10 enero 2001

Plavisc fue condenada a 11 años de cárcel acusada de haber promovido maltratos, violaciones, torturas y asesinatos durante la Guerra de Bosnia, pero evitó la condena a 25 años declarándose culpable

La ex presidenta serbo-bosnia Biljana Plavsic se entrega a La Haya para ser juzgada por crímenes de Guerra

Hechos

  • El 10.01.2001 Biljana Plavsic se entregó a La Haya (Holanda).
  • El 27.02.2008 Biljana Plavsic fue condenada 11 años de cárcel después de reconocerse culpable

21 Enero 2001

LOS CRIMINALES SE RINDEN

Hermann Tertsch

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Biljana Plavsic amenazaba por radio a la ciudad con peores castigos y vilezas si no se rendían

El pasado día 10, la ex presidenta serbo-bosnia Biljana Plavsic, se entregó voluntariamente al Tribunal Penal Internacional, en La Haya, encargado de juzgar a los criminales de guerra de la ex Yugoslavia

Biljana Plavsic tiene 70 años y es una mujer, en el peor sentido de la palabra, culta, dura y valiente. Gran personalidad en la Universidad de Sarajevo, catedrática de bioquímica, beca Fulbright y decana en su facultad, hizo amistad y fraguó complicidad con otro serbio menos dotado pero también vinculado al mundo académico, el poeta Radovan Karadzic, conocido confidente de la UDBA. Eran éstos los servicios de información y de la policía secreta del régimen titoísta, nada escrupulosos en el trato con nacionalistas o demócratas, competidores con sus rivales estalinistas en el Pacto de Varsovia en la represión, vigilancia y tortura.

Como la mayoría de las grandes parejas en escenarios convulsos, la de Plavsic y Karadzic, aunque sólo política, acabó rompiéndose por la tensión y el desamor. La ruptura entre Plavsic y Karadzic se produjo hacia 1995, eso sí, después de compartir la responsabilidad de crímenes que no se habían cometido en Europa desde la derrota del nazismo alemán.

Hace más de una semana, Biljana Plavsic decidió consumar la ruptura total de vínculos con el más procaz de los asesinos de la guerra bosnia. Había recibido una citación desde Holanda. Y optó por secundarla. Cogió voluntariamente un avión en Banja Luka con destino a La Haya. Allí se entregó al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Ahora todo el mundo espera a que diga al menos parte de lo que sabe. Podría aportar las pruebas definitivas para que Karadzic, el general Ratko Mladic, pero también Slobodan Milosevic, fueran condenados de por vida a prisión.

Ella acude a La Haya porque considera que ya no tiene posibilidad de hacer una vida mínimamente normal si no responde ante los jueces del Tribunal Internacional. Puede ayudar a muchos a llegar a la misma conclusión. Su situación no es fácil. Ha sido acusada, entre otros cargos, de genocidio, complicidad en genocidio, crímenes contra la Humanidad, asesinato,violación grave del Convenio de Ginebra, crímenes políticos y raciales, actos inhumanos y desplazamiento forzoso de personas. Los cargos no son una novedad. Lo que es realmente espectacular y da un inmenso impulso a los esfuerzos por acabar por siempre con la impunidad de criminales de guerra en todo el mundo ha sido la disposición de Plavsic a entregarse obedeciendo una citación del Tribunal de la Haya.

El reconocimiento de este tribunal por parte de uno de los dirigentes más destacados del régimen serbio-bosnio que anegó en sangre aquella república es un hecho sin precedentes que pone más cerca del banquillo a los acusados de crímenes en Bosnia, a los matarifes de Srebrenica, por ejemplo, ciudad bosnia en la que bajo órdenes directas de Mladic fueron ejecutados 7.000 prisioneros bosnios en su mayoría musulmanes.

Pero además, la entrega de Plasic, por mucho que algunos de los nuevos dirigentes serbios se revuelvan contra las evidencias y teman aún las consecuencias de actos necesarios, suministrará más y muy sólidos argumentos al nuevo Gobierno democrático en Belgrado para asumir su deber ante la comunidad internacional de entregar para su procesamiento y enjuiciamiento al máximo responsable de toda una década de tragedia balcánica, al ex presidente Milosevic.

Pero si Milosevic está cada vez más cerca del banquillo de los acusados, son Krajisnik, ya preso en La Haya tras ser detenido el pasado año en Bosnia por fuerzas especiales de las Naciones Unidas, y Karadzic aún libre, aunque cada vez menos, los que más han de temer la reciente entrega voluntaria de Plavsic y sus largas charlas ante la implacable fiscal suiza Carla del Ponte.

Krajisnik ya está en una celda en La Haya. Karadzic ha creído en su impunidad hasta hace bien poco, dicen algunos. Pero tras el vuelo de su ex amiga Biljana a La Haya, el psiquiatra y poeta tiene ya que sentir el aliento de la justicia internacional en la nuca. Como Augusto Pinochet, como el torturador argentino Cavallo, a la espera en México a encontrarse en Madrid con el juez Baltasar Garzón, son muchos ya en los Balcanes los que han dejado de creer que sus crímenes quedarían impunes y que gozarían el resto de su vida del botín de guerra logrado por medio de la muerte, la tortura, el saqueo y la extorsión. Otro tanto les está pasando a criminales de ETA que llegan esposados en vuelos desde Mexico o París, desde Bélgica o Miami. El mundo es cada vez más pequeño para quien cree que es gratis matar.

Uno de los personajes simbólicos de la oleada criminal de la pasada década es Karadzic. Notorio resentido por las afrentas de las que había sido objeto por los intelectuales urbanos de Sarajevo en los sesenta y setenta, todos ellos cosmopolitas, exquisitos en sus gustos, desdeñosos hacia los llegados de los riscos a la urbe y gozosos de una sofisticación que el montaraz montenegrino Karadzic era incapaz de alcanzar.

Cuando Yugoslavia empieza a estallar allá en 1991, Karadzic ve llegada la hora de la venganza y del despliegue total del rencor en él acumulado. Asume, gracias a Belgrado, el liderazgo entre los serbios bosnios como pensador y trovador del etnicismo redentor serbio. Y las armas para imponerlo. Biljana Plavsic le sigue entusiasta. La limpieza étnica es un hecho natural y necesario para la redención de los serbios. Y se lanzan a ella. La organizan y ejecutan. Con considerable éxito. Durante cierto tiempo al menos.

Llegan así, entre 1991 y 1993, las decenas de miles de muertos musulmanes y croatas bajo un ejército yugoslavo que seguía las órdenes y estrategias diseñadas en Belgrado por el Estado Mayor, por el aparato nacionalcomunista serbio, por Milosevic al fin y al cabo.

El desprecio que muestran hacia la vida de los demás la intelectual y su entonces amigo y hoy encarnizado enemigo, Momcilo Krajisnik, traductor de Shakespeare, estremecen a quienes los conocían de la Universidad. La sensibilidad que se les suponía se torna crueldad. El traductor del dramaturgo total se convierte en director de escena de una de las peores carnicerías reales habidas en este siglo. Y la mayoría de la decenas de condenados en el Tribunal de La Haya por violaciones, por obligar a padres a arrancar los testículos a su hijo, por mutilar y ejecutar a civiles postrados ante ellos, han sido sus obedientes pero en gran parte entusiastas instrumentos en semejante orgía. El sensible anglicista Krajisnik justificaba y alentaba la muerte, como el más técnico Mladic la diseñaba. Plavsic, la ‘Dama de hierro’ serbio-bosnia amenazaba por radio a la ciudad con peores castigos y mayores vilezas si no se rendían.

Quienes como Plavsic se plegaron después a la fuerza, cuando la intervención internacional llevó a los acuerdos de Dayton, no mostraron arrepentimiento. Las carreteras flanqueadas por interminables hileras de cadáveres en Bosnia oriental en 1992 no eran problema para ninguno de ellos.

Ya no son dos ni tres los que han de rendir cuentas en La Haya. Jefes de campos de concentración serbios, croatas como el general Tihomir Blaskic entregado por Zagreb o Dragoljub Kunarac, que también acudió voluntariamente a La Haya, cumplen condena o esperan veredicto. El Tribunal gana constantemente autoridad. También a ojos de sus perseguidos.

Es éste el principal éxito de un Tribunal, el de La Haya, para crímenes sucedidos en la ex Yugoslavia, en el que muy pocos creían al principio y que ahora, desafiantes enemigos de esa supuesta ‘corte política de la OTAN’, buscan como única forma viable de retornar a la vida como persona aunque sea en prisión, como última oportunidad de acabar con su vida de fugitivos despreciados ya no sólo fuera sino también, crecientemente, en su propio país. Este Tribunal no sólo es ya un precedente histórico que todos los genocidas y asesinos con pretextos políticos o étnicos habrán de tener en cuenta, sino una magnífica advertencia a todos quienes se vean tentados a utilizar medios criminales para obtener o conservar el poder.

Países que lo ignoraban, como Croacia, han asumido su obligación de colaborar con este tribunal. Otros, como Serbia, son cada vez más conscientes de que no lograrán pleno reconocimiento internacional ni la ayuda necesaria para salir de la sima económica, política y moral, si no otorgan su plena cooperación a esta corte. Este tribunal, al principio despreciado, es uno de los grandes logros de la conciencia de una Comunidad Internacional, pero ante todo de una Europa que, después de años de debilidad y dubitación, está más convencida que nunca de que no puede olvidarse de la terrible lección del siglo XX si no quiere que el ahora entrante vuelva a anegarse en sangre. Nuremberg, La Haya, el tribunal en Tanzania que juzga los crímenes de Ruanda, son los pilares de lo que habrá de ser el Tribunal Internacional Penal que hace dos años se constituyó en Roma. La responsabilidad de quienes se oponen al TPI es grave. Washington especialmente. Bill Clinton lo firmó antes de dejar la presidencia. George Bush dice querer sabotearlo. El Congreso norteamericano también. Bush debiera saber que la seguridad de EE UU y del mundo en general depende más del respeto de sus aliados que de arrogancias gratuitas. El mundo no es Tejas. A la larga, el desprecio al imperativo moral que es el TPI amenaza la cohesión de las democracias. Su éxito, por el contrario, es la mejor arma de los Estados que creen en la dignidad del individuo, en los derechos humanos y en su defensa a ultranza. La rendición de Plavsic es una prueba de ello y un hito en la lucha contra la impunidad de criminales y sátrapas modernos.

26 Diciembre 2002

Elocuente 'mea culpa'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Biljana Plavsic, uno de los líderes, organizadores y grandes propagandistas de la limpieza étnica llevada a cabo por las fuerzas serbias en Bosnia entre 1992 y 1995, se ha declarado culpable de crímenes contra la humanidad ante el Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia. Plavsic, de 72 años, primero lugarteniente y después sustituta del verdugo Radovan Karadzic, ha admitido que existía un plan para acabar con la existencia de los bosnios musulmanes basado en la expulsión por el terror y el exterminio.

La Plavsic es el primer reo relevante del alto tribunal que reconoce su culpa, lo que sin duda constituye un éxito no sólo para la perseverante fiscal Carla del Ponte, sino para la propia idea de la existencia de un Tribunal Penal Internacional (TPI) que paradójicamente tiene su peor enemigo en una de las cunas de la democracia, Estados Unidos. Plavsic se entregó en su día voluntariamente y ha conseguido que, a cambio de su confesión, le sean retirados dos cargos por genocidio. Los fiscales piden para ella entre 15 y 25 años de cárcel.

La confesión de Plavsic no la redime, menos cuando se ha negado a aportar pruebas directas contra otros encausados serbios como Slobodan Milosevic o los aún prófugos de la justicia Karadzic y el general carnicero Ratko Mladic. Pero sí puede ser un acicate para que otros criminales se entreguen y aporten pruebas contra los máximos responsables del genocidio bosnio. Y sobre todo debe suponer un gran avance para la reconciliación en una región cuyas heridas siguen sangrando. Porque el reconocimiento de un crimen vuelve a hacer humanos, y por tanto conciliables, a personas y grupos cuyo primer paso hacia el delito fue la deshumanización de la víctima.

La 'Dama de Hierro' de los Balcanes, condenada a 11 años por sus crímenes

Elena Aljarilla

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El Tribunal Penal Internacional de La Haya condenó ayer a la ex presidenta serbobosnia Biljana Plavsic, conocida como la Dama de Hierro de los Balcanes, a 11 años de cárcel por crímenes contra la humanidad en uno de los juicios más significativos de la corte. Su cambio de conducta, su avanzada edad, así como el reconocimiento de su culpabilidad a finales del pasado año sirvieron como circunstancias atenuantes a la hora de dictar sentencia.

Biljana Plavsic, la única mujer condenada públicamente por el Tribunal, fue también la primera de los ex funcionarios de alto rango del régimen de Slobodan Milosevic en reconocer su culpabilidad.Plavsic era una de las más cercanas aliadas del líder serbobosnio Radovan Karadzic, aún sin detener, y a quien sucedió al final de la guerra.

La ex presidenta serbobosnia se entregó voluntariamente al Tribunal de La Haya en enero de 2001. Y aunque inicialmente insistió en su inocencia, en octubre del pasado año, sorprendió al mundo al declararse culpable de «persecución por motivos políticos, raciales y religiosos» de croatas y musulmanes durante la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-95) en la que se estima que unas 200.000 personas fueron asesinadas o desaparecieron a manos de las tropas federales y los paramilitares serbios (chetniks).

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Atenuantes

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Tras la admisión de su culpabilidad, la corte decidió que no se realizara un juicio como tal, sino tres días de audiencia para considerar los atenuantes y agravantes que pudieran influir en la determinación de la pena. Entre los testimonios en su caso, Plavsic contó con la declaración a su favor de la ex secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, quien pidió una pena menor para la acusada por haber reconocido sus crímenes y por haber colaborado para alcanzar los acuerdos de paz de Dayton.

Ayer, Plavsic, la figura política más importante que ha sido condenada en la historia de este Tribunal, escuchó el veredicto de pie, con el rostro tenso y aguantó el tipo mientras el juez Richard May pronunciaba la sentencia: «el Tribunal la condena a un periodo de 11 años de cárcel».

May explicó que se habían considerado como atenuantes su declaración de culpabilidad, su entrega voluntaria y su cambio de conducta, ya que se convirtió en una aliada de occidente durante las negociaciones de paz de 1995 en Dayton, algo que con toda probabilidad le costó el puesto.

Pero el juez también recordó a Biljana Plavsic que muchos bosnios, croatas o de origen musulmán, fueron «maltratados, violados, torturados y asesinados durante la campaña de limpieza étnica que ella promovió», lo que en último término motivó la condena de 11 años de cárcel.

Por todos estos delitos, la fiscalía había pedido una pena de entre 15 y 25 años. Pero la defensa alegó que ese periodo sería equivalente a una cadena perpetua ya que Plavsic tiene en la actualidad 72 años. Por este motivo pedían reducción a sólo 8 años. Ahora, dictada la sentencia, el Tribunal tiene que decidir aún dónde cumple su condena. Para ello cuenta con cualquiera de los nueve países europeos que tienen cárceles para condenados por el tribunal, entre los que se encuentra Italia, Francia, España, Alemania y Suecia.

01 Marzo 2003

La condena de Plavsic

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La condena a 11 años de cárcel de la ex presidenta serbobosnia, Biljana Plavsic, por el tribunal de la ONU que juzga los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia cierra un pequeño capítulo del libro del horror. La fiscal Carla del Ponte había pedido entre 15 y 25 años para la dirigente de más rango de los hasta ahora sentenciados en La Haya. Pero los jueces han aplicado todos los atenuantes posibles a la mujer que fuera mano derecha política del verdugo Radovan Karadzic durante la guerra de Bosnia, reconociendo la importancia de su entrega voluntaria hace dos años y su confesión de culpabilidad por el delito de persecución étnica y religiosa. A cambio, se retiraron otros siete cargos en su contra, entre ellos el de genocidio.

Ninguna sentencia puede hacer justicia al terror, el sufrimiento y el desamparo padecidos durante años por los centenares de miles de personas que fueron víctimas en Bosnia de la implacable campaña serbia de exterminio y purificación étnica diseñada desde Belgrado por Slobodan Milosevic, que hoy niega ante el mismo tribunal cualquier responsabilidad en esas y todas las demás atrocidades masivas que han acompañado la desintegración de Yugoslavia. Plavsic formó parte del núcleo duro que, desde Pale, supervisó la política de asesinatos, violaciones y deportaciones de musulmanes y croatas de Bosnia central. Y desde su posición intelectual, como científica destacada, teorizó ese terror de Estado e hizo su apología.

La confesión de Plavsic no la redime. La dama de hierro tampoco ha accedido a testificar en ningún otro proceso en La Haya contra sus correligionarios. Pero la ex presidenta serbobosnia, que comenzó a revisar su ultranacionalismo y a cooperar con Occidente a partir de 1996, ha tenido la decencia final, a los 72 años, de aceptar su parte de responsabilidad en esa tragedia colectiva. El reconocimiento de su crimen la humaniza. Y, más importante, abre una espita imprescindible para la reconciliación de una región que vivirá mucho tiempo atormentada.