles al no contar con él. Será un libro-ladrillo, como todos los suyos. Pero en el medio de comunicación antes citado la crítica será seguramente excelente.
José Luis de Vilallonga
24 Agosto 1994
LA CATILINARIA DEL VERANO
Si el Rey no lo hubiera tomado en serio encargándole su novelada biografía, jamás se me habría ocurrido pensar que algún día me tomaría la molestia de responder a una mentira injuriosa de José Luis Vilallonga. Todo el mundo informado sabe que ése es su oficio y que de eso vive. Pero muchos lectores de LA VANGUARDIA, periódico que ha publicado la ‘valerosa’ catilinaria de nuestro celador de la patria en peligro, pueden creer que un biógrafo del morador de La Zarzuela, por mucha imaginación que le eche al asunto, algo debe saber. Y que por ello denuncia en público una siniestra confabulación para ‘desviar en beneficio propio el curso de la historia de España’, incluyéndome entre los conjurados. Por lo que se refiere a los hechos personales que sobre mí ‘cuenta’ el fabulador de historietas, me basta con afirmar que ni uno solo es verdad y no contestaré en LA VANGUARDIA porque estoy habituado a ser difamado con dossier tan fácilmente preparados como confiesa saber hacer ese ‘catilinario’ de verano.
Pero me importa mucho, por la dignidad de las ideas democráticas que defiendo desde hace cuarenta años, sin haber podido cambiar en ellas ni una coma, aprovechar esta ocasión para desmentir que yo haya dicho en público o en privado, alguna vez en mi vida, que pretendía o deseaba ser presidente de la República. Y, para colmo, se me ofende con esa ombecilidad de suponerme capaz de soñar con la piel del oso antes de cazarlo. Mi posición ante el tema de Monarquía o República ha sido siempre la misma. Y la tengo escrita y razonada en el libro ‘La alternativa democrática’, que publiqué en la primavera de 1977.
Lo que España necesita para preservar su unidad nacional, evitar la corrupción y garantizar los derechos de las minorías y de los ciudadanos, y gobernar, es la democracia. Esta Monarquía no es una democracia, sino una oligarquía de partidos. La única forma democrática es el presidencialismo. El presidencialismo es la única forma democrática de gobierno, porque es la única que separa al poder ejecutivo del legislativo.
Entre una Monarquía parlamentaria, como la actual, y una República Presidencialista, yo defenderé siempre a la República. Entre una República parlamentaria, como la italiana o la alemana, y una Monarquía presidencialista, yo defenderé siempre a la Monarquía. O sea, que en ambos casos mi combate no tiene otro objetivo que la democracia. Y si de una cosa estoy es de que la democracia jamás puede llegar desde arriba por un golpe de Estado o una conjuración de iluminados. O la conquista el pueblo con un cambio de la opinión o no hay democracia. Por eso colaboro habitualmente en la prensa, escribo libros, doy conferencias y hablo por la radio.
Por mí, no diría ahora nada más. Pero ni el Rey ni su padre, el Conde de Barcelona, son merecedores de la conducta maleducada que, por herirme, les atribuye el ‘catilinario’. Dos veces he visitado La Zarzuela. La primera, cuando Don Juan de Borbón (con ocasión de su primer viaje a Madrid para el bautizo de su nieto) me pidió que le presentara allí a la fuerzas políticos de la oposición a la dictadura. La segunda, a petición del príncipe Juan Carlos. tuve contactos, pero siempre de acuerdo con Don Juan.
Respecto a los demás conjurados, y aunque ellos sepan defenderse solos, he de decir que no he tenido la ocasión de conocer a don Alfonso Guerra ni a ninguno de sus amigos, y que supongo no tendrá el menos interés en conjurarse conmigo, si fuera cierto el odio a los socialistas que me atribuye el ‘catilinario’. En cuanto a don Pedro J. Ramírez, son patentes nuestras diferencias de opinión sobre la situación política, porque las publicamos todas las semanas. Mientras él cree en esta Monarquía Parlamentaria y culpa al ‘felipismo’ de la degradación nacional, yo no creo en ella y considero que el llamado felipismo no es causa, sino efecto, de esa degradación. Y culpo de todos los males políticos que causa a España el Estado de partidos y las Autonomías, a la Constitución. Respecto al Sr. Anson sólo puedo decir que toma en serio la seriedad y no esta supuesta fantochada de carbonarios. En cuanto al Sr. Aznar, yo no puedo olvidar lo que representa el partido creado por Fraga y siempre pido la abstención.
Lo extraño de esta ‘catilinaria de verano’ es que periódicos serios, como LA VANGUARDIA que la publica y EL PAIS que se hace eco, no la hayan dado a cinco columnas ne primera. Si piensan que es verdad, ése era su único tratamiento. Y si saben como es el caso, que es mentira, no podían acogerla en sus páginas. Pero tengo demasiada experiencia para no saber lo que saben esos periódicos. Es decir, que se trata de un trabajo de encargo para meter miedo entre los miembros fundadores de la AEPI. Una asociación de escritores y periodistas independientes (entre los que me encuentro, junto a prestigiosas firmas de la literatura, el ensayo y el periodismo) que ha sido constituida hace unos días precisamente para defender la libertad de expresión y el disentimiento, contra el consenso totalitario que tratan de imponer a la opinión pública tanto los medios estatales de comunicación, controlados por el gobierno [TVE y RNE] como los medios privados del oligopolios del que nos da ejemplo el comportamiento de EL PAÍS, que silencia un hecho como la Constitución de APEI y trae a su editorial la catliniaria fabricada en LA VANGUARDIA.
Antonio García-Trevijano
24 Agosto 1994
LA CONJURA REPUBLICANA
Ha sido con diferencia, la noticia más importante del verano. Salió publicada en LA VANGUARDIA el lunes, firmada por José Luis de Vilallonga, y ayer la sintetizó EL PAÍS: hay una conjura para derrocar al Rey y proclamar la III República. En su histórico artículo de denuncia, Vilallonga lo aclara todo. Primero, desvela quiénes son los conspiradores: Antonio García-Trevijano, Mario Conde, Pedro J. Ramírez -a estos dos no los menciona directamente, pero alude a ellos con referencias tan sutiles como inconfundibles- y un allegado a Alfonso Guerra, cuyo nombre no revela «por medidas de seguridad» (no se sabe de quién). En segundo lugar, deja al aire el peligrosísimo plan que han urdido: empezarán por atacar a la vez a Felipe González y Narcís Serra (¡qué conjunción más perversa!); luego, denigrarán al monarca hasta obligarlo a abdicar en favor de su hijo; después, sacarán partido de la bisoñez política del nuevo Rey para manejarlo a su antojo y, por último, lograrán que éste acepte sin chistar la llegada de la República.
Un observador superficial podría objetar que esta conjura no resulta demasiado verosímil. Aduciría que, para empezar, el alto mando de la conjura no es políticamente muy homogéneo. Pero es precisamente la variedad del grupo la que lo convierte en más peligroso: Conde aporta su dinero, el yate, su teoría sobre el Sistema y el apoyo de la masonería; el amigo de Guerra (¿será Calviño?), el aparato de Ferraz y el sostén de los descamisados; Pedro J. Ramírez, el sindicato del crimen, la red de agit-prop de EL MUNDO y sus temibles intervenciones en Protagonistas. En fin, Trevijano, amén de «su formidable memoria» -que Vilallonga denuncia muy oportunamente-, puede lograr la tira de adhesiones prometiendo la vuelta de Guinea al seno de la Madre Patria.
Seguro que las mentes menos lúcidas afirmarán que no sólo la lista de los conjurados; que también su plan es tirando a rarito. Que no se sabe, por ejemplo, a cuento de qué han de atacar a González para acabar con la Monarquía. No comprenden que ése es justamente un punto de la mayor importancia: lo hacen para evitar que Don Juan Carlos, al abdicar, se equivoque de Felipe y pase los trastos a González.
Los escépticos aducirán que el plan de la conjura es demasiado alambicado para ser cierto, puesto que al final todo depende no ya de que el nuevo Rey Felipe se deje manipular, sino de que se deje manipular precisamente por ellos, y no por otros. Se ve que no tienen en cuenta el único rasgo de carácter que une a Ramírez, Trevijano y Conde: les gusta el riesgo. Si el plan fuera sencillo, no le verían la gracia.
Vilallonga ha vuelto a prestar un gran servicio a la Corona. Ahora, ya descubierta, la conjura carece de porvenir. Felicitémosle. Y hagamos extensivo nuestro reconocimiento a LA VANGUARDIA y EL PAÍS, que han demostrado también, publicando este audaz artículo, qué valor tienen.
Javier Ortiz