23 octubre 1979

El juez acaba de ser 'jubilado' por el Gobierno Suárez

La huelga de funcionarios de Justicia causa una polémica entre EL PAÍS y el juez del Tribunal Supremo Adolfo de Miguel Garcilópez

Hechos

El editorial de EL PAÍS del 19 de octubre de 1979 fue replicado por el juez D. Adolfo de Miguel Garcilópez en el diario EL ALCÁZAR el 23 de octubre de 1979.

19 Octubre 1979

Una huelga polémica

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA HUELGA de oficiales, auxiliares y agentes de la Administración de justicia amenaza con colapsar por tiempo indefinido un servicio público tan esencial como el funcionamiento de los tribunales. La huelga ofrece además indicios de manipulación por grupos de la ultraderecha, siempre deseosos de aprovechar cualquier pretexto para desprestigiar las instituciones democráticas. Sin embargo, ni el paro merece las rotundas condenas de ilegalidad expresadas desde medios gubernamentales, ni carece de fuerza y de lógica la plataforma reivindicativa de carácter económico de los funcionarios públicos que lo han emprendido.El desarrollo de la Constitución a través de las leyes orgánicas y ordinarias tiene forzosamente que atemperarse a ritmos y a prioridades que pueden retrasar durante muchos meses algunos importantes puntos de, dicho desarrollo. Así ocurre con los artículos 28 y 103 de la Constitución, que precisan para su desarrollo la promulgación de leyes sobre el derecho de sindicación, las peculiaridades de su ejercicio para los funcionarios públicos, el derecho a la huelga de los trabajadores, las garantías para que el paro asegure el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad y el estatuto de los funcionarios públicos. Existe, pues, un vacío legal que no va a ser colmado de manera inmediata, pero que tampoco permite sentar cátedra acerca del tratamiento que en el futuro dé el Congreso en cuestiones tan delicadas como los medios lícitos que los empleados en la Administración pública pueden utilizar para la defensa de sus intereses.

Por lo demás, las reivindicaciones económicas que han llevado a oficiales, auxiliares y agentes de la Administración dejusticia a declararse en huelga son, cuando menos, razonables. El proyecto de ley de retribuciones del poder judicial, enviado por el Gobierno al Congreso a finales de septiembre, sólo incluye a los magistrados, jueces, fiscales, secretarios y médicos forenses. La exclusión del resto de los funcionarios de la Administración de justicia resulta tanto más sorprendente cuanto que un anterior proyecto de ley, inmediatamente anterior a la disolución de las Cortes en diciembre y decaído tras las convocatorias de nuevas elecciones, los abarcaba. Por lo demás, el carácter caprichoso y arbitrario del proyecto queda puesto de relieve al comprobar que las fronteras para delimitar el poder judicial han sido mal colocadas. En efecto, al poder judicial, en sentido estricto, sólo pertenecen jueces y magistrados, siendo dudosa la adscripción de los fiscales -jerarquizados y dependientes de las instrucciones del Gobierno- a esa área, y claramente inadecuada en lo que a los secretarios judiciales y médicos forenses se refiere.

La independencia del poder judicial precisa de los medios y recursos presupuestarios que garanticen la posibilidad de su ejercicio no mediatizadoi Nos parece necesario y excelente mejorar el nivel de retribuciones de magistrados y jueces. Pero de poco servirá esa medida si los funcionarios que les auxilian en sus tareas son mantenidos en una situación de precariedad e irritación que les conduzca al paro o a las huelgas de celo, les motive para la ineficiencia o les debilite para resistir a las tentaciones de la corrupción.

La razón que asiste a los oficiales de la Administración de justicia en sus reivindicaciones económicas, que el Gobierno debería satisfacer, no implica que el medio elegido para defenderlas -la huelga indefinida- sea el más correcto, y desde luego no se extiende a otros aspectos de su protesta. La pretensión de conferir un estatuto de derecho a las funciones judiciales que los oficiales realizan de hecho es inaceptable. Es cierto que los oficiales reciben declaraciones, e incluso redactan resoluciones, pero también es verdad que esa irregularidad-, con-sentida en la práctica y justificada por el malthusianismo aplicado a la carrera judicial, tiene que ser suprimida cuanto antes. Los oficiales, auxiliares y agentes deben ser incluidos en el proyecto de ley de remuneraciones del poder judicial, entre otras cosas, porque no son funcionarios públicos sin más, trasladables a otras ramas del Estado. Pero una ampliación sustancial del escalafón de la carrera judicial y una multiplicación del número de juzgados es la única respuesta válida para el desbordante trabajo que amenaza con ahogar en papeles a los tribunales y con llevar a la desesperación a litigantes y procesados.

En cuanto a los intentos de algunos sectores del llamado Sindicato Libre e Independiente de los Cuerpos de la Administración de Justicia para politizar en sentido antidemocrático el conflicto, baste con recordar que una de las escasas manifestaciones públicas de esa agrupación fue solidarizarse con el tristemente célebre manifiesto de un grupo de policías para declararse «dolorosamente hartos» de las instituciones democráticas. Los representantes del Sindicato Libre e Independiente, que se adhirieron al homenaje al señor De Miguel, uno de los magistrados que sentó lajurisprudencia que ilegalizó y penalizó a Comisiones Obreras en la etapa final del franquismo, deberían explicar a la opinión cómo conciliar su actual ejercicio del derecho de huelga y su añoranza por la época en que ese derecho era un delito duramente castigado.

23 Octubre 1979

EL PAÍS discrimina: huelguistas buenos y huelguistas malos

Adolfo de Miguel Garcilópez

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En reciente editorial EL PAÍS, tan objetivo, aséptico y descomprometido como siempre, asesta o trata de asestar, de hecho y en conclusión, una puñalada a la pendiente huelga del funcionariado con la tacha de ‘politización antidemocrática’, gravísima al parecer para el severo definidor, a sector tan activo en el conflicto en cuestión como es el Sindicato Libre e Independiente de dicho funcionariado. Por lo visto, para el liberal EL PAÍS, hay dos clases bien delimitadas de movimientos o sectores huelguísticos: los legítimos y plausibles, correspondientes, por ejemplo a Comisiones Obreras o grupos estrechamente afines, y los antidemócratas, que serían todos los demás. Parece que estos últimos no tienen en ningún caso derecho a defender o mejorar sus condiciones de trabajo, a diferencia de los otros, favorecidos por las preferencias democráticas de EL PAÍS.

1) Ni EL PAÍS ni los desconocidos inspiradores del artículo, para el caso de no ser espontáneo, son quienes para discriminar a su antojo y conveniencia entre huelguistas ‘malos’ y ‘buenos’, ya que lo único válido sería entre huelgas justas e injustas. Si esta huelga, en la que entra la totalidad de aquel funcionariado sin distinción de redo político o filiación sindical es justa, no hay ya más que hablar y sobran los distingos de EL PAÍS, ya que no podrá serlo por parte de unos y no serlo por parte de otros. EL PAÍS podrá creer, si lo cree, que aquí ni quita ni pone rey, pero es lo cierto que, en realidad arrima su ascua ‘a la sardina’ del ministro de Justicia, al hacer por introducir una cuña entre le personal en huelga. Divide y vencerás. Desde luego, se hace un flaco servicio a la huelga y a la cohesión de quienes la mantienen.

2) Si EL PAÍS condena, por si y ante sí, al Sindicato Libre e Independiente aludido a una especie de interdicción civil con privación del derecho a la huelga, abierto a todos los españoles, por el pretérito pecado, que le imputa, de haberse adherido en su día a la actitud de la Asociación Profesional del funcionariado policial, ‘dolorosamente harta’ de la inercia con que miraba el Gobierno los incesantes asesinatos de esos funcionarios, en atentados terroristas, lo que valió a los protestantes medidas disciplinarias que, por antijurídicas, hubieron de ser luego revocadas, demuestra un inextinguible rencor por algo que, aparte de afectar al Gobierno, que medios tiene para defenderse por sí sólo, fue perfectamente lícito y loable – no ‘tristemente célebre’, como se dice – sin que aquellas quejas de la Asociación Profesional de la Policía fueran ‘contra la democracia’, como EL PAÍS saca a relucir, sino contra el crimen, que es bien distinto, y contra quienes, con su pasividad, no lo atajaban. Lo ‘tristemente célebre’ no fue aquella protesta como EL PAÍS expresa ahora, sino los crímenes que la motivaron y siguen produciéndose.

3) En cuanto a la excomunión fulminada contra dicho Sindicato Libre e Independiente, tan fuerte dentro de la Administración de Justicia, por su reciente adhesión a un magistrado víctima de una resonante jubilación forzosa, es de suponer que – aparte del libérrimo derecho a hacerlo sin el permiso de EL PAÍS y por razones potísimas que a buen seguro había – ese homenaje, totalmente desligado de la huelga y promovido no por ningún sindicato, sino por una multitud de funcionarios, como tales, con adhesión de algún sindicato además del aludido Sindicato Libre, carece de virtualidad descalificadora para viciar el esfuerzo reivindicativo del funcionariado – con huelga o sin ella – y para trocar lo bueno en malo. Y por lo demás, el tan susceptible EL PAÍS, que no olvida que la jurisprudencia de la Sala 2ª, bajo la presidencia de dicho magistrado, estimó ilegales las Comisiones Obreras, olvida, en cambio, que tal criterio venía determinado por la legalidad a la sazón vigente, de proscripción del comunismo, carácter concurrente en Comisiones Obreras, por más que frente a los tribunales, frente a la opinión y frente a los propios trabajadores lo negaran entonces; criterio condenatorio ineludible para la referida Sala de lo Penal, compartido en múltiples sentencias por cuantos magistrados la integraban a la sazón, algunos de ellos de singulares prendas, oficialmente distinguidos hoy por el actual régimen como inequívocamente demócratas, y no sin que los propios paladines de Comisiones Obreras se beneficiaran, en su día, de la benignidad de la sentencia de casación recaída en el célebre proceso 1.001. Y, por último, ni tales vicisitudes histórico-judiciales ni las témporas tienen nada que ver con la huelga de los funcionarios auxiliares de la Justicia, que es de lo que ahora se trata.