11 mayo 1982

Pedro J. Ramírez (DIARIO16) acusa al presidente de EFE de presidir una "institución creada por el régimen de Franco para dominar y coartar la libertad de expresión"

La Asamblea de la IPI en España se convirtió en un debate te ‘todos contra Luis María Anson’, presidente de la Agencia EFE y de la FAPE

Hechos

El 10.05.1982 se celebró la asamblea del Instituto Internacional de la Prensa (IPI) en Madrid.

17 Mayo 1982

El IPI y la libertad de expresión

José Luis Martínez

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El Instituto Internacional de Prensa, cuya asamblea general acaba de reunirse en Madrid, es en muchos países un organismo serio y responsable, pero no es una institución propiamente democrática. Sus miembros se eligen a sí mismos y son, en general, destacadas personalidades del mundo de la prensa, con predominio de propietarios, editores y directores de periódicos. El IPI, por tanto, cuando se manifiesta no lo hace en representación de la profesión periodística, sino en todo caso, de la empresa periodística.

La sección española del IPI está formada por una treintena de miembros, entre ellos: Ortega, Polanco, Baviano, Cebrián, De la Serna y Aquilar (EL PAÍS), Armero y Herrero Losada (EUROPA PRESS), Anson, Poveda y Díaz (EFE), Salas, Ramírez y Oneto (Grupo16), Altares, Auger, Amado de Lema, Bergareche, Crespo de Lara, Fontán, Godó, Guillermo Luca de Tena, Ruiz Gallardón, Santiago Rey y Eugenio Suárez. La treintena de miembros de la sección española del IPI no se reúne regularmente y ninguno de ellos ha sido elegido democráticamente para pertenecer al Instituto. Se han elegido entre ellos. La sección española del IPI carece, por consiguiente, de toda representación democrática del periodismo español. De esa treintena de miembros (en buena parte empresarios), la mayoría están en contra de la exigencia de titulación universitaria para el ejercicio del periodismo , lo que contrasta con los cerca de siete mil colegiados de la Federación de Asociaciones de la Prensa, el 92% del os cuales se han manifestado en favor de la titulación universitaria en las facultades de  Ciencias de la Información para el ejercicio del periodismo. La Federación es, por otra parte, un organismo plenamente democrático y todas las juntas directivas de las asociaciones se eligen por sufragio directo y secreto de los asociados. Conviene aclarar todo esto para que no se distorsione o manipule la realidad de lo que piensan los periodistas españoles. No está de más añadir que la sección española del IPI carece de recursos económicos de consideración y para la asamblea organizada en Madrid han recibido una copiosa subvención de millones del Gobierno.

La tesis del IPI son bien conocidas y se reiteran anualmente. Hay que respetarlas. Es la voz de buena parte del mundo period´sitico. Frente a esas tesis se encuentran la inmensa mayoría de los colegios y asociaciones de periodistas de todo el mundo y casi todos los sindicatos. La UNESCO, a través del célebre informe del premio Nobel McBride ha rechazado también las posiciones del IPI.

Naturalmente, el IPI está en contra de la exigencia de titulación universitaria para el ejercicio de la profesión periodística. Los empresarios – no todos, claro – prefieren la mano de obra dócil y barata. Y la exigencia de título universitario es un obstáculo para la docilidad y la baratura. Según el IPI, el acceso a la profesión periodística lo debe regular y comprobar el empresario. Cuando el empresario contrata, hace un periodista, y lo deshace al dejarlo en la calle.

El IPI defiende, efectivamente, un tipo de libertad de expresión: la libertad de expresión del empresario.

Luis María Anson, presidente de la asociaciones de la prensa de España y de la Federación Iberoamericana de Asociaciones de Periodistas, con ese valor que nadie le niega para enfrentarse con los problemas, se fue a presidir una sesión de la asamblea del IPI y dijo a los empresarios allí reunidos cosa que sólo se habían escuchado una vez, hace años, en esta asambleas por boca del premio Nobel Sean McBride, que a la reunión de Madrid prefirió no acudir. Anson fue escuchado en silencio, con gran atención y extraordinario respeto por la asamblea del IPI.

Dijo el presidente de las asociaciones de la prensa de España que el libre acceso al periodismo es un mito, una utopía. Que ese acceso está controlado en todos los países del mundo o por los empresarios, o por los sindicatos, o por los gobiernos, o por la Universidad. Y que la instancia que le parecía más justa y objetiva, con respeto para las tradiciones y costumbres de cada país, era la Universidad.

En su intervención aseguró que lesionaba el principio de liberta de expresión cualquier limitación del derecho de todos los ciudadanos a expresarse en los medios de comunicación o a crear empresas de prensa, radio y televisión. Pero una cosa es el derecho a expresarse y la colaboración periodística, incluso la habitual, y otra el ejercicio profesional del periodismo. Se nace con derecho a la libre expresión del pensamiento, pero no con derecho a ser redactor jefe de un periódico si no se demuestra antes capacidad y responsabilidad.

Con todo, lo que causó profunda impresión en la asamblea, impresión no disminuida por media docena de intervenciones posteriores con argumentos tópicos contra la titulación, fue esta afirmación de Luis María Anson: “O los empresarios negocian con las asociaciones de periodistas y reconocen los derechos profesionales, entre ellos la titulación, la colegiación (que no tiene por qué ser única) la cláusula de conciencia y el secreto profesional, o las asociaciones de periodistas harán un frente común con los sindicatos con grave quebranto para la empresa, como ha ocurrido en Italia y otros países. Las asociaciones de periodistas respetan a los empresarios y a los sindicatos. Pero son otra cosa. Los periodistas constituyen los cuadros profesionales en la empresa y tienen sus derechos específicos”.

La indudable influencia del IPI en el mundo no ha podido contener la marcha irreversible del periodismo hacia la titulación y la colegiación. En los últimos diez años, y a pesar del IPI, veinte países del mundo occidental, la mayor parte democracias, han establecido legalmente la exigencia de titulación universitaria para el periodismo. En otros treinta se avanza activamente hacia el mismo objetivo. Se ha producido un solo retroceso: Chile. En la nación andina, en tiempos de Frei y Allende, se estableció la exigencia de titulación universitaria para el ejercicio profesional del periodismo. La dictadura de Pinochet la ha suprimido. No había periodistas titulados pinochetistas y ha habido que inventarse otros sin titulación.

Al término de la asamblea, varios destacados participantes se dirigieron al señor Anson para proponer la apertura de diálogo con los colegios profesionales y asociaciones de periodistas de España y América. Algunas de las iniciativas están ya en marcha.

José Luis Martínez

19 Mayo 1982

La Prensa y el poder

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA REUNION del Instituto Internacional de Prensa (IPI) en España, la semana pasada, ha hecho correr más tinta de la previsible. El IPI es una institución privada (una especie de club) dedicada a la defensa de la libertad de expresión y, más concretamente, a la de los periodistas que sufren cárcel, persecución o represiones en el ejercicio de su profesión. Se ha mostrado activo en la liberación de periodistas lo mismo en las dictaduras del Cono Sur latinoamericano que en el Pakistán del general Ziaj. De la independencia de sus criterios dan muestra las resoluciones de sus asambleas, en las que lo mismo ha sido condenada la persecución de las libertades de expresión en Turquía que en Polonia, y en las que se critica igualmente la censura salvaje -donde no falta el asesinato- de El Salvador que la de Nicaragua, en la que el mismo periódico que apoyara en su día el alumbramiento de la rebelión contra Somoza es hoy objeto de toda clase de presiones, por la Junta sandinista. Tiene el IPI mucho que ver con organizaciones como Amnistía Internacional, con la que mantiene toda clase de contactos personales y hasta institucionales, y es, fundamentalmente, un aparato de apoyo a periodistas acosados. De este apoyo, que se refleja en las columnas de los periódicos más influyentes de Occidente, se benefició ya en su día el diario Madrid, cuando fue cerrado por la dictadura franquista, y se han beneficiado más recientemente los periodistas españoles en apuros por defender las libertades de Prensa y expresión.La acusación infantil de que el IPI no representa a nadie, hecha por la Federación de Asociaciones de la Prensa, huelga por lo mismo y no es ninguna acusación, pues a nadie quiere representar. La adscripción al Instituto es voluntaria, y éste no admite a aquellos que se definen por sus actitudes antidemocráticas. Al IPI pertenece por eso lo mismo el presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa que otros muchos periodistas de este país. Es un club destinado obviamente a la autoprotección de los responsables en la orientación editorial de los órganos de comunicación frente a las presiones y represiones de que son objeto. Pero la pertenencia al club de los más respetados medios de difusión internacional y la calidad de los asistentes a sus asambleas, así como lo honesto de su actuación, le han valido al Instituto una alta consideración moral en los países democráticos. Las asambleas del IPI son por eso siempre bien venidas por las autoridades de los países en que se celebran. Porque suponen un empeño de profundización y extensión de las libertades democráticas y porque reúnen una gran capacidad de independencia en sus actuaciones. En España, tanto el Gobierno centrista como la oposición socialista y comunista con situación de poder en los ayuntamientos y diputaciones han apoyado material y moralmente. la celebración de la 31ª Asamblea del Instituto. El Rey, el presidente del Gobierno, el secretario general del PSOE, el presidente del Gobierno autónomo catalán, los alcaldes de Barcelona, Madrid y Toledo, los ministerios de Transportes y Cultura, la Secretaría de Estado de Turismo y la de Información y la Diputación Provincial de Madrid han colaborado activamente en el éxito de una reunión que suponía el reconocimiento de la devolución de las libertades democráticas a nuestro país por parte de una larga relación de representantes de la Prensa libre internacional. La presencia del primer ministro portugués (antiguo miembro del IPI) en la Asamblea, lo mismo que la del secretario general de la Commonwealth, la de la líder del partido socialdemócrata británico y la del portavoz del grupo parlamentario liberal alemán, han constituido además aportaciones del mayor interés político al debate y a la discusión de problemas siempre pendientes en torno a la libertad de expresión. En la Asamblea han dejado oír su voz un periodista turco contra la dictadura militar de su país y un periodista marroquí contra la represión bárbara que la Prensa socialista sufre en el régimen de Hassan II. Y siendo una reunión en pro de la libertad de Prensa, sería absurdo suponer que en ella todo han sido unanimidades. Sin ir más lejos, una resolución sobre la Unesco y su Programa Internacional de Desarrollo de las Comunicaciones (IPDC), apoyada por el recién electo presidente del IPI, fue derrotada en votación, a propuesta del presidente saliente del Instituto. En definitiva, este no es sino un foro más de diálogo y encuentro de responsables de los medios de comunicación, que por primera vez en sus más de treinta años de vida se ha reunido en España y que no ha de volver a hacerlo, con toda probabilidad, en más de dos lustros.

Las vestiduras rasgadas ante los obvios pronunciamientos del IPI contra la existencia de cualquier licenciatura previa o carné como requisito indispensable para el ejercicio del periodismo son por ello improcedentes. Sólo pueden responder a la mala conciencia o al provincianismo (en el peor de los sentidos de la palabra) que tienen algunos de los introductores de este sistema goebbeliano de organización de la Prensa en nuestro país. El IPI edita textos de formación periodística para numerosas universidades, colabora con fundaciones e instituciones internacionales en la investigación y desarrollo de técnicas del periodismo, y varias universidades del Tercer Mundo (y aun del segundo, pues hay países europeos que se benefician de ello) tienen sus facultades, en periodismo gracias a la ayuda y a los contactos que el IPI les ha proporcionado. Los profesores de las más prestigiosas escuelas y facultades de periodismo del mundo pertenecen al IPI, y el Instituto se ha preocupado siempre efectivamente (y no sólo mediante declaraciones de principios) del progreso de los estudios de periodismo a nivel universitario. Mientras tanto, estos doctores en nada del periodismo nacional español, que quieren elevar nuestra profesión al rango universitario, mantienen la ficción de una facultad de Ciencias de la Información en la que, por no editarse, ni siquiera se edita un semanario y en la que en la práctica no se ve una emisora de radio, apenas se distingue a lo lejos la existencia de una cámara y se desconoce por completo que los periódicos ya no se hacen en plomo ni se miden en cíceros, sino que se utilizan videoterminales y satélites. Pero la existencia de unas plazas de catedráticos y profesores y el establecimiento de una nueva minioligarquía universitaria (en una universidad ya tan minioligárquica como es la nuestra) ha llevado a un tiempo a la desesperación y a la protesta a miles de licenciados que, en posesión del título, no encuentran puestos de trabajo, mientras tanto son ocupados por personas que llaman intrusos, dado que no poseen esa licencia. El tema ni es baladí ni es menor. De su correcta resolución depende ni más ni menos el ejercicio de la libertad de expresión en este país. Instrumentar un diálogo efectivo y plural sobre el mismo es lo único sensato y serio que cualquier universidad, cualquier asociación profesional, cualquier parlamento, cualquier institución democrática, pueden y deben hacer. Es lo que viene haciendo el Instituto Internacional de Prensa en sus foros desde hace años, y con participación de representantes de la Unesco y de defensores de las más variadas posturas. Jugar a la demagogia y al aventurerismo, aparte de no solucionar nada, supondrá multiplicar el fraude del que son víctimas licenciados y -estudiantes en cosa tan pomposa como las Ciencias de la Información. Pero mientras, la Federación de Asociaciones de la Prensa, tan preocupada corno está por la limpieza profesional, no emitirá una sola voz de protesta por el hecho de que el director de los telediarios del domingo sea un hombre a sueldo del Gobierno en un ministerio, o porque el jefe de economía de un colega de Madrid sea al tiempo jefe de Prensa de un banco oficial, o porque la agencia gubernamental de noticias no tenga el más mínimo estatuto de, autonomía y sea una simple y onerosa prolongación de las directrices del poder. Y cuando vengan los extranjeros a discutir con nosotros de nuestros problemas y a ponerlos tranquila y civilizadamente sobre el tapete, lo mejor de todo es sacar la caja de los truenos y hablar de lo de «la rubia y pérfida Albión» que además, con esto de las Malvinas, queda incluso progresista. Pues, vaya por Dios, ¿cómo vamos a aprender nosotros estas cosas del periodismo fuera de nuestras fronteras, con lo bien que nos lo hacemos aquí? Siempre la ignorancia ha sido madre de la audacia. Ignorante y audaz, lo que queda del periodismo español del retrofranquismo, como diría Umbral, le impediría a éste hacer una entrevista porque no tiene un carné. O, para mayor inri, se lo daría.

24 Mayo 1982

Juan Luis Cebrián, escocido

José Miguel López-Castillo

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Ha bastado un solo artículo en YA de José Luis Martínez, reproducido en buena parte de los diarios españoles, para desenmascarar la verdadera realidad del IPI en España. Este Instituto Internacional de Prensa, organismo serio y responsable, se había presentado por los organizadores como el no va más de la democracia.

La sección española del IPI está formada por una treintena de empresarios, propietarios y directores que se han elegido a sí mismos. Un sorprendente y altísimo porcentaje de los miembros de la sección españoles del IPI pertenecen al diario EL PAÍS, y su director, Juan Luis Cebrián, aspira a la presidencia internacional del Instituto. Este puesto, aunque rodeado de cierta bambolla, es puramente ornamental, porque en el IPI manda de forma indiscutida su director general, Peter Galliner, efectivo recaudador, además de las suculentas cuotas que pagan los asociados.

Juan Luis Cebrián está en su derecho de aspirar a la presidencia del IPI y de colocar su periódico al servicio de esta aspiración. Pero no debe escocerse tanto porque los periodistas expliquemos a la opinión pública en que consiste el IPI y su sección española. Tan afectado se quedó Cebrián con lo que han publicado los más diversos periodistas y periódicos sobre el inefable Instituto, que ha dedicado media página editorial de EL PAÍS a dar argumentos pueriles en su defensa y a manipular contra la Facultad de Ciencias de la Información admirablemente regida hoy por Ángel Benito, y contra la agencia EFE, que sí dispone de un estatuto votado además en referéndum por los trabajadores y cuya información tiene tan poco que ver con imposiciones del Gobierno que la compran libremente un millar de diarios, estaciones de radio y televisoras en todo el mundo, pagando su buen dinero por ellos. Amén de esos ataques, Juan Luis Cebrián denuncia elegantemente a algún compañero de televisión que tal vez podría replicarle explicando cómo se funcionaba en la época franquista en la que el señor Cebrián fue director de los servicios informativos de TVE.

Finalmente el editorial de EL PAÍS vuelve a la monserga del carné y la titulación, de la que Cebrián fue máximo adalid, confundiéndolo todo. Las Asociaciones de la Prensa no defienden ningún carné, sino la exigencia de titulación universitaria para el ejercicio profesional del periodismo. Y defienden también la colaboración periodística abierta a todos, sin limitacón alguna, como ha sido siempre, por lo que el señor Umbral puede hacer cuantas entrevistas le plazcan y por lo que novelistas, poetas, científicos, juristas políticos y ciudadanos de la calle pueden escribir cuantos artículos o comentarios deseen.

José Miguel López-Castillo