22 noviembre 1975

El nuevo Jefe de Estado juró los principios del Movimiento Nacional, pero a la vez recuperó la memoria de su padre, el Conde de Barcelona, defensor del sistema de la monarquía parlamentaria

Don Juan Carlos de Borbón y Doña Sofía son proclamados por Las Cortes nuevos Reyes de España

Hechos

Como establecía la Ley de Sucesión, a la muerte del General Franco, Las Cortes designaron nuevo Jefe del Estado a Don Juan Carlos de Borbón y Borbón con el título de ‘Juan Carlos I’.

Lecturas

El 20 de noviembre de 1975 fallece oficialmente D. Francisco Franco Bahamonde, Jefe de Estado y dictador absoluto de España desde el fin de la Guerra Civil el 1 de abril de 1939.

De acuerdo con lo previsto D. Juan Carlos de Borbón y Borbón se convierte en el nuevo Jefe de Estado a título de Rey con el nombre de D. Juan Carlos I. Que jura su cargo de acuerdo con los principios del Movimiento Nacional el 27 de noviembre de 1975.

1975_RodriguezValcárcel_jura Como Presidente de Las Cortes y del Consejo del Reino al franquista D. Alejandro Rodríguez de Valcárcel le correspondía presidir el acto en el que Don Juan Carlos de Borbón y Borbón prestó juramento como nuevo Jefe del Estado español.

1975_Sofia_Felipe Flanqueado por la Reina Sofía y el Príncipe Felipe, el nuevo Rey Don Juan Carlos I, nuevo Jefe del Estado pronunció su discurso ante Las Cortes en el que agradeció la labor del dictador Franco, pero reivindicó la figura de su padre, el exiliado Conde de Barcelona (enemigo de Franco) y anunció sus deseos de iniciar una reconciliación española (entre derecha e izquierda).

1975_carmenfrancopolo En la tribuna de invitados una de las más aplaudidas fue Dña. Carmen Franco Polo, Duquesa de Franco e hija del fallecido general Franco y Dña. Carmen Polo.

1975_desfileconinfantas El acto incluyó un desfile militar presidido por el príncipe Felipe, la Infanta Cristina, la Reina Sofía, el Rey Juan Carlos y la Infanta Elena.

1975_JuanCarlos

 

23 Noviembre 1975

NUEVA ETAPA

María Consuelo Reyna

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Ayer, el Rey lo dijo, empieza una nueva etapa para nuestro país. El mensaje de don Juan Carlos fue un primer paso hacia ese futuro que ha de basarse en un efectivo consenso de concordia nacional.

Con palabra tranquila y serena, con voz emocionada, el Rey enumeró una serie de cuestiones que los españoles queríamos escuchar. Fue recorriendo brevemente algunos de los problemas y aspiraciones del pueblo, apuntando, al mismo tiempo cuál iba a ser su actitud.

En el discurso de la Corona están ya esbozados las líneas maestras de lo que va a ser la política española en esta nueva etapa, en la que nadie debe temer que su causa sea olvidada y en que nadie debe esperar una venteja o un privilegio. Va a ser una tarea de todos, hecha por todos, sin exclusiones de ninguna clase, porque España será lo que los españoles queramos que sea. Estos fueron los puntos de su mensaje al pueblo:

  • Homenaje a Franco
  • Libertad y  justicia
  • Peculiaridades regionales
  • Llamamiento a los inteletuales.
  • Una monarquía para todos.
  • Canalizar las demandas del pueblo
  • Reconocimiento de los derechos sociales y económicos
  • Asegurar a los españoles las condiciones de carácter material  que les permitan el efectivo ejercicio de sus libertades.
  • Participación.
  • Europa
  • Restauración de la integridad territorial
  • Al hacer realidad estos puntos se comprometió ayer nuestro Rey, y en esa tarea todos debemos secundarle con ‘generosidad y altura de miras’.

Una gran figura acaba de desaparecer, y un hombre joven un Rey para todos, con propósito decidido de servicio, de hacer realidad las aspiraciones del pueblo se ha puesto a la cabeza del país, que, expectante tranquilo, sereno, esperanzado ha depositado su confianza en él.

Una nueva etapa ha comenzado y esta nueva etapa ha de estar presidida por un efectivo consenso de concordia nacional, en el que todos y cada uno de los españoles tengan su lugar, y nadie se sienta marginado, ni apartado, porque es una empresa colectiva que a todos compete. Hay que empezar a caminar. Ayer, ante La Cortes se dio un primer paso al que seguirán otros muchos, hasta llegar a ese efectivo ejercicio de las libertades anunciado por el Rey.

María Consuelo Reyna.

21 Noviembre 1975

El Péndulo

Fernando Ónega

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TIEMPO I.- Fue –tenía que ser-un 20 de noviembre. Murió como un caído más, como el más humilde de los caídos, precisamente el día que dedicó a su honra. Entrelazó su nombre, para las conmemoraciones e la historia, con el de José Antonio. Va a descansar bajo el mismo techo, y el destino, que escribe sus designios con caracteres misteriosos, escribió ahora esta grandiosa coincidencia.
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Fue con el alba, cuando el país dormía. Y ese país se despertó después con la mañana de luto y la historia cambiada. A las seis de la mañana ya estaban encendidas las luces de casi todos los hogares. Se resistía la niebla a dar paso a alguna noticia que no fuera la del milagro, pero ya era tarde. Ya era el gran vacío. Estaban cerradas cuatro décadas de gloria. El edificio estaba construído. El pueblo salía de sus casas, como todos los días. Aparecían las primeras banderas a media asta, como los sentimientos, y el pueblo salía de sus casas, como todos los días.
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Yo estoy seguro que Franco –un Franco difunto, ¿os dais cuenta?- hubiera deseado un amanecer justamente así: con el pueblo, con su pueblo, que lleva un nudo en la garganta, se desayuna con su amargura, se afeita con su luto, pero acude a su trabajo con la enorme y sagrada serenidad de la esperanza en la normalidad. Ni un histerismo, ni un grito callejero, ni una parálisis, ni siquiera el silencio. Un dolor seco, pero una vida del país llano que seguía su ritmo normal. Era, sin duda, el amanecer que hubiera deseado Franco para la hora suprema de “rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio”
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TIEMPO II.- Y luego, aquél brazalete negro por la calle. Y aquellos rostros que lloraban sin ningún reparo. Y la imagen entrañable de la viuda, cortada por el dolor. Y las voces emocionadas de los encuestados por televisión. Y cerca de cuatro millones de ejemplares de periódicos vendidos en una sola ciudad. Y una comitiva de catorce coches que cortaba el aire frío de una mañana para todas las derrotas. Hasta ese momento se había creído en el milagro. Ahora, Franco había sucumbido en su última batalla. Y esta España nuestra, huérfana de un caudillaje, se miraba a sí misma y se repetía: sin Franco. En los pueblos las campanas sonaban a muerte. España estaba de luto. La música fúnebre no se oía solo en los receptores. Esta España nuestra era ya, irremisiblemente, una España sin Franco.
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TIEMPO III.- Estaban conectados, seguramente, todos los televisores del país: “Franco ha muerto”. Carlos Arias, resumen humano perfecto de veintidós meses trepidantes, en los que se dieron cita la angustia y la ansiedad, los mayores compromisos y los mayores problemas para un gobernante, comparecía otra vez ante la sociedad. Contemplad su rostro: es una imagen para el recuerdo, como algo muy patético de emoción. Sus palabras se entrecortaban, fue preciso repetir la grabación, y al final, como cada español, dijo el “Viva España” de Franco con toda la zozobra que cabe en un cuerpo humano, con toda la tristeza que puede caber en la geografía de una nación. “No os faltará mi capitanía”. A las seis horas de faltarnos, supimos que Franco había tenido la previsión de estadista de dejar su testamento político, escrito desde el amor y el perdón, recuadrado en aquellas palabras que Franco escribió tan alto: unidad, Patria, paz, pueblo, justicia social. El, que no pudo físicamente asistir a la jura del Rey de España, sólo dejó dos peticiones básicas: la unidad y “que rodeéis al futuro Rey del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado”. Ha sido su último gran gesto. Y entre el amor y el perdón ha entrado en el juicio de la Historia. Así no mueren, viejo continente, los dictadores. Así solo mueren, Europa, los grandes hombres de las civilización.
HOY ES MAÑANA.- Todo está consumado. De lo que ahora se trata es de que ese gran testamento no quede en un archivo, aunque sea primorosamente cuidado. Cuando estas líneas se escriben, en alguna imprenta de Madrid se están editando un cuarto de millón de “posters” con la imagen del Caudillo perdido y el texto de sus últimas palabras. Cuando, el próximo jueves, los escolares vuelvan a sus aulas, ese “poster” pasará a presidir un cuarto de millón de habitaciones, un cuarto de millón de estudios, de un cuarto de millón de muchachos que ahora heredan, sencillamente, una cosecha de paz.
Hasta ahora, con precisión milimétrica, entraron en juego puntualmente los mecanismos institucionales. Con madurez ejemplar, que ya nadie podrá discutir, el pueblo se comportó singularmente. Hoy, con el alba, ese pueblo acudirá a ofrecerle su homenaje de despedida final a su cuerpo, ya que su obra es patrimonio colectivo. Pero hoy es ya el mañana, veinticuatro horas antes de la jura del Rey Don Juan Carlos. La pena y el luto son inmensos, pero sobre ellos se abre el mandato social de los tiempos: “Continuar”. Mañana, a los seis años y cuatro meses de su proclamación como heredero, un hombre joven, ya Capitán General de los tres Ejércitos, cogerá el timón que Franco condujo a lo largo de cuatro décadas. Hereda un Estado construido, pero necesitado de las modificaciones que requiere la nueva sociedad. Ayer terminó, por ejemplo, su vigencia, la ley de Prerrogativas. Ese simple hecho enmarca un enorme compromiso. El final de esta ley significa lo mismo que el tránsito del Régimen de Franco a una Monarquía constitucional: el paso del poder personal a un poder institucional y popular. Pero no es tiempo de cábalas. El gran umbral del futuro sólo se abrirá mañana con el mensaje del Rey a la nación. Mientras tanto, es hora de silencios.
Fernando Onega