12 septiembre 2007

El político había perdido el pulso interno frente al sector encabezado por Joseba Eguibar

Josu Jon Imaz, dimite como presidente del PNV enfrentado con Ibarretxe y sus socios y abandona la política: le reemplaza Iñigo Urkullu

Hechos

El 12 de septiembre de 2007 el presidente del EBB del PNV, D. Josu Jon Imaz, anunció en una carta mandada a los medios de comunicación vascos, su retirada política.

Lecturas

D. Íñigo Urkullu ha sido elegido nuevo presidente del EBB del PNV sin que se presentara ningún candidato alternativo.

24 Agosto 2007

Coalición contra Imaz

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

Leer

El presidente del PNV, Josu Jon Imaz, alertó hace un mes sobre los riesgos de la consulta soberanista recuperada poco antes por el lehendakari Ibarretxe. Frente a los argumentos de Imaz ha ido forjándose una coalición de hecho entre el sector soberanista del PNV, encabezado por Egibar, y los socios minoritarios de Ibarretxe en el tripartito que preside, EA y Ezker Batua (EB-IU). El lehendakari, halagado por esos socios, se ha abstenido de cualquier gesto en defensa del presidente de su partido, cuyo portavoz, Iñigo Urkullu, ha llegado a emplazar a EA y EB a abandonar el Gobierno «si tan a disgusto se sienten».

Imaz advertía del riesgo de que ETA utilizara la consulta como pretexto para justificar sobre nuevas bases su recurso a la violencia. Por ejemplo, alegando que no se respetaba la voluntad vasca si, tras su celebración, no hubiera acuerdo político con el Gobierno central. Imaz opinaba también que una consulta de ese tipo sólo tendría sentido para ratificar un acuerdo entre partidos, y no como alternativa al desacuerdo, con el efecto de trasladar la división a la población. Y sugería la necesidad de que tal acuerdo no fuera sólo entre nacionalistas, sino transversal.

Para Egibar, la consulta soberanista, lejos de ser un incentivo para ETA, traería «el desbloqueo del conflicto»; y el planteamiento de «primero la paz y luego la política» le parece «perverso». Detrás de él han ido los miembros del Gobierno vasco Joseba Azkárraga (de EA) y Javier Madrazo (de EB). El primero expresó su rechazo a la idea de transversalidad porque «desvirtúa» el ideario nacionalista; y Madrazo, que siempre se las arregla para identificar los intereses de Euskadi con lo que en cada momento le conviene, considera que la transversalidad ya se da en el tripartito (por su presencia), y que iniciativas como la de la consulta «van contra la línea de flotación de la estrategia de ETA».

El conflicto potencial entre partido y Gobierno se ha cruzado con el debate interno en el PNV, en periodo congresual. A su dirección le ha irritado lo que considera intromisión «desleal» en sus asuntos de quienes comparten responsabilidades con ellos. Especialmente en el caso de EA, que también está dividido en los temas planteados por Imaz. Sin embargo, seguramente aciertan esos socios cuando sostienen que no hay riesgo de ruptura del tripartito porque «no hay alternativa». No la hay en este momento porque, aunque la dirección del PNV decidiera cambiar de aliados y pactar con los socialistas, como en tiempos de Ardanza, no es seguro que los parlamentarios seguidores de Egibar (e incluso Ibarretxe) fueran a respaldar la nueva mayoría. Lo que si bien hace improbable la ruptura, revela a la vez la dimensión del conflicto latente.

13 Septiembre 2007

Revienta otra de las pompas de jabón de Zapatero

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

El combate interno en el PNV se cobró ayer su gran víctima: el presidente del partido. Josu Jon Imaz, que había apostado con fuerza por la moderación del nacionalismo vasco, arroja la toalla frente a los sectores más radicales, renuncia a la reelección en la próxima Asamblea y abandona la política para regresar a su actividad profesional. Imaz anunció su retirada después de que la Ejecutiva del PNV aprobara la ponencia política para la Asamblea de diciembre. Aunque supuestamente el texto es fruto del consenso entre los sectores moderado y radical, en realidad parece redactado por Ibarretxe y Egibar. Concretamente, exige «el reconocimiento de la existencia del Pueblo Vasco como sujeto político y el derecho a la libre determinación del mismo» y señala que debe ofrecerse a la sociedad vasca el «derecho a decidir» a través de una «consulta popular».

El presidente del partido se había mostrado públicamente en contra de la convocatoria de esta consulta y ha dado a conocer su renuncia en una carta titulada Apostar por el futuro. En ella, Imaz explica claramente que se va ante la imposibilidad de «llevar a cabo la modernización» del nacionalismo vasco en un contexto de división y asegura que «conceptos como estado-nación, soberanía o independencia adquieren hoy tintes diferentes de lo que en el pasado representaban». No cabe duda de que el líder del PNV ha dado una lección de coherencia, y seguramente quiere llamar la atención sobre la progresiva radicalización del nacionalismo vasco. La repercusión de la marcha de Imaz no se agota en el ámbito interno del PNV, sino que tiene una lectura en clave de política nacional.

Siempre hemos dicho en estas páginas que Zapatero no es ni un «malvado» ni un «traidor», pero sí un iluso en sus relaciones peligrosas con los nacionalistas. El presidente ha basado su actuación política en muchos castillos en el aire y demasiadas ensoñaciones… pompas de jabón, en suma. La más trascendente es sin duda la que le llevó a creer que se daban las circunstancias para que ETA abandonara las armas. Pero también creyó que los nacionalistas catalanes serían capaces de pactar en su Parlamento una reforma del Estatuto que él pudiera aprobar, que ERC se moderaría al formar parte del Gobierno catalán o que su acuerdo en La Moncloa con Artur Mas sería capaz de alumbrar un texto acorde con la Constitución y un gran acuerdo con CiU en Cataluña y en Madrid.

Nada de esto ha sucedido. Todos sus sueños se han estrellado contra la realidad. Y el caso de Imaz es, de momento, la última pompa de jabón que se le escapa de entre las manos. El presidente no acaba de caer en la cuenta de que las cesiones a los nacionalistas no fortalecen el ala moderada y sensata de esos partidos, sino precisamente a los sectores más radicales, a quienes la debilidad de palabra y obra les estimula para pedir cada día más.

13 Septiembre 2007

Imaz se va, el dilema del PNV continúa

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

Leer

La batalla no era ningún simulacro: Josu Jon Imaz, el presidente del PNV, empeñado desde su elección, hace cuatro años, en el aggiornamento político e ideológico de su partido, anunció ayer por escrito que no será candidato a la reelección en la Asamblea que tendrá lugar este otoño. Es una derrota frente a las resistencias tradicionalistas encarnadas en su antagonista, Joseba Egibar, reforzado últimamente por el lehendakari Ibarretxe, dispuesto a que se hunda el mundo, o al menos la convivencia entre los vascos, con tal de que pueda él convocar su consulta soberanista. Pero tal vez esa retirada sea también el aldabonazo necesario para que el PNV se decida de una vez a elegir entre la unidad en la confusión y la claridad política.

En torno a la consulta de Ibarretxe se ha condensado este verano el conflicto latente en el PNV desde hace decenios. Al menos desde 1930, cuando se reunificaron las dos ramas del partido sobre la endeble base de juntar en un mismo documento la ideología fundacional de Sabino Arana, teocrática y antiespañola, y la política gradualista, autonomista, demócrata cristiana, que acabaría encarnando la generación de Aguirre, Irujo, Ajuriaguerra y Landaburu, basada en el reconocimiento de la pluralidad vasca. Estos cuatro políticos son los únicos que cita Imaz en su escrito, lo cual es un claro mensaje sobre sus motivaciones: la existencia de «diferentes sentimientos de pertenencia» es incompatible con planteamientos de imposición de una mayoría nacionalista.

Su defensa del acuerdo transversal chocaba con el unilateralismo de la propuesta de Ibarretxe. Imaz advirtió públicamente al lehendakari de los riesgos de su consulta ilegal: suscitar un enfrentamiento sin salida con el Estado, trasladar a la población la división entre los partidos y dar un pretexto a ETA. El empecinamiento del lehendakari, un político con gran ascendiente sobre la militancia, hacía improbable un acuerdo unánime de puesta al día del ideario nacionalista.

El pasado lunes, el Consejo Nacional del PNV (su Ejecutiva) aprobó por unanimidad una ponencia para la Asamblea próxima que viene a ser una acumulación de materiales tomados del plan Ibarretxe, por un lado, y de la declaración sobre pacificación y normalización, inspirada por Imaz, aprobada en octubre de 2005, por otro. El resultado mantiene el discurso (netamente ideológico) de Lizarra sobre el «derecho a decidir» como vía para la pacificación y normalización, aunque condiciona la consulta a un acuerdo multilateral previo; rebaja la condición clarísima de ausencia de violencia (desaparición de la amenaza de ETA) a la más interpretable de «respeto a los derechos humanos y libertades democráticas»; y mantiene la posibilidad de consulta unilateral ilegal (sin efectos jurídicos) como forma de desbloquear un eventual desacuerdo con Madrid.

O sea, un híbrido que evita la ruptura organizativa pero no la confusión política. Con Imaz se van muchas cosas: una idea sobre el futuro del nacionalismo compatible con la progresiva desaparición de las fronteras, una voluntad de encaje del País Vasco en España a través del consenso y no del enfrentamiento, y una firmeza frente a ETA y sus voceros inhabitual en su partido. Tiempo habrá de comprobar si su marcha duele más en Euskadi o en el resto de España. Lo seguro es que es una grave pérdida para la política de este país. Imaz no quiere ser responsable de una escisión, pero desiste de dirigir un partido que no sabe si es autonomista (es decir, respetuoso con la pluralidad de la sociedad vasca) o soberanista.

19 Noviembre 2007

PNV, anatomía de una crisis

Ramón Jáuregui

Leer

Ibarretxe ha resuelto la crisis interna del PNV empujando su péndulo patriótico hacia las tesis de Lizarra y del Estado Libre Asociado. Su pretensión de negociar la autodeterminación hoy y la territorialidad mañana, a través de sendas consultas y referendos en 2008 y 2010, representa una formulación aún más acabada y extrema que el proyecto de reforma del Estatuto rechazado por las Cortes en febrero de 2005. Como es sabido, esto ha arrastrado a Imaz a su retirada política personal para evitar una ruptura de su partido.

¿Por qué ha perdido Imaz con el discurso de renovación del nacionalismo al siglo XXI, de pacto autonomista y de construcción plural de Euskadi? ¿Qué y quiénes están llevando al PNV a la senda de la nación étnica, hecha por y para los nacionalistas, en el horizonte de la independencia y pendiente in aetérnum de una imposible integración territorial con Navarra e Iparralde?

Interesa, y mucho, conocer las razones de un giro tan preocupante como arriesgado del nacionalismo democrático vasco, y se me ocurren tres importantes:

1. La decepción estatutaria. He escuchado miles de veces a mis interlocutores nacionalistas quejarse del desarrollo del Estatuto de Gernika. Desde la LOAPA a las Leyes de Bases, desde las materias todavía no transferidas a las limitaciones del «café para todos». Siempre he pensado que, más allá de razones puntuales para esas quejas, el argumento es bastante oportunista y se esgrime para justificar una agenda reivindicativa que el nacionalismo, de manera consustancial a su ideario, necesita mantener en permanente agitación. La importancia y la entidad del autogobierno vasco es incuestionable, cualquiera que sea el plano en el que se le mida: respecto al pasado, respecto a otras autonomías, respecto a los modelos federales o confederales más avanzados. Y si se le añaden las inconfesables ventajas del sistema económico que disfrutamos, los motivos para la queja son más bien retóricos, o en todo caso menores. Con todo, con razón o sin ella, es lo cierto que el PNV, prácticamente desde que llegó Ibarretxe, ha abandonado la negociación estatutaria y se han concentrado en la búsqueda de un nuevo modelo de relación con España, mucho más parecido a la confederación que al modelo autonómico de nuestra Constitución.

2. La asunción de la autodeterminación. A pesar de que la autodeterminación no ha sido un postulado teórico ni ideológico del PNV -fue expresamente rechazado por sus representantes en el periodo constituyente y preautonómico-, el Partido Nacionalista incorpora esta idea a su doctrina a mediados de los años noventa y la implementa en el Pacto de Estella. En 1990 se produjo una sonora votación en el Parlamento Vasco en la que el PNV, empujado por EA, se sumó a la reivindicación de este supuesto derecho, junto a Euskadiko Ezkerra, aunque lo hiciera aludiendo a su consideración «meramente doctrinal» e interpretándolo como un «ejercicio democrático dinámico» y no centrado en una consulta. Lo cierto es que quince años más tarde, el PNV ha entrado de lleno en esa interpretación casi descolonizadora con que se argumenta el derecho y su ejercicio, en gran parte por el fuerte impacto de emulación que ha provocado en todos los nacionalismos sin Estado, la emergencia como naciones plenas y soberanas de casi quince nuevos Estados en el continenteeuropeo desde la caída del Muro. Es más, cabe decir que se han sumado a esta interpretación todos los partidos nacionalistas, incluida IU del País Vasco, aunque lo hagan bajo el eufemismo del «derecho a decidir». Es esto tan evidente, que ETA se ha visto suplantada en esta reivindicación y necesita aferrarse a la unidad territorial (otro eufemismo que en este caso expresa la integración de Navarra en Euskadi) como última bandera que la diferencia del elenco nacionalista.

El PNV decidió ya hace tiempo incorporar a su ideario este objetivo porque quiere liderar la familia nacionalista. Una familia demasiado dividida, en cuatro y hasta cinco opciones políticas y entre las cuales, la disputa electoral sigue atravesada por el «quién es más nacionalista». El PNV parece decidido a conservar su hegemonía en esta clave, y ha formalizado así su abandono estatutario y su propuesta soberanista.

3. Una nueva estrategia para el final de la violencia. A finales de los noventa, el PNV inició una nueva estrategia en relación con ETA. Se pasó de Ajuria Enea a Lizarra para ofrecer a ETA la gestión de sus reivindicaciones desde la política, con base en la «acumulación de fuerzas nacionalistas» y a cambio del abandono de la violencia. Lizarra fracasó, pero Ibarretxe sigue, erre que erre, con el mismo esquema. Su propuesta de septiembre de 2007 sigue pretendiendo, en el fondo y en la forma, hacer inútil la violencia porque sus objetivos son alcanzables mediante la mayoría nacionalista del Parlamento Vasco. Obsérvese que el lehendakari, en el «cuarto paso» de su última propuesta, establece que, antes del referéndum resolutivo de 2010, todas las fuerzas políticas vascas tienen que alcanzar un «acuerdo de normalización política sobre el derecho a decidir del pueblo vasco, las relaciones de territorialidad (sic) y por supuesto… otras cuestiones». Es decir, autodeterminación y Navarra en el corazón del tortuoso camino que nos propone.

De manera que este PNV que dirigen Ibarretxe, Egibar, Gerenabarrena y otros, ha decidido pilotar el fin de ETA desde la gestión de sus reivindicaciones, basándose en las mayorías nacionalistas, por reducidas que éstas sean. Su cálculo es doble. Al PNV le permite conservar el poder y liderar el conjunto del movimiento nacionalista vasco que fundó Sabino, y al País Vasco le proporciona un banderín de enganche, «el derecho a decidir», para una sociedad sin ETA, en la que sea posible algún día una expresión mayoritaria a favor de la independencia. De ahí la calculada estrategia de reivindicar un derecho cuyo ejercicio se traslada al momento que más convenga para mantener la llama nacionalista encendida y para alcanzar una voluntad identitaria de la comunidad vasca, hoy inexistente.

El nacionalismo vasco diseña así una salida de la violencia en clave de más nacionalismo que evite precisamente, la tesis contraria, es decir, el desinfle nacionalista de la sociedad vasca, liberada de la coacción terrorista.

A esta breve anatomía del giro nacionalista se le pueden añadir elementos personales y argumentos complementarios que no puedo desarrollar aquí, pero el núcleo de lo que pasa en el razonamiento nacionalista del conflicto vasco es éste. Caben muchas respuestas, diferentes estrategias y formas de dilucidar estas pulsiones, pero todas ellas nos conducen a un mismo escenario: las elecciones. Son los ciudadanos los que pueden y deben evaluar este giro radical.

Me consta que medio PNV no comparte los enormes riesgos de esta estrategia. Un 40% del electorado del PNV fluctúa con su voto hacia PSE y PP entre elecciones autonómicas y generales y viceversa. Las encuestas sobre sentimientos identitarios de los vascos no han variado en Euskadi desde 1980 y, por cierto, una gran mayoría de votantes del PNV se sienten tan vascos como españoles. ¿Qué tenemos que hacer? Ganarle las elecciones a este PNV. Y afirmo: ahora es más posible que nunca, si lo hacemos bien.

Ramón Jáuregui es portavoz del PSOE de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados.