20 agosto 2013

Sectores de la izquierda protestan porque no acudiera ante un centro privado

La Delegada del Gobierno de Madrid, Cristina Cifuentes, hospitalizada en un centro público tras ser arrollada por un autobus

Hechos

El 20 de agosto de 2013 Dña. Cristina Cifuentes fue ingresada en el Hospital de la Paz tras sufrir un accidente de tráfico.

Lecturas

El 20 de agosto de 2013 Dña. Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno de Madrid y miembro del PP de Madrid fue ingresada en el Hospital de la Paz tras sufrir un accidente de tráfico.

Tras el accidente se producen ataques en twitter contra la Delegada del Gobierno en Madrid ante su accidente y mientras ella estaba hospitalizada en la UVI.

Tuit de D. Gaspar Llamazares (IU): «Cuando se juegan la vida, saben que su garantía es la sanidad pública. Cuando se trata de hacer negocio con los demás la privatizan».

Tuit de D. Óscar Ruiz González: «Exijo que Cristina Cifuentes sea atendida en un Hospital privado y que apechuge con su ideología y la de su partido».

22 Agosto 2013

Mugre y gorriones

Alfonso Ussía

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Pensaba escribir de la carroña supuestamente blanca que se manifestó ayer ante el hospital en cuya UVI permanece Cristina Cifuentes. Pero lo han hecho muchos justos y sabios. Pensaba escribir de un tuit firmado en la red por un tal Óscar Ruiz González. «Yo también exijo que Cristina Cifuentes sea atendida en un hospital privado y que apechugue con su ideología y la de su partido». Renuncio a ello por dos motivos. Ignoro a qué se dedica este primate y no se me antoja conveniente ni saludable comentar lo que ha dicho un chimpancé. Detesto el odio y agosto, ya melancólico, me inspira otros rumbos.

He tratado poco a Cristina Cifuentes, pero me parece una mujer fuerte, inteligente, simpática, valiente y libre. Ahora, por la mugre que ha demostrado su odio hacia ella se me antoja más fuerte, más inteligente, más simpática, más valiente y más libre. Después de sufrir un grave accidente en Madrid, ajena a todo, mientras yacía en una Unidad de Vigilancia Intensiva, la mugre del rencor se regodeaba en su tragedia y lamentaba su supervivencia. Siempre lo he dicho y escrito. Por fortuna, España no está ni estará en situación parecida a los tiempos que precedieron a la Guerra Civil, pero hay una izquierda disparatada que no ha evolucionado en su resentimiento y, lo que es peor, en su pésima educación. No me refiero a esa izquierda convencida y leal con sus postulados, por mucho que no coincida con ellos. Se trata de una izquierda vaga para el trabajo y activa para el insulto que se manifiesta y se desnuda constantemente en las redes sociales. Una izquierda anónima en su mayoría, que amenaza y celebra las desgracias ajenas ocultando sus identidades. Por ello, una izquierda cobarde a la que no hay que ofrecerle jamás la espalda y la nuca por si suena la flauta o por si las moscas.

Vivo en Madrid muy cerca de la sede de la Delegación del Gobierno. Cuando escribo, los gorriones se posan en la barandilla de una pequeña terraza que da a mi despacho. Si las ideas me fallan y salgo a la terraza para intentar la visita de alguna, los gorriones de mi terraza vuelan hasta la cerca del edificio de la Delegación, y se posan en la verja esquinera que protege el despacho de los delegados del Gobierno. Son gorriones muy enterados y visitadores, y a Cristina Cifuentes y a mí nos llegan y se nos van con la misma cadencia y naturalidad. El gorrión no es sólo un ave de ciudad, sino de barrio, y si me apuran, de calle. Se conocen el callejero por los árboles y cuando establecen su territorio son fieles a sus plátanos y sus acacias. No es sencillo compartir gorriones, y ese detalle me une aún más a Cristina Cifuentes. Estarán despistados, porque mi despacho está vacío por estas fechas y Cristina Cifuentes, en la UVI restableciéndose de sus heridas, pero en pocos días, por desgracia para mí, dejaré los robles, hayas y castaños y retomaré los plátanos y las acacias. Con un rostro conocido, los gorriones se sienten más seguros.

Vuelvo al mal gusto. Un personaje de cristal, que decía muchas tonterías en un programa de CANAL PLUS en el que podía decir tonterías por ser hijo de Javier Pradera forma parte de esa mugre acomodada. Ignoro por dónde anda, en dónde habla y en dónde actúa. Su mensaje en las redes sociales ayuda a comprender su tragedia. No la de Cristina Cifuentes, sino la suya: “Las lesiones de Cifuentes, menores de lo que se preveían ¿Alguien sabe si el BMW lo conducía Miguel Ángel Rodríguez?”

A eso se le llama elegancia y buen gusto. Y fue a un colegio de pago, que la familia era muy adicta y respetada en el franquismo. Tampoco hay que concederle excesiva importancia a su última payasada. Me quedo con los gorriones compartidos.

22 Agosto 2013

Jódete

Arcadi Espada

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LA DELEGADA Cifuentes tuvo un accidente de moto y el hecho fue espectáculo del día en twitter. (http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elmundopordentro/) Algún mensaje deseaba su pronta muerte, la mayoría insurgente le dedicaba un animoso jódete y andrajos morales como el político Llamazares o el cómico Pradera aprovechaban su esternón crujido para hacer propaganda. Una de esas tardes, cada vez más frecuentes, en que la jauría despliega su ladrido intimidante, mientras el público prepara la calceta y se apresta a disfrutar del espectáculo; y en que twitter se convierte en una herramienta que permite contemplar el mundo como voluntad y como representación. Obviamente la herramienta no es la responsable de esos sentimientos multitudinarios. Es cierto que twitter no solo exhibe el mal, sino que también lo organiza y alienta; y que algunos de los perros, sin su reclamo, permanecerían callados, y que tal vez macerados en el aburrimiento darían algo noble: el aburrimiento es creativo y twitter un alcohol barato, garrafón. Pero esa responsabilidad intrínseca de la herramienta es marginal respecto de las virtudes de la exhibición de lo que permanecía oculto o restringido. Admito que es difícil aventurar las consecuencias que tenga la exhibición, porque el mundo según twitter es un experimento reciente; pero tiendo a pensar que serán beneficiosas. En primer lugar por mi carácter. Luego por atenerme a un principio elemental: el conocimiento de las cosas es condición inexorable para la mejora de las cosas. Es probable que la prosperidad, la ausencia de guerras, la disminución de todo tipo de violencia hayan diseñado una percepción angélica de nuestros semejantes, tal vez un punto exagerada. Lo cierto es que a pesar de los avances siguen existiendo entre nosotros personas como Gaspar Llamazares y es saludable no olvidarlo. Durante muchos años, una de las cotas de la repugnancia española fue observar la conducta de aquellos que a la vista del cuerpo tiroteado lamentaban las molestias, pero se aprestaban a subrayar el conflicto. La mísera adversativa de nuestra época. La otra tarde comprobamos que para actuar así no es necesario un crimen. Basta el azar de una moto estrellada. Lo que es más alambicadamente inmoral: el crimen y su justificación torcida aún comparten una responsabilidad, mientras que en el aprovechamiento del azar solo hay oportunismo e indigencia.

Es indiscutible que sin twitter nunca habríamos sabido quién es realmente el diputado Llamazares.

23 Agosto 2013

Silencio

Enric González

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LA BASE de la civilización es la palabra. Pero la base de la convivencia es el silencio. Conviene no olvidarlo. Si nos leyéramos unos a otros el pensamiento, seríamos incapaces de soportarnos. No existirían parejas, ni familias, ni gobiernos, ni equipos de fútbol. No existiría sociedad. Incluso sin leernos el pensamiento, la sociedad se degrada cuando decimos cualquier barbaridad que se nos ocurre.

No me refiero a quien usa las redes sociales o los comentarios en los medios digitales como antes se usaban las puertas de los retretes. Anónimos o firmados, ciertos exabruptos se excluyen a sí mismos del debate público. Son sólo desahogos de frustración o recursos para entretener la diarrea. Ninguna importancia.

Lo que resulta inapropiado es descargar la rabia que pueden producir ciertas políticas, sanitarias o de otro tipo, o ciertos desmanes represivos, en consignas más o menos colectivas que reflejan un deseo de muerte. Está clarísimo que la inmensa mayoría de quienes defienden una sanidad pública (como es mi caso) desea también el restablecimiento de Cristina Cifuentes, la delegada del Gobierno, tras su grave accidente de tráfico. Que unos pocos pronuncien frases de mal gusto sólo consigue envenenar un debate que es un debate, no un combate hasta la exterminación física del adversario.

En el juego perverso del crimen verbal estamos más o menos todos. Desde los columnistas que escriben burradas agresivas para que se hable de ellos, hasta quienes invocan el patriotismo para vomitar su xenofobia, pasando por quienes usan en vano palabras como «genocidio» o «nazismo». Y en primera línea están los políticos, teóricos vertebradores del debate público: los políticos que proclaman que protestar contra algo es estar con ETA, los que calumnian, los que criminalizan las ideas que no comparten, los que mienten en nombre de la suprema razón de partido, los que se envuelven en la bandera para ocultar su incompetencia o su deshonestidad.

Hay quien percibe tras esta obscena cacofonía la reaparición de nuestra tradición guerracivilista. A mi me parece más bien incontinencia, grosería e idiotez. Nos hemos convencido de que la exhibición de nuestras peores bajezas tiene algún interés para alguien. Hemos perdido las formas. Estamos ofreciendo un espectáculo penoso.

¿No podríamos callarnos de vez en cuando? ¿No sería posible defender las ideas sin insultar a las personas? ¿No estaría bien que, por una temporada, simuláramos ser ciudadanos adultos de un país civilizado?