12 septiembre 1983

La banda terrorista Sendero Luminoso lleva el terror a Perú y pone en aprietos al gobierno de Belaúnde Terry

Hechos

Fue noticia en septiembre de 1983.

12 Septiembre 1983

El sendero de Belaúnde

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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NUEVOS SIGNOS de inestabilidad se dibujan en el cielo político peruano. Levantada momentáneamente la prórroga del estado de emergencia, salvo en la región de Ayacucho y que debía prolongarse hasta finales de mes, la guerrilla de Sendero Luminoso continúa su repunte creciente, tanto en Lima como en los tres departamentos andinos, que irradia desde Ayacucho, ciudad de los muertos en idioma quechua, osario de las tropas españolas que libraron y perdieron la última batalla contra los criollos triunfalmente independientes.Aprovechando la prórroga del estado de emergencia que ahora se extingue, diputados de la izquierda radical -ex guerrilleros, pero electos- están suspendidos en sus funciones parlamentarias por denunciar una presunta intención genocida del Gobierno y el Ejército hacia la guerrilla incaica. Las fuerzas armadas destacadas en los Andes centrales hasta con unidades de infantería de marina (a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar), han entrado en la represión directa de los senderistas, rompiendo el esquema primigenio del Gobierno de que las tropas sólo prestarían apoyo logístico a la Guardia Civil y a la Guardia Republicana. Al propio Belaúnde, los seguidores de Abimael Guzmán le han escrito en las paredes el mane, tecel, fares de su próxima muerte. Hablar de un nuevo golpe de Estado militar ya es una rutina en Lima. Y el general jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas ha acusado, sin dar nombres, a políticos, militares y periodistas de estar en connivencia con la subversión senderista.

No es un panorama alentador para una renacida democracia recibida de los militares hace sólo tres años. Pero merece todo el estudio y todo el apoyo y toda la comprensión, de cuya ausencia se queja, algunas veces con razón, el presidente Belaúnde tras leer la Prensa internacional o recibir a los embajadores extranjeros. El arquitecto Belaúnde Terry, líder de la Acción Popular peruana (nuestra Alianza Popular), es un nacionalista y un demócrata irreprochable. Toda su biografía es la de un perseguido por los autoritarios. Por segunda vez primer magistrado de su país mediante elecciones libres, preside una nación donde se respetan las normas constítucionales, en la que el Congreso funciona normalmente y en la que la libertad de Prensa llega hasta el abuso ante la inhibición de los jueces. Al menos, el poder ejecutivo recibe desde algunas publicaciones limeñas las más sangrientas acusaciones sin que nadie denuncie a nadie: ni el Gobierno a los periódicos, ni los fiscales al Gobierno.

Pero el país está mal administrado (Lima llega a quedar desabastecida de materias de primera necesidad) y los correligionarios populistas de Belaúnde no alcanzan todos la talla moral de aquél, viéndose envueltos en la ineficacia o en una corrupción que llega hasta conectarlos con el tráfico internacional de cocaína. Lima remeda cada día más a Calcuta o a El Cairo, con sus durmientes en las calles, sus orates, su delincuencia incontrolable, sus barriadas en las que jamás penetra la policía, su miseria creciente, sus mercadillos de comida estomagante. La izquierda moderada que representa el APRA -una especie de socialdemocracia estrictamente peruana en sus pronunciamientos, en su ideología y en su comportamiento, fruto de un líder genialoide hoy desaparecido, Haya de la Torre- aspira en este panorama a prevalecer en las municipales de noviembre y desbancar a la derecha de Acción Popular en las próximas legislativas.

Belaúnde ha vuelto a gobernar la democracia para la clase pudiente y blanca de Lima, desdeñando la fuerza de la población indígena mayoritaria. Y parece dispuesto a caer de lleno en el síndrome de Bordaberry, presidente constitucional uruguayo que reclamara al Ejército para librarse de la guerrilla urbana tupamara y que acabó siendo expulsado por sus presuntos libertadores. Belaúnde, quien por no solicitar la ayuda del Ejército en los años sesenta para acabar con la guerrilla fue expulsado del poder, ha interiorizado ahora el golpe de Estado militar dejando en manos de las Fuerzas Armadas la represión del terrorismo. Tal como se comenta en Lima, «antes de que le vuelvan a dar un golpe de Estado, se lo ha dado a sí mismo».

El general Clemente Noel, primo hermano del general Brush Noel (ministro de la Guerra) entró a sangre y fuego en Ayacuclio, como máxima autoridad civil y militar. Los viejos adverbios recuperaron su vigencia: desaparecidos, torturados, asesinados, secuestrados. Y las denuncias sóbre tales abusos son tildadas desde Lima de conspiración contra la renacida democracia peruana.

Belaúnde no se ha atrevido a sentar las bases de una sociedad que se sintiera unánimemente peruana. Nada tienen en común los indicios amazónicos que pueblan las selvas con las tribus incaicas quechuas y aymeras de los Andes y sus estribaciones, que incluso ayudaron militarmente a los españoles contra la rebelión criolla; y nada tienen ambos que ver con la aristocracia blanca y europea que gobierna Lima y el país. La nación carece de tejido social. Permanecen intactas, en los estratos más bajos y pobres, las estructuras de una sociedad incaica mayoritaria, muy apegada a sus ritos y tradiciones. Ése es el cuerpo vivo y descabezado, abandonado económica y culturalmente, del que se ha apoderado el misterioso Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso.

Los.problemas estructurales y etnológicos dé Perú son enormemente complejos. No en balde todas las fundaciones antropológicas europeas -acusadas por Belaúnde de ayudar a la subversión- han caído sobre el país para estudiar uno de los pocos indigenismos precolombinos que se mantienen incontaminados. Este gran país necesita de un sincretismo racial y político que integre a la mayoría desposeída y atrasada. La democracia peruana merece ser defendida, pero no sólo del fanatismo de los guerrilleros senderistas, sino también del egoísmo satisfecho de la minoría criolla que lo gobierna. Es un trabajo político homérico y hercilleo, y acaso sólo el presidente Belaúnde, ahora, pudiera propiciarlo. Si tuviera la grandeza de espíritu de superar sus conceptos ideológicos partidarios aún alcanzaría, así, su mejor lugar en la historia de Perú.