31 diciembre 2000

El actor acusa al periodista de poner en su boca declaraciones que él nunca realizó y este responde reconociendo que 'puede' que lo que escribió no fuera exactamente lo que dijo el artista

Juanjo Puigcorbé acusa a Ramón de España (EL PAÍS) de manipularle en una entrevista suya para enfrentarle con directores de tv

Hechos

El 24.12.2000 el diario EL PAÍS publicó una entrevista al actor D. Juanjo Puigcorbé, que denunció el 31.12.2000 en una carta al director que la citada entrevista había sido manipulada.

Lecturas

puigcorbe2 En la supuesta entrevista al Sr. Puigcorbé en EL PAÍS se le atribuían frases cargadas de arrogancia y despectivas con el resto de la profesión a la que pertenecía.

31 Diciembre 2000

RÉPLICA A UNA ENTREVISTA

Juanjo Puigcorbé

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En la edición de El Dominical del diario EL PAÍS del pasado 24 de diciembre aparece publicada una entrevista conmigo, firmada por Ramón de España, que ocupa un considerable número de páginas, así como el reclamo en portada de que se trata de uno de los temas importantes del magazine.En dicho reportaje se ponen en mi boca palabras que jamás he pronunciado y que solamente pueden acarrearme problemas y disgustos en mi carrera profesional y en mis relaciones personales. Por ello, me veo obligado a solicitar que se publiquen las siguientes puntualizaciones con el fin de atenuar en lo posible el grave daño que con dicha publicación se ha causado a mi imagen pública y privada.

1 . Mi contacto con el citado Ramón de España se limitó a una comida en un restaurante de Barcelona, durante la cual charlamos de los temas más diversos. Como yo le hiciera la observación de que ni usaba grabadora ni siquiera tomaba notas de cuanto hablábamos, a la que respondió con «no me des lecciones de cómo debo hacer mi trabajo», deduje, erróneamente, que más que una entrevista lo que iba a publicar sería un perfil sobre mi personalidad. Pero mi sorpresa y mi indignación han sido mayúsculas al comprobar el resultado. Difícilmente podría evitar que un periodista decidiera perfilarme públicamente como un personaje engreído, pedante y ambicioso. Pero Ramón de España se guarda astutamente de calificarme así en sus descripciones. Lo grave del caso, lo auténticamente indignante, es que son mis «supuestas» respuestas, confeccionadas, incluso fabuladas, concienzudamente por el periodista, las que elaboran ese perfil. Para ello, hilvana un encadenado de preguntas y respuestas donde no sólo el lenguaje, la sintaxis, el tono, que se me atribuyen son enteramente suyos, sino que incluso tiene la desfachatez de insertarme en mis «hipotéticas» respuestas, párrafos enteros de su propia cosecha. Pone en mi boca falsedades, y entrecomilla auténticas barbaridades que jamás salieron de mi persona; ni en la forma ni en el contenido: «Los grandes directores me tienen miedo, creen que les puedo hacer sombra». «Soy demasiado inteligente», etcétera, sentencias que, para más inri, conforman los titulares de la entrevista, la única entrevista que me ha concedido El Dominical de EL PAÍS en los 25 años de mi carrera profesional.

2. Es evidente que no me pertenecen palabras como: «En este país, si un periodista escribe novelas, le dicen que siga con sus artículos. Si un novelista quiere hacer cine, le dirán que no se aparte de la letra impresa…, no sea que vaya a quitar el pan a los demás. Y yo por ahí no paso». Es evidente, entre otras razones, porque yo nunca he sido articulista, ni escritor, ni tengo pendiente, como él, ningún proyecto de dirigir cine.

– Es evidente que palabras referidas a otras series de éxito, como: «Esos otros productos televisivos están escritos por un montón de becarios mal pagados», son más propias de un guionista no consolidado que de un actor de mi trayectoria.

– Es evidente que comentarios como: «No sé tú, pero yo no puedo más de vidas ejemplares, familias adorables, chachas andaluzas con retranca y abueletes encantadores», le pertenecen, porque ya fueron utilizados por él en su crítica a Médico de Familia, aparecida en La Vanguardia…, donde arremetía especialmente contra el protagonista.

– Es evidente que afirmaciones como: «El dinero que he ganado en la serie lo voy a destinar a escribir, dirigir y producir dos películas…» no pueden ser mías, porque cualquier allegado a la profesión, menos él, lógicamente, sabe que con ese dinero no se podría levantar ni la décima parte de la producción de una sola película…

Y así, sucesivamente, con todos y cada uno de los párrafos… Pero si a todo eso le añadimos que el artículo:

– Está lleno de opiniones como: «El actor que se mete en todo, que a la que te descuidas reescribe tus líneas, da instrucciones al director, y acaba diciéndoles a los eléctricos dónde tienen que colocar la luz».

– Y trufado con los intencionados titulares: «El actor, tras dos décadas de cine y teatro, ha logrado, por fin, la popularidad» (como si nunca la hubiera conseguido).

– «El actor explica por qué no acaba de cuajar en el mundo de la gran pantalla», (a pesar de ser uno de los actores que más películas han rodado en la última década, no por méritos, sino por adicción al trabajo, según R. de E.).

– «Él cree que en el cine no acaba de cuajar porque resulta poco domable para los directores», frase que no sale en ninguna parte, pero que se supone que yo la digo para ahuyentar a los directores.

– Y, especialmente, «los grandes directores me tienen miedo, creen que puedo hacerles sombra».

Pero, ¿en qué cabeza cabe que yo mismo fuera a cerrarme las puertas del cine? ¿por qué iba a ser tan estúpido de condenarme al ostracismo, despreciando públicamente a los directores con los que aspiro a trabajar? Semejante disparate caería por su propio peso si no viniera precedido por los bemoles necesarios para hacer creíble lo increíble. Me estoy refiriendo a la frase que da la tonalidad a este corpus literario y que introduce al lector en la clave para comprender todos los desvaríos del entrevistado, o sea, el titular. Titular, colocado «graciosamente» junto a una foto mía que emula al bizco de Murillo: «Soy demasiado inteligente», o sea, «soy un tonto del culo». Entonces, ¡sí!; a partir de ahí, ¡sí!, a partir de ahí, convengo con ellos que cualquier desatino toma coherencia.

Pero es tan malintencionadamente oportuna la publicación de esa frase que, por supuesto, cabría la posibilidad de pensar que un servidor la hubiera podido decir, en una pérdida momentánea de la orientación, en un arrebato de euforia, de arrogancia, de delirio; o quizá que, neciamente, se me hubiera subido el éxito de la serie a la cabeza y eso me diera bula para despreciar, públicamente, al resto de mis compañeros. Cabría pensar en esa posibilidad, no lo niego, ¡pero en un principiante! Afortunadamente, la gente sabe que 25 años de profesión templan lo imprescindible, para no atolondrarse por un éxito pasajero: mis compañeros y yo somos corredores de fondo.

Y si, finalmente, Ramón de España termina el artículo diciendo: «Pienso en la tremenda ambición de este hombre. Una ambición que, por otra parte, comprendo: uno se cansa de pasarse la vida recitando textos escritos por otros, ¿no?», entonces, ya no me queda ninguna duda de su capacidad para comprender también que esta vez ambicione hablar con mi propia voz; cosa que él me ha negado.

Lamento profundamente que sea para afear en público su conducta, pero, desdichadamente, las falsedades que públicamente se me imputan provocan un enorme daño a mis compañeros, a mi profesión, a mi imagen y a mi persona… Y están ahí, escritas, ¡como si fueran mías!…, y no lo son.

D. Juanjo Puigcorbé

07 Enero 2001

RASGOS INQUIETANTES

Camilo Valdecantos

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El suplemento dominical del 24 de diciembre publicó una extensa entrevista con el actor Juanjo Puigcorbé, firmada por Ramón de España, colaborador habitual de este periódico.

El domingo día 31, el periódico publicó media página con una amplísima réplica del actor en la que, en síntesis, aseguraba que se habían puesto en su boca palabras que jamás había pronunciado y se extendía en una serie concreta de puntualizaciones.

Esa réplica, inusual por su extensión, parecía suficiente para zanjar el asunto. Pero Javier Preciado, desde Buenos Aires, y Pere Vilanova, desde Barcelona, se han dirigido al Defensor. Además, en la edición del viernes se han publicado dos cartas al director interesándose sobre este mismo asunto.

La postura de Puigcorbé quedó claramente expresada, y por ello el Defensor le ha pedido a Ramón de España una explicación sobre lo ocurrido.

En un texto escrito asegura que lamenta ‘profundamente que Juanjo Puigcorbé se haya sentido tan ofendido ante la entrevista’, y añade: ‘Mi intención no era ofenderle, sino fabricar un retrato personal de un buen y respetado actor, al que conozco y aprecio desde hace veinte años, a través de una charla informal mantenida en el curso de una comida’.

El autor añade que ‘este tipo de textos no tiene el rigor de un interrogatorio y en ellos uno tiene la tendencia a primar los conceptos sobre la literalidad’.

‘Puede’, prosigue De España, ‘que en algunos casos lo reproducido no sea idéntico a lo pronunciado por el entrevistado, pero de ahí a ver mala fe en la actitud del entrevistador hay un largo trecho’.

Dice también que ‘durante más de un año he estado realizando en la edición catalana de El PAÍS una serie de entrevistas en las que, siguiendo mi costumbre, tal vez discutible, no he tomado notas ni grabado nada’.

Asegura el entrevistador que al comienzo de sus charlas siempre avisa a su interlocutor para que le advierta de aquello que pudiera haber dicho y que no quisiera hacer público.

Así las cosas, los lectores han visto un texto en el que se mezclan los dos tipos de entrevista que admite el Libro de estilo, el que denomina de declaraciones y el que traza un perfil del personaje.

Pero la parte que se publicó en forma de pregunta y respuesta tiene para el lector el valor de un diálogo transcrito con fidelidad. La literidad no es posible porque el lenguaje oral no siempre resulta reproducible.

El mismo Libro de estilo establece que las conversaciones para las entrevistas ‘serán grabadas en cinta magnetofónica’, que ‘cualquier conflicto sobre la correcta transcripción se resolverá con la grabación’ y que ‘de no existir ésta se concederá el beneficio de la duda a la persona entrevistada’.

Exactamente eso es lo que hizo el periódico al admitir una réplica tan minuciosa como la de Puigcorbé, en la que quedó claro su pensamiento.

El Defensor no puede por menos que mostrar su asombro ante un método de trabajo como el que confiesa seguir Ramón de España, aun admitiendo plenamente su buena fe: contraviene abiertamente el Libro de estilo y sitúa las posibles controversias en un punto irresoluble: la palabra del entrevistador contra la del entrevistado.

Camilo Valdecantos