9 septiembre 1981

La CEOE reelige a Carlos Ferrer Salat que cumple cuatro años al frente de una patronal que ha sido crítica con la gestión de UCD

Hechos

El 9.09.1981 se celebró la Asamblea General de la CEOE.

Lecturas

El 9 de septiembre de 1981 D. Carlos Ferrer Salat es reelegido presidente de la CEOE en la Asamblea de la patronal. Además, la junta directiva eligió los seis vicepresidentes, el contador y el tesorero, por unanimidad, en las personas de D. Ignacio Briones Sáenz de Tejada, D. Arturo Gil Pérez Andújar, D. Javier González Estéfani, D. Alfredo Molinas, D. Carlos Pérez de Bricio y D. José Antonio Segurado García, como vicepresidentes. Repite en su puesto de contador el presidente de la patronal bancaria, D. Rafael Termes Carreró, y quedó elegido tesorero D. Juan Manuel de Mingo Contreras.

09 Septiembre 1981

Carlos Ferrer será reelegido "patrón de patronos"

Joaquín Estefanía

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Carlos Ferrer Salat volverá a ser hoy, mediante el voto de los compromisarios a la asamblea general de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), el patrón de patronos español por un último período de tres años. Estatutariamente no podrá volver a ser elegido, por lo que una de sus tareas principales a partir de esa fecha será buscar el tapado que lo sustituya al frente de la cúpula patronal. No hay favoritos para el puesto, en estos momentos.

Los destinos de la CEOE Y de Ferrer Salat van indisolublemente unidos desde aquel septiembre de 1977 que hoy parece la prehistoria. Desde entonces, los hombres de la patronal se acostumbraron a pasarde ser demagogos tribunos en los mítines a presentar sus protestas y sus propuestas documentadas al Gobierno. En la etapa que se inicia hoy deberán dar un salto cualitativo para abordar las futuras elecciones generales de forma comprometida, y, quizá, para defender sus intereses desde el mismo corazón del Gobierno. De ello se habla en los últimos días.Con el cambio de régimen, en 1976 se abrió un proceso de asociacionismo nuevo que también afectaba a los empresarios. Así como los embriones de las centrales sindicales habían surgido de la clandestinidad, las patronales no tenían más referencia que el Consejo Nacional de Empresarios del sindicato vertical. La revolución portuguesa (algunos empresarios debieron escuchar los consejos del general Spínola, en una visita a Salamanca, cuando advirtió a la derecha española de la urgencia de organizarse), las huelgas generales itinerantes que se produjeron con el Gobierno Arias Navarro, de una fuerza inusitada, y el crecimiento en progresión geométrica de los afiliados a CC OO, UGT, etcétera, debieron ser la causa de que un grupo de empresarios decidiera provocar la siguiente alternativa: organizarse en patronal aprovechando los restos del sindicato vertical (opción defendida por Manuel Conde Brandés) o crear organizaciones patronales nuevas siguiendo los clásicos sistemas europeos. Otra alternativa que se discute es la procedencia de unidad o pluralidad de instituciones patronales. Tras varias reuniones, de pocas decenas de empresarios (los únicos entonces con la visión necesaria para comprender el proceso), se llega a las bases de trabajar por organizaciones nuevas, que confluyeran en una sola al margen de las ideologías de los empresarios.

En mayo de 1977 se inscribe en el Registro de Asociaciones la Confederación Empresarial Española (CEE), entre cuyos fines destacan la flexibilidad de plantillas y la reducción de las cuotas empresariales a la Seguridad Social. Un día después se inscribe la Agrupación Empresarial Independiente (AEI), y varios días después se registra asimismo la Confederación General Española de Empresarios (CGEE), en cuyo seno estaban, entre otros, Luis Olarra y Salazar Simpson. En junio se inscribía la histórica patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional, y pocos días después, las tres primeras se fusionaban -luego se integrará Fomento a nivel territorial- formando la Confederación Española de Organizaciones Empresariales. La comisión gestora de la nueva patronal estaba formada por Carlos Ferrer, Max Mazim, Félix Mansilla y Agustín Rodríguez Sahagún.

Primera asamblea general

Tras el verano, el 22 de septiembre de 1977, la CEOE celebra su primera asamblea general. Carlos Ferrer queda nombrado presidente provisional por un año. Según datos de la misma patronal, sin duda exagerados, asisten 408 electores, representantes de 89 organizaciones territoriales y sectoriales, que representaban a unas 900.000 empresas, que daban trabajo a diez millones de personas. En su discurso de toma de posesión, Ferrer inicia una crítica al Gobierno que posteriormente prosea uirá con otros métodos: «Desgraciadamente, después de unos principios esperanzadores en el campo político, vemos como las fuerzas políticas, en vez de afrontar con urgencia y con ánimo constructivo la solución de las graves cuestiones económicas que nos aquejan, se entretienen en problemas secundarios y en luchas internas y partidistas, mientras el país se degrada material y psicológicamente».

En aquellos momentos, la CEOE era una cúpula de hombres más o menos representativos, con poca base. Hay dos direcciones en las que trabajar: la más inmediata, llenar de empresarios sus estructuras; la más permanente, conseguir llevar al dinero-poder (el financiero) a su seno, interesarle y hacerle participar. Entre otras cosas, porque son momentos de penuria económica, imprescindibles de superar para crecer.

Para crecer, la patronal arranca a la clase obrera una de sus armas más tradicionales: el mitin, las acciones de masas. Valencia, Zaragoza, Barcelona, Madrid son algunos de los escenarios de esos mítines en los que se llegan a agrupar a 3.000, 8.000, 15.000 empresarios. El de Madrid, por ejemplo, que reúne a más de 15.000 personas, se convoca con carteles murales que sobre una gráfica decreciente, que pretendía representar la caída de beneficios de las empresas, se inscribió el lema: «¡Reaccionemos!». En él intervinieron, además de Ferrer, el líder de los empresarios madrileños, el duro Segurado, y Rodríguez Sahagún, que criticaron con mucha dureza al Gobierno de Adolfo Suárez.

Otra anécdota define el ambiente empresarial de aquellos momentos. Pocas semanas después de que el presidente de Banesto, Aguirre Gonzalo, advirtiese en Estados Unidos, ante un grupo de empresarios americanos, su alarma ante el proceso político español y recomendase negativamente la inversión en nuestro país, se presenta en Nueva York el flamante presidente de la patronal española, quien afirma: «En España está teniendo lugar el mayor ataque al sistema de libre empresa en todo Occidente. El momento es crítico y lo que se haga hoy decidirá el futuro. ¿Queremos un sistema marxista, colectivista, burocratizado o un sistema de libre empresa y libre mercado? Esto es, a fin de cuentas, lo que se decide. Y si pasa la ley de Acción Sindical con las enmiendas hechas en la Comisión, tendremos la colectivización de la empresa española, el control de todas las decisiones de ella por parte de los comités de trabajadores».

En esos meses se plasma la primera muestra efectiva de poder de la organización patronal en la sociedad española. Se produce una remodelación ministerial en el Gobierno a consecuencia de la dimisión del vicepresidente económico, Fuentes Quintana (véase su explicación en EL PAÍS del pasado domingo), en la que cesa el titular de Industria y Energía, Alberto Oliart. El puesto de Oliart es cubierto sorprendente ni ente por Rodríguez Sahagún, punta de lanza de los pequeños empresarios y portavoz hasta entonces de las más duras críticas al Gobierno Suárez y a UCD. Santiago Carrillo, secretario general del PCE, al pedir explicaciones en el Congreso de los Diputados sobre la crisis gubernamental, dirá de Rodríguez Sahagún: «Se ha premiado con un Ministerio sus ataques al Gobierno».

«Halcones» y «profesionalistas»

La campaña de mítines cesa en junio. El verano de 1978 sirve de testigo de toda clase de tensiones que surgen para ver qué persona o que grupo empresarial se hace cargo de la patronal, con carácter definitivo, por tres años más. Lo que en principio era tan sólo el piadoso voluntarismo de unos cuantos empresarios, empezaba a ser una pieza de mucho valor para cualquier correlación de fuerzas. El Gobierno, a través de Abril Martorell, trata de hacer su encaje de bolillos y favorece el desembarco en la CEOE de algunos hombres del Círculo de Empresarios, institucion empresarial de carácter no sindical, pero la operación fracasa, y frente a las elecciones sólo quedan los hombres de la cúpula, divididos esquemáticamente en tres tendencias: los llamados halcones, hipercríticos ante el Gobierno, cuya figura más representativa era entonces la del empresario vasco Luis Olarra. Un año antes, en las primeras elecciones provisionales, Olarra era una clara alternativa a Ferrer, pero sacrificó sus aspiraciones, según sus declaraciones, en aras a la unidad empresarial; en segundo lugar, los llamados profesionalistas, partidarios de desvincular a la CEOE de cualquier proyecto político concreto y de asentarla en la misma línea que sus homólogas europeas. Críticos con el Gobierno, pero sensibles a la idea de que UCD era el partido que más organizadamente enlazaba con los intereses empresariales. Su candidato era el mismo Ferrer; la tercera tendencia, la más gubernamental, estaba auspiciada todavía por el síndrome de Rodríguez Sahagún y defendida por algunos de sus hombres. Con ellos, algunas personas pertenecientes tanto a la CEOE, desde su representatividad, como al Círculo de Empresarios, desde el pago de su cuota voluntaria correspondiente.

El resultado de las elecciones del 25 de septiembre de 1978 fue un ovillo de las tres tendencias, sin que ninguna de ellas quisiera vaciar de contenido y de representatividad a las otras. Esas elecciones supusieron el relanzamiento de Carlos Ferrer y su equipo, a cuyo frente quedará desde entonces el primer ejecutivo de la patronal, su cerebro gris, José María Cuevas, secretario general de la cúpula patronal.

11 Septiembre 1981

Ideología y empresa

EL PAÍS (Director: Javier Pradera)

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SEPULTANDO EN la noche de los tiempos el recuerdo de los congresos del sindicalismo vertical, el presidente reelecto de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) ha presentado ante la asamblea de su asociación y ante ].a opinión pública española sus opiniones sobre la situación económica y política del país.El presidente de la CEOE casi no ha dejado títere con cabeza. Sus quejas contra una política económica incapaz de recortar los gastos corrientes improductivos, de frenar el desempleo y de sanear la empresa pública poseen fundamentos bastante más sólidos que sus imprecaciones contra la reforma fiscal, la gestión de los ayuntamientos democráticos y los costes salariales. Sin embargo hay una incoherencia demasiado visible en su intento de arrojar todas las responsabilidades de la crisis a los pactos de la Moncloa y a la gestión anterior y de librar de salpicaduras al actual presidente del Gobierno -ministro de Comercio, de las Relaciones con Europa y vicepresidente económico en anteriores Gabinetes-. No se precisa demasiada sagacidad para interpretar que los deseos de Ferrer Salat de que el actual Gobierno se desprenda «de las reminiscencias de nuestro pasado reciente» equivalen a una vigorosa apuesta en favor de la transformación de UCD o de una coalición edificada sobre sus ruinas, en esa formación de la gran derecha con que la plataforma moderada, los clubes liberales y Fraga -entre otros grupos y personas- tientan a Leopoldo Calvo Sotelo. En este sentido, el presidente de la CEOE no hace sólo política, entendida en sentido genérico como actividad pública, sino también política de partido, como si pretendiera crear en la cúpula gubernamental una cabeza de playa que permitiera a un sector de dirigentes de la CEOE -no todos procedentes de las empresas y de la sociedad civil, sino también del aparato del Estado realizar un desembarco en el poder ejecutivo y en el partido que le apoya parlamentariamente.

La preocupación política y partidista resulta tan intensa, pese a las protestas de independencia de la CEOE «respecto del Gobierno y de las fuerzas políticas», que explica la absoluta y lamentable ausencia de elementos reflexivos y críticos sobre las responsabilidades de un sector del empresariado en las suspensiones de pago, las quiebras y los cierres de negocios inviables durante los últimos años. La táctica de exportar todas las culpas hacia el exterior desfigura inevitablemente unos diagnósticos valiosos y acertados en muchos aspectos, pero utilizados en este caso como arma arrojadiza con una intención obvia.

Muchos empresarios españoles, acostumbrados durante demasiados años a un clima social dominado por la prohibición legal de los sindicatos y las huelgas, aspirantes a los circuitos privilegiados de crédito o a las licencias digitales de importación o de apertura de negocios, protegidos de la competencia exterior por fuertes aranceles o medidas autárquicas y renuentes a reinvertir los beneficios en la modernización de sus industrias, son también responsables de algunas de las cosas que suceden. Y eso lo ha callado, aun sabiéndolo, Ferrer Salat.

El presidente de la CEOE está en su derecho de apoyar al Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo o tratar de controlarlo o influirlo desde dentro. Sus consejos acerca de la estrategia que debería seguir el actual Gobierno para no perder las próximas elecciones se inscriben, parece, en esa tentativa de la CEOE de mantener con UCD relaciones simétricas a las que UGT guarda con el PSOE. La descripción que ha hecho Ferrer Salat de la opción socialista en España desmerece, sin embargo -creemos-, de su imagen europea, moderna y renovadora.

Finalmente, el discurso de Ferrer Salat apenas se pronuncia sobre la forma de avanzar hacia esa economía de mercado que propugna como paradigma natural de los empresarios. A la hora de las críticas, no hay una sola referencia a la reestructuración industrial (incluida la industria textil) ni a las mil maneras que los empresarios tienen de escamotear la competencia en nuestro sistema de mercado. Quiere decirse que ha sido un discurso más ideológico que otra cosa. Y es una pena, porque estamos sobrados de ideologías y no parecía que fuera la misión de la CEOE abundar en ellas.