29 noviembre 2004

Le acusa de mentir durante la trágica jornada posterior al atentado

José María Aznar López comparece en la Comisión de Investigación del 11-M con duros ataques contra la Cadena SER: «Algunos medios mintieron hasta dar asco»

Hechos

El 29.11.2004 D. José María Aznar, ex Presidente del Gobierno, compareció en el congreso para dar su versión sobre lo sucedido durante la jornada del 11 de marzo al 14 de marzo.

Lecturas

La Cadena SER informó en directo de la comparecencia de D. José María Aznar y publicó en su web sus ‘puntualizaciones’ a las palabras del Sr. Aznar. Tanto los tertuliannos de la Cadena SER como los columnistas de su medio hermano, EL PAÍS, replicaron con dureza a las palabras del ex presidente.

La web LIBERTAD DIGITAL del locutor de la COPE, D. Federico Jiménez Losantos, por contra, elogiaron la intervención del Sr. Aznar. A esta posición influye que la COPE es la principal competidora de la SER y que el Partido Popular, el partido del Sr. Aznar, es accionista de LIBERTAD DIGITAL.

30 Noviembre 2004

Maestro de insidias

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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De los varios caminos que tenía, Aznar eligió el de la insidia. No sólo no asumió responsabilidad alguna en lo ocurrido, ni pidió excusas por los errores de su Gobierno en relación al 11-M, sino que extendió la sospecha hacia los demás en términos que nadie hasta ahora había osado. En respuesta a una pregunta del diputado Olabarría, del PNV, el ex presidente aclaró que él no ha hablado nunca de teoría conspirativa. No la llamó así, como es lógico, pero toda su intervención se centró en exponer la infundada suposición de que detrás de los autores materiales había un diseño que buscaba no sólo causar víctimas, sino provocar un vuelco electoral; el cerebro de la trama, el autor intelectual, eligió la fecha adecuada, y, si las elecciones hubieran sido una semana antes, también los atentados se habrían adelantado. Incluso el atentado de Casablanca, en mayo de 2003, se hizo entonces porque había pronto elecciones autonómicas y municipales, según Aznar.

No dijo quién era ese cerebro en la sombra que habría teledirigido el atentado, pero sí que la conspiración siguió los días posteriores al de los terribles sucesos para «fabricar la mentira» de que el Gobierno ocultaba información, y que en esa conspiración participaron partidos de la oposición y medios de comunicación, en una paranoica explicación de por qué el PP perdió las elecciones. Mezcló la denuncia de noticias que se revelaron erróneas con rumores o declaraciones de particulares, como si todo ello obedeciera a una planificación deliberada. Eso sí, ningún reconocimiento de errores propios por mucho que la única información radicalmente falsa resultara ser a la postre la que el Gobierno manejó con pertinacia, imprudencia y hasta desvergüenza durante tres días.

Y siempre dando por supuesta la mala fe. No era él, sino ellos, los otros, quienes en las horas cruciales que siguieron a la matanza actuaron pensando en cómo obtener beneficio electoral de lo ocurrido. No dio nombres, pero los que planificaron todo el asunto están cerca, no en «lejanas montañas o desiertos», advirtió. No aclaró, sin embargo, si las mentes que prepararon los atentados buscando un vuelco electoral calcularon también la torpeza con que se iba a comportar el Gobierno para que esos efectos se tradujeran en un castigo al PP en las urnas.

Aznar explicó por qué era verosímil la hipótesis inicial de la autoría de ETA en la mañana del día 11. Sin embargo, el problema radica en que se empecinó en mantenerla como prioritaria cuando ya no lo era para los investigadores, según ha quedado establecido en anteriores comparecencias, e incluso se deriva de sus propias palabras. Como señaló el comisionado de CiU, hubo diligencia para afirmar, incluso en la ONU y a través de las embajadas, que había sido ETA «sin ninguna duda», pero nadie se preocupó de aclarar luego que eso ya no era así.

Es cierto que resulta más fácil juzgar las cosas a posteriori que en medio de la conmoción de aquellos días. Pero entonces, ¿a qué viene la afirmación de que todavía no está descartada la participación de ETA, cuando los servicios de seguridad, españoles y extranjeros, coinciden en que no hay indicio alguno en tal sentido? Cualquier posibilidad debe ser investigada, pero la insistencia en esa hipótesis sólo puede explicarse como deseo de exonerar al ex presidente Aznar y a su Gobierno de las groseras manipulaciones en que incurrieron.

El papel de los medios de comunicación

Particularmente insidiosa -aunque bastante chusca, si bien se mira- fue la atribución de un papel conspirativo a los medios (con repetidas falsedades atribuidas a la cadena SER), o la desfiguración del contenido de sus llamadas a directores de periódicos. El crédito que dieron al entonces presidente del Gobierno y del que éste se sirvió, hasta el punto de modificar en el caso de EL PAÍS la portada de la edición especial que salió el mismo 11 de marzo, pretende ser convertido ahora por Aznar en argumento en contra; lo mismo cabe decir de los políticos y Gobiernos extranjeros que tras hablar con él apoyaron la versión de la autoría de ETA, tuvieran o no dudas al respecto.

Por supuesto que los culpables de los atentados son quienes los cometen, pero haría bien el ex presidente del Gobierno en repasar sus declaraciones y comportamientos cuando era jefe de la oposición. ¿Cómo cabe interpretar que, apenas un día después de acudir, en febrero de 1996, a la multitudinaria manifestación en recuerdo del asesinado Tomás y Valiente, el entonces candidato del PP dijera que aquella concentración tuvo que celebrarse porque «la lucha contra el terrorismo va muy mal»?

También dijo varias veces Aznar que nunca ha negado legitimidad al Gobierno salido de las urnas. Es cierto que tras las elecciones ya admitió que los ciudadanos votan a quien quieren y que no había que cuestionar los resultados. Pero luego no ha dejado de presentar el cambio producido como efecto de la interferencia terrorista, a la cual presenta como fruto de una conspiración, sin la más mínima autocrítica sobre su lamentable gestión de la crisis.

Por supuesto que los hechos influyeron en las elecciones; lo preocupante habría sido que el mayor atentado de la historia de España, con 191 muertos y 1.500 heridos, no hubiera golpeado el ánimo de los votantes. Por de pronto, influyó en un aumento de la participación, del 68% en 2000 a casi el 76% en marzo. Sería bien paradójico considerar menos legítimos los resultados por eso. Antes bien, la voluntad popular se vio reforzada por los acontecimientos.

¿Qué habría que hacer para que eventuales golpes terroristas no influyeran en próximas elecciones? Mayor Oreja ha insinuado la posibilidad de establecer un mecanismo para suspender los comicios en tales casos, y el portavoz oficioso de Aznar se preguntaba sobre la bondad de una medida así el mismo día de los últimos comicios generales. Esto sí sería poner en manos de los terroristas el derecho a decidir qué elecciones se celebran y cuándo.

El alegato final de Aznar en favor de la unidad de los demócratas contra el terrorismo y su defensa de la coherencia frente a la tentación de sacar réditos políticos de la lucha antiterrorista fue impecable. Pero entre el 11 y el 14 de marzo hizo todo lo contrario de lo que predica (ahí está su negativa a convocar a los demás partidos y al Pacto Antiterrorista y la decisión de que los delegados del Gobierno convocaran la manifestación). Y siguió haciéndolo ayer: a fin de cuentas, lo único que sonó a extraño fue el civilizado estrambote final.

En resumen, el ex presidente perdió la oportunidad de comportarse con la dignidad y el sentido del Estado que cabía exigirle. No reconoció sus errores, descargando siempre la culpa sobre los demás. Y si los ciudadanos esperaban alguna sugerencia -fruto de su experiencia como gobernante- para reforzar los mecanismos de lucha contra el terrorismo islamista, quedaron del todo frustrados. ¿Todavía se pregunta alguien por qué el PP perdió las elecciones generales? Basta con escuchar a José María Aznar para comprenderlo.

Aznar ha confirmado tres cosas realmente notables ante el órgano de la soberanía popular. Dos de ellas negativas: su absoluta irresponsabilidad política y su desprecio por las instituciones representativas. Y una positiva: el enorme acierto que significa que una persona dotada de tanta capacidad de división, insidia y rencor abandone voluntariamente la vida política. Pero ni siquiera su siembra venenosa aportó novedad alguna al guión preestablecido y, sobre todo, no aportó pruebas que sustentaran ninguna de ellas. Algunas son, además, insinuaciones calumniosas. Dirigidas a partidos políticos y a empresas privadas de medios de comunicación, indican el nulo sentido del Estado que tiene José María Aznar y su absoluta falta de escrúpulos a la hora de ocultar la verdad y de deformar los hechos.

30 Noviembre 2004

Algo más que una reivindicación personal

Federico Jiménez Losantos

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Aznar se ha quitado la espina que desde hace siete meses tenía atravesada en el gaznate del alma, algo que no le dejaba respirar y, a la vista de su demacrado aspecto filiforme, ni siquiera comer. Ayer estuvo mucho más calculador de lo que parecía, mucho menos improvisador de lo que dio a entender, mucho más astuto que sus contrincantes y, a fuerza de bofetadas y de mantener siempre la distancia con lo que parecía un enjambre de pesos mosca rodeando a un peso superpesado, logró algo más que una reivindicación personal, aunque también nada menos que eso: una reivindicación personal del mejor presidente de Gobierno en muchísimos años. Al menos en lo que a economía y política exterior se refiere, claves de cualquier Gobierno duradero en sus fines y benéfico en sus medios.
La clave del éxito de Aznar en la jornada parlamentaria de ayer está en algo que los socialistas, tradicionalmente reñidos con la verdad, no alcanzan a entender: que, en lo sustancial, el Gobierno no mintió el 11M, el 13M o el 14M. Ni entonces ni ahora. Aznar hizo, además, un excelente discurso-preámbulo que, con la eficaz participación de Eduardo Zaplana (reivindicado en su línea combatiente dentro de la Comisión del 11M) preparó una jornada de sabor agridulce pero de honda satisfacción para el PP y para sus diez millones de votos. Porque algo habrá subido desde aquellos 9.700.000 del 14-M. Si uno se acerca a la letra pequeña de la intervención de Aznar, se advierten auténticos boquetes políticos, así todo lo relativo a la Policía y la Guardia Civil de Asturias y no sólo de Asturias. Pero como la Oposición no se fijó en la letra sino en la música y su partitura es la de Don Jesús el del Bombo, el resultado fue catastrófico para la Izquierda en general y el PSOE en particular. Tampoco la SER se fue de vacío, no en balde Aznar supo ponerla en ridículo por sus errores, involuntarios o voluntarios, y la colocó en una situación de imposible defensa a propósito de ese premio Ondas que la SER se concedió a sí misma por la hazaña de aquellos días de mentiras golpistas e infame manipulación. Cebrián ha querido remachar tanto el clavo que, al final, se ha dado con el martillo en el dedo. El sectarismo tiene estos gajes. No merece menos.

Pero si Aznar ha estado contundente y listo, la Oposición ha estado tonta hasta decir basta. Simplemente con asumir las revelaciones de “El Mundo” y pedirle explicaciones a Aznar por ellas, lo hubieran puesto contra las cuerdas. Pero como viven instalados en la negación de la evidencia, en esa burbuja informativa del imperio prisaico que tanto daño empieza a hacerle a la izquierda, han perdido una ocasión irrepetible para desgastar de verdad al PP, al de ayer y al de hoy, al de Aznar y al de Rajoy. No se repetirá. Y es justo que así sea, aunque la justicia no siempre tenga que ver con la política. Siquiera para compensar la injusticia del 14M, la Derecha merecía el desquite de Aznar. Pero hay muchísimas cosas por averiguar. Vamos a ver si se convence Rajoy y el PP empieza a hacer algo más que aprovechar las investigaciones de Fernando Múgica, el auténtico guionista invisible e involuntario de la gran reivindicación de Aznar. Pero no sólo de Aznar. También de un tal Orwell, que se cayó del guindo totalitario en nuestra Guerra Civil y que desde entonces es el símbolo de la lucha contra la mentira en la política. O sea, contra esta Izquierda sempiternamente manipuladora y embustera que no ha cambiado mucho en setenta años, de Munzenberg a Cebrián.

30 Noviembre 2004

Toda la verdad

Soledad Gallego Díaz

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Que se investigue. Que se investigue por qué el ex presidente del Gobierno no cree en los resultados de la investigación realizada por el Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil y el CNI respecto a los atentados del 11-M. Que se sepa toda la verdad. Que se sepa por qué el ex presidente del Gobierno no considera suficientes los ocho meses de investigación ni concede crédito a los 30 responsables del Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil y el CNI que han acudido a la comisión parlamentaria para afirmar, todos ellos, que los autores del 11-M son terroristas islamistas y que no existe ninguna prueba ni indicio de que fueran otros quienes idearon, prepararon y realizaron los atentados.

Que se sepa por qué el ex presidente del Gobierno cree que los terroristas islamistas estuvieron dispuestos a colocar bombas en trenes suburbanos y a matar a centenares de ciudadanos normales y corrientes para evitar que el PP volviera a ganar las elecciones y para lograr que el partido socialista llegara al poder. Aznar está seguro de que el atentado se preparó antes de la participación de España en la guerra de Irak y mantiene sin desmayo que a los terroristas islamistas les importa muy poco que las tropas españolas hayan salido de aquel país. Es decir, que les da igual que gobierne el PP o el PSOE (como demuestra, afirmó, que hayan seguido preparando nuevos atentados).

Y si es así, ¿por qué se empeña Aznar en decir que el atentado buscaba un vuelco electoral?, ¿Qué más le daba a Allekema Lamari Aznar que Zapatero, el PP que el PSOE? ¿Será por eso, porque sabe que a los terroristas islamistas les da verdaderamente igual Bush que Kerry, Aznar que Zapatero, Schröder que Menkel, Chirac que Hollande, por lo que se empeña en alentar en los ciudadanos la sombra de ETA?

Si así fuera, si Aznar supiera que 30 responsables de la Policía, la Guardia Civil y los servicios de inteligencia están seguros de que los atentados del 11-M fueron ideados, preparados y realizados exclusivamente por terroristas islamistas, si supiera que los autores de aquellos terribles atentados eligieron esa fecha porque buscaban el mayor impacto posible pero que les daba igual el PP que el PSOE, si Aznar supiera que el atentado se hubiera producido igual estando el PSOE en el Gobierno y el PP en la oposición, si supiera todo eso y aun así siguiera extendiendo entre los ciudadanos en general y entre sus seguidores en particular la sombra de la duda y la confusión, sería terrible.

Terrible que ser presidente del Gobierno durante ocho años, dirigir un país, disfrutar de la confianza de la mayoría de los ciudadanos, no haya servido para nada. Que ocupar la presidencia del Gobierno sea algo banal, que no cree un vínculo de responsabilidad especial con sus conciudadanos. Terrible que por encima de todo, contra viento y marea, por encima de cualquier obligación y responsabilidad, José María Aznar, el ex presidente del Gobierno, prefiriera componer su figura, fruncir el ceño y cuadrar los hombros, sintiéndose encantado de su capacidad para revolverse ante los ataques.

Da igual que sus interrogadores fueran completamente o parcialmente inútiles (esa manía de pronunciar parlamentos de media hora), da igual quiénes fueran quienes le preguntaban. El ex presidente del Gobierno no comparecía sólo ante ellos. Comparecía ante los ciudadanos. Ante los millones de ciudadanos que sufrieron aquellos días de marzo con el dolor de las víctimas y de sus allegados. Ante millones de ciudadanos que se merecen todo el respeto. De todo el mundo.

30 Noviembre 2004

Demoledor

Ignacio Villa

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La presencia de José María Aznar en la Comisión de Investigación del 11 de marzo se resume con un calificativo: demoledor. El que fuera durante ocho años presidente del Gobierno ha sacado lo mejor de sus formas y de sus maneras políticas. Aznar ha centrado su intervención en tres puntos: el Gobierno no mintió, no hubo imprevisión ante los atentados y hay que investigar hasta el final.

Aznar ha preparado de forma pormenorizada su intervención. Ha sido clara y exhaustiva; contundente y consistente. El ex presidente, con sus palabras, ha desmontado por encima de todo una acusación: la de que el Gobierno del PP mintió y utilizó de forma partidista aquellos atentados. Las cosas se pudieron hacer mejor o peor, los atentados se gestionaron con más o menos acierto; pero el que era entonces presidente del Gobierno actuó con rectitud, con sentido de Estado y con atención prioritaria para las víctimas.

Aznar ha dejado en la Comisión -como ya hicieron Acebes o Astarloa- el sello de la sinceridad y de la claridad. Quizá por ello los portavoces de los distintos grupos que han intentado acorralar al anterior jefe del Ejecutivo han quedado en el más absoluto de los ridículos. Aznar, con la verdad en la mano, ha dejado en el camino a todos aquellos que han intentado poner encima de la mesa todas las artimañas que desde la oposición se alimentó durante aquellos días de marzo.

Pero de todo lo dicho por Aznar llama la atención una acusación nítida. El PSOE, en clara deslealtad, y el Grupo PRISA, como una maquinaria de mentir, son los culpables directos de la confusión de aquellos días. Aznar ha sido muy claro cuando se ha referido a esta cuestión. No en vano, los acusados se han movido asustados en la silla. Después de escuchar a Aznar nos queda una cosa clara a todos los españoles. En aquellos días -días muy tristes- de marzo, la mentira no estuvo en el Palacio de la Moncloa. La dirección de la mentira, de la maquinación y de la manipulación estaba en otros puntos de Madrid.

De esas direcciones sabe mucho el actual presidente del Gobierno, y no hay que olvidar que Zapatero estará en el Congreso el 13 de diciembre. Pero por el momento nos quedamos con un Aznar demoledor que ha respondido a las expectativas y que deja las cosas en su sitio.

30 Noviembre 2004

De qué nos amenaza

Miguel Ángel Aguilar

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Se comprueba una vez más aquello de que no hay venenos, hay dosis. Y desde luego, la dosis con la que se nos administró la comparecencia de ayer de José María Aznar ante la Comisión Parlamentaria de Investigación en torno al 11-M a partir de las 9.00, todavía abierta cuando se escriben estas líneas ya bien avanzada la tarde, fueron venenosas. Por eso, a simple vista podían apreciarse los estragos causados tanto en los comisionados como en los periodistas.

El compareciente Aznar acabó encajando la pérdida de distancia, se adaptó a un sistema de preguntas que permite la réplica y la insistencia pero se enrocó en la práctica del método Olledorf. Es decir, el que proclama «pregunte usted lo que quiera que yo contestaré lo que me dé la gana». Para esa práctica del ocultamiento verboso de la verdad, para entregarse al sistema de avanzar por el camino de la precisión hasta lograr la plena confusión, para salirse por peteneras, para el despliegue de la táctica del calmar, del bote de humo arrojado en el momento más desorientador, el señor Aznar tuvo la interminable y delicada colaboración del presidente de la Comisión, diputado de Coalición Canaria Paulino Rivero. Argumentaba Rivero que la presidencia nunca había puesto cortapisas, pero precisamente ponerlas para evitar que el compareciente se fuera por cerros de Úbeda hubiera sido su primer deber.

Porque cualquier paciente observador que asistiera a la sesión parlamentaria de ayer pudo comprender con facilidad que las tareas de los comisionados tiendan a ser interminables. Sobre todo si los comparecientes, como sucedió con el de ayer, rehúyen la respuesta a las cuestiones que se les plantean y se enredan en cualquier clase de consideraciones innecesarias aderezadas de insinuaciones amedrentadoras. Pues que refiera cuanto antes lo que sepa porque, parafraseando al feligrés vasco en réplica al predicador entusiasmado con la descripción de los tormentos que esperaban a los condenados cabría decirle al compareciente: «Señor Aznar, si hay que ir al infierno se va, pero no nos acojone».

El caso es que Aznar acudió provisto de algunas estadísticas y de penosas maldades pero se aferró siempre que lo consideró necesario a la tenaz negación de la evidencia. El compareciente, en momento alguno fue capaz de reconocer errores en la gestión de su Gobierno, ni en los ocho años de las dos últimas legislaturas, ni en los cuatro días contados desde que volaron los trenes del 11-M. Tampoco fue posible que Aznar aceptara fallo alguno en la gestión de la información. Ni supo explicar por qué no reunió al Gabinete de Crisis, expediente al que se acudió otras veces como cuando la hazaña de Perejil o en aquel momento cumbre del ministro de la Presidencia Francisco Álvarez Cascos, encerrado en el búnker de la Moncloa para salvarnos de cualquier imprevisto a cuenta del peligroso cambio de milenio.

De nada valieron todas las cuestiones planteadas durante horas para averiguar por qué Aznar rehusó convocar el Pacto Antiterrorista, siendo así que al menos durante las primeras 72 horas creía en ETA como autora de los atentados. Quedamos también pendientes de saber por qué el Gobierno se abstuvo de solicitar la reunión de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados, por qué, en definitiva, en lugar de compartir la información y buscar la unidad de las fuerzas políticas, en unas circunstancias límite, optó por encerrarse en el solipsismo, atribuyó autorías sin base, logró intoxicar a los medios de comunicación, lanzó su comparecencia institucional a las 14.30 del jueves, convocó las manifestaciones del viernes y determinó del mismo modo unilateral el lema que habría de encabezarlas.

Pero la cuestión clave a esclarecer es de qué nos amenaza el señor Aznar y por qué insiste en que se investigue dando a entender tramposamente que ahora se rehúsa investigar por las actuales autoridades gubernamentales, siendo así que las que estuvieron in albis fueron las anteriores, las de los Gobiernos de Aznar. Sorprende que quien junto con su partido vetó toda clase de comisiones de investigación o dio carpetazo precipitado a las que aceptó de mala gana en la primera legislatura, como la de Gescartera, quiera presentar a los demás grupos como obstruccionistas de la verdad. Y por qué se olvida de su reacción culpabilizando al Gobierno de González cuando el asesinato del ex presidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente.

30 Noviembre 2004

Delirantes obsesivos

Eduardo Haro Tecglen

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Fue interesante ver a Aznar en la comisión. Por lo menos, un rato. Es un buen parlamentario, y un audaz dialéctico. Eso no quiere decir que tenga razón ni que diga lo que sepa: se refiere a su capacidad para mantenerse en unos puntos fijos, y morder a quien lo dude, a quien le interroga. Si hubo una conspiración de Estado, que yo no lo sé pero era el tema a demostrar, él acusa de conspiración a un grupo amplio que va desde el terrorismo islámico hasta este mismo periódico y los que escribimos en él. Pasando por la oposición socialista. ¿Cómo podíamos conspirar con el terrorismo islámico? Porque «todos los terrorismos son iguales», y el objetivo de este golpe era desmontarle a él, como queríamos «todos nosotros». Si otros decimos que no hay dos terrorismos iguales, que cada uno obedece a una situación, una economía y una política diferentes, es que somos mala gente. Él no presionó a ningún periódico, y si éste sacó una edición culpando a ETA, fue por su gusto, porque la realidad es que desde que él llamó hasta que salió la edición no hubo tiempo material: ya estaba hecha. Y si este periódico cambió de opinión después, no fue porque supiese nada, sino para hundirle a él. Y «no hay manifestaciones espontáneas»: la que se reunió la víspera electoral estaba organizada. No dijo mentiras nunca: las mentiras son las nuestras, y perdón por incluirme en esa masa de «delirantes obsesivos» (dice él), lo hago por solidaridad con los acusados.

Todo tiene mucho interés. Es una representación de un españolismo inalterable y llamado a desaparecer, como desapareció él y sus clones Acebes y Zaplana (¡qué miradas de amor le dirigían!) en la elección, y se aparecen ahora. No digo «españolismo» como podría decirlo un autonomista, un nacionalista, sino como español limpio de obsesiones, aunque me queden algunas heridas causadas por los «nacionales», sino con el susto de pensar que pueden volver, como pedía la dama oscura de Madrid, rompiendo esta legislatura. Aparte de sus raras profecías sobre un pasado que fue de otra manera, las que hacen sobre el futuro no se van a cumplir. Lo que se dijo en la comisión no guarda relación ni proporción de lo que hace este Gobierno en lugar del suyo.

30 Noviembre 2006

Circo Máximo

Jaime Campmany

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Me levanto en este momento -ocho de la noche- después de once horas de permanecer ante la pantalla del televisor, y como en mis años de juventud sosteniendo la paciencia y el cansancio a fuerza de cafés. Y confieso a los lectores que acabo de asistir a un espectáculo de ferocidad dialéctica y de miserabilidad política. La única metáfora que se me ocurre para dar una idea gráfica y breve de la comparecencia de José María Aznar en la Comisión parlamentaria de Investigación del 11 de marzo es comparar lo que allí ha sucedido con una tarde romana en el Circo Máximo, cuando un cristiano era echado a las fieras.

Bien es verdad que en este caso ha sido el cristiano quien ha devorado a los leones, a los tigres y a alguna que otra hiena. En el debate -combate- parlamentario siempre hay alguien que queda mejor que el oponente, pero eso no es lo más importante de la confrontación política de los contendientes polémicos. Hay algo mucho más importante.

En este caso, lo verdaderamente importante es que se levanta uno del sillón ante el televisor después de las once horas de escuchar a los representantes de todos los grupos políticos de la Cámara con la decepcionante impresión de que la investigación de aquella Comisión, después de meses de trabajo (que quizá se prolonguen días, semanas o más meses) terminará por mantener la confusión acerca de las verdaderas responsabilidades políticas y de otro tipo que hoy rodean aquella terrible masacre.

Los partidos que integran la coalición gubernamental, además de otros grupos que se suman a ella, siguen empeñados en acusar al Gobierno de Aznar de la culpabilidad de los atentados del 11-M. Los acontecimientos aconsejan ahora suavizar las referencias a la guerra de Iraq. Incluso hemos escuchado a Álvaro Cuesta, portavoz socialista, hacer un elogio encendido de la grandeza de George W. Bush como estadista. Algunas señorías reían sonoramente, otras señorías abrían la boca en gesto de asombro y Aznar, que es un orador de escasas bromas, ironizaba acerca de la publicidad inmediata que se dará al elogio para ayudar a templar unas gaitas que los socialistas dejaron casi despedazadas.

Está claro que los comisionados socialistas y sus compañeros de coalición, tras abandonar la investigación de la «autoría intelectual» de los atentados en manos del juez (de los autores intelectuales «mejor no hay que hablar»), se agarran ahora a la tesis de la imprevisión del Gobierno respecto de las amenazas del terror islamista y su empeño en mentir durante las horas siguientes a los atentados. La guerra de Iraq, la amistad de Aznar con Bush, el «triángulo» de las Azores, antes, y ahora la imprevisión, la descoordinación de la Fuerzas de Seguridad, las supuestas mentiras a los «ciudadanos y ciudadanas», son obsesiones utilizadas para apartar de la investigación el acoso a las sedes del PP, los insultos a sus líderes, las pancartas, las manifestaciones «espontáneas» y la grave ruptura de la «jornada de reflexión». Y para esconder que los «inventores» de la masacre perseguían, al sembrar el terror, un vuelco electoral en las elecciones del 14, tres días después de la masacre.

30 Noviembre 2004

Ganó Aznar

Luis María Anson

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Sereno, tranquilo, moderado, seguro, consecuente, Aznar ganó ayer ante la opinión pública el pulso que algunos partidos políticos le echaron en la Comisión del 11-M. No hay que extrañarse del éxito del ex presidente porque, además de experiencia para el debate parlamentario, tiene la razón y eso lo sabe cada vez más gente en España.

La salvajada del 11-M fue inicialmente atribuida a ETA por todo el mundo. Pero ya a las dos horas del atentado, expertos cercanos a Rafael Vera insinuaron que el autor de la matanza era Al Qaeda. El think tank del PSOE, con el hombre más lúcido del partido a la cabeza, reaccionó como una pantera de Java para establecer el siguiente silogismo: Al Qaeda ha atentado en España por nuestra participación en la guerra de Iraq; Aznar nos metió en esa guerra, luego Aznar es el culpable de la hemorragia de cerca de doscientos muertos.

La correa de transmisión elegida para informar y condicionar a la opinión pública fue el Grupo PRISA, que actuó con extraordinaria eficacia. La intoxicación y la manipulación alcanzaron cotas de tal calibre que en unas horas se llevó al ánimo de la opinión pública no la autoría del atentado sino la culpabilidad de Aznar, que es lo que podía influir en las elecciones del 14-M. El paradigma del alud intoxicador fue lanzar la especie de que había terroristas suicidas, seguido de historias de furgonetas, vídeos, insidias sobre retraso de elecciones, incluso sobre preparación de un golpe de Estado. Había que calentar a la gente contra Aznar y se la calentó.

El silogismo sobre el que se artículo la victoria electoral era falso, eso quedó claro semanas después, cuando se demostró que no había relación entre la presencia de tropas españolas en Iraq (amparadas, por cierto, por decisión unánime del Consejo de Seguridad de la ONU) y el atentado, porque los terroristas islámicas tenían preparada una matanza similar en el Metro de París, a pesar de que Francia estuvo siempre contra la guerra iraquí. Zapatero ganó las elecciones, como ha escrito el ‘Wall Street Journal’ por accidente, gracias a la sabia manipulación informativa y a la intoxicación sobre una gran mentira, todo ello unido a la incapacidad para la respuesta mediática del entorno de Aznar que, en ocho años, no supo articular o estimular o propiciar un grupo capaz de competir con PRISA.

Tras el éxito ayer del hombre tranquilo, del ex presidente del Gobierno que estuvo esclarecedor y convincente, siguen en pie la siguientes presuntas:

¿Participó ETA en el atentado y, si es así, qué grado de participación tuvo?

¿El autor intelectual de la matanza eligió el 11-M con el propósito de condicionar el resultado electoral y terminar con la influencia de Aznar y su partido en determinadas áreas de la política internacional?

¿Qué tenebrosos servicios secretos de ciertas naciones tuvieron relación con el atentado?

¿Algún personaje de algún grupo político español tuvo información de lo que iba a ocurrir y, en lugar de transmitirla a las Fuerzas de Seguridad, esperó a que se produjera el atentado para saltar a la yugular del PP y sus líderes?

Lujs María Anson

30 Noviembre 2004

Nunca hubo una tercera llamada

Antonio Franco Estadella

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Aznar habló mucho en realidad no aportó nada nuevo. La opinión pública ya conocía antes de su intervención todo lo esencial del 11-M.

En la comparecencia volvieron a salir sus llamadas a los directores de los medios de comunicación. La primera para atribuir a ETA el atentado (ahora sabemos que cuando la hizo no tenía – porque no podía tenerla, porque no había sido ETA – la menor prueba de ello). La segunda llamada, más tarde, para ratificarlo cuando la policía ya trabajaba sobre los indicios del terrorismo islamista.

Vale la pena subrayar que no hubo tercera llamada. Cuando se confirmó quiénes eran los autores y que no se trataba de ETA, Aznar no telefoneó a los medios. Y no ceo que pensase que eso no nos interesaría.

Antonio Franco Estadella

El Análisis

EL DERECHO AL DESQUITE

JF Lamata

Tras ocho años de Gobierno, con grandes éxitos y grandes errores, D. José María Aznar fue desalojado del poder como si fuera un perro, asesino y mentiroso. Tampoco es que D. Felipe González y D. Adolfo Suárez fueran despedidos con grandez abrazos (ni tampoco el Sr. Rodríguez Zapatero). Pero el Sr. Aznar que ni por asomo pudo esperar que tendría tan deplorable final político tuvo un derecho: el del desquite, su citación en la comisión del 11-M se convirtió en una oportunidad para tener un desquite ante toda España y lo tuvo, emitido por televisión, además. Sus enemigos le seguirían odiando, pero al menos tuvo la ocasión de reivindicarse ante los suyos.

J. F. Lamata